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Prefacio

El libro que está en tus manos fue compilado, editado e impreso por William Backhouse y James Janson,
dos miembros de la Sociedad de Amigos (Cuáqueros), en el año 1813. Se elaboró e imprimió una segunda
edición en 1815, que cambió tan sólo unas cuantas citas de las Escrituras, al pasarlas de la Versión
Vulgata a la Versión Inglesa Autorizada (KJV).

Este libro es único entre las publicaciones de la Sociedad de Amigos, en el sentido de que no proviene de
la mano de un Cuáquero, sino que es más bien una compilación de extractos escritos por tres escritores
llamados “místicos,” que vivieron y murieron en el seno de la Iglesia Católica Romana. Ahora, los
primeros Amigos eran una Sociedad decididamente Protestante, después de haber encontrado grandes
motivos (con muchos otros) para separarse de la iglesia de Roma, en muchos puntos específicos de
doctrina y práctica (como la infalibilidad Papal, las inquisiciones, las sangrientas cruzadas, la persecución
contra los disidentes, las oraciones a y por los muertos, la venta de indulgencias, la doctrina de la
transubstanciación, el purgatorio, junto con varias ceremonias supersticiosas y manifiestas formas de
corrupción). Sin embargo, en opinión de este editor, sería imprudente rechazar o descartar todos los
escritos de tantos buscadores piadosos y sinceros de la Verdad que vivieron, amaron a Cristo, escribieron,
sufrieron y murieron, en épocas y en lugares donde la iglesia permanecía completamente bajo el dominio
papal. Algunos de estos fieles y honestos buscadores de la Verdad fueron Francis Fenelon, arzobispo
de Cambray, Jeanne Guyón (ambos de Francia), y Miguel de Molinos (de España), los cuales a finales
de 1600 y principios de 1700, fueron perseguidos, castigados o desterrados por la iglesia de Roma, por
sostener creencias y publicar obras que enfatizaban la gran necesidad de experimentar la vida interna
de Cristo en el alma, así como la muerte interna del yo en Su cruz. Y aunque ciertamente, se puede
afirmar que hay diferencias en ciertos puntos de doctrina o práctica, tanto entre estos tres escritores,
como también entre sus escritos en general comparados con los de los primeros Cuáqueros, yo considero
que difícilmente se puede negar, con respecto a un gran número de doctrinas y realidades fundamentales
relacionadas con la naturaleza, experiencia y efecto del evangelio del Señor Jesucristo, que todos ellos
hablaron con una sola voz (y creo que con un solo Espíritu).

El lector cuidadoso encontrará que las perspectivas de Fenelon, Guyón y Molinos, representadas en este
tratado, concuerdan en dulce armonía con las doctrinas de los primeros Amigos en muchos (aunque
quizás no en todos) temas importantes, tales como: la Luz de Cristo que alumbra a todo hombre que viene
al mundo; la experiencia interna de la venida de Cristo y de Su reino en el corazón; la obra purificadora de
la gracia en el alma del creyente; la fe viva que es un don de Dios; la necesidad de volverse internamente
a la luz y gracia de Cristo, el verdadero Maestro del hombre; la importancia de velar, esperar y estar en
una continua comunión con Cristo en el corazón a través de la oración; el hecho de que todos los hombres
son llamados a esta comunión interna con Dios, y no sólo unos cuantos predestinados; la necesidad de
guardar el corazón en todo momento “porque de él mana la vida;”1 las maneras y las razones por las que

1
Dios utiliza las pruebas, los tiempos de sequedad y las tribulaciones para purificar y pulir a Sus vasijas;
la necesidad de negar al yo en todo momento; la necesidad de experimentar una verdadera crucifixión
de la vida del yo por medio de la obediencia al poder del Espíritu, y de la rendición al Señor en todas las
pruebas y dificultades; y la posibilidad de perfección, o de una experiencia de unión a Dios de este lado
de la tumba, etc.

La siguiente cita de Gerhard Tersteegen (que no era ni Católico ni Cuáquero), me parece digna de ser
insertada aquí para respaldar la publicación de este tratado por la Sociedad de Amigos.

Entre esas almas escogidas y devotas a Dios, hay que incluir también a los que por lo general se reconocen
como “Místicos,” (esto es, secreto u oculto,) cuyos escritos, al igual que las Sagradas Escrituras, contienen una
definición real del verdadero Cristianismo interno y de la genuina divinidad. Es cierto que la mayor parte de
ellos vivieron y fueron conocidos por sus escritos en la iglesia Romana; sin embargo, al dar testimonio de la
verdad, debo decir, que los sinceros entre ellos fueron más evangélicos y reformados que la mayoría de los
Protestantes. Quiero decir, que eran verdaderos Cristianos en lo interno, que no se mantenían aferrados a lo
externo, sino que servían y adoraban a Dios en espíritu y en verdad, al desprender sus afectos y confianza de
todas las cosas creadas, de sí mismos y de todas sus propias obras, mediante la verdadera fe y unirse a Dios en
Cristo. Y aunque no apruebo ni defiendo todos los pormenores, ni los eventos externos que aparecen en tales
escritos, aun así es cierto, que en una sola página de los escritos de los verdaderos místicos se puede encontrar
más unción divina, más luz, consejo, consuelo y paz para un alma que está buscando a Dios, de lo que a
menudo se encuentra en los muchos volúmenes débiles y aguados de las escuelas de teología, como coinciden
en testificar muchos teólogos iluminados entre los protestantes.

¿Pero cuál es la razón por la que tales obras de gran valor son a menudo tan poco estimadas y usadas? ¿No es
porque la curiosidad inquisitiva no encuentra alimento en ellas? ¿No es porque la naturaleza del viejo hombre y
la vida del yo son atacadas con demasiada severidad? ¿Y acaso no es porque no son atractivos para la razón y la
especulación del hombre (como los otros libros que se acomodan al paladar del viejo Adán), sino que insisten
en la negación y muerte del yo?

—JASON HENDERSON
Diciembre 2022

1 Proverbios 4:23

2
Introducción

Nuestro bendito Redentor dijo, que “los que adoran al Padre, es necesario que lo adoren en espíritu y en
verdad.”1 Ahora, el propósito de esta obra es explicar, de una forma sencilla y clara, cómo se puede llevar
a cabo de manera aceptable esta única y verdadera adoración, y cómo se puede alcanzar adecuadamente
la oración interna y espiritual. Pocos autores han escrito con tanta claridad sobre este tema, como
aquellos de cuyas obras se ha compilado este pequeño volumen; y por eso los hemos escogido. A la vez, se
ha considerado necesario simplificar y hacer más comprensibles algunos de sus términos, para que sean
más entendidos de manera general.

Si bien, algunos recibirán este pequeño tratado como un mensajero de buenas nuevas, sin duda habrá
otros que no se sentirán tan dispuestos a confiar en la sencilla forma de acercarse a su Creador
que se presenta aquí. Sin embargo, no juzguen según las apariencias, sino que dejando de lado todo
razonamiento al respecto, prueben con humildad y sencillez, y sientan por sí mismos, si lo que se afirma
aquí no resulta ser algo más que un sueño vacío de la imaginación, o una fábula artificiosa. Y si hacen
esto con un corazón sincero, tendrán que reconocer (para su gran consuelo) que éstas son Verdades
sustanciales, eficaces e indiscutibles; y que este es, ciertamente, el verdadero camino para ser purificados
de las impurezas, para ser instruidos en los misterios celestiales, para saborear el vino del reino, y para
participar de ese pan que alimenta para vida eterna.

—WILLIAM BACKHOUSE & JAMES JANSON


1815

Capítulo I

El Espíritu de Dios Mora en el Corazón del Hombre

La Escritura afirma que el Espíritu de Dios mora dentro de nosotros, que la “manifestación del Espíritu
nos es dada para provecho,”1 y que ésta es “la Luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene
a este mundo.”2 “Esta es la gracia de Dios que se ha manifestado para salvación a todos los hombres;
enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria,
justa y piadosamente.” Pero tomamos muy poco en cuenta a este Maestro interno, que es como el alma

1 Juan 4:24
1 1 Corintios 12:7
2 Juan 1:9

3
de nuestra alma; lo único por lo que somos capaces de formar buenos pensamientos y deseos.

Dios nunca cesa de reprendernos por el mal y de influenciarnos hacia lo que es bueno; pero el ruido del
mundo externo y de nuestras propias pasiones internas, nos ensordecen y nos impiden escucharlo.

Por eso debemos retirarnos de todos los objetos externos, y silenciar todos los deseos e imaginaciones
errantes de la mente, para que en ese profundo silencio de toda nuestra alma, podamos prestarle
atención a la voz inefable del Divino Maestro. Debemos escuchar con oído atento, porque Su voz es un
silbo apacible y delicado. En realidad, no es una voz pronunciada con palabras, como cuando un hombre
habla con su amigo, sino una percepción interna infundida por las operaciones e influencias secretas
del Espíritu Divino, que nos atrae y nos capacita para la obediencia, la paciencia, la mansedumbre, la
humildad y para todas las demás virtudes Cristianas, en un lenguaje perfectamente comprensible para el
alma atenta. ¡Pero cuán pocas veces guarda suficiente silencio el alma para que Dios le hable! Las mur-
muraciones de nuestros deseos vanos y el amor al yo, estorban todas las enseñanzas del Espíritu Divino.
¿Nos debe sorprender entonces que tantas personas—devotas en apariencia, pero demasiado llenas de
su propia sabiduría y confianza en sus propias virtudes—no puedan escucharlas; y que consideren esta
Palabra interna como un engaño de fanáticos? Ay, ¿qué pretenden con sus vanos razonamientos? La
palabra externa, incluso la del Evangelio, no será más que un sonido vacío, para el hombre que no posee
esta Palabra viva y fructífera en el interior, para interpretarla y abrirla al entendimiento.

Jesucristo dice: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a
él, y cenaré con él, y él conmigo.”3 Sus llamados son las advertencias e instrucciones de Su Espíritu, que
nos tocan y que operan dentro de nosotros. Y prestar atención a esas advertencias y seguirlas, es lo que
significa abrirse a Él.

Dios también les habla a los pecadores no arrepentidos; pero éstos, absortos en la afanosa búsqueda de
sus placeres mundanos, y en la gratificación de sus pasiones malvadas, no pueden escucharlo. Su Palabra
dentro de ellos es menospreciada como una fábula. ¡Pero ay de los que reciben su consolación en esta
vida! Llegará el momento cuando sus vanos deleites serán avergonzados.

Él habla en los pecadores que están en el camino de la conversión. Éstos sienten arrepentimiento en sus
consciencias, y este arrepentimiento es la voz de Dios que los reprueba internamente por sus pecados.
Cuando son verdaderamente conmovidos, no les parece difícil comprender esa voz secreta, pues ella los
penetra hasta el corazón. Pablo habla de esa espada de dos filos dentro de ellos, que corta hasta partir el
alma de sí misma: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos;
y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y
las intenciones del corazón.”4

3 Apocalipsis 3:20
4 Hebreos 4:12

4
Él habla en personas que son iluminadas e instruidas, cuya vida externa parece estar adornada con
muchas virtudes; pero estas personas por lo general—al estar tan llenas de sí mismas y de su propio
conocimiento—se prestan demasiada atención como para ser capaces de escuchar a Dios. Dios, que sólo
desea comunicarse a Sí mismo, no encuentra lugar (por así decirlo) para darse a conocer en almas tan
llenas de sí mismas, y tan sobrealimentadas con su propia sabiduría y con sus propias virtudes. Él esconde
Sus secretos de los sabios y de los entendidos, y los revela a los humildes y a los sencillos. Nuestro bendito
Redentor dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios
y de los entendidos, y las revelaste a los niños.”5 Él se complace en morar con los humildes y con los que
son como niños, y a éstos les revela Sus secretos inefables. Ciertamente, éstos son los que se encuentran
especialmente más calificados para recibir, en mayor medida, el don de fe; porque estando dispuestos a
que el orgullo de la razón humana sea puesto en el polvo, no obstruyen la entrada de este don con vanos
argumentos; sino que creen con sencillez y confianza.

Capítulo II

Acerca de la Fe

Existen dos tipos o grados de fe. La primera es aquella por la que la mente da su consentimiento a la
verdad de algo basado en el testimonio de otro. La segunda proviene de una naturaleza más sublime,
es de origen Divino, y es un don del Espíritu Santo. Por medio de la primera, creemos en la existencia
de Dios y en las verdades que Él nos ha revelado en las Sagradas Escrituras. Esto es algo esencial en el
comienzo de un camino espiritual; porque “es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay; y que
es galardonador de los que le buscan diligentemente.”1 Y si depositamos toda nuestra confianza en Él, y
nos esforzamos en obedecerlo en todas las cosas, nos encontraremos en un estado de preparación para
recibir esa fe viva y verdadera que es “don de Dios.”2

Sólo a través de esta fe viva somos capaces de vencer a todos nuestros enemigos espirituales, y de
entender claramente esos misterios que son incomprensibles para la razón humana. Pues la razón, nacida
del hombre, es débil e incierta y se equivoca fácilmente; pero la verdadera fe, nacida de Dios, no se
puede equivocar. Por lo tanto, la razón siempre debe seguir y someterse a esa fe viva, y no adelantársele
o buscar controlarla.

5 Mateo 11:25
1 Hebreos 11:6 RV1602
2 Efesios 2:8; Hebreos 12:2

5
Es pues, por la fe, que siendo “justificados, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo.”3 Y cuando este don precioso nos ha sido concedido, produce en nosotros esperanza,4 amor,5
confianza,6 gozo7, y purifica8 el corazón. Entonces seremos capaces de sentir total dependencia en la
bondad, poder, justicia y misericordia de Dios, y total confianza en Sus promesas; así como experimentar
y comprender más completamente las operaciones de Su Espíritu en la mente.

La fe es un requisito para llevar a cabo adecuadamente todos nuestros deberes para con Dios. De hecho,
sin ella es imposible agradarlo;9 sin ella no nos sentiríamos persuadidos a buscarle, o a creer en la
influencia de Su Espíritu Santo sobre nuestras almas. La fe es lo que nos sustenta en nuestro camino a
la paz, y nos capacita para perseverar a través de las dificultades y de los asedios que podamos encontrar
en nuestro camino. Es por este santo don que podemos sufrir los dolores de la sequedad y la falta de
consuelo sin desmayar; siendo así fortalecidos y “sostenidos como viendo al Invisible.”10 Y sólo por
medio de la fe, podemos alcanzar la práctica de la oración verdadera, interna y espiritual.

Capítulo III

Acerca de la Oración

La oración es la comunión del alma con Dios.1 No es una obra de la cabeza, sino del corazón, y una que
debe ser continua. Es el medio por el que la vida y el alimento son transmitidos al alma, y el canal por el
que fluyen y se comunican los dones y la gracia del Espíritu Santo. Todo anhelo secreto del alma dirigido
a Dios es oración. Y por ende, todas las personas son capaces de orar y son llamadas a hacerlo, tal como
todos son llamados a la salvación y son capaces de ella.

3 Romanos 5:1
4 Romanos 5:2
5 1 Pedro 1:8
6 Efesios 3:12
7 Romanos 5:2
8 Hechos 15:9
9 Hebreos 11:6
10 Hebreos 11:27
1 Dios es Espíritu; y el alma también. Los cuerpos pueden experimentar interacción y comunión; las almas también.
Cuando las almas han sido transformadas a un estado de pureza, entonces tienen comunión con su Hacedor. Esta era
la felicidad del Paraíso. El pecado la interrumpió, por lo que la santidad debe restaurarla. Cuando el alma está así de
angustiada, el Creador se comunica a Sí mismo de una manera tan imperceptible para el ojo natural, como lo es la caída
del rocío; pero no es menos refrescante en sus poderes secretos para el hombre interior, de lo que el rocío es para la
vegetación. —Ensayo Anónimo sobre la Devoción.

6
Pablo nos ha exhortado a “orar sin cesar;”2 y nuestro Señor nos dice: “A vosotros digo, velad y orad.”3
Vengan, entonces, al agua de la vida, todos los que tienen sed, y no desperdicien su precioso tiempo
“cavando cisternas rotas que no retienen agua.”4 Vengan, ustedes almas hambrientas, que no encuentran
con qué alimentarse; vengan y serán saciadas. Vengan, ustedes pobres afligidos, que gimen bajo su carga
de miseria y dolor, y serán aliviados y consolados. Vengan a su Médico, ustedes los enfermos, y no teman
acercarse a Él porque están llenos de enfermedades; expónganlas ante Sus ojos y serán sanadas.

Hijos, acérquense a su Padre, Él los recibirá con los brazos de Amor. Vengan, ustedes pobres ovejas
descarriadas y errantes, regresen a su Pastor. Vengan, ustedes, los que han estado buscando felicidad
en los placeres y afanes mundanos, pero que no han logrado encontrar en ellos la satisfacción que
esperaban. Vengan y aprendan a ser verdaderamente felices aquí, y eternamente felices en el porvenir.
Vengan pecadores a su Salvador. Vengan, ustedes los torpes, ignorantes y analfabetos; los que piensan
que son los más incapaces de orar. En efecto, ustedes son los más particularmente llamados y los más
aptos para ello. Que todos, sin excepción, vengan, porque Jesucristo nos ha llamado a todos.

Sin embargo, deben aprender un tipo de oración que pueda ser llevada a cabo en todo momento, que
no interfiera con las actividades externas, y que pueda ser practicada por igual, por todos los rangos y
condiciones de los hombres; por los pobres, como también por los ricos; por los analfabetos, como por los
eruditos. Por lo tanto, ésta no puede ser una oración de la cabeza, sino del corazón. Es un tipo de oración
que no se puede interrumpir, excepto por los afectos desordenados y descontrolados. Y aunque ustedes
se consideren tan sordos e incapaces de logros sublimes, aun así, a través de la oración se obtienen
fácilmente la posesión y el goce de Dios. Porque Él está más deseoso de darse a Sí mismo a nosotros, de
lo que nosotros podemos estar de recibirlo.

La oración es la guía a la perfección y a todo bien soberano. Nos libra de todo pecado y nos concede todas
las virtudes; porque el único gran medio para ser perfectos, es caminar continuamente en la presencia
de Dios. Él mismo ha dicho: “Anda delante de mí y sé perfecto.”5 Sólo por la oración somos llevados y
mantenidos en Su presencia; y una vez que lo hayamos conocido plenamente a Él, y experimentado la
dulzura de Su amor, nos resultará imposible saborear algo tanto como a Él mismo.

2 1 Tesalonicenses 5:17
3 Marcos 13:33, 37 y 14:38
4 Jeremías 2:13
5 Génesis 17:1

7
Capítulo IV

Todos Son Capaces de Alcanzar la Oración Interna y Espiritual

Si todos estuvieran dispuestos a seguir el camino espiritual, entonces, mientras los pastores están al
cuidado de su rebaño, podrían experimentar el Espíritu de los Cristianos primitivos; y mientras los
agricultores están en el arado, podrían mantener una bendita unión y comunión con Dios; y mientras los
comerciantes desgastan su hombre exterior con trabajo, podrían ser renovados con fuerza en el interior.
Todo tipo de perversidad desaparecería pronto, y toda la humanidad se convertiría en verdaderos
seguidores del Buen Pastor.

¡Oh, una vez que el Señor ha conquistado el corazón, con qué facilidad se corrige todo mal moral! Es
por esta razón que Dios requiere el corazón, por encima de todas las cosas. Sólo la conquista del corazón
puede extirpar todos los espantosos males, que tanto predominan entre los hombres. Jesucristo se con-
vertiría en el Soberano universal y pacífico, y los corazones de toda la humanidad serían completamente
renovados.

La decadencia de la piedad interna es sin duda alguna, la fuente de los diversos errores que han surgido
en el mundo; todos los cuales serían rápidamente despojados de su fuerza y derribados, si se estableciera
la verdadera religión interna. Si en vez de involucrar a nuestros hermanos descarriados en vanas
disputas, simplemente les enseñáramos a creer y a orar diligentemente, los guiaríamos dulcemente hacia
Dios. ¡Oh, cuán inexpresablemente grande es la pérdida que experimenta la humanidad al descuidar la
vida interna!

Algunos se justifican diciendo que éste es un camino peligroso, o alegan que las personas sencillas son in-
capaces de comprender los asuntos espirituales. Pero las Escrituras de Verdad afirman todo lo contrario.
Isaías dice: “El que anduviere en este camino, por torpe que sea, no se extraviará.”1 ¿Y dónde puede estar
el peligro de caminar en el único y verdadero camino—que es Jesucristo2—rindiéndonos a Él, fijando
nuestra mirada continuamente en Él, poniendo toda nuestra confianza en Su gracia, y volviéndonos a Su
amor puro con todas las fuerzas de nuestra alma?

Las personas sencillas, lejos de ser incapaces de esta perfección, por su docilidad para ser enseñadas, su
inocencia y su humildad, son especialmente aptas y están calificadas para alcanzarla. Y debido a que no
están acostumbradas al razonamiento, son menos propensas a especular, y menos tenaces en sus propias
opiniones. Por su ignorancia, a menudo se someten con mayor libertad a las enseñanzas del Espíritu
Divino; mientras otros, que están cegados por la autosuficiencia y esclavizados por el prejuicio, resisten

1 Isaías 35:8
2 Juan 14:6

8
con fuerza las operaciones de la gracia.

En las Escrituras se nos dice que “a los simples, Dios los hace entender;”3 y también nos aseguran que
Dios cuida de ellos: “Jehová guarda a los sencillos.”4 Cristo les dijo a Sus Apóstoles: “Dejad a los niños
venir a mí, porque de los tales es el reino de los cielos.”5 Si los sencillos son incapaces de razonar,
entonces enséñenles la oración del corazón, no la de la cabeza; la oración del Espíritu de Dios, no la
oración de la invención del hombre.

Desgraciadamente, es al esperar que ellos oren en formas elaboradas y ser meticulosamente críticos al
respecto, que ustedes crean sus principales obstáculos. Muchos hijos se han desviado de los mejores
padres, por empeñarse en enseñarles un lenguaje muy refinado y pulido.

Las expresiones sencillas y francas del amor filial son infinitamente más significativas que el lenguaje más
estudiado. El Espíritu de Dios no necesita de nuestros procedimientos y métodos complicados. Cuando a
Él le place, convierte fácilmente a los pastores en profetas. Y Él se encuentra tan lejos de excluir a nadie
del templo de la oración, que abre de par en par las puertas para que todos puedan entrar; en tanto que
la sabiduría clama: “El que sea simple que entre aquí. Al falto de entendimiento le dice: Ven, come de mi
pan, y bebe del vino que he mezclado.”6

Enseñar a los hombres a buscar a Dios en sus propios corazones, a pensar en Él, a volverse a Él cada
vez que descubren que se han alejado de Él, y a hacer y padecer todas las cosas con un ojo sencillo
para agradarlo, es el camino más fácil y natural. Es guiar el alma a la fuente misma de gracia, donde se
encuentra todo lo necesario para la santificación.

¡Ojalá todos se sometieran inmediatamente a este camino, que es Jesucristo, para que Su Reino sea
establecido en sus corazones! Porque ya que el único que puede oponerse a la soberanía de Cristo es el
corazón, es por medio de la sujeción del corazón que Su soberanía es ensalzada. Y ya que nadie puede
alcanzar este bendito estado, salvo aquellos a quienes Dios conduce y coloca en él, no pretendamos llevar
a nadie a Él, sino solamente apuntar el camino más directo y seguro que conduce a Él. Y les rogamos que
no se vean frenados en su progreso interno por ninguna práctica religiosa externa, ni descansen en la
sombra en lugar de la sustancia. Si el agua de la vida eterna se mostrase a algunas almas sedientas, ¡cuán
inexpresablemente cruel sería confinarlas a una serie de formas externas, e impedir así que se acerquen
a ella, de modo que el anhelo de estas almas nunca se vería satisfecho, sino que perecerían de sed!

¡Oh, ustedes hombres ciegos e insensatos, que se enorgullecen del conocimiento, la sabiduría, el ingenio

3 Salmo119:130
4 Salmo 116:6
5 Mateo 19:14
6 Proverbios 9:4-5 NBLA

9
y el poder! ¡Cuán bien confirman lo que Dios ha dicho, que Sus secretos están escondidos de los sabios y
de los entendidos, y que les son revelados a los niños.7

Capítulo V

El Método para Alcanzar la Verdadera Oración

El tipo de oración al que hemos aludido es la del silencio interno, donde el alma—retirada de todas las
cosas externas, en santa quietud, humilde reverencia y fe viva—espera pacientemente sentir la Presencia
Divina, y recibir las preciosas influencias del Espíritu Santo. Y cuando te retires con este propósito, que
debe ser tu práctica diaria, debes considerarte puesto en la presencia de Dios, mirándolo a Él con un ojo
sencillo, rindiéndote completamente en Sus manos, para recibir de Él todo lo que a Él le plazca dispen-
sarte; y al mismo tiempo, esforzándote calmadamente en fijar tu mente en paz y silencio, renunciando
a todos tus razonamientos propios, y no tratando intencionalmente de pensar en nada específico, por
bueno o provechoso que pueda parecer. Y si alguna vana imaginación se presenta a tu mente, debes
gentilmente darle la espalda, y así esperar fiel y pacientemente para sentir la Presencia Divina.

Si al encontrarte internamente reunido, algo de quietud interna o algún grado de la influencia ablan-
dadora del Espíritu Divino te es misericordiosamente concedido, debes valorar esas manifestaciones de
la presencia de Dios en tu alma, y estar cuidadosa y reverentemente atento a ellas; siendo cauteloso,
empero, y no esforzándote por incrementarlas por tus propios esfuerzos. Porque al hacerlo, alejarás tu
mente de ese estado de santa quietud y humilde vigilancia, que debes procurar conservar tanto como
te sea posible. Y si tratas de avivar la llama, corres el peligro de extinguirla y de privar tu alma de ese
alimento que estaba destinado para ella.

Un sentido vivo de la Presencia de Dios nos librará rápidamente de las incontables divagaciones
mentales, nos alejará de los objetos externos y nos acercará a nuestro Dios, quien solamente puede ser
hallado en lo más íntimo de nuestro ser, que es en el Templo donde Él mora.1 Entonces, cuando estemos
completamente vueltos hacia lo interno e impregnados del sentido abrasador de Su presencia, debemos
permitir que el bendito alimento que hemos saboreado se hunda en lo profundo del alma, en quietud y
calma, con reverencia, confianza y amor.

La oración del silencio interno es el camino más fácil y más provechoso, porque con sólo dirigir nuestra

7 Mateo 11:25
1 1 Corintios 3:16

10
atención a Dios, el alma se vuelve un humilde suplicante ante Su Señor; o como un niño que se lanza
al pecho seguro de su madre. Dicha oración es también la más segura, porque el alma es alejada de las
operaciones de la imaginación, la cual, al estar siempre expuesta a los engaños del enemigo, a menudo se
deja seducir por el desenfreno y es fácilmente desconcertada y engañada, de modo que se ve así privada
de su paz.

Debido a que la mente se ha acostumbrado a estar lejos de su hogar, vagando de aquí para allá, de
un tema a otro, le será muy difícil contenerse al inicio, y librarse de esas divagaciones que entorpecen
la oración. De hecho, dichas divagaciones de la imaginación ponen a prueba a los principiantes, y son
permitidas con el fin de probar su fe, ejercitar su paciencia, y mostrarles lo poco que pueden hacer por
sí solos; enseñándoles así, a depender solamente de Dios como la única fuerza para vencer todas sus
dificultades: “Porque nadie será fuerte por su propia fuerza.”2 Pero si éstos depositan toda su esperanza
en Él y perseveran fielmente, cada obstáculo será gradualmente removido, y encontrarán que pueden
acercarse a Él con facilidad. El silencio interno no sólo se obtendrá con menos dificultad, sino que a veces
se sentirá fácil, dulce y placentero. Entonces sabrán que éste es el verdadero camino para encontrar a
Dios; y sentirán que “Su nombre es como ungüento derramado.”3

Y aunque debemos ser muy vigilantes y diligentes en todo tiempo, recogiendo todos nuestros pensa-
mientos errantes y dominándolos tanto como nos sea posible a una adecuada sujeción, aun así, una
lucha directa contra ellos sólo servirá para incrementarlos y empeorarlos. Sin embargo, recordando que
estamos en la presencia de Dios, y esforzándonos por hundirnos bajo un sentido y una percepción de esa
verdad, volviéndonos sencillamente hacia el interior, emprenderemos una guerra muy ventajosa, aunque
indirecta, contra ellos.

Ahora, los que no han aprendido a leer, no están por dicho motivo excluidos de la oración, porque el gran
Maestro que enseña todas las cosas es Jesucristo mismo.4 Éstos deben aprender esta regla fundamental:
que “el Reino de Dios dentro de ellos está;”5 y que solamente allí debe ser buscado.

Nuestro bendito Redentor dice: “El reino de Dios está dentro de ustedes.” Por tanto, abandonen las
riquezas y los placeres de este mundo malvado, y vuélvanse al Señor con todo su corazón, y su alma
encontrará descanso.6 Si retiras tu atención de las cosas externas, y la mantienes fija en el Maestro
interno, esforzándote por obedecerle en todo lo que Él requiera de ti, pronto percibirás la venida del reino
de Dios.7 Porque el reino de Dios es esa “paz y gozo en el Espíritu Santo,”8 que no puede ser recibido por

2 1 Samuel 2:9
3 Cantares 1:3
4 Juan 14:26
5 Lucas 17:21 RV1602
6 Mateo 11:28-29
7 Mateo 6:10

11
hombres sensuales y mundanos.

Es por falta del retiro interno y de la oración, que nuestras vidas son tan imperfectas, y que no estamos
siendo impregnados ni calentados con la Luz Divina de la Verdad; Cristo, la Luz del mundo.9 Por eso
debemos practicarlos diariamente; y no existe nadie tan ocupado como para que no pueda encontrar
algún momento para retirarse internamente con Dios. Cuanto menos practiquemos la oración silenciosa,
menos deseos tendremos de ella; porque al ocupar nuestra mente en las cosas externas, no tardaremos en
adoptar el hábito de hacerlo, a tal punto que se vuelve muy difícil volverla de nuevo hacia el interior.

“El Señor está en Su santo templo; que calle delante de Él toda la tierra.”10 Callar todos nuestros
pensamientos y deseos carnales es absolutamente indispensable, si deseamos oír la voz secreta del Divino
Instructor. El oír es un sentido creado para recibir sonidos, y es más pasivo que activo. Recibe, pero no
comunica una sensación. Y si deseamos oír al Señor, debemos inclinar nuestro oído a Cristo, la Palabra
eterna,11 sin cuya comunicación Divina, el alma está muerta, oscura y estéril. Y cuando Él habla dentro
de nosotros, requiere la más silenciosa atención a Su voz vivificante y eficaz.

Por lo tanto, no debemos pensar en nosotros mismos, ni en nuestro interés propio, sino que debemos
oír y estar atentos a la voz de nuestro Dios. El silencio externo es un requisito necesario para el cultivo
y mejoramiento del silencio interno; y de hecho, es imposible estar verdaderamente vuelto al interior sin
amar y practicar el silencio externo y el retiro. Y es incuestionablemente cierto, que estar internamente
reunidos con Dios, es muy incompatible con estar continuamente ocupados e inmersos en las numerosas
tonterías que nos rodean.

Cuando por el descuido o la infidelidad nos distraemos o nos relajamos, o (por así decirlo) perdemos
el enfoque, es de suma importancia que nos volvamos nuevamente hacia el interior de manera gentil y
apacible;12 y de esa forma aprenderemos a conservar el espíritu y la unción de la oración a lo largo del
día. Pues si la oración del silencio interno estuviera confinada a media hora, o a una hora, cosecharíamos
muy poco fruto.

Y es de suma importancia para el alma, acudir a la oración con confianza y con un amor tan puro
y desinteresado, que no busca nada de Dios excepto la habilidad para complacerlo y para hacer Su
voluntad; pues un siervo cuya diligencia es solamente proporcional a su expectativa de recompensa,
se vuelve indigno de toda recompensa. Acudan entonces a la oración, no para gozar de los placeres

8 Romanos 14:17
9 Juan 1:9
10 Habacuc 2:20
11 Apocalipsis 19:13 RV1602
12 Esto no se trata de volvernos hacia nosotros mismos, ni hacia nada que el hombre posea o tenga por naturaleza. Más
bien, es un volverse hacia la obra, enseñanza, corrección, resplandor, crucifixión, vivificación que es obra del Espíritu
de Dios, quien aparece (como siempre lo ha hecho) en Su templo.

12
espirituales, sino para que sean llenados o vaciados, según lo considere mejor Dios. Esto los preservará en
firmeza espiritual, cuando sientan desesperación o consolación, y evitará que los sorprenda la sequedad,
o cuando perciban los retiros de Dios.

La oración constante es mantener el corazón siempre orientado hacia Dios. Esfuércense, entonces,
cuando acaben de orar, a no permitir que sus mentes se enreden demasiado con las cosas externas,
procurando estar totalmente rendidos a la Voluntad Divina, para que Dios haga con ustedes y con los
suyos según Su beneplácito Divino, apoyándose en Él como un Padre amable y amoroso. Y aunque estén
envueltos en asuntos externos, y por ello sus mentes se vean impedidas a estar realmente fijas en Él, aún
entonces, llevarán siempre con ustedes un fuego que nunca se apagará; sino que (al contrario) alimentará
una secreta oración interna que será como una lámpara que está continuamente encendida delante del
trono de Dios.

Un hijo que ama a su padre no siempre piensa específicamente en él; muchos objetos alejan su mente de
ello, pero éstos nunca interfieren con el amor filial. Y cuando su padre regresa a sus pensamientos, él lo
ama y siente en lo más profundo de su corazón que nunca ha dejado de amarlo por un instante, aunque
en ocasiones ha dejado de pensar en él. De esta manera debemos amar a nuestro Padre celestial.

Solamente a través de la verdadera religión podemos llamar a Dios nuestro Padre, y convertirnos
verdaderamente en Sus hijos. Pero la verdadera religión es algo que nace del cielo, es una emanación
de la verdad y de la bondad de Dios sobre los espíritus de los hombres, en donde somos formados a la
imagen y semejanza de Él mismo, y hechos “participantes de la Naturaleza Divina.”13

El verdadero Cristiano es en todos los sentidos, de la más noble estirpe, de linaje celestial y divino, nacido
(como lo expresa Juan): “De arriba.”14 Y en otro lugar dice: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para
que seamos llamados hijos de Dios.”15

Si tales consideraciones no son suficientes para convencernos de la insensatez de nuestro apego a las
cosas que perecen, y motivarnos a anhelar privilegios más grandes y gloriosos, ciertamente debemos
habernos hundido en un estado de profunda y deplorable insensibilidad. Y como lo ha declarado nuestro
Señor, que “aunque alguno se levante de entre los muertos,”16 aún sería imposible ser levantados.

13 2 Pedro 1:4
14 Juan 3:3 Véase el texto al margen.
15 1 Juan 3:1
16 Lucas 16:31

13
Capítulo VI

Sobre la Sequedad Espiritual

Tan pronto como te hayas entregado a servir al Señor en este camino interno, Él comenzará a purificarte y
a probar tu fe para acercarte aún más a Sí mismo. Y para este fin, Él te guiará a través de caminos secos y
desiertos; de modo que a menudo, cuando te esfuerces por fijar tu mente en silencio para palpar en busca
de tu Dios, no experimentarás el consuelo y el refrigerio que esperabas. Por el contrario, estarás más
asediado de lo usual por una multitud de imaginaciones molestas e incesantes, tanto que comenzarás a
pensar que te esfuerzas en vano, y que la oración del silencio interno es un logro al que no puedes aspirar,
viendo que tu imaginación es inmanejable, y que tu mente está muy vacía de lo bueno. Pero este estado
de sequedad es muy provechoso si se soporta con paciencia.1

El Señor utiliza este velo de sequedad para varios fines, uno de los cuales puede ser para que no sepamos
lo que Él está haciendo en nosotros, y así nos mantengamos humildes. Porque si sintiéramos y supiéra-
mos con seguridad lo que Él ha estado trabajando en nuestras almas, sin duda alguna nos llenaríamos de
satisfacción y arrogancia. Imaginaríamos que estamos haciendo algo bueno, y nos consideraríamos muy
cerca de Dios, y ésta complacencia del yo impediría un verdadero avance espiritual.

Por lo tanto, si en esta oración de quietud interna te sientes en un estado seco y desconsolador, al
no tener la habilidad de deshacerte de tus pensamientos molestos, ni de experimentar ninguna luz,
consuelo o sentido espiritual; aun así, no te aflijas, ni desistas de tu propósito. Por el contrario, ríndete
en ese momento con determinación y persevera pacientemente como en Su presencia; porque mientras
perseveras de esa manera, tu alma prosperará internamente.

¿Crees que cuando sales de la oración en las mismas condiciones en las que empezaste, sin sentirte
beneficiado de ella, has estado trabajando en vano? Eso es una falacia, porque la verdadera oración
consiste, no necesariamente en el disfrute de la luz y conocimiento espiritual, sino en soportar con
paciencia, perseverar en la fe y en el silencio, creer que te encuentras en la presencia del Señor, y volver
tu corazón constantemente a Él con tranquilidad y sencillez de mente.

Debemos estar conscientes de que la naturaleza caída siempre es enemiga del Espíritu; y que cuando
es desposeída de los placeres perceptibles, permanece débil, melancólica y llena de irritabilidad. De ahí,

1 Nota de Jeanne Guyón: Si deseas ser realmente beneficiado por las Sagradas Escrituras y por otros libros espirituales,
debes examinarlos con profunda atención e introversión de mente, procurando, lo que sea que hayas escogido, leer
solamente una pequeña porción de ello; esforzándote por saborearla y digerirla, extrayendo la esencia y la sustancia de
ella; y a no avanzar mientras permanezca alguna fragancia o sabor en el pasaje. Cuando se disipe, toma de nuevo tu
libro y procede como lo estabas haciendo, sin leer más de media página seguida; pues no es la cantidad que se lee, sino
la manera en que se lee lo que nos resulta de provecho. Los que leen rápido no sacan más provecho del que sacarían
las abejas si sólo rozan la superficie de una flor, en lugar de esperar a introducirse en ella y así extraer su dulce. Si
siguiéramos este método, estaríamos más dispuestos para el retiro y la oración.

14
que por la inquietud de tus pensamientos, la pereza de tu cuerpo, los deseos persistentes de dormir y la
inhabilidad de controlar tus sentidos (cada uno de los cuales desea seguir su propio placer), te sentirás
a menudo impaciente por terminar tu oración. ¡Dichoso eres si puedes perseverar en medio de esta
dolorosa prueba! Recuerda que “los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como
las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán.”2

La oración del silencio interno se ejemplifica bien con aquella lucha que se describe en las Sagradas
Escrituras, cuando el patriarca Jacob luchó toda la noche con Dios hasta que rayó el alba y Él lo bendijo.
Por lo tanto, el alma tiene que perseverar, para luchar contra las dificultades que se encontrará en la
oración interna sin desistir, hasta que el Sol de la Luz interna comience a aparecer, y el Señor otorgue Su
bendición.

Si te acercas a la oración con el espíritu y la intención de orar, mientras no te apartes de esa intención
(aunque tus pensamientos divaguen por el predominio del mal y de la debilidad), aun así estarás orando
en espíritu y en verdad. Dios te ayudará a vencer todas tus dificultades en Su propio tiempo; y cuando
menos lo esperes, Él te dará aspiraciones santas y deseos más fuertes de servirle. No desconfíes pues de
Él, sino solamente de ti mismo; y recuerda, como dice el apóstol, que Él es el “Padre de misericordias y
Dios de toda consolación.”3 Sus consuelos son retirados en ocasiones, pero Su misericordia permanece
para siempre. Él sólo te priva de lo que es dulce y sensible de Su gracia porque tienes necesidad de ser
humillado.

Entonces esfuérzate, y aunque te parezca que trabajas sin obtener gran provecho, debes recordar, sin
embargo, que debemos arar y sembrar antes de que podamos cosechar; y si perseveras en fe y paciencia,
cosecharás una abundante recompensa por todos tus esfuerzos. ¿Serías tan irrazonable como para
esperar encontrar sin buscar, o suponer que la puerta será abierta sin tomarte la molestia de tocar? Esto
sería como si un granjero esperara ver sus campos repletos de grano, sin haberse tomado la molestia de
poner la semilla en el terreno.

No es difícil unirse a Dios mientras estás gozando de Sus consuelos y consolaciones; pero si quieres
probarle tu fidelidad, debes estar dispuesto a seguirlo a través de los caminos secos y desiertos. La
autenticidad de un amigo no se conoce mientras recibe favores y beneficios; pero si permanece fiel
cuando es tratado con frialdad y negligencia, es una prueba de la sinceridad de su apego.

Aunque Dios no tiene otro deseo más que impartirse a Sí mismo a los que lo aman y lo buscan, Él suele
esconderse de nosotros para que seamos despertados de la pereza, y animarnos a buscarlo con fidelidad
y amor. ¡Y con qué abundante bondad recompensa nuestra fidelidad! ¡Y cuán dulces son los consuelos
de Su amor, cuando vienen después de haber retirado Su presencia! David dice: “Pacientemente esperé

2 Isaías 40:31
3 2 Corintios 1:3

15
a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo
cenagoso; puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos. Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza
a nuestro Dios.”4

En las temporadas en que Su presencia se retira de nosotros, somos dados a creer que es una prueba
de nuestra fidelidad, y por lo tanto, como evidencia del fervor de nuestro amor, lo buscamos a través
del esfuerzo de nuestra propia fuerza y actividad, pensando que este esfuerzo lo incitará a regresar más
rápidamente. Pero este no es el camino correcto cuando nos encontramos en ese estado. Con paciente
rendición, con humillación, con repetidas respiraciones de un anhelo ferviente pero apacible, y con un
silencio reverente, debemos esperar el regreso de nuestro Amado. Solamente así demostraremos que no
buscamos nada sino a Él y Su beneplácito, y no los deleites egoístas de nuestras propias pasiones.

Cuando sentimos la dulzura de la gracia de Dios, es muy común suponer que Lo amamos; pero sólo cuan-
do se retira Su Presencia es que nuestro amor es probado, y la medida de él verdaderamente conocida.
Durante estas temporadas somos convencidos de la debilidad y la miseria de nuestra naturaleza, y cuán
incapaces somos, por nosotros mismos, de pensar o de hacer cualquier cosa buena. Hay muchos, que
cuando experimentan el corazón ablandado, el derramamiento de lágrimas, y otros deleites perceptibles,
imaginan que son los favoritos de Dios, y que verdaderamente lo poseen a Él; y luego, a menudo pasan
el resto de sus vidas buscando más de esas sensaciones placenteras. Pero éstos deben ser cautelosos, no
sea que se engañen a sí mismos. Porque cuando estos consuelos proceden del hombre natural, y son
producidos por sus propios razonamientos o admiración propia, les impiden discernir la luz verdadera,
o dar un verdadero paso hacia la perfección. Por lo tanto, debemos estar atentos para distinguir entre el
impulso de nuestras emociones o afectos, y las operaciones que proceden puramente de Dios, dejándonos
guiar completamente por Él, quien será nuestra luz en medio de la oscuridad y sequedad.

No es de poco provecho sufrir con paciencia en la oración, en la falta de consuelo, angustia y terquedad de
una imaginación errante; porque esto es una ofrenda de uno mismo, como holocausto y sacrificio total.
Y mientras te ejercitas en rechazar calmadamente tus pensamientos vanos, y soportas tranquilamente tu
estado oscuro y desolado, es como si el Señor estuviera colocando muchas coronas sobre tu cabeza. Por
eso es de gran importancia que te esfuerces en todo momento por mantener tu corazón en paz, para que
puedas conservar puro el templo de Dios. Y la manera de conservarlo en completa paz, es entrando en
ella por medio del silencio interno.

Cuando te veas severamente atacado, retírate a esa región de paz, y encontrarás la fortaleza en la que
podrás triunfar sobre tus enemigos, visibles e invisibles, y sobre todas las trampas y tentaciones. Dentro
de tu propia alma reside la Ayuda Divina y el Soberano Auxilio. Retírate internamente y todo estará
tranquilo, seguro, apacible y calmado. Así, pues, por medio del silencio interno—que solamente puede

4 Salmo 40:1-3

16
ser alcanzado con la Ayuda Divina—empezarás a experimentar tranquilidad en un tumulto, soledad en
compañía, luz en la oscuridad, serenidad en las tensiones, vigor en el abatimiento, valor en el temor,
resistencia en la tentación, paz en la guerra, y calma en la tribulación.

Capítulo VII

Sobre Defectos y Debilidades

Si bajamos la guardia tanto como para vagar nuevamente entre las cosas externas en busca de felicidad,
o hundirnos en el libertinaje, o cometer alguna falta, debemos volvernos inmediatamente al interior;
porque habiéndonos apartado de esa manera de nuestro Dios, debemos regresar a Él tan pronto como sea
posible, y con paciencia permitirle cualquier sensación que a Él le plazca causar en nosotros. Porque Él ha
declarado: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo.”1 Es de suma importancia, que al cometer alguna
falta, velemos contra el disgusto y la inquietud que brotan de una raíz secreta de orgullo, y del amor a
nuestra propia grandeza; pues sólo nos duele sentir lo que realmente somos. Y si nos desanimamos, o nos
permitimos hundir en la desesperación, nos debilitamos aún más; pues al reflexionar constantemente
sobre nuestras faltas, se levanta un desasosiego que es, por lo general, peor que la falta misma.

El alma verdaderamente humilde no se sorprende de sus defectos o fallos; y cuánto más miserable y
desdichada se percibe, más se entrega a Dios y se esfuerza por tener una relación más cercana e íntima
con Él, para poder valerse de Su fuerza eterna. Deberíamos estar más persuadidos a actuar así, como
Dios Mismo ha dicho: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré
mis ojos.”2

Capítulo VIII

Sobre las Tentaciones y las Tribulaciones1

1 Apocalipsis 3:19
2 Salmo 32:8
1 O “pruebas,” y así a lo largo de este capítulo. En la versión King James la palabra griega πειρασμός, es traducida por lo
general como “tentaciones,” tal como en Santiago 1:2; 1:12; 1:14; etc., pero en la mayoría de las traducciones modernas
del Inglés y del Español se traduce esta palabra como “pruebas.”

17
Aunque “Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie;”2 es evidente que las tentaciones
son permitidas para nuestro propio bien, y si son soportadas adecuadamente, tienden a nuestra
purificación.

“Por tanto”, dice el apóstol, “tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que
la prueba de vuestra fe produce paciencia.”3 Y en todas nuestras pruebas, por muy difíciles que nos
parezcan, o de cualquier naturaleza que sean, debemos recordar que se dice: “Bienaventurado el varón
que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha
prometido a los que le aman.”4

Por naturaleza somos malos, orgullosos y ambiciosos, y estamos tan llenos de nuestros propios apetitos, de
nuestros propios juicios y opiniones, que si no se nos permitieran las tentaciones y las tribulaciones para
probarnos, humillarnos y purificarnos, nunca llegaríamos a un estado de aceptación para con Dios.

El Señor, al ver nuestra miseria y nuestras inclinaciones perversas, y al ser movido por ello en compasión,
retira con frecuencia Su fuerza de nosotros, para que sintamos nuestra propia debilidad; permitiéndonos
ser asaltados por violentos y dolorosos movimientos de impaciencia y orgullo, y de muchas otras
tentaciones. Y a algunos que han estado por mucho tiempo en la práctica del pecado, se les permite ser
atacados por la glotonería, exceso, ira, blasfemia, desesperanza y muchos otros agravios, con el fin de
que puedan conocerse a sí mismos y ser humillados. Con estas tentaciones la Infinita Bondad humilla
nuestro orgullo, y nos da en ellas la medicina más sanadora.

“Todas nuestras justicias,” dice Isaías, son “como trapo de inmundicia;”5 a causa de la vanidad, la
arrogancia y el amor al yo con que están contaminadas. Por lo tanto, es necesario que sean purificadas
con el fuego de la tentación y la tribulación, para que así sean limpias, puras, perfectas y aceptables ante
los ojos de Dios. El Señor pule el alma que atrae hacia Sí mismo con la lima áspera de la tentación,
liberándola así del herrumbre de muchas pasiones y tendencias malignas. A través de las pruebas y las
tribulaciones, la humilla, sujeta y ejercita, mostrándole su propia debilidad y miseria. De esta manera
purifica y desnuda el corazón, para que todas sus acciones sean puras y útiles. ¡Oh, cuán feliz serías si
pudieras creer tranquilamente, que todas las pruebas y las tribulaciones con las que eres atacado, son
permitidas para tu propia ganancia y provecho espiritual!

Quizás digas, que cuando eres acosado por otros, o perjudicado y agraviado por tu prójimo, eso no puede
ser para tu beneficio espiritual, viendo que es el resultado de la culpa y la malicia de otro. Pero esto no
es más que una astuta y oculta estratagema del enemigo. Porque aunque es cierto que Dios no desea el

2 Santiago 1:13
3 Santiago 1:2-3
4 Santiago 1:12
5 Isaías 64:6

18
pecado de tu prójimo, aun así desea Su propia bondad llevada a cabo en ti; y la angustia que te ocasione
el pecado de otro debería serte de provecho, al aumentar tu paciencia y ejercitar tu tolerancia y amor.

Considera cómo el Señor utiliza los pecados de otros para el bienestar de tu propia alma. ¡Oh, la grandeza
de la Divina Sabiduría! ¿Quién puede escudriñar las profundidades de los métodos secretos y extraor-
dinarios, y de los caminos ocultos, por los que Él guía al alma que anhela ser purificada, transformada
y dignificada? De hecho, puede que algunas veces la mayor tentación sea estar sin tentación, porque
entonces somos más propensos a caer en un estado de tibieza. Por eso, no debemos quejarnos cuando nos
ataque la tentación, sino que con rendición, paz y fidelidad debemos cerrar la puerta de nuestros corazo-
nes contra ella. Si deseas servirle a Dios y llegar a la sublime experiencia de paz interior, debes atravesar
este camino áspero de tentación y tribulación, y en él ser pulido, limpiado, renovado y purificado.

Argumentar y luchar directamente contra las tentaciones, a menudo sirve para aumentarlas, y puede
apartar al alma de esa unión a Dios que siempre debe esforzarse por mantener. El método más certero
y seguro para vencer es, simplemente, alejarse del mal y acercarse más y más a Dios. Cuando un niño
pequeño percibe un monstruo, no espera luchar contra él, y difícilmente vuelve su mirada hacia él; sino
que rápidamente se esconde en el pecho de su madre con la absoluta confianza de seguridad. De la misma
forma, el alma debe alejarse de los peligros de la tentación y huir a su Dios. “Dios está en medio de ella,”
dice el Salmista, “no será conmovida. Dios la ayudará al clarear la mañana.”6 “Torre fuerte es el nombre
de Jehová; a él correrá el justo, y será levantado.”7

Si hacemos lo contrario e intentamos atacar a nuestros enemigos en nuestra debilidad, nos sentiremos
con frecuencia heridos, por no decir completamente vencidos. Pero, al arrojarnos en la presencia de
Dios y depender completamente de Él, encontraremos los suministros necesarios para sostenernos. Esta
fue la ayuda que buscó David: “A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra,
no seré conmovido. Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; mi carne también reposará
confiadamente:”8 Y en Éxodo se dice: “Jehová peleará por vosotros, y vosotros estaréis tranquilos.”9

Los hombres o los demonios no te pueden herir, si te mantienes siempre cerca de tu Dios; porque, “¿quién
es aquel que os podrá hacer daño, si vosotros seguís el bien?”10 Pero si resultas herido, es tu orgullo, tus
pasiones y tus muchas tendencias malignas no sometidas, lo que se levanta y te lastima; y mientras ésto
permanezca, el enemigo lo utilizará, y buscará alejar tu mente de la unión a Dios.

“Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido.”11 Por lo tanto, conoce

6 Salmo 46:5
7 Proverbios 18:10
8 Salmo 16:8-9
9 Éxodo 14:14
10 1 Pedro 3:13

19
tu propio estado corrupto, y la necesidad que tienes de ser purificado por las pruebas y tentaciones. Y
mantente siempre vigilante, no sea que el incansable enemigo gane terreno en tu alma a través de sus
insinuaciones y agradables encantos, que adaptará a tu situación y condición presente. Pues a lo largo de
tu vida, encontrarás que él te ofrecerá muchas cosas como tentaciones, esforzándose por producir en ti
una desmesurada inclinación y deseo por ellas; y si cedes ante ellas cuando eres tentado, el peligro de ser
completamente vencido será muy grande.

Si el maligno no es resistido en este primer ataque, avanza introduciéndose gradualmente con el fin de
poseer el corazón por completo. Y mientras se postergue nuestra oposición mediante una acostumbrada
negligencia, nuestro poder de oposición disminuirá cada día, y la fuerza del adversario se incrementará
proporcionalmente. Por tanto, cuando sientas en ti mismo un fuerte y vehemente deseo tras algo, y des-
cubras que tu inclinación te lleva con demasiada rapidez a hacerlo, esfuérzate por contenerte retirándote
hacia tu interior. A fin de hacer todas las cosas bien, debemos hacerlas como en la presencia de Dios, de
lo contrario, nos desviaremos fácilmente, y estaremos en peligro de ser totalmente derribados.

¡Oh bendita alma, si tan sólo te contentaras y reposaras en el fuego de la tentación y la tribulación, y
permitieras ser completamente probada y tratada, soportando pacientemente los ataques del enemigo y
los retiros del bien celestial, cuán rápido te encontrarías rica en tesoros eternos! ¡Cuán rápido haría la
Divina Bondad un trono rico en tu alma, y una morada deleitosa para ti, para refrescarte y consolarte en
ella! Entiende esto: que aunque el Señor te visite por una temporada, Él sólo establece Su morada en las
almas apacibles; esto es, aquellas en las que el fuego de la tentación y la tribulación ha consumido todas
las inclinaciones corruptas. El Señor no descansa en ningún otro lugar, sino donde reine la quietud, y
donde el amor al yo haya sido expulsado.

Si a partir del caos, Su omnipotencia ha producido tantas maravillas en la creación del mundo, ¿qué no
hará Él en tu alma (creada a Su propia imagen y semejanza) si te mantienes constante, quieto y rendido
a Él, bajo un verdadero sentido de tu propia nadedad?

Por lo tanto, “no perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón,”12 sino que mantente
constante. ¡Oh bendita alma, mantente constante! Porque no será como lo imaginas; y nunca te encon-
trarás más cerca de Dios que en esos momentos de abandono usados para probar tu fe. Aunque el sol
se esconda a veces en las nubes, no cambia su lugar, ni pierde su brillo. El Señor permite esas dolorosas
tentaciones y abandonos para limpiarte y despojarte del yo; para que por medio de tales pruebas, llegues
a ser completamente de Él y te rindas totalmente a servirle.

Oh cuánto hay que purificar en un alma que debe llegar al monte santo de transformación y perfección.
Porque mientras quede en nosotros alguna medida de maldad, cualquier cosa del yo, debemos ser sujetos

11 Santiago 1:14
12 Hebreos 10:35

20
a pruebas y tentaciones. Pero cuando el yo es crucificado, no queda nada más en lo que el tentador pueda
obrar. ¡Oh, cuán rendida, desnuda, negada y crucificada debe estar el alma para no resistir la venida del
Divino Señor, ni Su continua comunión con ella!

Capítulo IX

Sobre la Negación al Yo

El que espera llegar a la perfección, o a unir el alma a Dios, por medio del consuelo y la consolación,
encontrará que se encuentra equivocado. Porque debido a la depravación de nuestra naturaleza, debemos
esperar padecer y ser purificados en cierta medida, antes de que podamos ser en algún grado aptos para
unirnos a Dios, o para que se nos permita saborear del gozo de Su Presencia.

Por eso sé paciente en todos los sufrimientos que a Dios le plazca enviarte. Si tu amor hacia Él es puro,
no lo buscarás menos en el sufrimiento que en el consuelo. Y ciertamente, Él debe ser tan amado en uno
como en otro, ya que al sufrir en la cruz hizo la mayor demostración de Su propio amor por ti.

No seas como los que se entregan a Él una temporada, y se apartan de Él otra. Estos sólo se entregan
para ser consentidos, y luego, cuando llega el momento de ser crucificados se retiran, o como mínimo,
se vuelven al mundo en busca de consuelo. Pero el verdadero consuelo no se encuentra sino en una libre
y completa rendición de tu voluntad a la Voluntad Divina. Aquel que no pone la mirada en la cruz, no
puede poner la mirada en las cosas que son de Dios;1 y un corazón que saborea la cruz, encuentra que
incluso lo amargo es dulce. “Pero al hambriento todo lo amargo es dulce.”2 Dios da la cruz, y la cruz nos
da a Dios. Y podemos estar seguros de que hay un verdadero avance interno, dondequiera que haya un
avance en el camino de la cruz.

En cuanto algo se presente a sí mismo como una forma de sufrimiento, y sientas una repulsión contra ello,
ríndete inmediatamente a Dios con respecto a eso, ofreciéndote a Él como un sacrificio vivo; y entonces
encontrarás, que cuando se acerque la cruz no será tan pesada, porque ya te has dispuesto a recibirla
voluntariamente. Jesucristo Mismo estuvo dispuesto a sufrir su mayor severidad. A menudo soportamos
la cruz en debilidad, en otros momentos en fortaleza; pero todo debería ser igual para nosotros en la
voluntad de Dios.

Si el hombre hubiera podido ser redimido de su estado caído y corrupto en el que vive por naturaleza,

1 Mateo 16:23
2 Proverbios 27:7

21
mediante cualquier otro camino que no fuera el de tomar la cruz y morir a su propia voluntad, Cristo lo
habría enseñado y establecido con Su ejemplo. Pero a todos los que desean seguirlo, Él les ha ordenado
que tomen la cruz; y les ha dicho a todos sin excepción: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a
sí mismo, y tome su cruz, y sígame.”3 ¿Por qué entonces temes tomar la cruz que te guiará al camino que
lleva al reino de Dios?

De la cruz se derivan la humildad celestial, la verdadera fortaleza, los gozos del Espíritu, la conquista
del yo, y la perfección de la santidad. No hay redención, ni esperanza de que la Vida Divina continúe en
nosotros, a menos que tomemos la cruz contra nuestros apetitos carnales e inclinaciones. Porque todo
consiste en la muerte del yo, ¡y no hay forma de obtener vida y paz verdaderas, sino muriendo de este
modo a las corrupciones de nuestra naturaleza caída! Por lo tanto, toma tu cruz y sigue a Jesús en el
camino que conduce a la paz eterna. Él se ha adelantado cargando esa cruz en la que murió por ti, para
que puedas seguirlo, soportando con paciencia la tuya, y en ella, morir a ti mismo por Él. Y si morimos
juntamente con Él, también viviremos juntamente con Él. Y si somos partícipes de los padecimientos de
Cristo, también seremos partícipes de Su gloria. (Ver Romanos 8:17; 1 Pedro 4:13)

¿Por qué buscas otro camino hacia la gloria que no sea aquel en el que estás llamado a seguir al “Capitán
de tu Salvación”? La vida de Cristo fue una cruz continua, ¿y deseas tú un estado continuo de tranquilidad
y gozo? Comprende, entonces, que tu vida debe consistir en una muerte continua a los apetitos y pasiones
de la naturaleza caída. Y comprende también que cuánto más plenamente mueras a ti mismo, más
verdaderamente comenzarás a vivir para Dios. Entonces, si deseas gozar de paz verdadera aquí, y obtener
la eterna corona de gloria en el porvenir, es necesario que en todo lugar y en todo momento, cargues la
cruz voluntariamente. Así, pues, sufrir la muerte del yo es tu porción; y sufrir paciente y voluntariamente
es el gran testimonio de tu amor y fidelidad a tu Señor.

Por tanto, dispón tu espíritu a sufrir pacientemente los muchos inconvenientes y problemas de esta vida;
porque de seguro los encontrarás, y nunca podrás evitarlos, aunque corras hasta los confines de la tierra,
o te escondas en las cuevas más profundas; y un sufrimiento llevado con paciencia es lo único que puede
vencer su poder, o sanar las heridas que ha hecho. Pero aunque toda tribulación es dolorosa y lamentable,
y el deseo de tu alma es evitarla, el yo no puede evitar ser miserable; y la cosa misma que te esfuerzas
por evitar, te seguirá donde sea que vayas. El soportar pacientemente la cruz y la muerte del yo sobre
ella, son los deberes indispensables del hombre caído. Solamente así puede ser liberado de su oscuridad,
corrupción y miseria, y ser restaurado a la posesión de la vida, luz y paz en Cristo.

Entonces, sin tener otro deseo más que el de ir con ansias en pos de Él, de morar siempre con Él, y
de hundirnos en la nadedad delante de Él, debemos aceptar sin discriminación todo lo que Él disponga,
tanto oscuridad o luz, fertilidad o esterilidad, debilidad o fuerza, dulzura o amargura, tentaciones,

3 Mateo 16:24

22
extravíos, dolor, fatigas o dudas; y ninguno de ellos retrasará verdaderamente nuestro curso.

Capítulo X

Sobre la Muerte al Yo

Todos los esfuerzos que se hacen por mejorar al hombre externo, sólo impulsan el alma hacia afuera,
hacia ese mundo en el que ya está fervientemente apasionada y ocupada, y así sus poderes se difunden y
esparcen por todas partes; porque al dedicarse directamente a las cosas externas, fortalece esos mismos
sentidos que está tratando someter.

Este tipo de muerte a la carne nunca podrá conquistar las pasiones o reducir su actividad. El único
método efectivo para llevar a cabo esto, es el verdadero silencio interno, por medio del cual el alma se
vuelve entera y totalmente al interior para poseer a un Dios presente. Si el alma dirige todas sus fuerzas
y energías hacia Él, en el centro de su ser, este acto tan sencillo la separará y retirará en cierta medida
de los sentidos externos. El ejercicio de todos sus poderes internos deja a los sentidos externos más
debilitados e impotentes; y entre más se acerca a Dios, más desprendida se siente de las cosas externas, y
las pasiones son menos influenciadas por ellas.

Al hacer morir así el ojo y el oído (que suministran continuamente nuevos temas y estímulos a la
imaginación inquieta), hay poco riesgo de caer en el exceso. Dios nos enseñará esto, y solamente tenemos
que dejarnos llevar por donde sea que Su Espíritu nos guíe.

El alma experimenta una doble ventaja cuando procede de esa forma; la primera es, que al retirarse de
los objetos externos se acerca más a Dios; y la segunda, que al acercarse más a Él (además del poder y la
virtud que recibe) se encuentra aún más alejada del pecado. Y así, eventualmente, dirigir la mente hacia
Dios en el interior se convierte, por así decirlo, en algo habitual.

Capítulo XI

Sobre la Rendición

Debemos rendir toda nuestra existencia a Dios, con la firme y segura convicción de que, mientras nos
esforcemos por seguirlo fielmente, las circunstancias de cada momento serán conforme a Su directa

23
voluntad o consentimiento, y tal como lo requiere nuestra condición. Esta convicción nos hará rendirnos
en todas las cosas y aceptar todo lo que sucede, no como algo que proviene de la creación de abajo, sino
de Dios Mismo.

Pero les ruego a ustedes que desean rendirse con sinceridad a Dios, que después de haberse ofrecido,
no retrocedan. Recuerden que un regalo, una vez entregado, ya no está a disposición de quién lo da. La
rendición es un asunto de suma importancia para nuestro progreso espiritual; es la llave al atrio interior;
de modo que, quien verdaderamente sabe cómo rendirse a sí mismo, no tarda en volverse perfecto.
Debemos, por lo tanto, continuar firmes e inconmovibles en ella, y no oír la voz de nuestro razonamiento
natural. Una gran fe produce una gran rendición. Debemos confiar en Dios, “en esperanza contra
esperanza,”1 tal como Abraham, el padre de la fe.

La rendición es un abandono de todo interés egoísta, quedando sujetos por completo a la Disposición
Divina. Todos los Cristianos son exhortados a la rendición, pues se les dice: “No os afanéis por el día de
mañana; porque vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas.”2 “Reconócelo en
todos tus caminos, y él enderezará tus veredas.”3 “Encomienda a Jehová tus obras, y tus pensamientos
serán afirmados.”4 “Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará. Exhibirá tu justicia como
la luz, y tu derecho como el mediodía.”5

Esta virtud se practica al perder continuamente nuestra propia voluntad en la voluntad de Dios; al ren-
dirnos en todas las cosas, dejando lo pasado en el olvido, dejando lo que está por venir (tras haber hecho
fielmente nuestra parte) bajo la dirección de Dios, y dedicando el momento presente a Él; no atribuyendo
nada de lo que nos sucede a la creación de abajo, sino reconociendo todas las cosas como provenientes
de Dios, y mirando todo (excepto nuestros propios pecados) como algo que sin duda procede de Él. Por
tanto, ríndanse a ser guiados y a estar dispuestos como Dios disponga.

Debemos cooperar voluntariamente y unirnos a los designios de Dios, que tienden a desligarnos de todas
nuestras obras, para que la Suya tome su lugar. Permitan que esto ocurra en ustedes, y no se apeguen
indebidamente a nada por más bueno que parezca, pues deja de ser bueno si en alguna medida los desvía
de lo que Dios quiere con respecto a ustedes.

La Voluntad Divina es más valiosa que todo lo demás. Y nuestra conformación a este dulce yugo, es lo
que nos introduce en las regiones de paz interna. Comprendiendo esto, podemos saber con certeza que
la rebelión de nuestra voluntad es la razón principal de nuestro descontento, y que ésta es la causa por la

1 Romanos 4:18
2 Mateo 6:32, 34
3 Proverbios 3:6
4 Proverbios 16:3
5 Salmo 37:5-6

24
que sufrimos tanta angustia y ansiedad. ¡Oh, cuánta tranquilidad sentiríamos, si sometiéramos nuestras
voluntades a la Voluntad Divina y pusiéramos todo a Su disposición! ¡Qué paz más dulce, qué serenidad
interna, cuán sublime felicidad y qué consciencia de la bendición! Despojémonos, pues, de todo apego a
los intereses del yo, y vivamos sólo de la fe y de la rendición.

Capítulo XII

Sobre la Virtud

De esta manera alcanzamos la virtud con facilidad y con certeza. Pues como Dios es la fuente y el origen
de toda virtud, en la medida en que nos acercamos y nos aferramos a Él, también crecemos en las
virtudes más eminentes. De hecho, el que posee a Dios, posee todas las cosas; y el que no lo tiene a Él,
no tiene nada. Toda aquella virtud que no brota de la única Fuente Divina, no es más que una máscara,
una apariencia externa cambiable como las prendas de vestir. Pero cuando lo hace, es verdaderamente
genuina, esencial y permanente, como dijo David: “Toda gloriosa en su interior es la hija del Rey.”1

Capítulo XIII

Sobre la Verdadera Conversión

“Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel?”1 “Volved a aquel
contra quien se rebelaron profundamente.”2

Convertirse verdaderamente, es apartarse completamente de las cosas creadas y volverse completamente


a Dios.

Para alcanzar la salvación es absolutamente necesario que dejemos el pecado externo y nos volvamos a la
justicia. Pero esto en sí no es la perfecta conversión, la cual consiste en un cambio completo del hombre,
de una vida externa a una interna.

1 Salmo 45:13 RVG


1 Ezequiel 33:11
2 Isaías 31:6

25
Cuando el alma se vuelve verdaderamente a Dios, encuentra una facilidad maravillosa para continuar fir-
me en esta conversión; y cuánto más permanece convertida o vuelta, más se aproxima y más firmemente
se adhiere a Dios. Y cuánto más se acerca a Él, tanto más se aleja de ese espíritu que es contrario a Él. Así,
el alma llega a estar tan firmemente establecida y enraizada en su conversión, que este estado se vuelve
(en cierta medida) natural para ella.

Ahora, no debemos suponer que esto se deba a una intensa labor de sus propias fuerzas, porque el
alma no es capaz (ni debe intentarlo) de ningún otro tipo de cooperación con la Gracia Divina, sino la
de esforzarse por retirarse a sí misma de los objetos externos, y volverse internamente al Señor. Y tras
hacerlo, no tiene que hacer nada más que continuar firme en su unión a Dios.

Dios posee una virtud atrayente, la cual, acerca el alma más y más poderosamente hacia Sí mismo, cuánto
más se aproxima a Él. Y en Su atracción, Él la purifica y la perfecciona, tal como sucede con un líquido
impuro que es evaporado por el sol, el cual, al ascender gradualmente, se disipa y se vuelve puro. En
efecto, el líquido contribuye a su evaporación solamente a través de su pasividad; pero el alma coopera
con la atracción de su Dios a través de una libre y afectuosa correspondencia y comunión. Este vuelco de
la mente hacia el interior es fácil y eficaz, y hace avanzar el alma naturalmente y sin dificultad, porque
Dios mismo es el centro que la atrae.

Por tanto, nuestro cuidado y atención deben consistir en alcanzar el silencio interno. Y no nos desanime-
mos por las penas y dificultades que encontremos en este ejercicio, que no tardará en ser recompensado
por nuestro Dios con una provisión tan abundante de Su fuerza, que hará que el ejercicio sea cada vez
más fácil, siempre que seamos fieles en retirar humildemente nuestros corazones de los objetos y de las
gratificaciones externos, y nos volvamos a nuestro centro, con los afectos llenos de ternura y serenidad.
Cuando en algún momento nuestros afectos se vuelvan turbulentos, un suave retiro interno hacia un
Dios presente los acallará y los apaciguará fácilmente. Cualquier otra forma de contender contra ellos
los irritará en lugar de calmarlos. Una sola palabra de nuestro Salvador tiempo atrás, calmó un mar
embravecido y furioso; ¿acaso no podrá calmar la conmoción de una alma perturbada, si sinceramente
clamamos a Él en nuestra angustia?

Capítulo XIV

Sobre la Crucifixión del Yo

El alma se vuelve apta para unirse a Dios al entregar el yo al poder destructor y crucificador del Amor
Divino. Sin duda, este es el sacrificio más esencial y necesario en la religión Cristiana, y la única forma de

26
rendir un verdadero tributo a la soberanía de Dios.

Por la destrucción de la existencia del yo dentro de nosotros, logramos reconocer verdaderamente la


suprema existencia de nuestro Dios; porque a menos que dejemos de vivir en el yo, el Espíritu de la
Palabra eterna no puede vivir en nosotros. Ahora, cuando rendimos nuestra propia vida damos lugar a
Su venida; y cuando morimos a nosotros mismos, Él mismo vive y mora en nosotros.1

En efecto, debemos rendir todo nuestro ser a Jesucristo y no vivir más para nosotros mismos, para que
Él se convierta en nuestra vida, y “habiendo muerto, nuestra vida esté escondida con Cristo en Dios.”2
Al abandonarnos y renunciar a nosotros mismos, nos perdemos de vista en Él, y ésto sólo puede llevarse
a cabo mediante la crucifixión del yo, que es la verdadera alabanza de adoración que rinde a “Dios y al
Cordero, alabanza, y honra, y gloria y poder, por los siglos de los siglos.”3

Efectivamente, esta es la oración de la Verdad. Es “adorar al Padre en espíritu y en verdad,”4 porque aquí
es donde experimentamos al Espíritu ayudándonos en nuestras debilidades, e intercediendo por nosotros
conforme a la voluntad de Dios.5 Y siendo así influenciados por el Espíritu puro de Dios, somos sacados
y liberados de nuestra propia forma carnal y corrupta de orar. Le rendimos el debido honor a Dios sólo
mediante la crucifixión del yo. Y en la medida en que esto es alcanzado, Aquel que nunca permite un
vacío en la naturaleza, nos llena continuamente de Sí mismo.

Si supiéramos las virtudes y las bendiciones que el alma obtiene a partir de este tipo de oración, estaría-
mos dispuestos a hacerla sin cesar. Porque nos conduce a la perla de gran precio, al tesoro escondido;6 el
cual, quien lo encuentra, de buena gana vende cuanto tiene para comprarlo. Conduce a la fuente de agua
viva que salta para vida eterna;7 a la verdadera adoración a Dios, y al pleno cumplimiento de los más
puros preceptos evangélicos.

Jesucristo nos afirma que el Reino de Dios está dentro de nosotros;8 y esto es real en dos sentidos:
Primero, en el sentido de que Dios se convierte tan plenamente en nuestro Maestro y Señor interno, que
nada se resiste ante Su dominio; y entonces nuestro interior es Su reino. Y segundo, cuando poseemos
a Dios (que es el Bien supremo), también poseemos Su reino, donde hay plenitud de gozo, y donde
obtenemos el propósito de nuestra creación. En efecto, el propósito de nuestra creación es gozar de

1 Gálatas 2:20
2 Colosenses 3:3
3 Apocalipsis 5:13
4 Juan 4:23
5 Romanos 8:26-27
6 Mateo 13:44, 46
7 Juan 4:13-14
8 Lucas 17:21

27
nuestro Dios, incluso en esta vida, pero (¡ay!) cuán pocos son los que llegan a experimentar el gozo puro
que da Su presencia.

Capítulo XV

El Hombre Actúa Más Noblemente Bajo la Influencia Divina, de


lo que Posiblemente Podría Hacer Siguiendo su Propia Voluntad

Cuando algunas personas oyen sobre esta oración del silencio interno, imaginan erróneamente que el
alma permanece muerta e inactiva; pero la verdad es que el alma actúa con más nobleza y amplitud que
nunca antes, porque Dios Mismo es su amado, y ahora actúa bajo el poder de Su Espíritu. Cuando Pablo
habla de ser “guiado por el Espíritu de Dios,” él no quiere decir que debamos dejar de actuar, sino que
debemos actuar a través del poder interno de Su gracia. Esto está perfectamente representado en la visión
del profeta Ezequiel, de las ruedas que tenían un Espíritu viviente; y dondequiera que iba el Espíritu, ellas
iban también. Ellas ascendían y descendían según eran movidas; porque el Espíritu de Vida estaba en
ellas, y ellas “no se volvían cuando andaban.”1 De la misma manera, el alma debe someterse a la voluntad
de ese Espíritu vivificador con que es alumbrada, y ser estrictamente fiel para seguirlo solamente cuando
Él se mueve. Por tanto, nuestro trabajo debe consistir en esforzarnos por obtener y mantener un estado
tal, que sea el más susceptible a las impresiones Divinas, y el más moldeable a todas las operaciones de
la Palabra eterna.

Mientras un lienzo no sea estable, el pintor es incapaz de representar una imagen fidedigna; de la misma
manera, cada acto de nuestro propio espíritu egoísta produce trazos falsos y erróneos. Éstos distorsionan
la obra y frustran el diseño de este adorable Pintor. Por tanto, debemos permanecer en paz y movernos
solamente cuando Él nos mueve. Jesucristo tiene vida en Sí mismo, y Él es la vida de cada alma
viviente.2

Como toda acción sólo tiene valor en proporción a la dignidad de su verdadero origen o fuente, este
tipo de acción es incuestionablemente mayor que cualquier otra. Las acciones que son producidas por la
fuente u origen Divina, son Divinas; pero las acciones que provienen de la criatura, aunque aparenten ser
buenas, son solamente humanas. Jesucristo, la Palabra, “tiene vida en Sí mismo;”3 y siendo comunicador
de Su naturaleza, Él desea comunicarla al hombre. Por lo tanto, debemos abrir paso al fluir interno de

1 Ezequiel 1:9
2 Juan 5:26
3 Juan 5:26

28
esa Vida, lo cual puede lograrse, sólo mediante la expulsión de la naturaleza caída y la represión de la
actividad del yo. Esto concuerda con la afirmación de Pablo: “De modo que si alguno está en Cristo,
nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.”4 Pero este estado sólo se
puede alcanzar muriendo a nosotros mismos, y a toda nuestra propia actividad, para que la influencia de
Dios pueda ocupar su lugar.

En efecto, el hombre puede abrir la ventana, pero el Sol mismo es quien debe darnos la Luz. Jesucristo ha
ejemplificado esto en el Evangelio. Marta hizo lo correcto, pero debido a que lo hizo en su propio espíritu,
Cristo la amonestó. El espíritu del hombre es intranquilo y turbulento, y por esta razón hace muy poco
aunque aparente hacer mucho. “Marta,” dice Cristo, “afanada y turbada estás con muchas cosas; pero
solo una cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada.”5 ¿Y qué había
escogido María? Reposar en tranquilidad y paz a los pies de Cristo. A la vista de todos, ella dejó de actuar,
para que el Espíritu de Cristo pudiera actuar en ella; dejó de vivir, para que Cristo pudiera ser su vida.

Pedro, al calor de sus pasiones, le dijo al Señor que por Su bien, él estaba listo y dispuesto a rendir su
vida. Pero al oír las palabras de una criada, lo negó.

Los diversos problemas de la vida se deben a que el alma no permanece en su lugar, ni se contenta con la
voluntad de Dios, ni con lo que se le ofrece día a día. Muchas almas pueden estar resignadas a la voluntad
general de Dios, y aun así fallar con respecto al momento presente. Y estando fuera de la voluntad de
Dios, caen una y otra vez mientras continúan así. Pero cuando vuelven a la Divina Voluntad, todo sigue
adelante bien. Dios ama lo que se hace en Su propio orden, y según Su propia voluntad y tiempo; y
mientras te rindas fielmente a ello, harás todas las cosas bien.

Todos los hombres tienen más o menos deseos apasionados, excepto los que viven en la Voluntad Divina.
Algunos de estos deseos pueden parecer buenos, pero si no están de acuerdo con la voluntad de Dios,
el que descansa en la Voluntad Divina es infinitamente más pacífico, y glorifica más a Dios. Esto nos
muestra cuán necesario es renunciar a nosotros mismos y a toda nuestra actividad, con el fin de seguir
a Cristo; y que no podemos seguirlo verdaderamente sin ser vivificados por Su Espíritu. Ahora, para
que Su Espíritu pueda obtener una entrada en nosotros, es necesario que nuestro propio espíritu sea
primeramente subyugado: “El que se une al Señor,” dice Pablo, “un espíritu es con Él.”6

Todas las cosas deben ser hechas en su debido tiempo. Cada estado tiene su comienzo, su progreso y
su consumación; y es un grave error detenernos en el inicio. No hay habilidad adquirida por el hombre,
salvo la que involucra el proceso necesario. Primero debemos ocuparnos con diligencia y esfuerzo, y
al final segaremos la mies de nuestra perseverancia. Cuando una embarcación está en el puerto, los

4 2 Corintios 5:17
5 Lucas 10:41-42
6 1 Corintios 6:17

29
marineros se ven obligados a emplear todas sus fuerzas para sacarla de allí y ponerla en el mar; pero al
terminar la podrán maniobrar con facilidad, como a ellos les agrade. De la misma manera, mientras el
alma permanece atada al pecado y a los enredos de las criaturas, se requieren esfuerzos muy frecuentes
y arduos para lograr su libertad. Las cuerdas que la sostienen deben ser soltadas, y luego, por medio de
fuertes e intensos esfuerzos, se desprende poco a poco de su antiguo puerto. Pero luego, al dejar el puerto
atrás, se dirige al refugio que desea alcanzar.

Cuando la embarcación está en marcha, a medida que avanza en el mar deja la tierra atrás; y cuánto
más se aleja del antiguo puerto, menos dificultad y esfuerzo se necesitan para avanzar. Por fin comienza
a navegar sin dificultad, y en seguida avanza tan rápido, que el remo que se ha vuelto inútil, se deja a
un lado. ¿Cuál es el deber que tiene ahora el capitán? Él se contenta con desplegar las velas y sujetar el
timón. Desplegar las velas es dejar la mente presentada ante Dios, para que pueda ser influenciada por Su
Espíritu. Sujetar el timón es impedir que el corazón se desvíe de su verdadero curso, recuperándolo con
gentileza y guiándolo firmemente con la regla del Espíritu bendito, el cual gana gradualmente posesión y
dominio de él; igual que el viento, poco a poco hincha las velas y dirige la embarcación.

Mientras el viento sopla a favor, los marineros descansan de sus labores, y la embarcación navega
rápidamente sin esfuerzo. Y cuando descansan así, dejando el barco al viento, avanzan más en una hora
de lo que habrían podido avanzar en un largo periodo por sus propios esfuerzos. En realidad, si ellos
intentaran utilizar el remo en ese momento, no sólo se fatigarían, sino que entorpecerían el avance de la
embarcación debido a sus inoportunos esfuerzos.

Este es también el curso de acción que debemos seguir internamente; y que nos hará avanzar en un corto
tiempo—a través de la influencia Divina—infinitamente más lejos que toda una vida gastada en actos
repetitivos de esfuerzos propios. Ciertamente, quienquiera que elija este camino, lo hallará más fácil que
cualquier otro.

Si el viento es contrario y se desata una tormenta, en lugar de zarpar a la mar, debemos echar el ancla
para que sostenga el barco. Nuestra ancla es una firme confianza y esperanza en Dios, que aguarda
pacientemente que cese la tempestad y que vuelva una brisa favorable, tal como dice David: “Paciente-
mente esperé al Señor, y Él se inclinó a mí y oyó mi clamor.”7 Por lo tanto, debemos rendirnos al Espíritu
de Dios, entregándonos completamente a Su guía Divina, y no permitir que ninguna circunstancia nos
abata; porque el abatimiento es la puerta por la cual el enemigo ingresa al alma para robarle su paz.
Tampoco debemos preocuparnos ni ocuparnos con lo que otros digan o hagan, pues esto sólo será causa
de desasosiego.

Calmemos todos los movimientos de nuestro corazón tan pronto como lo veamos agitado. Renunciemos
a todos los placeres que no vengan sólo de Dios. Acabemos con todos los pensamientos y divagaciones

7 Salmo 40:1

30
inútiles. Busquemos diligentemente a Dios dentro de nosotros, y sin duda lo encontraremos; y con Él
hallaremos gozo y paz. Ese gozo y esa paz prevalecen en medio del sufrimiento, y debido a que fluyen de
una fuente inagotable, se convierten en una fuente perpetua de deleite. “La paz os dejo,” les dijo Cristo a
Sus seguidores, “mi paz os doy; no os la doy como el mundo la da.”8

Si conociéramos la bendición de escuchar y obedecer a Dios, y cuán grandemente se fortalece y se anima


el alma por ello, toda carne callaría delante del Señor.9 En efecto, todo se calmaría tan pronto como
Él apareciera. Pero para animarnos aún más en la ilimitada rendición a Él, Dios nos asegura por el
mismo profeta, que no debemos temer rendirnos de esta manera a Él, porque Su cuidado hacia nosotros
sobrepasa el mayor cariño que podamos concebir: “¿Se olvidará la mujer,” dice Él, “de lo que dio a luz,
para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti.”10
¡Oh, bendita garantía llena de consuelo! ¡Quién, sabiendo esto, temerá rendirse por completo a los tratos
y a la guía de Dios!

Todos los hombres buscan la paz, pero la buscan donde no se encuentra. Ellos la buscan en el mundo;
el mundo siempre ofrece paz, pero no puede darnos paz verdadera; porque dondequiera que vayamos,
llevamos en nosotros mismos la fuente fructífera de toda confusión; nuestra propia voluntad rebelde y
egoísta. Una de las pasiones más peligrosas del corazón es la inclinación hacia la libertad carnal; si segui-
mos esa inclinación, en lugar de seguir la verdadera libertad, seremos conducidos a la esclavitud. Como
nuestras pasiones son los peores tiranos, si las obedecemos, aunque sea parcialmente, estaremos siempre
en una perpetua lucha y conflicto interno. Y si nos rendimos completamente a ellas, es espantoso pensar
a qué extremos nos llevarían; pues ellas atormentan el corazón, y como un torrente arrasan todo lo que
está delante de ellas, y nunca están satisfechas. La verdadera libertad solamente puede ser encontrada en
Cristo, cuya verdad nos hace libres,11 y nos hará experimentar que servirle a Él es reinar.

Esa piedad por la que somos santificados y consagrados por completo a Dios, consiste en hacer Su
voluntad con gran cuidado en todas las circunstancias de la vida. Da los pasos que desees dar, haz las
obras que quieras hacer, deja que luzcan con esplendor, pero nunca serás recompensado a menos que
hayas hecho la voluntad de tu Soberano Amo. Aunque tu siervo haya hecho maravillas en tu casa, si no
hizo lo que le ordenaste que hiciera, no valorarías su esfuerzo, y con justa razón podrías quejarte de él
por ser un mal siervo.

No hay un buen espíritu sino el Espíritu de Dios; y cualquier otro espíritu que nos aleje del verdadero
bien, no es sino un espíritu de ilusión, por más halagador que aparente ser. ¿Quién desearía ser llevado
en un magnífico carro por un camino que conduce al abismo? El camino que lleva a un precipicio es

8 Juan 14:27
9 Zacarías 2:13
10 Isaías 49:15
11 Juan 8:32

31
aterrador, aunque esté cubierto con rosas; pero el camino que lleva a la corona es deleitoso, aunque esté
lleno de espinas. Él nos ha dado a Su buen Espíritu para que nos enseñe,12 por tanto, no sigamos ya
nuestra propia voluntad sino la Suya; de modo que no sólo nuestros actos religiosos, sino todos los demás,
sean realizados con el propósito de complacerle a Él. Entonces toda nuestra conducta será santificada.
Entonces nuestras obras se convertirán en un continuo sacrificio, y nuestros corazones estarán ocupados
con la oración incesante y el amor constante. Por lo tanto, ¡sometámonos a la crucifixión de nuestra
propia voluntad, para que Su voluntad reine en nosotros! Porque es Su potestad mandar y nuestro deber
obedecer.

Capítulo XVI

Sobre la Posesión de la Paz y el Reposo Delante de Dios

El alma que es fiel en el ejercicio de ese amor y unión a Dios que ya se ha descrito, se asombra al sentir que
Él gradualmente toma posesión de todo su ser, y que un continuo sentido de Su presencia puede volverse,
por decirlo así, algo natural para él. La Presencia de Dios infunde una serenidad inusual a través de todas
nuestras facultades—ella calma la mente y brinda un dulce reposo y tranquilidad, incluso en medio de
nuestras labores diarias; y sin embargo, es necesario que continuemos rendidos a Él sin reserva.

No obstante, debemos considerar como un asunto de suma importancia, cesar de la actividad y esfuerzo
del yo, para que Dios sea el único que actúe. Él dice por medio de la boca de Su profeta David:
“Estad quietos, y conoced que yo soy Dios.”1 Sin embargo, aquellos que atacan este tipo de oración y
dicen que es ociosa, se equivocan grandemente, pues es una acusación que solamente puede surgir de
la inexperiencia. Si hicieran algún esfuerzo por alcanzarla, pronto experimentarían lo opuesto de lo que
suponen, y encontrarían que sus acusaciones son sin fundamento.

Esta apariencia de falta de acción, de hecho, no es una consecuencia de esterilidad o apatía, sino más
bien de madurez y abundancia; y esto lo percibirá claramente el alma experimentada. El interior no es
como una fortaleza que pueda ser poseída por la fuerza y la violencia del esfuerzo humano. Es más bien
como un reino de paz que debe ser poseído por el amor. Rindámonos entonces a Dios sin temor a correr
peligro. Él nos amará y nos capacitará para amarlo; y ese amor, que aumenta diariamente, producirá
en nosotros todas las otras virtudes. Sólo Él puede llenar nuestros corazones que el mundo ha agitado
e intoxicado, pero que nunca ha podido llenar. Verdaderamente, Él no nos quitará nada sino lo que nos

12 Nehemías 9:20
1 Salmos 46:10

32
hace infelices.

Por lo tanto, ya no temamos entregarnos completamente a Dios. ¿Cuál es el riesgo que corremos al
depender solamente de Él? Pero los que tienen toda la expectativa puesta en sí mismos, serán inevitable-
mente engañados, y deben recibir la reprensión que Dios da a través de Su profeta Isaías: “He aquí que
todos vosotros encendéis fuego, y os rodeáis de teas; andad a la luz de vuestro fuego, y de las teas que
encendisteis. De mi mano os vendrá esto; en dolor seréis sepultados.”2

A medida que el alma avanza, no tiene necesidad de que otros medios la capaciten o la preparen para
acercarse al Señor, aparte de esta tranquilidad de corazón; porque aquí, la presencia de Dios (que es
el mayor objetivo) y un estado continuo de oración, comienzan a sentirse poderosamente, y el alma
experimenta lo que el apóstol Pablo dice, que “cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón
de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman.”3 El alma disfruta algo de trascendente
bendición, y llega a sentir que ‘ya no vive, mas vive Cristo en ella;’4 y que la única forma de encontrarlo
a Él es volviéndose internamente donde Él está presente. A medida que hacemos esto, nos llenamos de
los consuelos de Su presencia, nos maravillamos de tan grande bendición, y disfrutamos una comunión
interna que los asuntos externos no pueden interrumpir.

Se puede decir de este tipo de oración, lo mismo que se decía anteriormente de la sabiduría: “Con ella
me vinieron a la vez todos los bienes.”5 Porque diversas virtudes se realizan ahora con tanta dulzura y
facilidad, que se ven naturales y espontáneas.

Capítulo XVII

Sobre la Perfección o la Unión del Alma con Dios

El estado más provechoso y deseable en esta vida es el de la perfección Cristiana, que consiste en la unión
del alma a Dios; una unión que incluye todo bien espiritual, produce en nosotros una maravillosa libertad
de espíritu que nos levanta por encima de todas las circunstancias y los cambios de esta vida, y nos libra
de la tiranía del temor humano. Da un poder extraordinario para realizar bien todas nuestras acciones, y
desempeñarnos con rectitud en todos nuestros deberes. Provee una prudencia verdaderamente Cristiana
en todo lo que emprendemos, una paz y tranquilidad perfectas en todas las condiciones, y en resumen,

2 Isaías 50:11
3 1 Corintios 2:9
4 Gálatas 2:20
5 Sabiduría 7:11

33
una continua victoria sobre el amor al yo y a las pasiones carnales.

Es imposible alcanzar la unión Divina solamente a través de la práctica de la meditación, o por la agitación
de nuestras emociones, o incluso mediante la oración más iluminada y bellamente compuesta; porque
según la Escritura, “no verá hombre a Dios, y vivirá.”1 Ahora, todos los ejercicios de oración verbal, e
incluso de contemplación activa, cuando son llevados a cabo en la vida de nuestra propia voluntad, no
pueden hacernos ver a Dios; porque todo lo que proviene del poder o esfuerzo propio del hombre—por
muy noble o sublime que sea—debe morir primero.

Juan relata que “se hizo silencio en el cielo:”2 Ahora, este cielo representa el centro de nuestra alma,
en donde, antes de que aparezca la majestad de Dios, todo debe ser acallado hasta el silencio. Todos los
esfuerzos, sí, la existencia misma del amor al yo debe ser destruida, pues la voluntad natural es la que se
opone a Dios, y toda la maldad del hombre procede de ella. De hecho, la pureza del alma se incrementa
en la medida que la voluntad natural se somete a la voluntad Divina.

Por lo tanto, el alma no puede llegar a una verdadera unión Divina, sino a través de la crucifixión de
su voluntad; ni tampoco puede hacerse una con Dios, a menos que sea restablecida en la pureza de su
creación original. Dios purifica al alma por medio de Su sabiduría como los refinadores purifican los
metales en el horno. El oro no se puede purificar sino por medio del fuego, el cual poco a poco separa
de él y consume todo lo que es terrenal y contrario. Esto debe ser fundido y disuelto, y todas las mezclas
impuras deben ser eliminadas lanzándolas una y otra vez al horno. Entonces el oro ya no tendrá ninguna
mezcla corrupta; su pureza es perfecta, su simplicidad completa, y de esta forma es apto para la más
exquisita obra. Así podemos ver, que el Espíritu Divino, como un fuego incesante, debe devorar y destruir
todo lo terrenal, sensual y carnal, junto con toda la actividad del yo, antes de que el alma sea apta y capaz
de experimentar una verdadera unión a Dios.

Dios dice: “Haré más precioso que el oro fino al varón.”3 Pero cuando Él comienza a quemar, destruir
y purificar, entonces, el alma—al no percibir los designios ventajosos de estas operaciones—se retrae de
ellas. Y así como el oro, que cuando se introduce por primera vez en el horno parece oscurecerse en lugar
de brillar, el alma a menudo también cree que su pureza se ha perdido, y que sus tentaciones son sus
pecados.

Pero si admitimos que deleitarnos en Dios es el fin para el que fuimos creados, que “sin santidad”4 nadie
puede alcanzar dicho fin, y que para alcanzarlo debemos pasar necesariamente por un proceso severo
y purificador—¡qué extraño es que temamos y evitemos este proceso! Que todos, pues, sigan a la meta,

1 Éxodo 33:20
2 Apocalipsis 8:1
3 Isaías 13:12
4 Hebreos 12:14

34
permitiéndose ser guiados y gobernados por el Espíritu de gracia, el cual los conducirá infaliblemente al
fin de su creación, el deleitarnos en Dios.

“Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.”5 El alma que
permanece en su propia voluntad desordenada, es imperfecta. Se vuelve más perfecta, en la medida
que se acerca a la voluntad de Dios. Cuando el alma se ha acercado tanto que en nada puede alejarse
de la Voluntad Divina, entonces llega a ser completamente perfecta, transformada, y a estar unida a la
naturaleza Divina. Y al estar así purificada y unida a Dios, encuentra profunda paz y dulce descanso, lo
cual la lleva a tal experiencia de amor, que se llena de gozo. Se conforma a la voluntad de su Dios en cada
circunstancia que se levanta, y se regocija en todo para hacer lo que le agrada a Dios.

El Señor se acerca a tal alma y se comunica internamente con ella. La llena de Sí mismo porque está vacía.
La reviste con Su luz y con Su amor porque está desnuda. La levanta porque está caída, y la une a Sí.

Si deseas entrar en este cielo estando en la tierra, olvida toda preocupación y todo pensamiento ansioso,
apártate de ti mismo, para que el amor de Dios pueda vivir en tu alma. Así podrás decir junto con el
apóstol: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí.”6 ¡Qué felices seríamos si pudiéramos dejar todo por Dios,
si lo buscáramos únicamente a Él, si suspiráramos en pos de nadie más que de Él, si Él fuera el único
dueño de nuestros suspiros! ¡Oh, prosigamos sin interrupción hacia el gozo de este bendito estado! Dios
nos llama a hacerlo. Él nos invita a entrar a nuestro centro interior donde Él nos renovará y cambiará, y
nos mostrará un reino nuevo y celestial, lleno de gozo, paz, contentamiento y serenidad.

Es aquí donde el alma espiritual, apartada y de mente celestial encuentra una paz inquebrantable. Y
aunque se enfrente a muchas luchas en lo externo, y algunas veces se sienta desnuda, abandonada,
atacada y desolada, aun así, estas tempestades nunca alcanzarán la serenidad celestial interna en donde
habita el amor puro y perfecto. Porque aunque el príncipe de las tinieblas la asalte con violencia, aun
así, sigue firme y se mantiene como un pilar fuerte, sin que le suceda más de lo que le ocurre a una
alta montaña durante una tormenta. El valle de abajo se oscurece con nubes densas y se ve acosado
con tormentas feroces de granizo y truenos, mientras que la alta montaña resplandece bajo los brillantes
rayos del sol. En quietud y serenidad continúa despejada, inconmovible y llena de luz. Un alma así es en
verdad, “como el monte de Sion, que no se mueve, sino que permanece para siempre.”7

En este trono de quietud se manifiestan todas las perfecciones de la belleza espiritual. Es aquí donde dis-
frutaremos la luz verdadera de los misterios divinos de Cristo. Aquí encontraremos la perfecta humildad,
la completa rendición, la mansedumbre e inocencia de la paloma, la libertad y pureza de corazón. Aquí se
experimenta la alegre sencillez, la imparcialidad celestial, la oración continua, la desnudez sin vergüenza,

5 Mateo 5:48
6 Gálatas 2:20
7 Salmo 125:1

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la perfecta abnegación y la verdadera ciudadanía en los cielos. Este es el tesoro valioso y escondido; esta
es la perla de gran precio.

FIN

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