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solidaridades
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Algunos de los detenidos, básicamente aquellos condenados por robo, aluden a su vida
delictiva como una profesión
Nuestra perspectiva busca establecer los significados propios de ese
ámbito a cuestiones que hacen a la vida en común, a los marcos de solidaridad
y a los esquemas de referencias respecto a como se define al otro. Por
definición se trata de un igual que comparte el régimen de detención y con
quien se relaciona para establecer prácticas, definir vínculos y construir
complicidades.
Desde ese punto de vista todos los recursos empleados por nuestros
entrevistados constituyen pautas que conducen a su “identificación”.
Además les permite “establecerse” ante quien está o quien lo entrevista.
No se trata, creemos, de posturas específicas y determinadas por tipo de
delito, por el contrario de debe a la forma en que cada detenido emplea los
recursos y el sentido que los mismos tienen para ellos.
Algunos se presentan como eruditos en el tema del funcionamiento de la
cárcel o del complejo sistema de relaciones entre delito y ley; entre
delincuentes y policías; entre tipos de delincuentes 2 y también según grupo
etario3.
Así se da cuenta del uso de técnicas muy precisas en las formas y
hábitos de relacionarse que también se emplean como forma de “hacer
carrera”4, transmitir experiencias e incluso como forma de autovaloración.
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Es muy evidente el deseo de algunos detenidos por diferenciarse de otros según el tipo de
delito por el cual cumplen condena, por robo, asalto e incluso esto se manifiesta cuando
buscan diferenciarse de aquel que cometió delito de tipo sexual.
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Por lo general se buscan establecer diferencias con los más jóvenes a quienes se los
considera por lo general inexpertos, excesivamente violentos, irrespetuosos de códigos o
simplemente “manejables” en el sentido que están al servicio de cualquier propuesta con tal de
mejorar su situación en el penal.
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Se trata de preparar a los más inexpertos para ese mundo, quienes luego le tributarán
reconocimiento, respeto, consideración.
El cuerpo transmite algo, debe hacerlo, pero además es archivo y
registro del pasado o de la “trayectoria”, cuando algunas de las cicatrices dan
cuenta de la participación en motines o reclamos por mejoras en el
funcionamiento de la institución.
Otras, expresan las luchas llevadas a cabo contra “traslados” 5
compulsivos de detenidos “con fama”, o por haber reclamado por mejoras en la
administración de su situación de detención visitas, salida laboral, participación
en talleres, etc..
En algunos casos los enfrentamientos son generados por la mala
atención que reciben los familiares en ocasión de las visitas, por el tiempo de
espera a la que son sometidos o por el exceso en las requisas.
El cuerpo en ese sentido es como un emblema, y también como un
elemento de denuncia, muestra los golpes recibidos en ocasión de su
detención o también en casos de participación en motines.
Muchas de esas marcas son reclamos juramentados: “venganza a la
policía” y en ese sentido lo que alguna vez fue espacio de aplicación de
castigos o tormentos pasa a ser recurso de reclamo y mecanismo de denuncia.
En el cuerpo se corporiza y se objetiva la violencia: aquella que tiene
que ver con su historia social, familiar, con su historia más reciente y que
involucra los hechos que desembocaron en su situación actual.
Las marcas corporales registran su “pesar” y “sufrimiento” y en ese
sentido se distinguen de los tatuajes, pues estos expresan un mensaje
simbolizado, único inapelable.
Cada una de esas huellas habla de circunstancias particulares y sociales
que determinaron y constituyeron al detenido, las otras son las respuestas del
individuo a ello.
Es ese recorrido similar lo que lleva a construir vínculos y solidaridades
entre los detenidos.
Hay aspectos no explicitados, pero que forman parte del mundo de la
cárcel y tienen que ver con necesidades no satisfechas, de privaciones y de
marginalidad.
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Se denomina así al traslado de algunos internos a otras unidades de detención por causas
generalmente “inventadas”.
Ese mundo, donde lo evidente es la “transgresión”, está íntimamente
vinculado a procesos de crecimiento de desempleo, empobrecimiento y
marginación, producto de la década de los noventa y sumada a la pérdida de la
capacidad integradora del estado como así también al deterioro de la calidad
de los servicios básicos.
En ese sentido la violencia observada en la vida y las relaciones de las
personas de los sectores más humildes de la sociedad, se constituye como una
respuesta casi lógica a la desaparición del estado en la mediación de la vida de
los individuos.
De ese marco de violencia emergen comportamientos que llevaron a los
internos a su situación actual,
Tampoco se puede dejar de señalar como generados en ese proceso el
deterioro de las instituciones públicas, los profundos cambios en los
comportamientos sociales y la ruptura de identidades que tenían como vehículo
de expresión a asociaciones colectivas como gremios, sindicatos, asociaciones
barriales, etc.
Al verse afectados lazos y vínculos tradicionales, surgieron procesos de
fragmentación social y su más evidente máscara: la violencia.
De este modo, la violencia empezó a tener un rol activo y constructor;
muchas de las nuevas relaciones sociales son resultados de nuevos vínculos,
nuevas identidades, nuevas y originales formas de protesta.
En parte ese comportamiento se observa incluso en las solidaridades y
complicidades que se establecen en el espacio de la cárcel: son resultados casi
lógicos de la naturaleza de estas nuevas relaciones.
El carácter de estos vínculos tienen el sesgo de expresarse como
respuesta a algo (la ausencia de mediaciones), como consecuencia de algo (la
fractura de un orden social solidario) y también en la búsqueda de algo
(protección, seguridad, respaldo).
“El compañero de uno, el que va con uno, es tres veces más que la madre y
cinco veces más que el hermano, porque es el que me cuida la espalda a mi y
yo le cuido a él entendés, es un código que tenemos nosotros, no nos dejamos
tirados, vamos dos y volvemos dos o quedamos los dos tirados ahí”
“Yo estoy acá y el compañero de afuera está afuera. Te tiene que dar una
mano, no a vos, a tu familia. Le hace llegar cosas a la familia, te ayuda, no con
mucho pero si te ayuda, pueden hacer una colecta y dejarte en tu casa”
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Loic Wacquant. Parias Urbanos. Marginalidad en la ciudad a comienzos del milenio. Buenos Aires.
Edit. Manantial. 2001. p. 111
Debemos señalar y pensar a la cárcel como un lugar físico, social y
simbólico cuyo “funcionamiento” es resultado en gran medida de lo que sucede
afuera de ella.
De este modo también se puede pensar a la vioencia como resultado de
la carencia de medios y recursos en las que viven grandes cantidades de
personas para producir sus propias identidades colectivas e individuales.
Las “solidaridades” y “complicidades” de los que habitan la cárcel está
impregnada de estos mecanismos y por si fuera poco la situación institucional
de los organismos de detención, es una clara expresión del abandono al que
fueron sometidas todas las instituciones sociales de acción directa.
Por lo mismo el comportamiento de los detenidos tiene ese carácter
segregado, criminalizado y judicializado.
Son los desprotegidos, los “expulsados”, los pobres los principales
“clientes” del sistema carcelario y no por el contrario como se piensa, resultado
de cierta propensión al delito y a la desviación de grupos o fracciones de clase
íntegras.
Desde esa perspectiva se constituye como un error del análisis de este
tipo de problema “trasformar condiciones sociológicas en rasgos psicológicos e
imputar a las victimas las características distorsionadas de sus victimarios” 7.
En ese sentido estudiar el espacio de la cárcel establece la necesidad de
dejar de lado algunas de las visiones y concepciones dominantes referidas a
los espacios marginados y excluidos, tal es el caso de ella, en donde su
población queda relegada entre los sucesivos cambios en las políticas de
administración de lo público y el estigma de las concepciones sobre la
pobreza.
Parte y expresión de este proceso es “el tratamiento carcelario de la
miseria que reproduce sin cesar las condiciones de su propia extensión: cuanto
más se encierra a los pobres, más certeza tienen estos (si no hay algún cambio
de circunstancias) de seguir siéndolo, y, en consecuencia más se ofrecen como
blanco cómodo de la política de criminalización de la miseria” 8.
7
Op. cit. p. 43
8
Loic Wacuant. Las cárceles de la miseria. Buenos Aires. Edit. Manantial. 2000. p.145
BIBLIOGRAFÍA