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DA TRÍPLICE FRONTEIRA
A CLÍNICA COMO ACONTECIMENTO
D I A N A A R A U J O P E R E I R A ( O R G. )
CARTOGRAFIA IMAGINÁRIA
DA TRÍPLICE FRONTEIRA
A CLÍNICA COMO ACONTECIMENTO
UNIVERSITÁRIO
DOBRA EDITORIAL
EDITOR Reynaldo Damazio
CON SEL HO EDITORIAL Adolfo Montejo Navas, Carlos Felipe Moisés,
Edison Carmagnani Filho, Eduardo Sterzi,
Frederico Barbosa, Tarso de Melo
COMERCIAL Paula Amorim
INTERNET Ricardo Botelho
CONTATO Rua Araújo, 154 • 2° andar • Centro • São Paulo • SP
CEP 01220-020
www.dobraeditorial.com.br
IMAGEM DA CAPA
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armazenada, por quaisquer meios, sem a autorização
prévia e por escrito da editora e do autor.
PREFÁCIO........................................................................................................................7
GEOPOÉTICA TRIFRONTEIRIÇA
OUTRAS FRONTEIRAS
Cuentos pintados del Perú: memorias, imágenes y lenguas del ande ..... 263
Rosaura Andazabal Cayllahua (UNMSM – Peru)
NOTAS PARA REPRESENTARSE
Decires en frontera
Damián Cabrera1
(Seminario Espacio/Crítica – Paraguai)
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–y luego para Rivarola-Matto y Roa Bastos – era escenario de explo-
taciones en los obrajes, bajo el yugo de la Industrial Paraguaya o la
Matte-Laranjeira. Un virus ataca la corteza de una célula en un ángulo
particular, prolifera en ese recodo de su dermis hasta que la perfora,
entra, hace estragos; así, el monocultivo extensivo que ya no tenía
hacia dónde en el Brasil se abrió camino por Canindeyú, y a lo largo
de toda la frontera, y más tierra adentro, cada vez.
El autodenominado “sector productivo” del Paraguay: El bos-
que es la rémora de su “progreso”, una representación stronista
que ha sido eternizada por el discurso del sector y el discurso de
los medios corporativos de comunicación. Ahora, el bosque es se-
ñalado como escondrijo del EPP (el grupo guerrillero denominado
Ejército del Pueblo Paraguayo); más una negligencia al restarle
peso al pasado poniendo en clave de insólito lo que ha sangrado
sobre la memoria.
El infierno: laberinto y desierto verde, despoblado, susceptible de
políticas de colonización desde ambos márgenes del Paraná. Más de
cien años de disputas transitan el territorio altoparanaense, entre in-
dígenas, campesinos y terratenientes –de nacionalidad heterogénea-.
El espacio fronterizo altoparanaense tiene sus claves de lectura en
un complejo de tres íconos constituidos por la represa hidroeléctrica
de Itaipú, la Ruta Internacional Nº 7 “Dr. José Gaspar Rodriguez de
Francia” (que une Coronel Oviedo con Ciudad del Este) y el Puente
de la Amistad. Estos tres elementos modernizadores de la región,
además de ser infraestructura constituyen artefactos simbólicos que
inauguran un nuevo tiempo y reestructuran la vida local. Estos arte-
factos inauguran, además, la marcha hacia el Este, desde el interior
del Paraguay, y la marcha hacia el Oeste, desde el Brasil, que termina
permeando su exterior.
Esto genera disputas territoriales, pero que no se reducen a la
disputa por la tierra. Bajo la apariencia de una dicotomía brasile-
ños/paraguayos propagandística se disimula la naturaleza de las
oposiciones: la lucha por los sistemas de producción; y no sólo de
producción económica sino también simbólica, y sus mecanismos
de puesta en circulación.
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La ciudad nueva es de paso pero también de visita, y allí prolifera
el contrabando como negocio típicamente militar y de la clase política
stronista hasta principios de los 90; cuando, por decirlo de alguna
manera, se democratiza. En su novedad hay lugar para ocupaciones
temporales, pero el trabajo informal e ilegal sobrevive al crecimiento
explosivo, y lo temporal se vuelve permanente.
La visible presencia de otras colectividades puede hacer pensar
en más un mito que se autoconsume: la integración multiculturalista
y las coexistencias armónicas; pero lo diferente existe hostilmente
sobreviviendo su espacio según sus potencias.
En la lucha por los sistemas de producción económica, la produc-
ción simbólica tiene poca visibilidad. En principio porque las políticas
de institucionalización y las prácticas ministeriales están ausentes,
pero también porque cualquier emprendimiento independiente debe
abrir, cada vez, su propio espacio para acontecer; y éste se cierra,
cada vez, dejando una cicatriz imperceptible.
Frontera
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lingüísticas ¿dicen algo? Pensás, además, en el hecho de que la imagen
de la frontera esteña está atrapada en medio de las estereotipaciones,
construidas, principalmente, desde los medios de comunicación.
Didi-Huberman cita a Karl Krauss, quien reflexiona sobre la verdad
y sobre el supuesto de objetividad de las informaciones ofrecidas por
los medios periodísticos: “no hay otra objetividad que una objetividad
artística. Sólo ella puede representar un estado de cosas de manera
conforme a la verdad” (DIDI-HUBERMAN, 2008, p. 21). Pero en este
espacio, reciente en tanto cómo es reconocido, las representaciones
que buscan nombrarlo desde la poesía son apenas incipientes; creés
reconocer, sin embargo, en cierta literatura, especialmente en aquella
que ejerce su experimentación en una escena fronteriza imaginada,
las señales de una forma que dice una verdad sobre él.
Al decirse, estas voces poéticas oponen no sólo una imagen alter-
nativa del lugar, sino transparentan en su forma los procesos que lo
atraviesan. Esta imagen podrían leerse como el reverso de las represen-
taciones autoritarias que atestan el espacio vacío del nombre propio, el
cual, en un territorio falto de memoria colectiva plenamente consciente,
no tiene asignación imaginable. El ejercicio de la mezcla, que quizás
valga más como acto que por lo que se dicta en su decir, se asemeja
a la posición del híbrido cultural en tanto actor político que confunde
los artefactos de reconocimiento y discriminación. Así como la hibridez
hace tambalear las posiciones de la autoridad colonial y de la contes-
tación de la diferencia, las palabras que estas voces poéticas profieren
podrían activar mecanismos para tornar fluctuantes algunas posiciones:
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y Ka’arendy hoy honran con su nombre a Juan E. O’Leary y a Juan
León Mallorquín, respectivamente. Y Ciudad del Este se llamaba
Puerto Presidente Stroessner. Atravesados por el nombre plural, hay
desde una primera mirada la impresión de una atmósfera inquieta,
inestable y perversa.
Interferencia
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deseando un diálogo con los otros lugares desde los cuales se (des)
traba una lucha en los campos semánticos y en las territorialidades
superpuestas de las lenguas; por ejemplo, en la escritura, en particular
en un tipo de escritura: la literaria.
Partís del supuesto de que la articulación, en un mismo espacio dis-
cursivo, de dos lenguas con cargas semánticas e ideológicas distintas
operaría como un montaje –no sólo de imágenes o puros enunciados,
sino también de ficciones – capaz de hacer decible una experiencia,
habilitando nuevas formas de subjetividad y redistribuyendo posicio-
nes en el orden discursivo pero también político.
Si como sugiere Rancière en La distribución de lo sensible la escri-
tura destruye los cimientos “legítimos” de la circulación de la palabra,
¿qué desarreglos en la manera de imaginar identidades y la adminis-
tración de territorios y cuerpos en un espacio común propondría el
montaje de un discurso literario en el cual lenguas –tanto colonizantes
como colonizadas – se interfieren mutuamente? Y, finalmente, ¿qué es
lo que convocaría este discurso, y qué es lo que conjura y desregula
o legitima las voces de quienes se escriben en esta clave?
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menor de una lengua mayor, el empleo desubicado de una lengua, la
dislocación de la lengua de su estado habitual. Así, continúan diciendo
Deleuze y Guattari, lo que en primera instancia caracterizaría la litera-
tura menor es que “el idioma se ve afectado por un fuerte coeficiente
de desterritorialización” (DELEUZE, 1978, p. 28).
Pero el ejercicio que efectúan escritores como Jorge Canese, así
como otros varios autores en cuya escritura se despliega una zona de
interferencias lingüísticas (Wilson Bueno, Néstor Perlongher, Paulo
Leminski, Douglas Diegues, por ejemplo), excede la radicalidad del
uso menor de una lengua mayor y extrema la desterritorialización de
las lenguas al montar, sobre un mismo espacio discursivo, la suma de
acentos y de claves en una acción socarronamente contaminadora. Lo
que tiene más visibilidad en esta poesía no son las imágenes que el
significante hace parpadear cuando se leen o se pronuncian las pala-
bras, sino un gesto: el movimiento desarreglador de los espacios; un
traspapelar ese primer montaje que de hecho constituye la superposi-
ción de territorios lingüísticos; un golpe sobre la desmemoria orgánica
de los cuerpos con relación a sus espacios previos que produce una
nueva amnesia territorial: no una que niega el orden actual de las
posiciones, sino una que hace caso omiso a tal orden.
Decís: Las características del mapa diglósico del Paraguay obsta-
culizan la posibilidad de que los sujetos hablen en cualquiera de las
lenguas, se digan profiriendo palabras o escribiéndolas en cualquier
lengua. “En consecuencia, un pueblo que se des-lengua es un pueblo
que se des-piensa, se des-dice y, finalmente, se des-hace”, dice Melià,
y agrega que “el alingüismo es por desgracia un fenómeno posible”
(MELIÀ, 1997, p. 39).
Deleuze y Guattari hablan del valor colectivo de la literatura
menor. En los usos menores de una lengua mayor habría pocas
condiciones para profusas producciones de calidad, habría dificul-
tades para individualizar al sujeto del enunciado como “maestro”,
y, por lo tanto, la escritura menor iría en una dirección opuesta:
hacia una expresión de acción colectiva: “lo que el escritor dice
totalmente solo se vuelve una acción colectiva, y lo que dice o hace
es necesariamente político, incluso si los otros no están de acuerdo”
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(DELEUZE, 1978, p. 30). Pensás: En Paraguay toda literatura sería
una literatura menor, puesto que éste sería un uso subalterno de
las lenguas mayoritarias, tanto en cuanto a la cantidad de hablantes
como a las posiciones a las que las lenguas están consignadas. No
hay, pensás, hablantes plenamente competentes, y no habría, salvo
detrás de la autoridad de algún nombre, una escritura magistral.
Pero oponés la atmósfera afásica de apariencia terrorífica que Melià
anticipa a una consternación de otro orden: Más que las palabras,
más que los significados cuya persistencia se vería amenazada con
la desaparición de los significantes que los nombren, te aterra el
destierro de las funciones del lenguaje; al expropiarse una función
lingüística de una lengua, los que hablan y piensan en esa lengua
estarían deportados de la posibilidad de desarrollar plenamente su
subjetividad. Pero hay una expectativa: El colectivo des-hecho por la
afasia podría eventualmente tener la oportunidad de re-imaginarse.
No hay literatura mayor, pensás, pero hay escrituras marginales.
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El fenómeno de mezclas translingüísticas en la literatura de
Paraguay empezaba a llamar la atención tanto de académicos como de
críticos en diversas universidades de Latinoamérica, Estados Unidos
y Europa; pocos años después se suscitarían publicaciones de anto-
logías y realización de congresos en los cuales este fenómeno estaría
en el centro de las discusiones. El escritor Jorge Montesino asumía
que Colmán Gutiérrez no sólo no quería quedar fuera de esa vibrante
escena que empezaba a agitarse en el Paraguay, sino que también
se estaría adjudicando una suerte de pionerismo en la cuestión de
mezclas entre el castellano, el portugués y el guaraní. A raíz de esto,
en febrero de 2008 escribe en su blog:
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adscribían al “portunhol selvagem” veían las interferencias lingüísti-
cas como instancia creativa, y montaban una zona de interferencias
que no respondía a los mecanismos ni a las economías del lenguaje
coloquial. Por otro lado, Andrés Colmán Gutiérrez –y el mismo Jorge
Montesino, que cuestiona su nota– representaban en sus textos el
habla coloquial, las contaminaciones que la oralidad creativa producía.
Cabe señalar, sin embargo, que tanto Canese como Douglas
Diegues, Edgar Pou (quizás en menor medida Cristino Bogado), eje-
cutan estas interferencias creativas primordialmente en la poesía y
excepcionalmente en la narrativa.
Tengo nombre
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grupos sociales de procedencia diversa que la han elegido como hogar
o como lugar de paso en su tránsito hacia dónde; y que en la última
década ve una explosión en slow motion de subjetividades que de-
sean inscribirse en el espacio, hacerse cuerpo; produciendo sentido,
significando, para que el hogar elegido sea un hueco a la medida del
que lo habita.
Pero un espacio abierto a múltiples subjetividades, grupos sociales,
naciones –una escena con mapas y territorialidades superpuestas – es
susceptible de tensiones, porque, en sus intentos por consolidarse
en la escena, los anhelos ajenos pueden chocar con los de uno, y
cuando no es posible encontrar la coincidencia la tolerancia parece
comprometida.
Las pujas por la producción y puesta en circulación de los sentidos
se hallan inscriptas en un entramado que se complejiza al contemplar
la diversidad lingüística en la que se llevan a cabo; el escenario es
polifónico, y podría hacer pifiar la voz única de una autoridad altiso-
nante que opacara las demás voces; sin embargo, existen presencias
autoritarias más audibles cuyos sentidos subordinan la producción
de grupos subalternos.
En ciertos campos semánticos, la conjunción poder económico,
una determinada lengua, y la capacidad de agencia constituyen una
nueva fuerza que aparece no sólo colonizando los otros sentidos sino
como autoridad colonial de hecho.
La dicotomía castellano/guaraní, en su relación diglósica, cobra
otros matices frente a la presencia del portugués principalmente, y en
menor medida frente a algunas lenguas indígenas y diversas lenguas
de las colectividades de inmigrantes en el Alto Paraná.
El portugués como lengua del coloniaje disloca los sentidos y
consolida una ideología que se halla implícita no necesariamente en
la lengua sino en el modo de hacer y estar de una Mayoría de sus
hablantes –mayoría no en el sentido de cantidad sino en señal de su
fuerza autoritaria-; en el habla cotidiana las señales de esta dislocación
ofrecen oportunidades creativas –porque siempre ha habido mezclas,
y la idea de “pureza”, de identidad previa impoluta es un construc-
to muy fácil de desestabilizar-, pero también construye relaciones
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subordinantes y hace que el hueco del hogar elegido sea habitable
sólo de una manera, excluyendo otros modos de estar en el lugar.
¿Calificarlos como mejores o peores? ¿Cómo puede la tierra no
ser suficiente para modos de hacer “poco productivos” en manos
de poca gente y a su vez ser insuficiente para prácticas “altamente
productivas” en manos, también, de poca gente?
Distancias
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capturar, y que sólo podés conocer mediante una traducción. Querés
imaginar la distancia de esa sonoridad, el silencio que inscribe, a la
manera en que Rancière piensa la distancia entre el ignorante y el
saber del maestro. Conocer para:
Leés estos textos y en ellos se cifra una tensión real. Hay una
referencia que aparece distanciada y se nombra oblicuamente –como
nombra la poesía, pero como nombra el lenguaje en general–. Pensás
en Derrida quien sugiere que a veces el silencio puede devenir voz,
la interrupción de la alocución como la propia alocución, pero quizás
otra cosa: este montaje podría transgredir las posiciones consignadas
a las mismas – cifradas en el estatus y en la jerarquía–, no sólo en
un objeto como lo es el libro, canonizante del decir, sino en el lugar
donde se elabora toda habla: un territorio.
No siempre te resulta posible leer los significados. Los signifi-
cantes, sin embargo, son altisonantes, hablan más fuerte: antes que
la imagen de un espacio, la forma de la poesía puede representar
el tenso movimiento de los signos, las posiciones, los poderes, los
espacios fronterizos. Son el otro nombre, el apodo de un lugar: igual
que el polvo.
BIBLIOGRAFÍA
CA RTO G RA F I A I M A G I N Á R I A D A T R Í P L I C E F RO N T E I RA 179
DIDI-HUBERMAN, Georges. Cuando las imágenes toman posición. Madrid:
Antonio Machado, 2008.
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