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Uma dessas aporias que angustia o pensar comum é a que surge considerar que classe

ou que grau de autonomia é a que pode ter esse particular, assumindo que é real. O
pensar comum oscila, em verdadeiros bandazos, entre sustentar que a liberdade dos
particulares coincide com o acaso e sustentar que é uma pura ilusão, posto que impera
sobre ele a necessidade. E isto não só porque considera os particulares como átomos
exteriores entre si, mas, sobretudo, porque concebe a relação entre acaso e necessidade
como uma relação externa. Desta maneira, só pode imaginar a lei como necessidade e a
liberdade como um estado onde não impera lei alguma. Ou, melhor, onde uma vez
suspensa a lei civil só atua a operação natural, a que por sua vez volta a ser considerada
como regida por leis (como se pensou no século XVIII) ou simplesmente como acaso
carente de lei (como é comum hoje em dia).

O que este pensar dicotômico não consegue conceber é a ideia de lei como limite do
possível. Ao associar, sem mais, lei e necessidade, deixa de considerar como real a
possibilidade. A realidade da possibilidade não seria senão uma ilusão, uma aparência.
No entanto, se pensamos a possibilidade como possibilidade real, então se pode ser livre
em um sentido distinto do mero acaso ou da carência de lei. O imperativo da
necessidade é que, dada sua lei, a partir de um estado do mundo pode ocorrer só um
único e determinado outro estado do mundo. A liberdade vazia que se pode encontrar no
acaso, carente de lei, consiste em que a partir de um estado do mundo pode ocorrer
simplesmente qualquer coisa. A liberdade que se pode encontrar na realidade da
possibilidade, por outro lado, consiste em que a partir de um estado do mundo podem
ocorrer muitas coisas, ainda que não qualquer coisa, e o limite do que pode ocorrer é
justamente a lei do possível, a que assinala a fronteira entre o possível e o impossível.
Nos termos hegelianos, no entanto, todo este jogo não está ainda a altura do conceito.
Pode valer para a natureza e ser, por exemplo, uma antecipação espetacular

Lo que este pensar dicotómico no logra concebir es la idea de ley como límite de lo
posible. Al asociar sin más ley y necesidad deja de considerar como real a la
posibilidad. La realidad de la posibilidad no sería sino una ilusión, una apariencia. Sin
embargo, si pensamos a la posibilidad como posibilidad real entonces se puede ser libre
en un sentido distinto del mero azar, o de la carencia de ley. El imperativo de la
necesidad es que, dada su ley, a partir de un estado del mundo puede ocurrir sólo un
único y determinado otro estado del mundo. La libertad vacía que se puede encontrar en
el azar, carente de ley, consiste en que a partir de un estado del mundo puede ocurrir
simplemente cualquier cosa. La libertad que se puede encontrar en la realidad de la
posibilidad, en cambio, consiste en que a partir de un estado del mundo pueden ocurrir
muchas cosas, aunque no cualquier cosa, y el límite de lo que puede ocurrir es
justamente la ley de lo posible, la que señala el borde entre lo posible y lo imposible. En
términos hegelianos, sin embargo, todo este juego no está aún a la altura del concepto.
Puede valer para la naturaleza y ser, por ejemplo, una anticipación espectacular del
carácter probabilístico de las leyes en la física cuántica, pero es demasiado pobre para la
historia humana. El punto clave es que para Hegel no es suficiente con que la ley
mantenga en ella una relación exterior entre azar y necesidad, y no es suficiente porque
a Hegel le interesa que sea el sujeto mismo el que pone la ley. O, en otros términos, le
interesa la historicidad de la legalidad misma, y no sólo de aquello sobre lo que legisla.
De tal manera que no basta con pensar la ley del límite como dada, hay que pensarla
como puesta, y esto abre una posibilidad de segundo orden, la posibilidad de hacer
posible lo imposible. Así el angustiado Juan no necesita (no debe) pensar su eventual
libertad como mero azar, ni necesita (ni debe) resignarse a la libertad de lo meramente
posible. Puede intentar también vencer sobre lo imposible, y sólo debe considerar a esta
última posibilidad de triunfo como auténtica libertad. No en vano fue Hegel un
admirador de lo que había de política activa en la revolución francesa y un lapidario
crítico del “alma bella”, que se limita a contemplar el vendaval del mundo, refugiándose
sin mancha en el orden de lo bello.

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