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OBRA DE ARTE

A lo largo del día, me encuentro con alrededor de 800 personas, la mayoría de las cuales son
todas iguales. Basta con que visiten un museo una sola vez en su vida para creerse expertos
críticos del arte. Sin embargo, estas personas se limitan a mirar las pinturas sin llegar a verlas
de la forma en la que se merecen. Desafortunadamente, siempre tengo que recibirlos con una
gran sonrisa, aunque ya ni siquiera me acuerdo desde cuándo lo hago. Solo sé que esto me
atormenta y jamás terminará.

Pasé la mayor parte de mi vida encerrado en mi pequeño departamento, donde me refugiaba


en mi único amor: La pintura. Todos me halagaban y decían que mis lienzos reflejaban la
esencia de las personas, que prácticamente cobraban vida. Eso era lo único que halagaba de
mí, el resto de mi ser es completamente despreciable. Lo admito: es por eso, por lo que
siempre estuve solo esos 37 años de mi vida. Solamente lo que me hacía olvidar mis penas,
aunque sea por un momento, era la pintura. No quería hacer otra cosa, y no hacía otra cosa
que no fuera eso.

Me acuerdo de la noche que recibí la carta de mis padres, y cómo olvidarla. Me escribieron
para contarme que mi hermano menor se casaría y se mudaría a su nueva casa junto con su
prometida embarazada. Fue en ese momento que, al ver mi mono ambiente lleno de polvo y
basura en el piso, completamente oscuro y silencioso, caí en mi realidad. Pero quise olvidarla
enseguida, y agarré un lienzo junto con una botella de vino. Pasé un largo rato haciendo un
autorretrato, aunque no era yo, sino una versión mejorada de mí mismo: radiante, con mi
larga cabellera negra bien peinada, sin la barba que parece un nido de pájaro, vestido de traje
y una espléndida sonrisa que encanta a todos. Al ver que soy todo lo opuesto me sentía como
basura y me largue a llorar.

Para respirar un poco, me asomé a la ventana y, en un momento de rabia, agarre las pinturas
que tenía cerca y las arrojaba por la ventana, una a una. La última fue el autorretrato, pero al
tomarla, se me paró el corazón al darme cuenta que no estaba en él.

En un abrir y cerrar de ojos, un estruendo retumbó en mi cabeza cuando un jarrón impacto en


ella. El dolor me hizo tambalear. Lancé una patada hacia mi atacante desconocido y retrocedió
unos pasos. Intente incorporarme, pero antes que pudiera reaccionar, se lanzó sobre mi
dándome una serie de puñetazos sin descanso. Los golpes llovían sobre mi cara y cuerpo, uno
tras otro, dejándome sin aliento. Con mucha desesperación tomaba cualquier objeto a mi
alrededor para defenderme, pero no mostraba signos de debilidad, sino que se enfureció aún
más.

Casi desvanecido en el piso, veía cómo yo mismo me arrastraba de la pierna y sacaba un lienzo
negro de la nada. Una sensación de terror me invadió mientras observaba como mi cuerpo era
absorbido lentamente por el lienzo, como si fuera un agujero negro hacia un gran abismo. Me
resistía estirando mis brazos al máximo para liberarme, con la frente empapada de sudor, pero
poco a poco mis brazos se cansaban. Miré fijamente a ese ser enfrente de mí y, con una ultimo
aliento de supervivencia le grite - ¿Qué eres?, ¿Qué quieres?-

Solo me lanzo una mirada escalofriante , lo cual basto para que dejara de luchar. No me resistí
y me dejé llevar mientras mi miserable vida pasaba ante mis ojos.
Luego todo cambió, Estuve una semana observando como mi departamento pasaba a estar
impecable y mi apariencia era envidiable. Tenía pareja, aunque esa persona en realidad no sea
yo, sino algo que se hacía pasar por mí. Veía a la persona que tanto anhelaba ser mientras
tanto, yo estaba colgado de la pared viendo todo ese suceso, sin poder moverme o hablar,
sosteniendo una estúpida sonrisa. Hasta que me vendió al museo en el que estoy actualmente
y nunca más lo volví a ver.

Estando en este lugar, la mayoría de las personas solo me miran de reojo, pero otros se
quedan hipnotizados, sin saber que son testigos de mi eterna tortura, la obra maestra de Raúl
Montoya.

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