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TEXTO 1
En 1999, mientras el guionista Charlie Kaufman veía cómo su guión Cómo ser John Malkovich
era llevado a la pantalla por Spike Jonze, el director Jonathan Demme y el productor Ed Saxon
le encargaban adaptar El ladrón de orquídeas, un libro de gran éxito basado en un caso de la
vida real y escrito por la periodista del New Yorker Susan Orlean. Este libro tan alabado cuenta
la historia de un periodista que descubre la razón de su pasión mientras escribe las aventuras
de John Laroche, un hombre divagador e introvertido que está obsesionado por las orquídeas
raras.
Al libro de Orlean le faltaba una estructura convencional narrativa, lo que inicialmente frustró a
Kaufman. Sin embargo, al mismo tiempo, se sintió intrigado por descubrir de dónde venía el
encanto que ejercían en él la historia y el libro. Cuando se dio cuenta de que era incapaz de
plasmar todo este material en un guion narrativo de forma correcta, su confianza pronto se
convirtió en depresión. "Si hubiera sido un guion pensado por mí, lo habría abandonado en un
momento determinado", admite Kaufman. "Sin embargo, en este caso, yo había sido contratado
por otros. Ellos tenían esperanzas en mi trabajo, así que tuve que empezar a hacerme a la idea
de ser un adaptador".
A través de este tortuoso proceso, Kaufman mantuvo su decisión de encontrar una forma de
dirigir el tema de la pasión. "Pasión es algo sobre lo que yo quería escribir porque Susan Orlean
estaba escribiendo sobre ello", comenta el guionista. Entonces, tuvo la idea de incorporar el
proceso emocional de escribir un guion dentro del guion mismo. "Se convirtió en una especie de
metáfora de ideas que se nutren unas de las otras y cómo al final se llegan a unir". Mientras
tanto, el productor Ed Saxon esperaba pacientemente el primer borrador de Charlie. Pasarían
seis meses antes de que recibiese el guion titulado Adaptación. El ladrón de orquídeas.
TEXTO 2
Ampliamente conocido por su nombre anglosajón —fair frade—, el comercio justo alude a un
modelo de negocios que pone de acuerdo a los granjeros asalariados o afiliados a cooperativas
con los exportadores e importadores de productos agrícolas para garantizar el reparto de las
ganancias. De esta manera, todos los involucrados pueden recibir lo que merecen por el valor
de su esfuerzo. De ahí, la relevancia de iniciativas como la del sello "Fairtrade", la marca otorgada
por la asociación sin fines de lucro Fairtrade Labelling Organizations International (FLO) a la
mercancía producida bajo estrictos criterios de excelencia y solvencia ética, tanto ambiental
como laboral.
"La proeza más grande de Fairtrade ha sido atraer la atención hacia los problemas generados
por el comercio tradicional y estimular a los consumidores a indagar si los comerciantes están
siendo justos con los agricultores. Los consumidores alemanes —con todo y la crisis financiera—
se preguntan, por ejemplo, si el café que están tomando ha sido producido en condiciones justas.
El café producido y exportado en 21 países de Latinoamérica y el Caribe siguiendo las normas
del comercio justo se vende en 60 naciones del mundo, y la tasa de crecimiento de su mercado
se halla entre el 15 y el 20 por ciento" —sostiene Rudiger Meyer, director de FLO-Cert, la
compañía de certificación independiente que controla el cumplimiento de las reglas del comercio
justo por parte de todos los autorizados a usar el sello.
Si bien es cada vez más importante para el público comprador el origen de los bienes que
adquiere (pues así se fortalece la necesidad de un intercambio justo como el mejor abono para
el buen café), es relativo el alcance de la justicia comercial en la compraventa de café entre los
países industrializados y aquellos en vías de desarrollo, ya que son muchos los comerciantes
del café que no pertenecen al Sistema Fairtrade y el sello en cuestión tampoco es una panacea.
Asimismo, el comercio justo sigue siendo un nicho diminuto en el ámbito comercial internacional
si consideramos que, en los países donde la noción de fair trade ha echado raíces robustas, el
comercio justo abarca apenas el cuatro por ciento del mercado. Cabe preguntarse, entonces, si
esta es una tendencia con posibilidades de transformar estructuralmente la manera en que el
norte hace negocios con el sur global.
No es justo que el agricultor obtenga unos pocos centavos por cada kilo de café vendido,
mientras el comerciante y el vendedor final se quedan con las grandes ganancias. Para evitar
esto, es necesario organizar el mercado de manera transparente. No basta contar con la
alternativa de un sello como "Fairtrade" o con consumidores altruistas. Se siente en el aire la
misma pregunta que se hacen los partidarios de imponer un corsé ético al mercado financiero
global: ¿quién le pone el cascabel al gato?
7. El autor del texto tiene una opinión sobre el sello "Fairtrade". ¿Cuál es esta?
A. No es suficiente su implementación para asegurar un comercio justo a escala global.
B. No es la panacea de la justicia comercial entre el agricultor y el comerciante local.
C. Es un buen comienzo para el comercio justo, pero no se puede esperar de este una
transformación estructural.
D. Ha permitido un cuestionamiento de los consumidores sobre el vínculo comercial entre el
agricultor y comerciante.
8. ¿Qué razón esgrime el autor para afirmar que el alcance de la justicia comercial es
relativo entre los países desarrollados y los países productores?
A. Los agricultores no se benefician con el comercio de sus cultivos como si lo hacen los
importadores y exportadores.
B. Los agricultores y los comerciantes de café están supeditados a las imposiciones del
mercado internacional.
C. Un número significativo de comerciantes de café no participa del sistema Fairtrade, que,
por lo demás, tampoco ofrece grandes beneficios.
D. El agricultor gana pocos centavos por cada kilo de café vendido mientras el comerciante
y el vendedor final se quedan con las grandes ganancias.
12. Cabe inferir que la víctima, pese al perdón con que pueda premiar a su agresor,
A) es incompetente para otorgar la amnistía.
B) tendría que ser magistrado para amnistiarlo.
C) debería asesorarse para el trámite legal.
D) no le corresponde optar entre el bien y el mal.
En contraste, tenemos la reacción optimista del integrado. Dado que la televisión, los periódicos,
la radio, el cine, las historietas, la novela popular y el Reader’s Digest ponen hoy en día los
bienes culturales a disposición de todos, haciendo amable y liviana la absorción de nociones y
la recepción de información, estamos viviendo una época de ampliación del campo cultural, en
que se realiza finalmente a un nivel extenso, con el concurso de los mejores, la circulación de un
arte y una cultura “popular”. Que esta cultura surja de lo bajo o sea confeccionada desde arriba
para consumidores indefensos, es un problema que el integrado no se plantea. En parte es así
porque, mientras los apocalípticos sobreviven precisamente elaborando teorías sobre la
decadencia, los integrados raramente teorizan, sino que prefieren actuar, producir, emitir
cotidianamente sus mensajes a todos los niveles. El Apocalipsis es una obsesión del que
disiente, la integración es la realidad concreta de aquellos que no disienten. La imagen del
Apocalipsis surge de la lectura de textos sobre la cultura de masas; la imagen de la integración
surge de la lectura de textos de la cultura de masas.
Pero ¿hasta qué punto no nos hallamos ante dos vertientes de un mismo problema, y hasta qué
punto los textos apocalípticos no representan el producto más sofisticado que se ofrece al
consumo de masas? En tal caso, la fórmula “apocalípticos e integrados” no plantearía la
oposición entre dos actitudes (y ninguno de los dos términos tendría valor sustantivo), sino la
predicación de dos adjetivos complementarios, adaptables a los mismos productores de una
“crítica popular de la cultura popular”.
Adaptado de Umberto Eco, Apocalípticos e integrados, Bs. As, Sudamericana, 2013, pp. 30-31
17. Resulta incorrecto afirmar con la sugerencia final del autor pretender que
A. “apocalípticos” e “integrados” son términos inconmensurables.
B. la postura de Heráclito representa bien a los apocalípticos.
C. el Reader’s Digest constituye un medio de difusión cultural.
D. los integrados son pragmáticos; los apocalípticos, teóricos.
18. Se infiere del texto que si Heráclito retornara a nuestro tiempo, probablemente
A. estaría de acuerdo con la ampliación de la cultura culta.
B. muy probablemente optaría por un discurso hermético.
C. quedaría perplejo por la existencia de la cultura aristocrática.
D. observaría con enfado la posición de los “apocalípticos”.
TEXTO 5
El reciente ensayo de mi amigo Eduardo González Cueva sobre lo que él llama la hipocresía de
los antitaurinos es tan digno de atención que debería ser recitado en el centro de la arena de
Acho, de preferencia en traje de luces. Aunque a juzgar por la única vez que vi a Eduardo parado
frente a un toro unos veinticinco años atrás, es bueno hacer notar que se trata de un ensayo
estrictamente teórico y que la relación de Eduardo con el ganado vacuno encuentra su mejor
escenario en un plato de lomo saltado.
Como siempre, su texto está lleno de observaciones más que pertinentes: en efecto, la mayor
parte de los que reclaman contra las corridas de toros no tienen reparos en alimentarse con l a
carne de animales industrialmente maltratados en condiciones bastante más desagradables que
las que se dan en una feria taurina.
Y más crucial aun: es verdad que la retórica de los antitaurinos suele desbarrancarse en un
violentismo de tono criminal y que, en sus discursos, la supuesta brutalidad de toreros y
aficionados a la tauromaquia es respondida con fantasías que son una mera inversión o una
simple extrapolación del aparente salvajismo: "Ojalá un día te claven a ti las banderillas, te lancee
un rejoneador, alguien te ensarte en su espada".
Cuando uno escucha esos alegatos, se hace evidente que, en boca de quienes lo asumen de
esa manera, el discurso antitaurino ha perdido cualquier valor, porque, al menos de la manera
en que yo lo veo, quizás con demasiada inocencia, lo que un antitaurino debería defender no es
la dignidad del animal sino la dignidad del ser humano.
Quien se sienta ofendido razonablemente por el espectáculo del sacrificio violento de un animal
debería, creo yo, tener como centro de su preocupación la idea de que el festejo de una forma
de violencia degrada al que la ejerce y al que la celebra, y no tanto la idea de que el animal
merece vivir una vida menos problemática y merece morir en una cama de hospital rodeado por
sus seres queridos.
TEXTO 6
Contaré la historia de mi herida bajo una condición: la de que no mitiguen ningún oprobio,
ninguna circunstancia de infamia.
Hacia 1922 yo era uno de los muchos que conspiraban por la independencia de Irlanda. En un
atardecer que no olvidaré, nos llegó un afiliado de Munster: un tal John Vincent Moon. Tenía
escasamente veinte años. Era flaco y fofo a la vez; daba la incómoda impresión de ser
invertebrado. Había cursado con fervor y con vanidad casi todas las páginas de no sé qué manual
comunista; el materialismo dialéctico le servía para segar cualquier discusión. Las razones que
puede tener un hombre para abominar de otro o para quererlo son infinitas: Moon reducía la
historia universal a un sórdido conflicto económico. El nuevo camarada no discutía: dictaminaba
con desdén y con cierta cólera.
Cuando arribamos a las últimas casas, un brusco tiroteo nos aturdió. Un soldado, enorme en el
resplandor, surgió de una cabaña incendiada. A gritos nos mandó que nos detuviéramos. Yo
apresuré mis pasos, mi camarada no me siguió. Me di vuelta y advertí que Moon estaba inmóvil,
fascinado y como eternizado por el terror. Entonces yo volví, derribé de un golpe al soldado,
sacudía Vincent Moon, lo insulté y le ordené que me siguiera. Tuve que tomarlo del brazo.
Huimos, entre la noche agujereada de incendios. Una bala rozó el hombro derecho de Moon;
este, mientras huíamos entre pinos, prorrumpió en un débil sollozo.
Al otro día Moon había recuperado el aplomo. Aceptó un cigarrillo y me sometió a un severo
interrogatorio sobre los “recursos económicos de nuestro partido revolucionario”. Sus preguntas
eran muy lúcidas; le dije -con verdad- que la situación era grave. Hondas descargas de fusilería
conmovieron el Sur. Le dije a Moon que nos esperaban los compañeros. Mi sobretodo y mi
revólver estaban en mi pieza; cuando volví, encontré a Moon tendido en el sofá, con los ojos
cerrados. Conjeturó que tenía fiebre; invocó un doloroso espasmo en el hombro.
Le rogué torpemente que se cuidara y me despedí.
Me abochornaba ese hombre, como si yo fuera él mismo. Lo que hace un hombre es como si lo
hicieran todos los hombres. Por eso no es injusto que una desobediencia en un jardín contamine
al género humano; por eso río es injusto que la crucifixión de un solo judío baste para salvarlo.
De las agonías y luces de la guerra no diré nada: mi propósito es referir la historia de esta cicatriz
que me afrenta. Hacia el alba, yo me escurría de la casa que nos amparaba, en la confusión del
crepúsculo. Al anochecer estaba de vuelta. Mi compañero me esperaba en el primer piso. Lo
rememoro con algún libro de estrategia en la mano. Inquiría nuestros planes; le gustaba
censurarlos o reformarlos. Para mostrar que le era indiferente su condición, magnificaba su
soberbia mental. Así pasaron, bien o mal, nueve días. El décimo la ciudad cayó definitivamente
en poder de los Black and Tans. Altos jinetes silenciosos patrullaban las rutas; había cenizas y
humo en el viento; en una esquina vi tirado un cadáver, menos tenaz en mi recuerdo que un
maniquí en el cual los soldados interminablemente ejercitaban la puntería, en mitad de la plaza...
Yo había salido cuando el amanecer estaba en el cielo; antes del mediodía volví. Moon, en la
biblioteca, hablaba con alguien; el tono de la voz me hizo comprender que hablaba por teléfono.
Después oí mi nombre; después que yo regresaría a las siete, le oí exigir unas garantías de
seguridad personal.
Lo acorralé antes de que los soldados me detuvieran. De una de las panoplias de la casa
arranqué un alfanje; con esa media luna de acero le rubriqué en la cara, para siempre, una media
luna de sangre.
Les he narrado la historia de este modo para que la siguieran hasta el fin. A ustedes que son
unos desconocidos, les he hecho esta vergonzosa confesión. No me duele tanto su menosprecio.
26. Se infiere del texto que entre el narrador y John Vincent Moon hay una relación de
A) admiración
B) camaradería
C) identidad
D) enemistad
27. Es posible deducir que la llamada telefónica de Moon
A) buscaba salvar a un camarada.
B) fue un acto de autoinmolación.
C) logró despistar a los soldados.
D) constituyó un acto de traición.
28. Si, cuando la ciudad cayó en poder de los Black and Tans, el narrador hubiese
regresado al anochecer, cabría afirmar que
A) Moon habría padecido de una fiebre difícil de remitir.
B) no habría descubierto la felonía de John V. Moon.
C) habría olvidado su sobretodo y su armamento.
D) habría polemizado interminablemente con Moon.