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POEMAS DE ÁLVARO DE CAMPOS, HETERÓNIMO DE FERNANDO PESSOA.

LISBON REVISITED (1923)


No: No quiero nada.

Ya dije que no quiero nada.

¡No me vengan con conclusiones!

La única conclusión es morir.

¡No me traigan estéticas!

¡No me hablen de moral!

¡Sáquenme de aquí la metafísica!

¡No me pregonen sistemas completos, no me enumeren conquistas

De las ciencias (¡de las ciencias, Dos mio, de las ciencias!) —

De las ciencias, de las artes, de la civilización moderna!

¿Qué mal le hice a todos los dioses?

¡Si tienen la verdad, guárdensela!

Soy un técnico, pero tengo técnica sólo dentro de la técnica.

Fuera de eso soy loco, con todo el derecho a serlo.

¿Con todo el derecho a serlo, oyeron?

¡No me fastidien, por amor de Dios!

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¿Me querían casado, fútil, cotidiano y tributable?

¿Me querían lo contrario de esto, o lo contrario de cualquier cosa?

Si yo fuese otra persona, les haría, a todos, el gusto.

Así, como soy, ¡tengan paciencia!

¡Váyanse al diablo sin mí,

O déjenme ir solo al diablo!

¿Para qué tenemos que ir juntos?

¡No me tomen del brazo!

No me gusta que me tomen del brazo. Quiero ser solo.

¡Ya dije que soy solo!

Ah, qué fastidio que quieran que yo sea de la compañía!

¡Oh cielo azul —el mismo de mi infancia —

Eterna verdad vacía y perfecta!

¡Oh apacible Tajo ancestral y mudo,

Pequeña verdad donde el cielo se refleja!

¡Oh dolor revisitado, Lisboa de otrora de hoy!

Nada me dan, nada me sacan, nada son que yo me sienta.

¡Déjenme en paz! No tardo, que yo nunca tardo...

¡Y mientras tarda el Abismo y el Silencio quiero estar solo!

LISBON REVISITED (1923)


Não: Não quero nada.

Já disse que não quero nada.

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Não me venham com conclusões!

A única conclusão é morrer.

Não me tragam estéticas!

Não me fallem em moral!

Tirem-me daqui a metafísica!

Não me apregoem sistemas completos, não me enfileirem conquistas

Das ciências (das ciências, Deus meu, das ciências!) —

Das ciências, das artes, da civilização moderna!(*)

Que mal fiz eu aos deuses todos?

Se têm a verdade, guardem-na!

Sou um técnico, mas tenho técnica só dentro da técnica.

Fora disso sou doido, com todo o direito a sê-lo.

Com todo o direito a sê-lo, ouviram?

Não me macem, por amor de Deus!

Queriam-me casado, fútil, quotidiano e tributável?

Queriam-me o contrário disto, o contrário de qualquer coisa?

Se eu fosse outra pessoa, fazia-lhes, a todos, a vontade.

Assim, como sou, tenham paciência!

Vão para o diabo sem mim,

Ou deixem-me ir sozinho para o diabo!

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Para que havemos de ir juntos?

Não me peguem no braço!

Não gosto que me peguem no braço. Quero ser sozinho.

Já disse que sou sozinho!

Ah, que maçada quererem que eu seja da companhia!

Ó céu azul —o mesmo da minha infância —

Eterna verdade vazia e perfeita!

Ó macio Tejo ancestral e mudo,

Pequena verdade onde o céu se reflete!

Ó mágoa revisitada, Lisboa de outrora de hoje!

Nada me dais, nada me tirais, nada sois que eu me sinta.

Deixem-me em paz! Não tardo, que eu nunca tardo...

E enquanto tarda o Abismo e o Silêncio quero estar sozinho!

ANIVERSARIO
En el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños,

yo era feliz y nadie había muerto.

En la casa antigua, incluso mi cumpleaños era una tradición de siglos,

y la alegría de todos, y la mía, estaba asegurada con una religión cualquiera.

En el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños,

tenía yo la gran salud de no entender cosa alguna,

de ser inteligente en medio de la familia,

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y de no tener las esperanzas que los demás tenían por mí.

Cuando llegué a tener esperanzas ya no supe tener esperanzas.

Cuando llegué a mirar la vida, perdí el sentido de la vida.

Sí, lo que supuse que fui para mí,

lo que fui de corazón y parentesco,

lo que fui de atardeceres de media provincia,

lo que fui de que me amaran y ser yo el niño.

Lo que fui —¡Ay, Dios mío!—, lo que sólo hoy sé que fui…

¡Cuán lejos!...

(Ni lo encuentro…)

¡El tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños!

Lo que hoy soy es como la humedad en el corredor al final de la casa,

que mancha las paredes…

lo que hoy soy (y la casa de quienes me amaron tiembla a través de mis


lágrimas),

lo que soy hoy es que hayan vendido la casa.

Es que hayan muerto todos,

es que haya sobrevivido yo a mí mismo como un fósforo frío…

En el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños…

¡Qué amor mío, como una persona, ese tiempo!

Deseo físico del alma de encontrarse allí otra vez,

por un viaje metafísico y carnal,

con una dualidad de mí para mí…

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¡Comer el pasado como a pan con hambre, sin tiempo para mantequilla en los
dientes!

Veo todo de nuevo con una nitidez que me ciega para cuanto hay aquí…

La mesa dispuesta con más lugares, con mejores dibujos en la loza, con más
copas,

el aparador con muchas cosas —dulces, frutas, el resto en la sombra bajo lo


elevado—,

las tías viejas, los primos diferentes, y todo por causa mía,

en el tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños…

¡Detente, corazón mío!

¡No pienses! ¡Deja al pensar en la cabeza!

¡Oh Dios mío, mi Dios, Dios mío!

Ya hoy no cumplo años.

Perduro.

Se me suman días.

Seré viejo cuando lo sea.

Y nada más.

¡Rabia de no haberme traído el pasado robado en la mochila!...

¡El tiempo en que festejaban el día de mi cumpleaños!

POEMA EN LÍNEA RECTA


Nunca conocí a nadie a quien le hubiesen roto la cara.

Todos mis conocidos fueron campeones en todo.

Y yo, que fui ordinario, inmundo, vil,

un parásito descarado,

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un tipo imperdonablemente sucio

al que tantas veces le faltó paciencia para bañarse;

yo que fui ridículo, absurdo,

que me llevé por delante las alfombras de las formalidades,

que fui grotesco, mezquino, sumiso y arrogante,

que recibí insultos sin abrir la boca

y que fui todavía más ridículo cuando la abrí;

yo que resulté cómico a las mucamas de hotel,

yo que sentí los guiños de los changadores,

yo que estafé, que pedí prestado y no devolví nunca,

yo que aparté el cuerpo cuando hubo que enfrentarse a puñetazos.

Yo que sufrí la angustia de las pequeñas cosas ridículas,

me doy cuenta que no hay en este mundo otro como yo.

La gente que conozco y con la que hablo

nunca cayó en ridículo, nunca fue insultada,

nunca fue sino príncipe – todos ellos príncipes – en la vida…

¡Ah, quien pudiera oír una voz humana

confesando no un pecado sino una infamia;

contando no una violencia sino una cobardía!

Pero no, son todos la Maravilla si los escucho.

¿Es que no hay nadie en este ancho mundo capaz de confesar que una vez fue
vil?

¡Oh príncipes, mis hermanos!

¡Basta, estoy harto de semidioses!

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¿Dónde está la gente de este mundo?

¿Así que en esta tierra sólo yo soy vil y me equivoco?

Admitirán que las mujeres no los amaron,

aceptarán que fueron traicionados – ¡pero ridículos nunca!

Y yo que fui ridículo sin haber sido traicionado,

¿cómo puedo dirigirme a mis superiores sin titubear?

Yo que he sido vil, literalmente vil,

vil en el sentido mezquino e infame de la vileza.

TABAQUERÍA
No soy nada.

Nunca seré nada.

No puedo querer ser nada.

A parte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo.

Ventanas de mi cuarto,

del cuarto de uno de los millones en el mundo que nadie sabe quién es

(y de saberse, ¿qué sabrían?),

dais al misterio de una calle cruzada constantemente por gente,

a una calle inaccesible a todos los pensamientos,

real, imposiblemente real, cierta, desconocidamente cierta,

con el misterio de las cosas bajo las piedras y los seres,

con la muerte manchando de humedad las paredes y blanqueando

[los cabellos a los hombres,

con el Destino que guía el carro de todo por el camino de nada.

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Estoy hoy vencido, como si supiese la verdad.

Estoy hoy lúcido, como si estuviese a punto de morir,

y no tuviese más hermandad con las cosas

que la de una despedida, tornándose esta casa y este lado de la calle

en el convoy de un tren, y el silbido de su partida

desde dentro de mi cabeza,

sacudidos mis nervios y chirriantes mis huesos al arrancar.

Hoy estoy perplejo, como quien pensó y halló y olvidó.

Hoy estoy dividido entre la lealtad que debo

a la Tabaquería del otro lado de la calle, como cosa real por fuera,

y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.

Fracasé en todo.

Como no hice ningún propósito, tal vez todo fuese nada.

Con el aprendizaje que me dieron,

me descolgué por la ventana trasera de la casa.

Fui al campo con grandes propósitos.

pero allí sólo encontré yerbas y árboles,

y si había gente era igual a la otra.

Abandono la ventana, me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?

¿Qué sé yo lo que seré, yo, que no sé lo que soy?

¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tanta cosa!

¡Y hay tantos que piensan ser la misma cosa que no podrán serla tantos!

¿Genio? En este momento

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cien mil cerebros se conciben en sueños genios como yo,

y la historia no señalará, ¿quién sabe? ni a uno,

ni quedará sino estiércol de tantas conquistas futuras.

No, no creo en mí.

¡En todos los manicomios hay tantos locos descerebrados con tantas certezas!

Yo, que no tengo ninguna certeza, ¿soy más cierto o menos cierto?

No, ni en mí...

¿En cuántas buhardillas y no buhardillas del mundo

no están en esta hora genios-para-sí-mismos soñando?

¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas

—sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas—,

y quién sabe si realizables,

nunca verán la luz del sol real ni llegarán a oídos de nadie?

El mundo es de quien nace para conquistarlo

y no para quien sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón.

He soñado más que cuanto Napoleón hizo.

He abrazado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo.

Hice filosofías en secreto que ningún Kant escribió.

Pero soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla,

aunque no viva en ella;

seré siempre el que no nació para eso;

seré siempre tan sólo el que tenía cualidades;

seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta al pie de una

[pared sin puerta

y cantó la cantiga del Infinito en un gallinero,

y escuchó la voz de Dios en un pozo cerrado.

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¿Creer en mí? No, ni en nada.

Derrámeme la Naturaleza sobre la cabeza ardiente

su sol, su lluvia, el viento que me despeina el cabello,

y lo demás que venga si viene o tuviera que venir, o no venga.

Esclavos cardíacos de las estrellas,

conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la cama;

pero nos despertamos y él es opaco,

nos levantamos y él es ajeno,

salimos de la casa y él es la tierra entera,

más el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido.

(Come chocolatinas, pequeña;

¡Come chocolatinas!

Mira que no hay más metafísica en el mundo que la de las chocolatinas.

Mira que todas las religiones no enseñan más que la confitería.

¡Come, pequeña sucia, come!

¡Si pudiese yo comer chocolatinas con la misma verdad con que tú las comes!

Mas yo pienso y, al quitarles el papel de plata, que es de hoja de estaño,

arrojo todo al suelo, como arrojé la vida.)

Pero al menos queda de la amargura de lo que nunca seré

la caligrafía rápida de estos versos,

pórtico quebrado hacia lo Imposible.

Mas al menos dedico a mí mismo un desprecio sin lágrimas,

noble al menos por el gesto de largueza con que arrojo

la ropa sucia que soy, sin motivo, para el discurrir de las cosas,

y me quedo en casa sin camisa.

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(Tú que consuelas, que no existes y por eso consuelas,

o diosa griega, concebida como estatua con vida,

o patricia romana, de improbable nobleza y nefasta,

o princesa de trovadores, gentilísima y colorida,

o marquesa del siglo dieciocho, escotada y distante,

o cocotte célebre del tiempo de nuestros padres,

o no sé qué moderno —no concibo bien qué—,

todo eso, sea lo que sea, que seas, si puede inspirar ¡qué inspire!

Mi corazón es un balde vacío.

Como invocan espíritus los que invocan espíritus me invoco

a mí mismo y nada encuentro.

Me acerco a la ventana y veo la calle con una nitidez absoluta.

Veo las tiendas, veo las aceras, veo los coches que pasan

veo los entes vivos vestidos que se cruzan,

veo los perros que también existen,

y todo esto me pesa como una condena al destierro,

Y todo esto me es ajeno, como todo.)

Viví, estudié, amé y hasta creí,

y hoy no hay mendigo al que no envidie sólo por no ser yo.

A cada uno miro los andrajos y las llagas y la mentira,

y pienso: tal vez nunca vivieses ni estudiases ni amases ni creyeses

(porque es posible hacer la realidad de todo eso sin hacer nada de eso);

tal vez hayas existido apenas, como una lagartija a quien cortan el rabo

y es sólo un rabo retorciéndose más acá de la lagartija.

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Hice de mí lo que no supe,

y lo que pude hacer de mí no lo hice.

El disfraz que vestí era equivocado.

Me tomaron enseguida por quien no era, y no lo desmentí, y me perdí.

Cuando quise arrancarme la máscara,

estaba pegada a la cara.

Cuando la arrojé y me vi en el espejo, ya había envejecido.

Estaba borracho, y no sabía vestir el disfraz que no me había quitado.

Arrojé la mascara y dormí en el vestuario

como un perro tolerado por la gerencia

por ser inofensivo

Y voy a escribir esta historia para probar que soy sublime.

Esencia musical de mis versos inútiles,

quién pudiera encontrarte como cosa que yo hice,

y no quedarme siempre enfrente de la Tabaquería de enfrente,

pisoteando la conciencia de estar existiendo,

como una alfombra en la que un borracho tropieza

o el capacho que los gitanos robaron y no valía nada.

Pero el Dueño de la Tabaquería llegó a la puerta y se quedó en la puerta.

Lo miro con la incomodidad de la cabeza vuelta

y con la incomodidad del alma que mal entiende.

Él morirá y yo moriré.

Él dejará el letrero, yo dejaré versos.

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Un día morirá el letrero también y mis versos también.

Después morirá la calle donde estuvo el letrero,

y la lengua en que fueron escritos los versos.

Morirá después el planeta girante en que todo esto sucedió.

En otros satélites de otros sistemas cualquier cosa como gente

continuará haciendo cosas como versos y viviendo debajo

[de cosas como letreros.

Siempre una cosa frente a la otra,

siempre una cosa tan inútil como la otra,

siempre lo imposible tan estúpido como lo real,

siempre el misterio del fondo tan cierto como el sueño del misterio

[de la superficie,

siempre esto o siempre otra cosa o ni una cosa ni otra.

Pero un hombre entró en la Tabaquería (¿para comprar tabaco?),

y la realidad plausible cae de repente sobre mí.

Me incorporo a medias enérgico, convencido, humano,

y voy a intentar escribir estos versos en los que digo lo contrario.

Enciendo un cigarro al pensar en escribirlos

y saboreo en el cigarro la liberación de todos los pensamientos.

Sigo el humo como una ruta propia,

y gozo, en un momento sensitivo y adecuado,

la liberación de todas las especulaciones

y la conciencia de que la metafísica es una consecuencia de estar

[mal dispuesto.

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Después me reclino en la silla

y sigo fumando.

Hasta que el Destino me lo permita continuaré fumando

(Si me casase con la hija de mi lavandera

tal vez fuese feliz.)

Visto esto, me levanto de la silla. Me acerco a la ventana.

El hombre salió de la Tabaquería (¿guarda el cambio en el bolsillo del

[pantalón?).

Ah, lo conozco: es el Esteves sin metafísica.

(El Dueño de la Tabaquería asoma a la puerta.)

Como por instinto divino, el Esteves se volvió y me vio.

Hizo una señal de adiós, le grité ¡Adiós, Esteves!, y el universo

se reconstruye en mí sin ideal ni esperanza, y el Dueño de la Tabaquería sonríe.

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