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ESCUELA PREPARATORIA

OFICIAL #24
ALUMNA: HERNÁNDEZ
JUÁREZ ZOÉ
PROFE. JAVIER GARCÍA
GRANADOS
“LA SEGUNDA GUERRA
MUNDIAL “
3 lV MATUTINO
LA SEGUNDA GUERRA
MUNDIAL
La Segunda Guerra Mundial (1939-1945) fue uno de los acontecimientos
fundamentales de la historia contemporánea tanto por sus consecuencias
como por su alcance universal. Las «potencias del Eje» (los regímenes
fascistas de Alemania e Italia, a los que se unió el militarista Imperio
japonés) se enfrentaron en un principio a los países democráticos «aliados»
(Francia e Inglaterra), a los que se sumaron tras la neutralidad inicial los
Estados Unidos y, pese a las divergencias ideológicas, la Unión Soviética;
sin embargo, esta lista de los principales contendientes omite multitud de
países que acabarían incorporándose a uno u otra bando.

La Segunda Guerra Mundial, en efecto, fue una nueva «guerra total» (como
lo había sido la «Gran Guerra» o Primera Guerra Mundial, 1914-1918),
desarrollada en vastos ámbitos de la geografía del planeta (toda Europa, el
norte de África, Asia Oriental, el océano Pacífico) y en la que gobiernos y
estados mayores movilizaron todos los recursos disponibles, pudiendo
apenas ser eludida por la población civil, víctima directa de los más
masivos bombardeos vistos hasta entonces.

En el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial suelen distinguirse tres


fases: la «guerra relámpago» (desde 1939 hasta mayo de 1941), la
«guerra total» (1941-1943) y la derrota del Eje (desde julio de 1943 hasta
1945). En el transcurso de la «guerra relámpago», así llamada por la nueva
y eficaz estrategia ofensiva empleada por las tropas alemanas, la Alemania
de Hitler se hizo con el control de toda Europa, incluida Francia; sólo
Inglaterra resistió el embate germánico.

En la siguiente etapa, la «guerra total» (1941-1943), el conflicto se


globalizó: la invasión alemana de Rusia y el ataque japonés a Pearl Harbour
provocaron la incorporación de la URSS y los Estados Unidos al bando
aliado. Con estos nuevos apoyos y el fracaso de los alemanes en la batalla
de Stalingrado, el curso de la guerra se invirtió, hasta culminar en la
derrota del Eje (1944-1945). Italia fue la primera en sucumbir a la
contraofensiva aliada; Alemania presentó una tenaz resistencia, y Japón
sólo capituló después de que sendas bombas atómicas cayeran sobre las
ciudades de Hiroshima y Nagasaki.

El miedo a la expansión del comunismo soviético había hecho que Hitler


fuese visto por las democracias occidentales como un mal menor,
suposición que sólo desmentiría el desarrollo de la contienda. La Segunda
Guerra Mundial costó la vida a sesenta millones de personas, devastó una
vez más el continente europeo y dio paso a una nueva era, la de la «Guerra
Fría». Las dos nuevas superpotencias surgidas del desenlace de la guerra,
los Estados Unidos y la URSS, lideraron dos grandes bloques militares e
ideológicos, el capitalista y el comunista, que se enfrentarían
soterradamente durante casi medio siglo, hasta que la disolución de la
Unión Soviética en 1991 inició el presente orden mundial. 

Dividida en dos áreas de influencia, la Occidental pro americana y el Este


comunista, Europa, como el resto del mundo, quedó reducida a tablero de
las superpotencias, y aunque la Europa occidental recuperó rápidamente su
prosperidad, perdió definitivamente la hegemonía mundial que había
ostentado en los últimos cinco siglos; en el exterior, tal declive se
visualizaría en el proceso descolonizador de las siguientes décadas, por el
que casi todas las antiguas colonias y protectorados europeos en África y
Asia alcanzaron la independencia.

Causas de la Segunda Guerra Mundial

A pesar de las controversias, los historiadores coinciden en señalar diversos


factores de especial relieve: la pervivencia de los conflictos no resueltos por
la Primera Guerra Mundial, las graves dificultades económicas en la
inmediata posguerra y tras el «crack» de 1929 y la crisis y debilitamiento
del sistema liberal; todo ello contribuyó al desarrollo de nuevas corrientes
totalitarias y a la instauración de regímenes fascistas en Italia y Alemania,
cuya agresiva política expansionista sería el detonante de la guerra. Ya en
su mera enunciación se advierte que tales causas se encuentran
fuertemente imbricadas: unos sucesos llevan a otros, hasta el punto de que
la enumeración de causas acaba convirtiéndose en un relato que viene a
presentar la Segunda Guerra Mundial como una reedición de la «Gran
Guerra».

El desenlace de la guerra había llevado a la desmembración de los imperios


derrotados (el alemán y el austrohúngaro) y a la implantación en los viejos
y nuevos países resultantes de repúblicas democráticas. No era fácil
consolidar en estas sociedades sometidas a autocracias seculares y
carentes de tradición democrática un sistema liberal, máxime cuando los
valores en que éste se sustentaba (confianza en la razón humana, fe en el
progreso) habían sido minados por los horrores de la guerra. Pero además,
las democracias liberales mostraron pronto su incapacidad para hacer
frente a una situación extremadamente delicada.
Todo ello fue capitalizado por grupúsculos y formaciones políticas
extremistas, de entre las cuales cobraron progresivo protagonismo las
organizaciones de la ultraderecha nacionalista, con el fascismo italiano y su
variante alemana (el nazismo) a la cabeza. Junto a las aspiraciones
nacionalistas anteriores a la Primera Guerra Mundial (por ejemplo, el ideal
pangermanista de unir a los pueblos de lengua alemana), estos grupos
asumieron como componentes ideológicos el revanchismo suscitado por el
Tratado de Versalles y el militarismo expansionista implícito en doctrinas
como la del «espacio vital», que preconizaba la necesidad ineludible de
obtener un ámbito territorial dotado de la extensión y los recursos
necesarios para asegurar el desarrollo económico y la prosperidad de la
nación.

La debilidad de las metrópolis europeas reactivó los movimientos


independentistas en las colonias y condujo, en las décadas siguientes, al
progresivo desmantelamiento de los imperios coloniales, proceso al que se
ha dado el nombre de «descolonización». La flagrante contradicción de
enarbolar con una mano la bandera de la libertad y la democracia y de
sostener con la otra la de un imperialismo que sometía pueblos enteros se
hizo patente no sólo a los ojos de las minorías ilustradas de la colonias,
sino también a la población en general, principal víctima de la miseria a que
los condenaba el estatus colonial. A través de revueltas violentas que
Europa no estaba en condiciones de sofocar, o bien mediante negociaciones
o una combinación de ambos medios, casi todas las colonias alcanzaron su
independencia entre 1945 y 1975. La descolonización contó con el impulso
y beneplácito de las nuevas superpotencias, pues conllevaba el
afianzamiento de su hegemonía, la apertura de nuevos mercados y la
oportunidad de incorporar nuevas naciones a su ámbito de influencia.

Los nuevas naciones heredaron una economía sometida a los intereses


coloniales que se basaba en la exportación de un reducido número de
materias primas o productos agrícolas a las metrópolis; las beneficios
obtenidos, sin embargo, no alcanzaban para la importación de los
productos manufacturados necesarios. Tal déficit comercial sólo podía
paliarse con los créditos que los nuevos países solicitaban a las antiguas
metrópolis o a las superpotencias, creando un círculo vicioso de
dependencia económica y, por ende, política. Carentes de la capacidad
decisoria y financiera que precisaban para acometer la imprescindible
diversificación de sus economías, las antiguas colonias asistieron
impotentes a la cronificación o acentuación de los desequilibrios, y pasaron
a integrar la amplia franja de subdesarrollo que hoy conocemos como
Tercer Mundo.

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