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TEMA 7 - REGIONALISMOS Y NACIONALISMOS.

EL MOVIMIENTO OBRERO

1. REGIONALISMOS Y NACIONALISMOS

Durante el siglo XIX, el sentimiento nacionalista se reavivó entre una burguesía que estaba
protagonizando la revolución industrial. En España, la industrialización se concentra
especialmente en Cataluña y País Vasco, hecho que atrae a numerosa población de otras
comunidades españolas, provocando una reacción defensiva de autoafirmación en ciertos
sectores de las sociedades receptores de inmigración. El centralismo liberal de la Restauración
y la crisis del 98 con la pérdida de las últimas colonias, provoca en esos territorios una
reivindicación de las propias peculiaridades (cultura, lengua, historia, …) y de autogobierno.
Estos movimientos tuvieron diferente fuerza y cariz (más radical o más moderado) según las
regiones. Los partidos dinásticos (el Liberal y el Conservador) de la Restauración no fueron
capaces de construir un nacionalismo español que abarcara a todos los territorios y pueblos de
España. Por el contrario, el nacionalismo centralista español que forjaron se formó en contra de
otros nacionalismos periféricos (País Vasco, Cataluña, …). Esta dinámica y sus consecuencias
perviven aún hoy.

Los movimientos regionalistas se manifestaron primero en el ámbito cultural (literatura, arte


romántico o realista) como un fenómeno de recuperación y exaltación de la cultura y
tradiciones populares propias de cada región. Más tarde, alcanzaron reivindicaciones políticas,
reclamando la descentralización y el autogobierno (nacionalismos).

La base social de estos movimientos es eminentemente burguesa y urbana. Lo cual no impide


su fuerte vinculación con el mundo rural donde se conservan mejor los rasgos lingüísticos,
históricos o folclóricos que se tratan de recuperar o conservar.

En consecuencia, el regionalismo no cuestionaba el principio constitucional de la soberanía


nacional ni la unidad de la patria común ni se enfrentaba el patriotismo regional con el español
sino, en la mayoría de los casos, se trataba de compatibilizar el amor de la patria chica y la
patria grande. Sin embargo, una vez que el sentimiento regionalista se convierte en
nacionalismo se planteó, el derecho a la autonomía y al autogobierno de aquellas regiones y
pueblos que por sus características históricas y culturales (lengua, cultura y raza) se
diferenciaban del resto de la población española.

Por consiguiente, los nacionalismos surgidos en la época de la Restauración fueron


anticentristas, autonomistas e, incluso, partidarios del federalismo. Sin embargo, exceptuando
el nacionalismo vasco y sólo por algún tiempo, no se plantearon la separación y la
independencia. Aun así, los nacionalismos periféricos (catalán, vasco y gallego) despertaron el
recelo del poder dominante, del ejército y de amplias capas del resto de la sociedad española.

1.1. El nacionalismo catalán

La región pionera en desarrollar un movimiento regionalista fue Cataluña, donde a lo largo del
siglo XIX había tenido lugar un crecimiento económico superior al de cualquier otra región
española. La industrialización había hecho de Barcelona y su entorno la primera zona industrial

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de España y había propiciado el nacimiento de una influyente burguesía de empresarios
industriales. Este nuevo grupo social sentía que sus intereses económicos estaban poco
representados en los diferentes gobiernos e hizo de la defensa del proteccionismo un elemento
aglutinador.

Hacia 1830 surgió en Cataluña un amplio movimiento cultural y literario conocido como la
Renaixença (Renacimiento). Su finalidad era la recuperación, normalización y reconocimiento
de la lengua y de las señas de identidad de la cultura catalana, pero sin aspiraciones políticas.

Las primeras formulaciones catalanistas con contenido político vinieron de la mano de Valentí
Almirall que fundó el Centre Catalá (1882), organización que pretendía sensibilizar a la opinión
pública catalana para conseguir la autonomía. Por ello, Impulsó la redacción de un “Memorial
de Agravios” a Alfonso XII que denunciaba la opresión de Cataluña y reclamaba la armonía entre
los intereses y las aspiraciones de las diferentes regiones españolas.

Valentí Allmiral

En 1881 un grupo de intelectuales crearon la Unió Catalanista, una federación de entidades de


carácter catalanistas de tendencia conservadora. Su programa quedó fijado en las Bases de
Manresa, que defendía una organización confederal de España y la soberanía de Cataluña en
política interior.

A finales del siglo XIX el regionalismo pasó a convertirse en verdadero nacionalismo. La crisis
del sistema político de la Restauración (1898) aumentó el interés de la burguesía catalana por
tener su propia representación política al margen de los partidos dinásticos. Por ello se creó
un nuevo partido en 1901, la Lliga Regionalista que contó entre sus principales líderes a Enri
Prat de la Riba y Francesc Cambó. Presentaba un programa político conservador que luchaba
contra el corrupto e ineficaz sistema político de la Restauración y abogaba por un reformismo
político que otorgase la autonomía a Cataluña. Aspiraban a tener representantes en las

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instituciones que defendiesen los intereses del catalanismo. Sus éxitos electorales en Barcelona
a partir de 1901 la convirtieron en la fuerza hegemónica en Cataluña hasta 1923.

Francesc Cambó
1.2. El nacionalismo vasco

El nacionalismo vasco surgió en la década de 1890. En sus orígenes hay que considerar la
reacción ante la pérdida de una parte sustancial de los fueros tras la derrota del carlismo: pero
también el desarrollo de una corriente cultural en defensa de la lengua vasca, el euskera, que
dio lugar a la creación del movimiento de los euskaros, con un importante componente religioso
y de defensa de las tradiciones.

Sabino Arana fue su gran propulsor, que sentía una gran pasión por la cultura autóctona de
Euskalerria. Arana creyó ver un gran peligro para la subsistencia de la cultura vasca (el euskera,
las tradiciones y la etnia vasca) ante la llegada de inmigrantes procedentes de otras regiones de
España a las zonas mineras e industriales de Bilbao, como resultado de la enorme expansión de
la minería y la siderurgia vascas en el último tercio del siglo XIX. Por ello fundó el Partido
Nacionalista Vasco con el que pretendían impulsar la lengua y las costumbres vascas y defendía
la pureza racial del pueblo vasco. La influencia social y geográfica del nacionalismo vasco fue
desigual. Se extendió sobre todo entre la pequeña y media burguesía, y en el mundo rural. La gran
burguesía industrial y financiera se distanció del nacionalismo

Sabino Arana

En un principio se declararon independentistas con respecto a España, pero esta posición fue
evolucionando hacia el autonomismo. Aunque a la muerte de Arana aparecieron disensiones

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dentro del nacionalismo vasco, su progreso electoral fue constante en las primeras décadas del
siglo XX. Su principal rival fue el carlismo que también reclamaba la vuelta de los fueros.

1.3. El regionalismo gallego

Fue más débil y tardío pese a contar con una sociedad más homogénea y con una población
mayoritariamente campesina en la que la lengua y tradiciones culturales estaban más
arraigadas.

A mediados del siglo XIX, se inició una corriente que dio lugar a O Rexurdimiento, que significaba
el redescubrimiento literario de la lengua y la cultura gallega, cuya figura literaria de mayor
influencia fue la poetisa Rosalía de Castro.

Una minoría intelectual, insatisfecha por la situación del país, responsabilizaron a los políticos
gallegos de su atraso económico que forzaba a muchos de ellos hacia la emigración. Fue durante
la última etapa de la Restauración cuando el galleguismo fue adquiriendo un carácter más
político, pero era bastante minoritario.

2. El movimiento obrero

La primitiva legislación liberal no contemplaba ningún tipo de normativa que regulara las
relaciones laborales y prohibía explícitamente la asociación obrera, porque se considera
contraria a la libertad de contratación. Ante esta situación, las primeras manifestaciones de
protesta obrera contra el nuevo sistema industrial adquirieron un carácter violento, clandestino
y espontáneo.

El limitado proceso de industrialización supuso que el número de obreros existente en España a


mediados del siglo XIX fuese menor que los países europeos industrializados. La mayoría de este
proletariado industrial se hallaba en Cataluña, pionera de la industrialización española, aunque
su presencia aumentó a medida que la industrialización se expandía a otras regiones como el
País Vasco, Asturias o Valencia.

En la década de 1820, el ludismo fue la primera expresión de rebeldía obrera contra la


introducción de nuevas máquinas a las que se responsabilizaba de la pérdida de puestos de
trabajo y del descenso de los jornales. En 1821, los trabajadores de la industria artesanal de las
localidades vecinas a Alcoy asaltaron la ciudad y quemaron los telares mecánicos, aunque el
incidente más relevante fue el incendio en agosto del año 1835, de la fábrica Bonaplata, el
primer vapor que funcionó en España.

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A mediados del siglo XIX, se produjeron las primeras agitaciones sindicales en Cataluña. La
polémica decisión de los fabricantes textiles al alargar el tamaño de las piezas, mientras se les
pagaba la misma cantidad por cada una. Ante esto, se convocaron reuniones y se eligieron a sus
representantes para negociar con los patronos. A partir de este movimiento se formó el primer
embrión de asociacionismo obrero: la Sociedad de Tejedores, fundada en Barcelona en 1840.

Estos primeros seudosindicatos eran federaciones que agrupaban a los trabajadores por oficios
y, a semejanza del de los tejedores, se crearon otros del mismo estilo (hiladores, impresores,
tintoreros). Estas organizaciones, además de su función reivindicativa eran Sociedades de
Protección Mutua, es decir, los trabajadores pagaban una pequeña cuota que se destinaba a
pagar el salario en caso de enfermedad, despido o huelga. No se trataba todavía de un verdadero
sindicato, pues su función era sobre todo de protección ante la adversidad y carecía de un
programa reivindicativo propio.

En los años del Bienio Progresista, proliferaron las agitaciones sociales y el obrerismo inició su
expansión a otras zonas de España. La mayor tolerancia de los gobiernos progresistas con las
asociaciones obreras y por el empeoramiento de la crisis económica que provocó el aumento de
los precios de los alimentos estimuló las reivindicaciones obreras. Eran organizaciones obreras
alejadas del sindicalismo moderno, pero marcaron el inicio del sindicalismo de clase y consolidó
la huelga como instrumento de defensa de los obreros.

En 1855 se convocó la primera huelga general provocada por la introducción de nuevas


máquinas hiladoras que desembocó en manifestaciones y enfrentamientos con las fuerzas del
orden. La represión de la huelga generó un movimiento de solidaridad en el resto de las
empresas mientras algunos asaltaron fábricas y destruyeron la maquinaria. Se reivindicaban la
libertad de asociación, establecimiento de un horario fijo de trabajo y la formación de una
comitiva compuesta por representantes de obreros y patrones para resolver los problemas
laborales. Los patronos lograron que el gobierno prohibiese las asociaciones obreras y
proclamasen el estado de sitio, pero también se formó una comisión mixta que llegaron a un
acuerdo sobre el aumento de los sueldos.

Durante el Sexenio Democrático, la nueva situación de tolerancia política permitió a las fuerzas
obreras salir de la clandestinidad y actuar públicamente, hecho que favoreció la expansión del
movimiento obrero organizado. En este período se introduce en España ideas socialistas y
anarquistas al mismo tiempo que se forman los primeros núcleos vinculados a la Primera
Internacional como la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores).

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El anarquismo fue la ideología obrera más influyente en la Restauración. Fue introducido
durante el Sexenio por el italiano Giuseppe Fanelli, discípulo de Bakunin, fundador del
anarquismo, que viajó a Madrid y Barcelona para crear los primeros núcleos de afiliados a la
Internacional. Se empiezan a organizar desde 1881 a partir de la Federación Regional Española.
Es difícil conocer su fuerza social dado su abstencionismo electoral y el sistema de organización
en pequeñas células. Entre sus propuestas estaban el rechazo radical de cualquier poder
superior del Estado y sus instituciones, el igualitarismo, el fin del dinero, la renuncia a la
participación política, el rechazo a la religión y a la Iglesia y la educación popular. La mayor
difusión se dio entre el campesinado andaluz y los obreros catalanes. Su oposición a toda forma
de poder y la acción violenta contra miembros del gobierno (Cánovas o Martínez Campos) o de
la burguesía bomba del Liceu de Barcelona que mató a más de 20 personas), lo convirtieron en
una amenaza contra el poder establecido.

Guiseppe Fanelli

En el año 1870 se celebró el Congreso de Barcelona, donde se fundó la Federación Regional


Española (FRE) dentro de la AIT, donde se aprobó el recurso a la huelga como arma fundamental
del proletariado, así como su apoliticismo y la realización de revolución social por vía de la acción
directa.

El internacionalismo tuvo su momento álgido durante la Primera República cuando diversos


anarquistas adoptaron una posición insurreccional con la finalidad de provocar la revolución y
acabar con el Estado. Tras el fracaso de estos levantamientos, la Internacional empezó a perder
fuerza, produciéndose su declive definitivo con la instauración de la Restauración que la declara
ilegal.

Durante la Restauración la FRE cambió su nombre por el de Federación de Trabajadores de la


Región Española, debido a la necesidad de adaptarse a la nueva legalidad, que prohibía las
organizaciones de carácter internacional que fuesen dirigidas desde el extranjero. Los
desacuerdos dentro de la organización y la constante represión sobre el movimiento obrero
favoreció que parte del movimiento anarquista optara por la acción directa y organizaran grupos
autónomos que atentara contra los pilares básicos del capitalismo: el Estado, la burguesía y la
Iglesia.

Durante la etapa 1893-97 se dieron lugar importantes actos de violencia social: atentados
contra personajes de la política de la Restauración (Cánovas o Martínez Campos), bomba en el
Liceo de Barcelona o ataques contra procesión del Corpus. Fueron duramente reprimidas,

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muchas veces de manera indiscriminada por las fuerzas de orden públicos (Procesos de
Montjüic).

La proliferación de atentados intensificó la división del anarquismo entre los partidarios de


continuar con esta escalada de atentados y los que defendían una acción de masas de carácter
sindical mediante una revolución social. Esta nueva tendencia de carácter anarcosindialista,
comenzó a dar sus frutos a principios del siglo XX con la creación de Solidaridad Obrera y la CNT.

En lo que se refiere al socialismo, en 1871 llegó a Madrid Paul Lafargue, yerno de Karl Marx e
impulsó el grupo de internacionalistas madrileños favorables a las posiciones marxistas.
Integrado entre otros por Pablo Iglesias, este grupo desarrolló, a través del periódico La
Emancipación, una amplia campaña a favor de la necesidad de la conquista del poder político
por la clase obrera.

En 1879 un grupo de obreros madrileños entre los que se encontraba Pablo Iglesias fundaron el
Partido Socialista Obrero Español (PSOE). Era un partido de masas de corriente marxista
fundamentalmente de los trabajadores que abogaba por la revolución social. Presentaban un
programa de reformas que incluían el derecho a la asociación, reunión y manifestación, sufragio
universal, la abolición de la propiedad privada y la sociedad de clases, reducción de las horas de
trabajo, prohibición del trabajo infantil y otras medidas de carácter social. El partido creció
lentamente en toda España, pero fue en Madrid, Asturias, País Vasco y Málaga donde pronto
arraigaron. Tuvo un difícil desarrollo en lugares dominados por el anarcosindicalismo, como en
Cataluña, y tampoco penetró en el mundo agrario hasta muy avanzado el siglo XX. En 1889, se
afilió a la Segunda Internacional y contribuyó a introducir en España la Fiesta del Trabajo,
instituida el 1 de mayo a partir de 1890.

Pablo Iglesias

En 1888 se creó la UGT por parte de los socialistas que respondían al modelo de sindicatos de
masas que acogía todos los sectores de la producción y se organizaban en secciones de oficios
en cada localidad. Para aumentar su base social se declaró no vinculado a la política. Defendió
la negociación colectiva entre patrones y obreros para la mejora de los contratos laborales y el
derecho a huelga.

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