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LIGADO

Vistazos de la vida de Carlos Parsons Chapman

y el establecimiento de la Unión Misionera

Evangélica en Colombia, Sudamérica

—o—

por Florencia W. de Shillingsburg

—o—

Impreso en La Litografía Aurora

Apartado Aéreo 4342

Cali, Colombia

1972
... mi corazón está
Ligado a aquel valle.
PREFACIO

“Hoy Dios nos ha hablado".

Así se dirigió el Dr. Brooks a los jóvenes frente al ataúd uno de sus compañeros, Guillermo
Mitchell . En las horas de mañana aquel memorable día en 1889 el Dr. Guinness de glaterra,
cautivó la atención de los jóvenes de la "Asociación de Jóvenes Evangélicos" en su retiro cerca de
Ottawa, Kansas. Sus palabras dejaron esculpidas, en los corazones la gran comisión de Cristo; la
de evangelizar a TODO EL MUNDO. Varios de los presentes ofrendaron sus vidas para ir al África
como misioneros, entre ellos, Guillermo Mitchell.

Después del almuerzo este joven fue con un amigo a pasear en una canoa, cuando en medio de una
discusión sobre “misiones”, la canoa pasó sobre una pequeña represa y Guillermo se ahogó. El
cadáver fue trasladado al salón de conferencias donde, aún muerto, habló en tonos claros acerca
de una entrega total en la tarea encomendada por el Señor.

Dios se movía entre esa juventud. Eran hombres dedicados al evangelismo, pero sólo dentro de
los confines de su propio país. Mas ya Dios les había hablado; eran deudores a otras naciones y
otras tribus. Cuando dieron a conocer sus convicciones y su nuevo propósito al Comité Nacional
de la "Asociación" éste no estaba de acuerdo. Ni entre las sociedades denominacionales hubo
quienes aprobaran el movimiento de los jóvenes de Kansas. La idea de viajar a países lejanos sin
más garantía del sostén que las promesas de Dios, parecía absurda. Se vieron entonces en la
necesidad de romper con aquella Asociación y proceder independientemente.

Un año después de la muerte de Guillermo Mitchell, o sea en 1980, nueve misioneros zarparon
para el África donde setenta millones vivían en el Sudán (lo que es hoy la República de Mali)
entre los cuales Cristo era desconocido. Un mes después de llegar a ese campo, tres de ellos
murieron de fiebres, y unas semanas más tarde otros dos sucumbieron. Uno de los sobrevivientes
escribió: "Aunque cada paso sea sobre la sepultura de un misionero, tenemos que obedecer el
mandato de nuestro Señor de ir a todo el mundo".”

La noticia de aquel sacrificio entristeció a los hermanos en los Estados Unidos, pero a la vez sirvió
de estímulo al celo misionero y en ese año se embarcó otro grupo de doce para fortalecer la labor
de los que habían quedado.

Iba creciendo el número de candidatos para el servicio más allá del mar, hombres y mujeres listos
a ir confiando solamente en Dios, con tal de que almas perdidas de tierras lejanas oyeran de Cristo.
Viendo la necesidad apremiante de alguna organización en su patria que les ayudara, en el año
1892 se estableció la sociedad denominada "La Unión Evangélica Mundial". El nombre fue
cambiado a "Unión Misionera Evangélica" en 1901.

La meta de esta misión ha sido siempre la de evangelizar. Los hombres están perdidos sin Cristo,
y hay que darles el mensaje del amor de Dios. Solamente éste puede salvar a la humanidad. Cuando
las gentes se entregan a Cristo, se forman iglesias, iglesias autónomas que se propagan con rapidez.

Con esta meta la "UME" ha usado todos los medios legítimos para alcanzar a los perdidos y
organizar sus iglesias.

En todos los campos donde trabaja la Misión, Dios ha levantado hombres y mujeres nacionales
como líderes de talento y dedicación. Ellos persiguen el mismo objetivo de alcanzar las almas para
Cristo.

Después de iniciar la obra en el Sudán, esta Misión entró a Marruecos en 1894. Fue en 1896 que
un trío de hombres llegó a Ecuador y en 1908 el Sr. C. P. Chapman y Juan Funk fueron nombrados
para venir a Colombia. Más tarde la UME empezó labores en Panamá, Canadá, Honduras
Británicas, Alaska, Las Islas Bahamas, México, Grecia, Francia, Alemania, España, Austria,
Noruega, Holanda y Bélgica.

La UME no es una denominación; no tiene iglesias en los EE.UU. Sus misioneros provienen de
diferentes denominaciones, pero se afilian con esta sociedad misionera para llevar el Santo
Evangelio alrededor del mundo.

En esta pequeña obra tratamos de narrar algo sobre la vida de uno de los jóvenes de Kansas, uno
que en su juventud oyó la voz de Dios y se dedicó sin reservas a su divino Maestro.

Carlos Chapman fue un hombre de visión, de acción, coraje, perseverancia, comprensión; y sobre
todo fue un hombre que amaba a Dios, amaba la obra de Dios, amaba a los colombianos y estaba
listo a sacrificar todo por ganarles para Cristo.

En la preparación de este pequeño libro se ha tenido a la mano un diario de Carlos entre 1913-
1918; "With the Bible Among the Andes", libro escrito por él mismo; "El Mensaje Evangélico" de
1918 hasta 1969, "The Cospel Message" desde 1908, cartas viejas escritas por los primeros
misioneros entre 1912-1935, entrevistas con varios de los colombianos, y nuestras propias
experiencias y amistad con los esposos Chapman.

Agradecemos a Irma B. Gallardo (U. del Valle, Cali) por su ayuda en la traducción al español y
por sus sugerencias.

F. deS.
CAPÍTULO 1
Carlos Parsons Chapman nació el 29 de agosto de 1869 en un pueblo llamado Amito, Louisiana.
Su padre fue profesor. Carlos y su hermana fueron criados en el ambiente de un hogar cristiano de
la clase media alta. Ambos ingresaron en la Universidad de Kansas; Carlos aspirába la carrera de
medicina. Mas Dios tenía otros planes para él; abandonó luego sus estudios para aliarse con la
renombrada "Asociación de Jóvenes Cristianos" en el estado de Kansas.

Cuando tenía 26 años de edad contrajo matrimonio con una compañera de estudios, Mamie A.
Johnston. La joven pareja no demoró en ofrecerse a la nueva sociedad misionera y dentro de poco
fueron asignados al Ecuador para reforzar las manos de tres hombres que habrán ido y ya pedían
más misioneros.

Como no se creía prudente que las damas fueran todavía a aquel país, Carlos se despidió de su
esposa y salió rumbo a América del Sur con Carlos Polk. Esperaban recibir recursos de la sede de
la misión antes de partir, pero llegada la hora de tomar el barco "Avance" tuvieron que encomendar
su camino a Dios y salir sin la esperada ayuda monetaria.

Era en los últimos días de octubre de 1896. El cielo estaba opaco y el día declinaba cuando los
cables del muelle soltaron el barco y lentamente fue deslizándose por las oscuras aguas de la bahía.
La noche bajó su negro manto sobre los rascacielos de Nueva York allá a lo lejos, y apenas podían
divisar en silueta la estatua de La Libertad al pasarla. Les parecía a ambos que fueron cortados de
todo lo que les era precioso en la vida, sus esposas y sus hogares, su patria y sus amigos.

¡No fue barato este sacrificio!

Viajaban en tercera clase. Al lado del ganado encontraron un rincón en la cubierta donde colgaron
sus hamacas. Tres veces al día un camarero tambaleaba entre los pasajeros ofreciéndoles algo de
comer. Llevaba una olla de sopa grasosa y cada uno metía su propia taza para sacar de esa olla el
contenido. Al saborear el guiso, perdieron el apetito. Después de un rato el camarero volvió con
bandejas de almuerzos y al ofrecerlo a los dos americanos, éstos aceptaron agradecidos y
devoraron los manjares. Pero ¡Ay! pronto la escena cambió; el camarero volvió y demandó el
precio de aquel almuerzo, cincuenta centavos cada uno. Las monederas de ambos no contenían
sino tres centavos. Avergonzados, cabizbajos, imploraron misericordia, pero naturalmente aquel
no les creyó y procedió a reprenderles en un castellano muy ajeno al poco vocabulario que ellos
habían, hasta aquel entonces, aprendido. El resto del viaje introducían sus tazas en la olla como lo
hacran otros viajeros.
CAPÍTULO 2

Catorce días habrán pasado en el mar, cuando por fin en una madrugada se dieron cuenta que el
vapor se había detenido. Al mirar por la ventanilla allí vieron el horizonte negro, escabroso,
quebrado - la cordillera occidental de los Andes. ¡Ecuador! Con alabanzas a Dios contemplaban
el panorama. Rayos del sol naciente teñían el oscuro cielo y en la tenue aurora pudieron distinguir
en silueta los pináculos de las iglesias de Guayaquil.

Lentamente el vapor se movía por el río Guayas anunciando la llegada con su poderosa bocina.
Para sorpresa de los norteamericanos, el barco no se aproximó al muelle; se detuvo en todo el río.
Pequeños botes y canoas adelantaron para trasladar pasajeros y equipaje al muelle.

"Seguramente nuestros compañeros llegarán pronto". Trataron de consolarse pero no aparecía


ningún rostro conocido .

"Camine!" gritaban los negros en pantalonetas. Bueno, los misioneros estaban bastante listos a
esto de "camine" pero no tenían dinero. Por fin se acordaron de dos latas de sardinas que un
pasajero les había tirado al desembarcar. Al ofrecer una lata de esas al boga, aceptó.

Ya en el muelle no sabían qué hacer.


Todo era extraño.
No hablaban castellano y no tenían dinero.
Se sentaron en sus baúles y clamaron a Dios quien les habrá permitido tal situación. En eso llegó
un blanco, alto, sonriente - el Sr. Fisher. Las pruebas de este viaje habían concluido.

De este viaje con sus pruebas Carlos escribió: "Ningún misionero después tuvo semejantes pruebas.
Todo esto fue incluido en el plan de Dios para que supiéramos que en el futuro podemos confiar
en Él. Aprendimos que Dios puede usar medios muy comunes e insignificantes para el sostén de
sus hijos".

El nuevo gobierno ecuatoriano dio la bienvenida a los misioneros evangélicos y les redactaron
cartas de recomendación para los gobernadores en todo el país. Pero por parte de la Jerarquía
eclesiástica, los extranjeros se encontraron frente a frente con la oposición. El sacerdocio
ecuatoriano habrá regido por tres siglos sin competidor y eran dueños de casi la tercera parte de la
tierra. La Constitución claramente decía que la Iglesia Romana era la religión del Estado,
excluyendo todas las demás.

Poco antes de llegar los primeros misioneros de la Unión a Guayaquil, un representante de


Sociedades Bíblicas había desembarcado con sus cajas de Biblias. Al darse cuenta los oficiales,
fue arrestado y llevado otra vez a bordo del barco con sus cajas, y le dijeron: "Mientras permanezca
el Chimborazo, la Biblia no entrará a este país". Pero una revolución llevó al poder nuevos
gobernantes que abrieron de par en par la puerta.
El viajero encontraba muchos adversarios en el calor tropical de las costas; las incomodidades, el
clima, los insectos y las enfermedades. Los habitantes eran de raza negra, amables pero
indiferentes hacia toda religión.

Dejando las tierras bajas de la costa, uno encuentra que los Andes majestuosos se elevan a grandes
altitudes. Quito, la capital, está situada a los 10.000 pies cercado de elevados picos. Descendientes
de los incas llevando el nombre de "quichuas" habitan las tierras frfas. Desde el siglo dieciseis,
éstos eran la humilde victima de los conquistadores españoles. Sus pequeñas parcelas de tierra
arenosa les sostenían escasamente mientras la mano férrea del clero los sujetaba en una Ignorancia
cruel.

Los Andes, altos y magníficos con sus cañones sombríos, se declinan hacia el oriente hasta una
vasta región llamada "El Oriente" y se continúa hasta la cabecera del gran Amazonas. Unas
miserables aldeas compuestas de casuchas rompía la soledad y monotonía de estas selvas. Tribus
de diferentes dialectos encontraban albergue en los densos bosques. Los esfuerzos misioneros en
aquella regíón no bastaban; la vida para el norteamericano era una penalidad.

Fue en el año 1898 que la dirección de la Unión pidió que Carlos fuera a "El Oriente". Su esposa
había llegado de los Estados Unidos y vivían en Quito. Al despedirse de ella en esta ocasión, pues
ella no podía aguantar la dureza de la vida que les ofrecía la jungla, Carlos se unió con el Sr. C. S.
Detweiler y descendieron por los caminos montañosos alas tierras húmedas del Oriente. .

Las chozas indígenas estaban ocultas entre el follaje y ardua tarea fue muchas veces dar con ellas.
Los dos misioneros pasaron un año completo en las selvas. Estaban "en casa" en un ranchito pajizo
en el pequeño caserío llamado "Archidona". No hubo oportunidad de practicar la hospitalidad a
visitantes blancos sino en una sola ocasión.

Amaneció como todos los días; a pesar de que había llovido durante la noche, se oía el croar de
las ranas pidiendo agua; toda hoja goteaba. El gran coro de la jungla cantaba, se hacía audible el
chirriar de los grillos y el zumbido de millares de insectos, cuando apartando las ramas de los
arbustos, dos jóvenes ingleses hicieron su aparición en el pequeño patio.

"¡Buenos días señores!"


Habían desembarcado en un puerto del Caribe; atravesaron todo el país de Colombia, escalaron
las altas cordilleras; bajaron los profundos cañones, y ya se encontraban en la cabecera del
Amazonas. Las alturas, las tierras pantanosas, el frío, el calor, los aguaceros y los fuertes rayos del
sol - todo lo sufrieron con valentía.
¿Por qué?
"Estamos haciendo una colección de mariposas", respondieron, "¡para un museo en Londres!"
Esta visita en Archidona fue arreglada por Dios. Los jóvenes hablaban con ánimo de Colombia,
del Valle del Cauca, del clima suave, de los árboles frutales, las plantaciones y la amable
hospitalidad de los habitantes.

"¿Vieron algunas iglesias evangélicas? ¿Algunos misioneros?"

"Ni señal". Su contestación fue suficiente para que el Espíritu Santo encendiera una llama en el
corazón de Carlos. ¡Oh! ¡Si pudiera llevar las Buenas Nuevas del evangelio de Cristo a los
colombianos!

Así fue que el futuro fundador de la Unión Misionera Evangélica en Colombia fue comisionado.

Al regresar a Quito, Carlos vio que por mala salud su esposa no podría soportar las privaciones de
la vida en la jungla, de modo que los directores consintieron en que pasaran a la costa del Pacífico.
Después de largos meses la señora dio a luz su primogénito, pero la criatura nació muerta. Las
pruebas de esos años de sufrimiento y privación fueron rudas y solamente Dios se dio cuenta del
sacrificio de aquella madre. En el año 1903 ella sintió que no podía continuar en la obra pues
estaba esperando otro hijo. Al volver a los Estados Unidos su hijito Wilbur nació en Clifton Spríngs,
Nueva York.
CAPÍTULO 3

Pasaron cinco años y Carlos no podía olvidar el Valle del Cauca. "Ligado está mi corazón a aquel
valle", decía. Oraba por los colombianos aunque no conocía a ninguno. Tenía el libro que les daría
la vida eterna y sentía un anhelo vehemente de entregarles lo que Dios le había encomendado llevar
a los perdidos.

En 1908 la Unión Misionera Evangélica resolvió abrir campo en Colombia; Carlos fue designado
para iniciar la obra en aquel país. Tomando el vapor hacia el sur otra vez, dejando atrás a su esposa
e hijo, oraba por el éxito del plan — se encontraría con Juan Funk de Ecuador y ambos viajarían
de pueblo en pueblo con las Escrituras.

"Dios abrirá camino delante de nosotros", escribió a su esposa.

Salieron de Nueva Orleans en octubre. Desde Panamá hacia el sur, la costa de Colombia se divisaba
con frecuencia. Esas montañas verdinegras en el horizonte parecían extenderle una bienvenida.
Buenaventura, el puerto de entrada, estaba situado en una pequeña isla, en la desembocadura del
río Dagua. Por este puerto pasaba todo el comercio para la parte central y occidental del país. Fue
fundada la ciudad en el año 1821, pero a pesar de sus noventa años, solamente consistía de hileras
de ranchitos pajizos que exhalaban el fuerte olor a pescado. Se dice que "en este puerto llueve trece
meses al año". El aire es suave, cargado de agua y salitre. Los habitantes eran de raza negra, casi
en su totalidad empleados en la pesquería o en los muelles.

En la aduana los oficiales vieron los libros que traía Carlos. ¿Biblias? ¿Qué dirían los padres?
Carlos procuró explicar que la Biblia era precisamente el libro que los colombianos necesitaban,
y por fin pudo sacar sus cajas de la aduana. Encontró espacio en una bodega porque no tenía con
qué pagar pieza en un hotel, y luego salió a la calle con libros debajo del brazo. ¡Y le iba bien!
Pero pronto fue interrumpido. Un agente le tocó en el hombro. "Le necesitan en la Inspección", le
dijo.

"Tenga la bondad de excusarme", dijo el amigable norteamericano. "Estoy muy ocupado; por el
momento no puedo ir". El agente no se atrevió a utilizar la fuerza con uno tan culto, y desapareció.
Pero volvió. Esta vez cogió a Carlos del brazo y le condujo a la Inspección de Policía.

"Sus libros", le dijeron, "no los puede vender sin permiso por escrito. Para darle ese permiso
tenemos que examinar los libros para ver si su contenido pudiera corromper a los ciudadanos".

¡Extraño eso! ¡Corromper a los colombianos El libro bendito que por siglos alrededor del mundo
era apreciado y que es el fundamento de toda moral ¡en el tribunal para ser juzgado! y en un lugar
donde la mayoría vivían amancebados y donde dos terceras partes de los niños eran hijos naturales.

Un comité fue nombrado para el examen. Carlos salió otra vez para esperar el juicio, pero la
amenaza solamente fue para asustarle. Al anochecer hombres llegaban a la bodega, compraban
Biblias para llevarlas escondidas bajo sus ruanas a la casa. Esta primera siembra dio fruto en
Buenaventura cuando años más tarde una iglesia fue establecida en este puerto.

El misionero abordó el "mini" tren para viajar hacia Cali. Gastaron siete horas en recorrer los
cuarenta kilómetros, o sea, hasta donde terminaban los rieles. Ya había contraído el paludismo y
Carlos sufría el fuerte dolor de cabeza y el malestar que esta enfermedad ocasiona. Al anochecer
pudo encontrar donde acostarse y trató de descansar, pues el resto del viaje no sería fácil para un
enfermo— sería a caballo.

Antes de salir el sol al día siguiente, el delicioso aroma de arepas y chocolate despertaron al
enfermo. Los caballos estaban listos, pues antes de vislumbrar la aurora tenían que ponerse en
camino. Con nuevo ánimo Carlos montó; sólo quedaban dos días para llegar a su amado valle.

La caravana se adelantaba cuesta arriba hasta la altura de 1.800 metros mientras el sol tropical
marchaba hacia el zenit. Cansados físicamente los hombres seguían por el angosto sendero. A
veces Carlos tuvo que desmontar y recostarse en la sombra para seguir otra vez bajo los rayos
feroces del sol. Ya por la noche descansaron en la frescura de la cumbre. ¡Un día más y estarían
en Cali!

El último día descendieron al nivel de mil metros. Cada bestia levantaba una nube de polvo rojo
en el rostro de los que le seguían, pero los espíritus de los viajeros ya estaban avivados. Toda
vuelta en el camino daba la esperanza de divisar el valle. Y... ¡Allá estaba! ¡La tierra prometida!
Allá a lo lejos aquel suelo de esmeralda. ¡Tan hermoso! Los pasos se aligeraron; ojos cansados
fueron galardonados con frecuentes vistas del valle — aquella tierra que habrá cautivado a Carlos
cuando estaba en el Oriente ecuatoriano, el valle que habrá tejido un lazo alrededor de su corazón
y no le dejaba olvidar.

A este bello valle ningún misionero había llegado. Cubierto de polvo del camino, fatigado y débil
por el paludismo, pero su corazón rebosando con emoción, llegó Carlos P. Chapman a Cali.

"Oh, Dios mío", suspiraba Carlos, "si mi querida esposa y mi hijo pudieran venir a este hermoso
valle. . ."

No se le ocurrió que era un desconocido, ni le molestó la idea que se encontraría frente a un sistema
religioso que había regido en todo pueblo y aldea por siglos. ¡Tal ironía¡ Un solo hombre llegando
a propagar una religión nueva. Pero tenía un secreto. Carlos venía en el nombre del Señor y sus
libros contenían PALABRAS DE VIDA.

El sol se deslizaba por el otro lado de la cordillera cuando los caballos repiqueteaban por las
angostas calles pedregosas de Cali.

En esos días la tierra no valía mucho. Cada vivienda tenía un patio grande con cercos de guadua o
adobe. Había árboles frutales en los patios, arbustos y flores de vivos colores que ofrecían albergue
a pájaros de todo tinte.
Cali era un jardín.

Carlos no perdió tiempo. ¡A la calle! Daría a conocer a Dios. Salía a pasear, a conversar, a vender
una Biblia, a dejar un tratado; parecían tan pequeños sus esfuerzos. Pero pronto le ayudaban con
propaganda desde los pulpitos de las iglesias. La prensa avisó de la llegada del protestante; unos
amonestando, otros ridiculizando la misión de un solo norteamericano en un país tan enteramente
católico.

Dios guio a su siervo a proceder con sabiduría y en el primer mes llegó permiso de Bogotá para
vender sus libros y le fue dada plena libertad para predicar su mensaje. Esta acción dejó perplejas
a las autoridades eclesiásticas locales y no pudiendo hacer más en contra, pronunciaron la
excomunión sobre todo aquel que tuviera algún trato con el extranjero.
CAPÍTULO 4

Cuando Juan Funk llegó del Ecuador, compraron tres caballos; uno para llevar su equipaje y sus
libros y dos de silla. Durante dos años, 1908-1910, los misioneros visitaron a 150 pueblos y
viajaron en todos los departamentos del país excepto uno. Sembraron la semilla que años más tarde
dio fruto bajo el ministerio no sólo de la UME sino también bajo el ministerio de otras
denominaciones que llegaron.

Alistarse para sus viajes no representaba mayor problema. Llevaron un reverbero de petróleo, dos
platos, dos cucharas, dos tazas y una sartén. Sus efectos personales consistían de un pantalón, dos
camisas, ropa interior y medias. Nada más. Al llegar a un pueblo buscaban pieza con puerta a la
calle. De día la pieza era una librería y de noche, su dormitorio. Dormían en el mostrador usando
un libro como almohada.

"Nunca nos pareció que éramos mártires o héroes. Ni creíamos que vivir así era un sacrificio. El
amor de Dios nos impulsaba a seguir en los pasos de Jesucristo". Carlos y Juan eran de un mismo
sentir en cuanto a la obra.

La primera vez que visitaron la ciudad de Palmira penetraron hasta el centro de la plaza de mercado
donde empezaron a distribuir su literatura. La gente sólo por curiosidad les asediaron de tal modo
que la situación llegó a ser muy embarazosa. Utilizando sus fuerzas, ambos lograron salir a la calle
donde tuvieron que sostener en alto sus tratados en una mano mientras repartían con la otra.
Cuando se terminaron tuvieron que voltear sus bolsas para probar que se había agotado la
existencia.

En el extremo sur del Valle, los habitantes de Santander se dieron cuenta que dos protestantes
llegaban a su pueblo, y les esperaban con buen interés. Amigos muy formales les ayudaron a
encontrar pieza. Al otro día llegaron los campesinos para vender sus productos. Chapman y Funk
escogieron un buen lugar en la plaza donde pusieron sus libros sobre costales en el suelo. Muchos
se acercaron para comprar a pesar de que el sacerdote estaba mirándoles desde las gradas de la
iglesia y ya les habrá prohibido comprar los libros del protestante. Por fin, a largos pasos, el cura
atravesó la plaza gritando a sus feligreses y amenazándoles con su sombrilla. Pero a pesar de la
oposición, vendieron 200 libros aquel día y continuaron por quince días predicando con libertad
todas las noches a audiencias muy atentas.

" ! Oh! si alguien pudiera permanecer en este pueblo para continuar el testimonio". Pero ¿quién
sería? El amor de Dios en el corazón de Carlos le hacía sentir que todo el país de Colombia era su
responsabilidad.

Tres días más a caballo y llegaron al pie del volcán Puracé. Acamparon bajo las estrellas esa noche
antes de entrar a Popayán, la capital del Cauca. Allí vendieron con buen éxito por tres semanas a
un pueblo que manifestaba amistad hacia los protestantes. Por las noches conversaban largamente
con hombres que llegaban a su pieza.
¡Pero el día de juicio llegó! Las Biblias, Nuevos Testamentos y folletos recién repartidos fueron
recogidos y quemados en una fogata en la plaza. Los que habían atendido a los misioneros fueron
excomulgados. Pero esta arma de la iglesia, por ser demasiado usada, ya habrá perdido su filo, y
no causó efecto en muchos de los payaneses.

"Oh, mi Dios", escribió Carlos, "que oren mis paisanos que esta gente no se satisfaga con la mera
curiosidad sino que experimente el poder del Espíritu Santo".

A nuestro misionero le encantaban las amistades; fue muy humano. Pero no se contentaba con sólo
ser "amigo" de los colombianos. Con ahínco trabajaba para que comprendieran de lleno lo que
quiere decir "ser salvo". Y a veces se sentía muy desanimado; le parecía que no había fruto
permanente de tantas labores. A la vez, sabía que sentirse así era pecado. Dios en su misericordia
le daba experiencias animadoras también para que su corazón no desmayara del todo.

En una ocasión Carlos salió de un pueblo fanático no sabiendo que le asechaban en las afueras
para matarlo. Nada le sucedió, ni se dio cuenta del peligro. Unas semanas más tarde un amigo le
preguntó: "Don Carlos ¿con quién andaba Ud. el día que salió de X lugar?"

No andaba con nadie", respondió el misionero. "Yo andaba solo".

"Raro eso", reflexionó su amigo, "sé que unos hombres le habían puesto una emboscada para
matarle, pero le vieron bien acompañado y no le pudieron hacer nada".

Carlos reconocía que nunca andaba solo..."he aquí" YO ESTOY CON VOSOTROS TODOS LOS
DÍAS, hasta el fin del mundo".

Viajando hacia el norte en cierta ocasión, Chapman y Funk llegaron a Yumbo antes de mediodía.
Encontraron una pieza y con libros en sus brazos, se lanzaron a la venta. Cuando volvieron a su
pieza más tarde la encontraron asegurada con candado. Llamaron, pero nadie contestó ni abrieron
la puerta. Al mirar alrededor vieron que por allí en mitad de la calle en un montón estaban los
aperos, su equipaje y todo. Buscaron los caballos y los encontraron también en la calle. Humillados,
empezaron a recoger sus pertenencias bajo la mirada de vecinos asomados por las ventanas, y así
se despidieron de Yumbo. La única explicación que encontraron fue que la suegra de la dueña de
la casa era muy fanática.
CAPÍTULO 5

En el año 1580 Buga fue un caserío atravesado por el río Guadalajara. Una señora indígena vivía
sola en su ranchito junto a ese río donde todos los días, parada en el agua hasta las rodillas, lavaba
ropas sobre una roca. Esta humilde mujer anhelaba una sola cosa en su corazón: conseguir algún
día un crucifijo propio. Por su duro trabajo las moneditas en una rústica alcancía aumentaban día
tras día, y pasado algún tiempo, al contarlas, ya tenía suficiente para comprar lo que tanto deseaba
tener. Pero en eso pasó un pobre hombre llevado a la cárcel por causa de sus deudas. Sin meditar,
la mujer corrió a su ranchita, sacó su tesoro y canceló la deuda del vecino.

Pasaron los días y allí estaba siempre lavando las ropas de los bugueños sobre aquella roca.
Entretenida una mañana en su laboriosa tarea, vio que en la superficie del agua venía hacia ella un
objeto. Atónita, se fijó en él. Era un crucifijo que Dios le mandaba. Con ansiedad lo tomó, lo alzó
y lo besó. Corrió a su choza donde hizo con su machete un rústico altar de guadua y colocó su
imagen en una especie de nicho sobre el altar.

Una noche despertó la indígena oyendo un crujido como que alguien forzara una puerta de madera.
Muerta de terror, quedó paralizada en su rincón. Ya acostumbrada su vista a la oscuridad, pudo
ver con la pálida luz de las estrellas que entraba por las grietas del techo, que algo se movía encima
del altar. ¡La caja y el crucifijo estaban creciendo! No lo podía creer, pero cierto era y mientras
ella miraba, creció hasta tener el tamaño de un niño de siete años.

Esa misma madrugada la indígena, vestida en su manto negro, tocó en el portón de la casa cural.
Puede imaginarse con este suceso la curiosidad tanto del clero como de la población.

Después de la muerte de la indígena, los bugueños quisieron edificar un templo en el punto preciso
donde se había encontrado el crucifijo. Pero fue en el río que la mujer lo encontró. Se cuenta que
Dios, viendo los deseos de los ciudadanos, hizo luego un favor a los devotos. Una noche hubo un
aguacero que llevó el rio fuera de su cauce, buscando uno diferente que rodeaba al pueblo. Y por
allí ha continuado fluyendo el río desde esa noche memorable. Así quedó en seco el punto, y la
construcción del templo de "El Señor de los Milagros" se llevó a cabo.

La imagen no es una obra de arte; es muy desproporcionada. Pero para millares de devotos hay
algo que inspira, demanda respeto y temor. En el año 1600 un delegado fue despachado por el
obispo de Popayán con órdenes de quemar la imagen. Tantas astillas habían sido robadas como
"reliquias" que la imagen quedó muy desfigurada y fea. Pero cuando en presencia de la misma
imagen se pronunció la sentencia "que sea quemada" ésta empezó a crecer otra vez y exudaba
copiosamente. El sudor era sangriento. Esta vez creció a una altura de más de 120cms. y el sudor
continuó por días. Los fieles secaban el sudor con sus pañuelos y encontraron que había una virtud
medicinal en él. Hasta el día de hoy Buga es la ciudad de "El Señor de los Milagros" y millares de
personas hacen sus peregrinaciones al templo cada año.
Todos habían amonestado a Carlos que no entrara en Buga. Era este pueblo el más dedicado a la
religión que cualquier otro. Pero el misionero respondió: "Yo no veo ninguna razón en dejar esta
bella ciudad sin un testimonio de Cristo".

Noticias de la llegada de los protestantes fueron llevadas por los vientos y a la pieza alquilada
llegaban por veintenas. Pocos se atrevieron a comprar el primer día, pero todos escuchaban con
buena atención. Juan y Carlos se turnaron para explicar las Escrituras hasta horas avanzadas de la
noche. Por ocho días continuó esa campaña.

"Al despedirnos de Buga", escribió Carlos, "nos da pesar. ¡Cuánto quisiéramos dejar entre esta
gente alguna voz para enseñarles más acerca de Cristo! Los campos están blancos para la siega,
pero ¿dónde están los segadores?"
CAPÍTULO 6
En Pereira el clima les refrescó y el paisaje de esmeralda les encantó. Pero en esta ciudad
aristocrática no hubo interés en la Biblia. De los pulpitos fueron lanzadas excomuniones que sólo
servían de propaganda y los hombres y jóvenes, por mera curiosidad, arrimaban a la pieza. Pero
los de Pereira tenían un espíritu de alejamiento y tendían a la mundanalidad y a la frivolidad.

Yendo más allá en una gira, una tarde uno de los caballos rehusó un paso más; tuvieron que
quedarse bajo una ramada en el campo. Pero algún pajarito avisó a los del pueblo de Aguadas que
venían y por la mañana al llegar al pueblo allí estaban todos esperando ver a los protestantes.
Estaban sentados en los andenes, en las puertas y en las ventanas. Muchachos se habían subido
hasta en los techos — todos listos para ver el espectáculo de los protestantes. Al llegar a la plaza
fueron cercados por un tumulto de muchachos gritando insultos, abusando de ellos. Cuando
empezaron a golpear los caballos, Carlos les reprendió y en ese momento preciso llegó un grupo
de jóvenes corriendo - todos eran liberales- "¡Déjenlos! ¡Fuera de aquí!" Y la multitud se disipó.
Aquellos liberales llevaron a Carlos y Juan a un hotel para una buena comida antioqueña;
recibieron su literatura con entusiasmo y los acompañaron con toda cortesía hasta las afueras de la
ciudad.

En la "Ciudad de la Eterna Primavera", Medellín, les esperaba una bienvenida emocionante. Hacia
unos años que los esposos Touzeau, presbiterianos, trabajaban en la ciudad y Dios bendijo su
ministerio. Allí estaban los fieles creyentes siempre siguiendo con los servicios. Los visitantes
permanecieron por, espacio de tres meses, meses felices para todos.

Las lágrimas corrieron abundantemente el día que los predicadores tuvieron que partir. ¿Cuándo
volverían a tener tan dulce comunión alrededor de la Palabra de Dios? "Oh Dios", Carlos anotó su
oración en el diario, "no les dejes solos. Que esta bella ciudad llegue a ser un centro centelleando
la luz del Evangelio en estas densas tinieblas". Carlos no podía saber que un día esta petición
tendría su contestación. Medellín llegó a ser un verdadero centro de actividades evangélicas.

Titiribí fue el sitio de la famosa mina de oro llamada "Sancudo" que había estado operando en
aquel entonces por cien años. Dizque cada mes sacaban $25.000 en oro, pero los empleados
trabajaban en los túneles por cuarenta centavos al día. La pobreza y la ignorancia era la herencia
de la plebe en Titiribí. La noche que los misioneros llegaron, Carlos anotó su oración: "Suelta, oh
Señor mío, nuestras lenguas a no ser que sea la nuestra la única voz que se oiga por aquí anunciando
tu gran salvación. Danos poder para hablar y haz que entiendan algunos de este pueblo". Carlos
no era un sembrador que sólo sembraba para dejar los resultados a Dios. También regaba el campo
con lágrimas y oraciones.

Llegó el tiempo de invierno y los ríos tan crecidos, los tuvieron que cruzar con cautela. Los
caminos en la montaña estaban lisos y había grandes lodazales en partes. Cerca de Río Sucio el
caballo de carga tropezó en un hoyo y se desnucó. De allí en adelante uno de los caballos de silla
llevó la carga y los viajeros se turnaron en montar el otro caballo.
Pasaron por Anserma, la última ciudad en la montaña antes de bajar a tierra más cálida. En todos
sus últimos viajes habían oído de una meseta fértil llamada "El Quindío". Agricultores de
Antioquia habían migrado allá y en poco tiempo establecieron siete pueblitos. Poca atención fue
dada a la construcción de caminos y algunos de éstos eran casi imposible de transitar. En un punto
el caballo que llevaba la carga se cayó con las cuatro patas hacia arriba, toda la carga debajo de él
en un lodazal. No les faltaban lucha y tentaciones en tantas peregrinaciones.

Interesante es notar que aquellos colonos antioqueños en "El Quindío" siempre fanáticos por
naturaleza, ahora se despojaron de su sectarismo. En los siete pueblos toda la gente escuchaba el
mensaje evangélico con buen interés. Compraron muchas Biblias y manifestaron recibir de todo
corazón las Buenas Nuevas. En Armenia algunos liberales entusiastas ofrecieron comprar casa
para un centro si los misioneros pudieran quedarse. Todas las noches por ocho días la plazuela
servía de templo mientras el mensaje del amor de Dios en Cristo Jesús resonaba por todos los
ámbitos.

En Salento, uno de los siete pueblitos del Quindío, un joven quien vivía en una tienda compró un
Nuevo Testamento. Después de unas explicaciones, Carlos lo dejó leyendo su librito. Más tarde al
volver por aquella misma calle, vio al joven sentado en el mostrador mirando al suelo, absorto en
sus pensamientos. Al preguntarle qué pasaba, alzó las pastas de su librito. "Estaba leyendo cuando
el cura pasó. Quiso ver el libro... me devolvió esto".

Al viajar por las montañas y los cañones de este país, los misioneros siempre necesitaban aquella
fe vital que viene de una amistad íntima con el Señor.

Carlos escribió:

Las nubes me han cercado


no puedo ver.

Pero en la oscuridad yo sé
me guía El.

Contento estoy al dejarme en su mano


pues me ama El.

Cierro mis ojos ya tan cansados


confío en El.
CAPÍTULO 7

Cuando los españoles llegaron a lo que ahora es el departamento del Cauca, muchas tribus de
indígenas fueron aniquiladas o se doblegaron ante los conquistadores. Pero las tribus Páez y
guanvianos resistieron a los blancos internándose más y más en la montaña. Hoy ellos cultivan
hermosas fincas. Su dialecto y manera de vivir son una apreciable contribución a la cultura
colombiana.

Carlos encontró a los Páez en Silvia en el año 1909, ubicados en una elevada altura donde el viajero,
a medio día, tiembla del frío. Hombres con sus ruanas de color encendido y mujeres con faldas
anchas de tintes brillantes, todos con sombreros negros de ala ancha, colmaban la plaza de mercado
con sus productos y artesanías. Representaba un bello cuadro lleno de colorido, pero ¡ay! ¡Cómo
se mudaba el cuadro al declinar el sol cuando los pobres indígenas ya llenos de licor tambaleaban
hacia sus chozas, unos a pie, otros a caballo, mientras aún otros se abrazaban con entusiasta
algarabía!

Carlos y Juan viajaban hacia el norte y en esta oportunidad entraron al departamento de


Cundinamarca. Al descender de las cumbres encontraron un gran valle, y más adelante una vasta
meseta totalmente estéril con excepción de unas zonas verdes donde un riachuelo corría haciendo
posible la existencia de un pueblito. Pasaron por esta meseta y siguieron a la Cordillera Central
hasta la ciudad de Facatativá que bordea a la gran sabana de Bogotá, siendo ésta su centro.
Encontraron que los habitantes en su mayoría eran de sangre indígena pero aquí" también los
descendientes de los conquistadores españoles eran los propietarios de la tierra. Hacía frio - un frío
que era comparable con el frío de sus corazones hacia el mensaje que los misioneros portaban.

En Bogotá fueron bien recibidos. Los Presbiterianos recibieron a los viajeros con gozo y ellos,
cansados de andar tantos días a caballo, aceptaron con gratitud la real hospitalidad extendida.

Chiquinquirá, una ciudad de Boyacá, fue de las más fanáticas. Su iglesia se jactaba de tener un
cuadro fabuloso de la "Virgen de Chiquinquirá". Peregrinos de lejanos lugares y aun de otros países
vecinos se hacían presentes para obtener los favores de aquella virgen. Pero a pesar de esta creencia,
la gente fue amigable, compraron muchas Biblias y recibieron literatura.

Ya había llegado el día para el Sr. Funk volver a Ecuador y se despidió de su compañero quien a
su vez iba para su hogar en los Estados Unidos. Tomando una lancha en el rio Magdalena, Carlos
llegó a Barranquilla en cuatro días. Allí encontró otro centro evangélico, el tercero en todas sus
andanzas por Colombia. Los presbiterianos tenían dos escuelas y una iglesia en este puerto.
Anticipando una feliz reunión con los suyos, el Sr. Chapman se embarcó, siempre buscando su
puesto de tercera clase.
CAPÍTULO 8
Teodoro Johnston fue un caballero de suaves modales, hombre de convicción que amaba mucho
al Señor. De barba puntiaguda, anteojos anticuados y frente amplia presentaba un verdadero
contraste con los latinos de espesa cabellera y cejas negras.

Carrie, una dama de dignidad, se portaba como una reina. Ostentaba como corona su linda
cabellera blanca. Con nariz pequeña, ojos del color del cielo azul, se distinguía de las bellas damas
colombianas. Hubo dos varones altos y hermosos. El miembro más pequeño de la familia Johnston
fue una niña de nueve años. Llevaba su cabello rubio en dos largas trenzas; tenía la carita alegre y
fue dotada de un gran corazón. Esta niña fue un rayo de luz en la sacrificada senda de sus padres.
Catalina, aquella niña, ha permanecido en Colombia y aunque el tiempo ha transcurrido, conserva
todavía las cualidades que lucía cuando era pequeña.

En ausencia de Carlos la familia Johnston se embarcó para Colombia en el año 1912. Llegaron a
Buenaventura y luego tomaron el "mini" tren cuyos rieles llegaban hasta Dagua. Desde Dagua
hasta Cali, esta familia de cinco miembros con su equipaje, tuvo que transportarse por los
dificultosos caminos de herradura. Lograron alquilar cinco caballos y se turnaron para cabalgar
desde las tempranas horas del día hasta ponerse el sol.

Cuando por fin llegaron a Cali y pudieron dejar caer sus cuerpos rendidos en el andén del parque
Caicedo, la banda municipal estaba tocando. La brisa del occidente les refrescaba, pero sin conocer
el idioma, sin amigos, se hallaban desconcertados. Después de largo rato pasó por allí un alemán
que hablaba inglés. Él les ayudó a buscar una casa que arrendaron y la familia Johnston "estaba en
casa".

La ciudad de Cali les encantaba; las flores, las frutas, los vecinos tan amables – pero ¡las miserables
pulgas! Esta nueva familia de protestantes fue el tema de las conversaciones caleñas. Señoritas se
acercaban para ver a los simpáticos jóvenes; otros para mirar los extranjeros tan pálidos. La niña
Catalina escribió a una tía, "Tengo muchas conocidas, pero ni una sola amiga".

Teodoro no demoró en salir a la calle con su literatura (el compañero de todos los misioneros
nuevos). Él no podía hablar, pero sus hojas lo hacían por él. Y por fin Carlos llegó para fortalecer
el testimonio de la familia Johnston.

Carlos había estado con su familia por tres años cuando en la primavera de 1913 tuvieron que
afrontar una situación dificilísima. Teodoro necesitaba la ayuda de Carlos urgentemente, y el
llamado de Dios fue claro. Una nación entera parecía invitar al pionero del evangelio quien sentía
la necesidad de volver a su amado valle. Por otro lado su hijo ya tenía diez años y sacarlo de la
escuela sería cosa seria e injusta. El sacrificio fue grande y lo consideraron detenidamente porque
Carlos no fue hombre que desechaba sus responsabilidades; era humano y reconocía lo que era ser
esposo y padre. Pero, tenía el mensaje que daría el cielo a multitud de colombianos. Retener ese
mensaje sería negarles el Don de Dios. Carlos era embajador de Dios. Los esposos resolvieron
vivir separados por un tiempo esperando que de alguna manera Dios haría posible reunirse en el
futuro.

No fue hasta años más tarde que se dieron cuenta del costo de esa separación; largos años de
soledad cuando les hacía tanta falta el compañerismo y el amor mutuo que les fue negado... pues
el día de reunirse nunca llegó. La esposa de Carlos nunca sintió que su salud le permitiera volver
a los trópicos. Su hijo, Wilbur, en vista del sacrificio tan grande que hacía su madre, optó por
quedarse con ella y cuidarla mientras lo necesitara.

En aquel viaje a Colombia Carlos se sentía solo y desconsolado. Al acercarse el barco al puerto
escribió "Siento que llego a casa. Si mi querida esposa y mi hijo estuvieran conmigo, nunca más
quisiera dejar a Colombia hasta que el Señor me llevara".

En Cali encontró que unos que fueron enemigos ya eran sus amigos. Hubo una feliz bienvenida y
a pesar de los sufrimientos íntimos al pensar en sus amados, cantaba suavemente y con dulzura:

Cantad alegres al Señor, mortales todos por doquier

Servidle siempre con fervor, obedecedle con placer.

Los señores Chapman y Johnston hacían una pareja formidable. Pronto eran compañeros de silla
visitando los muchos pueblos donde Carlos había estado anteriormente. Su estrategia cambió en
estos viajes; ahora no predicaban en piezas sino en plazas, en parques y en las principales calles
de las ciudades. Sufrieron algunos desengaños, sí, mucha predicación y tan poco fruto obtenido.
¡Tantas Biblias vendidas y tan pocas señas de que comprendían las verdades divinas! El consuelo
para este par de misioneros, lo sacaban del tesoro de la misma Biblia, "... mi palabra no volverá a
mi vacía…”
CAPÍTULO 9

El Revdo. Alejandro Allan vivía en Bogotá; era de la misión Presbiteriana y había llevado la
Palabra de Dios por los departamentos del Tolima y Cundinamarca. El y Carlos se encontraron en
Ibagué para viajar juntos por un tiempo. El Sr. Allan hizo el viaje de Bogotá hasta Ibagué en dos
días; Carlos subió por la Cordillera Central y llegó también en dos días. Chapman montaba su fiel
"Capitán" y Alejandro, un caballo blanco y negro. Arribaron primero a Girardot donde el Sr. Allan
pronosticó que se organizaba una iglesia y escuela bajo la dirección de su misión - visión que más
tarde se realizó.

Alejandro escribió acerca de su compañero: "Carlos es un hombre de fuerte constitución muscular.


A pesar de las noches de incomodidad, no se cansa, parece estar hecho de hierro. Tiene un solo
propósito, el de evangelizar, evangelizar y evangelizar. Es un hombre de visión, oración y amigo
de todo el mundo".

Cada madrugada Alejandro podía oír a Carlos prender la velita de sebo para leer su Biblia, luego
sacar un cuaderno donde tenía los nombres de personas que había encontrado y orar por cada uno
de ellos. Carlos luchaba con Dios en oración para que los colombianos se convirtiesen.

Los dos visitaron talleres donde los trabajadores ponían a un lado sus herramientas para hojear la
Biblia y por las noches al ir en el parque estaban para escuchar las pláticas bíblicas.

Un día se acercaban al pueblo de Coyaima. Chapman llamó a su compañero y le dijo: "Siga Ud.
con la carga y yo me adelanto para buscar pieza y pesebrera". Cuando Alejandro llegó al pueblo,
¡qué alboroto! Allí estaba Carlos en la plaza montado en "Capitán" rodeado de los niños de la
escuela quienes con su maestro le gritaban "¡Herejes! ¡Bestias! ¡Corruptores! ¡Abajo los
protestantes! "El maestro lleno de ira, desafió a Carlos a un debate público; Carlos aceptó. Después
de descansar bajo la sombra de un árbol, los misioneros prepararon un afiche anunciando el debate
para las cinco de la tarde. El maestro llegó, lo arrancó y se retiró. Carlos apeló al alcalde pero éste
solamente se sonrió. A las cinco no apareció el maestro, pero el público, si". Y los dos protestantes
se turnaron en predicar sobre el tema "La Libertad y el Orden". Por la noche volvió la gente y
oyeron dos sermones más. Después se supo que aquel maestro de escuela fue destituido.

En Chaparral el elemento liberal se preparó para la visita; tenían una pieza lista. Por la noche
pusieron una mesita delante de la puerta y el señor Allan se subió y con gran libertad y el
entusiasmo propio de él, anunció la salvación. Pronto las campanas de la iglesia empezaron a
estorbar la prédica pero uno del auditorio fue y amenazó con cortar los lazos de las campanas si
no dejaban de tocarlas. Dejaron de sonar. Después de varias noches de prédica en Chaparral, se
despidieron de un gran número de amigos.
En Ambalema, una ciudad a orillas del río Magdalena, encontraron un sacerdote tolerante. Este
había aconsejado al pueblo a ser formales con los extranjeros. El Sr. Allan y este sacerdote
planearon una reunión pública en que se debatiría La Infalibilidad del Papa. Pero antes de la hora
citada llegó un telegrama dirigido al sacerdote: "No se permite debate público. Es imposible
convertir al Sr. Allan". No pudieron anunciar al pueblo que la reunión fue cancelada, de modo que
concurrieron todos al parque. Al oír leer el telegrama se llenaron de sorpresa e indignación.
Predicaron los dos misioneros sobre "El Sacerdocio Humano y el Divino".

Carlos narra lo ocurrido en un viaje a Neiva mientras viajaba con Teodoro. Estaban en la pieza
alquilada hablando con unos amigos cuando alguien al pasar arrojó yodoformo dentro de la pieza.
Debido al insoportable olor, solamente alcanzaron a barrer la pieza y abandonarla por un rato. A
la mañana del día siguiente encontraron un cartel fijado en la puerta -una caricatura de los dos
protestantes predicando con letreros viles y obscenos. Pero el clímax de la maldad no se manifestó
sino hasta la hora de partir cuando al ir al potrero por los caballos los encontraron motilados -fue
realmente vergonzoso andar por las calles montados en aquellos caballos.

Al abandonar el pueblo Carlos suspiró: "Hermano, nos equivocamos al venir a este lugar". Pero
¡no! Al regresar semanas más tarde, encontraron amigos listos a escuchar su mensaje.

En Gigante un hacendado rico llamado Dr. Dussan, hombre educado en el exterior, buscó pieza en
el hotel para los dos evangélicos, y un salón que sirvió de capilla por muchas noches. Tal fue el
interés de este doctor que ofreció comprar una casa y entregársela si pudieran establecer una misión
en Gigante. Esta oferta tan generosa la tuvieron que rehusar porque su responsabilidad era toda la
nación y no podían limitarse a un pueblo. Decaídos por no poder aceptar, volvieron sus rostros
hacia Cali, dejando atrás una parte de su corazón.

Habían pasado casi un año en las sillas y al volver al Valle encontraron un gran cambio de actitud
hacia ellos y hacia su mensaje. Fueron recibidos con cordialidad y respeto. La batalla por la libertad
de culto había sido ganada. Muchos habían leído sus Biblias y aunque con poca evidencia de
arrepentimiento, a lo menos hubo interés. Una familia evangélica llegó de Bogotá para establecerse
en Cali; una planta eléctrica estaba ya construida; un tranvía funcionaba, y pronto los rieles
llegarían a la ciudad haciendo posible viajes en tren desde Buenaventura. Había llegado la hora de
establecer servicios en un salón con horario fijo en Cali.
CAPÍTULO 10

En Pradera algunos estaban a favor y otros en contra de la nueva religión. Carlos y Teodoro en
cierta ocasión predicaron tres noches seguidas en la casa de un amigo. No había luna y no convenía
tener la reunión en la calle. La última noche los dos estaban detrás de una mesita cantando cuando
unos jóvenes se presentaron de improviso; voltearon la mesa, apagaron la vela y presionaron a los
extranjeros contra la pared. En ese momento crítico una voz dijo de pronto: “! No les hagan nada!
¡Déjenlos!" Empujaron a los misioneros a la calle y de alguna manera éstos pudieron zafarse y en
la confusión salirse de la multitud. Apelaron al gobernador y a las autoridades en Bogotá y pronto
llegó la censura para Pradera y la garantía de libertad para seguir la obra de Dios. Tales
experiencias aumentaron el número de amigos en Pradera.

Calarcá era un pueblo liberal, donde los misioneros fueron bien recibidos. En una campaña de
ocho días todo iba bien hasta la última noche. Cantaban un bello dúo "Oh, ven sin tardar" cuando
hubo un motín. Hombres con machetes y piedras cayeron encima de ellos. Ligeramente los dos se
metieron en una pieza donde lograron trancar la puerta. Pasaron un rato así pero por fin los amigos
de afuera dijeron: "Abran. ¡Ya se los llevaron! Salgan y cuenten más". Al salir prendieron las
velitas y predicaron hasta la medianoche.

Abrimos otra vez un cuadernito cuyas páginas están tostadas por los años y leemos: "Parece que
me toca ser peregrino por todos mis días, pero sólo puedo dar gracias a Dios que me permite tener
parte en una obra tan grande. Ayúdame Dios mío, a contar mis días. Paso la mayor parte del da en
la silla pero Dios me ayuda a orar mientras viajo. A veces pienso que debo estar con los míos.
Enfermedades y muerte han visitado mi hogar. Pero no veo la posibilidad de dejar la obra. Creo
que habrá una cosecha algún día. ¡Anhelo ver aquel día! Estoy preocupado por mi hijo. Muchas
veces siento angustia y tengo que clamar a Dios para que obre en mí y en los míos".

En sus muchos viajes no se olvidó de la costa pacífica. Embarcando en Buenaventura hacia el sur,
sus compañeros de viaje eran hombres de mala clase; estar con ellos era repulsivo. En Tumaco
desembarcó y tomó lancha llegando después de dos días a Barbacoas. Cinco de los pasajeros en la
lancha eran prisioneros encadenados. Carlos les habló de la libertad de la cual no habían oído antes.
Hubo también a bordo dos osos, tres llamas, tres perros, y un chivo. "Estos se manejaron bien",
escribió Carlos.

Mientras estaba en Barbacoas, una hoja volante de propaganda presentó al misionero visitante de
la siguiente manera:
¡ALERTA, CATÓLICOS!

"Hemos concurrido a la primera conferencia que desde las galerías del kiosko de la plaza
Mosquera desarrolló un hombre norteamericano que sin credencial alguna se ha presentado
como pastor de la secta protestante. Como padres de familia deducimos las siguientes
conclusiones: Ese hombre compatriota de Roosevelt, aquel pirata legendario que violó nuestra
patria robándose el departamento de Panamá, viene, sin dudas, comisionado con pretexto
de asuntos religiosos, para inspeccionar la posibilidad de atraparse un pedazo más de
Colombia. Oímos de sus labios proclamar en esta plaza el principio fundamental de Lutero: que
la interpretación de la Biblia debe someterse únicamente al entendimiento humano, esto es, que
la fe y la revelación no deben inmiscuirse en las Santas Escrituras. Sabed, católicos, que los
protestantes de la república del norte son heraldos del Águila caudal que así como otea el
ensangrentado suelo mexicano, se cierne oteando las naciones del sur para hacer nuevas presas
de conquista con el omnipotente dólar".

Barbacoas, Enero 1 de 1916

Imp. Ortiz Hnos.

Al salir de Barbacoas tomó canoa para cruzar el delta de un río con el propósito de ir a un pueblo
tierra adentro. Tres bogas empujaron la canoa y luego navegaron dos días río arriba. Llovió durante
todo el viaje y la pequeña ramada hecha de hojas sobre la canoa no bastaba para todos refugiarse
bajo ella. No había ninguna queja por parte de los nativos, pues ésta era su vida. Pero Chapman,
sancochado en sus ropas húmedas cuando salía el sol, sirviendo de banquete para los zancudos, y
sentado en el suelo por largas horas, encontró que este viaje era aflicción para su cuerpo. En un
extremo de la canoa había unas ascuas donde la olla de arroz y plátanos sazonados con aceite de
coco se cocinaba lentamente. Y qué delicioso cuando ¡llegó la hora de comer!

En ningún lugar fue mejor recibido que en El Charco. Compraron muchos libros y manifestaron
gran gozo al oír el mensaje de la salvación por fe en Jesucristo. Tal entusiasmo hizo la despedida
un poco difícil, pero este gran misionero no podía detenerse por mucho tiempo. Seis semanas más
tarde llegó otra vez a Cali. "Mi propia cama y mi escritorio", anotó en su diario, “¡Cuánto placer
me da llegar otra vez a casa! "

Pasaron muchos meses y no pudo olvidar a sus amigos en la costa. Al hacer un viaje al Ecuador, a
propósito bajó por la costa en lancha para poder visitar otra vez los lugares donde había estado con
tanto gozo. Entró a Tumaco en esta gira pero notó que después de predicar por dos meses, la dureza
de los corazones no cambió. "La inmoralidad de ese lugar no conoce límites", escribió. "¿Dónde
encuentro hombres por aquí, que sientan su necesidad de Cristo?"
Aproximándose al Ecuador ocurrió un daño en el motor; la embarcación estaba a merced de las
olas por muchas horas. Cuando por fin arreglaron el motor, el barco empezó a llenarse de agua y
tuvieron que arribar a la costa. Habiendo sufrido toda clase de retrasos, por fin llegaron a Guayaquil.
Carlos había presentido buena comunión y regocijo con los hermanos en Cristo, pero en Guayaquil
los problemas de la obra le oprimieron. Como en Colombia todavía no había iglesia organizada,
no había sufrido el desengaño de hermanos falsos ni disensión dentro del grupo.

Mientras estaba en Guayaquil le entregaron una carta. “… mi corazón está quebrantado” hizo,
apuntes en su diario. “Mi esposa está muy enferma. ¿Debo irme? Solo no puedo decidir.
Encomiendo mi camino a Dios. El todo lo hace bien”.

Uno pudiera criticar su actitud como falta de responsabilidad hacia su familia. Pero su corazón
estaba ligado a las multitudes sin Cristo, sin esperanza y sin la vida eterna. C.P.

Chapman pertenecía primero que todo a Dios.


CAPÍTULO 11
Era el 31 de diciembre, 1916.

¡Día de mucha conmoción en las calles de Cali! El alcalde dio un discurso desde el balcón de una
casa. La Banda Municipal tocaba música folklórica, canciones y el himno nacional. Pequeños
grupos corrían por la carrera quinta; se observaba diversidad de disfraces; hubo piratas, gitanos,
africanos con sus faldas de paja, indios semi-vestidos. La noche llegó; brillaban las estrellas, pero
nadie se dio cuenta. Todos estaban demasiado ocupados con lo terrenal y mundano.

Los ancianos tanto como la juventud buscaban divertirse. El bullicio y estallido de cohetes empezó
a horas tempranas e iba en aumento llenando el cielo con su estrépito hasta la medianoche. La
pandilla enloquecida frente a la estatua de Bolívar, el olor del alcohol, el sereno tan pesado ~ esto
era despedir el año viejo y festejar el nuevo.

Botellas estallaban en el andén pedregoso. La sensualidad dominaba en la hermosa ciudad. Vientos


suaves fueron contaminados con el olor del licor mezclado con el del sudor. Las estrellas
continuaban deslumbrando en la bóveda del universo, testigos de la búsqueda insensata y diabólica
de algo que satisficiera.

Cali celebraba con frenesí. Se oía el fritar de las empanadas y el tocino en las ollas negras sobre
braseros. Risas locas, carcajadas de los embriagados, conversaciones animadas de los que pasaban
por debajo de la ventana, y a lo lejos se distinguía el sonido de tambores y maracas de los negros.

En tan triste cuadro Dios vio un intercesor aquella noche. En su cuarto de la carrera quinta, Carlos
estaba arrodillado. Su voz penetró la densa atmósfera colmada de bulla y humo: "Oh Dios, esta
noche al terminar un año más, puedo repasar los meses. ¡Cuánto podría haber hecho por ti si
hubiera sido más consagrado! ¡Cuántos pueblos he visitado pero cuan poco he podido hacer! ¿Qué
he hecho yo por estos pobres caleños? He sido tentado; casi he desmayado. Al pensar en mi querida
familia tan lejos, ¡cómo he sido atormentado! Mi vida como misionero nunca me ha parecido más
fútil que ahora - y sin fruto. ¿Puedo esperar días mejores? ¿Me darás la gracia para continuar?
¿Caeré yo al lado del camino? Mis pies nunca han sido tan inciertos. Dios mío, por tu grande
misericordia, ten mi mano para que no falle".

Pasaron las horas.

Mientras su almohada estaba todavía mojada, las campanas pesadas y frías en la iglesia de San
Nicolás sonaron dando la hora.

Las cinco de la mañana.


¡A la misa, caleños!
El desaliento pareció apoderarse de él, un gran peso sobre su corazón le atormentaba. La venta de
sus libros había disminuido. El que antes no temía, ahora confesaba su flaqueza ante las multitudes.
Le embargaba cierta apatía e indiferencia hacia el pueblo. El paludismo volvió a atacar su cuerpo
y el viaje hasta Popayán le dejaba agotado y sin ánimo. Parecía que todo iba en su contra. Era
difícil encontrar donde alojarse al llegar a un pueblo. Escribió en ese tiempo "Encuentro que no
soy fuerte cuando todo viene contra mí. Dios mío, ten mi mano para que no desmaye".

Al predicar percibía que nadie entendía su mensaje; no hubo convicción. En esos días malos aun
antes de emprender un viaje sabía que sería difícil y que no habría fruto. Su corazón estaba lleno
de pesimismo; lloraba su propia frialdad, su incredulidad e indiferencia. Temía cada viaje y todo
camino. ¡Su fe parecía cosa muy frágil!

Pero Dios no dejó a su siervo en aquel valle oscuro por muchos días.

Al volver de un viaje a Cali, Carlos tuvo experiencias renovadas y animadoras. Había una casa
grande disponible, suficientemente amplia para la familia Johnston, para él y para la imprenta con
que había soñado. ¡En el patio podrían edificar una capilla también! Cuando la capilla estaba lista
anunciaron servicios a horas fijas y desde el principio contaban con cincuenta en la congregación.
Animado ahora, Carlos se entregó de nuevo a la oración pidiendo que Dios obrara entre ellos. Se
gozaba al exponer las Escrituras a su congregación. Hubo los que mostraban que Dios había obrado
en sus vidas y Carlos estaba cantando otra vez:

"Cuando estés cansado y abatido, dilo a Cristo, dilo a Cristo".

Noticias de su familia le trajeron consuelo también; su esposa mejoraba y una cartita del joven
Wilbur le llenó de regocijo. "Mi hijo ha dedicado su vida para la obra de Dios".

Pasados seis meses algunos jóvenes de la congregación se ofrecieron para acompañar a los
misioneros en sus giras; sentían el impulso de predicar. De modo que ya Carlos y Teodoro tuvieron
un "Timoteo" como aprendiz y encontraron que sus mensajes sencillos conmovían a los oyentes.

A fines del año 1917 una imprenta estaba instalada en la casa y el correo diario traía docenas de
cartas al escritorio de Carlos. Pedían Biblias, expresaban gratitud por tratados recibidos; invitaban
a los predicadores a sus casas y le contaban sus pruebas y afanes. Por medio de una revista, "El
Mensaje Evangélico" podría ministrar a toda Colombia. ¡Qué campo inmenso y necesitado!

El primer número de su revista fue puesto en el correo en enero de 1918 destinado a cinco mil
hogares. Durante los años de viajes Carlos guardaba una lista de amigos, de alcaldes, agentes de
policía, dueños de talleres, etc. Tenía ya una lista para su periódico, y "El Mensaje Evangélico"
iría a todos gratis.
CAPITULO 12
"El Mensaje Evangélico" no era un periódico atractivo. Aun cuando aumentó a doce páginas, era
de letra pequeña con márgenes angostas; no contenía dibujos ni fotos, y estaba impreso en papel
de imprenta siempre con tinta negra. Pero fue leído íntegramente con buen interés. Sus páginas
explicaban el Evangelio, llevaban artículos exponiendo los méritos de la Biblia, atacaba el pecado
y la intolerancia. Llevaba con frecuencia copia de artículos de prensa relacionados con los derechos
humanos. Comunicados telegráficos con las autoridades sobre injusticias y persecución salían en
las páginas de "El Mensaje".

La oficina de la imprenta fue el centro de la obra y Carlos jugaba el papel de padre, pastor, defensor
y consejero a la nación. De todas partes le llegaban cartas contando de abusos, cartas de protestas
y de testimonio para que las publicara en su periódico. He aquí un artículo de aquellos:

"IMPERIALISMO EN PALMIRA -Una niña murió y su madre, una viuda, llevando el pequeño
ataúd, fue al sacerdote y consiguió la boleta para sepultar el cadáver. Pero cuando llegó al
cementerio no pudo entrar. Sus lágrimas y ruegos no le valieron pues el portero rehusó abrir
porque ella no tenía los cuarenta y cinco centavos que éste pedía. Ahora, ¿qué podía hacer ella?
Fue al cementerio libre y encontró donde enterrar a su muerto. El día siguiente recibió una carta
de la oficina de la iglesia:

Sra. Mercedes Vega,

Ud. enterró a su niña en el cementerio libre violando las leyes de la iglesia. Le mandamos ex-
humar el cadáver y llevarlo al cementerio donde el portero le abrirá el portón.

(Firmado) Guillermo Becerra, Presbítero

La madre resolvió dejar el cuerpo de su niña donde lo había enterrado".

Carlos casi no podía contenerse cuando sufría alguno injustamente bajo la tiranía de líderes
intolerantes.

A veces un hermano también usaba su pluma para aconsejar a los demás evangélicos por
medio de la revista: "Lo peor que Uds. pueden hacer es escupir en el piso de una capilla. Es
anti-higiénico y antiestético... Amigos, si sus glándulas salivares son demasiado activas, no
arrimen a la capilla hasta no poder controlarlas".

(Firmado) Lorenzo Antía


Francisco A. Tamayo V. Escribió de Bugalagrande en 1922:

"Estimado don Carlos:

Favor enviarme la revista... He tenido el privilegio de leer varios números prestados y gracias a
la buena lectura de ellas y de la Biblia, ahora vemos nuevos horizontes. Dios le pague por lo que
está haciendo por este pueblo ignorante, oprimido por fanatismo cruel".

Carlos abogaba por el matrimonio civil según la Constitución pero encontró que muchos de los
mismos jueces miraban con agrado el viejo sistema de amancebamiento en vez de cooperar con
un matrimonio no autorizado por la iglesia. Pero por fin, en 1922 una pareja se casó en el juzgado
de Cali. La victoria fue ampliamente propagada en la revista.

Viajando por la Cordillera Occidental un día Carlos llegó a casa de Ángel Marte Loaiza donde la
bienvenida fue tan refrescante como la brisa de la montaña. Aunque no había anunciado su llegada
los vecinos le habían visto venir por el camino y pronto se hicieron presentes para oír el mensaje
del amado predicador. En el pueblo cercano, Restrepo, había rumores de construir una capilla y
una escuela para luego pedir maestro. La razón de tan buena acogida fue que los hermanos Loaiza
habían estado repartiendo "El Mensaje"- cien copias al mes a sus compatriotas.

En el transcurso del mismo año el siguiente testimonio apareció en las páginas de la revista:

"Estimado Don Carlos: hemos estado estudiando la Biblia por tres años y sentimos motivación
para dar a conocer nuestras convicciones y a protestar de nuestra religión anterior. Nacimos
católicos y fuimos criados en la religión del país, pero hoy con las palabras de Cristo en
nuestros corazones, negamos afiliación con la vieja y confirmamos nuestra fe en Cristo como
nuestro Salvador único y Redentor, con ningún mérito propio.

(Firmado) Alejandrino Loaiza y familia, Luis Ángel, Ángel Marra y familia, Marco
Antonio y familia, Jesús María Loaiza, Miguel Antonio y Efraín Mondragón.

Los hermanos Loaiza llegaron a ser patriarcas de una multitud, pues varios de estos hermanos
tuvieron familias muy numerosas. Dos de los hermanos eran predicadores y no pocos de los hijos
y nietos estudiaron en el Instituto Bíblico de Palmira.

Otra carta en las páginas de "El Mensaje":

"Le cuento algo de nuestro progreso en la religión de Cristo. Desde que creímos según la revista
parece que se nos ha quitado una carga pesada. Es casi como nacer de nuevo. Hoy todo parece
diferente. ¡Estoy tan feliz! Mi esposo fue un hombre malvado pero ha cambiado tanto que no
parece ser el mismo. Dios ha tenido misericordia de nosotros en dejarnos conocer su perdón por
la muerte de Jesucristo".

Y al leer estas cartas, la cabeza de Carlos se inclinaba; lágrimas bañaban a veces la hoja mientras
sus plegarias ascendían al cielo.
CAPÍTULO 13
La amena casita de bahareque, construida en veintiún días a un costo de $160 pesos, no fue
semejante a las demás edificadas alineadas con el andén. Fue estilo de "quinta" con Jardín. La
familia Johnston se había trasladado de Cali a Palmira en 1918, y desde su llegada fueron bien
recibidas por la mayor parte de los palmiranos a pesar de su religión.

Uno de la familia Eder de la Manuelita regaló a la Misión un potrero y allí fue donde Teodoro hizo
su casa. Más tarde quemó ladrillos en el mismo lote y construyó una casa amplia y hermosa, una
capilla y piezas para unos jóvenes estudiantes.

Carrie y su hija Catalina, desde su llegada a la ciudad de las Palmas, prestaban libros evangélicos
a los vecinos y tuvieron una sala de lectura. El misionero visitaba mucho por el Valle, tanto las
fincas como los pueblos.

Ya la Unión Misionera Evangélica tenía dos centros donde se efectuaban servicios regularmente,
en Cali y en Palmira. Pronto la siembra de los campos y pueblos empezó a fructificar; se reunían
amigos que formaban congregaciones. Nadie contaba las "decisiones" pero en 1919 hubo muchos
que amaban al Señor y sentían la responsabilidad de hacer conocer a Cristo. Sin ayuda de afuera,
los hermanos hacían sus capillas y escuelas. Cada congregación nombraba su propia junta, o sea,
el cuerpo administrativo; manejaban sus propios fondos según ellos mismos dispusieran. Y ¿quién
les predicaba la Palabra? Dios dio dones de predicación a algunos sencillos hermanos y ellos
ocupaban el pulpito cuando uno de los misioneros no podía estar.

En los primeros años la Misión no estaba dispuesta a entrar al campo de la "educación" puesto que
su propósito era el de evangelizar. Pero pronto los dos ministerios, el de predicar y el de enseñar,
fueron tan estrechamente relacionados que no se podía llevar a cabo el uno sin ocuparse del otro.

En la mayor parte de las comunidades rurales no había escuelas, y donde las había, obligaban a los
niños a profesar la religión católica para poder asistir. Los hijos de los creyentes evangélicos
necesitaban sus propias escuelas.

Fue en el año 1921 que la primera escuela evangélica de la UME abrió matrícula en Cali con
cuarenta niños, cada uno pagando una cuota para el sostén del maestro. Pronto más escuelas
estaban funcionando y prestaban doble servicio, los niños evangélicos ya podían aprender y la
escuela mantenía el interés de los padres durante los intervalos cuando ningún predicador de afuera
podía visitarles.

Tres señoritas empezaron sus estudios en la casa de Carlos en Cali en 1925 con el fin de aprender
algo sobre "el magisterio". A la vez Teodoro Johnston empezó un colegio para jóvenes en Palmira.
Al año ya hubo diez jóvenes estudiando en Palmira, todos deseosos de servir al Señor. Uno de
aquellos jóvenes fue Agustín Cubides quien dio cuarenta años a la labor de Dios. Otro fue un Joven
moreno llamado Evaristo Navarrete. Este también dio cuarenta años o más a la obra viajando por
las cordilleras y aun en las selvas del Chocó. No pocas veces fue encarcelado por sus actividades
religiosas.
Carlos fue llamado a los Estados Unidos en 1926 para tomar la dirección de la sede de la misión,
pues la situación allá fue tal que peligraba la continuación de la misión. En vísperas de la salida
de nuestro director de la obra en Colombia, llegaron dos señoritas, Cora Bruner e Ida Danielson.
Carlos dejó en las manos de la Srta. Ida las responsabilidades de la oficina. A la Srta. Cora dijo:
"Aquí" están las señoritas estudiantes. Enséñeles hasta que yo vuelva. Adiós".

Hubo necesidad de trasladar el colegio de señoritas a Palmira y allí la Srta. Cora tenía la valiosa
y apreciable ayuda de Catalina Johnston. Como las muchachas tenían que trabajar por la
alimentación, la Srta. Catalina les enseñó trabajos manuales y con la venta de sus bordados y
costuras, pudieron comer.

Teodoro también fue muy ingenioso. Solucionó el problema financiero del colegio para jóvenes,
enseñándoles a hacer pan - el mejor pan que se conseguía en Palmira. Los estudiantes lo llevaban
por las calles en cajas sobre mulas. Después Teodoro inventó una fábrica de escobas, escobas que
eran superiores a las que se conseguían en todo el Valle. Dios bendecía día tras día estos pequeños
principios.

Carlos estaba ausente por un año completo. Al regresar acostumbraba visitar el colegio de señoritas
en Palmira.

"Buenos días", decía. "Tengo aquí" una carta que quiero que lea". Y la carta la pasaba a la directora,
Cora Bruner.

"Estimado Don Carlos: Aquí en Cabuyal tenemos una capilla nueva para las reuniones. También
hicimos un cuarto para una maestra. Hay muchos niños y necesitamos una maestra. ¿Puede
enviarnos una?"

Al terminar de leer la carta, la Srta. Cora, todavía con la hoja en la mano, empezaba a golpear el
suelo ligeramente con el pie derecho, su rostro se encendía, apretaba sus labios con determinación.
Luego, con la cabeza inclinada a un lado, miraba con los ojos medio cerrados al hombre alto a su
lado.

"Don Carlos", decía con firmeza. "¿Cuántas veces tengo que decirle que no tenemos maestras
preparadas? SI Ud. sigue llevando las muchachas por aquí por allá, nunca tendremos buenas
maestras. La estudiante más adelantada que tenemos es Cristina y ella a-p-e-n-a-s está empezando
a estudiar quebrados.

“¡No tenemos una maestra para Cabuyal!" Pero Carlos miraba por encima de la cabeza de la bajita
profesora, como viendo las casitas entre los guamos allá en Cabuyal. "Tienen la Biblia. Quieren
que sus hijos aprendan a leerla. Si”. Hablaba más para sí mismo que para la Srta. Cora. "Será
Cristina. Yo mismo la llevaré a su escuelita. Ella será una ayuda muy grande para la congregación".

Luego sin más rodeos preguntaba, "¿Puede estar lista mañana la señorita? Yo mismo vengo a
llevarla a Cabuyal".
Y así fue que otra muchacha de la famosa "Escuela de Maestras" de la UME empacaba su maleta
y mezclando sus lágrimas con las de sus queridas compañeras oía las oraciones de sus profesoras
encomendándola a Dios — esta adolescente con tan escasa preparación, enviada a ser maestra y
líder espiritual entre gente que para ella era desconocida.

Y en realidad, ¿qué podía hacer una muchacha de esas?

En un número de "El Mensaje Evangélico" Carlos nos informa: "Las maestras de nuestras escuelas
dan cuarenta horas por semana a la sala de clase. Están encargadas de dirigir la Escuela Dominical;
predican cuando no hay otro que lo haga; asisten a todas las reuniones de la "junta" para informar
sobre la marcha de la escuela, y visitan las casas en la vecindad para evangelizar".

¡Tarea bastante pesada!


Y las maestras contribuyeron a mejorar las condiciones ambientales de comunidades rurales
también. La profesora Bruner enseñaba una clase llamada "Salud y Sanidad", material suplido por
el gobierno. Los peligros de enfermedades tropicales, de los insectos y parásitos fueron tratados
con cuidado y a la vez medidas preventivas y el tratamiento. Muchas veces una maestra llegaba a
su destino para encontrar que no había sanitarios de ninguna clase. Los niños buscaban el cafetal
en el recreo, para atender sus necesidades fisiológicas. Esta falta de higiene sanitaria fue la mayor
causa de tantas enfermedades en la niñez. Preciosos niños barrigones con ojos hundidos, pálidos
y flacos, estaban demasiado enfermos para asistir a las escuelas. Algunos parásitos, tales como la
uncinaria o anquilostoma, abundan en tierra húmeda y cuando se encuentran en cierta forma con
piececitos tiernos, penetran por la piel, buscan las venas y por ellas van al pulmón; luego al toser,
en el esputo son llevadas a la boca, tragadas, y luego se fijan en los intestinos para minar la salud
de su víctima.

Las maestras llevaban el croquis de un inodoro rústico pero no era siempre tan fácil lograr que se
hiciera uno. Sin embargo, dentro de unos años hubo muchas de estas "casetas" en el paisaje andino.

Aquellos jóvenes y señoritas de las dos escuelas en Palmira - valiente juventud que con media
docena de libros, una cajita de tiza y su maleta, marchaba a los cuatro vientos para incorporarse a
la vida comunal de una aldea desconocida- heraldos eran tanto de la civilización como de la
cristiandad evangélica.

¡Y los discípulos Hijos de la montaña - muchos llegaban descalzos a la escuela, aun en tierra fía,
sus piernas rojas por el frío. Con mejillas quemadas por el viento, llevando gripe, perenne,
abrazando sus cuadernos, tomaban sus puestos en la larga banca que servía de pupitre para media
docena de alumnos.

En años futuros de persecución cruel para los evangélicos, esos niños, ya hechos hombres y
mujeres se enfrentaban con una oposición fanática. Pero serían fortificados en la dura prueba con
las promesas de Dios que habían aprendido en una rústica escuela. Y al desarrollarse la historia
muchos de estos mismos sufrieron por amor a Cristo, sí, hasta la muerte.
CAPITULO 14
La comunión cristiana es una herencia preciosa de los que aman a Jesucristo. Temprano en el
desarrollo de la comunidad evangélica en el país, convenciones jugaron un papel importante en la
vida de la iglesia.

Se inició en Palmira. En el año de 1923 los esposos Johnston invitaron a todos los evangélicos a
asistir a la dedicación de la nueva capilla, fiesta que duró cinco días. Llegaron ciento cincuenta
personas. Carrie y su hija Catalina se encargaron de las ollas en la misma cocina de los Johnston.
¡Cómo se animaron los hermanos que vinieron de caseríos donde sentían el desprecio de vecinos,
al encontrarse con tan buen número de personas de la misma fe!

Después de despedir al último convencionista, Teodoro dijo: "No trataremos de tener otra
convención".

Pero al pasar los meses se oía de parte a parte:"¿Cuándo va a haber otra convención en Palmira?"
Y los Johnston cambiaron de parecer. En 1924 hubo más que en la primera reunión. Algunos
queridos hermanos caminaron todo el día para llegar. Se prolongó por cinco días y dieron informes
de la obra en quince centros establecidos! y ya había diez cementerios libres!

En 1926 Teodoro añadió a la invitación una notica: "Si tiene a bien, traiga algo para la olla". Y
llegaron. ¡Doscientas cincuenta personas! Con racimos de bananos, costales de yuca, de papas, de
fríjoles, de maíz y de café; y sobre todo una copa rebosando del gozo del Señor. ¡Qué dulce
comunión!

"Ya no más," dijo Teodoro. "No tenemos dónde alojar a los evangélicos".

Además, la oposición en el país había aumentado; tres creyentes estaban en la cárcel en La Celia
y uno en Cartago. Cuatro fueron arrestados en Buga y los libros de un colportor fueron
decomisados en Puerto Tejada. Pero, a la vez, hubo diez nuevos bautizados en Tuluá, y la obra
demandaba una convención en Palmira.

El campo de trabajo de la UME se expandió. Para algunos creyentes era difícil llegar hasta Palmira
y Dios guio a los directores a abrir otros centros para convenciones regionales. Uno de éstos por
muchos años fue en Las Olivas, Cauca. Dejando la carretera, se viajaba entre árboles de cacao en
la sombra hasta llegar a la finca de Doña Irene de Cambindo. La casa no era grande, pero en su
totalidad estaba a la disposición de los hermanos que llegaban para permanecer por tres días.
Amigos traían productos de sus fincas y alegremente mataban zancudos mientras con fervor
característico de la raza negra, cantaban con todas sus fuerzas los preciosos himnos.

A la primera convención en Las Olivas asistieron trescientas cincuenta personas. La región fue
afortunada en aquellos días al tener como pastor al Joven Evaristo Navarrete. Carlos escribió
acerca de esa reunión: "Nos maravillamos de la facilidad con que Doña Irene asistió a tanta gente.
No nos faltaba nada y terminarnos la convención con una nota de alabanza a Dios por haber
levantado tanta gente para su gloria en ese lugar donde hace poco reinaba el fanatismo". Y ¿cómo
fue que se convirtieron tantos? Según los testimonios, la mayor parte de estos caucanos habrán
estado leyendo la Biblia por varios meses. "La ley de Jehová es perfecta que convierte el alma".
Salmo 19:7.

Convenciones anuales regionales se celebraban también en una hacienda grande llamada "La
Estrella". Parecía que aun las paredes de la casa de Don Ángel Loaiza, emanaba una bienvenida a
los convencionistas. Grupos de amigos se encontraban en la estación de ferrocarril y procedían
juntos a subir la montaña, unos a caballo, otros a pie. Las montañas respondían con un eco al canto
de los viajeros que marchaban hacia La Estrella. El gozo que sentían al encontrarse en la cumbre
era exuberante. Los hombres se abrazaban en feliz reunión; las damas mezclando sus lágrimas con
sonrisas se saludaban cariñosamente, todas contando la fidelidad y protección de Dios durante el
año.

Llegada la hora de la comida, a Carlos le parecía que se presentaría confusión y que Don Ángel
tendría problemas, ¡pero no! Siempre el hermano Loaiza estaba preparado. Una vaca fue
sacrificada y la provisión de mercado fue muy suficiente. De enormes ollas en el patio sirvieron a
la multitud con toda facilidad.

Y la dormida no fue problema; los hombres se tendieron en ciertas partes de la capilla y las mujeres
ocupaban las piezas, hasta veinte en el suelo de una sola pieza. Las maestras durmieron en un
rincón aparte detrás de una cortina. El gozo al estar juntos no permitía quejas.

En las horas libres los señores se congregaban en la sombra del patio contando sus luchas y sus
victorias. Y aquellas mujeres, las esposas y madres queridas que habían colgado sus delantales en
un clavo en su propia cocina para disfrutar unos días de recreación— allí estaban, pelando papas,
barriendo la capilla, lavando una olla o escogiendo fríjoles para el próximo día. Con razón no había
crisis en el departamento de culinaria.

Y como preludio al servicio nocturno, Carlos repasaba el catecismo y los versículos con los niños.
A veces recitaban de memoria capítulos enteros. La Palabra de Dios se tenía en gran estima en
aquellos días y la iglesia de la Unión Misionera en Colombia fue edificada sobre aquel firme
cimiento.
CAPITULO 15
En el año 1927 Carlos fue invitado a enseñar en el Instituto Bíblico de la misión en Kansas City.
Le fue difícil aceptar el cargo, pero creyendo que tendría la oportunidad de presentar la necesidad
de obreros ante los estudiantes, asumió tal responsabilidad.

En su salón de clase colocó un mapa de tela en la pared. La nota sobresaliente en cada hora de
clase fue "misiones".

"¿A quién enviaré? ¡Y el profeta contestó, Heme aquí. Envíame a mí!".

"Esta porción en Isaías llama la atención a la relación entre Dios y sus siervos en lo que respecta
a la obra misionera". Carlos se dirigía a su clase, "Ciertamente tiene algo de misterio, pero parece
bien establecido el hecho que Dios por alguna razón se limita a los instrumentos humanos para
llevar a cabo su obra. Esto pone una responsabilidad tremenda sobre nosotros. El obrero lo cree y
lo acepta. Sale a los campos confiando que como siervo de Dios va a ser usado para guiar a algunos
a la verdad. Encuentra condiciones que le hace reconocer que es incapaz de cumplir con lo que es
el intento de Dios, pues el campo es inmenso. Y tiene que lamentar el hecho de que muchos de los
que llevan el nombre de cristiano no han entendido la responsabilidad que acompaña el recibir a
Cristo como Salvador y Señor.

"En Colombia la necesidad de obreros es tal que no deseamos que los colportores abran nuevos
campos, pues no somos capaces ni de cuidar el campo que actualmente tenemos. Queridos
estudiantes, quiero compartir con vosotros unas cartas que me llegaron en estos días".

Y el profesor Carlos se ponía a leer: "Estimado hermano en Cristo: Que Dios le bendiga. Un amigo
con toda bondad me prestó unos números de su revista "El Mensaje Evangélico" y me ha
impresionado grandemente el contenido. No hace mucho que soy creyente en el Santo Evangelio
y necesito una visita de su persona. Le ruego que venga, pues hay varias familias por aquí que han
estado leyendo su periódico y queremos oír la Palabra de boca de algún ministro del evangelio".

"Este señor", explicó el profesor, "no lo conozco. Entiendo que la congregación allá cuenta con
cien personas. Han construido una capilla y los amigos se congregan para leer la Biblia. Una sola
vez les visitó uno de los obreros".

"Y aquí está otra carta: "El objeto de mi carta es para decirle que pronto ha de llegar por aquí un
pastor adventista. Querido hermano, le ruego que venga pronto para quedar unos ocho días antes
de llegar aquel pastor para inquietar la mente de los que ya están leyendo la Biblia".

"Y", Carlos continuó, "esta carta me entristece: "Estimado Don Carlos, ésta para saludarle y decirle
que esperamos que Dios nos envíe un mensaje por sus labios. Yo procuro testificar de la fe pero
me hacen falta unas explicaciones. Necesito su ayuda y hay muchos por aquí que quieren aprender.
Mi casa está lista a recibirle y estamos esperando su visita".
Carlos dijo que este creyente nunca había recibido una visita por parte de un obrero. Solamente
por leer la Santa Biblia y "El Mensaje Evangélico" había recibido rayos de luz.

No fueron pocas las veces que Carlos, sintiendo la tremenda carga que pesaba sobre su corazón,
se inclinaba en la clase y oraba, "¡Dios mío! Permítenos ayudar a los colombianos".

Entre los estudiantes ese año hubo varios jóvenes y señoritas que más tarde fueron al África o a
América del Sur. Elena Wolf fue una. Esta señorita tenía unos 18 años de experiencia en trabajo
de oficina, cuando se matriculó en el Instituto Bíblico de Kansas City.

Un día Carlos preguntó a la Srta. Elena si ella tendría gusto en ir a Ecuador para servir al Señor.
Contestó débilmente, "Si Dios me muestra que debo ir a Ecuador, iré". Pero al seguir a su
dormitorio había una pequeña tempestad en su corazón. "Oh", se decía para sus adentros, "¿Por
qué no me preguntó si quisiera ir a Colombia? Habría contestado enfáticamente que ¡Sí!” La Srta.
Elena no fue a Ecuador. Después de su graduación Dios le guio a trabajar en una misión pequeña
en los bosques del norte. Por allá la experiencia de vivir sólo por la fe en Dios y los sacrificios de
la vida bajo condiciones primitivas, le prepararon para la obra que más tarde le tocó en Colombia.

Después de trece meses de ausencia, Carlos estaba al frente de la obra otra vez en Cali. Misioneros
nuevos llegaron, pero por diversas razones todos retornaron a su país excepto uno — Rafael
Blackhall. Este pasó un tiempo entre los indígenas del Ecuador, pero en 1934 volvió a Colombia
y se casó con la hija ojiazul de los Johnston, con Catalina.
CAPITULO 16
Guacarí es un pequeño pueblo situado entre Palmira y Buga. Desde la primera visita de los
misioneros a este lugar algunos aceptaron el mensaje. Los amigos de Guacarí hicieron una capilla
de bahareque y un salón para escuela. Este era el hogar de José Saavedra, un jovial moreno que
sirvió al Señor por largos años como predicador.

Un domingo, 22 de agosto, fue fiesta espiritual para la pequeña grey. Por la noche el servicio
apenas habrá principiado cuando la serenidad fue interrumpida por una ruidosa gritería que
provenía de la plazuela. Pronto el motín cayó sobre los indefensos cristianos. Piedras, palos y
terrones cayeron dentro del salón. Algunos lograron escapar en la oscuridad, pero otros junto con
los misioneros, eran víctimas del ataque. El alcalde de Guacarí pasó por la calle y le pidieron
socorro.

"No puedo hacer nada", contestó aquella autoridad, "fuera de horas de oficina". Por fin las víctimas,
unos cincuenta en número, lograron encerrarse en dos pequeños cuartos al fondo del patio.
Mientras sudaban con angustia, percibieron los estruendos de la destrucción de su propiedad. Las
Biblias, tableros, bancas, pulpitos - toda cosa movible, fue llevada a la calle e incendiada. En la
madrugada al salir de su escondrijo era una congregación abatida la que observó las ruinas de lo
que quedaba.

Teodoro Johnston puso el denuncio ante las autoridades en Bogotá, apeló al Cónsul Británico y al
Cónsul Norteamericano, y fue atendido. El alcalde recibió una fuerte reprensión y le ordenaron no
dejar repetir este incidente — aun fuera de las horas de trabajo.

Ya empezaba a sentirse una transformación del ambiente en el país. Tal vez la causa fue en parte
por la acogida que gozaba la predicación del Santo Evangelio. Pero también hubo un grupo de
socialistas que atacaban al gobierno y a la iglesia romana. Y el gobierno reaccionó lanzando
decretos que daban al presidente prácticamente los derechos de un dictador.

La unidad entre el estado y la iglesia se estrechaba y la obra de las misiones evangélicas se


restringía. Hubo esfuerzos para acabar con la obra evangélica y detener la circulación de las
Escrituras. Con frecuencia hubo ataques contra congregaciones, y parecía que la ley favorecía a
los violentos.

Dos corrientes fuertes se sentían en el año 1929; por una parte la plebe estaba más lista que nunca
a recibir las nuevas de gran gozo del Evangelio. Por otro lado hubo más oposición a los esfuerzos
de propagar el mensaje. Las condiciones en el país eran precarias; se oía el rumor de bombas rusas,
de comunistas y de sublevación. Existía una inquietud y un presentimiento de tragedia.

Pero bajo la soberanía de Dios llegó el día de un cambio, y por primera vez un presidente liberal
fue elegido. Después de tomar el mandó el Dr. Olaya Herrera, se abrieron de par en par las puertas
para la obra evangélica.
Una de las reformas del nuevo presidente tenía que ver con la educación. Nuevas leyes obligaron
a todos los niños a estudiar. Exceptuando los impedidos físicamente, todos tenían que matricularse.
En muchos casos no había escuelas suficientes o estaban demasiado retiradas, pero sólo con
razones muy justificables los padres escaparon pagar la multa si sus hijos no estudiaban.

Según la ley un niño debía estudiar hasta tener once años de edad. A los once años el gobierno le
daba constancia de que había cumplido con la ley educativa y ya podía conseguir trabajo. Los
patrones que tenían empleados de menos de catorce años sin esta constancia tuvieron que pagar
multa.

Siendo que no daban abasto las escuelas existentes, fue permitido enseñar en casas particulares y
el gobierno reconocía estas "escuelitas". Así fue que la Unión Misionera Evangélica podía
cooperar con el gobierno. Carlos escribió en su revista: "Levantémonos hermanos, para ayudar al
gobierno a abolir la ignorancia".

Antes de la elección la prensa fue censurada, pero ahora, bajo el régimen de los liberales,
autoridades locales fueron nombradas con miras de mantener la libertad de expresión y libertad de
culto. Esta nueva era trajo al escritorio de Carlos tal cantidad de cartas que no sabía qué hacer,
pues de todas partes le invitaban a ir con su mensaje bíblico. Sí, había algunos nacionales con
deseos de visitar y de predicar, pero no estaban preparados; les faltaba mucho. Hombres que recién
aprendieron a leer querían ser predicadores. ¡Y predicaban! Pero naturalmente sus mensajes no
tenían profundidad. El mensaje fue sencillo y en esencia decían: "Yo era ciego más ahora veo".

Un domingo una misionera estaba en el auditorio escuchando un predicador de éstos. La banca era
dura y no había ventilación en el pequeño cuarto. El hermano con la Biblia en la mano se reclinaba
sobre una mesita como solía hacer sobre un poste de guadua. Y repetía cien veces la misma cosa
— los pasos fundamentales indicando la manera en que un pecador perdido podía encontrar paz
con Dios.

La misionera se movía nerviosamente. "¿Cuándo termina? ¡Por favor!" Se decía interiormente. Y


por fin el orador pronunció el "Amén". Pero en eso un forastero en la puerta se adelantó unos
pasos; su ruana colgaba sobre el hombro, manos anchas, callosas, jugaban con su sombrero negro
de fieltro. "Señor", dijo con emoción, "Nunca en mi vida he oído palabras tan dulces". Con una
mano se quitó de la frente un cadejo de su negro pelo y siguió, "Por favor, señor, repita todo lo
que acaba de hablar para que yo lo entienda mejor".

¡Qué desastroso que los que hemos oído la antigua historia del amor de Dios repetidamente
dejamos de ser conmovidos por su maravilla!

"Oh cantádmelas otra vez, bellas palabras de vida.


Hallo en ellas mi gozo y luz
Bellas palabras de vida".
Sí, la vasija fue de barro común. Pero el mensaje dado aquel día por un humilde hermano fue el
mismo que transforma a hombres pecadores en hijos de Dios.

Carlos, como el apóstol Pablo, se preocupaba por tales obreros. San Pablo escribiendo a los Gálatas
dice: "Hijitos míos por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto hasta que Cristo sea formado en
vosotros… estoy perplejo en cuanto a vosotros". Y así el misionero oraba mucho por estos
hermanos tan celosos en su nueva fe. Todos los días a una temprana hora estaba arrodillado en su
cuarto en intercesión por ellos. Sabía Carlos que éstos harían posible una gran obra en Colombia,
y sus necesidades eran muchas. Ellos se ausentaban de sus hogares; viajaban por los caminos
peligrosos a caballo o a pie; se confrontaban con los problemas de las congregaciones; predicaban
la Palabra; solucionaban contiendas; aconsejaban y reprendían. A veces tenían que dar un buen
regaño a la maestra. Y estos siervos de Dios, sin ánimo y desconsolados de cuando en cuando
tomaban el tren para Cali. Había necesidad de ver a Carlos. Y allí en la pequeña oficina,
arrodillados ambos, ponían la obra delante del Señor de la mies. Levantándose luego, se daban la
mano, y el obrero salía otra vez para llevar en alto la antorcha de la verdad de la Palabra de Dios.
¡Valientes obreros de UME!

Y con la puerta tan abierta, el escritorio amontonado con correspondencia y su campo tan inmenso
-la nación - Dios le dio órdenes de cambiar de ruta. Llegó un cable; su esposa estaba gravemente
enferma y Carlos tenía que ir.

"Oh lección de Dios. A veces vemos nuestros planes puestos a un lado y cogemos otro indicado
por el Maestro. Es mi deber estar al lado de mi esposa". Doña Mamie que por tantos años había
estado separada de su esposo, murió el mismo día que Carlos llegó a su lado en St. Paul, Minnesota.

Pasaron unas pocas semanas y el misionero estaba otra vez en suelo colombiano. En esta vez fue
acompañado por Cornelio Klaassen, su esposa Morfa y la Srta. Elena Wolf.
CAPÍTULO 17

El camino se perdía en un mar; el aguacero había inundado todo el campo delante del viajero y
éste no sabía por dónde dirigir su caballo. El guamo, el matarratón y la cañafístula tal como
gigantes mojando sus pies en el diluvio, no le dieron señales del camino. Carlos esperó en la
sombra hasta que llegó otro viajero mejor orientado en esos lugares. "Camine por aquí", le dijo el
otro. Chapman le siguió pero encontraron que los caballos tuvieron que luchar bastante para
mantenerse parados en el agua.

La próxima dificultad la encontraron en el río Cauca. En esos tiempos tuvieron que cruzar el río
en una barca. Las aguas rojas en torbellinos tiraban con furia contra la frágil embarcación mientras
matas de plátano robadas por la corriente se lanzaron como demonios contra ellos. Pero el
adiestrado barquero supo manejar los cables y en un instante la corriente los llevó al otro lado.
Carlos y el desconocido compañero siguieron su viaje, pasaron por un potrero, por un cacaotal y
luego encontraron otro río pequeño pero crecido y furioso. Metieron las bestias con cautela y
lograron pasar, saliendo al otro lado con pies y pantalones mojados.

Fue en la tarde que Carlos llegó al patio de unos amigos, y allí los trabajos y fatigas del viaje fueron
olvidados cuando toda la familia salió a darle un saludo cariñoso. Aun la niña más pequeña se le
acercó extendiéndole su suave mano regordete.

Esa noche las bancas se llenaron pues los caucanos no temen al barro ni a los aguaceros cuando
hay oportunidad de ir al servicio. Y la conferencia esa noche duró hasta donde alcanzaron las
fuerzas del predicador. Prometiéndoles más por la mañana, Carlos, envolviéndose en su cobija, se
acostó sobre la mesa aun antes de que el último vecino saliera en la oscuridad de la noche.

Por la mañana hubo la arepa, la carne ahumada frita y el chocolate ¡desayuno propio de un rey!
Hubo un himno, la meditación de una porción de la Palabra de Dios, y el caballo ya estaba listo.

Se escuchó la misma pregunta de siempre: "Don Carlos ¿cuándo vuelve?"

Viajando aquel día el misionero hizo visita de relámpago en muchos hogares, para consolar, para
exhortar, para orar con la familia, o a lo menos dar un buen apretón de manos. Al caer el sol había
llegado a la casa de Doña Juana. Don José, su esposo, estaba de mal humor. A este hermano hacía
poco casi lo matan por distribuir tratados, y ahora tente muchos deseos de hablar con Carlos. Todo
el día le esperaba y cuando ya el sol se ponía estaba desconsolado. "No vendrá hoy", decía a su
esposa.

Pero Doña Juana no era tan incrédula. Toda la tarde estaba al lado de su fogón y cuando desmontó
Carlos, una comida deliciosa le esperaba. |Cuán preciosa era esa bienvenida! Allí Doña Juana en
la puerta esperaba su turno para darle la mano; los niños aguardaban en el corredor, todos bien
peinados y listos para saludar a Carlos. Esa noche cincuenta personas se reunieron en el patio y en
el corredor para oír palabras de sus labios.
Y parecía que esta vez el predicador dormiría mejor. La pieza de huésped estaba lista - las sábanas
tan blancas, la funda rosada bien almidonada y hasta con un bordado a mano de rosas rojas. Y
Carlos, ¡tan cansado! Pero ¡ay! esa cama estaba ya ocupada; ¡miserables chinches! (los paisanos
tuvieron una lucha tremenda con esta plaga hasta que el gobierno la derrotó con DDT). La batalla
continuó toda la noche hasta tempranas horas de la madrugada cuando Carlos buscó una banca en
el corredor. Allí Doña Juana lo encontró cuando los primeros rayos del sol encendían las copas de
los árboles.

En otra ocasión Carlos tomó el tren de la madrugada hacia el norte. Un colportor tenía dificultades
con las autoridades en Rio Frío y el misionero tuvo que intervenir. Desde Río Frío siguió el camino
hasta una región nueva donde unos colonos fueron en busca de una mejor vida. Habían penetrado
hasta el pico más alto llamado "Monte Azul" y allí construyeron sus casas. La lucha por la vida
fue dura. Para llegar al caserío había que subir una peligrosa pendiente; los jinetes tuvieron que
desmontar y subir a gatas. Allá entre las nubes frías vivían unos de la comunidad evangélica. Al
llegar Carlos por primera vez encontró un cementerio cercado y una capilla. Escogieron el nombre
de "Pensilvania" y la obra marchaba hacia adelante. Esa noche vecinos llegaron venciendo los
obstáculos de la densa negrura de la noche y las trochas peligrosas para asistir a la reunión. La
falta de comodidades había producido un pueblo estoico, resuelto y resignado. Allí se sentaron,
acurrucados bajo sus gruesas ruanas defendiéndose de los húmedos y friolentos vientos que
invadan la capilla de paredes inconclusas.

Carlos había vivido ya 17 años solo. "Nadie se preocupa cuando salgo de casa", decía a un amigo
Íntimo, "ni le importa a nadie cuando regreso". Pero en este último viaje él tenía afán de llegar a
Cali. Dios tenía algo mejor para su siervo y no podía ser detenido. En diciembre de 1930 la
ceremonia civil de su enlace con la Srta. Wolf se efectuó. Ella no entendía todavía el castellano
pero nos asegura que cuando llegó el momento preciso, supo decir enfáticamente, "Sr". Todo el
mundo evangélico se alegró al saber que Carlos tenía quien cuidara de él y que de ese día en
adelante no andaría solo. La luna de miel fue un viaje por las montañas visitando las
congregaciones donde por tanto tiempo Carlos había ido solo. La novia fue recibida con
entusiasmo. Ya había dos aperos colgados en la bodega en Cali. Elena fue entrenada en educación
cristiana y su trabajo con la niñez y con las damas fue bendecido por Dios.

El centro en Cali era un oasis para los amigos. Colportores, predicadores, maestros y amigos
llegaban para charlar, para pedir consejo, o solamente "para saludarles".

Elena se encargó de la mecanografía, visitaba de casa en casa incansablemente, distribuía literatura


por las calles con afán de alcanzar almas para Cristo. Aprendió bien el castellano y llegó a ser
correctora de pruebas en la imprenta —trabajo que le tocó hasta que a una edad avanzada tomó un
avión para partir de su amada Colombia. El corazón de Carlos fue ligado a los colombianos, de
igual manera fue el de Elena, y le dolió profundamente tener que separarse de ellos.
CAPÍTULO 18
Allá iba Carlos; no se distinguía entre los demás que lentamente proseguían por el interminable
lodazal. El sombrero negro de ala ancha le cubría hasta las cejas; se ocultaba en su poncho de
caucho. Era el año 1925 y el misionero evangélico recién había empezado a frecuentar esa región,
yendo de caserío en caserío predicando su mensaje por doquier.

Un día llegó a casa de Nicasio Sánchez cerca de Florida y éste le permitió predicar en su casa por
la noche. Al declinar el día los vecinos se acercaron con timidez. Unos pocos entraron a la casa;
los demás permanecieron escondidos en las sombras del corredor. Una vela colocada en una botella
hacía que la sombra del predicador pareciera un gigante burlesco. Afuera en el patio un hombre
andaba nerviosamente y con impaciencia. Tenía su revólver listo y su dedo jugaba con el gatillo.
Prestaba buena atención ¡una sola palabra contra la santísima virgen y una bala iría al corazón de
aquel gringo!

Tranquilo, Carlos expuso las grandes verdades del amor de Dios para la humanidad, el sacrificio
de Cristo su amado hijo en nuestro lugar, y extendió una invitación tierna para que los oyentes
respondieran a ese amor de Dios. Ya terminaba su mensaje cuando el silencio de aquella montaña
fue interrumpido por una banda de vecinos que con alaridos venían a atacar. Tiraron piedras y
terrones dentro de la pieza tumbando la botella y apagando la vela. Carlos ligeramente sacó su
portalámpara y siguió hablando calmadamente.

Luego aquel con el revólver gritó: "Vecinos, ¡oigan! desde que este gringo empezó yo estoy aquí
con mi revólver listo. He escuchado todo lo que ha dicho, y no ha dicho nada malo. Todo lo que
dice es bueno y es santo". Evidentemente sus palabras tenían autoridad porque uno por uno, los
atacantes subieron al corredor y rogaron a Carlos que repitiera su mensaje para ellos también
escucharlo.

No demoró en regarse por toda esa región las noticias de que Carlos Chapman era un hereje y la
oposición empezó a sentirse. El "padre" de Darién prometió a sus feligreses que acababa con la
herejía en su parroquia. Una familia de apellido Salazar vivía por allí y se enteraron del peligro
que corrían con un hereje andando en sus campos.

Un día Silverio Salazar iba al pueblo con su padre. Al acercarse a la casa de Nicasio Sánchez oían
cantos. ¡Cantando por la mañana! Se pararon y escucharon. Alguien estaba hablando acerca del
amor de Dios para los pecadores. ¡Ah! el padre había llegado para poner fin a la herejía.

Con intenciones de prestar ayuda al padre, Salazar y su hijo entraron, ¡No era el padre! Era un
gringo — alto, bien fornido, con voz suave y agradable. Se entendían perfectamente sus palabras.
Luego de hablar, empezó a cantar. Los vecinos quedaron encantados con él y su mensaje. Cuando
anunció que por la noche daría otra conferencia, los Salazar sabían que estarían presentes.

Una vez al mes llegaba la visita; no siempre era Carlos, pero el mensaje era el mismo. Se vendían
Biblias, himnarios y libros impresos en la tipografía de Cali. El Sr. Salazar recibía buena cantidad
de literatura para distribuirla y llegó a ser llamado "el padre protestante de Darién".
Carlos había pasado una noche en la casa de los Salazar en cierta ocasión, y por la mañana como
era su costumbre, reunió la familia para un culto antes de despedirse. Terminando, todos cantaron
el bello himno:

"Ven a Él, ven a Él, que te espera tu buen Salvador".

El joven Silverio se apresuró a salir al patio pues su corazón estaba quebrantado. Allí escondido
entre las matas pidió a Dios que le perdonara y que le recibiera. Con el tiempo todos los miembros
de la familia profesaron fe en Cristo como su único Salvador. Una iglesia fue organizada en su
casa, la llamaron "La Iglesia de Bethel".

El próximo paso después de la conversión de los padres siempre era el de poner escuela para sus
hijos. Así hicieron en Bethel. Llegó una maestra de la famosa "Fábrica de Maestras" en Palmira y
se abrieron matriculas en la Escuela de Bethel.

Pasaron años tempestuosos con desafíos y debates en las calles de Darién. ¡Amenazas! Al mismo
tiempo seguían las conversiones y la obra de Dios se extendía más y más por aquella cordillera de
los Andes. Estudiantes del Instituto Bíblico llegaban los fines de semana, todos predicando el
mismo bendito mensaje de la salvación por la gracia de nuestro Señor Jesucristo. Silverio Salazar
llegó a ser el pastor amado de la congregación y dos de sus hijos, Josué y Nehemías, tuvieron su
turno como maestros de la Escuela de Bethel.

En 1932 construyeron una capilla y en 1935 los esposos Chapman fueron para el servicio de
dedicación. Carlos cuenta esta experiencia: "Fue hermoso el día y viajamos bien acompañados
cantando las dos horas que cabalgamos hacia Bethel. Llegamos a medio día. ¡Y qué sorpresa! Allí
vimos una capilla construida de madera con techo de teja, corredores y dos piezas para visitas,
completas con camas y tendidos nuevos; las bancas y el altar pintados y lucían hermosos; una
cocina y comedor aparte del otro edificio, y un patio amplio con flores de todo tinte encerrado con
cerco de guadua pintado.

Once personas recibieron el bautismo en aquella visita, y una junta gobernante fue organizada.
"Bethel" fue una iglesia misionera que creció hasta tener ochenta miembros bautizados y estos
mismos trabajaron en veinte ramas que habían evangelizado. Más de una docena de su juventud
estudió en el Instituto Bíblico y varios de ellos dieron años a la obra evangélica.

Los esposos Chapman hicieron su último viaje a Bethel en 1948. "...cuando llegamos a Chorros
donde empezamos a subir, pusimos nuestras vidas de nuevo en las manos del Señor. Llegamos a
La Celia ya declinando el sol y allí Silverio y Josué nos esperaban con caballos. Al llegar a la
escuela, la maestra Julia Escobar nos recibió con todo cariño. Pronto llegaron amigos y esa noche
empezamos una campaña de diez días. Elena enseñó a los niños de día. El lunes que nos
despedimos de estos queridos hermanos proseguimos hasta Carminales. Luego a la Zulia donde
casi el cien por ciento de los habitantes ha recibido a Cristo. Han edificado un salón y hay 34 niños
en la escuela".
La última noche cayó un aguacero fuerte y antes de rayar el alba los caballos estaban listos en el
patio. ¡Ese viaje! ¡El camino tan pendiente; la madrugada tan oscura! "Solamente pudimos asirnos
de las sillas y sentarnos, con fe en el Señor, pidiendo protección en el camino". Pero a pesar de las
vicisitudes de aquella experiencia, Carlos volvió a Cali sumamente feliz y satisfecho. "El fruto que
Dios ha dado en estos 24 años desde mi primera visita por esa cordillera me llena de satisfacción
y contentamiento", anotó el Sr. Chapman, y cantaba alabanzas a Dios.
CAPÍTULO 19

El partido liberal tenía el poder desde 1930 hasta 1946. Durante esos años y aun incluyendo 1949
las iglesias de la UME crecieron fantásticamente. Carlos Chapman visitaba los Estados Unidos y
tuvo éxito en conseguir unos jóvenes y señoritas en los Institutos Bíblicos, para que vinieran a
Colombia. Guillermo Shillingsburg III y Esteban Van Egdom con su esposa Ana vinieron en el
año 1931. Guillermo era hijo de un próspero pescador de ostras en la bahía de Delaware. Su padre
se opuso a que estudiara para el ministerio y cuando el joven se despidió para seguir la carrera de
misionero, su padre le prohibió volver jamás a casa. Esteban, alto y delgado, fue un holandés de
buen ánimo quien estaba dedicado al ministerio de distribución de literatura. No tenía ninguna
plaza de mercado ni ninguna compañía de trabajadores haciendo carreteras en los altos Andes.
Ana, pequeña, tímida y reservada, era una mujer dedicada a la oración, una que amaba mucho a
su tierra adoptiva.

En 1930 se contaba con sesenta y tres puntos de predicación que se visitaban cada mes, y en 1940
el número aumentó a ciento cincuenta y dos. Estas congregaciones se encontraban en las altas
montañas, en los valles, en pueblos y en comunidades rurales esparcidas en cuatro departamentos.
Quince obreros nacionales de tiempo completo con seis misioneros ministraban en estos campos.

La Unión Misionera tenía 28 escuelas funcionando en 1934 fuera de las numerosas "escuelas
vacacionales" donde enseñaban estudiantes del Instituto. Bautizos por aquí y bautizos por allá,
capillas dedicadas, conferencias anuales, y retiros regionales, talleres para maestros — el programa
de las iglesias evangélicas estaba repleto de actividades y celo.

El Sr. Chapman ofició en el primer servicio de ordenación de un obrero nacional el 26 de


septiembre del año 1935 cuando los amigos se reunieron en Sonsito para la ocasión. Luciano
Pizarra, hombre dedicado a Dios, muy buen predicador, hizo sus estudios teológicos bajo la
dirección del Espíritu Santo y el sello de la aprobación de Dios se sentía en su vida.

Junto con tal crecimiento se experimentaba la poda por parte del Maestro. "... Todo aquel que lleva
fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto". Juan 15:2 Un colportor fue echado del pueblo de
Quimbaya; Julio Cardona fue encarcelado en Calcedonia por el crimen de distribuir tratados; en
Montenegro el hermano Pazmiño fue golpeado y llevado a la cárcel. Veinticinco hombres con
machetes cercaron la casa en El Castillo donde José Saavedra estaba predicando, amenazando
matarle.

Para Carlos Chapman una de las ocasiones más felices en la década del "30" fue la dedicación de
un templo hermoso en Cali. Fue un edificio de cal y canto con grandes columnas en la fachada.
Anunciaron con tiempo los servicios de dedicación en el periódico "El Mensaje Evangélico" y así
los hermanos que vivían lejos de Cali se dieron cuenta. ¡Todos fueron invitados a permanecer por
ocho días!
"Mire hermano, lea esto", Zoilo Torres extendió un número de la revista para que su hermano
leyera. Con ojos medio cerrados para verlo mejor, pues la letra era tan pequeña, leyó en voz alta:
"Le invitamos a asistir a la dedicación... ¡Vámonos!"

Los hermanos Torres hacía tiempo estaban leyendo la revista que Carlos les enviaba por correo,
pero ningún obrero había penetrado esas montañas. En vez de viajar hacia el norte haciendo un
gran semicírculo resolvieron caminar en línea más directa hacia la capital del Valle. Por seis días
se expusieron a los peligros de esas escarpadas montañas, agarrándose a los arbustos en las
pendientes para evitar rodar al abismo, y al fin llegaron a la metrópoli. Y "en casa" se sentían Zoilo
y su hermano con los 300 hermanos procedentes de diferentes partes. En el patio de la casa de los
Chapman había fogones con enormes ollas llenas de sancocho. El costo de la alimentación fue
cubierto con ofrendas voluntarias y cuando se despidió el último huésped quedaron cincuenta
centavos en la caja de mercado.

Lo que vieron y oyeron durante esa semana, los hermanos Torres compartieron con los que se
habían quedado allá en las montañas. Zoilo predicó doce años a sus vecinos y cuando murió, la
congregación llamada "Campo Hermoso" tenía una membresía de 130 bautizados. Se ha dicho
"Dios no escoge a los mejores hombres siempre, pero siempre hace de los que escoge, los mejores".
Zoilo Torres fue uno de ellos.

En el año 1944 Chapman visitó la iglesia en Campo Hermoso y escribió lo que sigue: "Al
acercarnos pudimos ver la capilla evangélica a lo lejos en la cumbre más alta como centinela
silenciosa y elocuente heraldo de la fe en Cristo. Llegamos cuando ya anochecía y al otro día al
levantarnos miramos los alrededores. ¡Esos cañones! Parecían sin fondo, y los picos majestuosos,
arrugados como acordeón. No hay ningún sitio plano. ¡Las casas agarradas en las pendientes como
arañas a la pared! Pero el clima es bueno y la tierra fértil. El domingo asistieron 400 personas al
servicio matutino. ¡Gracias a Dios!"
CAPÍTULO 20
Rosa tenía orejas largas. Afortunadamente era musculosa, pero su genio no fue cosa para jactarse,
pues era bastante caprichosa. Cuando Cornelia Klaassen montaba su mula, sus pies casi tocaban
el suelo. Viajaban juntos centenares de kilómetros, cruzando ríos, trepando caminos angostos, de
herradura, se metían por lodazales sudando con el calor y el polvo del camino.

Cornelia encontró un discípulo pronto para ayudarle en la obra de esa región. Fue Aníbal Aguirre.
Aníbal no había tenido mucha escuela formal pero era un estudiante apto. La Biblia fue su texto y
Cornelio un buen ejemplo de fe, valor y devoción a la causa de Cristo. Los dos mantenían un
programa rígido de visitas, sembrando en los caseríos, en pueblos y en fincas situadas en las lejanas
montañas. La fiel siembra pronto dio fruto en cuarenta vecindades y la mayor parte de estos grupos
llegaron a ser iglesias organizadas. El campo de la UME era extenso y el crecimiento tan rápido
que se resolvió dividir el territorio en cuatro regiones y en cada región tener su propia convención
y retiros.

No todos estaban contentos con la estadía de la familia Klaassen en Tuluá. El 3 de enero de 1933
Nicolás Nieto, un franciscano, reunió un grupo en la esquina cerca de la iglesia y con bocina
anunció que era necesario destruir esa iglesia y echar a los extranjeros fuera de la ciudad. Acusó a
los Klaassen de todos los crímenes y abominaciones que se le ocurrió, haciendo énfasis en el hecho
de que seguían las doctrinas del aborrecido Martín Lutero. Al terminar su discurso la multitud
arremetió contra la capilla, apedreándola. Cornelio y dos diáconos, Mena y Mondragón, estaban
en la puerta. El hermano Mondragón salió a la calle gritando "¿Dónde está el alcalde? ¿Dónde
están los policías?" Los enloquecidos atacantes cayeron sobre el diácono hiriéndole en la cabeza,
la cara y en todo el cuerpo. Cayó inconsciente. Cornelio, hombre grande en estatura, salió a recoger
a Mondragón y retrocediendo hacia la puerta pudo entrar y cerrarla. El motín, unos 200 hombres,
echaron piedras a la puerta y en el mismo momento en que ésta se desplomaba en astillas, agentes
de policía aparecieron en la esquina. Los maleantes se escurrieron por las calles.

Seis veces el mismo franciscano Nieto atacó la capilla y la casa de los Klaassen. La última vez
lograron entrar y destrozar los muebles.

Carlos Chapman visitó la congregación para consolarles en sus tribulaciones. Escribió después de
su visita: "La presencia del Señor se siente en la iglesia de Tuluá. No tenemos dudas de que la obra
del enemigo les ayude a bien. Muchos vecinos pudieron darse cuenta de la injusticia de esta
persecución y ahora prestan oído al mensaje del evangelio".

Una de las iglesias más grandes del campo de los señores Klaassen y Aguirre fue en el pueblo de
Andinápolis. Cuando hacía buen tiempo se gastaban cuatro horas a caballo para llegar allá.
Colonos industriosos habían construido sus casas en una pequeña meseta cercada de cerros
verdinegros. Tumbar bosques en aquella región para sembrar, no era tarea fácil, pero los
agricultores esperaban que el futuro les daría el fruto de su sudor y sacrificio.
Desde la primera visita de los evangelistas, los habitantes mostraron profundo interés en el mensaje
nuevo. Dentro de poco tiempo ya había una capilla cerca de la plaza. Aníbal se trasladó allá con
su familia y empezó una escuela donde asistieron muchos niños del pueblo. Luego fue necesario
traer maestras de Palmira para que el predicador diera su tiempo al ministerio en toda la región.
¡Todo marchaba bien!

La iglesia de Andinápolis contaba con cien bautizados antes de escribirse el último capítulo de su
historia en aquel trágico año 1949 cuando dejó de existir.
CAPÍTULO 21

“¿Qué es eso?”

La señorita Páez se escurrió más cerca de Catalina Johnston. Estaban sentadas sobre una piel junto
al fogón.

"Es un sombrero". Catalina hablaba despacio para que se entendiera. "Te enseño a hacer uno". Y
después de un rato de silencio añadió: "Y tú debes aprender a leer también".

"¿Por qué aprender leer? Voy morir. ¿Pa´ qué leer?"

Catalina procuró convencerla, pero no dio resultado.

Fue en el año 1932 que la UME estableció una obra permanente entre los Páez que vivían arriba
de Corinto y Miranda. Sucedió así": Un muchacho Páez se encontraba en la carretera que conduce
a Cali. Arrimando a una casa para pedir agua, observaron que tenía tosferina y lo invitaron a
quedarse allí por unos días. El muchacho vivía feliz y contento con la señora y su hija, Clementina
Moreno, y durante los meses que permaneció con ellas, Clementina le enseñó a leer la Biblia.
Luego se trasladaron a Palmira donde conocieron a la familia Johnston y fue en ese tiempo que
resolvieron que el joven debía buscar a sus padres en la montaña. Logró llegar a casa donde contó
de sus aventuras en el Valle y añadió, "En Palmira hay un blanco que ama a los indios".

Cuando cierto día dos jefes de los Páez tocaron en el portón de la Misión les salió al encuentro un
hombre canoso, de corta estatura y con anteojos. Se dieron la mano y con esto se hicieron buenos
amigos para siempre. Se tomaron confianza desde que se encontraron.

Teodoro y su hija visitaron la región de los indígenas y procedieron a abrir una obra entre ellos.
Había en los colegios de Palmira en ese entonces una pareja de sangre indígena, Pastor Muñoz y
Petronila Casamachín, que tomaron mucho interés en la nueva obra. Fueron nombrados para ir a
Media Naranja, y a pesar de lo difícil de la vida y el poco sostén, se amañaron y hasta el día de
hoy cuentan con cuarenta años como pastores de la obra denominada "Río Negro".

Por unos meses los esposos tuvieron como compañero a Guillermo Shillingsburg y juntos comían
acemas a dos por centavo, y mafafa. El suyo era un "sacrificio vivo" (Rom. 12:1) que llevó mucho
fruto para el Señor. Pastor comenzó una escuela para los muchachos, y logró que tres de ellos se
matricularan. Los mismos componían su Escuela Dominical. Pero durante estos cuarenta años
centenares de los Páez pasaron por las aulas de la escuela de Río Negro; varios de ellos siguieron
sus estudios en el Instituto Bíblico en Palmira y se dedicaron a la obra del Señor.

El ministerio de Pastor no se limitó a predicar y a enseñar. Abogaba por el indígena ante las
injusticias de algunos "blancos"; inició la construcción de caminos, trabajando hombro a hombro
con ellos. Les ayudó a tomar parte como co-ciudadanos, y con su amada esposa Petronila sanó a
sus enfermos, compartía con ellos amor y simpatía. Pocos son los pastores que permanecen por
cuarenta años con una congregación a pesar de múltiples pruebas.

Cuando Carlos Chapman vio que la obra entre los indígenas iba a realizarse, cogió su pluma con
fervor pidiendo a las congregaciones que ayudaran a sostener la familia Muñoz. Y como siempre,
los hermanos respondieron con sus ofrendas. Se creó el "fondo misionero" para ayudar a sus
propios misioneros nacionales entre los Páez. Esta buena ayuda continuó hasta que la iglesia en
Río Negro era capaz de sufragar los gastos.
CAPÍTULO 22

"Encontrar el plan de Dios para la vida y luego entregarse a ese plan sin reservas; éste es el secreto
de una vida triunfante. El hecho que uno nace en cierto lugar en este mundo, no quiere decir que
ese es el punto escogido por Dios como campo de labor. Encontrar aquel lugar requiere que uno
abandone por completo sus escogencias o preferencias personales para que el alma entienda cual
sea la buena voluntad de Dios— lo único en este pobre mundo que vale la pena. Después de saber
lo que quiere Dios, debe haber un reconocimiento solemne que estamos decidiendo lo que será
para nosotros o un gozo o una tristeza para toda la eternidad". Así escribió Carlos Chapman en un
número de su revista.

Teodoro Johnston fue fotógrafo en Nueva York por muchos años antes de darse cuenta que Dios
tenía otro campo para él. Tenía más de cuarenta años cuando llegó a Colombia y a esa edad
aprender un idioma nuevo no es tarea sencilla. Nunca aprendió a usar el subjuntivo pero a pesar
de eso, hablaba despacio y enunciaba claramente el castellano y los colombianos, pacientes y
amables aprendieron a entenderle.

Pasó la familia Johnston un cuarto de siglo en su campo misionero antes de resolver visitar a su
patria, y cuando se despidieron de Colombia, Guillermo Shillingsburg fue nombrado como el
encargado de los colegios de Palmira. Dejando su pequeña congregación en Sevilla, la familia
Shillingsburg se estableció en la casa grande de los Johnston. La Srta. Cora Bruner era directora
de las señoritas y pronto llegó Velma Coffey para ayudarle.

Todos los misioneros jóvenes hicieron sus estudios en el mismo seminario y trajeron a Colombia
un patrón norteamericano al que querían ajustar los dos colegios de Palmira. Con mucho "gusto"
y poco conocimiento de la cultura latinoamericana, lo primero que hicieron fue combinarlos dos
colegios sin importarles que hasta aquel entonces no había ninguna institución co-educacional en
el Valle. ¡Fuera con el viejo código de reglamentos! La nueva institución fue llamada "El Instituto
Bíblico de Palmira" donde ya no trabajaban los estudiantes para sufragarlos gastos de alimentación
sino que cada uno pagaba un peso semanal por su sancocho y fríjoles. Pero todo no marchaba bien.
Había dificultades y no demoró en aparecer un código más largo que el repudiado. Además, los
padres dijeron: "No mandamos nuestras hijas a menos que sean bien protegidas". La cultura y la
tradición no permitían todavía tal revolución por parte de los extranjeros. Y la facultad se conformó.

En la primera sesión del Instituto Bíblico se matricularon cuarenta y tres estudiantes. Las iglesias
cooperaron con víveres según su acostumbrada generosidad. El siguiente año tres jóvenes Páez
llegaron de Río Negro, buenos cristianos. En 1940 hubo cincuenta estudiantes y el año terminó
con el primer acto de graduación.

Los esposos Johnston volvieron del exterior para ocupar una chusca casita que Teodoro construyó
en medio del rosal en el mismo plantel. La salud de la señora estaba fallando y el Sr. Johnston
oraba que Dios le dejara a él para cuidar de su esposa, pero el plan de Dios no fue así. Se enfermó
Teodoro en 1939 y después de una operación de emergencia en Cali, el Señor llevó a su amado
siervo a la gloria.

El ministerio del Sr. Johnston había sido con la gente humilde, pero durante su estadía en Colombia
ganó el respeto y cariño de gran número de los de la alta sociedad. En los actos fúnebres andaban
lado a lado los humildes y los de alta categoría; lamentaban juntos la desaparición del amado
Teodoro.
CAPÍTULO 23
Las iglesias iniciaron la década del "40" con altas esperanzas sin sospechar que al final de diez
años una cortina caería sobre todo el país en un tremendo esfuerzo por exterminar el testimonio.

Los obreros formaron conjuntos evangelísticos y el Espíritu Santo obraba en los corazones. El
despertar fue general, gran número se añadía a la iglesia y la juventud sentía el llamamiento para
servir a Dios. En 1943 cien jóvenes y señoritas se matricularon en el Instituto Bíblico —futuras
columnas para la iglesia evangélica. Carlos escribió: "Al ver como Dios está obrando entre
nosotros sentimos mucho gozo y esperamos cosas mayores para los días venideros".

¡Predicadores hubo! Visitaban a doscientos puntos al mes en 1948 y su itinerario llegaba a siete
mil hogares en las hojas de "El Mensaje".

El centro de actividades de la misión era el plantel de Palmira. Cada septiembre llegaban los
hermanos de las congregaciones para pasar una larga semana juntos en la convención anual. Y en
el mes de mayo llegaban otra vez para presenciar el acto de graduación.

Los estudiantes dedicaron su anuario al Sr. Chapman en 1942. Le tocó a Petronila de Muñoz
presentar la copia a Carlos. "La historia nos dice que Cristóbal Colón murió pobre y despreciado;
ni sabía lo que había descubierto. Pero a Ud. Don Carlos, Dios le ha dejado ver el fruto de sus
labores..." Y allí en la plataforma catorce jóvenes y señoritas terminaban su curso. Arcos blancos
entretejidos de rosas adornaban los pasillos, y la capilla llena de flores parecía un jardín.

Carlos estaba conmovido — esa juventud eran los hijos de algunos de sus primeros convertidos.
Cuando niños habían extendido sus manos regordetes al misionero cuando llegaba a sus casas en
el campo. A él habían recitado sus versículos y el catecismo. Y allí estaban — colocando sus vidas
en el altar de servicio y sacrificio por amor a Jesucristo. Dos miembros de aquella clase murieron
en su Juventud, pero otros diez dieron largos años a la obra. En el auditorio se encontraban
delegados de 234 puntos de predicación y cincuenta estudiantes tenían sus maletas listas para salir
en la madrugada con alguien para un punto desconocido donde enseñarían una escuelita de niños
durante la vacación.

Carlos visitaba las iglesias cuando podía. Cuenta de un viaje en 1943 con Haraldo Barber. Viajaron
por las montañas hasta llegar a la pequeña iglesia llamada "La Florida". Allí estaba la maestra,
María Varela de Duque, enseñando su clase de niños. Daniel Duque y su esposa vivían en las
piezas adjuntas a la capilla y Carlos observó en la pared de su cuarto dos diplomas del Instituto
Bíblico enmarcados. Esa noche se realizó un servicio animado de mucho canto y testimonio. Luego
Carlos invitó a los evangélicos bautizados a la mesa del Señor. Dejaban sus bancas formando un
círculo alrededor de la mesita mientras cantaban:

"Señor nos recordamos de tu pasión aquí,


Cual substituto santo, sufriendo tu alma así
El cáliz de amargura con plena sumisión
Tú mismo lo agotaste, Señor ¡Qué redención!
En el silencio de aquel momento sagrado Chapman dijo: "Existe una separación entre nosotros
esta noche. Amigos, ¿quieren que esta separación siga por toda la eternidad?" Convidó a los que
quisieran entregar su alma a Jesucristo a pararse y aceptar a Cristo como su único Salvador,
identificándose con los hermanos de fe evangélica. "Mi corazón rebosó de gozo", escribió, "al ver
que varios amigos se levantaron y se acercaron a nosotros".

Esa noche a una hora muy avanzada los misioneros se acostaron en las bancas del templo... Allí"
en la quietud y oscuridad Carlos dirigía sus plegarias al cielo en intercesión por la congregación
de "La Florida" y por los diez puntos alrededor que ellos mismos habían evangelizado.

De allí siguieron a una finca donde un grupo más pequeño se reunió para escuchar exhortaciones
de la Palabra de Dios. ¡Otra noche en las bancas! Siguieron al próximo punto que, por la multitud
de flores, llevaba el nombre de "El Jardín".

Allí la obra se desarrolló en el hogar de José Viera y al llegar Carlos ya había un cementerio, una
escuelita y la capilla. Le tocó al misionero organizar la "junta" gobernante y tener el servicio de
instalación.

Digno es de notarse que donde un hombre se convirtió a Cristo, pronto la esposa y los hijos
recibieron el Evangelio como norma de vida. Al casarse los hijos y establecerse en la vecindad,
como se solía hacer, la congregación crecía. Siete de los jóvenes de El Jardín ya estaban estudiando
en el Instituto cuando llegaron Carlos y Haraldo.

De ese lugar viajaron hacia "La Primavera" donde la congregación se reunía en la casa de un
hermano que tenía dieciséis hijos casados, todos ellos establecidos en la casa paterna o en sus
propias casas cercanas. Con hijos, nietos y demás parientes la reunión fue muy concurrida. Varios
ya habían recibido el bautismo.

Esa noche hubo también amigos nuevos que dijeron: "Hay que pasar a nuestra casa, Don Carlos.
Mañana vengan a visitarnos a nosotros y nos enseñan". - Más caminos, más casas, más gente -
¡más puertas abiertas! Y Carlos Chapman suspiraba, "Dios mío, danos más obreros”. ¡El campo
es tan grande¡” Al despedirse de estos amigos nuevos, Carlos y Haraldo se quedaron perplejos al
oír las mismas preguntas de siempre: "¿Puede venir alguien cada mes? ¿Podemos tener una
escuelita para los niños? ¿Cuándo vuelve, Don Carlos?"

Colocando sus pies en los estribos, cogieron las riendas para volver a Cali, pero la carga por los
colombianos esparcidos por las montañas pesaba tremendamente sobre el corazón de Carlos
Chapman.
CAPITULO 24
Desde el principio el objeto de la Unión Misionera era establecer iglesias netamente nacionales. A
principios de 1942 había veinte congregaciones bien organizadas. Cada congregación tenía su
capilla construida por los mismos creyentes. Un pastor nacional sostenido a lo menos en parte por
su grey, administraba su iglesia. En algunos casos como el Apóstol San Pablo, el obrero buscaba
otro trabajo para completar un salario insuficiente. Veintisiete escuelas primarias estaban en
función fuera de las escuelitas vacacionales. Por 1945 había veinticinco iglesias y en cuatro años
más se organizaron otras ocho de manera que la Unión contaba con treinta y tres iglesias en el año
1949, todas con su pastor local.

Pero todo no marchaba bien durante esa década. Se hacía sentir el odio y el loco fanatismo de
cuando en cuando. Un día en 1942 en Andinápolis nubarrones fríos descendían sobre el pueblo
envolviendo todo en una neblina que aligeró el anochecer a horas tempranas. Los creyentes se
llegaban a la capilla, dos, tres y familias completas, dando promesa de una buena asistencia a pesar
del frío. Esta era la última noche de una campaña en que Dios había obrado en corazones; todos
esperaban una buena y animadora clausura a la serie de servicios.

De repente se oyó el repique de las campanas en la plaza; una llamada a la ciudadanía de


Andinápolis. Cuando una procesión de los "fieles" venía hacia la pequeña capilla protestante, todos
tenían el presentimiento de algo desagradable. Por lo general al acercarse una procesión, todos
permanecían sentados en silencio. Pero en esta ocasión un señor algo indiscreto se paró en la puerta.

"¡Quítese el sombrero!" El sacerdote gritó al protestante. Este llevaba un sombrero de ala ancha
estilo "gaucho".

"¡No me lo quito!" Y la respuesta del imprudente señor fue suficiente para que se estallara un
ataque contra los indefensos dentro de la capilla. Palos y piedras como lluvia caían sobre la
congregación. En gran confusión se lanzaron hacia las puertas que daban al patio; algunos niños
fueron heridos. Corrieron hacia una tapia de guadua bastante alta. Hombres, mujeres y niños con
saltos increíbles pasaron por encima de aquella tapia. Entre ellos se encontraba Mirtela Bunker,
misionera que siempre confesaba su obesidad. Fue un enigma para ella misma cómo logró ese acto
de atletismo, pues aun ella pudo pasar por encima del cerco.

Por dos horas los atacantes dieron machete a puertas, ventanas y muebles. La capilla quedó en
ruinas. Gracias a las autoridades civiles, más tarde llevaron a veinticinco de los culpables a la
cárcel.

Durante los años de tanto crecimiento en la Comunidad evangélica, Carlos Chapman escribió:
"Nunca en la historia de la misión hemos tenido tantos problemas. Nuevos decretos tienden a
estorbar la obra. Han cerrado algunas escuelas en territorios misionales. Conviene más que nunca
orar a nuestro Dios y redoblar los esfuerzos para evangelizar a Colombia".

Uno de los nuevos esfuerzos tenía que ver con la juventud en las iglesias. Elena cuenta de una
escuela vacacional que ella enseñó en Galicia: "El sábado estábamos todos dentro de la capilla
cuando oímos tocar las campanas en la plaza y nos dimos cuenta que el pueblo se reunía. Oímos
cohetes y la banda estaba tocando. Una imagen de la Virgen llevada en hombros encabezó la
procesión. Cantando "Ave, ave, ave María" llegaron a la esquina donde gritaron unos "vivas" y
"abajos". Los niños en la capilla, unos cincuenta en total permanecieron con sus cabezas agachadas.
Al pasar la procesión hubo vida dentro de la capilla otra vez". Tales molestias eran ya más
frecuentes al progresar los "40".

En 1941 una señorita alta, elegante, con pelo rojo cubierto con un sombrero azul de ala ancha,
estaba parada en la cubierta del vapor "Santa Rita" en Buenaventura contemplando por primera
vez su tierra adoptiva. Ella había dejado un ministerio fructífero en Minnesota para dar su vida a
la juventud colombiana. Irene Jacobson aprendió el castellano fácilmente y pronto estaba
desarrollando sus talentos de artista y autora en la preparación de materiales para la niñez y la
juventud —material que en ese tiempo era muy escaso en América Latina.

Las Escuelas Bíblicas Vacacionales experimentaron un nuevo empuje con la llegada de Irene. Ella
escogió como compañera para este ministerio a una señorita trigueña graduada del Instituto Bíblico,
Oliva Perea. Las dos visitaban las iglesias enseñando a la niñez, y su ministerio fue altamente
apreciado.

Irene contó de una experiencia que tuvieron en Naranjal. El camino serpentino les llevó a una
congregación más bien nueva en la Cordillera Occidental, a un pueblito cercado por colinas verdes.
Sesenta niños y niñas del campo llegaron para quedársela semana y la pequeña capilla tomó la
apariencia de un pequeño Instituto Bíblico. Por las noches amontonaron las bancas para dividir el
salón formando así" un dormitorio páralos hombrecitos y otro para niñas. En las primeras horas de
la mañana todos estaban ocupados; niñas pelando yuca, lavando fríjoles, barriendo el salón,
mientras los niños salían a traer leña para el fogón.

Ya al terminar la feliz semana las maestras tuvieron que levantarse a las 3:30 a.m. para emprender
el viaje de regreso al Valle, y ¡no querían irse! Despedirse del pastor, de su querida esposa y aún
de esos preciosos niños no les fue fácil. En una sola semana de convivencia, Dios había tejido
lazos alrededor de sus corazones.

Encomendando al Señor los hermanos de Naranjal, las señoritas montaron las bestias y a la luz de
una luna menguante, salieron en la oscuridad. El follaje cargado de un frío rocío les lavaba el rostro
de vez en cuando. A veces los caballos tenían que estirar sus cabezas para enterrar las herraduras
en el liso barro, o resbalaban sus patas cuesta abajo. "Esta", escribió Irene, "es la vida para un buen
jinete".

Irene Jacobson junto con Patricio Symes y Guillermo Shillingsburg organizaron la juventud en
una sociedad llamada "Embajadores Reales" - movimiento que se extendió a otras misiones. En el
año 1944 la primera convención nacional de la sociedad se efectuó en Palmira, Valle, con una
asistencia de 330 jóvenes y señoritas que llegaron hasta de Bogotá y Pasto.

Las dos señoritas luego escogieron otros compañeros y la pareja que había llevado tanta bendición
por las montañas y cañones con sus escuelas vacacionales bíblicas, extendieron su servicio por
Cristo a otras ramas. Oliva Perea escogió a José Martín Galindo y la norteamericana se casó con
Jaime Wilder. Pero la obra empezada bajo su liderazgo siguió y Dios usó Embajadores Reales para
Su gloria por muchos años.
CAPITULO 25
¡Un nene nuevo! Y lo llamaron "Maranatha".

La señorita Margarita Siemens estaba lavando los pisos de madera con un cepillo, pues acabaron
de blanquear las paredes de la casa que iba a ser el hospital evangélico de la Unión Misionera.

Cuando Guillermo le pasó un telegrama, ella limpió sus manos en el delantal, leyó el mensaje y
una sonrisa se extendió de oreja a oreja. "Por supuesto los recibiremos. Y los cuidaremos". Los
primeros enfermos iban a llegar ese mismo día; Manuel Gutiérrez, su esposa Débora y su
primogénito, Carlitos. Todos con paludismo que el mal clima de Puerto Tejada les había propinado.

Por diez largos años miembros de las iglesias platicaban con Chapman sobre la necesidad de un
hospital donde los creyentes pudieran recibir tratamiento, o morir tranquilos. En aquel entonces
en los hospitales eran intolerantes cuando se trataba de un protestante - no hay quien lo niegue.

El "Mensaje Evangélico" del mes de mayo de 1941 llevó un artículo interesante: "Nadie ignora el
hecho que nuestro pueblo sufre en los hospitales existentes. Hemos pensado y orado que Dios
proveyera algún lugar, clínica o asilo, donde nuestros enfermos podrían recibir consideración. La
iglesia de Bethel ha tomado el primer paso. Tienen una cajita "La Caja de Cooperación "en el
pulpito. Ofrendas que se colocan en esa caja ayudarán a establecer un hospital. Recomendamos
que otras iglesias sigan el ejemplo de los hermanos en Bethel". Y en la próxima convención anual
fue recibida una ofrenda para el futuro hospital y los que no tenían plata en efectivo ofrecieron 18
cabezas de ganado; las mujeres prometieron dar gallinas.

Como la Unión Misionera Evangélica fue dedicada al evangelismo, la sede de la misión foránea
no quiso tener parte en la nueva institución. Los colombianos entendieron que si había un hospital,
tendría que ser de ellos. La responsabilidad y la dirección tendrían que ser nacional. Sin embargo,
como los Shillingsburg vivían en el mismo plantel, Guillermo se ofreció como administrador. Los
nacionales aceptaron esta oferta por parte del misionero y Guillermo llegó a ser todo menos
"doctor".

Un dormitorio nuevo estaba en construcción para acomodar el crecido número de estudiantes en


el Instituto Bíblico y el dormitorio viejo que Teodoro había hecho para el Colegio de Señoritas fue
entregado como hospital.

El ánimo para esta nueva empresa era mucho, tanto de nacionales como por parte de los extranjeros.
Blanquearon paredes, compraron unas camas viejas de un hotel, y todos esperaban el día cuando
el hospital se pondría en funcionamiento. Guillermo dijo después: "Si hubiéramos sabido todo lo
que se necesita en un hospital nunca habríamos empezado. Nos sobró entusiasmo y nos faltó
conocimiento".

Margarita Siemens nació en Rusia. Había llegado a Colombia a trabajar con otra misión pero al
oír que la UME iba a tener hospital, se ofreció. Hubo gran gozo y alabanzas subían a Dios al recibir
su carta. ¡Dios habrá provisto una enfermera! Ella llegó a Palmira el 15 de marzo de 1943 y la
familia Gutiérrez, los primeros enfermos llegaron una semana más tarde. La enfermera rusa no
parecía sorprendida cuando vio la casa vieja vacía, las camas sencillas y nada de equipo. Se puso
a llenar unas fundas para hacer almohadas, hizo sábanas y añadió su fervor al de los demás en el
plantel. Esta enfermera vivió en Rusia durante "los años de hambre" y vio la pobreza terrible de
los habitantes cuando los comunistas se posesionaron de todo. Sabía como cuidar de enfermos con
poco equipo. Dios escogió bien cuando nombró a Margarita como primera enfermera de la pobre
"Maranatha".

Carlos no demoró en anunciar en su periódico: "La cirugía está lista. Pusimos piso de mosaico,
colocamos un lavamanos, y hay un asiento con ruedas". Y al leer esta famosa noticia, la familia
Gutiérrez se puso en marcha hacia Palmira. Y desde el día que llegaron ellos los enfermos
empezaron a venir del norte, del sur, del oriente y del occidente. El doctor Irurita prestaba sus
instrumentos; se compró una mesa vieja de cirugía y le dieron una mano de esmalte blanco. En
ocho meses de servir a los enfermos, solamente uno murió. Ya había veintiocho camas, y casi
siempre todas ocupadas.

La "Maranatha" pertenecía a los creyentes de la UME y la amaban. Hicieron muchos sacrificios,


los hermanos, para ofrendar para cualquier necesidad que Carlos anunciara en su revista.

En noviembre del mismo año llegó Amelia Molina de Costa Rica con su cartón de enfermería. Ella
era una palmirana que se preparó en el hospital de la Misión Latinoamericana con intenciones de
servir a sus compatriotas. Ella como Margarita Siemens aceptó la pobre Maranatha sin quejarse
de lo rústica y de lo pequeña que era.

En los primeros meses de 1944 una enfermera de los Estados Unidos estaba lista a prestar sus
servicios también. Era Gladys Jamison. Bajo el entrenamiento del Dr. Irurita Amelia y Gladys
llegaron a ser más "médicas" que enfermeras. El doctor decía de ellas: "Amelia es la cabeza;
Gladys es el corazón". Así se complementaban.

Maranatha era un hospital sin presunción, sin lujo y aun sin muchas cosas que se necesitaban en
tal institución. Pero sobraba el amor por parte de las enfermeras, y bajo la estricta disciplina de
Amelia, las estudiantes de enfermería ganaron fama de ser muy aptas en su profesión. La atención
por parte del doctor y las enfermeras atraía pacientes católicos y ya no era hospital solamente para
los evangélicos. Llegó a ser un centro de evangelismo. Muchos pacientes oyeron del Salvador por
primera vez y no pocos aceptaron a Cristo. En la madrugada siempre se oía el canto de los himnos
y al anochecer un corto mensaje por altoparlante fue dirigido a los que sufrían en sus cuartos. Al
ganar amigos, el fanatismo en Palmira se disminuía.

Un día dos de los obreros llegaron a la clínica, ambos con necesidad de cirugía mayor; José
Saavedra y Luciano Pizarro. Hasta aquel entonces solo hacían operaciones sencillas. ¿Qué harían?
No querían mandar predicadores protestantes al otro hospital. Margarita Siemens dijo: "En Rusia
esterilizábamos ropa en un horno". Había uno de éstos en el plantel donde los estudiantes asaban
arepas. Las enfermeras envolvieron la ropa en hojas de prensa. Guillermo prendió el horno y
cuando estaba bastante caliente barrió las ascuas y metió los paquetes. Cuando el papel estaba bien
dorado, la ropa debía estar esterilizada. Se efectuaron las dos operaciones con buen éxito.

Un día el doctor dijo: "Don Guillermo, no podemos esperar que Dios haga milagros todos los días".
(Y él decía que era ateo) "Debemos tener un autoclave". Comprar uno era imposible. Pero Dios
obró y se consiguió uno viejo de un médico jubilado. Sirvió ese viejo instrumento por un tiempo
y en sus últimos días hubo necesidad de ponerle un reverbero debajo para ayudar a la corriente
eléctrica.

La esposa de un abogado muy amigo de todos, estaba reposando encima de la mesa quirúrgica
lista para una operación. Su esposo, vestido en ropas blanquísimas esterilizadas, estaba parado en
el rincón porque al Dr, Irurita le gustaba que algún familiar observara su destreza con el bisturí".
La enfermera estaba a punto de administrar el éter cuando esa mesa vieja, tal como el asno de
Balaam, se echó debajo de la enferma. Afortunadamente ella estaba sedada y no se le hizo nada la
caída, pero la vergüenza que pasaron las enfermeras y los médicos delante de aquel abogado hizo
apremiante otro aviso en El Mensaje Evangélico: "Se necesita urgentemente una mesa nueva para
la cirugía". Y los amados hermanos de la UME correspondieron con su acostumbrada liberalidad.

La relación entre las dos instituciones, el hospital y el Instituto, fue muy estrecha. Muchas veces
suspendieron una clase para que los estudiantes oraran por el éxito de una operación. Juntas las
señoritas de ambas instituciones salían para visitar a los pacientes en sus casas. Los "predicadores
en embrión" del Instituto eran los pastores y capellanes del hospital. No fue ningún espectáculo
ver unos enfermos vestidos en "mañaneras" blancas del hospital andar por los patios para asistir al
culto en la Iglesia Central. Enfermeras cantaban dúos y cuartetos y llevaban sus programas a otras
iglesias para estimular el interés en otras señoritas para entregarse a la carrera tan noble de la
enfermería.

El gobierno desde el principio concedió una "licencia" de funcionamiento, pero en el año 1947 el
Centro de Salud de Palmira iba a clausurar la institución por tener pisos de madera. Cuando el
doctor llamó la atención que en el otro hospital había pisos de madera en algunas piezas, se
retractaron pero siempre insistieron en que se hicieran costosas reformas sin demora. En esta crisis
hubo insistencia en la oración y Dios respondió. La clínica siguió con sus puertas abiertas.

En 1948 construyeron un pabellón de dos pisos, y luego una cirugía moderna mejor que cualquiera
de las existentes en Palmira y durante ese año treinta médicos traían sus enfermos a la Maranatha.

Cuando el "Nuncio" excelentísimo Zamora llegó de Roma para visitar a Colombia hizo llamar a
los altos oficiales de Palmira para una conferencia. Este señor dijo que entendía que el elemento
de más oposición en Palmira era el hospital protestante. Se turnaron para expresarse los doctores.
Cuando llegó su turno, el Dr. Irurita dijo: "Sólo tengo una cosa en contra de esos protestantes, ¡Son
necios! ¡Son necios! Aquellas enfermeras cuidan de los heridos y de los enfermos sin interesarse
en la política y la religión del paciente. Se dejan calumniar, son atacadas y sus adeptos hasta se
dejan matar sin injuriar a otros. Y además, NO COBRAN POR SUS SERVICIOS RELIGIOSOS.
¡Son necios!"
El doctor ya tenía 65 años. Era amigo de todo el mundo, un gran humanitario que había ganado
fama nacional como cirujano, pero era infeliz. Un día dijo a Shillingsburg: "Yo sé que dentro de
un año o dos estaré muerto. No me resigno. ¡No puedo resignarme!" Y los que tanto amaban al
doctor oraban sin cesar por su conversión.
Durante los once años que había trabajado en el hospital nunca rehusó cuidar de un enfermo;
amaba a la humanidad. Y su actitud hacia Dios cambió. Durante los últimos meses de su vida,
pues sufría de cáncer, las enfermeras iban a su casa para acompañarle y cuidar de él día y noche.
Le cantaban y le leían las Escrituras. Un día confesó entregar lo que quedaba a Jesucristo. Entre
sollozos dijo: "Oh! ¿Por qué no lo hice antes?"
El doctor Edgar Forero se encargó del hospital después de la muerte del doctor Irurita. Se identificó
con la comunidad evangélica y ganó la confianza de la clientela en poco tiempo.
Las iglesias siguieron ofrendando para el hospital por muchos años. El crecimiento y desarrollo
de la institución fue despacio - fue el crecimiento de un niño - el hijo de las iglesias de la UME.
CAPÍTULO 26

Ángel María Chaverra estaba de fiesta. Nativo del Chocó, vestía una vieja camisa blanca atada a
la cintura, pantalones haraposos y arremangados, andaba descalzo como todos sus paisanos. En su
champa paseaba por las calles acuáticas del pueblo denominado "Mercedes". Este señor, empapado
en su exterior por los aguaceros y sus entrañas 'nadando en licor' estaba tan feliz como nunca.
Gladys Jamison y Margarita Weston almorzaban cuando Ángel entró por primera vez a la casa-
lancha en el Atrato. Quitándose el sombrero tropical, se arrodilló ante Margarita y cual político en
la plaza dio prueba de su talento oratorio, terminando con una serie de preguntas: "¿Qué están
haciendo aquí Uds.? Esta es la tierra de los pobres negros chocoanos. Mujeres como Uds. no vienen
por aquí". Viven en Bogotá. ¿Por qué están en el Atrato? ¿Qué están haciendo en Mercedes?"
Luego del discurso, Ángel María se sentó en cuclillas para escuchar las razones porque dos
señoritas rehusaran las comodidades de la civilización por sujetarse a una vida de tanto sacrificio
en el Chocó, y hasta la vida peligrosa de vivir en lancha en el caprichoso río.
Después de oír del amor de Dios en Jesucristo, el chocoano sin comentario bajó a su champa, cogió
el canalete y se fue bogando calle abajo. Varias veces durante el día volvió y siempre en tono
desconsolador se decía, "Tienen la verdad. Pero yo soy tan malo. ¡Tan malo! ¡Tan malo! Para mí
no hay esperanza".
Fue el mismo señor Chaverra quien buscó una pieza donde pudo celebrarse un culto esa noche, y
buscó una champa amplia para conducir a las señoritas a aquella casa. En el auditorio de sesenta
personas no hubo nadie más atento y más pensativo que Ángel María.
Carlos Chapman no pasó por alto el Chocó. El hecho es que cuando venía en el vapor en 1908 fue
aquella misma faja verde de costa que parecía extenderle una bienvenida. Más tarde cuando fue
posible mandó colportores desde Cali para sembrar copias del Nuevo Testamento en esas junglas.
Sérbulo Pérez viajó bastante en el San Juan en 1926 y allá encontró algunas personas leyendo "El
Mensaje Evangélico". Alfonso Insuasti viajó en el Atrato, y anduvo desde Quibdó hasta la costa
dejando la semilla del Evangelio. Varios obreros de la UME tuvieron su turno en esa región pero
el que dio más tiempo a la evangelización tanto de los negros como de los indígenas, fue Pedro
Morena y su amada esposa Julia Mejía. Por 25 años salían y entraban al Chocó, vivían en la jungla,
en caseríos pequeños, en la costa del Pacífico. A pesar del clima tan malsano, la escasez de
alimentos y la falta de las necesidades básicas de la vida, llevaron a su familia a regiones donde
no había médico ni medicina. En muchas pruebas duras Dios los cuidó y gran número de los
chocoanos cantarán en el coro celestial porque los Morena dedicaron sus vidas a llevarles el
mensaje de Salvación.
CAPITULO 27
Apenas se había dado principio a la convención anual en septiembre de 1949; el presidente
extendía su cordial saludo a los congregados cuando aparecieron en la entrada de la capilla en
Palmira dos individuos bien conocidos. La convención no estaba informada de que una ola de
violencia bien organizada cayó sobre la Cordillera Occidental como en otras partes del país,
simultáneamente. José Martín Galindo, pastor de la iglesia en La Tulia con el diácono Pedro
Aguirre llevaban huellas de lucha en sus angustiados rostros. Su ropa testificaba de una huida por
caminos difíciles. Se adelantaron a la plataforma para informar a sus hermanos en la fe la trágica
historia de los sufrimientos de la congregación en La Tulia. Carlos escribió: "Escuchamos con el
corazón quebrantado". El enemigo había prendido fuego primero a la iglesia, luego a la casa
pastoral y a la del diácono Pedro. Bajo tiros los cristianos huyeron por sus vidas dejando atrás
todas sus posesiones.
Suspiros de indignación se oyeron en el auditorio y la demostración de desmayo y consternación
fue tal que Carlos tuvo que intervenir para calmar a los convencionistas insistiendo que pusieran
en las manos de Dios estas injusticias, pues EL ES QUIEN DIJO: "MÍA ES LA VENGANZA".
Cada día llegaban noticias. Otras iglesias sufrieron bajo la mano loca de la intolerancia y el odio:
Dovio, Andinápolis, Naranjal, Primavera, La Celia, Tablazo y otros. En algunos casos los
evangélicos tuvieron que salir huyendo dejando todo — sus fincas y los enseres y aun hasta la ropa.
En algunas partes les fue dado tiempo para escoger entre dejar todo y salir o retractar de su fe
evangélica y quedar con sus posesiones. Unos pocos escogieron esta última alternativa para más
tarde lamentarlo.
Por veintenas llegaban refugiados a Tuluá, Buga, Palmira y Cali. Carlos Chapman, tal como padre
de los fieles que era, solicitó ayuda para éstos que habían perdido tanto por ser fieles al Señor.
Pastores sin iglesias y maestras sin escuelas pasaron días de angustia y necesidades. Otras misiones
en áreas menos afectadas por la persecución acudieron y dieron empleo a muchos de ellos.
En 1949 antes de estallar la violencia la UME contaba con 33 iglesias bien organizadas y 40
escuelas de tiempo completo y una membresía de 2283 bautizados. La estadística del año 1950
dejó a todos descorazonados y al paso que avanzaba la violencia sólo quedaron doce iglesias en
pie. El gran defensor de los evangélicos tomó su pluma otra vez para ayudar la Causa de Cristo.
Hizo una larga lista de las pérdidas para publicarla, pero no le fue permitido notificar al público.
Guardó su pluma y suspiró: "Dios mío, el único recurso y la única corte donde podemos apelar
ahora es el mismo Cielo".
Por parte de CEDEC los casos de persecución fueron investigados con cuidado y publicados con
sus testigos y constancias de veracidad.
De entre muchas tristes historias recontamos un caso: En los primeros meses de 1949 un sacerdote
llamado González García R. A. apodado "el loco" por los vecinos, fue al pueblo de Darién y
empezó una campaña político-religiosa que resultó en un proceder de odio y terror en los caseríos
rurales que circundaba el pueblo de Darién. Los empleados liberales públicos fueron liquidados
mientras hombres del otro color ocuparon sus puestos. Respaldado por los nuevos empleados y
con armas, se empezó una purga. Algunos ciudadanos perdieron la vida; otros salieron para
encontrar una vida más tranquila en otra parte. Silverio Salazar fue el único miembro del consejo
anterior que quedó en su puesto.
El primero de noviembre agentes de policía mataron a bala a Arcadio Muñoz, miembro de la iglesia
de Bethel y vecino de Silverio. Testigos declararon que los verdugos recibieron plata por este acto
de "patriotismo". Cuentan los testigos que seis semanas más tarde el mismo alcalde Vicente Osorio,
acompañó a una banda que mató a Benavides, otro miembro de la iglesia de Bethel. Hay quienes
afirman que los maleantes andaban de noche acompañados a veces por sacerdotes o empleados del
gobierno. Con frecuencia se oía romper el silencio de la noche con el salvaje ladrar de perros, el
penetrante estallar de armas, y después las llamas desatadas que iluminaban el paisaje ¡el
hogar de alguien!
El 8 de marzo de 1950 los bandidos echaron gasolina dentro de la iglesia de Bethel y la prendieron.
En el patio estaban unos cien maniáticos cada uno con su arma de fuego. Tres familias se alojaron
en las piezas adjuntas a la capilla y al sentirse en peligro abrieron una puerta pensando escapar al
cafetal pero las balas les obligaron a cerrar y trancar otra vez. Procuraron otra puerta, pero ocurrió
lo mismo. Desesperados pidieron misericordia y por respuesta oyeron insultos. Pensaban que
tendrían que perecer en las llamas, pues el fuego seguía consumiendo. Cuando no aguantaban más
el calor resolvieron abrir la puerta de atrás y correr; sería mejor morir a bala que morir en una
hoguera. Cogieron los niños pequeños en sus brazos, abrieron y salieron como relámpago. Vieron
a sus enemigos, los fusiles fueron levantados a posición. Pero... ¿qué pasó? No hubo disparos.
Brincaron por cercos y se perdieron en el follaje de las fincas, corriendo, tropezando, deslizándose,
arrastrando a los niños abajo, más lejos, más lejos de la capilla ardiendo, siempre buscando quedar
escondidos.
La hermosa capilla fue reducida a cenizas. Las piezas para visitantes que habían alistado con tanto
esmero hacía apenas un año, ya no estaban; los aperos, quemados. Y los miembros de la iglesia
que no huyeron esa noche de la quema se alistaron para salirse de allí".
El 22 de marzo la misma banda volvió. Fueron a la nueva casa que Aureliano Benavides (el que
mataron en diciembre) había construido. A bala mataron a la viuda, echaron gasolina sobre el
cadáver y lo quemaron junto con la hermosa casa. Los niños lograron escapar, pero uno de ellos
llevó siete balas en su cuerpo.
Joaquín Guzmán fue un creyente nuevo. Estaba haciendo las vueltas para legalizar su unión con
su compañera cuando empezó el terror de la "violencia". Mientras cultivaba su huerto un día, pasó
un agente a caballo. "¡Alto!" gritó. "¿Cómo se llama? ¿Cuál es su política? ¿Qué religión?" Cuando
Joaquín contestó que era de la iglesia de Bethel, un disparo sonó y su cuerpo cayó al suelo, inerte.
Todo el mundo se dio cuenta de lo que pasaba en Colombia. La CEDEC hacia circular las noticias
de casos de persecución hasta en Roma. ¿Qué estaba pasando en el hermoso país Colombia? Hasta
el año 1948 las leyes permitan libertad de culto y el gobierno aún se esforzaba para proteger la
vida y las posesiones de los no-católicos. Copias de circulares eclesiásticas recomendaron la
eliminación de los de otra fe, cosa que no parecía posible en el siglo veinte.
El padre Francisco Jaramillo de Antioquia en un artículo "El Problema Protestante" recomendó
que se adoptara una actitud de firmeza similar a la de España en el siglo XVI. Esta circular fue
impresa en "El Colombiano", diario católico de fecha Abril 1, de 1952.
Monseñor Miguel Ángel Bulles, obispo de Santa Rosa de Osos, Antioquia, en una carta a los fieles
(según "El Heraldo Católico" mayo 24, 1952) declaró que la propaganda protestante era un desafío
a una guerra religiosa -desafío que "aceptamos con todas sus consecuencias".
Cuando Laureano Gómez tomó el poder en 19501a violencia que había empezado contra los de
otro color político y los de otra fe, creció con furia. Pronto escuelas evangélicas fueron cerradas,
unas 200 en total. Se prohibía la distribución de literatura. Cajas de Biblias amontonadas en las
bodegas de la aduana no fueron entregadas ni remitidas.
¡El Valle de la opresión ciertamente fue oscuro!
CAPITULO 28

"Guardados por el poder de Dios" fue una experiencia común de los hermanos que pasaron por los
días de la "violencia". Carlos escribió a la sede de la misión: "Atentados contra la capilla de Buga
y contra la Central de Palmira, nos hacen preguntar cuándo nos tocará el turno". No demoró en
llegar su turno.
Era domingo y Carlos estaba predicando en la Octava de Cali. De pronto un hombre con revólver
en su mano entró; con paso ligero se dirigió hacia la plataforma. Apuntó al corazón de Carlos y
empezó a insultarle tanto a él como a su religión. Aparentemente el predicador estaba tranquilo,
aunque confesó después que pensaba pronto estar con el Señor.
"Bueno, bueno", le dijo Carlos. "Sentémonos aquí y hablemos". Ese hombre como un cordero se
sentó a su lado y Carlos empezó a hablarle de Dios. Elena había corrido a la calle en busca de un
agente de policía pero no encontró a ninguno. Mientras tanto el pastor, el Rvdo. José Rengifo, se
encontró con un soldado en la calle y lo llevó a la iglesia. Carlos con su manera suave y paterna,
estaba conversando con el intruso y lo calmó. "Aquí", “tenga mi revólver", le dijo a Chapman.
Bueno, Chapman no quería recibirlo, pero en eso entró el soldado y, él si lo recibió con gusto.
La convención anual en Palmira en el año 1951 fue la más nutrida de todas. Concurrieron 410
delegados y visitantes de afuera de la ciudad Palmira. Miembros de iglesias ya desintegradas
llegaron sedientos de comunión con los demás hermanos. Fue una convención de paz y
avivamiento espiritual. Y esta fue la última a la cual asistió el gran caudillo de la Unión Misionera.
Cuando ya su viaje terrenal se aproximaba a su fin, Carlos escribió esto: "Un hombre puede
permanecer mucho tiempo en este mundo hasta que su vida se haya gastado por su propio óxido,
o puede morir como una fruta que podrida, cae al suelo. Pero aunque viva muchos años no se
puede decir siempre que ha tenido una “vida larga”. Se puede estar largo tiempo en el mar, pero si
se va y se viene llevado por los vientos, no se puede decir que se ha hecho un viaje largo, cuando
por fin las olas lo retornan al puerto de donde saltó.
"El señor Spurgeon, aquel gran predicador, comenta: “La vida no se mide solamente por el pasar
del tiempo, sino por el progreso que uno logre hacer. Oh, Señor Dios mío, preserva a tu siervo de
pasar su peregrinación en el mundo a la manera de un haragán. Que sea la mía, una VIDA REAL”.

Y Carlos comentó: "Nadie necesita esta exhortación más que los que predicamos el Evangelio. A
veces hay una cierta aureola imaginaria sobre la cabeza de uno que da su vida para servir a Cristo,
y sus amigos le consideran un poco más elevado que ellos mismos y con derecho a consideraciones
especiales, recompensa por su sacrificio y consagración.
"Sea esto cierto o no, al obrero no le conviene considerarse de esta misma manera como uno que
debe tener privilegios especiales que otros no pueden tener, ni le conviene meditar en su tan grande
sacrificio. “¡Cuan fieles nos conviene ser en cómo gastamos nuestro tiempo, y la manera en que
cumplimos con nuestro ministerio!"
"Dios, danos un corazón sencillo para que al final de la carrera no tengamos que ver, después de
haber luchado tanto, que nuestro viaje sobre el mar de la vida ha sido un triste fracaso. Que sea la
mía una VIDA REAL".
Carlos iba a cumplir 83 años cuando el día 25 de marzo de 1952 los lazos que le ligaban a Colombia
por medio siglo se desataron y quedó libre de sus responsabilidades a la nación.
Tres meses antes de su desenlace, Carlos fue a Llanito. La finca que más tarde se denominó
"Ebenezer" era nueva y había mucho que hacer. El anciano misionero metió su hombro. Pero
cuando llegó a Cali esa noche notó que no articulaba bien. Sus pensamientos eran algo confusos;
había sufrido un derrame cerebral. De allí en adelante su salud decaía rápidamente y el 5 de marzo
fue llevado a la Maranatha en Palmira. Durante los veinticuatro días que estuvo enfermo en la
clínica amigos entraban y salían continuamente y Carlos fue conmovido y consolado al oírles orar
en su cuarto.
Cuando la muerte relajó los músculos de su rostro, en su cara quedó grabada una hermosa sonrisa;
fue como si hubiera reconocido a Quien amaba y había servido por tantos años. Ese mismo día se
celebró un servicio en Palmira, luego fue llevado a Cali donde los dolientes guardaron vigilia toda
la noche, cantando himnos, orando y leyendo las Escrituras. El día siguiente hubo servicio por la
mañana en la Octava y luego el féretro fue conducido al cementerio. Empleados civiles, ricos,
pobres, católicos, evangélicos — de todos los barrios llegaban — un testimonio de que eran los
funerales de uno de los grandes Líderes de Cali.
La prensa secular tanto como cristiana evangélica lamentó su muerte.
De la Alianza Cristiana y Misionera escribió Jorge Constance: "El Sr. Carlos P. Chapman fue el
misionero más conocido en todo Colombia; fue nombrado en todos los círculos evangélicos. Su
ministerio se extendió por todo el país y él fue un instrumento en las manos de Dios para la
salvación de centenares de colombianos. Fue incansable. Sus mensajes nos animaron; sus buenos
consejos nos guiaban, su sonrisa nos consolaba. Su vida nos inspiró.
"Fue pionero, evangelista, conferencista, pastor, maestro, director de una imprenta y presidente de
la Unión Misionera en Colombia. Fue un hombre de Dios; amaba al Señor y amaba la obra del
Señor. Carlos amaba a Colombia y amaba a los colombianos".
Y en las páginas de El Relator, impreso en Cali: "Don Carlos Chapman fue una persona de virtud.
Fue un ejemplo de las normas de la justicia y del bien. No sólo cumplía con sus obligaciones como
representante de una religión cristiana respetada, sino que constantemente se ocupaba con celo y
abnegación en el ejercicio de la caridad. Vivía con noble entusiasmo y tan llena estaba su vida que
ahora una multitud lamenta su desaparición. Siempre tenía compasión por los que sufrían; su rostro
reflejaba la majestad de la benignidad y tenía el sello inequívoco de uno que llena con exactitud el
patrón evangélico”.
EPÍLOGO

Hubo un éxodo de misioneros extranjeros; muchos de los que se fueron no volvieron a Colombia.
En la Unión Misionera seis se fueron poco después de empezar la época llamada "La Violencia".
Y hubo cuatro nuevas sepulturas dentro de los 18 meses que siguieron: la niña de Ray y Carola
Zuercher, Mirtela Bunker, Rafael Blackhall y el amado líder y fundador de la obra, Carlos P.
Chapman.
La iglesia estaba quebrantada y diezmada pero alrededor del mundo otros hermanos en Cristo
levantaban sus plegarias al Dios del cielo a favor de los colombianos..., y los obreros nacionales
pudieron seguir fieles. Siempre había donde predicar, quedaron unas pocas capillas, algunas
escuelitas no fueron cerradas, el Colegio Bereano pudo seguir sin estorbo y el hospital Maranatha
continuó con un testimonio más evidente que nunca. La revista "El Mensaje Evangélico" salía cada
mes aun cuando fue censurado. A diario hubo amenazas, decretos y molestias por parte del
gobierno. A veces los estudiantes en el Instituto Bíblico dormían vestidos y con sus maletas
empacadas, pero si hubieran sido atacados no sabían para donde cogerían. Dios los guardó.
Cuando el General Rojas Pinilla se apoderó del gobierno el día 17 de junio de 1954 hubo nuevas
esperanzas. Pero ¡Ay! las promesas de aquel señor eran efímeras. "El jefe supremo", "Amigo del
pueblo", no era tan buen amigo. La violencia creció a nuevas proporciones que cuando Gómez
regía.
Muchos fueron los obreros y los hermanos que llegaron a experimentar lo que es ser encarcelados
por su fe. En 1955 Dorothy Hagerman con Ida Danielson (ésta con más de 80 años de edad) fueron
falsamente acusadas de tener propaganda comunista en su casa en Quinchía. Llevadas a Bogotá
tuvieron que comparecer ante un tribunal pero la intervención del Cónsul y el Embajador valió
para que fueran despachadas inocentes. Volvieron a Quinchía.
Y hubo mártires colombianos. Familias enteras fueron sacrificadas en las llamas. Casos de
atrocidades y de horror han sido escritos en varios libros. Basta decir que la sangre de los mártires
siempre ha sido la semilla de la Iglesia y se supo que no pocos de los mismos verdugos se
arrepintieron y vinieron a Cristo por el testimonio que vieron en sus víctimas. Dios siempre estaba
edificando su iglesia aún en los años de tanta tempestad. Algunas capillas arrasadas fueron
construidas otra vez, pero aparecieron nuevas iglesias en otras regiones donde antes no había.

Dame la fe que trae poder


De los demonios vencedor;
Que fieras no podrán vencer
Ni dominarla el opresor.
Que pueda hogueras soportar
Premio de mártir alcanzar.
En marzo de 1957 al finalizar una semana de "misiones" en Palmira, se consumieron Biblias,
Testamentos y literatura evangélica en dos fogatas públicas. Al mes siguiente la librería "La
Aurora" abrió sus puertas en la calle 30 con Biblias para la venta.
En mayo la dictadura de Pinilla terminó. Uno que experimentó esta gloriosa liberación nunca lo
olvidará. Toda clase de vehículo iba por las calles, la gente llevaba carteles y gritaban "se cayó. Se
cayó". Los pitos de los autos sonaban como a un solo eco "¡Se cayó! ¡Se cayó!"
No es fácil restaurar el orden después de años de caos, pero poco a poco las diferentes misiones se
recuperaron y en 1960 la estadística comprobó que mientras la iglesia sufría también crecía.
Un periodo nuevo en la historia de misiones se inició en 1960. Colombia estaba cambiando. Las
escuelas públicas abrieron sus puertas para estudiantes de cualquier fe; la sed de educación hizo
necesario iniciar clases nocturnas para obreros y promover programas para los analfabetos. Las
misiones tanto como el gobierno han cooperado para la educación de las masas.
Cuando la actitud del papa cambió, se cambió la oposición del clero colombiano resultando en la
desaparición de la atmósfera de odio y oposición.
El evangelismo en masa abrió una puerta que no se puede cerrar. Centenares de "decisiones" se
registraron, gran parte de las cuales no eran conversiones pero si eran un voto a favor del mensaje
evangélico. Los millares de asistentes en grandes campañas evangelísticas atestiguan el hecho de
que la opinión pública hoy es otra.
Los libros que fueron inspeccionados y condenados en el año 1908 cuando Carlos Chapman llegó
a Buenaventura, otra vez son el tema de conversación pero son aceptados y apreciados. Multitudes
están investigando por primera vez los tesoros de la Santa Biblia y esto mismo abrió un nuevo
campo de labor - el de ofrecer cursos de estudio bíblico por correspondencia.
Dios en su grande misericordia ha preservado la UME y hoy a la cabeza de la misión están los que
eran niños en los días de Carlos Chapman. Jóvenes que estudiaron en las aulas del Instituto Bíblico
de Palmira son los que llevan la antorcha, hombres dedicados a servir a Dios y a sus paisanos en
el ministerio, en el hospital Maranatha, en administración y en evangelización. Gracias a Dios la
larga lucha durante la vida de Carlos ha pasado, los días de horror en el valle de la "violencia" ya
son historia. Hoy los líderes nacionales se enfrentan con otros enemigos en un día de
modernización y cambios de cultura. Pero ellos pronuncian el mismo viejo remedio para la
necesidad del hombre — la mirada a Jesucristo para la redención del alma. Cristo sigue edificando
su iglesia y las puertas del mismo infierno no prevalecerán contra ella.

- Fin -

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