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Hemos trabajado hasta acá los temas I y II: El sujeto habitado por el lenguaje:
el lenguaje y el sujeto del inconsciente. Y se ha comenzado a presentar la
Semiosis Social partiendo de la Lingüística como ciencia piloto
Vimos:
Partimos del lenguaje, como “clave” del hombre y de lo social, como vía de acceso a las leyes
del funcionamiento de la sociedad, pero también, como vía de acceso a las leyes del
inconsciente, en tanto estamos habitados, producidos, atrapados, cincelados por el lenguaje
que nos habita.
Leyes que estudia la lingüística como A las leyes del inconsciente (el habla
sistema: combinación y selección practicada por el inconsciente)
(metáfora y metonimia) metáfora y metonimia
Ahora trataremos de hacer esto con Frida Khalo, mujer que se ha convertido en
un mito, a pesar de su vida resquebrajada por el dolor y lo traumático, tanto por
su enfermedad infantil (la polio) como por el accidente que tuvo en la
secundaria, donde no sólo perdió la virginidad, también le destrozó el cuerpo.
Tanto, que nunca más pudo caminar sin el sostén de corset hechos
especialmente para ella, con los que sostenía su cuerpo fragmentado. Sin
embargo, fue una de las mujeres más talentosas, inteligentes y hermosas de
la época. Y llegó a convertirse en el mito de “La Khalo”
Vamos ahora a nuestro tema: Ya han trabajado los registros Real, Simbólico e
Imaginario en Lacan.
Este, siguiendo a Freud, plantea que desde que Lenguaje e indefensión son la
sede de todos los motivos morales, introduce allí, que lo simbólico (lenguaje)
esculpe el cuerpo indefenso del infans (en indefensión). No uso la palabra
“esculpe” caprichosamente. El lenguaje, como el cincel de un escultor, hinca
sus dientes en la biología y la agujerea. Donde hubo biología, hay marca
simbólica y cuerpo gozante.
Pero el lenguaje que dibuja el cuerpo, parte de alguien que habla, desea y
goza. Alguien (en el lugar de padre o madre produce la falta en el sujeto al
intercambiar biología por significante.
Y ese alguien “prestará” su imagen para que el soma del niño se convierta en
cuerpo, a imagen y y semejanza de aquel quien desea, ama, odia y goza (o
rechaza) a la cría humana.
“Esta que ves, mirándote a los ojos, es un engaño (¿una metáfora?). Bajo los
labios que jamás sonríen se alinean dientes podridos, negros. La frente amplia,
coronada por las trenzas tejidas de colores, esconde la misma muerte que
corre por mi esqueleto desde que me dio la polio” (Elena Poniatowska: Diego,
no estoy sola)
Frida, la mujer rota. Su vida y su cuerpo (al que llamaba “mi judas”) estuvieron
atormentados por la polio, a los 6 años y por un feroz accidente que destruyó
su columna y varias partes de su cuerpo en la adolescencia. Llegó a
someterse hasta a 32 operaciones quirúrgicas en 30 años. En la última le
amputaron un pié. (“me cortaron una pata” y ella ya dice: “pies, para qué los
quiero, si tengo alas para volar”)
Nos preguntamos cómo alguien que sufrió tantos golpes en la vida, llegó a ser
Frida, La Kahlo. La mujer del siglo. La revolucionaria. La artista.
“Existo en la luz refleja de los demás. Esta que ves nunca quiso ser como los
demás. Desde niña procuré distinguirme (…) Primero mi papá, luego Alejandro
que en verdad nunca me quiso (…). Quería que me amara el cielo
intensamente azul de México, las sandías atrincheradas en los puestos del
mercado, los ojos ansiosos de los animales. Iba yo a lograr que el mundo
cayera de cabeza de tan enamorado de la Niña Frisita”
¿Cómo relacionar la Frida rota, puro sufrimiento, con ésta, la metáfora, la que
existe en la luz de los demás? El deseo del Otro, el deseo y el amor del Padre,
ese que vino de afuera con palabras, historias, pinceles, colores y espejos,
pintó su cuerpo, le ofreció un espejo de amor en donde mirarse, sostuvo el
deseo de Frida que pudo entonces, no sólo trasmitir un discurso con pinturas,
sino también seducir a Diego Rivera (su otro judas), a Trotsky, a hombres, a
mujeres y al mundo. No sólo con su obra, sino haciendo de su cuerpo roto una
metáfora.
Hablamos de Frida como metáfora, porque pudo ir más allá de su cuerpo roto y
del horror del sufrimiento diario. Pudo ir más allá del desamor materno. De las
traiciones de Diego Rivera, (su otro judas) de quien se enamora y con quien se
casa dos veces. Más allá de la polio y de la ruptura de su columna. Del
insoportable dolor cotidiano. De sus tres abortos. De las traiciones de Diego.
Con un pié en todo este horror, sufriéndolo día a día, pudo inventar su obra e
inventarse. Un pié en el goce. Un pié en el deseo (del padre y por el padre, de
la Nana, y por la Nana, de Diego y por Diego -más enamorado de sus pinturas
que de ella- y hasta de las sandías del mercado), Frida hace metáfora de su
cuerpo roto con la pintura.
Por un lado, decimos que Frida hace discurso con sus pinturas, con su
militancia, con su posición en el mundo. Inventa una metáfora. Se inventa.
Desde el agujero mismo del horror, de las fracturas de su cuerpo, del desamor
materno, de las traiciones de Diego, desde lo que carece, tiende un puente de
colores sostenido en el amor al y del padre y pinta, disfraza, inviste su cuerpo
destrozado y sufriente. No disimula el dolor. Lo muestra transformado. Es un
horror que torna soportablemente hermoso. Y ésta es la metáfora Frida. Desde
el agujero se inventa.
Pero también fue un mito, una marca en el siglo. Un síntoma de la época. Una
metáfora de la época.
Conquistó “gringolandia” donde expuso, invitada por André Breton, igual que en
París. Allí los modistos diseñaron un vestido al que le pusieron: Robe Madame
Rivera y fue tapa de Vogue. “Los pinches franceses dijeron que yo era
extravagantemente hermosa” (Diego, no estoy sola)
Hasta hoy, no sólo las pinturas de Frida, sino sus vestidos, con los que investía
la fragilidad de su cuerpo, sus ornamentos diseñados por ella misma con barro
indígena y materiales preciosos, su desenfado, su deseo insatisfecho y
decidido, son la marca de una feminidad que subsiste a mas de 60 años de su
muerte.