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Universidad Nacional Rosario


Facultad de Humanidades y Artes
Escuela de Historia

Teoría de la Historia

José Carlos REIS , “Historia de la Historia (1950/60). Historia e Estructuralismo:


Braudel versus Lévi-Strauss” en História da historiografía, número 01, agosto
de 2008, Universidade Federal do Estado do Rio de Janeiro (UNIRIO) y
Universidade Federal de Ouro Preto (UFOP)- Brasil, pp.08-18

Traducción: María Luisa Múgica

Traducción de circulación interna

Rosario, Septiembre de 2013


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História da História (1950/60)


História e Estruturalismo: Braudel versus Lévi-Strauss

History of the history (1950/60)


History and structuralism: Braudel versus Lévi-Strauss
José Carlos Reis
Professor do departamento de história
Universidade Federal de Minas Gerais
jkrs@uol.com.br
Rua Mangabeira, 436/401 - Santo Antônio
Belo Horizonte – MG
303050-170

Resumo
O objetivo deste artigo é retomar e refletir sobre o intenso debate entre Antropologia e
História nas décadas de 1950/60 sobre o conhecimento histórico. A Antropologia Levi-
Straussiana obrigou a história a se colocar algumas questões sobre as articulações entre
evento e estrutura, novidade e repetição, consciência e inconsciente, singular e universal,
sincronia e diacronia. A resposta dos historiadores dos Annales foi dada por Fernand Braudel.

Palavras-chave
Estruturalismo; Escola dos Annales; Tempo histórico.

Abstract
The aim of this article is retakes and reflects about the intense debate between Ethonology
and History in the 1950/60 decades about the historical knowledge. The Levi-straussianne
Ethnology has obliged the History to put some questions about the articulations between
event and structure, newness and repetition, conscience and inconscient, singular and
universal, sinchrony and diachrony. The answer of the Annales historians was donne by
Fernand Braudel

Keyword
Structuralism; Annales; Historical time.

Hace cerca de 2500 años, la historia, la etnología y la geografía nacieron juntas,


trigéminas y siamesas, hijas del mismo padre: Heródoto de Halicarnaso. Desde entonces,
luchan para separarse física e institucionalmente y para distinguirse epistemológicamente.
Durante dos milenios, la historia venció en este combate, pues se dedicó a la genealogía y a los
elogios de los vencedores. Pero, la etnología permaneció viva entre sus pliegues y fisuras y,
recientemente, en los años 1950/60, en el tiempo del impacto de la marea estructuralista,
cuya onda más alta y más fuerte fue la obra de Lévi-Strauss Antropología Estructural, publicada
en 1958 (la introducción “Historia y Etnología” fue publicada por primera vez como artículo en
la Revue de Méthaphysique et Morale, en 1949), ella reapareció con fuerza, recomenzando la
lucha original entre los saberes sobre los hombres en sociedad y relanzando a los historiadores
en su permanente y saludable crisis acerca del conocimiento que producen. La antropología
levistraussiana forzó a la historiografía a considerar los siguientes problemas: ¿el concepto de
“estructura” sería compatible con el de “historia” o se excluirían? ¿La propuesta de una
“historia estructural” no sería contradictoria? ¿Los hombres hacen la historia sin saberlo o la
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hacen y saben que la hacen? ¿La percepción de una “estructura social” no impondría el
determinismo y aboliría la libertad individual? ¿Sería posible la emergencia de lo nuevo o toda
novedad sería aparente, solo apenas el desdoblamiento de lo mismo? (Lévi-Strauss, 1958)

Estas cuestiones reaparecieron porque Lévi-Strauss puso en duda la cientificidad de la


historia y hasta su misma posibilidad como saber. En defensa del renacimiento de la etnografía
y de la etnología, él atacó a la sociología y a la historia. De la sociología, cuyo padre tal vez
podría haber sido Tucídides, él se libró rápidamente. Para él, la sociología no había
comprendido el sentido de corpus de conjunto de las ciencias sociales como aspiraron
Durkheim y Simiand para ella. Ella se confunde con la filosofía social, cuando reflexiona sobre
los principios de la vida social y sobre las ideas que los hombres tienen de ella o bien se reduce
a una especialidad menor de la etnografía, cuando hace investigaciones positivas sobre la
organización de las sociedades complejas. Para Lévi-Strauss, si algún día la sociología llegara a
integrar los resultados de las investigaciones sobre las sociedades primitivas y complejas,
ofreciendo conclusiones universalmente válidas, merecerá el lugar de primacía en la
investigación social que fue soñado para ella por Durkheim y Simiand. Pero, ella todavía no
obtuvo ese lugar y podría ser o sustituída o absorbida por la etnología. En cuanto a la historia,
él parecería querer sustituírla por la etnografía, definida como “observación y análisis de los
grupos humanos en su particularidad, mostrando la reconstrucción tan fiel como posible de su
vida”. La etnología (o antropología, para los países anglosajones) se encargaría de hacer el
análisis de los documentos presentados por el etnógrafo. Antes de Lévi-Strauss, los sociólogos
durkheimianos ya habían colocado al historiador en una posición de recolector de fuentes,
asignándole la “condición superior” de teórico y analista de las fuentes. Ahora, en Lévi-Strauss,
el etnógrafo parece sustituir al historiador y el etnólogo-antropólogo reemplazaría al
sociólogo. (p. 9)

Con todo, si el ataque a la sociología fue aparentemente rápido y fácil, el ataque a la


historia le dio más trabajo. Lévi-Strauss es ambiguo en su evaluación (apreciación) de la
relevancia de la historia. Si, por un lado, sustenta que “historia y etnología no pueden nada
una sin la otra”, “que los procedimientos son indisociables”, que las dos juntas son como “las
dos caras de Jano”, por otro, se puede percibir un fuerte malestar con la hegemonía de la
historia entre las ciencias sociales. Él protesta contra el tratamiento especial que algunos
filósofos, especialmente Sartre, con quién dialoga también ríspidamente, otorgan al tiempo y a
la historia, lo que considera un preconcepto contra los hombres primitivos y arcaicos,
calificados “sin historia”, un etnocentrismo injustificable. Para él, el etnólogo respeta la
historia, pero no le da un valor privilegiado. Él la concibe como investigación complementaria a
la suya: la historia explica a las sociedades en el tiempo; la etnología, en el espacio. (¿Y la
geografía qué haría?) Para él, la historia no merece tener más prestigio porque el tiempo y la
diacronía no ofrecen una inteligibilidad superior a la sincronía y al espacio. El prestigio de la
historia vendría de hecho a prestarse a un equívoco: ella ofrece una “ilusión de continuidad”,
apoyada en otra ilusión interna, de que el yo es contínuo. La etnología ofrece, por el contrario,
un sistema discontínuo, para las diversas sociedades en el espacio, y no acepta la ilusión de la
continuidad del yo, que está más constituído por la exterioridad social que por la consciencia
de sí.

Para él, generalmente se define la historia y la etnología diferenciándolas de tal forma


que llegan a oponerse:
a) la historia trata de sociedades complejas y evolucionadas, cuyo pasado está
afirmado (sostenido) e inundado por archivos, y la etnología trata de las
sociedades impropiamente definidas como “primitivas, arcaicas, sin escritura”, con
un pasado de difícil aprehensión, teniendo que reducir su estudio al presente;
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b) la historia privilegia los hechos producidos por las élites y la etnología los hechos
de la vida popular, costumbres, creencias, relaciones elementales con el medio;
c) la etnología estudia las “sociedades frías” (sin historia) y la historia las “sociedades
complejas o calientes” (históricas). (Lévi- Strauss, 1958)

Lévi- Strauss, en un primer momento de paz, contradice estas distinciones y


oposiciones, pues acredita que la historia y la etnología pueden y deben trabajar juntas: “el
conocimiento de la estructura no significa renuncia a conocer su evolución”, “el análisis
estructural y la investigación histórica hacen un buen matrimonio”, “es preciso quebrantar el
dualismo entre evento y estructura”, “la búsqueda de un orden y la exaltación de los poderes
creadores de los individuos no son excluyentes”, “la historia solo tiene sentido próxima al
estructuralismo” y, citando a Febvre y Bloch, afirma que toda buena obra de historia es
etnológica. En este momento de ablandamiento, Lévi- Strauss propone una investigación
interdisciplinar entre historia y etnología al defender la posibilidad de una “historia
estructural”.

Con todo, esta situación de aceptación romántica de acompañamiento entre la historia


y la etnología no va a ser permanente. Luego, Lévi-Strauss pasa al ataque más rabioso contra la
historiografía: (p. 10)

1) es escéptico, agnóstico, en relación a la posibilidad de conocimiento de los hechos del


pasado. Para él,

a) el hecho histórico nunca es similar a lo que pasó, ya que es construido abstractamente


por el historiador. El historiador es un bricoleur (artesano). Tanto él como el agente
histórico escogen, recortan, son parciales. Una “visión total” del pasado es imposible.
Las interpretaciones jacobina y aristocrática de la Revolución Francesa son opuestas y
verdaderas. La Revolución Francesa tal como se habla jamás existió. El contenido
factual no sustenta una narrativa verdadera;
b) es ilusorio y contradictorio concebir el devenir como un desenvolvimiento contínuo,
desde la prehistoria. Las fechas (los datos) están separadas como los números: no se
pasan de unas a otras. Hay discontinuidad entre las evoluciones. Esta ideología del
progreso se origina en Europa e impone su dominio sobre realidades sociales que
desconocen la continuidad y el progreso;
c) los textos históricos no son nada más que interpretaciones, tanto en el establecimiento
de los hechos como en las valoraciones de ellos. La coherencia formal de cualquier
narrativa histórica es un “esquema fraudulento” impuesto por el historiador a los
datos. Un acontecimiento histórico ocurre, pero ¿dónde sucedió? Cualquier episodio
histórico puede ser descompuesto en una multiplicidad de momentos psíquicos e
individuales. Los hechos históricos no son dados al historiador, sino que son
construidos por él. La historia es mítica;
d) el historiador tiene que escoger entre explicar bien y, para eso, disminuir el número de
datos, o aumentar el número de datos y explicar menos. Una “historia detallada” no
mejora la comprensión del pasado, sino la dificulta. Si quisiera narrar el cambio, el
historiador está condenado al castigo de Sísifo1. La realidad no es un agregado de
unidades elementales: hechos, símbolos, ideas. No hay un mensaje puntual, sino un
sistema subyacente. (Lévi-Strauss, 1958; White, s/d)

1
[NT] Personaje de la mitología griega que en el infierno, debía cumplir su castigo empujando una
piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, pero antes de alcanzar la cima la piedra siempre
rodaba hacia abajo y Sísifo debía empezar nuevamente, una y otra vez.
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2) Lévi-Strauss opone y prioriza el conocimiento de la estructura inconsciente, producido


por la etnología, al conocimiento de la diacronía superficial de los hechos, generado
por la historia:

Él quita valor cognitivo a la temporalidad, que la historia privilegia. Para él, la


diferencia esencial entre la historia y la etnología no pasa por el objeto ni por el objetivo.
Ambas tienen el mismo objeto, la vida social, y el mismo objetivo, una mejor comprensión del
hombre. Ellas se distinguen por la elección de “perspectivas complementarias”: la historia
trata de expresiones conscientes y la etnología trata “de las condiciones inconscientes de la
vida social”. La etnología es el estudio de la cultura o civilización: creencia, conocimientos,
artes, moral, derecho, costumbres, hábitos, para los cuales es difícil de obtener una
justificación racional. Los indígenas dirán que los hombres siempre fueron así, por orden de
Dios o enseñanza de sus ancestros. Cuando existe interpretación apenas son elaboraciones
secundarias, racionalizaciones. Las razones inconscientes de una costumbre permanecen
inconscientes. Los hombres no buscan una legislación racional para su acción. El pensamiento
colectivo escapa a la reflexión. Los fenómenos (p. 11) culturales tienen una naturaleza
inconsciente como el lenguaje. La estructura de la lengua sigue siendo desconocida para el que
la habla y ella impone al sujeto cuadros conceptuales que son tomados como categorías
objetivas.

El lingüista hace una “comparación real”. De las palabras, él extrae la realidad fonética
del “fonema”; de éste, la realidad lógica de elementos diferenciales. Y cuando él reconoce en
varios lugares la presencia de los mismos fonemas o el empleo de los mismos pares de
oposiciones, él no compara tipos individualmente distintos entre sí: es el mismo fonema, o el
mismo elemento, que salvaguarda la identidad profunda de objetos empíricamente diferentes.
No se trata de dos fenómenos semejantes, sino de uno único. La actividad inconsciente del
“espíritu” impone formas a un contenido y son las mismas formas para todos los espíritus,
antiguos y modernos, civilizados y primitivos. La estructura inconsciente es lo que explica las
mismas instituciones y costumbres en lugares/épocas diferentes.

Jean Piaget, procurando definir más sistemáticamente el concepto esquivo de


“estructura”, llegó a las siguientes características:

a) Es un “sistema”, una coherencia, que configura leyes que conservan el sistema,


enriqueciéndolo por el juego de sus transformaciones sin apelar a elementos
exteriores;
b) es una totalidad, los elementos constituyen un todo, sometidos a las leyes de
composición del sistema. Los elementos son relacionales;
c) ella se “transforma”: las leyes de composición son estructuradas y estructurantes. El
sistema sincrónico de la lengua no es inmóvil y repele o acepta innovaciones. Hay un
equilibrio diacrónico, una reorganización, una reestructuración. Las estructuras son
intemporales, lógico-matemáticas;
d) ella se “autorregula”: ellas son fechadas y las transformaciones no se producen fuera
de sus fronteras. Una subestructura puede incorporarse en una estructura mayor,
pero esto no anula sus leyes internas. Hay auto- regulación lógico- matemática.
e) Permite la “formalización”, que es un producto teórico y puede traducirse en
ecuaciones lógico-matemáticas o en un modelo cibernético (2). Pero, la estructura es

2
[NT] ciencia de la regulación
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independiente del modelo y pertenece al dominio particular de la investigación (3)


(Piaget, 1970)

Entonces ¿cuál es la vía para desentrañar esta estructura inconsciente? Por un lado,
Lévi-Strauss continúa valorizando la historia, porque para el análisis de las estructuras
sincrónicas es necesario recurrir a ella. La historia muestra la superficie de sucesión de
instituciones, de acontecimientos, permitiendo a la etnología percibir debajo de ellas la
estructura subyacente y el orden permanente. Este “esquema subyacente” se reduce a
algunas relaciones de correlaciones y oposiciones inconscientes. Factores históricos múltiples
como guerras, migraciones, presión demográfica, hacen desaparecer grupos y aldeas, pero la
organización social profunda y compleja permanece. A pesar de los eventos históricos,
aparentemente desestructurantes, la estructura inconsciente siempre se reestructura, se
reorganiza y se restablece. (p. 12) Pero, por otro lado, el estructuralismo de Lévi-Strauss es
sobre todo anti-histórico. Si la etnología estructural no es indiferente a los procesos históricos
y a las expresiones conscientes, ella los tiene en cuenta para eliminarlos. Su finalidad es
obtener, más allá de la imagen consciente y siempre diferente que los hombres se forman de
su futuro (devenir), un inventario de posibilidades inconscientes, que no existen en número
ilimitado y que expresan una arquitectura lógica de desarrollo histórico, que puede ser
imprevisto, pero no arbitrario. Para Lévi-Strauss, la frase de Marx “los hombres hacen la
historia, pero no saben que la hacen”, justifica primero la historia y, después, valoriza sobre
todo la etnología.

Lévi-Strauss cree en la perennidad de la naturaleza humana, que se revela en el orden


mental, intelectual. El intelecto humano es permanente y se impone sobre el cambio. Para él,
lo social no predomina sobre lo lógico-intelectual. Las estructuras lógicas de las normas y
costumbres neutralizan el cambio histórico. La búsqueda de inteligibilidad no llega a la
historia; parte de ella, para abolirla. El espíritu humano es siempre idéntico a sí mismo y
predomina sobre lo social y lo histórico. La historia no diferencia lo “salvaje” y lo “civilizado”,
pues tienen la misma estructura lógico-intelectual, lo que torna irrelevante su aparente
diferenciación histórica. Lévi-Strauss prefiere distinguir las sociedades “arcaicas” de las
“históricas” por la relación que mantienen con la temporalidad. Para él, lo que las separa no es
el hecho de ser unas “calientes” y otras “frías”, unas “primitivas” y otras “civilizadas”. Para él,
todas las sociedades son históricas. Sin embargo, algunas lo admiten francamente, en cambio
en otras la historicidad es rechazada e ignorada. Las sociedades mitológicas niegan la historia,
el ritual suprime el tiempo transcurrido. La historia se anula a sí misma. El tiempo es mejor
cuando es suprimido y no cuando es redescubierto. Los mitos fueron creados para el
enfrentamiento, para suprimir las sacudidas y los roces o fricciones de los hechos. El mito está
contra el cambio histórico. La mitología resiste el cambio histórico para reequilibrar el sistema
(Lévi- Strauss, 1971).

Para nosotros, Lévi-Strauss se dejó influenciar por su objeto de estudio, las


“sociedades arcaicas o primitivas” y absorbió su representación del tiempo y de la historia. Él
se opone al iluminismo europeo, a la utopía socialista moderna, al sueño revolucionario de su
época, recurriendo a la representación del tiempo y de la historia de los indígenas bororó. Para

3
[NT] Piaget menciona que una vez descubierta la estructura, ésta debe poder dar lugar a una
formalización y que esta formalización es obra del teórico, en tanto la estructura es independiente de él.
Esta formalización puede traducirse en ecuaciones lógico-matemáticas o pasar por el intermediario de
un modelo cibernético (p.7). “Existen, pues, diferentes grados posibles de formalización que dependen
de las decisiones del teórico, mientras que el modo de existencia de la estructura que éste descubre
debe precisarse en cada terreno particular de investigaciones”, (p. 7) Jean Piaget, El estructuralismo,
Madrid, Ed Hyspamérica, S/F, Ed orig 1968.
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él, el objetivo de las ciencias humanas no es concebir al hombre o elevarlo para la constitución
final de una sociedad moral, sino “disolverlo”. El análisis etnográfico no desea la producción
del cambio, sino quiere obtener (descubrir) invariantes que revelen el orden subyacente a la
diversidad empírica de las sociedades humanas. La etnología quiere reintegrar la cultura a la
naturaleza, la vida a sus condiciones físico-químicas. Para él, “disolver” no significa destruir las
partes del cuerpo sometido a la acción de otro cuerpo. La disolución de un sólido en un líquido
apenas modifica la estructura de sus moléculas. La idea de la humanidad integrada a la
naturaleza para la etnología está en contra del proyecto cristiano-iluminista, que veía a la
historia como el camino o vía auténtica para la emancipación de la humanidad. Lévi- Strauss
quiere entender la vida como una función de la materia inerte. (p. 13) Para él, la explicación
científica no consiste en pasar de la complejidad a la simplicidad, sino la sustitución de una
complejidad menos inteligible por otra más inteligible (Lévi- Strauss, 1962).

Conclusión: para él, la complejidad más inteligible es la historia por debajo del dominio
(disuelto) de las estructuras permanentes de la naturaleza. La historia como diacronía y
cambio es incognoscible, pues es apenas la superficie de las estructuras naturales profundas.
Para nosotros, Lévi-Strauss, en cierta medida, fue víctima de su “método empático”, de su
“observación participante”. Él se dejó seducir y dominar por la representación del tiempo y de
la historia de los indígenas que estudiaba. Y con este exceso de “empatía” y “participación”, él,
el sujeto de la investigación, perdió el control y se dejó “disolver” en su objeto-sujeto de
análisis. Él partió desde una representación europea de la aldea y salió “convertido” por el
“buen salvaje brasilero”, para quién el cambio histórico es motivo de miedo y angustia y cuya
utopía es integrarse más radicalmente al orden natural. Para el indígena, el orden natural es el
orden verdaderamente sagrado y Lévi- Strauss, tal vez, había reconocido en su representación
del tiempo y de la historia la promesa de una emancipación de la humanidad más profunda y
serena, menos dramática y sangrienta, que la prometida por el proyecto revolucionario
europeo. Él adhirió al modelo de “representación fría” de la historia al abolir la temporalidad.
¿Conseguiría Lévi-Strauss transformarse en un “indígena brasilero”?. Al final, Rousseau
también fue seducido por el ideal del “buen salvaje” y Brasil se consolida como exportador de
matriz cultural para la civilización europea!.

Finalmente, en Lévi- Strauss, la etnología se opone radicalmente a la historia en tres


aspectos: institucionalmente, porque disputa la preeminencia entre las ciencias sociales, para
controlar las instituciones de enseñanza (de educación) e investigación; epistemológicamente,
porque se opone a la historia progresiva, evolutiva, teleológica, que considera ideológica y no
científica, y propone la búsqueda de un orden subyacente, inmóvil, permanente, que permite
un análisis matemático, científico; políticamente, porque se opone al proyecto utópico-
revolucionario de la modernidad, que explica la historia a través de la producción de eventos
dramáticos, y propone una ralentización (desaceleración) conservadora de la historia con su
disolución en el orden natural-sagrado.

La réplica de los historiadores: Braudel y la defensa de la “Historia Estructural”

La respuesta de los historiadores a Lévi- Strauss fue dada por Fernand Braudel en su
artículo “La larga duración”, publicado en la Revista Annales ESC, en 1958, y republicado
posteriormente en la selección Escritos sobre la Historia. Éste es uno de los capítulos más
importantes en la historia de la historiografía contemporánea, que ningún historiador puede
desconocer. En la primera mitad del siglo XX, los Annales defendieron la historia contra los
ataques de los sociólogos durkheimianos y de los filósofos y antropólogos estructuralistas. Fue
una época de “combates y apología de la historia”, bajo el liderazgo de Lucien Febvre y Marc (p
14) Bloch. Una estrategia frecuentemente usada por los Annales es transformar a sus fuertes
adversarios en aliados, como hicieron con Durkheim y Simiand, que serían al mismo tiempo
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combatidos y recibidos y apropiados. Braudel usará esa misma estrategia con Lévi- Strauss al
explorar sus ambigüedades en relación con la historia y hacer su defensa como historiador.
Como vimos, el propio Lévi-Strauss ya dudaba de su desapego de la historia cuando sostenía
en distintos momentos que “la historia y la etnología debían trabajar juntas”, “que el
conocimiento de la estructura no significaba renunciar a conocer su evolución”, “que el análisis
estructural y la investigación histórica hacen una buena pareja”. Los Annales y Braudel
argumentarán a favor de la historia en esa dirección: es preciso evitar el dualismo entre
acontecimiento y estructura. La historia es el conocimiento de la “dialéctica de la duración” y
en su articulación de duraciones el acontecimiento no se opone a la estructura (Braudel,
1969).

Al mismo tiempo que combate su estructuralismo antihistórico, Braudel procura


reconocer la importancia de la evaluación hecha por Lévi- Strauss de la historiografía. Pero,
para él, Lévi-Strauss al poner la atención en la dimensión estructural de la vida de los hombres,
no estaba produciendo ninguna novedad, pues los Annales ya articulaban acontecimiento y
estructura desde los años ´20 en obras monumentales como El problema de la incredulidad en
el siglo XVI, la religión de Rabelais, de Febvre, y Los reyes taumaturgos, de Bloch. Por lo tanto,
en rigor, no iba a aprender mucho de Lévi- Strauss, pues ya practicaba una “historia
estructural” consistente y fecunda hacía mucho tiempo, bajo la influencia de Saussure,
Durkheim y Vidal de la Blache. Al contrario, Lévi- Strauss, sí tendría mucho que aprender con
los historiadores de Annales, pues se equivocaba al desvalorizar la dimensión temporal, que
los historiadores siempre privilegiaron. Además, todos los cientistas sociales deberían leer a
los historiadores de los Annales para comprender la importancia central de la dimensión
temporal en la vida social. Para Braudel, los cientistas sociales en general, y no solamente Lévi-
Strauss, se equivocaron al despreciar la investigación del pasado, al intentar escapar de la
duración, de la explicación histórica. Ellos erraron cuando consideraron a la explicación
histórica como “empobrecida, simplificada, reconstruída, fantasmagórica”. Para Braudel, los
cientistas sociales evadieron el tiempo histórico por dos caminos opuestos: el acontecimental,
que dialoga con la sociología de Georges Gurvitch, que valoriza en exceso los estudios sociales,
haciendo una sociología empirista, limitada al tiempo corto del presente, a la encuesta viva,
sirviendo a los gobiernos actuales; el estructuralista, que suprime la diacronía, la sucesión de
acontecimientos, el cambio. Lévi- Strauss traspasa el tiempo vivido imaginando una
formulación matemática de estructuras casi intemporales. Su objetivo es trascender la
superficie de observación para alcanzar la zona de los elementos inconscientes para analizar
las relaciones, esperando percibir las leyes de la estructura simple y general.

Braudel opone acontecimiento y estructura y los que se detienen en el acontecimiento


o en la estructura son el sociólogo o el antropólogo, respectivamente. El historiador no comete
este (p. 15 ) error de análisis. Él los articula en una “dialéctica de la duración”. Por eso, para él,
es importante afirmar con fuerza la importancia y la utilidad de la historia, que trata de las
duraciones sociales, de los tiempos múltiples y contradictorios de la vida de los hombres. El
historiador se interesa por lo que es más importante en la vida social: la oposición viva, íntima,
repetida, entre el instante y el tiempo lento realentizado. La historia de los Annales, al no
restringirse al tiempo del acontecimiento, corto, individual, acontecimental, no produce más la
narrativa dramática y precipitada de la historia tradicional. Los Annales no narran la secuencia
de acontecimientos que solo consideran ruidosos, explosivos, humo que eclipsa la conciencia
de los contemporáneos, porque no duran. El historiador de los Annales ya sabía que el tiempo
corto es la más caprichosa e ilusoria de las duraciones y había impulsado a la historia
tradicional a ser también caprichosa e engañadora. Pero la historia de los Annales no se dejó
engañar por el concepto de “estructura social” y no aceptó la inmovilidad, la perennidad, la
intemporalidad atribuída a la vida social. En la historia no puede haber sincronía perfecta. Una
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detención instantánea, que suspenda todas las duraciones o es un absurdo o es muy abstracto.
En historia, para Braudel, no hay “estructura”, sino “larga duración”.

La “larga duración” no es una inmovilidad sin cambio, no es ausencia de duración. Es


una “duración larga”, es decir, un cambio lento, un tiempo que tarda mucho en pasar. Cuando
entró la perspectiva de “larga duración” en el trabajo del historiador, lo transformó. La historia
cambió de estilo, de actitud, pasó a tener una nueva concepción de lo social. La “estructura
histórica” o “larga duración” es una arquitectura, una realidad que el tiempo desgasta
lentamente. La “larga duración” es soporte y obstáculo. Como obstáculo, ella se refiere a los
límites que el hombre no puede traspasar: marcos geográficos, realidades biológicas, límites
de productividad, cuadros mentales. Son “prisiones de larga duración”. Como soportes, ellas
constituyen la base que sostiene todo emprendimiento humano, que explica la historia. El
historiador, por lo tanto, hace mucho que no comete el error generado por los cientistas
sociales: no opone acontecimiento y estructura. Él articula duraciones cortas, medias y largas.
La historia de los Annales es más económico-social-mental que política y hace otro corte del
tiempo social, otra periodización, articulando el tiempo corto con los ciclos, interciclos, de 10 a
60 años, con tiempos más largos de 100 a 1000 años. Por disponer de una temporalidad
nueva, el historiador de Annales podía recurrir a métodos cuantitativos, a los modelos, a las
matemáticas sociales, a la informática.

El historiador de Annales admite que hay un inconsciente social, un pensamiento


colectivo descuidado, que aparece en fuentes masivas, seriales. Él ya utiliza desde los años
20/30 modelos simples o complejos, cualitativos y cuantitativos, estáticos y dinámicos,
mecánicos y estadísticos en su análisis de esas semi-inmovilidades profundas. Pero esta
aceptación del tiempo largo y el uso de modelos no impedirán el abordaje del cambio. Los
modelos se enfrentan con la duración y sirven para dar cuenta de la realidad que ellos
registran. Las estructuras no son eternas, no hay hombre eterno. Los modelos son como (p.16)
navíos que flotan por algún tiempo y después naufragan. El historiador se interesa sobre todo
por el momento del naufragio, cuando el modelo encuentra su límite de validez. Lévi- Strauss
trata fenómenos de muy larga duración: mitos, prohibición del incesto, como si las
matemáticas cualitativas pudiesen revelar el secreto de un hombre eterno. Pero, para Braudel,
las matemáticas cualitativas pueden ser muy eficientes para las sociedades más estables
estudiadas por el antropólogo, pero tendrán su prueba de fuego cuando tratarán las
sociedades modernas, “calientes”, con sus problemas acumulados, con las velocidades
diferentes de su vida. Las matemáticas sociales deben reencontrar el juego múltiple de la vida,
todos sus movimientos, duraciones, rupturas, variaciones y solo el historiador podrá realmente
probarlas.

Finalmente, el historiador no abandona el acontecimiento ni la estructura y no


simplifica su análisis de la vida social. Él no sale nunca del tiempo de la historia que está
articulado a su reflexión como la tierra a la pala del jardinero. Él hasta desearía evadirse de la
temporalidad, como Lévi-Strauss. Braudel mismo, durante el cautiverio nazi, quiso escapar a
aquellos acontecimientos difíciles de los años ’40. Él quiso recusar el tiempo de los
acontecimientos, para mirarlos de lejos, evaluarlos mejor sin confiar mucho en ellos. Cuando
los historiadores de los Annales hacen la “dialéctica de la duración”, ellos pasan del tiempo
corto al tiempo largo y regresan al tiempo corto reconstruyendo el camino ya hecho. Pero,
esta operación es “temporalizante” y no lanza fuera el tiempo histórico, que Braudel describe
como “imperioso, irreversible, concreto, universal”. El tiempo histórico es exterior a los
hombres, exógeno, y los empuja, obliga, oprime. Lévi-Strauss únicamente podría escapar al
tiempo de la historia si emigrase a una aldea indígena. Pero, allí también el tiempo de la “gran
historia” llegó de forma arrasadora y no fue posible reestablecer, reequilibrar o reestructurar
casi nada! En relación a los indígenas americanos y de todo el mundo, la historia venció a la
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etnología. Las “sociedades frías” se evaporaron bajo el calor abrasador, íntimo, del tiempo
histórico.

Para Burguière, “un poco de estructuralismo suprime la historia; mucho


estructuralismo exige el retorno a la historia”. El historiador utiliza los métodos estructuralistas
no para escapar del ruido y del furor de la inestabilidad de la realidad histórica, sino para
observar mejor las transformaciones y mantenerse más cerca de su tarea: el análisis del
cambio. En su artículo de 1958, Braudel convocó a las ciencias sociales al trabajo
interdisciplinario, en equipos, para apuntar al ideal posible de una “visión global” de la vida
social. Para los Annales, la historia solo volvería a tener la fuerza que tuvo antes del siglo XX si
reanudase el diálogo y el trabajo en conjunto con sus hermanas gemelas y siamesas.Es mejor
que se alíen, pues el conflicto acerca de cuál de ellas sería la mejor heredera de Heródoto solo
podría llevarlas al fracaso en la obtención de conocimiento fructífero y dinámico de la vida de
los hombres en sociedad. La historia de los Annales es interdisciplinar: etno-historia o historia
antropológica, historia social, historia demográfica, geohistoria, historia económica, historia
inmediata (aliada con el periodismo/prensa), psico-historia, etc. (Burguière, 1971). (p. 17)

Braudel defiende la mejora de las relaciones entre los cientistas sociales entre sí y con
la historia y la filosofía. Las interfaces son innumerables, las investigaciones comunes deben
ser emprendidas a través del diálogo, del “intercambio de servicios”, de la comunicación
confrontativa/respetuosa, del préstamo y la apropiación/resignificación recíprocas de
bibliografía, técnicas, temas y problemas. Nuestros paradigmas son los mismos: los filósofos
Kant, Hegel, Nietzsche, los sociólogos Marx, Weber, Durkheim, los antropólogos Mauss, Franz-
Boas y Lévi- Strauss, los historiadores Ranke, Bloch y Braudel, sin mencionar los genios
médicos, psicólogos y literatos. ¿O el mejor camino para las ciencias humanas sería continuar
luchando entre sí por fondos, lugares institucionales y reconocimiento “científico” con el
cuchillo entre los dientes?

Bibliografía

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BRAUDEL, Fernand. “La Longue Durée”. In Écrits sur l’Histoire. Paris: Flammarion, 1969.
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