Escolar Documentos
Profissional Documentos
Cultura Documentos
Cuerpo e Identidad PDF
Cuerpo e Identidad PDF
i
ii
iii
iv
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN ................................................................................................................................... XI
PARTE I .................................................................................................................................................... 15
CAPÍTULO I ............................................................................................................................................. 17
I IDENTIDAD Y DESARROLLO PSICOSEXUAL ...................................................................................... 17
I.1 Freud: el desarrollo psicosexual .......................................................................................... 17
I.2 Margaret Mahler: el proceso de separación-individuación ................................................. 22
CAPÍTULO II ........................................................................................................................................... 29
II IDENTIFICACIÓN E IDENTIDAD ............................................................................................................ 29
II.1 Melanie Klein: los conceptos de posición e identificación proyectiva ............................... 29
II.2 Grinberg: la sistematización de los procesos de identificación ........................................... 38
II.3 Coimbra de Matos ............................................................................................................... 40
CAPÍTULO III.......................................................................................................................................... 43
III ADOLESCENCIA, TRANSFORMACIONES CORPORALES E IDENTIDAD SEXUADA .................... 43
III.1 Freud y el monismo fálico .................................................................................................. 44
III.2 Erikson: el ciclo vital .......................................................................................................... 47
III.3 Las transformaciones corporales y psicológicas de la pubertad y adolescencia ................. 53
III.4 La identidad sexuada ........................................................................................................... 57
CAPÍTULO IV .......................................................................................................................................... 59
IV CUERPO E IDENTIDAD............................................................................................................................. 59
IV.1 Merleau-Ponty: el cuerpo como vehículo del ser en el mundo ........................................... 60
IV.2 Los conceptos de esquema corporal e imagen corporal ...................................................... 64
IV.3 Las nociones de “Yo-piel” y de “segunda piel” .................................................................. 67
IV.4 La noción de self ................................................................................................................. 70
CAPÍTULO V ........................................................................................................................................... 75
V CUERPO, GÉNERO E IDENTIDAD........................................................................................................... 75
V.1 Del monismo fálico a la diferencia sexual .......................................................................... 76
V.2 Cuerpo y género .................................................................................................................. 79
V.3 La construcción social del género ....................................................................................... 84
v
V.4 Las medidas de masculinidad, feminidad y androginia ...................................................... 88
PARTE II .................................................................................................................................................. 95
CAPÍTULO VI .......................................................................................................................................... 97
VI ESTADO DE LA CUESTIÓN ...................................................................................................................... 97
ABSTRACT............................................................................................................................................. 185
vii
Anexo 4 ................................................................................................................................................... 229
viii
ix
x
Introducción
La motivación para este trabajo viene de lejos y, por ello, ha sufrido grandes
modificaciones a lo largo del tiempo. Lo mismo ha sucedido con la propia
investigación.
Nuestra formación en Medicina, a pesar de haber sido adquirida en una escuela
con un fuerte componente humanista, no consiguió proporcionarnos un marco que
excluyese, definitivamente, la clásica visión organicista de la “Medicina de órganos y
de sistemas”. En la residencia en Psiquiatría que le siguió, se nos fue mostrando la
globalidad del ser humano, la visión de la totalidad a partir de las partes, al mismo
tiempo que se fomentaba el análisis de las más diversas situaciones y patologías a partir
de ese punto de vista.
Durante la residencia empezamos un trabajo con pacientes mastectomizadas
(que evaluábamos en el preoperatorio y a las cuales realizábamos un seguimiento
después de la cirugía) y con parejas que sufrían de infertilidad.
El impacto psicológico de las diferentes cirugías mamarias y, todavía más, su
impacto en la vivencia corporal de la feminidad de las pacientes fue algo que
constatamos en la práctica clínica y que, hasta cierto punto, era corroborado por la
bibliografía que consultamos, aunque no explicitado de forma completamente
satisfactoria.
La cuestión de “ser mujer” era, también, una angustia frecuente en las pacientes
portadoras de las más diversas causas de infertilidad.
A partir de estas constataciones, y sobre la base de una extensa investigación
bibliográfica, la cuestión del cuerpo en la construcción de la identidad femenina fue la
temática elegida para proceder a un trabajo de investigación más profundo. Vicisitudes
diversas impidieron que ese mismo trabajo, en su formato original, pudiese ser
materializado. Pero la cuestión del cuerpo y de la identidad, de la unidad
somatopsíquica intrínseca al ser humano, siguió siendo un tema de estudio constante.
Nuestra formación psicoanalítica, creemos, contribuyó fuertemente a una mejor
comprensión del tema, así como a la sucesiva profundización en el mismo. El trabajo,
iniciado con el Grupo de Investigación sobre Constructivismo y Procesos Discursivos
(liderado por el Doctor Lluís Botella), con un ya amplio y rico historial de investigación
xi
en el campo de la identidad, nos pareció que permitiría un enriquecimiento mutuo, en el
establecimiento de un saludable diálogo entre dos perspectivas teóricas diferentes.
Nació, de esta manera, la presente investigación. En ella empezamos haciendo
una revisión de las teorías de los autores psicoanalíticos más conocidos y divulgados
(Freud, Mahler, Klein y Erikson) en lo concerniente al cuerpo y a la identidad. También
ofrecemos contribuciones de autores más recientes (unos que profundizan en las teorías
previamente elaboradas y otros que las critican y proponen alternativas).
Y, obviamente, en un trabajo que aborda la relación entre cuerpo e identidad, no
podríamos dejar de llegar a las cuestiones del cuerpo sexuado y, consecuentemente, del
género.
El trabajo empírico llevado a cabo aborda, necesariamente, una pequeña parcela
de toda esta problemática. Se centra en la cuestión de la estima del cuerpo propio y de
la relación de esta con la identidad de roles de género (estereotipados) y con la
sintomatología psicopatológica presentada. Para ello, hemos utilizado dos cuestionarios
ya internacionalmente validados pero que, hasta la fecha, no habían sido usados en
Portugal (el “Personal Attributes Questionnaire” y la “Body Esteem Scale”), además
del “Symptom Distress Check-List” (SCL-90-R).
Los resultados obtenidos, a veces bastante diferentes de los conseguidos en
trabajos anteriores, plantean nuevas cuestiones que nos estimulan para futuras
investigaciones.
xii
xiii
xiv
PARTE I
Marco conceptual y empírico
15
16
CAPÍTULO I
17
Las fases pregenitales (debido a que anteceden a la reunificación de las diferentes
pulsiones parciales bajo la primacía de la zona genital) son la fase oral, la fase anal y la
fase uretral o fálica.
La fase oral, que abarca el primer año de vida del bebé, se caracteriza por la
primacía de la zona bucal como zona erógena o fuente corporal pulsional1. Aquí, el
objeto pulsional está representado por el pecho materno o por su sustituto, sirviendo la
función alimentaria de mediador principal a la relación simbiótica madre-bebé, llegando
a apoyarse el placer oral sobre la alimentación muy rápidamente. La satisfacción
libidinal, cimentada en la necesidad fisiológica de la nutrición, se separará de esta
cuando el bebé descubra que la excitación bucolingual proporciona placer por sí misma.
De esta manera, se podrá decir que el objeto pulsional es doble: por una parte, un placer
autoerótico, por estimulación de la zona erógena oral; por otra, un deseo de incorporar
los objetos (aunque la noción de objeto externo no tenga sentido completamente en este
estado anobjetal en el que el objeto no es más que una parte del sujeto, confundiéndose
el “tener” con el “ser”) (Golse, 1999, pp. 350-351; Houser, 1972, p. 21).
La fase anal, que transcurre durante el segundo y tercer año de vida, es el período
de desarrollo de las capacidades de andar, hablar, pensar y controlar los esfínteres.
Puede decirse que es una época consagrada al control y al dominio (Golse, 1999, p.
352).
El placer anal ya existía, indudablemente, pero en esta fase se conflictuará. Solo
cuando se instala el control esfinteriano y el acto de la defecación empieza a poder ser
controlado, el placer unido a esa defecación y los conflictos específicos inherentes a ella
pasan a ocupar una situación privilegiada.
En esta fase, la zona erógena o fuente pulsional es toda la mucosa
anorectosigmoidea, sin limitarse, por ello, a una investidura orificial, sino que se
extiende más allá de los esfínteres y de las paredes digestivas hasta el aparato muscular
en su totalidad.
1
El término “oral” no debe ser entendido en sentido literal, sino en otro sentido más amplio: el de la aprehensión, de
la recepción. De esta manera, la zona bucolabial, las vías aerodigestivas hasta el estómago y pulmones y los órganos
de la fonación (y, por lo tanto, el lenguaje), además de todos los órganos de los sentidos (con especial importancia
para la visión y el tacto), constituyen la zona erógena predominante o fuente pulsional de la fase oral (Houser, 1972,
p.21).
18
El objeto pulsional de esta fase es más complejo. La madre, que sigue siendo el
objeto privilegiado de las pulsiones del niño, se convierte en una persona entera, pero
no deja de ser un objeto parcial a dominar y manipular. A su vez, el bolo fecal,
verdadero objeto libidinal intermediario, posee funciones que no son ni simples ni
unívocas: es un excitante directo de la erogeneidad de la mucosa en cuestión; el niño lo
considera una parte de su propio cuerpo que puede conservar en el interior o expulsar al
exterior, separándose de él, lo que le permite la distinción entre objeto interno y objeto
externo; y, finalmente, es también una moneda de cambio, una forma de buscar la
presión relacional con las personas que empiezan a ser percibidas como diferenciadas.
La fase anal es la fase de máxima ambivalencia, pues el mismo objeto fecal puede
ser conservado o expulsado, lo que origina dos tipos de placeres diferentes. Por otra
parte, en función del tiempo y del lugar de la expulsión o retención, ese mismo objeto
puede tomar un valor de buen o mal objeto, convirtiéndose en un regalo emocional o en
un arma. Al mismo tiempo, en esta fase, el niño consolida la frontera entre el interior y
el exterior, entre el Yo y el no-Yo (Golse, 1999, p. 353).
La fase fálica o uretral tiene lugar alrededor del tercer año e instaura una relativa
unificación de las pulsiones bajo la primacía de los órganos genitales, sin que, sin
embargo, se pueda hablar ya de verdadera genitalización de la libido.
En esta fase no se pone en causa la diferenciación sexual. La temática central va
unida a la presencia o ausencia del pene. Este es, de alguna forma, un período de
afirmación de sí mismo.
La zona erógena predominante o fuente pulsional es la uretra, con el doble
sentido de la micción y de la retención. De la misma forma que el placer anal, el uretral
tiene una dimensión autoerótica (la retención), aunque también una dimensión objetal,
traducida en las fantasías de orinar sobre el otro.
El placer miccional tiene, también, un doble sentido. Por una parte, un
significado fálico, activo, equivalente a la penetración; por otra, una connotación
pasiva, de abandono del control, traducida en el “dejar pasar”.
El control del esfínter vesical origina un orgullo narcisista, con toda una
dialéctica entre los sentimientos de vergüenza, unidos a los fracasos, y la ambición,
representante específica de la lucha contra la vergüenza.
19
Es en esta fase cuando se manifiesta la curiosidad infantil, sobreviniendo,
consecuentemente, la toma de conciencia de la diferenciación anatómica de los sexos,
de la presencia o ausencia de pene. A partir de aquí, la fase fálica se perfila como fase
de rechazo de esa diferencia. El niño niega la castración a través de la negación del sexo
femenino, mientras que la niña niega esa misma castración a través de la reivindicación
del falo (narcisista), mediante la reclamación del pene constatada por las fantasías de un
crecimiento posterior del clítoris2 (Golse, 1999, p. 354).
2
Los términos falo y pene no son, en la teoría psicoanalítica, sinónimos. El pene es el propio órgano
masculino, en su realidad anatómica, mientras que el falo realza la función simbólica, erróneamente
atribuida al pene, de completitud y potencia (Houser, 1972, p. 36).
20
deseos de reparación mágica y la creencia de una madre peneana3. La niña que ya ha
descubierto el clítoris, aunque no la vagina, va a desarrollar, a su vez, una “envidia del
pene”4, herida narcisista que la introducirá en la problemática edípica a través del deseo
de un hijo de su padre, hijo que posee un significado fálico.
En el complejo de Edipo, al contrario de lo que una visión simplista podría
concebir, no estamos en presencia de una simple situación de rivalidad amorosa. Esta
situación se presenta de diferentes formas en el mismo niño. Su forma positiva
corresponde a una atracción por el progenitor del otro sexo, con sentimientos de odio o
rivalidad por el progenitor del mismo sexo; su forma negativa o invertida corresponde a
una situación contraria, o sea, una actitud cariñosa con el progenitor del mismo sexo y
una hostilidad celosa con el progenitor del sexo opuesto. La mayoría de las veces se
asiste a un conjunto de casos y períodos mixtos, en los que las dos formas anteriores
intervienen simultánea o separadamente en una relación dialéctica, poniendo en juego,
más allá de la ambivalencia frente a cada uno de los progenitores, los componentes
heterosexuales y homosexuales del niño.
De lo expuesto anteriormente se puede inferir que existen importantes
diferencias, en esta fase, entre niñas y niños. En el niño, el complejo de Edipo no
supone un cambio de objeto de amor, que ya era, anteriormente, la madre; mientras que
en la niña ese cambio debe ocurrir. La angustia de castración en el niño viene a
finalizar, de forma brutal, la problemática edípica; en la niña, dicha angustia empieza
esa problemática, cuyo final será menos rápido, prolongándose durante varios años.
Importante también es el hecho de que, en el plano identificatorio, el complejo de Edipo
marca una fase decisiva, instaurando la prevalencia del “ser” sobre el “tener”. No se
trata solo de tener un pene, sino de ser un hombre o una mujer, a semejanza de las
imágenes parentales, con todo el juego relacional que ello implica (Golse, 1999, p.
357).
3
Exactamente debido a lo que se afirma en la nota anterior, no debemos hablar de una madre fálica (que
equivaldría a una imagen de madre todopoderosa), sino de una madre peneana, que no habría sido
víctima de castración, manteniendo, de esa forma, el pene, símbolo de la potencia adulta.
4
El concepto de “envidia del pene”, en la base de todas las críticas feministas a la teoría freudiana, es (y
ha sido, desde bien temprano) cuestionado por importantes autores de la teoría psicoanalítica, como
veremos más adelante.
21
La interiorización de las prohibiciones parentales, sintetizada en la prohibición
del incesto, permitirá el desarrollo del Superyo y del Ideal del Yo definitivos. La
aceptación de la diferencia de los sexos proporciona al niño, igualmente, una aptitud
para la actividad simbólica de tipo adulto.
El inicio de la fase de simbiosis normal (a partir del segundo mes de vida) está
marcado por una vaga conciencia del objeto de satisfacción de las necesidades. En esta
fase, el bebé se comporta como si él y su madre formasen un sistema omnipotente, una
unidad dual en el interior de una frontera común. Al contrario que en la simbiosis en
términos biológicos, existe solo la dependencia absoluta de uno de los miembros de la
díada simbiótica en relación al otro: la necesidad del bebé respecto a su madre es
absoluta, mientras que la necesidad de la madre respecto a su bebé es solo relativa. El
término simbiosis se utiliza, por tanto, metafóricamente para describir este estado de
indiferenciación, de fusión con la figura materna, en el cual el Yo no se diferencia del
22
no-Yo, y donde el exterior y el interior van a empezar a vivenciarse como distintos solo
muy gradualmente (Mahler, 1967, p. 67).
La característica esencial de esta simbiosis es la fusión psicosomática
todopoderosa, alucinatoria o delirante, con la representación de la madre,
particularmente la ilusión delirante de una frontera común a los dos individuos, que,
real y físicamente, son distintos.
Es en el ámbito de esta dependencia fisiológica, y sociobiológica, donde se opera
la diferenciación estructural que conducirá a la organización adaptativa del individuo: la
formación del Yo. El bebé irá tomando conciencia gradualmente de la existencia de un
objeto que satisface sus necesidades: la madre. Esta protege y mantiene el equilibrio
homeostático del niño inmaduro y permite el desarrollo de las percepciones sensoriales
del bebé. Se favorece, así, el desplazamiento de la investidura libidinal del interior del
cuerpo a su periferia y su transformación en investidura sensopercetiva.
A partir de ahí, las representaciones del cuerpo que forman parte del Yo
rudimentario son intermediarias entre las percepciones internas y externas. El Yo se
constituye bajo el impacto de la realidad, por una parte, y de las pulsiones instintivas,
por otra. El Yo corporal comprende dos tipos de representación del sujeto:
primeramente existe un núcleo interno del esquema corporal, en el cual la frontera se
vuelve hacia el interior del cuerpo, separándolo del Yo; después existe un envoltorio
externo de engramas sensoperceptivos que contribuye a la delimitación del cuerpo
propio.
Desde el punto de vista del esquema corporal, se supera un importante tramo del
desarrollo mediante la transición de la investidura esencialmente propia e interoceptiva
a una investidura sensoperceptiva de la periferia. Este desplazamiento es un auténtico
prerrequisito básico para la formación del Yo corporal.
Las sensaciones internas del bebé constituyen el núcleo del self. Estas son el
punto central del sentimiento de sí mismo, en torno al cual se establecerá un
23
sentimiento de identidad. El órgano sensoperceptivo-perceptivo, el envoltorio externo
del Yo, contribuye esencialmente a la delimitación del self frente al mundo de los
objetos (Mahler, 1967, p. 69).
Son muchas las transformaciones observadas en la transición hacia el tercer mes,
algunas de ellas basadas en las modificaciones cerebrales (estructurales y funcionales)
que ocurren en ese período (Edmondson, 2000). Podemos incluso hablar de un punto
crítico de maduración en el que se registra un notable incremento de la sensitividad a
los estímulos externos, donde, sin la intervención de una figura materna para ayudar a
reducir la tensión, el bebé tendería a ser inundado por estímulos, con un consecuente
aumento de los llantos y otras manifestaciones motoras cargadas de afectos negativos
indiferenciados. Es decir, en lenguaje metapsicológico, a partir del segundo mes
asistimos al inicio de la ruptura de una barrera, casi hermética, contra los estímulos. A
partir de ese impreciso momento, el organismo inmaduro deja de poder alcanzar por sí
mismo el equilibrio homeostático, necesitando a su socio de simbiosis para que la
homeostasis se mantenga (Mahler, 1967, p. 71).
Otras modificaciones importantes son visibles a nivel de la conciencia de objeto y
del aparecimiento de rasgos mnésicos.
Si en la fase autista (normal) no existía conciencia del objeto, en la fase
simbiótica el objeto empezará a ser percibido como un objeto parcial no específico, que
saciará las necesidades.
Durante los dos primeros meses de vida, el aprendizaje se realiza esencialmente
por condicionamiento. Alrededor del tercer mes son ya visibles rasgos mnésicos y el
aprendizaje sigue un modelo humano, por experiencia.
El inicio del Yo y, simultáneamente, del objeto simbiótico puede delimitarse
cuando el bebé empieza a ser capaz de esperar y anticipar con confianza la satisfacción,
hecho posible por la existencia de rasgos mnésicos de placer de gratificación, unidos a
la memoria de la gestalt perceptiva de los cuidados maternos. A partir del segundo
semestre de vida, todos los comportamientos del bebé indican que la relación simbiótica
es específica con su madre. Con la suya y no con otra.
24
subfases: diferenciación, entrenamiento, reaproximación y permanencia del objeto con
consolidación de la individualidad.
La subfase de diferenciación empieza alrededor del quinto o sexto mes, justo
antes del final de la fase simbiótica, y corresponde al primer desplazamiento de la
investidura de la energía libidinal hacia el exterior. Es la etapa en la que el niño pasa a
percibir a la madre como separada de sí mismo (Gabbard, 2000).
Una atención hacia el exterior, en este momento, se traduce en un esquema visual
típico a dos tiempos: el bebé se gira hacia el estímulo externo, para, a continuación,
girarse hacia su madre, más precisamente hacia su cara, ante la cual se tranquiliza.
Una actividad exteroceptiva sustituye gradualmente la anterior investidura interna
de la atención, que aún recientemente se fijaba casi exclusivamente en las desorientadas
sensaciones internas. Es, por ello, un verdadero proceso de eclosión (Mahler, 1967, pp.
72-73).
25
retira de la esfera simbiótica para fijarse en el self y en las funciones del Yo, entre otras
en la locomoción y en el aprendizaje (Mahler, 1972, pp. 99-100).
El punto culminante del proceso de eclosión parece coincidir con la adquisición
de la locomoción activa, que acarrea, por sí misma, una tensión madurativa para la
acción, ya que permite la exploración de sectores de la realidad cada vez más amplios.
A partir del último cuarto del primer año, esa actividad motiva al niño a alejarse
de la madre, en el espacio, y a practicar una separación física activa, seguida de una
reaproximación, lo que tendrá una influencia catalizadora en el desarrollo futuro del Yo.
Pero, incluso en el apogeo de esta segunda subfase del proceso de separación-
individuación, ni las representaciones diferenciadas del self son ya visibles, ni las
representaciones de objeto están integradas en una representación total del self o del
objeto.
Las madres, desde el momento del nacimiento del bebé, son sensibles de forma
selectiva a las señales de su hijo. El bebé modificará, gradualmente, su comportamiento
en función de esa respuesta selectiva, dentro de las limitaciones de su repertorio innato
y de la relación madre-bebé. De esta interacción circular surgen los esquemas de
conducta que manifiestan ciertas cualidades globales de la personalidad del bebé. Se
asiste, así, al nacimiento del niño como individuo.
Es la necesidad inconsciente específica de la madre que, de las infinitas
potencialidades de su bebé, activa, en particular, aquellas que crearán para cada madre
el bebé que refleja sus necesidades únicas e individuales. Este proceso está,
obviamente, restringido por la gama de posibilidades innatas del bebé.
Esta señalización mutua en la fase simbiótica constituye el leitmotiv de que cada
bebé será el niño de su propia madre (Mahler, 1967, p. 73).
La madre transmite, en espejo, un marco de referencias al cual se ajustará
automáticamente el self primitivo del bebé.
Así, el método primario de la formación de identidad consiste en una reflexión
recíproca, a lo largo de la fase simbiótica. Esta reflexión en espejo, recíproca y
narcisista, refuerza la delineación de la identidad, por amplificación y reduplicación. Es
una especia de fenómeno de eco.
26
El segundo desplazamiento masivo de la investidura, en el transcurso del
desarrollo ontogenético, parece iniciarse al principio del período de ensayos de
alejamiento. En ese momento, se sustrae de la esfera simbiótica una gran porción de la
investidura disponible para fijarla en los aparatos autónomos del self y de las funciones
del Yo: locomoción, percepción, aprendizaje. El funcionamiento autónomo del niño,
aunque asociado a la presencia emocional de la madre, confronta continuamente al
bebé, que empieza a caminar con la amenaza, aunque mínima, de la pérdida del objeto.
Sin embargo, la predominancia del placer en ese funcionamiento autónomo le permite
superar la angustia de separación que se suscita en cada nuevo tramo de funcionamiento
autónomo.
Esta etapa de ensayos también conduce a la madre a enfrentarse al impacto
resultante de la autonomía de su hijo, respaldada por la llegada inminente del
comportamiento negativista de la fase anal, importante etapa para la separación
intrapsíquica y para la formación de la frontera del self.
El período de entrenamiento alcanza el punto culminante a mediados del segundo
año, cuando el niño, caminando libremente, parece encontrarse en el punto más alto de
la creencia en una omnipotencia mágica, derivada, en gran parte, de su impresión de
poseer los poderes mágicos de su madre. Es el llamado estado ideal del self.
27
su capacidad de alejarse de su madre, parece manifestar una necesidad y un deseo de
que su madre comparta con él sus nuevas experiencias.
Esa aproximación no es una mera aproximación física. Se manifiesta, antes, a un
nivel emocional más elevado, por todo lo que ambos, madre y bebé, aportan a la
relación y por el contacto que establecen mediante gestos y palabras.
28
CAPÍTULO II
II IDENTIFICACIÓN E IDENTIDAD
29
internos, generan sentimientos intolerables, ya que, en la infancia, la mente humana es
incapaz de tolerar y contener los afectos sentidos como especialmente dolorosos o
peligrosos. En ese sentido, Klein afirma que la mente se defiende activamente de los
sentimientos vivenciados como dolorosos, expulsándolos, lo que implica el clivaje y la
proyección en los objetos (Fleming, 2003, pp. 57-59).
Las posiciones descritas por Klein, en una perspectiva genética, están incluidas en
el primer año de vida y forman parte del desarrollo normal, y, de la misma manera que
las fases de desarrollo psicosexual de Freud, se mantienen a lo largo de toda la vida en
fluctuación o interacción dinámica. Deben, por ello, entenderse esencialmente como
conceptos estructurantes más que como cronológicos, pues pueden coexistir.
La posición esquizoparanoide corresponde a la organización mental del primer
trimestre de vida, dominada por mecanismos esquizoides de clivaje del Yo, de los
objetos internos y de los objetos externos (Klein, 1946).
Según Klein, en el momento del nacimiento ya existe un Yo suficiente para sufrir
ansiedad, usar mecanismos de defensa y formar relaciones de objeto primitivas. Un Yo
arcaico, sin cohesión interna, que alterna entre estados de integración y de
desintegración, y que está expuesto, desde el nacimiento, a la ansiedad provocada por la
polaridad innata de los instintos5. Ese mismo Yo inmaduro está inmediatamente
expuesto también al impacto de la realidad externa, que tanto le origina ansiedad como
le proporciona experiencias gratificantes.
Cuando se enfrenta con la ansiedad producida por la pulsión de muerte, el Yo la
desvía de dos formas: a través de la proyección o a través de la conversión de la pulsión
de muerte en agresividad (Segal, 1973, p. 37). El Yo cliva y proyecta la parte que
contiene la pulsión de muerte hacia fuera, hacia el objeto externo original, que es el
pecho. De esta forma, el pecho, que es sentido como contenedor de gran parte de la
pulsión de muerte del bebé, se vivencia como malo y amenazador para el Yo, dando
origen al sentimiento de persecución. Así, el miedo original de la pulsión de muerte se
transforma en miedo a un perseguidor.
5
Melanie Klein no pone en duda la existencia de las pulsiones de vida y de muerte, propuestas por Freud.
Sugiere, eso sí, que ambas existen desde el momento del nacimiento, defendiendo, por ello, que el Yo se
ve enfrentado continuamente al conflicto entre esas dos pulsiones. Más tarde reformulará su
conceptualización en términos de conflictos entre los sentimientos de amor y de odio por sí mismo, por
los objetos internos y por los objetos externos (Fleming, 2003, pp. 56-57).
30
Por otra parte, la intrusión de la pulsión de muerte en el pecho es sentida
generalmente como si lo fragmentase en varios pedazos, de manera que el Yo se
enfrentará a una multitud de perseguidores. De ahí que una parte de la pulsión de
muerte que permanece en el self se convierta en agresividad dirigida contra esos
mismos perseguidores.
De esta manera, como la pulsión de muerte es proyectada a fin de evitar la
ansiedad despertada por contenerla, también la libido es proyectada, con el fin de crear
un objeto que satisfará el esfuerzo instintivo del Yo mediante la preservación de la vida.
Es decir, de la misma manera que con la pulsión de muerte, parte de la libido es
proyectada, usándose la parte remanente para establecer una relación con el objeto
ideal. De esta manera, y desde muy temprano, el Yo tiene una relación con dos objetos,
pues el objeto primario que es el pecho, en este estadio, se encuentra dividido en dos
partes: el pecho ideal y el pecho persecutorio. La fantasía del objeto ideal se funde con
las experiencias gratificantes de amor y alimentación recibidas de la madre, externa y
real, y es confirmada por esas mismas teorías. A su vez, la fantasía de persecución se
funde con las experiencias reales de privación y sufrimiento, fenómenos que el bebé
atribuye a los objetos perseguidores.
En la posición esquizoparanoide, la ansiedad dominante es la de que el objeto u
objetos perseguidores “entrarán” en el Yo y, de esa manera, pasan a dominar y a
aniquilar tanto el objeto ideal como el self. De ahí el nombre de esta posición: la
ansiedad predominante es paranoide y el estado del Yo y de sus objetos se caracteriza
por el clivaje, que es un mecanismo esquizoide.
Contra la aplastante ansiedad de aniquilación, el Yo desarrollará una serie de
mecanismos de defensa, los primeros de los cuales serán, muy probablemente, la
introyección y la proyección. Tanto por mera expresión de las pulsiones como por
defensa, el Yo se esfuerza por introyectar lo bueno y proyectar lo malo. Pero estos
mecanismos de defensa pueden tener otros usos: lo bueno puede ser proyectado para
mantenerlo a salvo de lo que es sentido como una aplastante maldad interna, o los
perseguidores introyectados, e incluso identificados, en una tentativa de controlarlos. La
característica permanente es que, en situaciones de ansiedad, el clivaje se amplía y la
proyección y la introyección son usadas para mantener bajo control y bien alejados
entre sí los objetos perseguidores y los objetos ideales.
31
El clivaje va unido a la idealización creciente del objeto ideal, con el fin de
mantenerlo bien distante del objeto perseguidor y hacerlo impermeable al mal. Esta
idealización extrema se encuentra en estrecha relación con la negación mágica y
omnipotente, lo que posibilita que, cuando la persecución sea demasiado intensa, pueda
ser completamente negada, a partir de una fantasía de total aniquilación de los
perseguidores. La negación puede, también, utilizarse contra la persecución excesiva, a
través de la idealización del propio objeto perseguidor, que pasa a ser tratado como
ideal, pudiendo el Yo, a veces, identificarse incluso con ese objeto pseudoideal.
Otro mecanismo de defensa de extrema importancia en esta fase del desarrollo
es la identificación proyectiva (Segal, 1973, p. 39). En ella, partes del self y objetos
internos son proyectados en el objeto externo, el cual, a su vez, se ve poseído y
controlado por las partes proyectadas, identificándose con ellas. Este mecanismo de
defensa puede tener diferentes objetivos: puede ser dirigido contra el objeto ideal, con
el fin de evitar la separación, o puede ser dirigido hacia el mal objeto, con el objetivo de
controlar la fuente de peligro. Varias partes del self pueden ser proyectadas, también
con diversos objetivos: la proyección de partes malas del self, con el objetivo de librarse
de ellas o para atacar y destruir el objeto; la proyección de partes buenas, para evitar la
separación, para mantenerlas a salvo de las partes malas internas o para mejorar el
objeto externo, en un fenómeno de reparación.
Si bien es cierto que la identificación proyectiva se inicia cuando la posición
esquizoparanoide se establece primeramente frente al pecho materno, esta se mantendrá
e incluso se intensificará cuando la madre empieza a ser percibida como un objeto total
y todo su cuerpo es penetrado por identificación proyectiva.
Cuando los mecanismos de proyección, introyección, clivaje, idealización,
negación e identificación proyectiva e introyectiva no consiguen dominar la ansiedad y
esta invade el Yo, este último puede fragmentarse en pequeños pedazos, como medida
defensiva. Esta medida, generalmente utilizada de forma combinada con la
identificación proyectiva, a través de la proyección de las partes fragmentadas del Yo,
conduce a ansiedades de fragmentación.
Estos mecanismos de defensa, utilizados en la posición esquizoparanoide,
además de la función de protección del Yo de ansiedades inmediatas y aplastantes,
deben ser también vistos como etapas graduales del desarrollo.
32
Para que la posición esquizoparanoide dé lugar, gradual y suavemente, a la
siguiente etapa del desarrollo – la posición depresiva –, es necesario que haya
predominancia de las experiencias buenas sobre las malas. Solo así el Yo llega a creer
en la prevalencia del objeto ideal sobre los objetos persecutorios y en la predominancia
de su propia pulsión de vida sobre la pulsión de muerte. La creencia en la bondad del
objeto camina junto a la creencia en la bondad del self, ya que el Yo proyecta
continuamente sus propias pulsiones, deformando de esa manera los objetos, y también
introyecta sus objetos, identificándose con ellos.
33
reconocer un objeto total y se relaciona con él. Esto es, la madre empieza a ser
reconocida como una persona total y no como objetos separados, como el pecho, las
manos, los ojos o la cara. De esta forma, la madre empieza a ser percibida como una
persona que a veces puede ser buena, a veces mala, presente o ausente, amada u odiada.
La madre es la fuente de lo que es bueno y de lo que es malo.
Este cambio en el reconocimiento de la madre, y de los objetos en general,
tendrá vastas implicaciones y abrirá todo un mundo de nuevas experiencias al bebé.
Reconocer a la madre como una persona total implica reconocerla como un ser con vida
propia, relacionada con otras personas. Esto origina sentimientos de desamparo, de
dependencia y de celos por parte del bebé.
La integración del Yo del bebé transcurre simultáneamente a la integración del
objeto. De la misma forma que el objeto es percibido como total, también así será
percibido el propio Yo, siendo cada vez menos clivado en sus partes buenas y malas.
La disminución de los procesos proyectivos y la mayor integración del Yo
implican una percepción de los objetos menos deformada, permitiendo, de esta manera,
una mayor aproximación entre objetos malos y objetos ideales. Simultáneamente, la
introyección de un objeto cada vez más total promueve la integración del Yo. Estas
modificaciones psicológicas facilitan la maduración del Yo y son ayudadas por esa
misma maduración. Al mismo tiempo, la maduración del sistema nervioso central
posibilita una mejor organización de las percepciones que surgen en las diferentes áreas
fisiológicas, dando margen para que ocurra el desarrollo y la organización de la
memoria. Esta, a su vez, hace que el bebé se dé cuenta de que él mismo, en diferentes
momentos, es la misma persona, que ama y odia a una misma otra persona,
confrontándose, de esa forma, con conflictos relativos a su propia ambivalencia.
De esta manera, se registra un drástico cambio en el foco de ansiedad del bebé:
mientras que en la posición esquizoparanoide la principal ansiedad del Yo es la de que
pueda ser destruido por el objeto u objetos malos, en la posición depresiva las
ansiedades son generadas por la ambivalencia, siendo la principal la de que sus propios
impulsos destructivos hayan realmente destruido o vayan a destruir al objeto amado y
del cual depende por completo.
En la posición depresiva ocurre una intensificación de los procesos
introyectivos. Este hecho se debe, por una parte, a la disminución de los mecanismos
proyectivos y, por otra, a la constatación, por parte del bebé, de su dependencia respecto
34
al objeto, ya que este es percibido ahora como independiente y con posibilidades de
alejarse. De esta manera, la necesidad de poseer el objeto, así como de protegerlo de su
propia destructividad, aumentará.
La posición depresiva se inicia durante la fase oral del desarrollo psicosexual, en
la que el amor y la necesidad conducen al devorar. La omnipotencia de los mecanismos
introyectivos orales lleva a la ansiedad de que poderosos y arrasadores impulsos
destruyan el buen objeto externo y el buen objeto introyectado. Sabiendo que ese buen
objeto interno forma el núcleo del Yo y del mundo interno del bebé, la ansiedad
resultante de los procesos anteriormente descritos es la de destrucción de todo su
mundo interno.
El bebé con una buena integración, en el momento en que odia, se encuentra
ante sentimientos poco conocidos en la posición esquizoparanoide: el luto y el ansia por
el objeto bueno, sentido como perdido y destruido, y la culpa, experiencia típicamente
depresiva resultante del sentimiento de pérdida del objeto bueno a través de su propia
destructividad. En el auge de su ambivalencia, el bebé se acuerda de que amó y ama a
su madre, pero siente que la devoró, que la destruyó, por lo que ella no se encuentra ya
disponible en el mundo externo. Más aún: el bebé siente que también la destruyó como
objeto interno, que se hizo pedazos. Por identificación con el objeto interno, también
sentirá su mundo interno hecho pedazos. Este proceso culminará en sentimientos de
pérdida, culpa, ansia y desesperanza de recuperar ese objeto interno.
A este sufrimiento frente a sí mismo se suma otro: el sufrimiento en relación a la
madre, debido al perenne amor que siente por ella, así como a las constantes
introyecciones e identificaciones con ella. Un recrudecimiento del sufrimiento ocurre,
también, por sentimientos de persecución: por una parte, debido a un fenómeno de
regresión, donde los sentimientos malos serán proyectados e identificados con
perseguidores internos; por otra, porque el objeto bueno en pedazos, al estimular
intensos sentimientos de pérdida y culpa, será sentido, en cierta medida, como
perseguidor.
La experiencia de la depresión moviliza al bebé en el deseo de reparar el objeto
u objetos destruidos. Anhela compensar los daños que, en su fantasía omnipotente, él
mismo les infligió; anhela devolverles la vida y la integridad. Al creer que sus ataques
destructivos son capaces de destruir el objeto, el bebé cree, también, que su amor y su
cuidado pueden reparar los daños causados por su agresividad. El conflicto depresivo
35
del bebé es, de esta manera, una constante lucha entre su destructividad, por una parte,
y su amor y sus impulsos reparadores, por otra. El fracaso en la reparación conduce al
desespero, mientras que su éxito renueva la esperanza. La resolución gradual de las
ansiedades depresivas del bebé y la recuperación de los objetos buenos pueden
obtenerse a través de la reparación efectuada por él, en la realidad y en su fantasía
omnipotente, de los objetos internos y externos.
La elaboración de la posición depresiva se ve acompañada de una radical
modificación de la visión de la realidad. Cuando el Yo se vuelve más integrado, las
proyecciones disminuyen y el bebé empieza a percibir su dependencia de un objeto
externo, así como de su ambivalencia respecto a ese objeto, descubriendo su vida
psíquica. El bebé se vuelve consciente de sí mismo y de sus objetos como separados de
él, adquiere conciencia de sus impulsos y fantasías, empezando a distinguir su fantasía
de la realidad externa. Y, al desarrollar el sentimiento de realidad psíquica, está, obvia y
simultáneamente, desarrollando la capacidad de distinguir entre esta y la realidad
externa.
Aunque el test de realidad exista desde el nacimiento6, es durante la posición
depresiva cuando se hace más establecido y significativo, aumentando también su
conexión con la realidad psíquica. A medida que el bebé se da cuenta, más plenamente,
de sus impulsos, estos son sentidos por él como omnipotentes. El bebé seguirá
preocupadamente el objeto, para evaluar el impacto de sus pulsiones y acciones,
probando el poder de sus pulsiones y la elasticidad del objeto. En circunstancias
favorables, la reaparición de la madre tras una ausencia, sus cuidados y atención
modificarán, gradualmente, la creencia del bebé en la omnipotencia de sus pulsiones
destructivas. De esta manera, descubrirá los límites de su amor y de su odio y, con el
crecimiento y el desarrollo de su Yo, encontrará cada vez más medios verdaderos de
afectar la realidad externa.
El fortalecimiento del Yo, a lo largo de la posición depresiva, es resultado,
también, del crecimiento y de la asimilación de objetos buenos, que son introyectados
en el Yo y en el Superyo.
A medida que la posición depresiva se elabora gradualmente, toda la relación
con los objetos va a sufrir modificaciones. El bebé adquiere capacidad para amar y
6
En la medida en que el niño, desde el nacimiento, “saborea” sus experiencias y las clasifica como
buenas o malas.
36
respetar a las personas como individuos separados, diferenciados. Empieza a reconocer
sus pulsiones, a sentir responsabilidad por ellas y a tolerar la culpa. Esta nueva
capacidad de sentir preocupación por sus objetos le ayuda a aprender a controlar,
gradualmente, sus pulsiones.
Los objetos ideales y perseguidores introyectados durante la posición
esquizoparanoide forman las raíces primitivas del Superyo. A medida que, en la fase
depresiva, los objetos ideal y perseguidor, que estaban aislados el uno del otro en la fase
esquizoparanoide, se vuelven más cercanos, el Superyo se volverá más integrado y será
experienciado como un objeto interno total, ambivalentemente amado. Los daños a ese
objeto originarán sentimientos de culpa y de autorreprobación. Pero, con el
establecimiento de la relación de objeto total, el Superyo va perdiendo algunos de sus
aspectos persecutorios y de gran severidad, aproximándose a la imagen de padres
buenos y amados. De esta manera, el Superyo deja de ser solo fuente de culpa, pasando
a ser, también, objeto de amor, sentido por el niño como un auxiliar en su lucha contra
sus pulsiones destructivas.
El sufrimiento de luto experimentado en la posición depresiva y los impulsos
reparadores desarrollados para restaurar los objetos amados, internos y externos,
constituyen la base de la creatividad y de la sublimación. Estas actividades reparadoras,
dirigidas tanto al objeto como al self, se realizan, por una parte, por preocupación y
culpa, por el deseo de reparar, preservar y dar vida eterna; por otra, para obtener la
autopreservación, ahora más realísticamente orientada.
El deseo de recreación de los objetos perdidos proporciona al niño el impulso
para reconstruir lo que fue destruido, para recrear. Al mismo tiempo, el deseo de
preservar sus objetos lo lleva a sublimar pulsiones sentidas como destructivas. Su
preocupación por el objeto modifica sus objetivos instintivos y produce una inhibición
de las pulsiones (Segal, 1973, p. 88). A medida que el Yo se vuelve más organizado, y
que las proyecciones se debilitan, la represión toma el lugar del clivaje. De esta manera,
los mecanismos psicóticos dan lugar, deseable y gradualmente, a mecanismos
neuróticos: inhibición, represión y desplazamiento.
Es en este punto cuando se puede ver la génesis de la formación simbólica. Con
el fin de preservar el objeto, el bebé, en parte, inhibe sus instintos y, en otra parte, los
desplaza o los sustituye. De esta forma, cambia todo el modo de pensamiento del niño.
Las capacidades de vincular y abstraer se desarrollan y forman la base del tipo de
37
pensamiento del Yo maduro, en contraste con el pensar desarticulado y concreto,
característico de la posición esquizoparanoide.
A medida que el bebé pasa por repetidas experiencias de luto y reparación,
pérdida y recuperación, su Yo se enriquece con los objetos que tuvo que recrear de sí
mismo, que se volvieron parte de él. Su confianza en su propia capacidad de retener o
recuperar objetos buenos aumenta, así como su creencia en su amor propio y en sus
posibilidades.
La posición depresiva nunca será completamente elaborada (Segal, 1973, p. 93).
Las ansiedades relativas a ambivalencias y a la culpa estarán siempre presentes, así
como las situaciones de pérdida que reavivan experiencias depresivas. Los buenos
objetos externos de la vida adulta simbolizan y contienen el buen objeto primario,
interno y externo, de forma que cualquier pérdida reavivará la ansiedad de perder el
buen objeto interno, reavivando, de esta manera, las ansiedades experienciadas
originalmente en la posición depresiva. Si el bebé fue capaz de establecer un objeto
interno bueno relativamente seguro en la posición depresiva, las situaciones de
ansiedades depresivas no conducirán a la enfermedad, sino a una elaboración fructífera,
llevando a un mayor enriquecimiento de la creatividad. Si, al contrario, la posición
depresiva no se elaboró suficientemente, no habiendo sido establecida la creencia en el
amor y en la creatividad del Yo, así como en su capacidad de recuperar objetos buenos
interna y externamente, el desarrollo será mucho menos favorable. El Yo es
frecuentemente asolado por la ansiedad de pérdida total de las buenas situaciones
internas, es empobrecido, debilitado, su relación con la realidad puede ser tenue y existe
un terror perpetuo y, a veces, una verdadera amenaza de regresión a la psicosis.
León Grinberg es uno de los autores contemporáneos que más se han dedicado a
sistematizar, clarificar y profundizar en conceptos psicoanalíticos de suma importancia
en la práctica clínica y en la investigación teórica.
En su obra “Teoría de la identificación”, este autor define el término
“identificación” como el conjunto de mecanismos y funciones que determinan como
resultado el proceso estructurante activo que ocurre en el interior del Yo, en la base de
38
la selección, inclusión y eliminación de elementos procedentes de los objetos externos
y/o internos que formarán los componentes responsables por la ampliación de la
estructura rudimentaria del Yo de los primeros instantes de vida (Grinberg, 1976, pp.
16-17). El concepto de identificación es, por ello, central y básico para la comprensión
del desarrollo y organización de la personalidad, porque interviene, como proceso
fundamental, en la formación del Yo, del Superyo, del Ideal del Yo, del carácter y de la
identidad.
Los procesos de identificación son una constante en el interjuego continuo de la
relación entre el sujeto y los objetos (Ibíd., p. 11). Es decir: la identificación,
mecanismo inconsciente que produce en el sujeto modificaciones duraderas, interviene
en cualquier relación humana, estableciendo la corriente de empatía entre el individuo y
el objeto.
Son estos sucesivos procesos de identificación, de diversos tipos, que aparecen
desde los primeros instantes de vida, a partir de la relación más precoz del bebé, los que
permitirán el desarrollo del Yo.
Grinberg realza también la diferencia entre identificación y procesos de imitación
y de aprendizaje (fenómenos operados sobre la base del modelo estímulo/respuesta,
que, sin embargo, pueden contribuir a los procesos de identificación).
Otra característica primordial en los fenómenos de identificación es el hecho de
que esta no se verifica respecto a una persona, sino respecto a una o más
representaciones de esa persona (Ibíd., p. 15), lo que permite un sinfín de posibilidades.
La identificación es determinada, entonces, por las características subjetivas
individuales.
Grinberg no ve la identificación como un fenómeno único, sino como un proceso
en que intervienen dos tipos de fenómenos: de internalización y de externalización.
En “Identidad y cambio”, obra publicada en el mismo año que la anteriormente
citada, se ofrece una clasificación de los procesos de identificación en dos grandes
grupos (Grinberg & Grinberg, 1976, p. 69):
1. La identificación primaria, en la que la fantasía inconsciente del self y las
fantasías de los objetos todavía no se han diferenciado o, por regresión, han
vuelto a unirse tras la diferenciación. En este caso estamos ante la simbiosis
total, en la que la identificación es masiva y completa, y todo el objeto está
dentro de la representación del self y viceversa. Se trata aquí, del concepto
39
de identificación proyectiva de Klein.
2. La identificación madura, que requiere una diferenciación entre las
representaciones del self y las del objeto, además de un grado conveniente de
madurez del Yo. Es una identificación selectiva que toma aspectos parciales
del objeto que se incorporan, de forma estable, en el self, enriqueciéndolo
con una nueva aptitud o cualidad. En este caso hablamos de la noción de
identificación introyectiva de Klein.
En Portugal, Coimbra de Matos (1996) fue uno de los autores que prestó más
atención a los procesos de identificación. Este autor constata la existencia de
ambigüedades en el concepto de identificación, apuntando tres significados aislables:
a) La identificación como proceso de reconocimiento de un objeto.
b) La identificación como construcción de la identidad del self, en la base de la
formación de individuos, en sus diferencias.
c) La identificación como procedimiento de convertir en idéntico, es decir,
como proceso transformacional, en el sentido de la aproximación identitaria
de los elementos de un par o de un grupo; la identificación que contribuye a
atenuar las diferencias y la construcción de familias.
40
En este trabajo suyo, Coimbra de Matos señala tres procesos de identificación,
mediante los cuales el individuo se construye:
- Identificación imagoico-imagética: característica del ser humano como
animal de expresión simbólica; es el proceso primitivo, pero persistente, de
identificación, en que el individuo se identifica por incorporación/asimilación de
la imago y/o imagen con que el otro lo define, por captación y capturación de la
identidad atribuida. Este proceso de identificación, derivado de mensajes y
afluencias inconscientes vehiculadas por la proyección identificativa, por una
parte, y de transmisiones conscientes constituyentes de identidad atribuida y
respectivo proceso de identificación, por otra, conduce a la constitución del
núcleo primario de la identidad: la identidad psíquica básica.
- Identificación idiomórfica: proceso a través del cual el sujeto se
identifica, construye su identidad por intususcepción (recepción en el interior)
de sus formas visibles y comportamientos observados. El ser humano, porque se
percibe, es un ser autorreflexivo, se reconoce y se autoconcibe. Se identifica con
su propia forma. Se trata de una identificación por aprendizaje directo. La
identificación idiomórfica es el “pedazo más noble, genuino y fiel” (Coimbra de
Matos, 1996, p. 219) de la identidad personal, y se mantiene toda la vida.
- Identificación alotriomórfica o xenomórfica: es la identificación con el
modelo, con el objeto amado, admirado y, al mismo tiempo, envidiado. Puede
ser primaria y secundaria, grosera y masiva, o fina y selectiva; con el objeto de
la relación vigente o con el objeto de la relación perdida; con el objeto externo o
con el objeto interno. Es, también, la identificación con lo humano, con la
especie, e identificación sexual, con el género (masculino o femenino). Es, por
ello, el tipo de identificación que se abre a lo imaginario.
41
42
CAPÍTULO III
7
Crisis no con una connotación catastrófica, sino como término para designar un punto
decisivo y necesario, un momento crucial en el que el desarrollo tiene que optar por una
u otra dirección.
43
Finalmente, y a partir de autores más recientes, pasaremos a analizar las
modificaciones corporales específicas de la pubertad y adolescencia, así como el
impacto de estas en la estructura psíquica del individuo, en particular en los esfuerzos
que dichas modificaciones implican para la reorganización del sentimiento de identidad.
Freud (1905), en su artículo “Tres ensayos sobre una teoría sexual”, afirma que el
período edípico va seguido de otro, no conflictivo, de consolidación de las posiciones
adquiridas, y que transcurre desde el quinto/sexto año de vida hasta la pubertad.
Se trata de un período y no de una fase porque, a pesar de que se observan
manifestaciones sexuales, no hay una nueva organización de la sexualidad. Los
instintos sexuales están dormidos y el comportamiento se encuentra dominado por
sublimaciones parciales y por formaciones reactivas. El niño dirige sus preferencias
hacia dominios no sexuales, tales como la escuela, los compañeros de juego, los libros y
otros objetos del mundo real, aunque la energía de esos nuevos intereses siga emanando
de los intereses sexuales.
Hay, por así decirlo, una modificación estructural de las pulsiones sexuales que
no solo hace posible el uso de la energía pulsional al invertirla en otros objetos, sino
que permite también perseguir otros objetos, con la creciente tensión tendiendo a
satisfacerse de forma sustitutiva.
La pubertad, bastante menos investigada por Freud (Golse, 1999, p. 358), no es
ni una fase ni un período, sino una crisis, cuyo inicio pone fin al período de latencia.
En un momento entre la latencia y la pubertad, todas las pulsiones presentes son
invertidas, sin discriminación. Esto es, las tendencias infantiles vuelven a aparecer,
aunque en condiciones diferentes. El desarrollo sexual parece reanudarse exactamente
en el punto en el que fue abandonado, en la época del complejo de Edipo, acentuándose
por ello las pulsiones edípicas.
8
Concepción freudiana de la libido sexual única, que permite, de una sola vez, definir la sexualidad
masculina y la sexualidad femenina (Roudinesco & Plon, 1997, p. 167).
44
La adolescencia tiene, entonces, como centro, una crisis narcisista y de identidad
con intensas angustias respecto a la autenticidad e integridad de sí mismo, del cuerpo y
del sexo. Freud propone, por ello, soluciones distintas para cada uno de los sexos.
En el sexo masculino, la resolución del conflicto edípico será definida más
claramente. No se trata de cambiar de objeto sexual (de la madre a otra mujer), existe
una continuidad de proceso identificatorio con el padre, con quien se establece una clara
rivalidad, favoreciendo este hecho la internalización de un Superyo bien estructurado.
La investidura narcisista del pene y de su erogeneidad permite un acceso más directo a
la primacía genital, conduciendo, sin embargo, a la angustia de castración (Malpique,
2003, p. 31).
En el sexo femenino, la resolución del complejo de Edipo se aplaza y está
menos definida. La mujer cambia de objeto sexual (de la madre al padre y de este a otro
hombre) y de zona erógena (de la excitación clitoridiana a la vaginal). El acceso a la
primacía genital puede ser más difícil o tardío, debido al mantenimiento de la
sexualidad fálica (envidia del pene) y al despertar tardío de la erogeneidad vaginal. El
factor central, en este caso, es la renuncia al deseo del pene y a su sustitución por el
deseo de recibir un bebé del padre (de un hombre), que lleva a la resolución del
complejo de Edipo (Ibíd., p. 32).
Aquí, el elemento paralelo a la angustia de castración (la envidia del pene) se
produce primero y conduce a la formación del complejo de Edipo. El deseo de quedarse
embarazada del padre es más fuerte y persiste, según Freud, en la forma más general de
los impulsos maternales (Hyde, 1991, p. 41).
Podemos, entonces, afirmar que, en el fondo, Freud defendió un modelo básico
de adquisición de la identidad de género del hombre, con un modelo paralelo para la
mujer. La importancia y la superioridad del falo masculino constituyen supuestos
primordiales. Para el niño, el pene es tan importante que, en medio de las angustias que
le provoca el amor por su madre, y temiendo que su padre le dañe el pene, abandonará
el amor que siente por su madre y se identificará con su padre, adquiriendo, de esa
forma, su propia identidad de género e introyectando los valores de la sociedad. Para la
niña, por otra parte, la envidia del pene (reconocimiento “instantáneo” de la
superioridad del pene y sentimiento de envidia por carecer de él) es primordial. Deja de
amar a su madre y dirige su amor hacia su padre, tratando de conseguir de nuevo el
45
pene, pero fracasa. Su complejo de Edipo nunca se resuelve por completo y,
consecuentemente, su desarrollo “moral” es menos adecuado (Ibíd., p. 43)
Citando a McDougall (2004), la teoría freudiana de la sexualidad femenina
puede resumirse de la siguiente manera: la niña es, inicialmente, un niño cuyo deseo
libidinal precoz es el de poseer sexualmente a su madre; más tarde sustituirá este deseo
por el deseo de tener un pene; este deseo se sustituye por el de tener un hijo de su padre;
finalmente este deseo será sustituido por el de tener un hijo, varón, de otro hombre.
Como sería de esperar, esto suscitó diversas críticas desde bien temprano contra
la visión falocéntrica de la sexualidad femenina, incluso dentro del campo
psicoanalítico.
Karen Horney (1925), tras un primer período en el que siguió las ideas de Freud,
publica un artículo en el que afirma que las concepciones freudianas sobre el desarrollo
psicosexual de la mujer no son otra cosa sino la articulación de la visión infantil que los
niños tienen de las niñas. Esta autora postuló que el factor crítico para el desarrollo era
la envidia que el hombre siente de la mujer, sobre todo en relación a su potencial
reproductor (“envidia del útero”9), y señaló que el éxito masculino representa, de hecho,
una sobrecompensación de los sentimientos de inferioridad anatómica (“complejo de
feminidad”) (Hyde, 1991, p. 46; Maguire, 1995, pp. 25-26).
Helen Deutsch, a pesar de seguir las teorías freudianas, en su libro “Psychology
of women”, de 1944, consideró la maternidad como la característica más crítica de la
evolución psicológica de la mujer (Hyde, 1991, p. 48; Maguire, 1995, p. 23). Su
perspectiva, centrada en las capacidades maternales, ponía el énfasis en aquello que la
mujer posee (la capacidad de generar y criar niños) y no en aquello que le “falta”, en el
pene ausente10.
9
La “envidia del útero” fue una de las nociones introducidas por Horney, en la que fue acompañada, por
ejemplo, de Winnicott, que afirmó que el sentimiento masculino de envidia del útero y de temor del
dominio femenino era bastante más profundo que la envidia de los hombres por parte de la mujer
(Maguire, 1995, p. 42).
10
La noción de “envidia de pene” permanece actual, pero en la perspectiva de la necesidad de
identificación con la figura paterna, por parte de la niña, para que establezca la deseada separación de su
madre edípica. El padre y el falo representan, en esta situación, un poder independiente de la madre
(Chasseguet-Smirgel, 1970).
46
Más recientemente, Nancy Chodorow funde las teorías psicoanalítica,
sociológica y feminista. Su tesis dice que el cuidado de los niños, por parte de las
mujeres, proporciona diferentes experiencias a las chicas y a los chicos. La atención
prestada por las mujeres hace que las chicas quieran ser madres, con lo que la
maternidad se reproduce a sí misma; esos mismos cuidados, en los niños de sexo
masculino, producen chicos que dominan y desvalorizan a las mujeres (Hyde, 1991, p.
49).
Esta autora defendió, también, que la masculinidad se define en sentido
negativo, como no feminidad. La masculinidad supone negar el apego maternal
femenino, con una consecuente desvalorización de las mujeres, debido a la necesidad
del hombre de hacerse independiente de su madre (y de todas las mujeres) y de definir
para sí mismo una identidad masculina.
Más adelante, en el capítulo V, profundizaremos en estas diferentes perspectivas
en lo que respecta al desarrollo de una identidad sexuada y de género.
47
luz del modo en que se percibe a sí mismo en comparación con los demás y con los
sujetos que se volvieron importantes para él.
Es, por lo tanto, un proceso en permanente mutación y evolución, de creciente
diferenciación, iniciado en el primer encuentro verdadero entre la madre y el bebé como
dos personas que pueden tocarse y reconocerse mutuamente y que solo termina cuando
se disipa el poder de afirmación mutua del hombre.
El proceso en la base de la formación de la identidad tiene su crisis normativa en
la adolescencia, siendo determinado, de múltiples maneras, por lo que ocurrió antes y
determinando gran parte de lo que ocurrirá posteriormente. Señálese, sin embargo, la
indisociabilidad del desarrollo personal y de la transformación comunitaria: las crisis de
identidad y las crisis del desarrollo histórico están relacionadas entre sí, ayudando a
definirse mutuamente.
48
continuidad del significado que la persona tiene para con los otros significantes en la
comunidad inmediata (Ibíd., p. 49).
Volviendo a la noción freudiana del Ello, como la sinergia instintiva que es
transferida, desplazada y transformada, en analogía con la preservación de energía en
un sistema cerrado, el autor realza su insuficiencia cuando se cuestiona la comprensión
del comportamiento humano en un determinado contexto histórico y cultural. Para eso
hay que descubrir la complementariedad mutua de la identidad de grupo y de la
identidad del Yo, complementariedad que pone mayor energía a la disposición tanto de
la síntesis del Yo como de la organización social.
Es tarea del Yo promover el control de la experiencia y orientar la acción de tal
modo que se cree una cierta síntesis global entre las fases y los aspectos diversos y
conflictivos de la vida (entre las impresiones inmediatas y los recuerdos asociados,
entre los deseos impulsivos y las exigencias compulsivas, entre los aspectos más
íntimos y los más públicos de la existencia). Para realizar esta tarea, el Yo desarrolla
modos de defensa.
Los primordios del Yo son de evaluación difícil, aunque este emerge
gradualmente de una fase en que la globalidad es una cuestión de equilibrio fisiológico,
mantenido por la mutualidad entre la necesidad de recibir, por parte del bebé, y de dar,
por parte de la madre. Al ser la madre, también, un miembro de la familia y de la
comunidad, es su papel establecer una cierta relación global entre su papel biológico y
los valores de su comunidad. Solo así consigue comunicar al bebé, en un lenguaje
inconfundible de intercambio somático, que él puede confiar en ella, en el mundo y en
sí mismo. Solo así podrá haber una integración de las experiencias somáticas difusas y
de las confusas pistas sociales del comienzo de la vida, originando un sentido de
continuidad y uniformidad que va uniendo, gradualmente, el mundo interno y el mundo
externo. Se genera, de esta manera, una fuente ontológica de fe y esperanza, aquello a
lo que se llama sentido de confianza básica, primera y elemental globalidad (Ibíd., p.
82).
Una notable contribución de Erikson fue la noción de ciclo vital como una de las
indispensables coordenadas de la identidad (Ibíd., p. 90). Este autor parte del principio
de que solo con la adolescencia el individuo desarrolla los requisitos preliminares de
crecimiento fisiológico, madurez mental y responsabilidad social para experienciar y
atravesar la crisis de identidad.
49
Erikson establece una conexión entre la teoría de la sexualidad infantil freudiana
y el conocimiento del crecimiento físico y social del niño, en el cual profundizó.
Concibió un diagrama epigenético que formaliza una progresión en el tiempo de una
diferenciación de partes. Las celdas de doble entrada significan una secuencia de fases y
un gradual desarrollo de partes componentes. De ahí que cada elemento de la
personalidad vital examinado se relacione sistemáticamente con todos los otros y todos
ellos dependan del desarrollo adecuado en la secuencia propia de cada elemento; y que
cada elemento exista, de alguna manera, antes de la llegada normal de su tiempo
decisivo y crítico.
Cada fase se convierte en una crisis, porque el crecimiento y la conciencia
incipientes en una nueva función parcial están correlacionados con un cambio en la
energía pulsional, a la vez que causan una vulnerabilidad específica en esa misma
función parcial. Cada paso sucesivo es una crisis potencial debido al cambio radical de
perspectiva. Crisis, aquí, en el sentido de punto decisivo, período crucial de creciente
vulnerabilidad y potencial. Por lo tanto, de fuente ontogenética de la fuerza y del
desajuste generativos.
Tras el parto, el bebé es separado de la simbiosis con el cuerpo materno. En los
primeros tiempos, el bebé vive a través de la boca, mientras que la madre,
correspondientemente, vive y ama con los pechos o cualesquier otras partes de su
postura y cuerpo que transmitan su ansia de suplir las necesidades del bebé.
Es, por ello, una fase incorporadora, en la que el bebé es receptivo a lo que se le
ofrece. El bebé, al recibir lo que se le da y al aprender a hacer que alguien haga para él
lo que él desea que sea hecho, desarrolla también las bases necesarias para aprender a
ser el que retribuye. Esto es, para identificarse con la madre y, finalmente, pasar a ser la
persona dadora.
Más tarde, en esta fase oral, maduran las capacidades de explorar y sentir placer
en un abordaje incorporador más activo y más dirigido. Se desarrollan los dientes y, con
ellos, el placer de morder, los ojos aprenden a enfocar, aislar y “captar” objetos y a
seguirlos. Los órganos auditivos aprenden a distinguir sonidos significativos y dirigen
cambios de posición para localizarlos. Los brazos y las manos aprenden a alcanzar y
agarrar con firmeza.
En esta segunda fase oral, la crisis parece residir en la coincidencia temporal de
tres desarrollos: un impulso más violento para incorporar, apoderarse y observar más
50
activamente; la creciente conciencia que el niño adquiere de sí mismo como persona
distinta; el gradual alejamiento de la madre hacia otros quehaceres que suspendió
durante el final del embarazo y cuidados prenatales (Ibíd., p. 101).
En la segunda fase de la infancia (fase anal) se realiza un avance de la
maduración muscular, de la verbalización y de la discriminación, con la consecuente
capacidad para coordinar un cierto número de patrones de acción altamente
conflictivos, caracterizados por las tendencias de retener o soltar. Se inicia, entonces, la
experiencia de la voluntad autónoma. Es una fase de extrema ambivalencia y
ambigüedad (de la misma forma que hemos observado en autores anteriores). Un
sentimiento de autodominio sin pérdida de amor propio es la fuente ontogenética de un
sentimiento de libre albedrío. De un inevitable sentimiento de pérdida de autodominio y
de un supercontrol parental resulta una duradera propensión a la duda y a la vergüenza.
Tras estar firmemente convencido de que es una persona independiente, el niño
deberá descubrir qué especie de persona puede llegar a ser.
Esta fase, en la que el niño se encuentra profunda y exclusivamente identificado
con sus padres, se apoya en tres acontecimientos que, simultáneamente, sirven para
generar su crisis: el niño aprende a moverse más libre y violentamente; el lenguaje se
perfecciona hasta un punto en que entiende a las personas y puede indagar; el lenguaje
y la locomoción le permiten ampliar su imaginación a tantos roles que no puede dejar
de asustarse con lo que él mismo soñó. Y, sin embargo, saldrá de todo esto con un
espíritu de iniciativa como base para un potencial sentido realista de ambición y
propósito (Ibíd. p. 115).
51
niño, de que, a pesar de todos los esfuerzos para imaginarse siendo tan capaz como su
madre y su padre, ni incluso en un futuro distante será su padre en relaciones sexuales
con su madre o su madre en relaciones sexuales con su padre.
La fase edípica tiene como resultado, pues, no solo el sentimiento moral que
limita los horizontes de lo permisible, sino también el establecimiento de directrices en
el sentido de lo posible y de lo tangible.
La indispensable contribución de la fase de la iniciativa al desarrollo posterior de
la identidad consiste en la liberación de la iniciativa y del sentido de propósito del niño
para las tareas adultas que prometen (aunque no pueden garantizar) la realización plena
de la gama de capacidades del individuo.
En la adolescencia existe, casi siempre, una mayor preocupación por lo que se
pueda aparentar a los ojos de los demás, en comparación con lo que los propios
adolescentes juzgan ser. Se hace necesaria la integración de los elementos de identidad
atribuidos en las fases de desarrollo precedentes en una unidad más vasta, indefinida en
sus contornos pero inmediata en sus exigencias: la sociedad.
Es una fase llena de paradojas. En ella, el adolescente buscará individuos e ideas
en los que pueda confiar y a cuyo servicio valga la pena probar ser digno de confianza,
al mismo tiempo que, temiendo un compromiso excesivo, expresa desconfianza.
Intentará decidir libremente sobre uno de los rumbos accesibles, al mismo tiempo que
teme el ridículo o la duda sobre sí mismo. Objetará cualquier limitación a sus
ambiciones, al mismo tiempo que utiliza la autoacusación para limitarlas.
52
proporciona un polo seguro de sentimiento de sí mismo, a partir del cual el niño
podrá alcanzar el otro polo: sus primeros objetos de amor.
- El destino de las identificaciones infantiles depende de la interacción
satisfactoria del niño con representantes idóneos de una significativa jerarquía de
roles, tal como es proporcionada por las generaciones que conviven en alguna
forma de familia.
- La formación de la identidad empieza donde la utilidad de la
identificación acaba. Surge del repudio selectivo y de la asimilación mutua de
identificación de la infancia y de la absorción de estas en una nueva
configuración, la cual, a su vez, depende del proceso por el cual una sociedad
identifica al individuo joven, reconociéndolo como alguien que tenía que
convertirse en lo que es y que, siendo lo que es, es aceptado como tal.
53
El inicio de la adolescencia se caracteriza, principalmente y antes que todo, por
el desarrollo de la pubertad, es decir, por una transformación fisiológica de la altura, del
peso y de las secreciones hormonales sexuales. Todo el desarrollo de la adolescencia
está marcado por los efectos fisiológicos, psicológicos y sociales de estas
transformaciones corporales. Se admite generalmente que la principal característica del
proceso de desarrollo de la adolescencia reside en la relación que el sujeto establece con
su cuerpo, siendo el cuerpo, a priori, el primer representante de las pulsiones sexuales y
agresivas, más o menos inconscientes.
El cuerpo representa un privilegiado medio de expresión simbólica de los
conflictos y de los modos relacionales de los adolescentes, al mismo tiempo que es un
“instrumento de medida” y de referencia en relación al medio, a las posibilidades de
control de ese medio o a las capacidades de ejercicio personal de una u otra actividad.
Constituye una verdadera referencia espacial (Braconnier & Marcelli, 1998, p. 54).
54
una relación relativamente pasiva con los proyectos y deseos de los padres (Braconnier
& Marcelli, 1998, p. 57).
55
primacía de la genitalidad (Ibíd., p. 95). Esta labor está formada por avances y
retrocesos, pausas, incertidumbres, inhibiciones y pasajes al acto, que ilustran las
dificultades de estructuración de la sexualidad para cada individuo.
56
individuo consiga identificarse de forma permanente con los diferentes sectores de su
vida (individuales y sociales), y de la cual forma parte su identidad sexuada.
A partir de aquí, el adolescente debe identificarse con un sexo determinado: el de
su cuerpo, pero también el de su funcionamiento psicológico. Debe reconocerse hombre
o mujer y, pasada la pubertad, es imposible reconocerse simultáneamente como los dos,
o ni uno ni otro (Ibíd., p. 101).
57
genital, unida a la preparación de la capacidad reproductora; el segundo es la
armonización y el equilibrio de los linajes objetal y narcisista. La elección del objeto
sexual, cualquiera que este sea, se somete, en la adolescencia, a estos dos factores. Pero
la adolescencia se caracteriza por una sucesión de movimientos dinámicos de
progresión y regresión, con las dificultades que le son inherentes. De estos movimientos
dinámicos resulta una fluctuación transitoria, reflejada a veces en la multiplicidad de
conductas sexuales. El adolescente vive en un ambiente caótico en el que la elección del
objeto sexual oscila entre la heterosexualidad y la homosexualidad, entre el apego a sus
padres y el amor por un nuevo objeto, el gusto por la vida en grupo y la búsqueda de la
pareja ideal, el descubrimiento del primer amor y la multiplicación de relaciones
sexuales afectivamente desinvestidas. Pero no todo es negativo. La elección del objeto
sexual puede tomar, también, una forma más feliz, propia de la adolescencia, en la
experiencia del primer amor.
La búsqueda y la constitución de una identidad sexuada son, también, importantes
tareas de la adolescencia. La adquisición de una estructura estable se considera muchas
veces la señal que marca la entrada en la adultez. El individuo empieza a identificarse
de forma continua en el tiempo, social y moralmente, en sus objetivos y ambiciones,
pero también en su sexualidad y en las relaciones con el otro ser sexuado. La
percepción de lo masculino o lo femenino y de las características a estos asociadas tiene
un papel significativo en la construcción de la identidad. Esta identidad sexuada, parte
integrante y fundamental de la identidad del Yo, es la llamada identidad de género 11. Es
el culminar de un proceso iniciado en edad más precoz, pero que, simultáneamente,
puede entrar en crisis en esta misma fase.
En otras palabras, Celeste Malpique (2003, p. 40) define las tareas organizativas
de la pubertad en tres grupos: genitalización de las representaciones incestuosas
(desexualización de las figuras parentales e integración del cuerpo sexuado), inicio del
luto de los imagos parentales e inicio de la elección del objeto sexual.
11
En el capítulo V profundizaremos en la definición de identidad de género, en un contexto más amplio,
en términos de diferentes perspectivas.
58
CAPÍTULO IV
IV CUERPO E IDENTIDAD
La concepción del ser humano como una dualidad de sustancia viene de lejos.
Dicha concepción, que presupone que la mente es una sustancia inmaterial que habita
temporalmente el cuerpo, dio origen a una nítida delimitación entre la fisiología
(ciencia que estudia el funcionamiento del cuerpo) y la psicología (que estudia los
procesos mentales) (Guimón, 1999, p. 15). Botella, Grañó, Gámiz & Abey (2008)
resaltan ese mismo hecho cuando afirman que el cuerpo, las emociones y las relaciones
han sido, a veces, relegados a un segundo plano en el discurso de la psicología
científica12.
Sin embargo, la contribución de diversos autores, particularmente Merleau-Ponty
(1945), amplió el conocimiento de la corporeidad, entendida como la experiencia vivida
del cuerpo como realidad fenomenológica, en contraste con el cuerpo de los estudios
anatómicos y fisiológicos. Por otra parte, y como ya hemos visto en un capítulo
anterior, la teoría psicoanalítica añadió, desde el inicio, la noción de cuerpo libidinal y
motor de pulsiones, así como, posteriormente, la importancia del cuerpo como objeto-
sujeto del intercambio con el otro (Guimón, 1999, p. 16).
Aparecen, de esta manera y en un primer tiempo, los conceptos de esquema
corporal e imagen corporal (Schilder, 1950). Posteriormente, la unidad somatopsíquica
es explicada por las nociones de “Yo-piel” (Anzieu, 1974) y de “segunda piel” (Bick,
1967).
Porque hablaremos de cuerpo propio y de límites, necesarios para la construcción
de la identidad, nos pareció importante terminar este capítulo con una revisión de la
noción de self, de forma a integrar los conceptos anteriormente descritos y de señalar la
indisociabilidad de lo “físico” en la construcción del self.
12
Señálese que el Grupo de Investigación sobre Constructivismo y Procesos Discursivos tiene un elevado
número de investigaciones (que pueden ser consultadas en
http://recerca.blanquerna.url.edu/constructivisme) que intentan, precisamente, contribuir a corregir la
tendencia excesivamente racionalista de los abordajes cognitivistas (Botella, 1995).
59
IV.1 Merleau-Ponty: el cuerpo como vehículo del ser en el mundo
Paul Valéry, citado por Agostinho Ribeiro (2003, p. 17), describe tres modos de
percepción y de uso del cuerpo propio. Tres cuerpos de los que la experiencia subjetiva
nos da cuenta: el cuerpo que se manifiesta en la relación inmediata con el Yo (el cuerpo
que tengo); el cuerpo que se evidencia a los otros en la apariencia (el cuerpo social); y
el cuerpo anatomofisiológico del saber médico (solo conocido porque es estudiado).
Pero, como afirma Ribeiro, existe un cuarto cuerpo, que, basándose en la fisicalidad de
estos tres, la transciende: Es el cuerpo de la corporeidad, de cuyo conocimiento depende
la resolución de problemas vitales, pero que se resiste al conocimiento: “es un cuerpo-
misterio”.
Maurice Merleau-Ponty (1908-1961) es, indiscutiblemente, la figura destacada en
lo que respecta a la elaboración del pensamiento sobre esa misma corporeidad y, por
consecuencia, sobre el cuerpo y la identidad. Este autor niega la dualidad de sustancia,
afirmando que “la unión entre el alma y el cuerpo no se sella mediante un decreto
arbitrario entre dos términos exteriores, uno sujeto, el otro objeto. Se realiza a cada
instante en el movimiento de la existencia” (Merleau-Ponty, 1945, p. 131).
En toda la obra de este fenomenologista, cuyo pensamiento, en una primera fase,
es de carácter existencial y antropológico, para, posteriormente, tomar un trayecto más
ontológico, es posible constatar la importancia otorgada al pensamiento de Freud,
aunque, frecuentemente, de una forma crítica o sesgada (Furlan, 1999).
Intentaremos aquí sintetizar el pensamiento de Merleau-Ponty tal como fue
expresado en su obra magna – Fenomenología de la percepción (Merleau-Ponty, 1945)
–, particularmente en lo que respecta al cuerpo. También en esta obra, las ideas de
Freud son más explícitamente evocadas y confrontadas.
Para Merleu-Ponty, el cuerpo “es el vehículo del ser en el mundo”. Es decir, es
el cuerpo el que permite al ser vivo unirse a un medio definido, confundirse en
determinados proyectos y empeñarse en su prosecución. Y cuerpo y mundo son
indisociables, en la medida en que es a través del mundo que el individuo toma
conciencia del cuerpo, al mismo tiempo que es a través de este que toma conciencia del
mundo (Merleau-Ponty, 1945, p. 122). Estamos, por lo tanto, ante la idea de un cuerpo
relacional, un cuerpo que no existe aisladamente, que solo tiene sentido cuando traduce
la existencia humana, que, como destaca constantemente, ocurre en el mundo. El cuerpo
60
es sentido a través del mundo que lo rodea y es a través de él que ese mismo mundo es
sentido. El cuerpo, como la psicología clásica ya afirmaba, es un objeto. Un objeto en
un mundo de objetos, pero también el objeto a partir del cual es posible tener una
perspectiva sobre el mundo. Por el cuerpo pasa la posibilidad de percepción de los otros
objetos e, igualmente, la posibilidad de percepción del cuerpo, él mismo. Solo es
posible comprender la función del cuerpo vivo realizándola, en la medida en que el
individuo es un cuerpo que se alza en dirección al mundo (Ibíd., p. 114).
Pero, como señala Merleau-Ponty, el cuerpo es más que un objeto del mundo: el
cuerpo es el medio de comunicación con el mundo, y este no es solo una suma de
objetos, sino el horizonte latente de la experiencia. De ahí que ser es “ser una
experiencia, es comunicarse interiormente con el mundo, con el cuerpo y con los otros;
es ser con ellos” (Ibíd., p. 142).
El cuerpo está siempre cerca y a disposición del individuo, pero nunca
verdaderamente delante de él. El individuo está en su cuerpo, es decir, es su cuerpo
(Ibíd., pp. 207-208). Y si ser cuerpo es, como se dijo anteriormente, formar parte del
mundo, podremos entonces concluir que el cuerpo no está principalmente en el espacio
– él es en el espacio (Ibíd., p. 205). El cuerpo no es ni solo objeto, ni solo sujeto.
Merleau-Ponty propone, por eso, una renovada visión de la ontología del cuerpo.
El cuerpo, porque es imposible de ser desdoblado bajo la propia mirada,
permanece al margen de todas las autopercepciones (Ibíd., p. 134). De igual modo, el
cuerpo no es nunca, para uno mismo, una asociación de órganos yuxtapuestos en el
espacio. Es, antes, vivenciado como indivisible y la posición de cada uno de sus
órganos o miembros es conocida a través de un esquema corporal donde todos están
implicados (Ibíd., pp. 143-144). Este hecho implica, por lo tanto, que el cuerpo
funciona, siempre, como un todo y como un todo se autopercibe.
El esquema corporal en cuestión no es, entonces, el mero resultado de
asociaciones establecidas a través de la experiencia. Es, eso sí, una toma de conciencia
de la postura del organismo en el mundo intersensorial (Ibíd., p. 145). O, mejor, el
esquema corporal es una entidad dinámica que permite expresar que el cuerpo está en el
mundo (Ibíd., p. 147).
En la obra en estudio, la importancia otorgada al pensamiento de Freud es
explícitamente evocada cuando Merleau-Ponty discurre sobre el cuerpo como ser
sexuado.
61
Ahí transmite su visión sobre las investigaciones psicoanalíticas, afirmando que
estas no pretenden explicar al hombre a través de su infraestructura sexual, sino que
pretenden reencontrar en la sexualidad las relaciones y actitudes que anteriormente
pasaban por relaciones y actitudes de conciencia. Deduce, también, que “la
significación del psicoanálisis no es tanto la de hacer biológica la psicología como la de
descubrir un movimiento dialéctico en funciones que se creían que eran puramente
corporales, y reintegrar la sexualidad en el ser humano” (Ibíd., p. 218).
Y es la sexualidad la que hace que el hombre tenga una historia; es en su
sexualidad donde el hombre proyecta su forma de ser en relación al mundo, es decir, en
relación al tiempo y a los otros hombres (Ibíd., p. 219).
Al ser su objetivo el de evidenciar la función primordial por la que el individuo
asume el espacio (y el objeto o el instrumento) y describir el cuerpo como lugar de esa
apropiación, y después de haber comprobado que el mundo natural existe en sí mismo,
más allá de la existencia para el sujeto, concluye que, para evidenciar la génesis del ser,
será necesario considerar el área de experiencia que, visiblemente, solo tiene sentido y
realidad para el propio individuo: su medio afectivo. Que, intentando ver cómo un
objeto o un ser pasa a existir para sí mismo, a través del deseo o del amor, se
comprenderá mejor cómo objetos y seres pueden existir, en general (Ibíd., p. 213).
Para Merleau-Ponty, el sueño, el despertar, la enfermedad o la salud no son
modalidades de la conciencia o de la voluntad. Al contrario, presuponen un “paso
existencial”. Es a través del cuerpo que se procesa la metamorfosis de la transformación
de las ideas en cosas, lo que equivale a decir que el cuerpo simboliza la existencia en la
medida en que la realiza y la actualiza. De esta manera, el cuerpo es aquello que puede
cerrar el individuo al mundo y, consecuentemente, aquello que lo abre al mundo y lo
pone en situación, permitiendo el movimiento de existencia en dirección al otro, en
dirección al futuro, en dirección al mundo (Ibíd., p. 228). El cuerpo expresa, por ello, la
existencia total; no es un acompañamiento exterior, ya que es en él que se realiza la
existencia. Es ese sentido encarnado el fenómeno central del cual cuerpo y espíritu,
signo y significación, son momentos abstractos (Ibíd., p. 229).
62
propio cuerpo, otro saber que tiene de él. Porque el cuerpo está siempre con el hombre y
porque el hombre es el cuerpo. De la misma manera, será necesario despertar la
experiencia del mundo tal como él aparece, mientras percibimos el mundo con el
cuerpo. Tras los períodos de privación sensorial, retomando el contacto con el cuerpo y
con el mundo, el hombre se reencontrará a sí mismo, ya que, si percibimos con nuestro
cuerpo, el cuerpo es un Yo natural y una especie de sujeto de la percepción (Ibíd., p.
278).
En la relación con el otro, la conciencia de los demás solo puede ser deducida si
sus expresiones emocionales y las del sujeto son comparadas e identificadas, y si se
reconocen correlaciones precisas entre la mímica y “hechos psíquicos”. Pero es la
percepción del otro lo que precede y hace posibles tales constataciones, ya que estas son
constitutivas de aquellas (Ibíd., p. 471).
Un objeto cultural desempeña un rol esencial en la percepción del otro: el
lenguaje.
El habla, en sí misma, es un acto corporal. La vocalización requiere la
utilización de órganos corporales, haciendo que todo lo que es dicho pase por el cuerpo
y, simultáneamente, constituya una cierta presentación del cuerpo. Solo hay discurso si
hay cuerpo; no existe discurso si no es a través del cuerpo (Butler, 2004, p. 172).
En el diálogo se establece un terreno común entre el otro y uno mismo, el
pensamiento de uno y de otro forman un solo tejido, lo que ambos dicen se incluye en
una operación común de la cual ninguno de los dos es el creador. Pasa a existir un ser a
dos en el que ya nadie es un simple comportamiento, sino que son, el uno para el otro,
colaboradores en una reciprocidad perfecta. Ambos coexisten a través de un mismo
mundo (Merleau-Ponty, 1945, pp. 474-475). Esto no explica otra cosa sino la naturaleza
de la intersubjetividad de la relación humana.
El cuerpo, en la obra de Merleau-Ponty, debido a lo que anteriormente hemos
explicado, tiene un carácter “postdualista”, que cuestiona las tradicionales oposiciones
cerebro/mente o cuerpo/alma, pues, además de ser la estructura vivida, el cuerpo es,
también, el lugar del aparato cognitivo y el contexto de los procesos de cognición
(Ribeiro, 2003, p. 18).
El cuerpo es el espejo del ser. Y porque es un Yo natural, una corriente de
existencia dada, nunca sabremos si las fuerzas que nos dirigen son las suyas o las
63
nuestras, o, antes, estas no son nunca enteramente suyas ni nuestras (Merleau-Ponty,
1945, p. 236).
El hombre es, como hemos comprobado, su propio cuerpo y ese cuerpo existe en
el espacio y se mueve a lo largo del tiempo; lo que quiere decir que, simultáneamente,
construye su historia (Ribeiro, 2003, p. 20). Cada individuo existe en el mundo como
ser carnal entre otros seres carnales y se estructura a través de los diferentes tipos de
relaciones que establece, simultáneamente, consigo mismo y con los demás. Y toda la
relación pasa por el cuerpo. Como afirma Parisoli (2002, p. 5), el cuerpo es una cosa,
pero, al mismo tiempo, una cosa que es del sujeto o, mejor dicho, que es el sujeto. El
cuerpo humano, encarnación de la persona, es el lugar donde nacen y se manifiestan los
deseos, las sensaciones y las emociones. Y es también aquello que nos permite
encontrar a los demás, manifestando la naturaleza relacional del individuo mediante la
afirmación de su individualidad.
Pero la realidad corporal es también una realidad subjetiva, una vivencia
impregnada de memorias y de expectativas, resultantes de la continua dialéctica
cuerpo/mundo. La corporeidad es, por ello, un fenómeno-historia en cuya continuidad
se construye el sentimiento de identidad personal (Ribeiro, 2003, pp. 19-20).
64
sentidos, no se trata de una simple percepción, ni es, tampoco, una representación,
aunque estén implicadas en el proceso figuraciones y representaciones mentales
(Schilder, 1950, p. 7). Estas reflexiones fueron desarrolladas posteriormente por dos
importantes autoras: Gisela Pankow y Françoise Dolto.
Gisela Pankow (1981, citada por Tisseron, 1995, p. 44), en su trabajo con
pacientes psicóticos, sugirió que la estructuración de la imagen del cuerpo es un
elemento esencial del desarrollo psíquico, desde las fases de mayor fragmentación
mental hasta la aceptación de un cuerpo unificado y unisexual. Esta autora distingue dos
funciones fundamentales de la imagen corporal. La primera atañe a la estructura
espacial del cuerpo como forma, es decir, permite el reconocimiento de una asociación
dinámica entre las partes del cuerpo y su totalidad. La segunda concierne también a la
estructura espacial, aunque respecto al contenido y al sentido. Esta función es la que
permite la colocación en relación de cada parte del cuerpo (percibida como parte de una
totalidad, gracias a la primera función) con una actividad específica que le proporciona
un sentido. De ahí que esta segunda función tenga un importante rol en el desarrollo de
las zonas erógenas y en la comunicación de estas con el exterior.
Françoise Dolto (1984), a su vez, distingue dos conceptos que, señala, no deben
ser confundidos: esquema corporal e imagen corporal.
El esquema corporal es una realidad de hecho (Dolto, 1984, p. 18) que
determina al individuo como representante de la especie, independientemente del lugar,
de la época o de las condiciones en las que vive. Este esquema corporal depende de la
integridad del organismo y de sus lesiones (Tisseron, 1995, p. 45).
Es el intérprete pasivo o activo de la imagen del cuerpo, pues es él el que
permite la objetivación de una intersubjetividad, de una relación libidinal fundada en el
lenguaje que, sin su apoyo, sería incomunicable (Dolto, 1984, p. 21).
Al contrario que el esquema corporal, la imagen del cuerpo es propia de cada
uno, y está íntimamente unida al sujeto y a su historia. Es específica de la libido de una
situación, de un tipo de relación libidinal. De aquí se concluye que el esquema corporal
es en parte inconsciente, aunque también preconsciente y consciente, mientras que la
imagen del cuerpo es eminentemente inconsciente. La comunicación con el otro, todo el
contacto con el otro, se basa en la imagen del cuerpo; es en la imagen del cuerpo que el
tiempo se cruza con el espacio y que el pasado inconsciente encuentra eco en la relación
presente (Ibíd., pp. 21-22).
65
La imagen del cuerpo es, por ello, el resultado de las relaciones establecidas por
el sujeto con el ambiente y, simultáneamente, el organizador de esas relaciones
(Tisseron, 1995, p. 44). No se refiere a estructura y funciones de un organismo
biológico, sino al modo en que el cuerpo es sentido por la persona que en él y a través
de él vive (Boothby, 2005, pp. 145-146). Al ser la síntesis viva de nuestras experiencias
emocionales, la imagen del cuerpo puede considerarse como la encarnación simbólica
inconsciente del sujeto deseante. Sin embargo, los deseos no son suficientes para
organizar, por sí mismos, la imagen del cuerpo: es la palabra la que va a tener un rol
primordial en esa organización.
Mientras que el esquema corporal refiere el cuerpo actual en el espacio y a la
experiencia inmediata, y es independiente del lenguaje, la imagen del cuerpo refiere el
sujeto del deseo a su disfrute, mediatizado por el lenguaje memorizado de la
comunicación entre sujetos. La imagen corporal es, por lo tanto, siempre inconsciente y
está formada por la articulación dinámica de una imagen de base, una imagen funcional
y una imagen de las zonas erógenas en las que se expresa la tensión de las pulsiones
(Dolto, 1984, p. 22). La imagen del cuerpo es el lugar en el que se inscriben las
experiencias relacionales de la necesidad y del deseo, valorizantes y/o desvalorizantes
(narcisizantes y/o desnarcisizantes). Estas sensaciones se manifiestan como una
simbolización de las variaciones de percepción del esquema corporal y más
particularmente de las inducidas por los encuentros interpersonales. Mientras que el
esquema corporal es la fuente de las pulsiones, el lugar de su representación es la
imagen del cuerpo (Ibíd., pp. 33-34).
Dolto distingue tres modalidades de una misma imagen del cuerpo: la imagen de
base, la imagen funcional y la imagen erógena, que, todas juntas, constituyen la imagen
del cuerpo sujeto de vivencias y el narcisismo del individuo en cada estadio de su
evolución. Estas imágenes están permanentemente conectadas entre sí por algo que las
mantiene unidas y al que la autora llamó imagen dinámica (Ibíd., p. 42).
La imagen de base es una imagen estática, propia de cada estadio, que va siendo
alterada de acuerdo con las zonas erógenas destacadas y que permite al niño sentirse en
una continuidad narcisista y espacio-temporal. De esta continuidad procede la noción de
existencia (Ibíd., p. 43).
66
La imagen funcional, al contrario de la de base, es una imagen “esténica” de un
sujeto tendente al cumplimiento de su deseo (Ibíd., p. 47). De la elaboración de esta
imagen funcional se incrusta, en relación con la mera respuesta en juego de las zonas
erógenas, un enriquecimiento de las posibilidades de relacionamiento con el otro (Ibíd.,
p. 48).
La imagen erógena corresponde al deseo frente al otro ser humano y abre un
camino al placer compartido (Tisseron, 1995, p. 45).
La imagen dinámica corresponde al “deseo de ser” y de perseverar en un
porvenir, no teniendo, por ello, una representación propia. Esta expresa el sujeto
deseante y con derecho a desear (Dolto, 1984, p. 50).
El esquema corporal se estructura en torno a aprendizajes y experiencias
independientes del lenguaje, mientras que la imagen del cuerpo se estructura en la
comunicación alrededor de los deseos del sujeto (Tisseron, 1995, pp. 45-46).
67
estar contenido. En la falta de un contenedor externo, el bebé siente que tiene que
contenerse a sí mismo, desarrollando aquello que la autora denomina una “segunda
piel” (un “caparazón” muscular o una musculatura verbal correspondiente).
Otra metáfora que une lo psíquico y lo somático es la noción de “envoltura
psíquica” de Didier Anzieu (1974), propuesta por primera vez en su artículo “Le moi-
peau”. Con el término “Yo-piel”, Anzieu pretende designar una figuración de la que el
niño se sirve, en las fases precoces del desarrollo, para representarse a sí mismo como
continente de contenidos psíquicos, a partir de sus experiencias en la superficie del
cuerpo (Didier Anzieu, 1985, pp. 50-51). Para este autor, la piel proporciona al aparato
psíquico las representaciones constitutivas del Yo y las de sus principales funciones
(Ibíd., p. 107). Para justificar su teoría, Anzieu establece una serie de paralelos entre las
funciones de la piel y las funciones del Yo:
1. De la misma forma que la piel cumple una función de sujeción del
esqueleto y de los músculos, el “Yo-piel” cumple la función de sujeción
del psiquismo. Esta función psíquica se desarrolla mediante la
interiorización del “holding” materno, es decir, a través de la
identificación primaria con un objeto soporte: el cuerpo del cuidador que
coge al niño en el regazo y al que el niño abraza.
2. A la piel que recubre toda la superficie corporal y en la que se incluyen
todos los órganos de los sentidos externos le corresponde la función de
continente del “Yo-piel”. El “Yo-piel” como representación psíquica
surge, por lo tanto, del juego entre el cuerpo de la madre y el cuerpo del
bebé, así como de las respuestas (gestuales y verbales) de la madre a las
sensaciones y emociones del bebé.
3. La capa superficial de la epidermis protege capas más sensibles (en las
que se encuentran las terminaciones nerviosas) y al organismo en general
contra agresiones físicas/químicas o contra el exceso de estímulos. El
“Yo-piel” es una estructura virtual en el nacimiento que se actualizará
durante la relación entre el lactante y el medioambiente, sirviendo a la
madre, o al cuidador primario, como auxiliar hasta el completo
desarrollo de esa estructura.
4. La membrana de las células orgánicas protege la individualidad de la
célula; las características particulares de la piel humana permiten, por
68
una parte, distinguir diferentes individuos y, por otra, que cada uno
pueda afirmarse a sí mismo como un individuo con su propia piel. A su
vez, el “Yo-piel” asegura una función de individuación, permitiendo
alcanzar el sentimiento de constituir un ser único.
5. La piel es una superficie con una serie de cavidades en las que se alojan
los órganos de los sentidos (que no los del tacto, que están en la
epidermis). El “Yo-piel” es una superficie psíquica que une las
sensaciones de diferentes naturalezas y que las destaca sobre el fondo
originario que es la envoltura táctil. Se trata de una función de
intersensorialidad cuya referencia básica se realiza fundamentalmente a
través del tacto.
6. La piel del bebé es objeto de la descarga libidinal de la madre. El “Yo-
piel” cumple la función de superficie de sujeción de la excitación sexual,
superficie en la que, en caso de un desarrollo normal, se van a localizar
zonas erógenas y se va a reconocer la diferencia y la complementariedad
de los sexos.
7. A la piel, como superficie en permanente estimulación sensoriomotora,
debido a las excitaciones externas, le corresponde un “Yo-piel” de
recarga libidinal del funcionamiento psíquico, de mantenimiento de la
tensión energética interna y de su distribución desigual por los
subsistemas psíquicos.
8. La piel, a través de los órganos de los sentidos que contiene, proporciona
información directa sobre el medio externo. El “Yo-piel” cumple la
función de registro de verdaderas huellas sensoriales táctiles, función
esta que es reforzada por la envoltura materna. La “realidad”, por lo
tanto, se registra en la piel.
9. Todas las funciones precedentes están al servicio de la pulsión de apego
y, posteriormente, al servicio de la pulsión libidinal. Los conocimientos
de inmunología nos permiten, con todo, añadir que el “Yo-piel” puede
tener también una función tóxica, de autodestrucción.
69
IV.4 La noción de self
70
3. El Ideal del Yo y el Superyo. Ideales y escalas de valores conscientes y
preconscientes. Una estimación del grado de efectividad de la autocrítica.
4. La parte del Ello que se comunica con el Yo.
5. Un concepto de la síntesis total de los aspectos parciales anteriormente
mencionados, que integra el self como entidad organizada y diferenciada
de su ambiente.
71
5. Fantasía inconsciente del self en el Yo: conjunto de fantasías
inconscientes, vinculadas con los elementos constituyentes de la
representación del self en el Yo.
72
Es por ello innegable la indisociabilidad del cuerpo en la formación del self y,
consecuentemente, en la construcción de la identidad. Y no solo desde el punto de vista
psicoanalítico. En el campo del constructivismo relacional, la construcción personal del
self, en su dimensión de corporalidad, incluye desde la dimensión más sensoriomotora
del esquema corporal (adquirido, como hemos visto, en las más precoces etapas del
desarrollo) hasta la dimensión conceptual del cuerpo como objeto de conocimiento (en
un nivel máximo de complejidad y autoconciencia), pasando por las dimensiones del sí
mismo corporal (body self) y del cuerpo como discurso y objeto de discurso (Botella,
Grañó, Gámiz & Abey, 2008).
La intrínseca conexión establecida entre “lo físico” y “lo psicológico” en los
procesos de construcción social del self se aclara, por ejemplo, en el trabajo de Botella,
Velázquez & Gómez (2006).
73
74
CAPÍTULO V
75
V.1 Del monismo fálico a la diferencia sexual
76
Horney, como Klein (1927) y Jones (1935), aboga por la existencia de una feminidad
primaria, con características incorporativas y receptivas. Introduce, también, la idea de
que la vagina es, desde una fase temprana, una zona erógena, atacando la noción,
típicamente freudiana, de que lo masculino es sádico y lo femenino es masoquista.
Afirmaba, asimismo, que los niños de ambos sexos vivencian una “fase de
feminidad” en la que se identifican con su madre, desean bebés e intentan robar los
contenidos (fantaseados) del útero materno (Maguire, 1995, p. 26).
Al monismo fálico freudiano se contraponía la existencia de una feminidad
primaria y de ansiedades genitales femeninas, no derivadas de las angustias de
castración masculinas, al mismo tiempo que se señalaba la existencia de una actividad
sexual primaria, que incluía la acción y la subjetividad (Gediman, 2005). La feminidad
y la masculinidad tendrían orígenes preedípicos, idea mayoritariamente aceptada, a día
de hoy, en los círculos analíticos (Person, 2006).
Erikson (1968b) apunta, igualmente, características específicas de la mujer, de la
feminidad. Para este autor, la formación de la identidad femenina refleja, forzosamente,
el hecho de que su plan somático incluye un “espacio interior” 13, destinado a cargar los
hijos de los hombres elegidos, y, concomitantemente, un compromiso biológico,
psicológico y ético para velar por la especie humana (Ibíd., pp. 267-268). Y que la
existencia de ese espacio corporal interno y productivo, instalado con seguridad en el
centro de la forma y postura femenina, tiene, evidentemente, mucho mayor relevancia
que el órgano externo que “falta” (Ibíd., p. 269). Estas conclusiones las deduce Erikson
de sus observaciones clínicas, pero también de experiencias con niños entre los 10 y los
12 años14 puestos a jugar con juegos de construcciones. Los espacios construidos por
los chicos estaban dominados por la altura y por la caída, mientras que los de las chicas
estaban dominados por interiores estáticos.
13
Germaine Greer (1996, p. 62) realza que incluso la noción de “espacio interior” está, muchas veces,
asociada a características negativas, relacionadas con imperfección, vacío o refugio para la alteridad.
Ejemplo de ello es, según Ussher (2006, p. 161), el hecho de que el cuerpo reproductivo es visto como
abyecto, como otro, como lugar de deficiencia y enfermedad.
14
Señálese que las conclusiones de la investigación de Erikson son criticables, también, por el hecho de
que en estas edades (10-12 años) muchas influencias del medio ambiente son ya seguramente
responsables de los comportamientos observados.
77
Podemos así decir que Erikson, a pesar de llegar a la conclusión, al contrario de
Freud, de que existe menor relevancia de la “envidia del pene” en la construcción de la
feminidad, acaba, sin embargo, por darle, por lo menos en parte, razón respecto a la
“anatomía como destino” (Freud, 1924, p. 197). Diversos autores, como por ejemplo
McDougall (2004), mantienen esta perspectiva del espacio interno.
15
Autores como Diamond (2006) critican esta expresión, ya que, si bien es notorio el alejamiento
transitorio del chico en relación a su madre, no existe aquello a lo que se podría llamar una
desidentificación. Hay, eso sí, una separación y diferenciación del objeto primario externo, lo que origina
un sentimiento de pérdida que incluso va a facilitar la internalización de aspectos clave de su relación con
su madre. Esto no es una desidentificación con el objeto interno materno, sino un proceso de
desimbiotización.
78
Así, se podría afirmar que existiría una especia de “masculinización
psicológica” (Ross, 1994, p. 12), análoga a la androgenización fetal. El hombre inicia su
vida emocional en la órbita de la mujer; los principios psicológicos tendrían que ser
introducidos en su experiencia y en su psique para que se sienta como hombre más
tarde. El padre tendría, por ello, un importante papel en el desarrollo masculino.
De esta forma, y en una conceptualización paralela a la de la “envidia de pene”,
hay autores que hablan de “envidia del útero”, es decir, que el chico pasará por una
dolorosa herida narcisista de no ser capaz nunca de adquirir las capacidades
procreativas de su madre y que este factor es importante en la búsqueda de una
identificación con el padre (Lax, 2003; Person, 2006).
Hay que señalar que hubo autores, como Robert Stoller (1968a), que llegaron a
sugerir que el estado natural para ambos sexos era, inicialmente, la feminidad (una
“protofeminidad”) construida en el inconsciente de ambos sexos.
La noción de “género” fue introducida por John Money16 (Money, Hampson &
Hampson, 1955a), al mismo tiempo que creó el concepto de “rol de género”. En su
16
Antes del término propiamente dicho, el concepto de “género” aparece con la obra de Simone de
Beauvoir (1949) “El segundo sexo” (Roudinesco & Plon, 1997, p. 167; Dimen & Goldner, 2005, p. 105).
El argumento de Beauvoir es el de que la mujer había sido sistemáticamente representada, hasta entonces,
como el otro, frente a una norma masculina; el otro, frente al hombre (Malson & Nasser, 2007, p. 7).
79
trabajo con niños con intersexo, este autor afirmaba que el factor más importante para la
sensación de que el niño crezca sintiéndose miembro de determinado sexo es la
convicción de sus padres o cuidadores primarios de que pertenece a ese mismo sexo.
Respecto al rol de género, el autor lo define como “todas las cosas que una
persona dice o hace para revelar su estatus de chico/hombre o chica/mujer; se puede
evaluar a través de los amaneramientos, de la conducta y del comportamiento, tópicos
espontáneos de conversación, contenido de los sueños y fantasías, respuestas a
cuestionarios directos e indirectos o a técnicas proyectivas y evidencia de prácticas
eróticas” (Money, Hampson & Hampson, 1955b; traducción nuestra). La noción
introducida a continuación fue la de identidad de género. Money (1973, citando un
trabajo suyo previo, de 1965) la define como “la similitud („sameness‟), la unidad y
persistencia de la individualidad de cada uno como macho („male‟) o hembra
(„female‟), o ambivalente, en mayor o menor grado, especialmente en la autoconciencia
y en el comportamiento; es la experiencia privada del rol de género y este es la
expresión pública de la identidad de género”.
Robert Stoller (1964, 1965, 1968a, 1968b), a su vez, realizará la distinción entre
la noción de “sexo” (especificidad biológica, anatómica) y la noción de “género”
(entidad política y cultural, social y psicológica). En su continua investigación en torno
a este tema, Stoller concluirá que la construcción de la identidad de género es el
resultado de la conjugación de varios factores: la anatomía y fisiología de los órganos
genitales externos (lo que incluye la apariencia y las sensaciones de los genitales
externos, visibles y palpables); las actitudes de los padres (o cuidadores primarios),
hermanos y semejantes; y una fuerza biológica que, a pesar de estar escondida del
consciente y preconsciente, parece proveer alguna energía pulsional para esta misma
identidad de género.
En estos trabajos, Stoller afirma que una identidad de género nuclear (“core
gender identity”), traducible en la toma de conciencia de ser macho o hembra, está
establecida de forma inalterable en el individuo normal en el momento de la fase fálica.
Y que esta identidad de género nuclear se mantiene inalterada a lo largo de la vida,
aunque la identidad de género se desarrolle y modifique constantemente.
80
Trabajos posteriores de este mismo autor aportaron novedades relevantes. Por
una parte, la afirmación de que niñas muy pequeñas sienten la vagina, aunque eso no
sea de importancia crucial para la feminidad, y la identificación de señales de feminidad
bastante anteriores a las fases fálica y edípica (Stoller, 1968a). Por otra, la explicitación
de que la identidad de género se construye alrededor del eje central que es la identidad
de género nuclear, a lo que se van a agregar rasgos de masculinidad y feminidad, en una
mezcla característica de cada persona (Stoller, 1976). Es decir, que cada uno, con una
identidad de género nuclear, incorporará rasgos de masculinidad y feminidad, al mismo
tiempo, aunque en grados variables.
Stoller (1976) profundizará, también, en su pensamiento sobre los factores en la
génesis de la identidad de género, ampliando el conjunto inicial y afirmando que esta es
el resultado de:
Una fuerza biológica (de tipo diverso, principalmente hormonal).
El sexo atribuido.
Las actitudes parentales, particularmente de la madre, sobre el sexo
del bebé y que influyen en las percepciones de este, así como en su
capacidad de fantasear.
Fenómenos “biopsíquicos”. Efectos postnatales precoces, causados
por ciertas costumbres habituales de coger al bebé: condicionamiento,
imprinting u otras formas de aprendizaje que modifican,
permanentemente, el cerebro del bebé y que derivan en determinados
comportamientos.
El Yo corporal. La miríada de cantidades y cualidades de sensaciones,
especialmente a partir de los genitales, que definen las dimensiones
físicas del sexo de cada uno y ayudan a definir las psíquicas,
confirmando para el bebé las convicciones de los padres sobre el sexo
de su hijo.
Como se puede deducir, la identidad del género, per se, es algo bastante
diferente de la noción de sexo, sexualidad u orientación sexual. La identidad de género
debe distinguirse, también, de la identidad de género nuclear, que se refiere al
sentimiento de pertenecer a un sexo biológico (“maleness”/“femaleness”). La
masculinidad y la feminidad, tal como han sido tratadas en la investigación que
81
presentaremos a continuación, son el equivalente a la identidad de género no nuclear de
Stoller o al “rol de género” de Money, que, posteriormente, fue utilizado por diferentes
investigadores. Este “rol de género” es el sentimiento de masculinidad/feminidad del
individuo, y, aunque ha sido fundamentalmente construido por identificaciones
precoces, es elaborado a lo largo de toda la vida (Diamond, 2006).
¿Y cómo llegan los niños y las niñas a la conclusión de que son, de hecho, niños
o niñas?
Chiland (2003, p. 4) apunta la experiencia de la vivencia del cuerpo como
primordial para dicho acontecimiento. Un bebé no experiencia su cuerpo como
bisexual, sino como absoluto en sí mismo. Antes de que el bebé consiga establecer una
conexión entre su experiencia y su sexo/género biológico, él ya ha sido mirado,
cuidado, animado o desanimado a hacer “un sinnúmero” de cosas. Los bebés son
moldeados por sus padres y bombardeados con mensajes conscientes o inconscientes
que después tienen que interpretar. Los padres proporcionan refuerzos positivos y
negativos a patrones de comportamiento que consideran masculinos o femeninos. Solo
más tarde el niño se vuelve capaz de establecer la conexión entre su experiencia y la
categorización en “chico” o “chica”. A pesar de que los niños descubren que existen
dos tipos de genitales externos entre los 18 y los 24 meses de edad (Roiphe &
Galenson, 1981, citados por Chiland, 2003, p. 5), la distinción entre chico y chica
procede de fuera del self.
Es la identificación con las características masculinas y femeninas de ambas
figuras parentales, así como la identificación con la sociedad, como un todo, lo que
determina lo que es masculino o femenino (Chiland, 2003, p. 6).
17
Aunque algunas de estas autoras propongan relecturas de textos contemporáneos de Freud, como el de
Lampl-de Groot (1928), en el que ya encuentran raíces de este pensamiento posmoderno (Harris, 2005a).
82
psíquico por el hecho de existir, o no, un pene, por otra, la teoría de la diferencia sexual
presume que una determinada anatomía sexual origina, o de alguna forma produce, una
determinada psique de género (Dimen & Goldner, 2005, p. 110). En el fondo señalan
que tanto los defensores del monismo fálico como los defensores de la feminidad
primaria se centran, primordialmente, en los genitales externos. La feminidad
psicológica de la teoría de la feminidad primaria sería una especia de contrapunto al
énfasis en el pene de la teoría del monismo fálico (Chodorow, 2005).
Abogan que, de la misma manera que no existe un género innato, tampoco
existen una feminidad o una masculinidad primarias. Estas conceptualizaciones no
pasarían de falsos binarios. Por un lado, porque el género es, entonces, siempre y solo,
una construcción política, social y psicológica. Por otro, porque masculino y femenino
son una polaridad de géneros que existe en cualquier individuo, sea cual sea su sexo
anatómico o su identidad de género nuclear (Fogel, 2006).
Nancy Chodorow (2004), uno de los exponentes máximos de esta corriente,
afirma que un individuo usa numerosos componentes para formar su género y su
sexualidad personales.
Los primeros de esos componentes son, para esta autora, las experiencias
corporales. La observación, la excitación, la comparación con los demás y las
modificaciones en la configuración corporal. Desde el nacimiento existen
transmisiones, sutiles e inconscientes, de afectos, sentimientos y fantasías de la madre
hacia el bebé. Y todo este conjunto de vivencias ayudará a formar las precoces
experiencias corporales, de sentirse (el) cuerpo, por parte del bebé.
Un segundo componente tiene que ver con las relaciones de objeto, es decir, con
el mundo interno de fantasías inconscientes sobre sí mismo y el otro (sean la madre, el
padre o los hermanos; objetos totales o parciales) creadas a través de una historia de
fantasías proyectivas e introyectivas. De la misma manera que con las experiencias
corporales, el mundo interno que ayuda a crear el género se inicia con el nacimiento,
bastante antes de la observación y de la capacidad de catalogación de diferencia genital.
Otros dos componentes de impacto significativo serían la creación transferencial
del lenguaje y de la cultura y la tonalidad afectiva.
A todos estos se sumará la creación, individual, de una “animación
predominante de género”, constelación de fantasías, inconscientes y conscientes, que
83
agrupa los diferentes componentes en una tonalidad afectiva específica y en una
organización destinada a lidiar con ansiedades y defensas específicas a cada uno.
18
La propia definición de género, en el campo de la Psicología Social, es indisociable del entorno:
“género es el significado social del sexo” (Burr, 1998, p. 11)
84
Butler (1990, p. 5) afirma que el género no siempre está coherente o
consistentemente constituido en diferentes contextos culturales, debido a la intersección
de la noción de género con identidades raciales, étnicas, sexuales, regionales o, incluso,
discursivas. Maguire (1995, p. 1) señala que el significado inconsciente que cada
individuo da a su sexo biológico no es nunca el resultado de meras diferencias
anatómicas, sino consecuencia de una compleja interacción de factores personales y
culturales. Richard Boothby (2005, p. 143) afirma que es incuestionable que la
masculinidad y la feminidad son modeladas, a grandes rasgos, por fuerzas culturales y
sociales, añadiendo que el énfasis desde el punto de vista psicoanalítico debe ponerse en
la sugerencia de que esas fuerzas se levantan sobre cimientos sólidos de
predisposiciones psicológicas.
19
John MacInnes (1998, p. 14) afirma que las nociones de “género”, “masculinidad” y “feminidad” son
solo el producto de una ideología utilizada por las personas, en las sociedades modernas, para que crean
en la existencia de diferencias entre hombres y mujeres (cuando, para este autor, no existe ninguna
diferencia).
85
En una reciente revisión de las investigaciones del desarrollo infantil en los
trastornos de género, Susan Coates (2006, pp. 104-106) afirma que la construcción del
sentimiento de género, en el niño, se inicia en la segunda mitad del primer año de vida.
Entre los seis y los doce meses, los bebés tienden a mirar más las imágenes de
individuos del mismo sexo que las imágenes de individuos de otro sexo. Cuando se les
muestran muñecos(as) anatómicamente correctos(as), los niños(as) consiguen
identificar a aquel(aquella) con el que se asemejan, alrededor de los dos años de edad.
Sin embargo, en esta edad, la construcción de las categorías “niño” y “niña” es muy
concreta y está determinada por características exteriores como las ropas y el peinado, y
no por el sexo anatómico. Alrededor de los dos años de edad, con la adquisición del
lenguaje, los niños pueden utilizar la categoría verbal “niño” o “niña” correctamente,
cuando está relacionada con adultos. Medio año después ya consiguen hacerlo en
relación a sus semejantes y a sí mismos. Nótese, sin embargo, que, a los cinco años de
edad, más de la mitad de los niños todavía no ha entendido el importante papel de los
genitales en el establecimiento de la categorización sexual. Solo alrededor de los seis o
siete años de edad, todos los niños se dan cuenta de que esa categorización se basa en la
anatomía, aunque más o menos a los tres o cuatro años de edad ya posean la noción de
su rol sexual esperado (Maccoby, 1998, citada por Knafo, Iervolino & Plomin, 2005).
86
vinculación, por lo que reflejará la historia de esas relaciones y sus conflictos,
incluyendo los conflictos generacionales.
87
objeto con el sexo opuesto. Al contrario que la identidad de género nuclear, el rol de
género es un fenómeno psicológico, por lo que puede ser conflictivo (Person, 2006).
Según Butler (1990), el género crea la propia subjetividad, ya que es la
adquisición de género la que hace al individuo inteligible. Y, aunque el género no sea
una identidad o la esencia en el núcleo de una persona, es, aun así, una experiencia
esencial que constituye una identidad (Dimen & Goldner, 2005, p. 107).
88
Respecto al desarrollo de métodos para evaluación de la masculinidad,
feminidad y androginia, una excelente revisión de Poeschl, Múrias & Ribeiro (2003)
nos da una perspectiva histórica de las modificaciones y conflictos conceptuales
registrados.
Terman & Miles (1936), tras años de estudio intentando clarificar las ideas de
masculinidad y feminidad, crearon el primer cuestionario de masculinidad-feminidad: el
“Cuestionario de análisis de actitudes e intereses”. Este cuestionario llevó a los autores
a describir a la mujer típica como diferenciada del hombre típico por la riqueza de sus
emociones, por la timidez, por la docilidad, por la naturaleza celosa y por la
preocupación por los demás y por las tareas domésticas. El hombre típico, a su vez, se
preocuparía por los objetos mecánicos, las actividades financieras o las actividades
exteriores.
Este cuestionario, por sus características intrínsecas, exagera las diferencias y
minimiza las semejanzas entre los sexos (Lorenzi-Cioldi, 1994), al mismo tiempo que
no permite la coexistencia de características masculinas y femeninas en el mismo
individuo.
Parsons & Bales (1955) definen distintamente los roles sociales desempeñados
por cada uno de los sexos. El rol masculino se describe como de naturaleza
instrumental, contraponiéndose al rol femenino, que se describe como de naturaleza
expresiva. Esta bipolaridad es reiterada por Bakan (1966, citado por Runge et al., 1981;
Diehl, Owen & Youngblade, 2004; Lipa, 2005, p. 57), que, a su vez, define las
características típicamente masculinas como agenciales y de autoafirmación y las
femeninas como comunales (de comunión) y de altruismo.
Las características agenciales se refieren al hecho de que el individuo intente
dominar el ambiente, a la asertividad, a la consecución de competencias, objetivos y
poder. Estos individuos se sienten realizados cuando consiguen sus objetivos
individuales, así como con el sentimiento de independencia.
Las características comunales se refieren al deseo de relacionarse íntimamente y
cooperar con el otro; la realización del individuo con estas características pasa por la
relación con el otro, por el sentimiento de pertenencia y de integración.
89
emociones, actúa en función de su interés personal y establece relaciones útiles para
conseguir sus metas. La mujer, a su vez, es típicamente sensible, comprensiva, flexible,
se preocupa por las necesidades afectivas de la familia, muestra sus emociones y valora
a los demás por sus cualidades personales (Lorenzi-Cioldi, 1994).
Los instrumentos construidos a partir de entonces para evaluar las dimensiones
masculinidad-feminidad reducirán los temperamentos masculino y femenino a la mera
posesión de rasgos de personalidad, es decir, de disposiciones estables y consistentes a
través de los diferentes roles, aunque esta versión simplista ha recibido numerosas
críticas.
En la década de los 70 del siglo XX, la investigación abordará el sexo como
categoría social y, consecuentemente, los estereotipos sexuales. Estos estereotipos,
definidos como conjunto de creencias sobre las características que hombres y mujeres
supuestamente poseen, incluyen creencias sobre las características físicas, los rasgos de
personalidad, los comportamientos asociados a los roles sociales, las preferencias
profesionales, las competencias específicas y las disposiciones emocionales (Deaux &
LaFrance, 1998, citados por Poeschl, Múrias & Ribeiro, 2003).
El “Cuestionario de estereotipos de roles sexuales”, de Rosenkrantz et al.
(1968), confirma que existe un amplio consenso acerca de los estereotipos sexuales y
que los atributos masculinos son más valorizados que los femeninos. Aquí los hombres
son definidos como más competentes, racionales y asertivos, mientras que las mujeres
son más calurosas y expresivas.
Williams & Bennett (1975) concluyen que los hombres son percibidos como
más autónomos, agresivos y exhibicionistas, mientras que las mujeres son observadas
como más serviciales y dispuestas a ayudar.
20
A partir de la publicación del artículo de Anne Constantinople (1973), de enorme impacto en la
comunidad científica de la época (y que todavía hoy se mantiene extremadamente actual), la
investigación abandona la bipolaridad estricta (masculinidad frente a feminidad) y empieza a encarar la
multidimensionalidad de los conceptos en cuestión.
90
Este problema es el que Sandra Bem (1974) pretende resolver al introducir la
noción de androginia psicológica en su “Inventario de roles sexuales”. Esta autora
combinó los valores feministas con un profundo estudio empírico para crear un
abordaje radicalmente nuevo de la masculinidad y de la feminidad (Lippa, 2005, p. 57).
Bem intenta mostrar que un gran número de personas no se diferencia en la forma en
que posee rasgos masculinos o femeninos y que esas personalidades son claramente
distintas de las personalidades típicas de los dos géneros. La flexibilidad subyacente al
concepto de androginia hizo que, a partir de ahí, se empezase a ver esta como el
objetivo saludable, al contrario de la masculinidad o feminidad, como se hacía hasta
entonces.
Esta posición sufrió contestación inmediatamente. Spence, Helmreich & Stapp
(1974, 1975) apuntan como problema principal de este nuevo abordaje la
conceptualización, por parte de Bem, de “esquemas de género”, concepto que, de
alguna manera es también reduccionista21. Al mismo tiempo comprueban que el
"Inventario de roles sexuales" de Bem fue concebido para evaluar los rasgos masculinos
y femeninos del individuo y que la tentativa de adaptarlo a una variable completamente
diferente (procesamiento de esquemas) es incorrecta. Estos autores crearon, entonces, el
“Cuestionario de Atributos Personales” (PAQ), con una perspectiva más ateórica y con
la intención, deliberadamente, de investigar las características que estereotipadamente
eran/son vistas como masculinas y femeninas, intentando, sin embargo, no olvidar la
multifactorialidad de rasgos de personalidad relacionados con el género (Spence,
1993)22.
21
Al estar de acuerdo con la crítica de Spence, hemos utilizado sus cuestionarios en la investigación que
hemos llevado a cabo.
22
Trabajos más recientes (Lippa, 1995; Lippa & Hershberger, 1999), utilizando otra metodología que
implica la computación de "probabilidades de diagnóstico de género", mantienen válidos los supuestos en
los que se basa este cuestionario.
91
estereotipadamente, al sexo femenino (emocionalidad, gentileza, bondad, comprensión
de los otros) (Lippa, 2005, pp. 57-58).
92
que los factores ambientales más importantes en la adquisición de comportamientos
típicos de un género están en el ambiente extrafamiliar.
Cleveland, Udry & Chantala (2001), en un estudio que incluye 1 301 pares de
gemelos, resaltaron la moderada semejanza de comportamientos y actitudes sexuales
típicas entre gemelos, hecho que apuntaría a la existencia de factores genéticos.
Los resultados obtenidos evidenciaron que las variaciones heredadas
contribuyen significativamente a variaciones en las actitudes y comportamientos
estereotipados (en términos de género). Un mayor porcentaje de características
heredadas, en las mujeres, sugiere que diferentes procesos afectan a la variación de los
comportamientos y actitudes en los dos sexos.
En el trabajo en cuestión, los autores concluyen que la mayor contribución a las
variaciones del comportamiento y de actitudes observadas es la de los factores
ambientales, aunque esos factores ambientales, con impacto sustancial, no son los
compartidos por los gemelos.
Knafo, Iervolino & Plomin (2005) realizaron una revisión crítica de trabajos
anteriores, al mismo tiempo que procedieron a una investigación sobre gemelos (5 799
pares) de 3-4 años de edad. Su conclusión fue que existen evidencias de una influencia
genética en el desarrollo del género de chicos y chicas, pero que, sin embargo, en la
mayoría de los casos, los factores ambientales eran más fuertes que los factores
genéticos.
93
94
PARTE II
Estudio empírico
95
96
CAPÍTULO VI
VI ESTADO DE LA CUESTIÓN
97
chico, que tiene pene, ve a la chica, que no lo tiene y, por eso, imagina que ella ya lo
tuvo y que, consecuentemente, fue castrada.
Horney, con Ernest Jones (1935) y Melanie Klein (1935), aboga por la
existencia de una feminidad primaria, a partir de la noción (contraria a la de Freud) de
que la vagina es desde bien temprano una zona erógena, centro de sensaciones y, por
tanto, de investiduras libidinales.
A partir de aquí se establece un concepto significativamente importante para la
primera ola feminista psicoanalítica: la diferencia sexual. Lo que esta teoría propone es
la existencia de un dualismo sexual, de tipo naturalista. El desarrollo de la masculinidad
y de la feminidad sería consecuencia, por lo tanto, y en lo esencial, de la anatomía.
Es precisamente por ahí, por el retorno a la "anatomía como destino” (Freud,
1924, p. 197), que los autores de la llamada segunda ola feminista psicoanalítica (y del
posmodernismo feminista psicoanalítico) iniciarán su crítica (Butler, 1993; Chodorow,
1994; Coates, 1990; y Harris, 1991, por ejemplo). Según estos, y con esa crítica no
podemos dejar de estar de acuerdo, esa teoría no incluye las individualidades humanas,
traza inevitabilidades. Y, peor todavía, acaba por dejar de lado uno de los mejores y
más profundos insights freudianos acerca del asunto: el de la importancia de las
influencias sociales e individuales en la construcción de la identidad del individuo y,
consecuentemente, en su masculinidad y/o feminidad.
98
especialmente en la autoconciencia y en el comportamiento; es la experiencia privada
del rol de género y este es la expresión pública de la identidad de género”.
Robert Stoller (1964, 1965, 1968a, 1968b) profundiza en estos conceptos
posteriormente. Este autor hará la distinción entre la noción de “sexo" (especificidad
biológica, anatómica) y la noción de “género” (entidad política y cultural, social y
psicológica) y creará la noción de identidad de género nuclear (“core gender identity”),
traducible en la toma de conciencia de ser macho o hembra, que está establecida de
forma inalterable, en el individuo normal, en el momento de la fase fálica. Stoller
afirma aún que esta identidad de género nuclear se mantiene inalterada a lo largo de la
vida, aunque la identidad de género se desarrolle y modifique constantemente.
Más recientemente, un número cada vez más amplio de pensadores e
investigadores, principalmente Judith Butler (1990, 1993), Nancy Chodorow (1994,
2004, 2005) o Judith Harris (1991, 2005), entre muchos otros, se han dedicado al
estudio de las cuestiones relacionadas con el género y el rol de género.
99
adquisición de identidad. Tal como refieren Grinberg & Grinberg (1976, p. 23), a partir
de Mahler se hace perceptible que el reconocimiento del cuerpo propio y del cuerpo de
los otros se realiza a través de los ojos, de las manos, del rostro y de los genitales. De
igual modo, queda aclarado también que el sentimiento de identidad deriva de la
relación corporal satisfactoria con la madre o cuidador(a) principal.
100
La noción de “imagen corporal”, creada por Paul Schilder (1950) y ampliada por
Gisela Pankow (1981) y Françoise Dolto (1984), nos permite entender, en términos
psicoanalíticos, la teorización de la corporeidad de Merleau-Ponty (1945). La imagen
corporal (la forma en que percibimos nuestro propio cuerpo) es el resultado de una
dialéctica entre lo social y lo personal (Cash & Pruzinski, 1990, citados por Botella,
Grañó, Gámiz & Abey, 2008), de las relaciones establecidas por el individuo con el
ambiente, con los otros, y, simultáneamente, es el organizador de esas relaciones. La
imagen del cuerpo es, por ello, la encarnación simbólica del sujeto deseante.
Dos metáforas ayudan considerablemente a la comprensión de la unidad
somatopsíquica: el “Yo-piel”, de Didier Anzieu (1974), y la "segunda piel", de Esther
Bick (1967). En ambas se señala que la piel es, simultáneamente, frontera (que separa al
individuo del medio y del otro) y zona de contacto (con el medio y con el otro). No solo
posibilita la separación del Yo y del no-Yo, sino que recibe y procesa informaciones
que hacen posible la adquisición y el desarrollo del sentimiento de identidad.
101
las experiencias. La identidad es un proceso continuo e interminable con dos
componentes, uno social y otro personal, que se influyen mutuamente en un proceso sin
fin. Esta influencia recíproca entre la imagen que los otros se forman de nosotros y la
imagen que nos formamos de nosotros mismos es evidente para cualquier explicación
psicológica de la formación del autoconcepto no exclusivamente solipsista (Botella,
Grañó, Gámiz & Abey, 2008).
102
en el área de estudio en cuestión. Al analizar las estereotipias de “masculinidad” y
feminidad” de los individuos (permitiendo, a través de un procedimiento estadístico, la
clasificación de los individuos en “Masculinos”, “Femeninos”, “Andróginos” e
“Indiferenciados”) este cuestionario evalúa el impacto de los patrones individuales y
socioculturales que contribuyen a la distinción entre los sexos.
103
medidos por el PAQ, con el bienestar logrado a través de la autonomía, fue confirmada
por September et al. (2001).
Este cuestionario sigue siendo, por ello, mundialmente utilizado y validado,
confirmándose reiteradamente su estructura factorial (Ferreira, 1999; Alparone, Prezza
& Camarda, 2000; Hill, Fekken & Bond, 2000; Korabik & Mcreary, 2000; Spence &
Buckner, 2000; Flett, Krames & Vredenburg, 2009; K‟delant & Gana, 2009; Woodie &
Fromuth, 2009; Baker, Robertson & Connely, 2010; Moneta, 2010).
Los cambios sociales de las últimas décadas, particularmente en lo concerniente
al rol de la mujer en la sociedad, son incuestionables. Partiendo del principio de que las
características comunales y agenciales derivarían de las diferencias profesionales y de
roles familiares, como propone la teoría de los roles sociales (Eagly, citado por Duehr
& Bono, 2006), y que esas diferencias han registrado una tendencia a disminuir, sería
esperable que los estereotipos acompañasen esa modificación.
Los estereotipos, sin embargo, no acompañan la rapidez de los cambios sociales,
manteniéndose u ofreciendo solo ligeras alteraciones (Lueptow, Garovich-Szabo &
Lueptow, 2001). Pocos son los estudios que apuntan a cambios significativos en los
estereotipos de género. Twenge (1997), comparando muestras de los años 1973 y 1993,
refiere que las mujeres han puntuado últimamente más alto en la escala de
“Masculinidad” y propone que ese hecho se debe a las modificaciones sociales
concernientes al sexo femenino (no solo aquello que las mujeres han ido consiguiendo
sino también la forma en que han empezado a ser vistas por la sociedad). Lueptow,
Garovich-Szabo & Lueptow (2001) procedieron al análisis comparado de muestras de
los años 1974 y 1997 y concluyeron que los estereotipos de género se mantienen
estables a lo largo de los años, refiriendo un posible aumento de la “Feminidad” en las
mujeres.
López-Sáez, Morales & Lisbona (2008) compararon dos muestras
representativas de la población española, una de 1993 y otra de 2001, y concluyeron
que los estereotipos de rasgos de personalidad no han sufrido una alteración
significativa. Confirmaron la tipología clásica de atribución de más rasgos
expresivos/comunales a las mujeres que a los hombres y, por el contrario, más rasgos
instrumentales/agenciales a los hombres que a las mujeres.
En una muestra más pequeña formada exclusivamente por profesores
universitarios, Lameiras Fernández y sus colaboradores (2007) utilizaron el PAQ y
104
concluyeron que los hombres y las mujeres presentaban valores similares de rasgos
instrumentales, aunque las mujeres seguían presentado valores más elevados de rasgos
expresivos cuando se las comparaba con los hombres.
Sabiendo cómo la comunicación social moldea y simultáneamente refleja la
realidad social, es relevante señalar que en un reciente estudio (Lauzen, Dozier &
Horan, 2008) que evaluó 124 programas del prime-time de la televisión americana
emitidos durante los años 2005 y 2006, los autores concluyeron que los personajes
femeninos mostrados desarrollaban característicamente roles interpersonales,
implicando uniones románticas, familiares y de amistad; características comunales, por
lo tanto. Los personajes masculinos, sin embargo, desarrollaban característicamente
roles relacionados con el trabajo, exhibiendo objetivos agenciales como la ambición y
el deseo de éxito.
En otras áreas, como en la evaluación de las narraciones de los padres acerca de
experiencias traumáticas de sus hijos o hijas (Peterson, 2004), o en la identificación de
los géneros de los autores de diversos manuscritos (Burr, 2002), es posible constatar el
mantenimiento de los estereotipos de género.
En términos de imagen, un trabajo reciente (Wood, Heitmiller, Andreasen &
Nopoulos, 2008) asoció los rasgos expresivos/agenciales del PAQ (escala de
“Feminidad”) a una mayor área de superficie del girus recto del córtex frontal y a un
mayor volumen de materia gris en ese mismo girus recto. El mismo estudio sugiere la
existencia de una compleja relación entre la “Feminidad”, la cognición social y la
estructura del girus recto, ya que la “Feminidad” estaba relacionada positivamente con
los valores obtenidos en un test de evaluación de tareas de percepción interpersonal.
105
es sorprendente ya que determinadas partes del cuerpo (ojos, caderas, pechos, labios,
bíceps o cabello, por ejemplo) tienen diferentes significados, según el género del
individuo en cuestión. Y si bien es obvio que estima corporal y autoestima no son
sinónimos, la estima corporal es un importante componente de autoestima, por lo que
los dos conceptos están íntimamente relacionados (Lerner, Karabenick & Stuart, 1973;
Monteath & McCabe, 1997; Furnham, Badmin & Sneade, 2002; Rosa, Garbarino &
Malter, 2006).
La insatisfacción con el cuerpo propio es común, particularmente entre las
mujeres de las sociedades occidentales. Esa insatisfacción se refleja, típicamente, en el
deseo de estar más delgadas (Monteath & McCabe, 1997), traducible en las
preocupaciones por zonas corporales específicas (las zonas media e inferior del cuerpo)
comúnmente afectadas por aumentos de peso en el cuerpo femenino (Cash, Winstead &
Janda, 1986).
Una baja estima corporal está asociada a una mayor vulnerabilidad a la
presencia de una baja autoestima, pero también a la depresión, a la ansiedad y, sobre
todo en las mujeres, a trastornos de la conducta alimentaria (Henriques & Calhoun,
1999; Furnham, Badmin & Sneade, 2002; Sondhaus, Kurtz & Strube, 2001; Mendelson,
McLaren, Gaunin & Steiger, 2002; Jorquera, Baños, Perpiñá & Botella, 2005; Tom,
Chen, Liao & Shao, 2005; Smolak, 2006; Ferraro et al., 2008; Ferrand, Champely &
Filaire, 2009).
Investigaciones sucesivas han mostrado que las mujeres presentan, a lo largo de
todo el ciclo vital, mayores preocupaciones por la apariencia física y, particularmente,
por el peso cuando se las compara con los hombres (Jackson, Sullivan & Hymes, 1987;
Pliner, Chaiken & Flett, 1990; Franzoi & Koehler, 1998; Demarest & Allen, 2000;
Ferraro et al., 2008; Peat, Peyerl & Muehlenkamp, 2008).
El factor de mayor impacto en la estima corporal de las mujeres (y,
consecuentemente, en su autoestima) es su preocupación por el peso (Henriques &
Calhoun, 1999; Connors & Casey, 2006), sentimiento que hace que esté siempre
presente una tendencia a desear estar más delgadas. Los hombres, sin embargo,
presentan el deseo de ser más pesados y musculados (Franzoi & Shields, 1984; Tom,
Chen, Liao & Shao, 2005), centrando sus preocupaciones en la fuerza muscular del
tronco y en la condición física (Henriques & Calhoun, 1999; MacKinnon et al., 2003;
Connors & Casey, 2006).
106
Es evidente que los factores sociales son importantes en el desarrollo de
actitudes y percepciones corporales por parte de las mujeres (Botella, Vélazquez &
Gómez, 2006; Botella, Grañó, Gámiz & Abey, 2008). Aunque los conceptos de ideal de
belleza femenina hayan variado significativamente a través del tiempo, en las últimas
décadas se ha registrado la decadencia del modelo voluptuoso y curvilíneo y la
imposición de un modelo ectomórfico, es decir, angular y delgado (Garner, Garfinkel,
Schwartz & Thompson, 1980; Botella, Grañó, Gámiz & Abey, 2008). La presión social,
particularmente la procedente de los órganos de comunicación social, tiene un impacto
significativo en la satisfacción corporal de las mujeres occidentales (Monteath &
McCabe, 1997), especialmente porque presenta como ideal de cuerpo femenino un
cuerpo delgado (fomentando la insatisfacción con el cuerpo real de la mujer) (Johnson
& Petrie, 1995; Champion & Furnham, 1999; Jones & Buckingham, 2005; Ferraro et
al., 2008). Este hecho es más notorio en las mujeres blancas que en las mujeres negras
(Henriques, Calhoun & Cann, 1996; Henriques & Calhoun, 1999).
En los hombres, aunque menos estudiada, esa presión social ha crecido,
particularmente a partir de 1980 (Grogan & Richards, 2002; Elliott & Elliott, 2005;
Barlett, Vowels & Saucier, 2008), siendo visible la identificación de un ideal de cuerpo
masculino mesomórfico – fuerte, musculoso y duro, en forma de “V” (Patterson &
England, 2000, citados por Elliott & Elliott, 2005; Furnham, Badmin & Sneade, 2002;
Grogan & Richards, 2002). Como resultado de estas presiones, diversos estudios
apuntan a un número creciente de trastornos de la conducta alimentaria también en los
hombres (Carlot & Camargo, 1991), pero, sobre todo, a una menor estima corporal,
menor autoestima y mayor número de trastornos psicológicos (como la depresión) y
alteraciones del comportamiento (como el ejercicio físico excesivo) (Barlett, Vowels &
Saucier, 2008; Hobza & Rochlen, 2009).
Estudios con muestras comparables demuestran que, en términos temporales, la
estima corporal de las mujeres ha disminuido considerablemente. Cash, Winstead &
Janda (1986) compararon muestras de 1972 con muestras de 1986 y concluyeron que
las diferencias entre los géneros se mantenían (las mujeres presentaban una estima
corporal inferior a la de los hombres en ambas muestras) y que la estima corporal de las
mujeres era significativamente mayor en 1972 que en 1986. Sondhaus, Kurtz & Strube
(2001) compararon muestras de 1966 y 1996 y llegaron a conclusiones similares. Se
obtuvieron diferentes resultados en las muestras masculinas: el primer estudio (mucho
107
mayor) evidenció el mismo efecto en la estima corporal de los hombres (que era
superior en 1972, en relación a la de 1986), mientras que el segundo estudio (mucho
más pequeño) no mostró diferencias significativas.
Reveladora, también, es la idea de que el matrimonio o el establecimiento de
una relación afectiva significativa disminuye sustancialmente la importancia de la
imagen corporal ideal, tanto para las mujeres como para los hombres, y conlleva un
significativo aumento de la estima corporal en las mujeres (Tom, Chen, Liao & Shao,
2005; Forbes, Jobe & Richardson, 2006; Ambwani & Strauss, 2007). Otro factor de
gran impacto en la estima corporal es el feedback social positivo sobre el atractivo
físico, que aumenta significativamente la estima corporal en ambos sexos, aunque
principalmente en las mujeres (Kowner, 1995; Henriques, Calhoun & Cann, 1996;
Graham, Eich, Kephart & Peterson, 2000).
108
esteem”, solo se encontró un artículo informando de la asociación específica entre los
estereotipos de género, medidos por el PAQ, y la estima corporal. Se trata de un estudio
de Braitman & Ramanaiah (1999), con 121 mujeres euroamericanas, universitarias, que
pone a prueba la hipótesis de que las mujeres clasificadas como “Femeninas” tienen una
estima corporal menos favorable que las mujeres clasificadas como “Andróginas” y
como “Masculinas”. Los resultados obtenidos han identificado que las mujeres
clasificadas como “Femeninas” y como “Indiferenciadas” puntuaron menos en la escala
de estima corporal, y en todas las subescalas, en comparación con las mujeres
clasificadas como “Masculinas” y como “Andróginas”.
Si en la misma base de datos asociamos el PAQ con la imagen corporal (“body
image”) o con la autoestima (“self-esteem”), los resultados son más abundantes y
muestran que el PAQ sigue siendo un instrumento frecuentemente usado en el estudio
del impacto de los estereotipos de género en diferentes tipos de situaciones.
Woodie & Fromuth (2009) encontraron una relación negativa, estadísticamente
significativa, en ambos sexos, entre los ítems de “masculinidad” del PAQ y los valores
obtenidos en el “Body Dysmorphic Disorder Examination – Sef Report”.
Conway, Alfonsi, Pushkar & Giannopoulos (2008) describieron una asociación
positiva, en una muestra de 1 192 estudiantes, entre las características instrumentales
(estereotipadamente masculinas) y un menor índice de rumiaciones depresivas.
Un doble estudio, realizado con 589 estudiantes universitarios euroamericanos,
mostró que las mujeres clasificadas como “Femeninas” o como “Indiferenciadas”
estaban más descontentas con su cuerpo que las clasificadas como “Masculinas” o las
clasificadas como “Andróginas”. Se registraron resultados similares para los hombres
(Forbes, Adams-Curtis, Rade & Jaberg, 2001).
Murnen & Smolak (1997) procedieron a un meta-análisis de 69 estudios
previamente realizados. Los resultados indicaron una pequeña pero positiva (y
heterogénea) relación entre la “Feminidad” (medida con rasgos expresivos/comunales)
y la presencia de problemas de la conducta alimentaria y una pequeña (y heterogénea)
relación negativa entre la “Masculinidad” (medida como rasgos
instrumentales/agenciales) y esos mismos problemas de la conducta alimentaria.
En otro estudio (Ramanaiah, Detweiler & Byravan, 1995), 245 estudiantes, con
una media de edades de 22,5 años, fueron clasificados de acuerdo con el PAQ. Los
resultados indicaron que los individuos clasificados como “Andróginos” obtenían mejor
109
puntuación en una escala de satisfacción con la vida. En los hombres, los más
satisfechos eran los clasificados como “Masculinos” y como “Andróginos”, pero en las
mujeres el factor principal era la masculinidad (las clasificadas como “Andróginas” y
como “Masculinas” obtenían puntuaciones más elevadas que las clasificadas como
“Femeninas” y como Indiferenciadas”).
Sanfilipo (1994) procedió al estudio de la relación entre experiencias depresivas
y estereotipos de género. En una muestra de 63 hombres y 77 mujeres, la masculinidad
estaba relacionada con menores niveles de diferentes experiencias depresivas, tanto en
los hombres como en las mujeres. Napholz (1994), con una muestra exclusivamente
femenina, concluye que la depresión es mayor en mujeres con un mayor nivel de
características expresivas.
Russo, Green & Knight (1993) estudiaron una muestra significativamente mayor
(1 034 individuos). En esta investigación, la instrumentalidad y la autoestima
evidenciaron una interacción tal que los investigadores afirmaron que parecía que la
instrumentalidad protegía de la sintomatología depresiva, cualquiera que fuese el grado
de autoestima, mientras que en las personas con baja instrumentalidad era la elevada
autoestima la que protegía de la depresión.
Idénticos resultados, que apuntaban a la masculinidad como indicadora de una
mejor autoestima, se obtuvieron en una muestra de 192 hombres y 462 mujeres en un
trabajo de Stein, Newcomb & Bentler (1992).
Por último, en una muestra de 200 estudiantes (100 de cada uno de los dos
sexos), los hombres y los individuos clasificados como “Masculinos” (de ambos sexos)
presentaron un atractivo subjetivo bastante más elevado (Downs, 1990).
Parece, por lo tanto, que los rasgos instrumentales/agenciales
(estereotipadamente asociados a la masculinidad) son los que se asocian a mejores
medidas de bienestar, corporal y general, así como a una menor predisposición hacia
cuadros psicopatológicos.
110
CAPÍTULO VII
VII.1 Objetivos
Este estudio pretende analizar las relaciones entre la identidad de rol de género, a
nivel de estereotipias sociales, la estima corporal individual y la posibilidad de
existencia de psicopatología asociada. Especificando, tiene como objetivos:
a) Caracterizar la autopercepción de los encuestados en lo que respecta a la
posesión de rasgos de personalidad estereotipadamente masculinos y
femeninos (son posibles las clasificaciones de “Femenino”, “Masculino”,
“Andrógino” e “Indiferenciado”).
b) Examinar el nivel de “Estima Corporal” de los individuos de la muestra
basándose en un conjunto de dimensiones características, principalmente
la “Preocupación por el Peso”, la “Resistencia Física” y el “Atractivo
Sexual” (para las mujeres) y el “Atractivo Físico”, la “Fuerza Muscular
del Tronco” y la “Condición Física” (para los hombres).
c) Caracterizar a los encuestados respecto al grado de sintomatología
psicopatológica presentado.
d) Analizar la relación entre la clasificación de los individuos, en materia de
atributos personales (“Femeninos”, “Masculinos”, “Andróginos” e
“Indiferenciados”) y la “Estima Corporal”.
e) Estudiar las relaciones entre la clasificación individual, en materia de
atributos personales (“Femenino”, “Masculino”, “Andrógino” e
“Indiferenciado”) y las subescalas de la “Estima Corporal”.
111
f) Analizar las relaciones entre la clasificación individual, en materia de
atributos personales (“Femenino”, “Masculino”, “Andrógino” e
“Indiferenciado”) y el grado (y tipo) de sintomatología psicopatológica
presentado.
VII.2 Método
VII.2.1 Participantes
112
obtención de una muestra razonablemente homogénea a nivel de edades, para, de esta
manera, evitar posibles disparidades relacionadas con el período del ciclo de vida en
que se encuentran los individuos en cuestión (con la actual organización social, el inicio
de la licenciatura coincide, muchas veces, en materia de desarrollo, con el final de la
adolescencia).
Se aseguraron debidamente el consentimiento informado y la total
confidencialidad de los resultados obtenidos (Anexo 1).
La muestra está formada por 480 sujetos, de los que el 60,00% son del sexo
femenino (288 individuos) y el 40,00% del sexo masculino (192 individuos), tal como
se muestra en la Tabla 1.
N %
Femenino 288 60.00
Masculino 192 40.00
Las edades están comprendidas entre los 18 y los 30 años y la media de edades
de la muestra es de 21,74 años (SD = 2,75).
El grupo de sujetos del sexo masculino tiene una media de edades inferior a la
media de la muestra total (21,34). Estas varían entre los 18 y los 30 años. Los sujetos
del sexo femenino tienen una media de edades superior a la media de la muestra
(22,01), con edades que varían entre los 18 y los 30 años (Tabla 2).
113
Tabla 2. Distribución de la edad en función del género
114
Tabla 3. Instrumentos de evaluación utilizados
“Body-Esteem Scale”
(Franzoi & Shields, 1984)
115
VII.2.2.1 “Personal Attributes Questionnaire” (PAQ)
23
Después de haber realizado un primer trabajo de campo (von Doellinger, 2009) con estos cuestionarios,
en diferentes centros de enseñanza superior en el norte de Portugal, y antes de la divulgación de cualquier
resultado, se publicó un trabajo, en Portugal, que utilizó el PAQ (Ribeiro, 2006).
116
referidos por ellos como rasgos de diferenciación entre hombres y mujeres adultos
(Lenney, 1991, p. 598).
A partir de ese cuestionario de 55 ítems, se construyó una forma abreviada con
solo 24 (Spence & Helmreich, 1978), con 8 ítems de cada una de las tres escalas
originales: “Masculinidad” (M), “Feminidad” (F) y “Masculinidad-Feminidad” (M-F).
Cada uno de los ítems es una característica de personalidad, mostrada bajo la forma de
una escala de tipo Likert. A los encuestados se les pide que elijan la letra o el número
que mejor describe el lugar en el que se encuentran a lo largo del continuum de la escala
(de A o 0, a E o 4).
Se realizó un análisis factorial de los 16 ítems “M” y “F”, de los 24 ítems del
PAQ, separadamente, para tres grandes muestras (Helmreich, Spence & Wilhelm,
1981). Los resultados obtenidos en el análisis de seis factores indicaron que la mejor
solución en cada caso identificaba dos factores, que reproducían las escalas “M” y “F”
del PAQ de 24 ítems. Según los autores, este aspecto apoya teóricamente la naturaleza
bipolar de los ítems, así como la retención de la escala “M-F” como teóricamente
distinta. Estudios posteriores (Antill & Cunningham, 1982, citados por Lenney, 1991, p.
600) indican que el PAQ de 55 ítems no es tan factorialmente puro como la forma
abreviada.
La escala de “Masculinidad” está formada por 8 ítems (2, 6, 10, 16, 17, 19, 20 y
24). Los autores han informado de valores de alpha de Cronbach, en una muestra de
estudiantes universitarios, de 0,85.
La escala de “Feminidad”, también de 8 ítems (3, 7, 8, 9, 12, 15, 21 y 22),
ofreció valores de alpha de Cronbach de 0,82.
La escala de “Masculinidad-Feminidad”, con los restantes 8 ítems (1, 4, 5, 11,
13, 14, 18 y 23), ofreció un alpha de Cronbach de 0,78.
Hay que señalar que 6 de los 24 ítems tienen valores invertidos (lo que se tiene
en cuenta para el análisis estadístico). Estos son: 5, 13, 14, 16, 18 y 23.
117
abreviado, obtuvieron valores de alpha de Cronbach de 0,80 para las escalas de
“Masculinidad” y “Feminidad”.
118
Tabla 4. Clasificación individual de los atributos personales
Masculino ↑ ↓
Femenino ↓ ↑
↑ ↑
Andrógino
Indiferenciado ↓ ↓
24
Este mismo trabajo de Spence & Helmreich ofrece resultados obtenidos en diferentes culturas (Brasil,
Líbano e Israel) y en poblaciones de características específicas (homosexuales de ambos sexos, atletas del
sexo femenino, científicos de ambos sexos). Para otros estudios ver la bibliografía de la presente
investigación.
119
Tabla 5. PAQ – Constitución factorial
Componentes
1 2
Ítem 22 – Frío / Caluroso en las relaciones con 0.72
los demás
Ítem 9 – Nada servicial / servicial 0.67
Ítem 15 – Despreocupado / Preocupado 0.65
Ítem 12 – Nada generoso / Muy generoso 0.64
Ítem 8 – Muy duro /Muy gentil 0.58
Ítem 3 – Nada emocional / Muy emocional 0.58
Ítem 7 – No es capaz / Es capaz de entregarse 0.50
a los demás
Ítem 19 – Nada / Muy autoconfiado 0.77
Ítem 24 – Cede / Se enfrenta a la presión 0.72
Ítem 17 – Abandona fácilmente / Nunca 0.66
abandona fácilmente
Ítem 16 – Facilidad / Dificultad para tomar -0.60
decisiones
Ítem 20 – Inferior / Superior 0.57
Ítem 10 – Nada / Muy competitivo 0.50
Ítem 2 – Nada / Muy independiente 0.48
Ítem 6 – Muy pasivo /Muy activo 0.44
Valores propios 3.79 2.65
Varianza explicada (%) 23.69 16.57
Varianza acumulada (%) 23.69 40.26
Nota: Por cuestiones de claridad, se omitieron los cross loadings con saturación inferior a 0,30.
120
Los dos componentes extraídos, con valores propios superiores a 1, permiten
explicar el 40,26% de la varianza total.
El Componente 1, “Masculinidad”, contribuye un 23,69% a la varianza total y
reproduce totalmente la constitución original de la misma.
El Componente 2, “Feminidad”, contribuye a la varianza total un 16,57% y
reproduce totalmente la versión original.
Según los autores, la escala “M-F” no debe estar sujeta al análisis factorial, ya
que es teóricamente distinta de la naturaleza bipolar de las dos otras escalas (“M” y
“F”), razón por la que solo procedimos a la averiguación de la estructura factorial de
estas dos últimas escalas del PAQ.
121
VII.2.2.2 “Body-Esteem Scale” (BES)
122
“Fuerza Muscular del Tronco” (ítems 7, 12, 14, 15, 18, 19, 20, 25 y 26) y “Condición
Física” (ítems 2, 4, 5, 8, 9, 10, 15, 17, 25, 29, 30, 33 y 35).
Para el desarrollo de esta escala, los autores utilizaron dos muestras (366
mujeres y 257 hombres, en la primera; 301 mujeres y 182 hombres, en la segunda), de
alumnos de la Universidad de California, y encontraron una consistencia interna en las
subescalas con valores de alpha de Cronbach variando entre 0,78 y 0,87 (Franzoi &
Shields, 1984).
123
Idéntico procedimiento fue realizado para las subescalas masculinas, con lo que
se comprobó que todas poseen valores de alpha de Cronbach superiores a 0,80 (Tabla
8).
124
- “Índice Sintomático Global” (GSI): que representa la combinación del
número de síntomas positivos (con puntuación diferente de cero) con la
información concerniente a la intensidad del stress en esos mismos síntomas (de
uno a cuatro). El valor de GSI se consigue dividiendo el sumatorio de los
valores obtenidos en los ítems entre noventa (el número total de ítems).
- “Total de Síntomas Positivos” (PST): que representa el número de
síntomas positivos (con puntuación diferente de cero).
- “Índice de Stress de los Síntomas Positivos” (PSDL): que corresponde
al grado de intensidad del stress ajustado al número de síntomas presentes. Su
valor se obtiene dividiendo el total de las puntuaciones entre el número de ítems
positivos.
VII.2.3 Procedimientos
125
como se mencionó anteriormente, se aseguraron el consentimiento informado y el
anonimato.
De los cuestionarios devueltos, 35 fueron anulados por encontrarse incompletos
y 5 fueron excluidos por ser de edades muy diferentes a la mayoría de los restantes (dos
individuos de 35 años de edad, uno de 39, uno de 40 y uno de 59 años de edad).
El análisis estadístico de los datos se realizó recurriendo al software SPSS
(Statistical Package for the Social Sciences – versión 17.0). Se utilizó un nivel de
significancia del 5% (0,05) para rechazar la hipótesis nula de los tests de hipótesis
utilizados.
126
CAPÍTULO VIII
VIII RESULTADOS
N Media SD
t p
Muestra Global 480 22.60 4.22
Género
Femenino 288 23.36 3.97 -4.97
<0,001
Masculino 192 21.46 4.33 t(478)
127
a los demás, más gentiles, más capaces de ayudar a otros, más bondadosas, más
conscientes de los sentimientos de los demás, más comprensivas y más calurosas.
Teniendo en cuenta lo que mide la escala en cuestión, podemos afirmar que las
mujeres de esta muestra presentan una autopercepción de poseer más características
socialmente deseables en ambos sexos, pero que se cree que están relacionadas,
estereotipadamente, con el sexo femenino.
N Media SD
t p
Muestra Global 480 19.23 4.26
Género
Femenino 288 18.65 4.00 3.65 <0,001
Masculino 192 20.08 4.50 t(478)
128
De esta manera, podemos afirmar que los hombres de esta muestra, en
comparación con las mujeres de la misma muestra, se consideran más independientes,
más activos, más competitivos, más capaces de tomar decisiones fácilmente, más
incapaces de abandonar fácilmente, más autoconfiados, más superiores y más capaces
de soportar las presiones.
Aquí, comprobamos que los hombres de la muestra presentan un mayor grado
de características socialmente deseables en ambos sexos, pero que se cree que están más
presentes en los individuos del sexo masculino.
Frecuencia Porcentaje
Femenino 102 21.3
Masculino 121 25.2
Andrógino 149 31.0
Indiferenciado 108 22.5
Total 480 100.0
129
Mediante el uso del test de chi-cuadrado, comprobamos la existencia de una
asociación estadísticamente significativa entre el género y la clasificación en materia de
atributos personales (χ2(3) = 33,77, p <0,001). La fuerza de esta asociación, por el valor
del coeficiente V de Cramer, es de 0,27, en una escala que, teniendo como máximo el
valor 1, representa una asociación media entre las dos variables. Valor significativo,
que nos indica una probabilidad muy baja de que esta asociación se deba al fracaso,
proporcionando a la asociación el adjetivo de “fuerte” (Pestana & Gageiro, 2003; Field,
2005).
130
VIII.2 Estima Corporal
N Media SD t p
Muestra global 480 123.15 17.95
Género
Femenino 288 121.45 16.31 2.46 0.014
Masculino 192 125.70 19.92 t(352,95)
Nota: No se asume la igualdad de las varianzas
Ser hombre o mujer explica, por lo tanto, las diferencias que puedan existir en
materia de “Estima Corporal Global” (Tabla 13).
131
= 121,45, SD = 16,31) y se analizaron las correlaciones existentes. Los resultados son
los que se muestran en la Tabla 14.
Estima Preocupación
Corporal Resistencia por el Atractivo
Global Física Peso Sexual
Estima Corporal Global ---
Resistencia Física 0.80** ---
Preocupación por el Peso 0.85** 0.56** ---
Atractivo Sexual 0.82** 0.52** 0.51** ---
De acuerdo con el R de Pearson (* p <0.05; ** p <0.01)
132
La Tabla 15 nos muestra que el modelo es altamente significativo (F = 8069,90;
p 0,001) y explica el 98,8% de la variabilidad observada, es decir, de la “Estima
Corporal Global” de las mujeres (variable dependiente).
Coeficientes Coeficientes
no estandarizados estandarizados t Sig.
El análisis de los tests a los coeficientes sugiere que, para una probabilidad de
error del 5%, todas las subescalas femeninas de la “Estima Corporal” (“Atractivo
Sexual”, “Preocupación por el Peso” y “Resistencia Física”) poseen un efecto
significativo sobre la “Estima Corporal Global” de los individuos del sexo femenino
(sig´s <0,05). Sin embargo, analizando los coeficientes estandarizados (β´s),
comprobamos que, de las variables independientes, las que más contribuyen al modelo
son las subescalas “Preocupación por el Peso” (β = 0,45) y “Atractivo Sexual” (β =
0,41).
133
masculino (M = 125,70, SD = 19,92) y se analizaron las correlaciones existentes. Los
resultados obtenidos son los que se muestran en la Tabla 16.
Estima Fuerza
Corporal Atractivo Muscular Condición
Global Físico del Tronco Física
Estima Corporal Global ---
Atractivo Físico 0.88** ---
Fuerza Muscular del Tronco 0.91** 0.72** ---
Condición Física 0.95** 0.74** 0.84** ---
** p < 0.01
De la misma forma que las subescalas femeninas, las tres subescalas masculinas
de “Estima Corporal” están muy correlacionadas entre sí, así como con la “Estima
Corporal Global” (con un nivel de significancia inferior a 0,01). Un valor elevado en
cualquiera de las subescalas de la “Estima Corporal” masculina implica valores
elevados en las otras dos subescalas y un valor elevado en la “Estima Corporal Global”.
Esto significa que un valor elevado en la subescala de “Condición Física”, por ejemplo,
está altamente relacionado con valores elevados en la “Estima Corporal Global” y en
las subescalas de “Fuerza Muscular del Tronco” y “Atractivo Físico”.
134
La Tabla 17 nos muestra que el modelo es altamente significativo (F = 6346,72;
p 0,001) y explica el 99,0% de la variabilidad observada, es decir, de la “Estima
Corporal Global” de los hombres (variable dependiente).
Coeficientes Coeficientes
no estandarizados estandarizados t Sig.
135
las medias de los elementos del sexo femenino y los del sexo masculino (t(478) = -0,62,
n.s.). Los resultados son los que se muestran en la Tabla 18.
N Media SD
t p
Muestra global 480 0.78 0.46
Género
Femenino 288 0.79 0.45 -0.62
0.53
Masculino 192 0.77 0.48 t(478)
Hay que señalar, con todo, que ambas medias son inferiores a 1,5, valor a partir
del cual se considera que existe valoración psicopatológica (Simões, 1980; Simões &
Binder, 1980).
136
Tabla 19. Subescalas sintomáticas del SCL-90-R
N Media SD
t p
Muestra
Somatización
Muestra global 480 0.73 0.55
Género -2.26 0.02*
Femenino 288 0.78 0.54 t(478)
Masculino 192 0.66 0.56
Síntomas obsesivos
Muestra global 480 1.14 -{}-0.58
Género 0.30
Femenino 192 1.13 0.56 t(478) 0.077
Masculino 288 1.15 0.60
Sensibilidad Interpersonal
Muestra Global 480 0.80 0.60
Género
-1.98
Femenino 288 0.84 0.61 0.05
t(478)
Masculino 192 0.73 0.58
Depresión
Muestra Global 480 0.88 0.61
Género
-2.54
Femenino 288 0.93 0.61 0.001*
t(478)
Masculino 192 0.79 0.58
Ansiedad
Muestra Global 480 0.80 0.55
Género
-1.47
Femenino 288 0.83 0.53 0.14
t(478)
Masculino 192 0.75 0.59
Hostilidad
Muestra Global 480 0.78 0.62
Género
0.59
Femenino 288 0.77 0.62 0.56
t(478)
Masculino 192 0.80 0.62
Fobias
Muestra Global 480 0.36 0.45
Género
-0.48
Femenino 288 0.37 0.44 0.64
t(478)
Masculino 192 0.35 0.48
Rasgos Paranoides
Muestra Global 480 0.85 0.65
Género
1.79
Femenino 288 0.81 0.66 0.08
t(478)
Masculino 192 0.91 0.64
Rasgos Psicóticos
Muestra Global 480 0.46 0.48
Género
3.48
Femenino 288 0.40 0.41 0.001**
t(327,53)
Masculino 192 0.56 0.56
Diversos
Muestra Global 480 0.97 0.60
Género
0.13
Femenino 288 0.98 0.60 0.90
t(478)
Masculino 192 0.98 0.62
* p <0.05; ** p <0.01; *** p <0.001
137
Se encontraron diferencias estadísticamente significativas en las subescalas de
somatización, depresión y rasgos psicóticos. En las dos primeras, las mujeres presentan
valores más elevados, mientras que en la última fueron los hombres los que presentaron
valores superiores.
Coeficientes Coeficientes
no estandarizados estandarizados t Sig.
Error
Variable dependiente: GSI β estándar β
(Constante) 0.13 0.01 13.45 0.000
Somatización 0.25 0.01 0.30 21.74 0.000
Depresión 0.37 0.01 0.48 29.79 0.000
Rasgos psicóticos 0.32 0.02 0.34 21.69 0.000
138
analizadas poseen un efecto significativo sobre el valor del GSI (sig´s <0,05). Sin
embargo, analizando los coeficientes estandarizados (β´s), comprobamos que, de las
variables independientes, la que más contribuye al modelo, es decir, la que más
contribuye a la predicción del GSI, es la “Depresión”.
Femenino Masculino Andrógino Indiferenciado And And And Fem Fem Mas
(n=102) (n=121) (n=149) (n=108) vs vs vs vs vs vs
M M M M Fem Mas Ind Mas Ind Ind
(SD) (SD) (SD) (SD)
Estima
Corporal 120.77 126.75 128.35 114.19 ** n.s. *** * * ***
Global (15.08) (17.21) (17.31) (18.49)
139
Como se puede comprobar observando la Tabla 21, constatamos que existen
diferencias significativas entre los grupos (F(3,476) = 16,88, p <0,001) en relación a la
“Estima Corporal Global”. Esas diferencias reflejan una menor “Estima Corporal” por
parte de los individuos clasificados como “Indiferenciados”, distinguiéndose estos, de
forma estadísticamente significativa, de todos los demás individuos (“Femeninos”,
“Masculinos” y “Andróginos”).
Hay que destacar que los sujetos clasificados como “Andróginos” presentan una
media más elevada en la “Estima Corporal Global”, seguidos por los “Masculinos”.
Estos dos grupos son los únicos que presentan diferencias entre sí sin significancia
estadística.
140
Tabla 22. Estima Corporal Global y Atributos Personales (muestra femenina)
Femenino Masculino Andrógino Indiferenciado And And And Fem Fem Mas
(n=76) (n=47) (n=98) (n=67) vs vs vs vs vs vs
M M M M Fem Mas Ind Mas Ind Ind
(SD) (SD) (SD) (SD)
Estima
Corporal 120.03 121.79 126.59 115.31 * n.s. *** n.s. n.s. n.s.
Global (14.13) (15.00) (17.12) (16.21)
141
Se comprobó que existen diferencias significativas entre los grupos (F (3,188) =
10,24, p <0,001) en relación a la “Estima Corporal Global”.
En este caso, los individuos clasificados como “Indiferenciados” presentan una
“Estima Corporal” significativamente más baja que la de los clasificados como
“Masculinos” y “Andróginos” (Tabla 23).
Femenino Masculino Andrógino Indiferenciado And And And Fem Fem Mas
(n=26) (n=74) (n=51) (n=41) vs vs vs vs vs vs
M M M M Fem Mas Ind Mas Ind Ind
(SD) (SD) (SD) (SD)
Estima
Corporal 122.96 129.91 131.73 112.37 n.s. n.s. *** n.s. n.s. ***
Global (17.70) (17.87) (17.33) (21.80)
142
Tabla 24. Atributos Personales y subescalas de la Estima Corporal (mujeres)
Femenino Masculino Andrógino Indiferenciado F And And And Fem Fem Mas
(n=76) (n=47) (n=98) (n=67) (3,284) vs vs vs vs vs vs
M M M M Fem Mas Ind Mas Ind Ind
(SD) (SD) (SD) (SD)
Preocupación 29.99 29.02 30.55 28.34 1.90 n.s. n.s. n.s. n.s. n.s. n.s.
por el Peso (5.86) (6.02) (6.61) (6.23)
Atractivo 46.26 46.57 49.12 44.30 9.99*** ** n.s. *** n.s. n.s. n.s.
Sexual (5.17) (5.06) (6.45) (5.48)
*** p <0.001; ** p <0.01; * p <0.05
143
La “Resistencia Física” distingue, también, a las mujeres clasificadas
como “Masculinas” (M = 32,36, SD = 4,61) de las clasificadas como
“Indiferenciadas” (M = 29,49, SD = 4,84).
2. Los valores de la subescala “Atractivo Sexual” son significativamente
diferentes entre las mujeres clasificadas como “Andróginas” (M = 49,12,
SD = 6,45) y las mujeres clasificadas como “Indiferenciadas” (M =
43,30, SD= 5,48) y como “Femeninas” (M = 46,26, SD = 5,17).
144
varianza multivariada (Manova), una vez comprobados los supuestos de normalidad
multivariada, homogeneidad de las matrices variantes-covariantes y multicolinealidad.
No se registró ninguna vulneración.
Se encontraron diferencias significativas (Tabla 25) entre los grupos, en una
combinación lineal de las variables dependientes (F(9,564) = 3,86, p < 0,001; Pillai’s
Trace = 0,17, Eta square partial = 0,06).
Femenino Masculino Andrógino Indiferenciado F And And And Fem Fem Mas
(n=26) (n=74) (n=51) (n=41) (3,188) vs vs vs vs vs vs
M M M M Fem Mas Ind Mas Ind Ind
(SD) (SD) (SD) (SD)
Fuerza
11.36*** n.s. n.s. *** n.s. * ***
Muscular 32.54 34.42 34.49 28.00
del Tronco (6.85) (5.71) (5.28) (7.32)
Condición 46.04 49.07 49.65 41.88 8.52*** n.s. n.s. *** n.s. n.s. ***
Física (7.34) (7.94) (8.39) (9.30)
*** p <0.001; ** p <0.01; * p <0.05
145
los hombres clasificados como “Andróginos” (M = 41,10, SD = 5,51) o
“Masculinos” (M = 38,84, SD = 5,77).
2. Los hombres clasificados como “Andróginos” son, también, los que
presentan valores más elevados en la subescala “Fuerza Muscular del
Tronco”. En esta subescala, con todo, el hecho más destacado es que los
hombres clasificados como “Indiferenciados” (M = 28,00, SD = 7,32)
presentan valores significativamente más bajos que todos los demás –
“Femeninos” (M = 32,54, SD = 6,85), “Masculinos” (M = 34,42, SD =
5,71) y “Andróginos” (M = 34,49, SD = 5,28).
3. En la subescala “Condición Física” son, una vez más, los hombres
clasificados como “Andróginos” los que presentan valores más altos.
También aquí los individuos clasificados como “Indiferenciados” (M =
41,88, SD = 9,30) se distinguen de los clasificados como “Andróginos”
(M = 49,65, SD = 8,39) y como “Masculinos” (M = 49,07, SD = 7,94)
por presentar valores significativamente más bajos.
146
Levene explica la no vulneración de la homogeneidad en la asunción de la varianza
entre los grupos.
Femenino Masculino Andrógino Indiferenciado And And And Fem Fem Mas
(n=102) (n=121) (n=149) (n=108) F vs vs vs vs vs vs
M M M M (3,476) Fem Mas Ind Mas Ind Ind
(SD) (SD) (SD) (SD)
147
Tabla 27. Atributos Personales e Índice Sintomático Global (hombres)
Femenino Masculino Andrógino Indiferenciado And And And Fem Fem Mas
(n=26) (n=74) (n=51) (n=41) F vs vs vs vs vs vs
M M M M (3,188) Fem Mas Ind Mas Ind Ind
(SD) (SD) (SD) (SD)
Femenino Masculino Andrógino Indiferenciado And And And Fem Fem Mas
(n=76) (n=47) (n=98) (n=67) F vs vs vs vs vs vs
M M M M (3,269) Fem Mas Ind Mas Ind Ind
(SD) (SD) (SD) (SD)
GSI 0.92 0.65 0.72 0.79 5.07*** * n.s. n.s. ** n.s. n.s.
(0.49) (0.36) (0.41) (0.45)
148
Una vez realizadas las comparaciones post hoc mediante el procedimiento de
Tukey para la muestra de individuos del sexo femenino (Tabla 28), se comprobó que:
1. Las mujeres clasificadas como “Masculinas” presentan un GSI inferior al
de todas las otras clasificaciones de los “Atributos Personales”. La
diferencia es estadísticamente significativa frente a las mujeres
clasificadas como “Femeninas”, que, a su vez, son aquellas que
presentan un GSI más elevado.
2. Las mujeres clasificadas como “Andróginas” presentan un GSI
significativamente inferior al de las mujeres clasificadas como
“Femeninas”.
149
Tabla 29. Atributos Personales y subescalas de Sintomatología Psicopatológica
Femenino Masculino Andrógino Indiferenciado And And And Fem Fem Mas
(n=102) (n=121) (n=149) (n=108) F vs vs vs vs vs vs
M M M M (3,476) Fem Mas Ind Mas Ind Ind
(SD) (SD) (SD) (SD)
Somatización 0.84 0.62 0.69 0.80 1.14* n.s. n.s. n.s. * n.s. n.s.
(0.53) (0.50) (0.55) (0.59)
Síntomas 1.32 1.02 1.08 1.19 1.90** ** n.s. n.s. ** n.s. n.s.
obsesivos (0.62) (0.52) (0.55) (0.61)
Sensibilidad 1.00 0.58 0.67 1.02 6.18*** *** n.s. *** *** n.s. ***
interpersonal (0.61) (0.49) (0.49) (0.70)
Depresión 1.14 0.61 0.80 1.02 5.83*** *** * * *** n.s. ***
(0.64) (0.45) (0.56) (0.66)
Ansiedad 0.99 0.62 0.75 0.88 2.90*** ** n.s. n.s. *** n.s. **
(0.60) (0.44) (0.56) (0.56)
Hostilidad 0.86 0.77 0.70 0.84 0.67 n.s. n.s. n.s. n.s. n.s. n.s.
(0.62) 0.63 (0.59) 0.64
Fobias 0.42 0.27 0.29 0.51 1.50*** n.s. n.s. ** n.s. n.s. ***
(0.43) 0.41 (0.38) 0.56
Rasgos 1.02 0.76 0.83 0.82 1.28* n.s. n.s. n.s. * n.s. n.s.
paranoides (0.76) 0.62 (0.60) 0.64
Rasgos 0.59 0.41 0.37 0.51 1.16** ** n.s. n.s. * n.s. n.s.
psicóticos (0.52) 0.50 (0.41) 0.49
Diversos 1.10 0.89 0.94 0.99 0.91 n.s. n.s. n.s. n.s. n.s. n.s.
(0.57) 0.55 (0.60) 0.68
*** p <0.001; ** p <0.01; * p <0.05
150
subescala, los individuos clasificados como “Andróginos” se distinguen
por presentar valores estadísticamente más bajos que los clasificados
como “Femeninos” y como “Indiferenciados”.
En la subescala de “Ansiedad”, los individuos clasificados como
“Femeninos”, presentan, una vez más, valores más elevados,
distinguiéndose claramente de los individuos clasificados como
“Masculinos” y como “Andróginos”. En esta misma subescala, los
individuos “Masculinos” (con los valores más bajos) se distinguen,
también, de los clasificados como “Indiferenciados”.
En cuanto a la subescala de “Fobias”, los individuos clasificados como
“Masculinos” y como “Andróginos” presentan valores
significativamente más bajos que los clasificados como
“Indiferenciados”.
Los sujetos clasificados como “Femeninos” son los que presentan
valores más elevados en la subescala de “Rasgos paranoides”,
distinguiéndose significativamente de los individuos clasificados como
“Masculinos” (que presentan los valores más bajos).
Por último, en relación a la subescala de “Rasgos psicóticos”, los
individuos clasificados como “Femeninos” se distinguen claramente de
los clasificados como “Andróginos” y como “Masculinos”.
151
152
CAPÍTULO IX
25
Hay que señalar, sin embargo, que esta es la única muestra con números aproximados de individuos del
sexo masculino y del sexo femenino. En las restantes muestras estudiadas, cuando se nos proporciona el
porcentaje de individuos por sexo, encontramos valores del 40-43% de hombres y del 57-60% de mujeres
(Spence & Helmreich, 1978, p. 45).
153
Podemos, por eso, afirmar que los hombres de la muestra en causa en esta
investigación presentan menos rasgos agenciales/instrumentales que los hombres de
las poblaciones de los estudios originales, mientras que las mujeres de esta muestra
presentan el mismo nivel de rasgos agenciales/instrumentales que las mujeres
evaluadas en los estudios originales.
Para Spence es importante que los sujetos de ambos sexos obtengan diferentes
valores en las tres escalas del Cuestionario (Lenney, 1991, p. 601), ya que esa
diferencia está en la base de su concepción teórica de masculinidad y feminidad. Ese
hecho se verificó en el presente estudio Lo que nos parece que debe señalarse, no
obstante, es el valor más elevado, aunque solo ligeramente, obtenido por los hombres de
nuestro estudio en la escala de “Feminidad”.
En un trabajo anterior (von Doellinger, 2009), con una muestra más pequeña (de
140 mujeres y 45 hombres, estudiantes universitarios de carreras que no incluían las
licenciaturas de Ingeniería, Derecho y Turismo), observamos que, a pesar de que las
mujeres presentaban valores más elevados que los hombres en la escala de
“Feminidad”, esa diferencia no era estadísticamente significativa.
Podemos pensar que este resultado, de un valor más elevado que los que
habitualmente se encuentran en la escala de “Feminidad” por parte de los hombres,
puede, obviamente, estar sesgado por la asimetría porcentual de la muestra en estudio
(288 sujetos del sexo femenino y solo 192 del sexo masculino), aunque esa asimetría no
sea diferente de las observadas en la mayoría de los estudios de este tipo. No debemos,
con todo, descartar otras hipótesis de explicación de estos resultados, como, por
ejemplo, el contexto cultural de la muestra.
El PAQ fue desarrollado con poblaciones de estudiantes de enseñanza superior
de los Estados Unidos y gran parte de los estudios subsiguientes fueron llevados a cabo
en poblaciones con idénticas características de edad y escolaridad. Este cuestionario ha
sido usado, sin embargo, en diferentes grupos etarios, que van desde la edad de la
enseñanza secundaria hasta la “mediana edad” (Lenney, 1991, p. 605), y en diferentes
países y culturas.
Multitud de muestras americanas – diferentes en cuanto a edades, antecedentes
socioeconómicos y localización geográfica – mostraron, consistentemente, valores de
154
“Masculinidad” superiores en los hombres y valores de “Feminidad” superiores en las
mujeres (Runge et al., 1981).
También en materia de diversidad cultural, dentro y fuera de los Estados Unidos,
se realizaron estudios que validaron los resultados iniciales. Como ejemplo, podemos
afirmar que existen estudios con adolescentes afroamericanos (Dade & Sloane, 2000;
Thomson & Zand, 2005), adultos americanos de origen asiático (Anderson & Johnson,
2003) y nativos americanos (Napholz, 1995) y en países tan dispares como Canadá
(Hill, Fekken & Bond, 2000; Rinfret & Lévesque, 2000), Corea del Sur (Yoo & Lee,
1997), Brasil (Ferreira, 1995), Gran Bretaña (Keys & Coleman, 1983; Keyes, 1984;
McCreary & Steinberg, 1992), Alemania (Runge et al., 1981), Italia (del Miglio &
Nenci, 1983), la India (Murphy-Berman, Berman, Singh & Pandy, 1992) o las Islas
Fidji (Basow, 1984).
Del análisis de todos estos estudios, concluimos, como Murphy-Berman et al.
(1992), que parece existir una tipificación sexual que, en la cultura occidental, asocia
rasgos de personalidad instrumentales/agenciales al sexo masculino y rasgos
expresivos/comunales al sexo femenino. Las excepciones a esa tipificación son las
encontradas en culturas no occidentales, como en las Islas Fidji (Basow, 1984) y la
India (Murphy-Berman, Berman, Singh & Pandy, 1992). Estos últimos autores llegan a
la conclusión de que existe una tipificación estereotipada mucho menor, en materia de
roles sexuales, en las culturas no occidentales.
A partir de estos datos no podemos poner el énfasis en las posibles diferencias
culturales entre la muestra portuguesa de este estudio y las poblaciones estudiadas
anteriormente.
Una segunda hipótesis es, tal vez, más consistente. Este cuestionario evalúa
estereotipias, comportamientos esperables para el hombre y para la mujer “típicos”.
Evalúa rasgos instrumentales como masculinos y rasgos expresivos como femeninos
(Spence & Helmreich, 1978). La escala de “Masculinidad” traduce comportamientos
socialmente deseables en ambos sexos, pero que, tradicionalmente, se cree que están
más presentes en los hombres; la escala de “Feminidad”, a su vez, describe
comportamientos socialmente deseables en ambos sexos, pero que se cree que son más
frecuentes en las mujeres. Lo que nuestros resultados parecen indiciar es que los
hombres presentan no solo más características estereotipadamente masculinas
155
(instrumentales/agenciales) que las mujeres, sino que, también, se aproximan un poco a
estas en las características expresivas/comunales (estereotipadamente femeninas).
156
Si nos centramos en los resultados de los individuos del sexo masculino,
comprobamos que los hombres, en su mayoría, son clasificados como “Masculinos”
(valores elevados en la escala de “Masculinidad” y bajos en la de “Feminidad”) y,
minoritariamente, como “Femeninos” (valores elevados en la escala de “Feminidad” y
bajos en la de “Masculinidad”). Hay que señalar, con todo, que estos últimos, los
clasificados como “Femeninos”, tienen una representación porcentual
significativamente mayor que la de la muestra original (13,5%, en nuestra muestra,
frente a un 8% en las poblaciones estudiadas en la década de 1970). Podemos afirmar,
por eso, que el 40,1% de los individuos del sexo masculino presentaron valores
elevados en la escala de “Feminidad” (un 26,3% clasificados como “Andróginos” y un
13,5% clasificados como “Femeninos”), valores sustancialmente más elevados que los
habituales.
Curiosamente, algunos estudios presentan también resultados no coincidentes
con los resultados originales, indiciando, incluso, alteraciones en el sentido inverso al
de nuestra investigación.
O‟Heron & Orlofsky (1990) comprobaron puntos de vista más tradicionales,
particularmente para los hombres. En un estudio con 94 hombres y 141 mujeres
estudiantes universitarios americanos, se comprobó que, cuando el valor de la
“Masculinidad” disminuía, disminuían también el sentimiento de identidad de género,
la adecuación social y el ajuste psicológico individual. Estos autores destacan, sin
embargo, la fuerte relación entre los estereotipos y los factores sociales, políticos y
económicos que los moldean. Afirman que, a medida que esos factores se van
modificando, también los roles de sexo estereotipados se van modificando y podrán
volverse menos importantes en el ajuste individual.
Estudios más recientes (Diehl, Owen & Youngblade, 2004) revelan otra
alteración: los hombres, a medida que envejecen, integran, significativamente, más
atributos comunales (estereotipadamente femeninos) en su autorrepresentación, por lo
que empiezan a puntuar más en las escalas de “Feminidad”. Como si la adquisición
madurativa, en los hombres, caminase de la mano con la adquisición de rasgos de
personalidad con tendencia al intercambio y a la integración (en contraste con la
independencia) y al desarrollo de necesidades de relaciones de mayor intimidad. En
materia cultural, dicho resultado podría interpretarse como que, con la madurez, el
hombre alcanza una etapa en la que deja de tener miedo de que su “masculinidad” sea
157
cuestionada por presentar comportamientos y rasgos de personalidad
estereotipadamente percibidos como femeninos.
Este es el hecho que sobresale en nuestra muestra: los hombres presentan
valores significativamente más elevados de “Masculinidad” y las mujeres valores
significativamente más elevados de “Feminidad”. Sin embargo, nuestros resultados
indican, también, que los hombres presentan más comportamientos típicamente
masculinos (rasgos instrumentales/agenciales), aunque también presentan un número
sustancial de comportamientos típicamente femeninos (comunales/expresivos).
Manteniéndonos en el análisis de la clasificación de los atributos personales de
género, observamos que las mujeres clasificadas como “Andróginas” (34,0%) y como
“Masculinas” (16,3%) suman un valor del 50,3%, y que las clasificadas como
“Femeninas” son un porcentaje parecido al porcentaje de las clasificadas como
“Indiferenciadas” (26,4% y 23,3%, respectivamente).
Cuando comparamos los resultados con los obtenidos por los autores del
cuestionario comprobamos una disminución del porcentaje de las mujeres clasificadas
como “Femeninas” y como “Indiferenciadas” y un aumento de las clasificadas como
“Andróginas” y como “Masculinas”. Estos resultados apuntan a un aumento de los
rasgos instrumentales/agenciales por parte de la muestra femenina, tal como se reveló
en estudios más recientes (Twenge, 1997; Lameiras Fernández et al., 2007).
Podemos afirmar que lo que esta muestra presenta es un aumento de los rasgos
expresivos/comunales, por parte de los hombres, y de los rasgos
instrumentales/agenciales, por parte de las mujeres, sin perder ninguno de los géneros
los rasgos estereotipadamente distintivos.
158
Una vez más, los resultados son diferentes de los ofrecidos por los autores del
cuestionario original. Spence & Helmreich (1978) presentan, en su muestra masculina
de estudiantes universitarios, valores de un 44% de “Masculinos”, un 25% de
“Andróginos”, un 23% de “Indiferenciados” y un 8% de “Femeninos”. Es decir,
comprobamos que, en ambos estudios, los individuos del sexo masculino se clasifican
mayoritariamente como “Masculinos”. Sin embargo, en nuestro estudio existe un
porcentaje significativamente mayor de individuos clasificados como “Femeninos”.
159
¿Cómo se puede explicar socioculturalmente este hecho? Tal vez las
expectativas respecto a los comportamientos esperables sean diferentes. Es decir, la
muestra en estudio representa la muestra universitaria de diferentes cursos de enseñanza
superior (Ciencias de la Educación, Derecho, Enfermería, Ingeniería, Medicina,
Psicología y Turismo). La asimetría porcentual de nuestra muestra, en materia de
representación de los dos sexos, refleja, aunque la hayamos minimizado, una asimetría
real de la muestra estudiantil26. Planteamos aquí la hipótesis de que, tal vez por el hecho
de que las mujeres son claramente mayoritarias en esa muestra, sea más aceptable, que
en una muestra de características diferentes, que los hombres presenten más
comportamientos y actitudes socialmente deseables en ambos sexos aunque más
característicos del sexo femenino (reflejados en la escala de “Feminidad”).
Otra hipótesis, que exigiría otro estudio de evaluación, sería la de que tal vez los
hombres que ingresan en cursos superiores tengan características algo diferentes de las
estereotipias a que anteriormente aludimos, por su más elevado nivel de formación
académica27.
Kimmel (1987, citado por van Wagoner, 2007, p. 33) afirma que los hombres
han cambiado en las últimas décadas. Que esos cambios han sido sutiles pero graduales
y en gran medida resultantes de las tensiones existentes (y que han crecido) entre las
expectativas de un rol de género “tradicional” y las exigencias por parte de
movimientos feministas y de homosexuales.
Volviendo a los resultados obtenidos, tenemos que las mujeres, a su vez, se
clasifican mayoritariamente como “Andróginas” (34,0%). Les siguen las clasificadas
como “Femeninas” (26,4%) y como “Indiferenciadas” (23,3%); el porcentaje de las
clasificadas como “Masculinas” es el más bajo (16,3%).
26
El porcentaje de mujeres en la enseñanza superior portuguesa ha crecido exponencialmente desde la
década de 1970; en el año lectivo de 2005-2006, de los 71.828 diplomados que terminaron la carrera, un
65,4% eran mujeres (INE, 2006).
27
Señalamos que Spence & Helmreich (1958, p. 56) concluyen que existe una tendencia a que los
individuos de ambos sexos, de clases sociales más bajas, presenten tasas de clasificación de
“Indiferenciados” (bajos valores en las escalas “M” y “F”) más elevados. No existen estudios que
comparen diferentes formaciones académicas.
160
Estos resultados, al contrario que los obtenidos para los hombres, están de
acuerdo con los resultados de los trabajos de los creadores del PAQ y con la mayoría de
los estudios revisados para esta investigación.
En un estudio con 236 estudiantes universitarios (90 hombres y 146 mujeres),
Burnett, Andersen & Heppner (1995) obtuvieron, sin embargo, resultados opuestos.
Esto es: las mujeres de su estudio presentaron valores significativamente más elevados
que los hombres en el área de la expresividad y no encontraron diferencias de género en
el área de la instrumentalidad. Al contrario que en nuestro estudio, este presentaba
valores de “Feminidad” mayores en las mujeres y no existían diferencias en el campo
de la “Masculinidad” entre los dos sexos.
161
Señalamos que, en este estudio, como en la mayor parte de los estudios
previamente revisados, los hombres presentan una “Estima Corporal Global” (125,70)
significativamente superior a la de las mujeres (121,45).
Valores superiores de “Estima Corporal Global” en los hombres, en comparación
con los valores en las mujeres, son frecuentes constantemente en los estudios revisados
para este trabajo, como concluyen, de igual modo, Henriques & Calhoun (1999) y
Lemma (2010, p. 17).
Sarah Grogan (2008, p. 190) afirma que la insatisfacción con el cuerpo propio es
evidente, en ambos sexos, desde los ocho años de edad, verbalizando, desde esa tierna
edad, ideales de formas corporales similares a los que los adultos ambicionan. Respecto
a las diferencias entre sexos, concluye que todos los estudios demuestran que existe una
menor satisfacción con el cuerpo propio por parte de las mujeres y que esa diferencia se
mantiene a lo largo de todo el ciclo vital.
La importancia de la “Estima Corporal” en la vulnerabilidad a la adaptación y su
contribución a la autoestima están más que comprobadas (Lerner, Karabenick & Stuart,
1973; Monteath & McCabe, 1997; Henriques & Calhoun, 1999; Furnham, Badmin &
Sneade, 2002; Rosa, Garbarino & Malter, 2006; Botella, Grañó, Gámiz & Abey, 2008),
por lo que son de particular relevancia para la comprensión de los trastornos
alimentarios, principalmente en la tendencia a las dietas rigurosas y a la bulimia
(Henriques & Calhoun, 1999; Furnham, Badmin & Sneade, 2002; Sondhaus, Kurtz &
Strube, 2001; Mendelson, McLaren, Gaunin & Steiger, 2002; Jorquera, Baños, Perpiñá
& Botella, 2005; Tom, Chen, Liao & Shao, 2005; Smolak, 2006; Ferraro et al., 2008;
Ferrand, Champely & Filaire, 2009). Valores inferiores de “Estima Corporal” están
relacionados con la participación en actividades de alto riesgo (como el consumo de
drogas) y con sintomatología depresiva (Cecil & Stanley, 1997).
Si pensamos que las mujeres, en la cultura occidental, se preocupan más por los
asuntos relacionados con la alimentación y con el peso corporal (Cash, Winstead &
Janda, 1986; Monteath & McCabe, 1997; Botella et al., 2008), tienen más tendencia a
hacer dietas, expresan más frecuentemente insatisfacción con su cuerpo y buscan más
ayuda médica por peso excesivo y por sufrir trastornos de la conducta alimentaria
(Pliner, Chaiken & Flett, 1990), será de esperar que presenten valores inferiores en la
“Escala de Estima Corporal”, al compararlas con los hombres.
162
Asumiendo, consecuentemente, que la importancia del físico es más fuerte en la
mujer que en el hombre, la relación entre la “Estima Corporal” y la autoestima global
debería ser más fuerte en las mujeres. La mayoría de los estudios que relacionan la
“Estima Corporal” y la autoestima no encuentran, sin embargo, diferencias
significativas entre géneros (Henriques & Calhoun, 1999; Pliner, Chaiken & Flett,
1990). Estos últimos autores también sugirieron que las diferencias de “Estima
Corporal” entre hombres y mujeres (estas últimas con valores inferiores a los primeros)
se mantienen a lo largo del ciclo de vida (y no solo en el período de la adolescencia,
hipótesis planteada por los autores, dada la importancia del cuerpo y de las
modificaciones sufridas por este en esa etapa del desarrollo humano). Y esto está
comprobado, aunque las mujeres no tiendan a estar más insatisfechas con la “mediana
edad” y la vejez, mientras que los hombres tienden a estar más insatisfechos, pues el
gradiente diferencial se mantiene hasta cerca de los 60 años de edad, momento a partir
del cual podrá disminuir (Grogan, 2008, p. 190).
Nuestros resultados confirman los anteriormente citados. En la muestra de este
estudio existe una diferencia significativa entre la “Estima Corporal” de las mujeres y
la “Estima Corporal” de los hombres, ya que esta última es significativamente
superior.
163
Del análisis de las tres subescalas femeninas (“Resistencia Física”, “Preocupación
por el Peso” y “Atractivo Sexual”), concluimos que están fuertemente correlacionadas
entre sí y que todas ellas poseen un efecto significativo en la “Estima Corporal Global”.
Esto implica que un valor elevado en cualquiera de las subescalas está asociado a un
valor igualmente elevado en cualquiera de las otras subescalas, así como a un valor
elevado de la “Estima Corporal Global”.
Hay que señalar, con todo, que, de las tres subescalas, las que más contribuyen al
modelo en apreciación son las subescalas de “Preocupación por el Peso” y de
“Atractivo Sexual”, resultados que están en concordancia con estudios anteriores
(Johnson & Petrie, 1995; Champion & Furnham, 1999; Henriques & Calhoun, 1999;
Jones & Buckingham, 2005; Connors & Casey, 2006; Ferraro et al., 2008). Por lo tanto,
la estima corporal de las mujeres depende en gran medida de la preocupación por el
peso y del hecho de sentirse sexualmente atractivas.
164
IX.3 Sintomatología Psicopatológica
165
Nos parece, por lo tanto, que nuestros resultados indican una asociación positiva
entre la manifestación de comportamientos socialmente deseables, aunque
estereotipadamente asociados al sexo masculino (las características
instrumentales/agenciales), y la “Estima Corporal Global”. O sea, a la presencia de
características como la asertividad, la independencia o la confianza está asociada una
imagen corporal positiva de sí mismo.
166
Cuando pasamos a un análisis detallado, en términos de género, comprobamos
que, en la muestra masculina, los valores de la “Estima Corporal Global” están
correlacionados con la clasificación individual, según el PAQ.
Los hombres clasificados como “Indiferenciados” presentan valores de “Estima
Corporal Global” significativamente más bajos que los clasificados como “Andróginos”
y que los clasificados como “Masculinos”, mientras que los hombres clasificados como
“Andróginos” son aquellos que presentan valores más elevados de “Estima Corporal
Global”.
167
demás; las diferencias son estadísticamente significativas en relación a
las clasificadas como “Femeninas” y como “Indiferenciadas”.
También en esta subescala femenina de “Resistencia Física”, hay que
señalar que las mujeres clasificadas como “Masculinas” se diferencian
significativamente de las clasificadas como “Indiferenciadas” (que son
las que presentan valores más bajos en esta subescala).
Las mujeres clasificadas como “Andróginas” son las que revelan una
mayor “Preocupación por el Peso”, seguidas de cerca por las clasificadas
como “Femeninas”. No existen, con todo, diferencias estadísticamente
significativas entre grupos en relación a esta subescala.
Las mujeres clasificadas como “Andróginas” presentan una “Estima
Corporal” superior, en materia de “Atractivo Sexual”, a las restantes
dimensiones de los “Atributos Personales”; la diferencia es
estadísticamente significativa en relación a las clasificadas como
“Femeninas” y como “Indiferenciadas”.
168
Varios autores defienden que los puntos clave que distinguen los géneros, en la
dinámica de la estima corporal, son la tendencia de los hombres a hacerse más fuertes y
musculados y la de las mujeres a adelgazar (Franzoi & Shields, 1984; Pliner, Chaiken &
Flett, 1990).
Las mujeres occidentales tienden, sistemáticamente, a puntuar menos que los
hombres en cualquier cuestionario de satisfacción corporal y más que los hombres en la
preocupación por el peso y por el aspecto físico (Cash, Winstead & Janda, 1986;
Garner, 1997). En la muestra femenina se encuentra, de forma sistemática, una mayor
insatisfacción con la parte inferior del cuerpo, en las áreas en las que anatómica y
fisiológicamente se acumulan más grasas en el cuerpo femenino – estómago, cadera y
muslos (Grogan, 2008, p. 46) –, lo que corrobora los resultados que hemos obtenido con
respecto a la muestra femenina global. Es decir, independientemente de evidenciar más
o menos características expresivas/comunales (estereotipadamente femeninas), o más o
menos características instrumentales/agenciales (estereotipadamente masculinas), las
mujeres presentan una preocupación por el peso superior.
169
En el caso de la “Resistencia Física”, hay una evidente relación con las
características instrumentales/agenciales asociadas a la “Masculinidad”, ya que son las
mujeres clasificadas como “Andróginas” (elevados valores en las escalas de
“Feminidad” y de “Masculinidad”) y las clasificadas como “Masculinas” (elevados
valores en la escala de “Masculinidad” y bajos valores en la escala de “Feminidad”) las
que presentan valores más elevados.
Es decir: mientras que el predominio de características expresivas/comunales,
en las mujeres, se relaciona con una mayor preocupación por el peso, una
autoevaluación positiva en materia de atractivo sexual y de resistencia física se
relacionan con características agenciales/instrumentales.
170
rasgos instrumentales/agenciales se asocian a una mejor estima corporal, en
cualquiera de las subescalas (“Atractivo Físico”, “Fuerza Muscular del Tronco” y
“Condición Física”).
Es un hecho reconocido que la mayoría de los hombres tiene como ideal un
cuerpo de formato mesomórfico, caracterizado por una complexión mediana pero con
un buen desarrollo muscular en el pecho, brazos y hombros (Patterson & England,
2000, citados por Elliott & Elliott, 2005; Furnham, Badmin & Sneade, 2002; Grogan &
Richards, 2002; Grogan, 2008, p. 81). Los ítems de la subescala “Fuerza Muscular del
Tronco” (fuerza muscular, bíceps, constitución corporal, coordinación motora, ancho de
los hombros, brazos, pecho, aspecto físico, impulso sexual) reflejan eso mismo.
Existe una antigua correlación entre la musculatura (no excesiva, al contrario de
la de los culturistas) y la masculinidad (Mansfield & MgGinn, 1993; p. 49). El deseo
de un cuerpo más musculado por parte de los hombres es un hecho constatado en los
más diversos estudios en diferentes partes del mundo occidental y en diferentes franjas
de edad. Solamente en la vejez parece existir una mayor aceptación del grado de
desarrollo muscular por parte de los hombres, creciendo, en ese momento, la
preocupación por el grado de adiposidad (Grogan, 2008, pp. 84-85).
171
El análisis independiente de las muestras del sexo masculino y del sexo
femenino reveló, en el caso de las mujeres, que las diferencias significativas
encontradas fueron:
Las mujeres clasificadas como “Masculinas” son las que presentan un
GSI más bajo, con una diferencia significativa respecto a las clasificadas
como “Femeninas” (que son las que presentan un GSI más elevado).
Las mujeres clasificadas como “Andróginas” presentan un GSI
significativamente inferior al de las mujeres clasificadas como
“Femeninas”.
En el caso de las mujeres, concluimos que las características
estereotipadamente femeninas están francamente asociadas a un mayor índice de
sintomatología psicopatológica.
Una vez analizadas las subescalas del SCL-90-R, comprobamos que no existen
diferencias significativas en lo que respecta a las subescalas de “Hostilidad” y de
“Síntomas diversos”.
En las restantes subescalas, excepto en la de “Rasgos Psicóticos” (en la que los
valores más bajos pertenecen a los individuos clasificados como “Andróginos”), los
individuos clasificados como “Masculinos” son los que presentan valores inferiores, es
decir, menor sintomatología psicopatológica. Por el contrario, los individuos
clasificados como “Femeninos” presentan valores más elevados de sintomatología
psicopatológica en las subescalas de “Somatización”, “Síntomas Obsesivos”,
“Depresión”, “Ansiedad”, “Rasgos Paranoides” y “Rasgos Psicóticos”. En las
172
subescalas de “Sensibilidad” y de “Fobias” solo son superados por los individuos
clasificados como “Indiferenciados” (con menores valores de “Feminidad” y de
“Masculinidad”).
Analizando las diferencias significativas en los valores de las subescalas del
SCL-90-R entre los diversos grupos categorizados según los “Atributos Personales”,
concluimos, invariablemente, que los resultados señalan, una vez más, el factor
protector de las características agenciales/instrumentales en la sintomatología
psicopatológica, lo que está de acuerdo con la mayoría de la literatura revisada
(Henriques & Calhoun, 1999; Furnham, Badmin & Sneade, 2002; Sondhaus, Kurtz &
Strube, 2001; Mendelson, McLaren, Gaunin & Steiger, 2002; Jorquera, Baños, Perpiñá
& Botella, 2005; Tom, Chen, Liao & Shao, 2005; Smolak, 2006; Ferraro et al., 2008;
Ferrand, Champely & Filaire, 2009).
173
174
Conclusão
175
- São, também, os traços estereotipadamente masculinos aqueles que se
associam a uma menor sintomatologia psicopatológica, enquanto que os traços
estereotipadamente femininos, isolados, se associam a um maior “Índice
Sintomático Global”, na SCL-90-R.
176
Os comportamentos e características estereotipadamente identificados com a
masculinidade (na população masculina e na população feminina) estão associados a
uma estima corporal superior e a menores níveis de sintomatologia psicopatológica em
geral e depressiva em particular. Por seu lado, os comportamentos e características
identificados com a feminilidade estão associados a uma estima corporal menor e a
níveis de sintomatologia psicopatológica superiores.
177
178
179
180
Resum
181
PARAULES CLAU: Identitat; Cos; Estereotips de gènere; Atributs personals; Estima
corporal; Simptomatologia psicopatològica.
182
Resumen
183
asociados a una peor estima corporal y a niveles más elevados de sintomatología
psicopatológica.
PALABRAS CLAVE: Identidad; Cuerpo; Estereotipos de género; Atributos
personales; Estima corporal; Sintomatología psicopatológica.
184
Abstract
TITLE: Body and identity: gender stereotypes, body esteem and psychiatric
symptomatology in a university population.
ABSTRACT: Identity is without doubt one of the most controversial notions in the
domains of psychoanalysis and philosophy. In psychoanalysis, however, the existence
of a close relationship between Freud‟s original contribution of psychosexual
development and the birth of a sense of identity is fairly consensual. This research is
part of a wide-ranging review of the theoretical contributions (from the more classical
to the most recent) that suggest that the notions of body and identity cannot be
separated from one another. In line with this idea, and because the body is sexual, we
shall review the concepts of gender and gender stereotypes and analyse the relations
between identity and the role of gender in terms of social stereotypes, the individual‟s
body esteem and the possibility of associated psychopathology.
This study involved the participation of 480 students from various higher education
establishments and polytechnic institutes in the north of Portugal; 60.00% (288) were
female and the other 40.00% (192) were male. The three self-assessment tools used
were the Personal Attributes Questionnaire (PAQ), the Body-Esteem Scale and the
Symptom Distress Check-List (SCL-90-R).
Our main findings indicate that the populations of each sex studied have not lost the
behaviour and characteristics stereotypically associated with them. When these results
are compared with those reported by the authors of the PAQ (and by most of the
subsequent studies), however, the acquisition of behaviours and characteristics
stereotypically associated with the opposite sex was found in both sexes, particularly in
the male population. Masculinity and body esteem in men are predominantly associated
(positively) with physical condition, whereas femininity and body esteem in women are
negatively associated with weight concern and positively with sexual attractiveness.
The behaviours and characteristics identified stereotypically with masculinity (in the
male and female populations) are associated with higher body esteem and lower levels
of psychopathological symptomatology in general, and depressive symptoms, in
particular. The behaviours and characteristics identified with femininity, meanwhile, are
associated with lower body esteem and higher levels of psychopathological
symptomatology.
185
KEYWORDS: Identity; Body; Gender stereotypes; Personal attributes; Body esteem;
Psychopathological symptomatology.
186
Resumo
187
comportamentos e características identificados com a feminilidade estão associados a
uma estima corporal menor e a níveis de sintomatologia psicopatológica superiores.
PALAVRAS-CHAVE: Identidade; Corpo; Estereótipos de género; Atributos pessoais;
Estima corporal; Sintomatologia psicopatológica.
188
189
190
Bibliografia
191
Bem, S. L. (1974). “The measurement of psychological androgyny”. Journal of
Consulting and Clinical Psychology, 42, 155-162
Benedek, T. (1976). “On the psychobiology of gender identity”. Annual
Psychoanalysis, 4, 117-162.
Benjamin, J. (1988). The bonds of love: psychoanalysis, feminism and the
problem of domination. New York: Pantheon Books.
Benjamin, J. (1995). Like subjects and love objects: essays on recognition,
identification and difference. New Haven, CT: Yale University Press.
Bick, E. (1967). “A experiência da pele em relações de objecto arcaicas”. In E.
B. Spillius (Ed.), Melanie Klein Hoje, Vol. 1 (pp.194-198). Rio de Janeiro: Imago
Editora, 1991.
Blascovich, J. & Tomaka, J. (1991). “Measures of Self-Esteem”. In J. P.
Robinson, P. R. Shaver, & L. S. Wrightsman (Eds.), Measures of personality and social
psychological Attitudes, Volume 1 in Measures of social psychological attitudes series
(pp. 115-160). San Diego, CA: Academic Press.
Bloom, K. (2006). The embodied self. London: Karnac Books.
Boothby, R. (2005). Sex on the couch – What Freud still has to teach us about
sex and gender. London: Routledge.
Botella, L. (1995). “Personal Construct Psychology, constructivism, and
postmodern thought”. In R. A. Neimeyer & G. J. Neimeyer (Eds.), Advances in
personal psychology (vol. III) (pp. 3-36). Greenwich, CN: JAI Press.
Botella, L., Grañó, N., Gámiz, M. & Abey, M. (2008). “La presencia ignorada
del cuerpo: corporalidad y (re)construcción de la identidad”. Revista Argentina de
Clínica Psicológica, XVII, 245-264.
Botella, L., Velázquez, P. & Gómez, A.M. (2006). “Género, cuerpo e identidad
femenina: la construcción personal y social del peso corporal”. In L. Botella (Comp.),
Construcciones, narrativas y relaciones: Aportaciones constructivistas y
construccionistas a la psicoterapia. Barcelona: Edebé.
Braconnier, A. (1996). O sexo das emoções. Lisboa: Instituto Piaget, 1998.
Braconnier, A. & Marcelli, D. (1998). As mil faces da adolescência. Lisboa:
Climepsi, 2000.
Braitman, K. A. & Ramanaiah, N. V. “Sex roles and body image”.
Psychological Reports, 84, 3 Pt1, 1055-1058.
192
Bryman, A. & Cramer, D. (1992). Análise de dados em ciências sociais:
introdução às técnicas utilizando o SPSS. Oeiras: Ceta Editora.
Burnett, W. B., Anderson, W. P. & Heppner, P. P. (1995). “Gender roles and
self-esteem: a consideration of environmental factors”. Journal of Counseling &
Development, 73, 1, 323-326.
Burr, V. (1998). Gender and social psychology. New York: Routledge.
Burr, V. (2002). “Judging gender from samples of adult handwriting: accuracy
and use of cues”. The Journal of social Psychology, 142, 6, 691-700.
Butler, J. (1990). Gender trouble. New York: Routledge.
Butler, J. (1993). Cuerpos que importan: sobre los límites materiales y
discursivos del “sexo”. Buenos Aires: Paidós, 2002.
Butler, J. (2004). Undoing gender. London: Routledge.
Carlot, D. & Camargo, C. (1991). “Review of bulimia nervosa in males”.
American Journal of Psychiatry, 148, 831-843.
Carpintieri, A. M. & Cheek, J. M. (1985). Shyness and the physical self: Body-
esteem, sexuality, and anhedonia. Wellesley, MA: Wellesley College.
Cash, T. F. & Pruzinsky, T. (Eds.) (1990). Body images: development, deviance,
and change. New York: The Guilford Press.
Cash, T. F., Winstead, B. A. & Janda, L. H. (1986). “Body image survey report:
the great American shape-up”. Psychology Today, 20, 30-44.
Cecil, H. & Stanley, M. A. (1997). “Reliability and validation of adolescents‟
scores on the Body Esteem Scale”. Educational and Psychological Measurement, 57, 2,
340-356.
Champion, H. & Furnham, A. (1999). “The effect of the media on body
dissatisfaction in adolescent girls”. European Eating Disorders Review, 1, 213-228.
Chasseguet-Smirgel (1970). “Feminine guilt and the Oedipus complex”. In N.
Burke (Ed.), Gender and envy (pp.119-130). New York: Routledge, 1998.
Chiland, C. (2003). “Sex and gender: the battle between body and soul”. In A.
M. Alizade (Ed.), Masculine Scenarios (pp. 1-11). London: Karnac Books.
Chiland, C. (2004). “Gender and sexual difference”. In I. Matthis (Ed.),
Dialogues on sexuality, gender and psychoanalysis (pp. 79-91) London: Karnac Books.
Chodorow, N. J. (1994). Femininities, masculinities, sexualities: Freud and
beyond. Lexington: University Press of Kentucky.
193
Chodorow, N. J. (2004). “Beyond sexual difference: clinical individuality and
same-sex cross-generation relations in the creation of feminine and masculine”. In I.
Matthis (Ed.), Dialogues on sexuality, gender and psychoanalysis (pp.181-203).
London: Karnac Books.
Chodorow, N. J. (2005). “Gender on the modern-postmodern and classical-
relational divide: untangling history and epistemology”. Journal of the American
Psychoanalytic Association, Vol. 53, 4, 1097-1118.
Clabaugh, A. & Morling, B. (2004). “Stereotype accuracy of ballet and modern
dancers”. The Journal of Social Psychology, 144, 1, 31-48.
Cleveland, H. H., Udry, J. R. & Chantala, K. (2001). “Environmental and
genetic influences on sex-typed behaviors and attitudes of male and female
adolescents”. Personality and Social Psychology Bulletin, 27, 12, 1587-1598.
Cleveland, J. N., Stocksdale, M. & Murphy, K. R. (2000). Women and men in
organizations: sex and gender issues at work. Mahwah, NJ: Erlbaum.
Coates, S. (1990). “Ontogenesis of boyhood gender identity disorder”. Journal
of the American Academy of Psychoanalysis, 18, 414-438.
Coates, S. (2006). “Developmental research on childhood gender identity
disorder”. In P. Fonagy, R. Krause & M. Leuzinger-Bohleber (Eds.), Identity, gender
and sexuality – 150 years after Freud (pp.103-131). London: International
Psychoanalytical Association.
Coelho, R. & Prata, J. (2003). “Identidade e cirurgia plástica”. Cadernos de
Bioética, 32, 15-34.
Cohen, J. (1988). Statistical power analysis for the behavioral sciences (2nd
edition). Hillsdale, NJ: Lawrence Earlbaum Associates.
Coimbra de Matos, A. (1996). “Percursos da identidade: processos
transformadores”. In Psicanálise e psicoterapia psicanalítica (pp.215-224). Lisboa:
Climepsi Editores, 2002.
Connors, J. & Casey, P. (2006). “Sex, body-esteem and self-esteem”.
Psychological Reports, 98(3), 699-704.
Constantinople, A. (1973). “Masculinity-Femininity: an exception to a famous
dictum?” Psychological Bulletin, 8, 5, 389-407.
194
Conway, M., Alfonsi, G., Pushkar, D. & Giannopoulos, C. (2008). “Rumination
on sadness and dimensions of communality and agency: comparing white and visible
minority individuals in Canadian context”. Sex Roles, 58, 9-10, 738-749.
Cook, E. P. (1987). “Psychological androgyny: a review of the research”. The
Counseling Psychologist, 15, 3, 471-513).
Dade, L. R. & Sloan, L. R. (2000). “An investigation of sex-role stereotypes in
African Americans”. Journal of Black Studies, 30, 5, 676-690.
Deaux, K. (1984). “From individual differences to social categories: analysis of
decade‟s research on gender”. American Psychologist, 39, 105-116.
Deaux, K & LaFrance, M. (1998). “Gender”. In D. T. Gilbert, S. T. Fiske & G.
Lindzey (Eds.), The handbook of social psychology, 4.th edition, vol. II (pp.77-827).
Boston, MA: McGraw-Hill.
Demarest, J. & Allen, R. (2000). “Body image: gender, ethnic, and age
differences”. The Journal of Social Psychology, 140, 4, 465-472.
Derogatis, L. R. (1977). “SCL-90R: Administration, scoring and procedures”.
Manual I for the R (Revised) version and other instruments of the psychopathology
rating scale series. Chicago: Johns Hopkins University School of Medicine.
Deutsch, H. (1944). The psychology of women, vol. I. New York: Grune &
Stratton.
Diamond, M. J. (2006). “Masculinity unravelled: the roots of male gender
identity and the shifting of male ego ideals throughout life”. Journal of the American
Psychoanalytic Association, 54, 4, 1099-1130.
Diehl, M., Owen, S. K. & Youngblade, L. M. (2004). “Agency and communion
attributes in adults‟ spontaneous self-representations”. International Journal of
Behavioral Development, 28, 1, 1-15.
Diekman, A. B. et al. (2005). “Dynamic stereotypes about women and men in
Latin América and the United States”. Journal of Cross-Cultural Psychology, 36, 2,
209-226.
Dimen, M. & Goldner, V. (2005). “Género e Sexualidade”. In E. S. Person, A.
M. Cooper & G. O. Gabbard (Eds.), Compêndio de Psicanálise (pp.105-126). Porto
Alegre: ArtMed, 2007.
195
von Doellinger, O. (2009). Corpo e identidade: estudo da relação entre a estima
corporal e os estereótipos de género numa população universitária. Manuscripto no
publicado: FPCEE Blanquerna. Universidad Ramon Llull.
Dolto, F. (1984). La imagen inconsciente del cuerpo. Barcelona: Paidós, 1986.
Downs, A. C. (1990). “Physical attractiveness, sex-typed characteristics, and
gender: are beauty and masculinity linked?”. Perceptual and Motor Skills, 71, 2, 451-
458.
Duehr, E. E. & Bono, J. E. (2006). “Men, women, and managers: are stereotypes
finnaly changing?”. Personnel Psychology, 59, 815-846.
Eagly, A. H. (1987). Sex differences in social behavior: a social-role
interpretation. Hillsdale, NJ: Erlbaum.
Edmonson, J. C. (2000). “Neuropsychiatric aspects of child neurology”. In B. J.
Sadock & V. Sadock (Eds.), Kaplan & Sadock’s Comprehensive Textbook of
Neurology, 7th ed. on CD-ROM. New York: Lippincott Williams & Wilkins.
Elliot, R. & Elliott, C. (2005). “Idealized images of the male body in
advertising: a reader-response exploration”. Journal of Marketing Communications, 11,
1, 3-19.
Erikson, E. H. (1968a). Identidade, juventude e crise. Rio de Janeiro: Editora
Guanabara, 1987.
Erikson, E. H. (1968b). “Feminilidade e espaço interno”. In Identidade,
juventude e crise (pp. 263-295). Rio de Janeiro: Editora Guanabara, 1987.
Fernández, J., Quiroga, M. A., Olmo, I. & Rodríguez, A. (2007). “Escalas de
masculinidad y feminidad: estado actual de la cuestión”. Psicothema, 19, 3, 357-365.
Ferrand, C., Champely, S. & Filaire, E. (2009). “The role of body-esteem in
predicting disordered eating symptoms: a comparison of French aesthetic athletes and
non-athletic females”. Psychology of Sport and Exercise, 10, 3, 373-380.
Ferraro, F. R., Muehlenkamp, J. J., Paintner, A., Wasson, K., Hager, T. &
Hoverson, F., (2008). “Aging, body image, and body shape”. The Journal of General
Psychology, 135, 4, 379-392.
Ferreira, M. C. (1995). “Questionário estendido de Atributos Pessoais: uma
medida de traços masculinos e femininos”. Psicologia: Teoria e Pesquisa, 11, 2, 155-
161.
196
Ferreira, M. C. (1999). “Identidade de género e atitudes sobre a mulher”.
Psicologia: Teoria e Pesquisa, 15, 3, 249-255.
Fiebert, M. S. & Meyer, M. W. (1997). “Gender stereotypes: a bias against
men”. The Journal of Psychology, 131, 4, 407-410.
Field, A. (2005). Discovering statistics using SPSS (2nd edition). London: Sage.
Fleming, M. (1992). “O processo de separação/individuação adolescente:
contribuições da teoria psicanalítica”. In Entre o medo e o desejo de crescer –
psicologia da adolescência (pp. 119-132). Porto: Edições Afrontamento, 2005.
Fleming, M (2003). Dor sem nome – pensar o sofrimento. Porto: Edições
Afrontamento.
Flett, G. L., Krames, L. & Vredenburg, K. (2009). “Personality traits in clinical
depression and remitted depression: an analysis of instrumental-agentic and expressive-
communal traits”. Current Psychology: Research & Reviews, 28, 4, 240-248.
Fogel, G. I. (2006). “Riddles of masculinity: gender, bisexuality and thirdness”.
Journal of the American Psychoanalytic Association, 54, 4, 1139-1163.
Forbes, G. B., Adams-Curtis, L. E., Rade, B. & Jaberg, P. (2001). “Body
dissatisfaction in women and men: the role of gender-typing and self-esteem”. Sex
Roles, 44, 7-8, 461-484.
Forbes, G. B., Jobe, R. L. & Richardson, R. M. (2006). “Associations between
having a boyfriend and the body satisfaction and self-esteem of college women: an
extension of the Lin and Kulik hypothesis”. The Journal of Social Psychology, 146, 3,
381-384.
Franzoi, S. L. & Herzog, M. E. (1986). “The body-esteem scale: a convergent
and discriminant validity study”. Journal of Personality Assessment, 50, 24-31.
Franzoi, S. L. & Koehler, V. (1998). “Age and gender differences in body
attitudes: a comparison of young and elderly adults”. International Journal of Aging
and Human Development, 47, 1-10.
Franzoi, S. L. & Shields, S. A. (1984). “The Body-Esteem Scale :
multidimensional structure and sex differences in a college population”. Journal of
Personality Assessment, 48, 173-178.
Freud, S. (1905). “Três ensaios sobre a teoria da sexualidade”. Edição standard
brasileira. Rio de Janeiro: Imago Editora, Vol. VII, 1996, pp. 119-229.
197
Freud, S. (1923). “O ego e o id”. Edição standard brasileira. Rio de Janeiro:
Imago Editora, Vol. XIX, 1996, 33-40.
Freud, S. (1924). “A dissolução do complexo de Édipo”. Edição standard
brasileira. Rio de Janeiro: Imago Editora, Vol. XIX, 1996, pp. 191-199.
Freud, S. (1931). “Sexualidade feminina”. Edição standard brasileira. Rio de
Janeiro: Imago Editora, Vol. XXI, 1996, pp. 231-251.
Freud, S. (1933). “Feminilidade”. Edição standard brasileira. Rio de Janeiro:
Imago Editora, Vol. XXII, 1996, pp. 113-134.
Frommer, M. S. (2003). “Offending gender – being and wanting in male same-
sex desire”. In A. M. Alizade (Ed.), Masculine Scenarios (pp. 55-71). London: Karnac
Books, 2003.
Furlan, R. (1999). “Freud, Politzer e Merleau-Ponty”. Psicologia USP, 10, 2,
117-138. Accedido en el 8 Agosto de 2006, disponible en:
http://www.scielo.br/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0103-65641999000200009
&lng=en&nrm=iso.
Furnham, A., Badmin, N. & Sneade, I (2002). “Body image dissatisfaction:
gender differences in eating attitudes, self-esteem, and reasons to exercise”. The
Journal of Psychology, 136, 6, 581-596.
Gabbard, G. O. (2000). “Psychoanalysis”. In B. J. Sadock & V. Sadock (Eds.),
Kaplan & Sadock’s Comprehensive Textbook of Neurology, 7th ed. on CD-ROM. New
York: Lippincott Williams & Wilkins.
Garner, D. M. (1997). “The 1997 body image survey results”. Psychology
Today, 30, 1, 30-48.
Garner, D. M., Garfinkel, P. E., Schwartz, D. & Thompson, M. (1980).
“Cultural expectations of thinness in women”. Psychological Reports, 47, 2, 483-491.
Gediman, H. K. (2005). “Historical perspectives on sex and gender”. Journal of
the American Psychoanalytic Association, 53, 4, 1059-1078.
Golse, B. (1998). O desenvolvimento afectivo e intelectual da criança. Porto
Alegre: ArtMed.
Golse, B. (1999). “A sexualidade infantil”. In A. Mijolla & S. Mijolla-Mejor
(Eds.), Psicanálise (pp. 345-377). Lisboa: Climepsi Editores, 2002.
198
Graham, M. A., Eich, C., Kephart, B, Peterson, D. (2000). “Relationship among
body image, sex, and popularity of high school students”. Perceptual and Motor Skills,
90, 3 Pt2, 1187-1193.
Greenson, R. (1966). “A transvestite boy and a hypothesis”. International
Journal of Psycho-Analysis, 47, 396-403.
Greenson, R. (1968). “Dis-identification from mother: its special importance for
the boy”. International Journal of Psycho-Analysis, 49, 370-374.
Greer, G. (1996). La mujer completa. Barcelona: Editorial Kairós, 2000.
Grinberg, L. (1976). Teoria da identificação. Lisboa: Climepsi, 2001.
Grinberg, L. & Grinberg, R. (1976). Identidade e mudança. Lisboa: Climepsi
Editores, 1998.
Grogan, S. (2008). Body image – Understanding body dissatisfaction in men,
women, and children. London: Routledge.
Grogan, S. & Richards, H. (2002). “Body-image: focus groups with boys and
men”. Men and Masculinities, 4, 3, 219-232.
Guimón, J. (1999). Los lugares del cuepo – neurobiología y psicosociología de
la corporalidad. Barcelona: Fundació Vidal i Barraquer/Paidós.
Hair, J. F., Anderson, R. E., Tatham, R. L. & Black, W. C. (1998). Multivariate
Data Analysis, 5.th ed., New Jersey: Prentice-Hall.
Harris, A. (1991). “Gender as contradiction”. Psychoanalytic Dialogues, 1, 107-
244.
Harris, A. (2005a). “Gender in linear and nonlinear history”. Journal of the
American Psychoanalytic Association, 53, 4, 1079-1095.
Harris, A. (2005b). Gender as soft assembly. London: The Analytic Press.
Hartman, H. (1939). Ego psychology and the problem of adaptation. New York:
International University Press, 1958.
Hartamn, H. (1950). “Coments on the psychoanalytic theory of the Ego”.
Psychoanalytic Study of the Child, 5, 74-96.
Helmreich, R.L., Spence, J. T. & Wilhelm, J. A. (1981). “A psychometric
analysis of the Personal Attributes Questionnaire”. Sex Roles, 7, 1097-1108.
Henriques, G. R. & Calhoun, L. G. (1999). “Gender and ethnic differences in the
relationship between body esteem and self-esteem”. The Journal of Social Psychology,
133, 4, 357-368.
199
Henriques, G. R., Calhoun, L. G. & Cann, A. (1996). “Ethnic differences in
women‟s body satisfaction: an experimental investigation”. The Journal of Social
Psychology, 136, 6, 689-697.
Hill, S. A., Fekken, G. C. & Bond, S. L. (2000). “Factor structure integrity of the
Personal Attributes Questionnaire: An English-French comparison”. Canadian Journal
of Behavioural Science, 32, 4, 234-242.
Hill, M. M. & Hill, A. (2000). Investigação por questionário, 1ª edição. Lisboa:
Edições Sílabo.
Hobza, C. L. & Rochlen, A. B. (2009). “Gender role conflict, drive for
muscularity, and the impact of ideal media portrayals on men”. Psychology of Men &
Masculinity, 10, 2, 120-130.
Horney, K. (1925). “The flight from womanhood: the masculinity-complex in
women, as viewed by men and women”. In R. Grigg, D. E. Hecq & C. Smith. (Eds.),
Female sexuality: the early psychoanalytic controversies (pp. 107-121). London: Rebus
Press, 1999.
Horney, K. (1932). “The dread of woman: observations on a specific difference
in the dread felt by men and women respectively for the opposite sex”. In R. Grigg, D.
E. Hecq & C. Smith. (Eds.), Female sexuality: the early psychoanalytic controversies
(pp. 241-252). London: Rebus Press, 1999.
Horney, K. (1933). “The denial of the vagina: a contribution to the problem of
the genital anxieties specific to women”. In R. Grigg, D. E. Hecq & C. Smith. (Eds.),
Female sexuality: the early psychoanalytic controversies (pp. 253-265). London: Rebus
Press, 1999.
Hosoda, M. & Stone, D. L. (2000). “Current gender stereotypes and their
evaluative content”. Perceptual and Motor Skills, 90, 3 Pt2, 1283-1294.
Houser, M. (1972). “Perspectiva genética”. In J. Bergeret (Ed.), Psicologia
patológica (pp. 17-54). Lisboa: Climepsi Editores, 1998.
Hyde, J. S. (1991). Psicología de la mujer. Madrid: Ediciones Morata, S. L.,
1995.
INE (2006). Anuário Estatístico de Portugal – 2006. Lisboa: Instituto Nacional
de Estatística.
Jackson, L. A., Sullivan, L. A. & Hymes, J. (1987). “Gender, gender role, and
body image”. Sex Roles, 19, 429-443.
200
Jacobson, E. (1964). The self and the object world. New York: International
University Press.
Johnson, C. & Petrie, T. (1995). “The relationship of gender discrepancy of
eating attitudes and behaviors”. Sex Roles, 33, 405-416.
Jones, E. (1935). “Early female sexuality”. In R. Grigg, D. Hecq, & C. Smith
(Eds.), Female sexuality: the early psychoanalytic controversies (133-145). London:
Rebus Press, 1999.
Jones, A. & Buckingham, J. T. (2005). “Self-esteem as a moderator of the effect
of social comparison on women‟s body image”. Journal of Social & Clinical
Psychology, 24(8), 1164-1187.
Jorquera, M., Baños, R. M., Perpiñá, C. & Botella, C. (2005). “La escala de
estima corporal (BES): validación en una muestra española”. Revista de Psicopatología
y Psicología Clínica, 10, 3, 175-192.
K‟delant, P. & Gana, K. (2009). “Analyse multitraits-multiméthodes des scores
au questionnaire d‟attributs personnels auprès d‟un échantillon féminin”. Psychologie
Française, 54, 4, 323-336.
Kernberg, O. (2006). “Identity: recent findings and clinical implications”.
Psychoanalytic Quarterly, LXXV, 969-1004.
Keyes, S. (1984). “Gender stereotypes and personal adjustment: employing the
PAQ, TSBI and GHQ with samples of British adolescents”. British Journal of Social
Psychology, 23, 2, 173-180.
Keyes, S. & Coleman J. (1983). “Sex-role conflicts and personal adjustment – a
study of British adolescents”. Journal of Youth and Adolescence, 12, 6, 443-459.
Kimmel, M. S. (1987). “Rethinking masculinity: new directions in research”. In
M. S. Kimmel (Ed.), Changing men: new directions in research on men and
masculinity (pp. 9-24). Newbury Park, CA: Sage Publications.
Klein. M. (1927). “Early stages of the Oedipus conflict”. In R. Grigg, D. Hecq
& C. Smith (Eds.), Female sexuality: the early psychoanalytic controversies (pp. 146-
158). London: Rebus Press, 1999.
Klein, M. (1935). “Uma contribuição à psicogénese dos estados maníaco-
depressivos”. In Amor, Culpa e Reparação (pp. 301-329). Rio de Janeiro: Imago
Editores, 1996.
201
Klein, M. (1946). “Notas sobre alguns mecanismos esquizóides”. In Inveja e
Gratidão (pp. 17-43). Rio de Janeiro: Imago Editores, 1991.
Knafo, A., Iervolino, A. C. & Plomin, R. (2005). “Masculine girls and feminine
boys: genetic and environmental contributions to atypical gender development in early
childhood”. Journal of Personality and Social Psychology, vol. 88, 2, 400-412.
Korabik, K. & McCreary, D. R. (2000). “Testing a model of desirable and
undesirable gender-role attributes”. Sex Roles, 43, 9-10, 665-685.
Kowner, R. (1995). “The effect of physical attractiveness comparison on choice
of partners”. The Journal of Social Psychology, 135, 2, 153-165.
Lameiras Fernandéz, M., Rodriguez Castro, Y, Calado Otero, M., Foltz, M. L. &
Carrera Fernandéz, M. V., (2007). “Expressive-instrumental traits and sexist attitudes
among Spanish university professors”. Social Indicators Research, 80, 3, 583-599.
Lampl-de Groot, J. (1928). “The evolution of the Oedipus complex in women”.
In R. Grigg, D. Hecq & C. Smith (Eds.), Female sexuality: the early psychoanalytic
controversies (pp. 159- 171). London: Rebus Press, 1999.
Lauzen M. M., Dozier, D. M. & Horan, N. (2008). “Constructing gender
stereotypes through social roles in prime-time television”. Journal of Broadcasting &
Electronic Media, 52, 2, 200-214.
Lax, R. (2003). “Boy‟s envy of mother and the consequences of this narcissistic
mortification”. In A. M. Alizade (Ed.), Masculine Scenarios (pp. 125-136). London:
Karnac Books, 2003.
Lemma, A. (2010). Under the skin: a psychoanalytic study of body modification.
London: Routledge.
Lenney, E. (1991). “Sex roles: The measurement of masculinity, femininity, and
androgyny”. In J. P. Robinson, P. R. Shaver & L. S. Wrightsman (Eds.), Measures of
personality and social psychological attitudes, volume 1 in measures of social
psychological attitudes series (pp. 573-660). San Diego, CA: Academic Press.
Lerner, R. M., Karabenick, S. A. & Staurt, J. L. (1973). “Relations among
physical attractiveness and self-concept in late adolescents”. Adolescence, 11, 313-326.
LeVine, R. A. (1991). “Gender differences: interpreting anthropological data”.
In M. T. Notman & C. C. Nadelson (Eds.), Women and men – New perspectives on
gender differences (pp. 1-8). Washington, DC: American Psychiatric Press, Inc.
202
Lippa, R. (1995). “Do sex differences define gender-related individual
differences within the sexes? Evidence from three studies”. Personality and Social
Psychology Bulletin, 21, 4, 349-355.
Lippa, R. (2005). Gender, nature and nurture (second edition). Mahwah, New
Jersey: Lawrence Erlbaum Associates.
Lippa, R. & Hershberger, S. (1999). “Genetic and environmental influences on
individual differences in masculinity, femininity, and gender diagnosticity: analyzing
data from a classic twin study”. Journal of Personality, 67, 127-155.
López-Sáez, M., Morales, J. F. & Lisbona, A. (2008). “Evolution of gender
stereotypes in Spain: traits and roles”. The Spanish Journal of Psychology, 11, 2, 609-
617.
Lorenzi-Cioldi, F. (1994). Les androgynes. Paris: Presses Universitaires de
France.
Lueptow, L. B., Garovich-Szabo, L. & Lueptow, M. B. (2001). “Social changes
and the persistence of sex typing: 1974-1997”. Social Forces, 80, 1-35.
Maccoby, E. (1998). The two sexes: growing up apart, coming together.
Cambridge, MA: Belknap Press of Harvard University Press.
Maccoby, E. E. & Jacklin, C. N. (1974). The psychology of sex differences.
Stanford, California: Stanford University Press.
MacInnes, J. (1998). O fim da masculinidade. Porto: Ambar, 2002.
MacKinnon, D. P., Goldberg, L., Cheong, J. W., Elliot, D., Clarke, G. & Moe,
E., (2003). “Male body-esteem and physical measurements: do leaner, or stronger, high
school football players have a more positive body image?”. Journal of Sport & Exercise
Psychology, 25(3), 307-322.
Maguire, M. (1995). Men, women, passion and power – gender issues in
psychotherapy. New York: Brunner-Routledge.
Mahler, M. (1963). “Reflexões sobre o desenvolvimento e a individuação”. In O
processo de separação-individuação (pp. 13-24). Porto Alegre: Editora Artes Médicas,
1982.
Mahler, M. (1965). “A interacção mãe-filho durante a separação-individuação”.
In O processo de separação-individuação (pp. 35-45). Porto Alegre: Editora Artes
Médicas, 1982.
203
Mahler, M. (1967). “Sobre a simbiose humana e as vicissitudes da separação”.
In O processo de separação-individuação (pp. 66-81). Porto Alegre: Editora Artes
Médicas, 1982.
Malher, M. (1972). “Sobre as três primeiras subfases do processo de separação-
individuação”. In O processo de separação-individuação (pp. 96-104). Porto Alegre:
Editora Artes Médicas, 1982.
Malpique, C. (2003). O fantástico mundo de Alice. Lisboa: Climepsi.
Mansfield, A. & McGinn, B. (1993). “Pumping irony: the muscular and the
feminine”. In S. Scott. & D. Morgan (Eds.), Body matters. London: Falmer, pp. 49-68.
Maroco, J. (2003). Análise estatística com utilização do SPSS. Lisboa: Edições
Sílabo.
Malson, H. & Nasser, N. (2007). “At risk by reason of gender”. In M. Nasser, K.
Baistow & J. Treasure (Eds.), The female body in mind – The interface between the
female body and mental health. London: Routledge.
McCreary, D. R. & Steinberg, M. (1992). “The Personal Attributes
Questionnaire in Britain: establishing construct validity”. British Journal of Social
Psychology, l, 31, 4, 369-378.
McDougal, J. (2004). “Freud and female sexualities”. In I. Matthis (Ed.),
Dialogues on sexuality, gender and psychoanalysis (pp. 23-39). London: Karnac Books.
Mead, M. (1948). Male and female: a study of sexes in a changing world. New
York: William Morrow.
Meissner, W. W. (1986). “Can psychoanalysis find its self?”. Journal of the
American Psychoanalytic Association, 34, 379-400.
Meissner, W. W. (1993). “Self-as-agent in psychoanalysis”. Psychoanalysis and
Contemporary Thought, 16, 459-495.
Meissner, W. W. (1996). “Self-as-object in psychoanalyses”. Psychoanalysis
and Contemporary Thought, 19, 425-459.
Meissner, W. W. (1997). “The self and the body I: the body self and the body
image”. Psychoanalysis and Contemporary Thought, 20, 419-448.
Meissner, W. W. (1998a). “The self and the body II: the embodied self – self vs.
nonself”. Psychoanalysis and Contemporary Thought, 21, 85-111.
Meissner, W. W. (1998b). “The self and the body III: the body image in clinical
perspective”. Psychoanalysis and Contemporary Thought, 21, 113-146.
204
Meissner, W. W. (1998c). “The self and the body IV: the on the couch”.
Psychoanalysis and Contemporary Thought, 21, 277-300.
Mendelson, B. K., McLaren, L., Gauvin, L. & Steiger, H. (2002). “The
relationship of self-esteem and body esteem in women with and without eating
disorders”. International Journal of Eating Disorders, 31, 3, 318-323.
Merleau-Ponty, M. (1945). Fenomenologia da percepção. São Paulo: Martins
Fontes Editora, 1999.
del Miglio, C. & Nenci, A. M. (1983). “Problemática dell‟identita femminile:
Evoluzione del ruolo e/o cambiamento”. Archivo di Psicologia, Neurologia e
Psichiatria, 44, 93-106.
Mitchell, J. (1974). Psychoanalysis and feminism. London: Allen Lane.
Mitchell, J. (2000). Madmen and medusas. London: Allen Lane Penguin.
Mitchell, J. (2004). “The difference between gender and sexual difference”. In I.
Matthis (Ed.), Dialogues on sexuality, gender and psychoanalysis (pp. 67-78). London:
Karnac Books.
Mitchell, J. E., Baker, L. A. & Jacklin, C. N. (1989). “Masculinity and
femininity in children: genetic and environmental factors”. Child Development, 60, 99-
108.
Moneta, G. (2010). “Chinese short version of the personal attributes
questionnaire: construct and concurrent validity”. Sex Roles, 62, 5-6, 334, 346.
Money, J. (1965). Sex research – new developments. New York: Hoit, Reinhart
& Winston.
Money, J. (1973). “Gender role, gender identity, core gender identity: usage and
definition of terms”. Journal of the American Academy of Psychoanalysis 1, 397-402.
Money, J., Hampson, J. G. & Hampson, J. L. (1955a). “Hermaphroditism:
recommendations concerning assignment of sex, change of sex and psychologic
management”. Bulletin of the Johns Hopkins Hospital, 97, 284-300.
Money, J., Hampson, J. G. & Hampson, J. L. (1955b). “An examination of some
basic sexual concepts: the evidence of human hermaphroditism”. Bulletin of the Johns
Hopkins Hospital, 97, 301-319.
Monteath, S. A. & McCabe, M. P. (1997). “The influence of societal factors on
female body image”. The Journal of Social Psychology, 137, 6, 708-727.
205
Murnen, S. K. & Smolak, L. (1997). “Femininity, masculinity, and disordered
eating: a meta-analytic review”. International Journal of Eating Disorders, 22, 3, 231-
242.
Murphy-Berman, V. A., Berman, J. J., Singh, P. & Pandy, J. (1992). “Cultural
variations in sex typing: a comparison of students in the United States, Germany, and
India”. The Journal of Social Psychology, 132, 3, 403-405.
Napholz, L. (1994). “Depression as a function of expressiveness/instrumentality
among nurses”. Perspectives in Psychiatric Care, 30, 1, 29-34.
Napholz, L. (1995). “Mental health and American Indian women's multiple
roles”. American Indian and Alaska Native Mental Health Research, 6, 2, 57-75.
Navaro, L. & Scwartzberg, S. L. (2007). “Introduction”. In L. Navaro & S. L.
Schwartzberg (Eds), Envy, competition and gender – theory, clinical applications and
group work (pp. 1-14). London: Routledge.
Nunnally, J. C. (1978). Psychometric theory. New York: McGraw-Hill.
O‟Heron, C. A. & Orlofsky, J. L. (1990). “Stereotypic and non stereotypic sex
role trait and behavior orientations, gender identity, and psychological adjustment”.
Journal of Personality and Social Psychology, 58, 1, 134-143.
Orlofsky, J. L. & O‟Heron, C. A. (1987). “Stereotypic and nonstereotypic sex
role trait and behavior orientations: implications for personal adjustment”. Journal of
Personality and Social Psychology, 52, 5, 1034-1042.
Pallant, J. (2001). SPSS survival manual: a step-by-step guide to data analysis
using SPSS for Windows (version 10). Buckingham: Open University Press.
Pankow, G. (1981). L’être-là du schizofrène – contribuition à la méthode de
structuration dynamique dans les psychoses. Paris : Aubier-Montaigne, 1981.
Parisoli, M. M. M (2002). Penser le corps. Paris: Puf.
Parsons, T. & Bales, R. F. (Eds.) (1955). Family, socialization, and interaction
process. Glencoe, Illinois: The Free Press.
Patterson, M. & England, G. (2000). “Body work: depicting the male body in
men´s lifestyle magazines”. In Proceedings of the Academy of Marketing Annual
Conference, University of Derby (CD ROM).
Peat, C. M., Peyerl, N. L. & Muehlenkamp, J. J. (2008). “Body image and eating
disorders in older adults: a review”. The Journal of General Psychology, 135, 4, 343-
358.
206
Pellet, J. (1997). “La Symptom Check-List”. In J. D. Guelfi (Ed.), L’évaluation
clinique standardisée en psychiatrie, tome I (pp. 77-85). Boulogne: Éditions Médicales
Pierre Fabre.
Person, E. S. (2006). “Masculinities, plural”. Journal of the American
Psychoanalytic Association, 54, 4, 1165-1186.
Pestana, M. H. & Gageiro, J. N. (2003). Análise de dados para as Ciências
Sociais: A complementaridade do SPSS, 3.ª ed. Lisboa: edições Sílabo.
Peterson, C. (2004). “Mothers, fathers, and gender: parental narratives about
children”. Narrative Inquiry, 14, 2, 323-246.
Pliner, P., Chaiken, S. & Flett, G. L. (1990). “Gender differences in concern
with body weight and physical appearance over the life span”. Personality and Social
Psychology Bulletin, 16, 2, 263-273.
Poeschl, G., Múrias, C. & Ribeiro, R. (2003). “As diferenças entre os sexos:
mito ou realidade? ”. Análise Psicológica, 2, XXI, 213:228.
Ramanaiah, N. V., Detweiler, F. R. J. & Byravan, A. (1995). “Sex-role
orientation and satisfaction with life”. Psychological Reports, 77,3 Pt2, 1260-1262.
Reis, E. (1997). Estatística multivariada aplicada. Lisboa: Edições Sílabo.
Ribeiro, A. (2003). O corpo que somos: aparência, sensualidade, comunicação.
Lisboa: Editorial Notícias.
Ribeiro, M. T. (2006). “Para a compreensão da relação entre padrões conjugais,
estilos de vinculação e papéis sexuais – um estudo com casais portugueses”.
Psychologica, 41, 65-82.
Rinfret, N. & Lévesque, M.-F. (2000). “Comparaison transculturelle d'une
analyse psychométrique du Personal Attributes Questionnaire (PAQ)”. Science et
Comportement, 28, 2, 185-202.
Roiphe, H. & Galenson, E. (1981). Infantile origins of sexual identity. New
York: International University Press.
Rosa, J. A., Garbarino, E. C. & Malter, A. J. (2006). “Keeping the body in mind:
the influence of body esteem and body boundary aberration on consumer beliefs and
purchase intentions”. Journal of Consumer Psychology, 16, 1, 79-91.
Rosencrantz, P., Vogel, S., Bee, H., Broverman, I. & Broverman, D. M. (1968).
“Sex-role stereotypes and self-concepts in college students”. Journal of Consulting and
Clinical Psychology, 32, 287-295.
207
Ross, J. (1994). What men want: mothers, fathers and manhood. Selected papers
of John Munder Ross 1975-1990. Cambridge, MA: Harvard University Press.
Roudinesco, E. & Plon, M. (1997). Dicionário de psicanálise. Mem Martins:
Editorial Inquérito, 2000.
Runge, T. E., Frey, D., Gollwitzer, P. M., Helmreich, R. L. & Spence, J. T.
(1981). “Masculine (instrumental) and feminine (expressive) traits: A comparison
between students in the United States and West Germany”. Journal of Cross-Cultural
Psychology, 12, 2, 142-162.
Russo, N. F., Green, B. L. & Knight, G. (1993). “The relationship of gender,
self-esteem, and instrumentality do depressive symptomatology”. Journal of Social &
Clinical Psychology, 12, 2, 218-236.
Sanfilipo, M. (1994). “Masculinity, femininity, and subjective experiences of
depression”. Journal of Clinical Psychology, 50, 2, 144-157.
Schilder, P. (1950). A imagem do corpo – as energias construtivas da psique.
São Paulo: Martins Fontes Editora, 1999.
Secord, P. F. & Jourard, S. M. (1953). “The appraisal of body-cathexis: body-
cathexis and the self”. Journal of Consulting Psychology, 17, 343-347.
Segal, H. (1973). Introdução à obra de Melanie Klein. Rio de Janeiro: Imago
Editora, 1975.
September, A. N., McCarrey, M, Baranowsky, A., Parent, C. & Schindler, D.
(2001). “The relation between well-being, impostor feelings, and gender role
orientation among Canadian university students”. The Journal of Social Psychology,
141, 2, 218-232.
Simões, M. (1980). “Theory of social selection and mental health of emigrants”.
Acta Psiquiátrica Portuguesa, 26, 169-173.
Simões, M. & Binder, J. (1980). “A socio-psychiatric field study among
Portuguese emigrants in Switzerland”. Social Psychiatry, 15, 1-7.
Smolak, L. (2006). “Body image”. In J. Worell & C. D. Goodheart (Eds.),
Handobook of girls’ and women’s psychological health: gender and well-being across
the lifespan (pp. 69-76). New York: Oxford University Press.
Sondhaus, E. L., Kurtz, R. M. & Strube, M. J. (2001). “Body attitude, gender,
and self-concept: a 30-year perspective”. The Journal of Psychology, 135(4), 413-429.
208
Spence, J. T. (1984). “Masculinity, femininity and gender-related traits: a
conceptual analysis and critique of current research”. In B. A. Maher & W. B. Maher
(Eds.), Progress in experimental personality research (Vol. 13)( pp. 1-97). Orlando, FL:
Academic Press.
Spence, J. T. (1993). “Gender-related traits and gender ideology: evidence for a
multifactorial theory”. Journal of Personality and Social Psychology, 64, 4, 624-635.
Spence, J. T. & Buckner, C. E. (2000). “Instrumental and expressive traits, trait
stereotypes, and sexist attitudes”. Psychology of Women Quarterly, 24(1), 44-62.
Spence, J. T. & Helmreich, R. L. (1978). Masculinity & Femininity: their
psychological dimensions, correlates, and antecedents. Austin: University of Texas
Press.
Spence, J. T., Helmreich, R. L. & Stapp, J. (1974). “The Personal Attributes
Questionnaire: a measure of sex role setreotypes and masculinity-femininity”. Journal
Supplement Abstract Service Catalogue of Selected Documents in Psychology, 4, 43-44.
Spence, J. T., Helmreich, R. L. & Stapp, J. (1975). “Ratings of self and peers on
sex role attributes and their relation to self-esteem and conceptions of masculinity and
femininity”. Journal of Personality and Social Psychology, 32, 29-39.
SPSS (1999). SPSS Base 10.0 applications guide. Chicago, IL: SPSS, Inc.
Stein, J. A., Newcomb, M. D. & Bentler, P. M. (1992). “The effect of agency
and communality on self-esteem: gender differences in longitudinal data”. Sex Roles,
26, 11-12, 465-483.
Stoller, R. J. (1964). “A contribution to the study of gender identity”.
International Journal of Psycho-Analysis, 45, 220-226
Stoller, R. J. (1965). “The sense of maleness”. Psychoanalytic Quarterly, 34,
207-218.
Stoller, R. J. (1968a). “The sense of femaleness”. Psychoanalytic Quarterly, 37,
42-55.
Stoller, R. J. (1968b). “A further contribution to the study of gender identity”.
International Journal of Psycho-Analysis, 49, 364-368.
Stoller, R. J. (1976). “Primary femininity”. Journal of the American
Psychoanalytic Association, 24(S), 59-78.
209
Swim, J. K. (1994). “Perceived versus meta-analytic effect sizes: an assessment
of the accuracy of gender stereotypes”. Journal of Personality and Social Psychology,
66, 21-36.
Tabachnick, B. G. & Fidell, L. S. (1996). Using multivariate statistics (3rd
edition). New York: Harper Collins.
Terman, L. M. & Miles, C. C. (1936). Sex and Personality: studies in
masculinity and femininity. New York: McGraw Hill.
Tisseron, S. (1995). Psychanalyse de l’image: des premiers traits au virtuel.
Paris : Dunod, 1997
Thomson, N. R. & Zand, D. H. (2005). “Analysis of the Children's Personal
Attributes Questionnaire (Short Form) with a Sample of African American
Adolescents”. Sex Roles, 52, 3-4, 237-244.
Tom, G., Chen, A., Liao, H. & Shao, J. (2005). “Body image, relations, and
time”. The Journal of Psychology, 139(5), 458-468.
Twenge, J. M. (1997). “Changes in masculine and feminine traits over time: a
meta-analysis”. Sex Roles, 36, 305-325.
Ussher, J. M. (2006). Managing the monstrous feminine – Regulating the
reproductive body. London: Routledge.
Valery, P. (1957). Oeuvres I. Paris : Gallimard.
van Wagoner, S. (2007). “Men, masculinity, and competition: wither the new
men?”. In L. Navaro & S. L. Scwartzberg (Eds.) Envy, competition and gender –
Theory, clinical applications and group work (pp.33-57). London: Routledge.
Ward, L.C., Thorn, B. E., Clemens, K. L. Dixon, K. E. & Sanford, S. D. (2006).
“Measurement of agency and communion, and emotional vulnerability with the
Personal Attributes Questionnaire”. Journal of Personality Assessment, 86, 2, 206-216.
Williams, J. E. & Bennett, S. M. (1975). “The definition of sex stereotypes via
the adjective check list”. Sex Roles, 1, 327-337.
Williams, J. E. & Best, D. L. (1982): Measuring sex stereotypes. A thirty-nation
study. Beverly Hills, CA: Sage.
Wilson, F. R. & Cook, E. P. (1984). “Concurrent validity of four androgyny
instruments”. Sex Roles, 11, 813 -837.
210
Wood, J. L., Heitmiller, D., Andeasen, N. C. & Nopoulos, P. (2008).
“Morphology of the ventral frontal cortex: relationship to femininity and social
cognition”. Cerebral Cortex, 18, 534-540.
Woodie, D. S. & Fromuth, M. E. (2009). “The relationship of
hypercompetitiveness and gender roles with body dysmorphic disorder in a nonclinical
sample”. Body Image, 6, 4, 318-321.
Yoo, K. S. & Lee, J. C. (1997). “A study on the effect of fear of success,
achievement motivation, and sex-role identity on career decision making”. Korean
Journal of Counseling & Psychotherapy, 9, 1, 259-288.
211
212
Índice de tablas
213
214
215
216
ANEXOS
217
218
Anexo 1
Os questionários que lhe foram entregues são parte integrante de uma investigação, em
curso, que visa estudar as relações entre o corpo e a identidade.
Para tal, necessitamos da sua colaboração, voluntária, no preenchimento dos quatro
questionários em causa.
Pedimos para que, em cada um deles, leia as instruções cuidadosamente e que responda
o mais sinceramente possível, pois garantimos a confidencialidade das suas respostas.
Como verá, os questionários têm diferentes alíneas, devendo ser assinalada uma, e
apenas uma, resposta que mais se adeqúe a si.
No final, pedimos que confira se respondeu a todas as alíneas.
Para caracterização da população inquirida, pedimos ainda que assinale, desde já, a sua
idade e o seu sexo.
SEXO: M F
A equipa de investigação
219
220
Anexo 2
Os itens apresentados no quadro que se segue referem-se ao tipo de pessoa que julga
ser. Cada um dos itens consiste num par de características e as letras A-E formam
uma escala entre os dois extremos. Por exemplo:
Cada par descreve características contraditórias – isto é, não é possível ser-se ambos
simultaneamente, tal como muito artístico e nada artístico.
Deve escolher uma letra que melhor descreve onde se encontra nessa escala. Por
exemplo, se pensa não ter qualquer habilidade artística, deveria escolher A. Se
pensa ter boa habilidade, deveria escolher D. Caso pense ser apenas mediano,
deveria escolher C, e assim por diante.
221
222
A B C D E
1. Nada agressivo/a ○ ○ ○ ○ ○ Muito agressivo/a
2. Nada independente ○ ○ ○ ○ ○ Muito independente
3. Nada emocional ○ ○ ○ ○ ○ Muito emocional
4. Muito submisso/a ○ ○ ○ ○ ○ Muito dominador(a)
5. Não entra em pânico em
situações de crise
○ ○ ○ ○ ○ Entra em pânico
situações de crise
em
223
224
Anexo 3
225
226
1 2 3 4 5
1. Odor corporal
2. Apetite
3. Nariz
4. Resistência física
5. Reflexos
6. Lábios
7. Força muscular
8. Cintura
9. Nível energético
10. Coxas
11. Orelhas
12. Bíceps
13. Queixo
16. Nádegas
17. Agilidade
19. Braços
227
1 2 3 4 5
23. Ancas
24. Pernas
27. Pés
30. Saúde
34. Cara
35. Peso
228
Anexo 4
S.C.L. – 90 – R
INSTRUÇÕES:
A seguir encontra-se uma lista de problemas e queixas que, por vezes, as pessoas
apresentam.
Por favor, leia cada questão cuidadosamente e assinale, com uma cruz, um dos espaços
à direita, aquele que melhor descreve o grau com que cada problema o afectou durante a
última semana.
Para cada problema ou sintoma, marque somente um espaço e não deixe nenhuma
pergunta por responder.
Não há respostas “erradas” ou “certas, nem respostas para “dar uma boa impressão”.
Trata-se, apenas, de problemas ou queixas que cada uma sentiu ou sente e, por isso,
diferentes para cada pessoa.
Estas respostas são confidenciais.
229
230
Em que medida sofreu das Nada Pouco Modera- Bastante Muitíssi-
seguintes queixas: damente mo
1. Dores de cabeça
2. Nervosismo ou tensão interior
3. Pensamentos desagradáveis que
não lhe deixam o espírito em paz
4. Sensações de desmaios ou
tonturas
5. Diminuição do interesse ou prazer
sexual
6. Sentir-se criticado pelos outros
7. Ter a impressão de que as outras
pessoas podem controlar os seus
pensamentos
8. Ter a ideia de que os outros são
culpados pela maioria dos seus
problemas
9. Dificuldade em lembrar das coisas
10. Preocupação com o desleixo ou a
falta de limpeza
11. Aborrece-se ou irrita-se
facilmente
12. Dores no coração ou no peito
13. Medo na rua ou praças públicas
14. Falta de forças ou lentidão
15. Pensamentos de acabar com a
vida
16. Ouvir vozes que as outras
pessoas não ouvem
17. Tremuras
18. Sentir que não pode confiar na
maioria das pessoas
19. Falta de apetite
231
Em que medida sofreu das Nada Pouco Modera- Bastante Muitíssi-
seguintes queixas: damente mo
20. Chorar facilmente
21. Sentir-se tímido ou pouco à
vontade com pessoas do sexo oposto
22. Ter a impressão de se sentir
preso ou apanhado em falta
23. Ter medo súbito sem motivo
aparente
24. Ter impulsos de temperamento
que não consegue controlar
25. Ter medo de sair sozinho de casa
26. Acusar-se a si mesmo de certas
coisas
27. Dores no fundo das costas
(cruzes)
28. Dificuldades em fazer qualquer
trabalho
29. Sentir-se sozinho
30. Sentir-se triste
31. Ser muito pensativo (cismático)
acerca de certas coisas
32. Não ter interesse por nada
33. Sentir-se atemorizado
34. Sentir-se ofendido facilmente
35. Ter a impressão de que outras
pessoas conhecem os seus
pensamentos secretos
36. Sentir que os outros não o
compreendem ou não vivem os seus
problemas
37. Sentir que os outros não são
seus amigos(as) ou não gostam de si
232
Em que medida sofreu das Nada Pouco Modera- Bastante Muitíssi-
seguintes queixas: damente mo
38. Fazer tudo devagar, a fim de ter a
certeza de que fica bem feito
39. Sentir palpitações ou batimentos
rápidos do coração
40. Vontade de vomitar ou mal-estar
no estômago
41. Sentir-se inferior aos outros
42. Sentir dores nos músculos
43. Sentir que é observado ou
comentado pelos outros
44. Dificuldades em adormecer
45. Sentir necessidade de verificar
várias vezes o que faz
46. Dificuldade em tomar decisões
47. Medo de viajar de autocarro,
metro ou comboio
48. Dificuldade em encher os
pulmões (parece que lhe falta o ar)
49. Ter afrontamentos ou calafrios
50. Ter de evitar certas coisas,
lugares ou actividades porque lhe
causam medo
51. Ter a sensação de vazio na
cabeça
52. Adormecimento ou picadas
(formigueiros) no corpo
53. Sentir um nó na garganta
54. Sentir-se sem esperanças
perante o futuro
55. Ter dificuldade em se concentrar
56. Sensações de fraqueza no corpo
233
Em que medida sofreu das Nada Pouco Modera- Bastante Muitíssi-
seguintes queixas: damente mo
57. Sentir-se em estado de aflição ou
tensão
58. Sentir as pernas ou os braços
muito pesados
59. Pensamentos sobre a morte ou
de morrer
60. Ter vontade de comer de mais
61. Não se sentir à vontade ao ser
observado ou quando falam a seu
respeito
62. Ter pensamentos que não lhe
pertencem
63. Ter impulsos de bater, ofender ou
ferir alguém
64. Acordar muito cedo de manhã
65. Ter de repetir várias vezes as
mesmas acções, como tocar nas
coisas, contar, lavar-se, etc.
66. Ter o sono agitado ou não
repousante
67. Ter vontade de destruir ou partir
coisas
68. Ter pensamentos ou ideias que
os outros não percebem ou não têm
69. Sentir-se muito embaraçado junto
a outras pessoas
70. Sentir-se mal no meio de
multidões, como assembleias, lojas,
mercados, etc.
71. Sentir que tudo o que faz é com
esforço
234
Em que medida sofreu das Nada Pouco Modera- Bastante Muitíssi-
seguintes queixas: damente mo
72. Ter ataques de terror ou de
pânico
73. Sentir-se pouco à vontade
quando come ou bebe em lugares
públicos
74. Envolver-se frequentemente em
discussões
75. Sentir-se nervoso quando tem
que ficar sozinho
76. Sentir que as pessoas não dão o
devido valor ao seu trabalho ou às
suas capacidades
77. Sentir-se sozinho mesmo quando
está com mais pessoas
78. Sentir-se tão inquieto que não
consegue manter-se sentado ou
parado
79. Sentir não ter valor
80. Ter o pressentimento de que
alguma coisa má lhe vai acontecer
81. Gritar com outras pessoas ou
atirar coisas
82. Ter medo de desmaiar em
público
83. Ter a impressão de que, se
deixasse, os outros se aproveitariam
de si
84. Ter pensamentos acerca de sexo
que o incomodam muito
85. Ter o sentimento de que devia
ser castigado pelos seus pecados
235
Em que medida sofreu das Nada Pouco Modera- Bastante Muitíssi-
seguintes queixas: damente mo
86. Sentir-se a fazer as coisas
contrariado
87.Sentir que alguma coisa grave
está a acontecer no seu corpo
88. Ter dificuldade em sentir-se
“próximo” de outra pessoa
89. Ter sentimentos de culpa
90. Ter a impressão de que alguma
coisa não regula bem na sua cabeça
236