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Un mundo desquiciado

Manuel Castells

Permítanme que les pase la película de horror de los últimos cuatro años, porque hay que
partir de esa pesadilla para despertarnos a una nueva vida. Cuando apenas salíamos de una
crisis financiera global agravada por políticas socialmente injustas, llegó la pandemia que ha
segado millones de vidas, 100.000 en nuestro país (España). Sobrevivimos, aunque el virus
sigue ahí, gracias al esfuerzo del sistema de salud pública y sus profesionales. Y porque las
medidas de confinamiento nos dieron tiempo para que la ciencia descubriera vacunas eficaces
en un tiempo récord. Volvieron la crisis económica, la destrucción de empresas y de empleo.
En España tuvimos mejor protección que la mayoría de países, pero aun así fue muy duro.

El cambio climático empezó a hacerse sentir en catástrofes naturales por doquier. La


desigualdad social aumentó extraordinariamente. La ruptura de la solidaridad conllevó un
incremento del racismo y la xenofobia. La afirmación de los derechos de las mujeres y la
emergencia del movimiento LGTB tuvieron que confrontar una ola de violencia machista.
Los progresos de la digitalización fueron sesgados por la invasión de la privacidad y la
exclusión de una parte de la población, en particular los mayores.

Y en esto llegó a Europa una guerra absurda y destructiva que nos retrotrae a los peores
momentos de nuestra historia. Con el potencial de extenderse y de nuclearizarse. La guerra
provocó una crisis energética y una inflación destructiva. Mientras las instituciones perdían
legitimidad y los ciudadanos se sumían en la desconfianza y el miedo, exasperados por unas
redes sociales que siembran animadversión. Al tiempo que demagogos de extrema derecha,
Trump, Johnson, Le Pen, Meloni y tantos más, espoleaban los bajos instintos del
nacionalismo y polarizaban a la sociedad en trincheras de intolerancia. De las que surgieron
masacres en serie. Y hasta asesinatos políticos en el pacífico Japón. El orden democrático se
tambaleó en Estados Unidos.

No nos enfrentamos a una maldición, sino a nosotros mismos, a la incapacidad de


coexistir en paz

¿Cómo fue posible una tal concatenación destructiva en tan poco tiempo? En un periodo
precientífico se hubiera pensado que los espíritus malignos nos han invadido. Pero si nos
atenemos a una visión racional de la irracionalidad humana habrá que establecer conexiones
factuales como paso previo para detener los vientos de destrucción. Por ejemplo, entre el
cambio climático y las pandemias. Entre un modelo energético, expresión de nuestros
modelos de producción y consumo, y el cambio climático. O entre el individualismo extremo
de una economía basada en la competición y la destrucción de los vínculos entre las personas.
Entre las fake news , el odio y su derivada, la violencia. Y entre la política mediática, la
política del escándalo y la desconfianza de los ciudadanos.

Es la organización social de los humanos lo que induce múltiples procesos destructivos


entrelazados. No nos enfrentamos a una maldición, sino a nosotros mismos, a nuestra
incapacidad de coexistir en paz. Tiempo de volver a la raíz: reconocer nuestra humanidad
común y gestionarla desde lo público.

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