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Las emociones y la conciencia.

Determinismo Emocional1

ÓSCAR ABELLÓN GARCÍA


Universitat de València

Los recientes estudios sobre las emociones, han sacado a la palestra


viejos temas inconclusos sobre determinados aspectos de la conducta
humana. La filosofía en general, en numerosas ocasiones, ha optado por
el estudio de la libertad humana, y la mayoría de los filósofos han
dedicado parte de su literatura, en mayor o menor profundidad, al
análisis de la libertad. Este análisis ha sido siempre enfocado desde el
punto de vista metafísico, donde la libertad está directamente
relacionada con la responsabilidad moral. La cuestión principal deriva
de las relaciones de compatibilidad e incompatibilidad entre la libertad y
el determinismo que implican ciertas conductas y donde los autores se
sitúan para defender sus tesis. Trataré de demostrar que las teorías que
defienden un dominio de la razón sobre las pasiones, no garantizan la
libertad, y mucho menos que tengamos que hacer caso del ideal estoico
de la apátheia.

El predominio del paradigma cognitivo ha permitido una concepción


de la mente cuyos procesos son concebidos como operaciones
formales con representaciones. Sin embargo, las emociones no
encuentran una explicación satisfactoria en esta forma de concebir la
mente. Los estudios sobre las creencias, desde este enfoque
cognoscitivo, han llevado a equiparar un mismo tratamiento para las
emociones, en cuyo caso tiene una repercusión sobre la vida cotidiana
en general y la libertad y responsabilidad moral, en particular: “Una
teoría cognoscitiva deberá sostener… que sin una creencia
característica no hay una determinada emoción” (Hansberg 1996).
Estas posturas, que no dan demasiada importancia a los aspectos
fenomenológicos y fisiológicos, encuentran cabida en distintos
tratamientos psicológicos como la terapia racional-emotiva de Ellis, o
en la proliferación de cursos sobre inteligencia emocional a partir del
best-seller de Daniel Goleman (Goleman 1998), que descansan
fundamentalmente en dicha concepción.

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Unicamente para ponencia en el curso de Tercer ciclo “Las emociones y la Consciencia” del profesor V.
Simón . Universitat de València, Feb-Mar. de 2000.

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Las emociones y la conciencia.

Esta postura defiende cierto atributo de responsabilidad con respecto


de nuestras creencias y emociones. Pero, defender esto supone
considerar que ejercemos un control voluntario sobre nuestras
emociones. Esta idea no es nueva: “los estoicos creyeron que los
afectos dependen absolutamente de nuestra voluntad, y que podemos
dominarlos completamente” (Spinoza 1998). El ideal estoico de la
apátheia (ausencia de emociones) lleva a la conclusión normativa
según la cual deberíamos de tratar de extirpar las emociones de
nuestra vida, si pretendemos preservar nuestra racionalidad y libertad.
Las emociones han sido consideradas como factores contrarios a la
razón y al conocimiento objetivo, así como la autonomía individual,
dándoles una valoración negativa y perturbadora.

La responsabilidad de nuestros actos con respecto a las perturbaciones


de las emociones estaría clara en este sentido. Pero esta postura cuenta
con muchas objeciones basándose en las nuevas investigaciones en
psicología y neuropsicología, como veremos más adelante.
Analicemos ahora en qué se basa la atribución de responsabilidades, y
en especial de la responsabilidad moral.

El concepto de responsabilidad es un concepto causal (Moya 1997).


La atribución de responsabilidad moral a un agente supone
considerarle como causa u origen de una acción, imputarle esa acción.
En último término, pensamos, dependía sólo de él hacer lo que hizo,
por lo que estamos justificados para adscribirle esa acción y censurarle
o alabarle por ella. La libertad es un supuesto de la responsabilidad
moral: admitir que la acción que un sujeto llevó a cabo dependía sólo
de él equivale a decir que el sujeto era libre de llevarla o no a cabo,
que nada le obligaba a ello. Sin embargo, hay otros casos en los que
excluimos la responsabilidad moral del sujeto si, efectivamente, hizo
lo que hizo porque no tenía otra opción. Autodeterminación y
alternativas de conducta son imprescindibles para un acto libre, y por
consiguiente para atribuir responsabilidad. Son condiciones necesarias
pero no suficientes. “Si la decisión que tomo depende exclusivamente
de mí, la alternativa que llevo a cabo depende asimismo de mí, con lo

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que me determino a actuar, entonces soy moralmente responsable de


mi acción” (Moya 1997). Esta frase no está exenta de problemas. Al
separar la decisión de las razones del agente, la libertad de obrar y la
autodeterminación se adquieren a base de racionalidad. Por lo tanto, la
libertad y el control voluntario que dan cabida a la responsabilidad,
requieren la posesión de una voluntad racional, o sea, de una
capacidad para la deliberación práctica y la toma de decisiones entre
cursos de acción alternativos sobre la base de razones. De ahí que las
acciones que son el resultado de un proceso de razonamiento práctico
de este tipo, sean el paradigma de aquello por lo que consideramos a
un sujeto responsable (Moya 1999).

La filosofía de la acción, no considera cualquier respuesta como acto


(White 1976), dan por hecho que existen distintos tipos de respuesta
que el ser humano lleva a cabo en las distintas circunstancias del
medio que le rodea. De hecho, existen actos reflejos, automatismos
adquiridos, etc., que no necesitan de una conciencia refleja, ya que son
actos de selección necesarios para sobrevivir. Como bien señala von
Bertalanffy: “Menudo problema tendría el ciempiés si tuviese que
pensar cada vez que adelanta una pata”. Ahora bien, en el momento
preciso que lo deseemos, podemos convertir estas respuestas
mecánicas en actos libres, autónomos y conscientes. Son estas
acciones las que denominaremos actos libres, donde la condición
necesaria pasa por los requisitos de autonomía, voluntad racional y
alternativas de comportamiento. El acto por excelencia del ser
humano, entonces, es la decisión, y llamamos decisiones a “todos
aquellos actos que implican una respuesta no puramente refleja a
situaciones del entorno, con tal que esta respuesta haya sido precedida
de un cierto modo de selección entre alternativas múltiples” (Lara
1991). Es decir, la forma más evolucionada de las respuestas animales
–la decisión- lleva implícito cualidades puramente humanas como la
inteligencia, la consciencia y la libertad. Aquí cabe hacer una división
de dichos actos decisionales: una primera clase está constituida por
aquellos actos decisionales, que resultan de fuerzas irracionales, o de
la intuición, más o menos incontroladas. Una segunda clase sería

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aquellos actos decisionales, guiados o controlados por un análisis


racional previo. Y por último, los casos mixtos: no hay actos puros de
la primera o de la segunda clase. Más que de una bifurcación
dicotómica, se trata de los dos extremos ideales de un espectro
continuo en el que se aloja una gran variedad de actos intermedios,
que son los actos reales (Lara 1991). Del mismo modo no hay actos
puros libres. Siempre habrá un determinismo, por muy débil que se
muestre, concurrente en nuestros actos cotidianos. Veremos más
adelante cómo las emociones juegan un papel determinante en este
sentido.

Volviendo al concepto de libertad, -como condición necesaria, pero,


insisto, no suficiente para la atribución de responsabilidad-, veamos
cómo Xavier Zubiri nos plantea una concepción evolutiva de la
libertad en el ser humano: “Esa dimensión del intelecto por la que el
hombre es elevado del nivel primario del uso de la inteligencia y de la
libertad primaria al uso de la libertad moral, es lo que se llama el uso
de la razón” (Zubiri 1993). Efectivamente, una cosa es la libertad
física y otra la libertad moral2. Los juristas están habituados a entender
por libertad física únicamente la ausencia de coacción externa a la
hora de aplicar ciertos atenuantes o eximentes. Esto es lo que ha
predominado cuando se ha olvidado la metafísica. En metafísica se
entiende por libertad física la libertad como carácter físico de un acto,
en tanto que acto ejecutado por la voluntad3. En cambio, la libertad
moral pende esencialmente del nivel en que esa libertad física o
psíquica sea ejecutada. De ahí que no sea lo mismo ser libre que ser
responsable. La irresponsabilidad es completamente compatible con la
libertad. El niño tiene libertad pero carece de responsabilidad, va
adquiriendo lentamente el uso de razón, y elevándose a un nivel
moral. (Zubiri 1993).

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El concepto de libertad ha sido dividido en muchas ocasiones y por muchos autores. Desde la Libertad
de a la libertad para (Fromm 1993). De la libertad positiva a la libertad negativa (Berlin 1996). De la
libertad física a la libertad formal (Escohotado 1999), etc.
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Comenta Zubiri en tono irónico: “Ahora dicen que se llama eso libertad psíquica, en fin, como quiera
que sea, es igual para el caso”: (Zubiri 1993)

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Pero esto no nos aleja del problema, ya que, hasta ahora, hemos
aludido siempre a la coacción externa, pero el caso que nos ocupa, -la
determinación emocional-, tiene en cuenta, más si cabe, la coacción
interna. Es decir, el conflicto clásico entre razón y pasión.

Si la concepción cognitivista de las emociones es cierta, cabe esperar


que mediante la educación de las emociones las podamos controlar,
aunque habrá ciertos umbrales de intensidad de la emoción,
inexpugnables. Sin embargo, la vida cotidiana está llena de casos en
los que no nos explicamos que ciertas personas hayan actuado de
determinada manera. A veces nos preguntamos los ‘porqués’ de
ciertas conductas. Veamos a qué se refieren exactamente. ¿Qué
ocurriría con nosotros, en el proceso decisional, sin la mediación de
las emociones?

Según la Teoría de la Decisión, la elección racional requiere un


cálculo que comienza imaginando posibilidades de acción dados
distintos escenarios posibles a los que se asigna una determinada
probabilidad objetiva o subjetiva, y evaluando la deseabilidad de los
resultados de cada forma de actuar dentro de los escenarios posibles.
El producto de la probabilidad por la deseabilidad determina la
utilidad esperada de cada resultado; sumando las utilidades esperadas
de los resultados de cada forma de actuar obtendríamos la utilidad
esperada de esa alternativa de acción. La utilidad esperada más alta
determinaría la decisión racional a favor de la alternativa
correspondiente. Se trata pues, de establecer un método de decisión
racional. Sin embargo, si profundizamos un poco más, la
Investigación Operativa en la resolución de Problemas de Decisión
Óptima, recurre a la elaboración de matrices de beneficios, pérdidas o
penas, y la selección de la acción óptima varía a razón de un correlato
psicológico del decisor con respecto a criterios de pesimismo y
optimismo. Esto supone, en ocasiones, disponer del tiempo suficiente
para todos estos cálculos, y a menudo en la vida real carecemos de él.
El procedimiento garantiza la decisión óptima, pero no garantiza que

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nos dé tiempo a llevarla a cabo, ni siquiera que podamos terminar el


proceso.

La biología, sin embargo, explica la decisión desde los mismos


fundamentos, es decir, lo que es mejor para hombre, pero con una
simplificación condicionada, en última instancia, por la finalidad de
supervivencia biológica. En principio, estas respuestas tienen su
origen en los sistemas físicos en busca de estabilidad. La decisión es
una respuesta del hombre a una solicitación del entorno. El hombre
conserva y mantiene los tipos de respuesta que se encontraban ya en
las formas de organización que le preceden en el despliegue de la
evolución. Cuando aparecen organismos con capacidad de
aprendizaje, también las respuestas se acrecientan (Lara 1991).
Finalmente, hay un momento en que el hombre realiza una involución
sobre sí mismo, que llamamos consciencia: en ese instante, la
respuesta adquiere dimensiones inéditas, como la racionalidad y la
libertad. Todas estas respuestas están controladas por un subsistema
ascendente que vehicula la información originada en las neuronas
sensitivas, y un subsistema descendente que transmite las órdenes a
las neuronas motoras periféricas. Situándonos en la amplia perspectiva
de la evolución de las especies, la inteligencia aparece a última hora
como una emergencia, un sobresalto de los instintos en unos
organismos, que han ido ampliando su entorno de percepción a cada
salto evolutivo. Como la inteligencia surge de un substrato animal, así
también la decisión tiene su origen en las capas profundas del cerebro
que nos son comunes con otras especies. La decisión racional pura es,
pues, una mera ficción, una abstracción lógica. En esas decisiones, la
racionalidad afecta solamente a un componente o a una fase del acto
entero. Pero esta fase no es más que la fracción aparente de un acto
que hunde sus raíces profundas en la irracionalidad de la intuición y
de los instintos. Como señala LeDoux, desde el punto de vista
evolutivo, los sistemas de respuesta emocional son más primitivos que
los sistemas cognitivos superiores y mantienen sus propias vías de
relación con los sistemas sensoriales. Los estímulos sensoriales son
transmitidos al tálamo sensorial, y a partir de él surgen vías que

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transmiten la señal directamente a la amígdala, mientras que otras vías


se dirigen al córtex sensorial y a través de éste a la amígdala. Hay
pues dos vías de transmisión, una directa y otra indirecta, desde el
tálamo sensorial a la amígdala. La vía directa o inferior “sólo puede
proporcionar a la amígdala una representación burda del estímulo. Es,
pues, una vía de procesamiento rápida y borrosa” (LeDoux 1999). Por
el contrario la vía indirecta o superior es más lenta, pero más precisa.
Ahora bien, es difícil pensar que la señal que llega a la amígdala
directamente sea interpretable en forma de contenido proposicional
para su correlato con las creencias según el paradigma cognitivista, a
menos que deseemos atribuir también esta clase de contenido a las
ratas. Pero tiene sentido desde el punto de vista evolutivo: “El tiempo
ganado por la amígdala al actuar sobre la base de la información
talámica, en lugar de esperar la entrada procedente del córtex, puede
significar la diferencia entre la vida y la muerte. Es mejor haber
tratado un palo como una serpiente que no haber respondido a una
posible serpiente” (LeDoux 1999). Sin embargo, puede ser precipitado
en otro tipo de circunstancias. Las respuestas rápidas en situaciones
críticas obligan a la mente a un trabajo extra que no siempre está
dispuesto a desarrollar. Estas funciones mentales de alto orden o la
coordinación de los movimientos debe originarlas un alto grado de
coordinación entre las neuronas. Así pues, surge la cuestión obvia:
¿Quién o qué dirige las neuronas? La respuesta de Hermann Haken es
que las neuronas llegan a su conducta altamente coordinada mediante
auto-organización, es decir sinérgiticamente. “Mientras que el sistema
complejo es inicialmente descrito por un gran conjunto de variables,
en los puntos de inestabilidad la conducta del sistema se puede
describir mediante unas pocas variables nuevas, los llamados
parámetros de orden. Describen y prescriben el orden del sistema en
desarrollo. Parece como si la conducta de cada una de las partes
individuales, esté regida o subordinada por unos cuantos parámetros
de orden” (Haken 1999). Los trabajos recientes en los distintos
campos refuerzan el concepto de parámetros de orden: Percepción
visual, histéresis, figuras ambiguas, etc. Pero, dejemos este tema ya
que no es el objeto del presente trabajo.

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Volviendo a la exposición de LeDoux sobre las conexiones cerebrales


y el procesamiento de los estímulos dependiendo de las vías
detalladas, el ejemplo lo podemos ver en el caso expuesto por
Damasio del paciente EVR, al que llama Elliot (Damasio 1996). A
Elliot le fue diagnosticado un meningioma, un tumor benigno de las
meninges. Era necesario extirparlo, pues, aunque en sí mismo era
benigno, el tumor acabaría comprimiendo y destruyendo la masa
cerebral. El tumor fue extirpado con éxito, pero con ello fueron
seccionadas las conexiones nerviosas entre el sistema límbico y los
sistemas prefrontales. Elliot era un hombre de negocios con éxito y
tenía una vida familiar satisfactoria, pero tras la operación su vida
comenzó a ser un desastre. Acabó arruinándose en los negocios, se
divorció de su primera esposa, volvió a casarse y se divorció de
nuevo. Finalmente, tuvo que vivir bajo la tutela de un hermano suyo.
Sin embargo, sus facultades cognitivas superiores parecían intactas,
obteniendo altas calificaciones en los test psicológicos de capacidad y
resolución de problemas. Pero Elliot se mostraba incapaz de resolver
problemas de la vida real y de tomar decisiones adecuadas. Según
Damasio, la toma de decisiones en la vida cotidiana se produce
mediante una interacción y colaboración entre las estructuras
prefrontales y zonas más primitivas del cerebro como la amígdala y el
sistema límbico. En el caso de Elliot, estas conexiones quedaron
interrumpidas. Para Elliot, no era posible que la anticipación de las
consecuencias constituyera una percepción de las emociones y por
consiguiente pudiera evaluarlas. El proceso de la decisión quedaba
abortado independientemente de que su capacidad cognitiva estuviese
intacta. Esto dio pié a Damasio a elaborar su hipótesis del marcador
somático.

Para Damasio es fundamental explicar la reducción dicotómica que se


experimenta ante cualquier estímulo. Aquella conducta que nos
agrada, tendemos a repetirla; y aquella que nos desagrada tendemos a

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inhibirla4. Así pues, el anticipo de una situación que genere la corteza


cerebral es enviada al sistema límbico para una primera evaluación
basada en lo que él llama bucle como sí, y el sentimiento aparece en
términos agradable/desagradable, acepta/rechaza, dando origen a una
sustancial reducción de alternativas. Posteriormente, si queda tiempo,
evaluaremos en términos de coste/beneficios, Después entrará en
juego el aprendizaje, que incorporará a estos marcadores somáticos en
el repertorio comportamental del sujeto, aún siendo, más o menos
conscientes. A este respecto, el bucle de cómo sí, serviría de fuerte
apoyo a la teoría psicoanalítica, donde dice que “adoptamos sin
reservas el supuesto de que el decurso de los procesos anímicos es
regulado automáticamente por el principio del placer. Vale decir:
creemos que en todos los casos lo pone en marcha una tensión
displacentera, y después adopta tal orientación que su resultado final
coincide con una disminución de aquella, esto es, con una evitación de
displacer o una producción de placer. Cuando consideramos con
referencia a ese decurso los procesos anímicos por nosotros
estudiados, introducimos en nuestro trabajo el punto de vista
económico” (Freud 1997).

Según la hipótesis del marcador somático de Damasio, los procesos


cognitivos superiores vinculados a la corteza cerebral elaboran
representaciones de las situaciones posibles que se derivan en distintas
formas de actuar y estas situaciones son rápidamente evaluadas, con la
ayuda de las estructuras límbicas, en términos de las reacciones
emocionales que provocarían en nosotros, generando una
reminiscencia de nuestra respuesta emocional ante ellas en el caso de
que fuesen reales5. La evaluación emocional descarta con rapidez las
alternativas que despiertan reacciones negativas y preselecciona como
candidatas a la elección final aquellas que despiertan reacciones
positivas. Este proceso “permite una velocidad de procesamiento con

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A este respecto Spinoza escribió: “Nos esforzamos en promover que suceda todo aquello que
imaginamos conduce a la alegría, pero nos esforzamos por apartar o destruir lo que imaginamos que la
repugna, o sea, que conduce a la tristeza” (Spinoza 1998).
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A este respecto Spinoza escribió: “El hombre es afectado por la imagen de una cosa pretérita o futura
con el mismo afecto de alegría o tristeza que por la imagen de una cosa presente” (Spinoza 1998).

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la que los cálculos meramente racionales no pueden competir” (Simón


1997). Pero este tipo de proceso no está disponible para Elliot.

Para concluir, diremos que los últimos trabajos en neuropsicología han


destapado una nueva forma de enfrentarnos a las emociones, ya que la
explicación cognitiva, tanto de las estructuras y los procesos
fisiológicos específicos, como de los aspectos de carácter
fenomenológico, los llamados qualia, no resulta satisfactoria. Las
emociones se hallan inextricablemente involucradas en nuestros
procesos de razonamiento práctico y de elección entre posibilidades
alternativas de acción, hasta el punto que su extirpación acarrearía
consecuencias catastróficas para tales procesos. La apátheia no parece
ciertamente una opción real para los seres humanos.

La indispensabilidad de las emociones en el razonamiento práctico no


elimina su conflicto potencial con la libertad y sus condiciones de
posibilidad. Por lo que respecta a la condición de autonomía, si las
emociones actúan como marcadores somáticos en el proceso
decisional, ello puede afectar en la elección de una alternativa
basándose en que el estímulo vaya asociado a un marcador o a una
evaluación emocional positiva. Si esta evaluación determina nuestra
decisión, no parece que seamos realmente responsables de ésta. Pero,
es un hecho que en ocasiones hacemos a las personas responsables de
sus emociones. Esta actitud no está necesariamente injustificada, ya
que si la pretensión de prescindir de las emociones no es, como hemos
dicho, una opción real para los seres humanos, sí lo es tratar de
conseguir que nuestras emociones sean cada vez más sensibles a las
demandas de la razón y de la creencia justificada a través de un
proceso de educación apropiado. Desde el punto de vista
neurofisiológico, las conexiones entre las estructuras corticales y el
cerebro emocional, parafraseando a LeDoux, ofrecen una base para la
posibilidad de la educación emocional. Pero, un problema grave para
nuestra libertad es el planteado por la intensidad de las emociones.
Cuanto más intensa es una emoción, tanto menos sensible resulta a las
razones no emocionales, y tanto más difícil resulta la tarea de la

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educación emocional. Además, la intensidad de las emociones, y su


carácter selectivo, afecta gravemente a la condición de alternativas,
reduciéndolas al máximo. Aprovechémonos de eso mismo, de que las
emociones son selectivas, para inducir voluntariamente una
perspectiva amplia sobre la realidad, que contrarrestaría la visión
sesgada propia de la emoción y con ello disminuir su intensidad. Ya
Spinoza advirtió esta relación al recomendar el conocimiento objetivo
del orden del universo frente a la servidumbre de los afectos.

Valencia, 17 de Mayo de 2000

REFERENCIAS:

- Berlin, I. (1996): Cuatro Ensayos Sobre La Libertad. Madrid: Alianza Editorial.

- Damasio, A.R. (1996): El Error De Descartes. Barcelona: Grijalbo Mondadori.

- Escohotado, A. (1999): Caos Y Orden. Madrid: Espasa Calpe, S.A.

- Freud, S. (1997): Más Allá Del Principio De Placer. Buenos Aires: Amorrortu editores, S.A., Obras
Completas. Vol. 18.

- Fromm, E. (1993) El Miedo A La Libertad. Barcelona: Editorial Planeta-De Agostini.

- Goleman D. (1998): La Práctica De La Inteligencia Emocional. Barcelona: Editorial Kairós, S.A.

- Haken, H. (1999): “El cerebro como sistema complejo y sinérgico”. Valencia: Conferencia de
apertura del IV Congreso Europeo de Sistemas.

- Hansberg, O. (1996). La Diversidad De Las Emociones. México: F.C.E.

- Lara, B. (1991): La Decisión, Un Problema Contemporáneo. Madrid: Espasa-Calpe, S.A.

- Le Doux, J. (1999): El Cerebro Emocional. Barcelona: Editorial Planeta, S.A.

- Moya, C. (1997): “Libertad y responsabilidad moral” en Ensayos Sobre Libertad Y Necesidad.


Valencia: Pre-textos.

- Moya, C. (1999): “Emociones, Racionalidad y Responsabilidad”. Santiago de Compostela:


Congreso: “Analytic Philosophy at the Turn of the Millennium”.

- Simón, V.M. (1997): “La participación emocional en la toma de decisiones”, en Psicothema. Vol.9,
nº2, pp. 365-376.

- Spinoza, B. (1998). Ética. Madrid: Alianza Editorial, S.A.

- White, A.R. (1976): La Filosofía de La Acción. Madrid: Ediciones E.F.C. España, S.A.

- Zubiri, X. (1993): Sobre El Sentimiento Y La Volición. Madrid: Alianza Editorial, S.A.

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