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MANIFIESTO NOSTALGIA POR EL PASADO

Por Agustín Pérez Reynoso

Unos de los principios inspiradores de la Cuarta Transformación (4T) ha sido el apremio en cambiar
leyes, cumplir promesas, elegir colaboradores, acaparar y dispensar recursos, conceder contratos
a empresarios, elevar el poder transexenal y volver al pasado. Tal como Lenin, Fidel Castro, Adolfo
Hitler o Hugo Chávez, todo bajo este régimen empezó bajo una constante premura, como si
tuviera siempre el tiempo en contra y hubiera que actuar rápidamente. La 4T, siguiendo esta
consigna, en cuanto llegó al poder, ha intentado transformar con rapidez la realidad política, social
y económica.

El gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y sus aliados han puesto en
marcha, tanto sus planes para deslindar a México de compromisos económicos con el mundo que
se opongan a políticas estatistas, como las actuaciones para consolidar su poder absoluto, así
como la persecución de aquellos que sean un obstáculo para lograr esas metas. El régimen
encarna una corriente antigua que pretende revestirse de una belleza nueva, como un manifiesto,
el Manifiesto Nostalgia por el Pasado. Este movimiento ensalza una vida ideal sustentada por el
Estado bueno.

Tiene como elementos principales, además de la admiración por los totalitarismos, la exaltación
de lo nacional y lo guerrero, la audacia y la revolución, el paso gimnástico o el movimiento
agresivo. Para los nostálgicos había que romper con años recientes, de los que nada merecía ser
conservado. Esa nostalgia ha pretendido quedar plasmada en la pintura, la poesía, la fotografía, los
libros de texto y en los mensajes matutinos del presidente AMLO. No ha podido hacerlo con la
escultura, la arquitectura o la música porque ya no dispone de los recursos de los gobiernos
anteriores.

No es casual que la reacción psicológica ante la exasperante lentitud y las fallas de un mundo que
triunfó ante el comunismo, haya sido el principio rector de la táctica que daría a la 4T sus
fulgurantes victorias en los primeros dos años de gobierno y fuera, precisamente, la velocidad con
que repartió dinero para compensar esas fallas. Quizás esa presión autoimpuesta les ha llevado a
provocar una guerra total contra las instituciones que son un contrapeso presidencial sin pensar
que la Nación no existiría sin ellas y que la legitimidad de la política también se sustenta en el éxito
económico.

El dinero se ha acabado. Las promesas de gastar grandes sumas para programas sociales sólo se
pueden compensar con propaganda o deuda. Los anticuados principios de la izquierda son
insuficientes para ir más allá y servir de argamasa para el Estado Benefactor, y tener ese carácter
de modernidad que ahora puede parecernos posible, pero que es inverosímil, si lo contrastamos
con las anquilosadas sociedades socialistas, ancladas en un pasado del que hay que huir a toda
velocidad como Cuba, Venezuela o Corea del norte. Nunca mejor dicho. Regresemos a la
modernidad. agusperezr@hotmail.com

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