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categorización general de la figura jurídica —su contenido patrimonial— no sella indefectiblemente el carácter
de las manifestaciones que la misma pueda reconocer luego en los hechos —patrimonial o extrapatrimonial—.
Ciuro Caldani lo ha descrito con total sagacidad: la reparación utilitaria de daños sufridos en relación con
otros valores significa la pretensión básica de que la utilidad de convierta en los otros valores dañados y, aunque
la reparación diste mucho de ser idéntica al daño siempre cabe la posibilidad de reconocer una equivalencia de
potencialidad vital (8).
III. Daño resarcible patrimonial y daño resarcible extrapatrimonial
En oportunidad de definir al "daño" el Cód. Civ. y Com. lo preceptúa como una lesión a un derecho o un
interés no reprobado por el ordenamiento jurídico, que tenga por objeto la persona, el patrimonio, o un derecho
de incidencia colectiva (art. 1737). Así, en la añosa disputa (9) entre aquellos que segregan entre el "daño-lesión"
—ora a un derecho subjetivo ora a un interés legítimo— y el "daño-consecuencia", el concepto parece acercarse
a la primigenia noción de "daño-lesión" y no a la del "daño resarcible" —aunque esta última denominación sea
la que bautiza a la sección 4ª en la que se emplaza el art. 1737— o "daño-consecuencia". Como producto de
ello, siguiendo a Ossola, el daño resarcible no es la lesión en sí misma sino las concretas consecuencias
perjudiciales de dicha lesión (10) pues la distinción no depende de la índole de los derechos que son materia del
ilícito sino de la repercusión que este acto tiene (11).
Ahora bien, como enseña Calvo Costa, las nociones aludidas no resultan antagonistas sino más bien
complementarias pues la plataforma de partida debe ser el interés, ya que cuando el intérprete y/o el legislador
seleccionan los daños resarcibles aprecian para ello el interés del sujeto. Recién en una segunda instancia, a la
hora de fijar el resarcimiento sí se deben apreciar las consecuencias (definir el quantum a indemnizar), puesto
que con la sola mención de que se lesionado un interés protegido no basta (12).
Ello pone de manifiesto la posibilidad de vinculación práctica entre ambas nociones y, adunan Mayo y
Prevot, que el antagonismo fulgurante entre las concepciones del daño evento y del daño lesión se diluye desde
el momento en que se admite para la prueba del perjuicio (consecuencia) el recurso a mecanismos presuntivos, o
sea, cuando demostrado el daño "evento" resultan también probadas aunque vía presuntiva, las consecuencias
nocivas (13). Este entendimiento se corrobora en nuestro derecho vigente pues reposa en el art. 1744 Cód. Civ. y
Com.: "el daño debe ser acreditado por quien lo invoca, excepto que la ley lo impute o presuma, o que surja
notorio de los propios hechos".
Amén de ello, el "daño-lesión" no constituye por sí mismo el "daño resarcible" pero tiene trascendencia
jurídica para la conformación de este porque creemos que la identificación de la afectación a un interés digno de
tutela y no reprobado por el ordenamiento jurídico —lo que podríamos dar en llamar una "relación jurídica
tutelada"— es una tarea propia y privativa del mentado daño "evento" o "lesión" como un primer análisis a
realizar por el operador en la indagación de la existencia de un daño resarcible. De hallar positivamente una
relación jurídica tutelada pues habrá de continuar en su tarea dirigiendo el foco a las consecuencias de dicho
menoscabo y así pasar a definir si existen repercusiones patrimoniales o extrapatrimoniales reparables. Por el
contrario, de no hallar positivamente una relación jurídica tutelada se le vedará todo análisis ulterior.
Siguiendo esta lógica, el daño "evento" impacta negativamente en un interés de un sujeto y ello apareja
"consecuencias" que serán las que dotarán de contenido a la carga indemnizatoria. Esta dinámica de segmentar
la lesión y la consecuencia no solo surge de la definición transcripta, sino que se reitera en los arts. 1726, 1738,
1740 y 1741 del Cód. Civ. y Com. que reconocen como hilo conductor, precisamente, enderezar el
resarcimiento hacia las consecuencias que irrogue la lesión.
A partir de allí, creemos propicio concluir que las repercusiones que se derivan la lesión o afectación a un
"derecho o interés no reprobado por el ordenamiento jurídico" podrán ser, de un cariz patrimonial o
extrapatrimonial de manera que el "daño resarcible" o las "consecuencias indemnizables" solo podrán
manifestarse dentro de tales andariveles los cuales reconocen una amplitud tal que pueden alojar sin
forzamientos las variables que la norma positiva manda a considerar para comprender dentro del resarcimiento
del nocimiento irrogado. Atinadamente fue argüido que la dualidad apuntada obedece a una regla de lógica
formal: todo daño que no se sufre en el patrimonio, repercute por fuera de él, es decir, en la faz espiritual o
extrapatrimonial del sujeto (14).
Lo anterior dista de ser una mero disquisición teórica sino que se trata, en una palabra, de una ardua cuestión
que consiste en la determinación judicial de las consecuencias jurídicas de la norma que impone la obligación
resarcitoria (15) y en dicho tren el daño resarcible patrimonial entraña un defecto en el patrimonio (disvalor
pecuniario) y el daño resarcible extrapatrimonial importa un defecto existencial o espiritual en relación con la
situación subjetiva de la víctima precedente al hecho (desvalor personal) (16). A su turno, Brebbia es tan claro
como conciso: "el daño resarcible puede recaer sobre lo que la persona es o sobre lo que la persona tiene" (17).
Aclaramos que ellos no se excluyen recíprocamente y nada impide que un mismo acto lesivo pueda producir los
dos tipos de consecuencias consignadas.
En definitiva, el daño, a los efectos del resarcimiento, debe conceptuarse en sentida amplio como la lesión a
intereses amparados por el ordenamiento, cuyo trascendido se evidencia en la minoración de valores
económicos (daño patrimonial) o en alteraciones desfavorables del espíritu (daño moral) (18). Por ende, el daño
es el perjuicio que deriva de la lesión a un interés económico o espiritual individual o colectivo siendo la índole
del interés conculcado determinante para clasificar el daño y la consecuencia indemnizable (19).
Se separa así ontológica y funcionalmente el "daño-lesión" y "daño-consecuencia" como dos "tramos"
necesarios y no excluyentes para arribar a la del daño resarcible. Como primer "tramo", propio del
"daño-lesión", el intérprete deberá indagar sobre la juridicidad o tutela del interés o derecho individual o
colectivo —aquello de lo "no reprobado por el ordenamiento jurídico" o "relación jurídica tutelada" (20) —.
Luego, habrá de continuarse con el segundo "tramo", propio del "daño-consecuencia", para sopesar la existencia
y magnitud de las consecuencias que dicho impacto ha lesionado y que habrán de repararse y mensurarse en la
carga indemnizatoria.
Como última reflexión sobre el tópico, creemos factible hallar también un fundamento adicional entre la
conveniencia de la escisión señalada no solo porque su formulación amplia puede cobijar en su seno a las
distintas manifestaciones del nocimiento sino porque, además, cada uno de los componentes del binomio se
endereza a una finalidad diversa. Por un lado, si bien ha sido un trabajoso devenir teórico, puede afirmarse que
en la indemnización de las consecuencias extrapatrimoniales se persigue una finalidad "satisfactoria" (o
satisfactiva) o de "consuelo", siendo esta última función reafirmada expresamente por la Corte Suprema de
Justicia de la Nación en el conocido precedente "Baeza" (21) y en el art. 1741 del Cód. Civ. y Com. (22). En
cambio, en el daño "patrimonial" se procura volver la situación patrimonial al momento previo del evento
dañoso, para lo cual resultará práctico analizar cómo "era" el patrimonio antes del evento dañoso y "como
queda" después del daño (23). Lo dicho marca una cierta modulación de la finalidad que se persigue a través de
la condena a la reparación del daño causado mediante el pago de una indemnización y que, otra vez, responde a
la lógica binaria del daño ya trabajada.
IV. Situaciones controvertidas
El desarrollo argumental que precede confluye entonces en la necesidad de realizar, en primer término, una
escisión bipartita, bifronte o binaria entre el daño resarcible: daño resarcible patrimonial y daño resarcible
extrapatrimonial. En segundo lugar, a partir de la misma habrá de ubicarse dentro de ambas categorías a los
rubros que conforman la cuenta indemnizatoria.
En este tren, Berger expone que el Cód. Civ. y Com. mantiene un doble régimen sobre la naturaleza del
daño: el mismo patrimonial o no patrimonial Dentro del primero se ubican la pérdida o disminución del
patrimonio de la víctima, el lucro cesante y la pérdida de chance. Dentro del segundo se inscriben los daños a la
integridad personal, a la salud psicofísica y a sus afecciones espirituales legítimas (daño moral en sentido
tradicional) (24). Pero como veremos a continuación determinados rubros ponen en entredicho la aparente
certidumbre que rodea a la descripción realizada, aunque, desde ya adelantamos, no creemos que tengan la
fuerza lógica suficiente para alterar la sustancia de lo ya descrito.
IV.1. El "daño estético"
"Estético" y "estética" son las dos variables —masculina y femenina, respectivamente— de un adjetivo que
procede del griego. Significa "sensible", pero no remite a la percepción de la realidad mediante los sentidos,
sino a la aprehensión de la belleza del objeto percibido (25).
Múltiples definiciones se han pretendido esbozar en derredor de este rubro indemnizatorio. Podemos
coincidir en que se trata de todo menoscabo o disminución de la integridad corporal que altera la regularidad y
normalidad físicas de la víctima del evento dañoso, hallándose el desvalor ínsito del daño estético no es
únicamente lo feo, deformante, repugnante o ridículo, sino, además, lo extraño, raro, anormal e, inclusive, lo
distinto con relación a la presentación física anterior al hecho (26). Se concibe así al daño estético como la
alteración o deformación que afea o desfigura la belleza corporal o la integridad de su aspecto (27). Si bien
resulta harto complejo prefijar una nómina completa de ejemplificaciones de manifestación de este rubro
indemnizatorio, se han señalado como tales: una cicatriz, la pérdida de un ojo o una oreja, el caminar
defectuoso, la amputación de un miembro, lesiones en el cuero cabelludo, entre muchas otras (28).
Podrá existir, así cierta autonomía conceptual pero no autonomía resarcitoria (29) pues no trasunta un rubro
autónomo respecto al material o moral, sino que integra uno y otro o ambos según el caso (30). En relación con
su proyección patrimonial se ha fallado que el daño estético consiste en toda desfiguración física producida por
las lesiones, sean o no subsanables quirúrgicamente, que pueden traducirse en un daño cuando inciden
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directamente en las posibilidades económicas del lesionado, es decir, que solo configuran un daño patrimonial
cuando por sí mismas provocan un especial desmedro en las chances laborales conforme a la profesión de la
víctima (31). Por el contrario, si no hay indicios de que el daño sufrido por la víctima provoque o haya
provocado perjuicios patrimoniales, cabe considerarlo al establecer el daño moral (32).
Siguiendo tal lógica, Ubiría enseña que el daño estético puede impactar en el terreno patrimonial del sujeto,
al afectar posibilidades laborales, presentes y futuras y, en tal caso, se produce una mengua en la capacidad
laborativa o de producción de ganancias del sujeto al influir negativamente de manera directa o indirecta en su
posición y relacionamiento con terceras personas. Amén de ello, también puede incidir negativamente en la
esfera emocional del sujeto, en su faz espiritual, por el desequilibrio que se genera en la armonía individual y
personal (33).
La contundencia de los argumentos desbrozados con anterioridad exime de mayores comentarios al
respecto, pues se desprende con total claridad de estos cómo, a pesar de una pretendida autonomía del daño
estético, la misma no pasa de una cuestión conceptual en atención a que la indemnización de este dependerá
exclusivamente de que se patentice su efecto nocivo ora en el patrimonio ora en el sentir o espíritu de la víctima
del daño. Nuevamente, se mantiene el esquema oportunamente descrito en este opúsculo delimitando en el
binomio de patrimonialidad-extrapatrimonialidad del daño la virtualidad de este y por fuera de toda pretensión
artificiosa de erigir un tertium genus diverso de aquel.
Pero a pesar de lo dicho, en el fallo en comentario se realizan algunas puntualizaciones en torno al daño
estético que resultan de interés para precisar aún más el contenido del rubro (34): se lee en el pronunciamiento
que la lesión estética provoca intrínsecamente daño a un bien extrapatrimonial como es la integridad corporal
provocando dicha lesión un agravio moral directo aunque pueda o no provocar un daño patrimonial y, en caso
de acontecer esto último se tratará de un daño patrimonial indirecto que pueden ser daños emergentes (v. gr.,
gastos realizados para solventar la curación de las lesiones) o lucro cesante (v. gr., pérdida de una fuente de
trabajos o de ingresos).
IV.2. El "daño al proyecto de vida"
El rubro indemnizatorio de marras se encuentra mencionado en el art. 1738 el cual prefija el contenido de la
indemnización y determinando, en su segunda parte y lo que aquí interesa, que la misma "...[i]ncluye
especialmente las consecuencias de la violación de los derechos personalísimos de la víctima, de su integridad
personal, su salud psicofísica, sus afecciones espirituales legítimas y las que resultan de la interferencia en su
proyecto de vida".
Si bien se utiliza el giro "interferencia en el proyecto de vida" la cercanía de nominación con el más
tradicional "daño al proyecto de vida" es notoria, pero maguer las disquisiciones en torno a los nombres
utilizados, el contenido del precepto genera entredichos en derredor de su autonomía y la dificultad para
ubicarlo en el daño patrimonial o extrapatrimonial.
Tiene dicho Fernández Sessarego que el daño al proyecto de vida incide sobre la libertad del sujeto a
realizarse según su propia libre decisión y es un daño de tal magnitud que afecta, por tanto, la manera en que el
sujeto ha decidido vivir, que trunca el destino de la persona, que le hace perder el sentido mismo de su
existencia; siendo, por ello, un daño continuado, que generalmente acompaña al sujeto durante todo su existir en
tanto compromete, de modo radical, su peculiar y única manera de ser (35).
Trátese asimismo de una noción que ha recibido acogida en la Corte Interamericana de Derechos Humanos
(36)en variados precedentes entre los que podemos consignar: "María Elena Loayza Tamayo c. Perú" del año
1998, "Los Niños de la Calle c. Guatemala" del año 2001 y "Cantoral Benavides c. Perú" también del año 2001.
En el año 2004, la Corte Interamericana abrió aún más el ámbito de aplicación de la figura extendiéndolo al
daño al "proyecto de vida colectivo o comunitario" en "Masacre Plan de Sánchez c. Guatemala" y al "proyecto
de vida familiar" en "Molina Theissen c. Guatemala" (37).
Tanto en la definición escogida como de los precedentes citados se desprende, primero, una amplitud
notable del precepto y, por el otro una pretendida independencia del mismo con las tradicionales cuentas
indemnizatorias lo que queda demostrado, a guisa de ejemplo, en ciertos pasajes del caso "Loayza Tamayo":
"no corresponde a la afectación patrimonial derivada inmediata y directamente de los hechos (...) atiende a la
realización integral de la persona afectada, considerando su vocación, aptitudes, circunstancias, potencialidades
y aspiraciones, que le permiten fijarse razonablemente determinadas expectativas y acceder a ellas" (parágrafo
147, fs. 41).
Influye también en la procelosa naturaleza del "daño al proyecto de vida" construcciones que ha efectuado la
jurisprudencia italiana, en particular la Corte de Casación como el "daño existencial" (sentencia N° 6572 del
24/03/2006 y sentencia N° 13546 del 12/06/2006) o el "daño biológico" (sentencias N° 8828 y 8827 del año
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2003) aunque subsumidas, según Koteich Khatib (38) dentro del daño extrapatrimonial.
Frente a este escenario, tenemos para nosotros que la sola mención en la norma positiva de que la
indemnización deba comprender "especialmente" a la interferencia al proyecto de vida no apareja por sí misma
erigir una nueva categoría de daño autónoma e independiente que trascienda el binomio del daño patrimonial o
extrapatrimonial (39). Es que el legislador puede válidamente describir o señalar con más o menos detalle qué
supuestos llevan a la conformación de tales daños y las consecuencias que los mismos pueden irrogar, pero las
mismas se subsumen indefectiblemente —y como quedó dicho— dentro de la afectación
patrimonial-extrapatrimonial so pena de incurrir en el serio riesgo de duplicar y superponer la indemnización.
Nos persuade la idea de que el elenco de repercusiones contenidas en la segunda parte del art. 1738 que nos
ocupa y entre las cuales se posiciona la "interferencia al proyecto de vida" representa una enumeración
enunciativa e ilustrativa de distintas afecciones a la persona humana que puede reconocer luego, en los hechos,
un cariz patrimonial o extrapatrimonial —a priori y en generalmente importará este último (40) —. En sentido
concordante al nuestro Galdós, barrunta que la segunda parte el artículo enuncia los daños a la persona humana
y está mencionando a ambos: al daño patrimonial y al daño moral (41).
De esta manera, la composición de la indemnización del art. 1738 no está definiendo categorías especiales,
separadas o autónomas de daños, sino que ilustra sobre el modo en el cual las consecuencias del nocimiento
—en sentido amplio— pueden manifestarse en la esfera personal del damnificado sin pretender agotar en su
enunciado todas las hipótesis de ocurrencia. Parece que pretende advertir al operador de todas las repercusiones
señaladas y, en especial, en aquellas que son inherentes a la persona pero, a partir de detectarlas en el caso
concreto se procederá a introducirlas en la indemnización mediante su subsunción en la dimensión patrimonial o
extrapatrimonial del daño resarcible.
IV.3. El tratamiento psicológico y la incapacidad
Como tercer escenario controvertido ante el factible solapamiento o superposición en el resarcimiento de
daños surge la relación entre las sumas asignadas en concepto de "tratamiento psicológico" y por "incapacidad
psicofísica". De hecho, fue materia de agravios en los recursos interpuestos de modo que el tribunal debió
comprometer la interpretación entre lo concedido en ambos rubros.
Con criterio que compartimos, el tribunal colige que la indemnización por incapacidad psicofísica intentará
resarcir la disminución de la capacidad en dicho ámbito, mientras que la suma por gastos de tratamiento
psicológico solventará los costos de una terapia que, aunque no remitirá el daño (por ser permanente),
contribuirá a menguar sus efectos. En otras palabras, el primer rubro está destinado a paliar el daño que surge
por la pérdida permanente de la capacidad y el segundo tiende a proporcionar los medios para que a través de la
terapia aconsejada se disminuya el perjuicio o se evite su agravamiento.
Hasta aquí entonces puede deslindarse sin mayor dificultad dos preceptos propios del daño resarcible
patrimonial como son la indemnización de la incapacidad y el tratamiento psicológico. Pero nos permitiremos
hacer un comentario adicional con respecto a la escisión entre los dos conceptos traídos a colación y las
consecuencias extrapatrimoniales pues, a nuestro criterio, a partir de la verificación de un nocimiento en la
integridad psicofísica, el tribunal debe ser puntilloso en tren de fundamentar con suficiencia qué consecuencias
de dicha lesión integran las partidas del daño patrimonial o el extrapatrimonial.
Es que muchas veces, y de modo errado, se prefija un porcentaje de "incapacidad psíquica" cuando en el
diagnóstico mediante el cual se arriba al guarismo no se patentizan efectos nocivos en las actividades
productivas o valorables económicamente del sujeto sino, derechamente, la tristeza, el dolor, zozobra o angustia
que el hecho le ha irrogado en su sentir lo cual, va de suyo, será objeto de consideración dentro del daño moral.
De no seguir esta senda lógica cabe la posibilidad, ahora sí, de superponer o confundir los rubros
indemnizatorios desconociendo la ontología propia de cada uno de ellos.
Las diferencias son claras, pues mientras que en una hipótesis se configura un lucro cesante continuado por
representar la pérdida de ganancias derivadas de una incapacidad productiva que ha de extenderse por un plazo
(42) lo que, de rondón, apareja un impacto patrimonial (presente o futuro), en la restante se denota
—denominaciones aparte (43) — una superación de la comprensión clásica del pretium doloris para demostrar,
además, reflejos negativos de una afrenta injusta en la subjetividad del afectado que comprenderá no solo el
dolor, angustia o tristeza que irrogue el hecho generador sino también a la existencia intelectual y volitiva, tanto
en soledad como en proyecciones sociales en tanto la dimensión espiritual de la persona no se reduce a su
sensibilidad, o sufrimiento psíquico (44).
Afortunadamente, en el caso analizado el tribunal respeta esta lógica pues, con rigurosidad y adecuada
apoyatura en el dictamen pericial, se deslindan ambos tipos de repercusiones y coligiendo que, por un lado
—aquel tocante a las consecuencias patrimoniales—, se lee que "resulta evidente que el trastorno sufrido, con
las manifestaciones descriptas, le impide desarrollarse en sus tareas laborales y cotidianas antes del suceso aquí
debatido, con repercusiones en el ámbito patrimonial" o que "esta reparación no se limita al aspecto laboral, sino
que contempla, a su vez, las tareas económicamente valorables, aunque no remunerativas, que también pudieron
verse afectadas por las limitaciones informadas" y, por el otro —aquel tocante a las consecuencias
extrapatrimoniales—, surge "lo que se resarce es una lesión a intereses extrapatrimoniales, el dolor y las
aflicciones sufridas a raíz del accionar de la demandada".
V. Un postrer comentario
Por último, no queremos dejar pasar esta oportunidad para dejar asentado en el presente comentario a fallo
un aspecto que, si bien en la generalidad del estudio de la sentencia podrá parecer nimio, no deja de tener su
significancia. En la lectura del pronunciamiento, a lo largo del voto del Dr. González Zurro, uno se topa con dos
imágenes de capturas de pantalla provenientes una de la historia clínica del actor y la restante de la
documentación acompañada por el perito médico.
Bien se ha dicho que "la comunicación clara es transmitir de forma fácil, directa, transparente, simple y
eficaz información relevante para la ciudadanía" (45) y en la materia ello ha generado la ocupación de los
operadores jurídicos pues, se enseña que desde los años 70, tiene lugar un intento de simplificar o modernizar
un "tecnolecto" (46) tan presente en nuestra vida diaria como es el lenguaje jurídico (47) lo cual se ha replicado,
sabido es, en el ámbito local (48) importando el establecimiento de guías de estilo para la redacción de textos (49)
.
A partir de instrumentos internacionales se ha patentizado esta "promesa de claridad", como por caso, el
"Código Modelo Iberoamericano de Ética Judicial", prevé que las motivaciones de las decisiones judiciales
"deben estar expresadas en un estilo claro y preciso, sin recurrir a tecnicismos innecesarios y con la concisión
que sea compatible con la completa comprensión de las razones expuestas" (art. 27) o pueden también traerse a
colación las "Reglas de Brasilia sobre el Acceso a la Justicia de las Personas en Condición de Vulnerabilidad",
que disponen que "toda persona en condición de vulnerabilidad, tiene el derecho a entender y ser entendida",
debiéndose adoptar "las medidas necesarias para reducir las dificultades de comunicación que afecten a la
comprensión de las actuaciones judiciales, en las que participe una persona en condición de vulnerabilidad,
garantizando que esta pueda comprender su alcance y significado" (Regla 58).
No corresponde en esta instancia un tratamiento completo y pormenorizado de la problemática del lenguaje
claro en las sentencias judiciales o los contornos del "derecho a entender" (50) pues los márgenes de este breve
opúsculo así lo aconsejan, pero repárese en cómo a partir de la digitalización completa de las actuaciones
judiciales puede recurrirse muy sencillamente a una demostración mucho más certera y rotunda que la mera
transcripción o la citación de fojas. Cuidado, no descartamos estos métodos —que se utilizan y seguirán
utilizando— sino que nos parece positivo que se les adunen a ellos (51) otros como introducir una captura de
pantalla cuando lo que pretende fundamentarse por parte del magistrado es notorio en dicha pieza o la
introducción del hipervínculo que direccione al lector directamente a la foja que cita.
VI. A modo de colofón. La necesidad de mantener la matriz binaria
La preclara lucidez de Orgaz ya señalaba que las acepciones de la palabra "daño" suelen ser usadas sin
mucho rigor en esta materia, con grave perturbación de la teoría y de sus aplicaciones (52). De allí que, aunque
ya ha merecido la ocupación la doctrina y jurisprudencia de nuestro medio, siempre reconoce actualidad volver
a inquirirse sobre el concepto mismo de daño y sus manifestaciones, sobremanera antes las innovaciones que a
diario presenta la asignatura.
Haciendo nuestras las palabras de Molina Sandoval, no existe otra matriz binaria que la división del daño en
patrimonial y extrapatrimonial y la "mención" o inclusión en la demanda judicial de daños con nomen juris
específicos no alcanza a darle entidad. Aunque cuando pudieran tener cierta autonomía analítica y que dicho
daño sea claro y preciso, deberá incluirse en la clasificación más amplia de daños patrimoniales y
extrapatrimoniales pues el sistema jurídico argentino es partidario de esta estructura binaria y, en tal sentido, no
deja lugar a dudas (53). Bien señala López Herrera que el daño resarcible solo puede dividirse en dos especies,
daño patrimonial o material y daño moral y fuera de esas dos grandes divisiones no hay terceras posibilidades o
tertium genus (54).
En definitiva, y por todo lo expuesto, a pesar de la existencia de zonas grises o rubros indemnizatorios
novedosos con cierta vocación de independencia, concluimos que no existen terceras categorías de daños
resarcibles en forma autónoma por fuera del tradicional binomio de "daño resarcible patrimonial" y "daño
resarcible extrapatrimonial", aunque, se aclara, la delimitación conceptual de los distintos tiene utilidad práctica
para identificar el objeto de la lesión. Ahora bien, a la hora de la cuantificación y el monto se derivará
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