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El 6 de octubre de 1933 era viernes y transcurría una apacible mañana, era un preludio
al fin de semana y, aunque la guerra mantenía a todos nerviosos e intranquilos, tenían
la oportunidad de salir de esas instalaciones y tener un contacto con familiares y
amigos que residían en la sede del gobierno.
Serían las nueve de la mañana cuando repicaron insistentemente las campanas que
anuncian formación en el patio de honor. Algo grave estaba sucediendo en la patria y
por ello los tañidos llamaban a los cadetes. Con la seriedad que la ocasión ameritaba
se colocaron en formación militar con disciplina y curiosidad, ante un hecho inusual que
sucedía en ese momento.
El Mayor Palenque al dar el parte del día, explicó que muchos oficiales jóvenes habían
muerto en la primer parte de la guerra y se requería de personal para comandar
pequeñas unidades en el frente de batalla, dejo en claro que habían pensado en los
cadetes mayores, sin embargo la decisión era de carácter personal y voluntario. Al
terminar su breve alocución les dijo que dieran tres pasos al frente los que quieran ir a
la guerra; En ese instante todo el batallón, en forma marcial, armónica, firme y sonora
dio los tres pasos al frente.
Se pidió calma y nuevamente reflexión; sin embargo, otros tres pasos al frente
ratificaron la decisión unánime de un batallón de valientes. Nadie había vacilado en
aquella mañana y el frente de batalla era su destino. Quedaba en el ambiente la
emoción y admiración de los testigos circunstanciales. Posteriormente al conocimiento
público de lo acaecido la población los ovacionó por este hecho único en la historia.
El general Kundt no podía articular palabras ante lo observado y lo único que hizo, fue
retirar a los menores de 15 años para evitar su temprano sacrificio.
La partida de este contingente no fue inmediata porque los dos sastres de Colegio
militar debían achicar los uniformes, que habían sido donados por los Estados Unidos;
se dice que eran del mismo modelo que utilizaron en la primera guerra mundial.
Noventa cadetes fueron escogidos como parte del primer contingente a partir al frente
de batalla. De ese grupo quedaron por enfermedad Eduardo Rivas Ugalde y Luis Arrien
Gutierrez, quien ya tenía a dos hermanos en combate.
El resto del batallón, de 162 valientes, partió en forma posterior y al finalizar la guerra
retornarían solo 73 de estos arrojados bolivianos.
La partida se ordenó para el lunes 16 de octubre de 1933, se fueron por tren desde La
Paz. La población paceña multitudinariamente, se dio cita en la Estación ferroviaria de
Chijini para despedir a este grupo de valientes. Entre ellos estaba el Presidente Daniel
Salamanca, todos sus ministros y las altas autoridades militares. Una ovación
estruendosa entusiasmo a los jóvenes defensores de la soberanía nacional.
Saliendo de Tarija, pararon en el conocido “Ojo de agua” una vertiente de agua dulce y
cristalina que permitió llenar las cantimploras del batallón de cadetes y despedirse de
esta ciudad; los molles y sauces brindaban la sombra necesaria para la acción descrita.
Dicha aguada se encuentra hoy en la trama urbana de la ciudad de Tarija, a la vera de
la Quebrada de San Pedro y en ese entorno han construido un puente de Hormigón
Armado para cruzar este encauzamiento, en la avenida “Heroes del Chaco”. Cuantas
veces se han escuchado añoranzas de este lugar que pudiera convertirse en patrimonio
histórico.