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Únicamente contigo

Val & Carter ~ La Familia


Connor
Layla Hagen

Únicamente contigo
Copyright ©2023 Layla Hagen
Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción total o
parcial de este libro de cualquier forma o medio electrónico o mecánico,
incluyendo sistemas de almacenamiento y recuperación de información, sin
permiso escrito y expreso del autor, excepto para el uso de citas breves en
evaluaciones del libro. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes,
negocios, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación de la
autora o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con personas reales,
vivas o muertas, o hechos reales es pura coincidencia.
Traducido por Well Read Translations
Tabla de Contenido
Derechos de Autor

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis
Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Veinte

Capítulo Veintiuno

Capítulo Veintidós

Capítulo Veintitrés

Capítulo Veinticuatro

Capítulo Veinticinco

Capítulo Veintiséis

Capítulo Veintisiete

Capítulo Veintiocho

Capítulo Veintinueve

Capítulo Treinta

Capítulo Treinta y Uno

Capítulo Treinta y Dos

Epílogo
Capítulo Uno
Carter
—Carter, lo estás haciendo mal. Tienes que hacer lazos, no
nudos —dijo mi sobrina de cinco años.
Peyton estaba sentada en la mesa del comedor, con los
pies colgando, mirándome con firmeza mientras yo me
ocupaba de los lazos de las mangas de su vestido.
—Chicos, vamos. No me gustaría llegar tarde el primer
día. Es un colegio nuevo. Tengo que causar una buena
impresión —dijo April desde el pasillo.
—Voy a pedirle a April que lo haga —dijo Peyton con
impaciencia.
—Vale, ve.
Le di un beso en la cabeza antes de ayudarla a bajar y
luego corrió hacia su hermana mayor. Miré a mis dos chicas
y sonreí mientras April ponía los ojos en blanco. Tenía casi
quince años, ese tipo de gestos eran normales a su edad.
Peyton normalmente me tenía en un pedestal, excepto
cuando no podía conseguir el estilo que ella quería... algo
que ocurría a menudo.
Una vez que ambas estuvieron listas, nos dirigimos al
aparcamiento subterráneo del edificio.
—¿Y esa sonrisita presumida? —pregunté a April
mientras nos alejábamos.
—Me encanta este coche. Todos se fijarán en él. Pensarán
que tengo un tío guay.
Esa mañana conducía el Porsche negro. Tenía otros dos
coches. ¿Qué podía decir? Tenía debilidad por los
automóviles.
—April, soy guay. —Intenté parecer serio.
—Umm... estar en el top de la lista Forbes significa que
eres rico y que tienes éxito, no que moles. Además, ninguno
de mis amigos lee Forbes. En cambio, si aparecieras en
TMZo en Hollywood Reporter...
Durante tres años seguidos, Forbes había incluido mi
bufete de abogados entre los más recomendados de la zona
de Los Ángeles. El negocio iba viento en popa y por eso al
final nos íbamos a mudar a una oficina más grande.
Aquel día iba a recibir las llaves del lugar. Había sido una
semana de cambios para todos.
—TMZ y Hollywood Reporter pasan de los abogados.
—Bueno, es verdad, pero podrías salir con una actriz o
una modelo. Alguien guay. Eres muy guapo. Las madres se
quedan mirándote todo el tiempo. No entiendo por qué
estás soltero. Estar soltero es una mierda.
—Esa boca, April.
Miré a Peyton, que estaba en el asiento trasero.
Tarareaba una canción para sí misma, ajena a nuestra
conversación.
Oculté mi sonrisa, centrándome en la carretera. Me
gustaba que las chicas no supieran lo activa que era mi vida
amorosa.
Pero entonces repetí su frase en mi mente, fijándome en
un detalle en concreto. Había dicho, estar soltero es una
mierda. ¿Cómo iba ella a saberlo? Aún no había traído
chicos a casa. April era una joven estupenda, pero yo intuía
que mi estilo de crianza relajado y despreocupado no iba a
funcionar tan bien en su adolescencia, ya no era una niña.
—¿Tienes novio? —pregunté de manera casual,
intentando parecer más un tío guay que uno controlador.
April era una niña preciosa. Las dos se parecían mucho a mi
difunta hermana, pero sobre todo ella. Había heredado el
pelo y los ojos castaños oscuros de Hannah. Peyton tenía el
pelo de su madre pero los ojos de su padre.
—Me lo estoy pensando —dijo April con aire
despreocupado—. Tengo muchas ganas de invitar a mis
nuevos amigos a nuestro piso. Les va a flipar. A todo el
mundo le encanta nuestro llamativo apartamento.
—¿Amigas?
April entrecerró los ojos, colocando un dedo en mi pecho,
como si quisiera apuñalarme con él.
—¡Por ahí no paso! No vas a controlarme. Puedo tener
cualquier tipo de amigos.
—Claro que sí, puedes tener los amigos que quieras. Pero
me gustaría saber a quién traes. Si son chicos, tendremos
que poner algunas reglas.
Levantó una ceja.
—¿En serio? ¿Y crees que te haré caso solo porque eres
un buen abogado?
—April, sabes que no me gusta controlarte. Pero aquí el
adulto soy yo y, aunque ya tienes la edad suficiente para
tomar decisiones, sigo siendo responsable de ti. Las normas
no son para invadir tu espacio, sino para protegerte.
Tendremos que llegar a un acuerdo.
Era una forma muy diplomática de decir que quién
estaba al mando era yo. Había
cosas en las que tenía que ponerme firme. ¿Quería llevar
un vestido corto al instituto? No. ¿Piercings y tatuajes? No y
no. ¿Quedarse fuera después de las diez? Negociable.
¿Invitar a un chico cuando yo no estaba en casa? Ni de
coña. Pero tenía que encontrar una manera inteligente de
establecer mis reglas. Era uno de los mejores abogados en
el área de Los Ángeles. Se sabía que los abogados de la
contraparte se retiraban de los casos cuando se enteraban
de que iban a enfrentarse a mí. Pero no quería criar a las
niñas como un déspota.
April suspiró.
—Carter, te estás volviendo más plasta con cada minuto
que pasa, solo para que lo sepas.
En ese momento, estaba seguro de que Hannah nos
estaba mirando desde arriba, riéndose a carcajadas. Antes
de que ella y mi cuñado fallecieran, yo no había hecho más
que saltarme todas las reglas, poniéndome siempre del lado
de April. Cada vez que estaba de visita, la llevaba de
compras, le daba todo lo que sus padres no le daban.
Habían pasado cinco años, pero seguía echando de menos a
mi hermana todos los días.
Cuando aparqué frente al instituto, me di la vuelta y
sonreí a las chicas.
—¿Listas para empezar? —pregunté.
April me devolvió la sonrisa y Peyton chilló desde el
asiento trasero. Era un gran día para mis niñas. Había
planeado salir a dar un paseo para darles un capricho esa
noche y así mimarlas un poco.
Una hora más tarde tenía las llaves de la nueva oficina
de Sloane & Partners en la mano. La encargada del edificio,
Kate, me había enseñado el espacio y, cuando estábamos
terminando, dijo:
—Estoy organizando un acto benéfico para niños sordos y
con dificultades auditivas. ¿Le gustaría participar? Es dentro
de un mes.
—Envíeme todos los detalles por email. Le enviaré un
cheque si no pudiera asistir.
—Vale. Pero me encantaría tenerle allí. Gestiono unos
cuantos edificios en la zona y todos mis clientes participan.
Incluso la dueña del pez gordo, como me gusta decir,
Valentina’s Laboratories. El enorme edificio gris que está a
la vuelta de la esquina. Es un gran nombre en el mundo de
los cosméticos y perfumes.
El nombre no me sonaba, pero tampoco me dedicaba a
esa industria.
—Ha invitado a algunos de sus contactos de Hollywood,
así que el local estará repleto de famosos. Podría ser bueno
para tu negocio —dijo Kate.
—Bueno, envíeme todos los detalles.
—Vale, sin problema. Eso es todo por mi parte. Si
necesita algo, llámeme. ¿Cuándo traerán los muebles los de
la mudanza?
—Esta tarde. Abriremos mañana.
—Vaya, qué rápido, pero imagino que no se puede
construir una reputación como la suya si uno no es
eficiente.
—Es necesario. A nuestros clientes no les gusta esperar.
—Le dejaré a lo suyo entonces. Bienvenido a su nueva
oficina. Puede que sea parcial, pero creo que le gustará
mucho estar aquí.
Capítulo Dos
Val
Llamé a mi hermana Hailey mientras pedía un taxi, dando
gracias de que la terrible cita que acababa de tener hubiera
terminado.
—¡Hola, hermanita! ¿Dónde estás? —pregunté cuando
contestó. Sabía que había salido con nuestra hermana Lori.
—Vaya. ¿Tan pronto se ha acabado la cita?
—Sip. ¿Aún estáis fuera? Puedo unirme a vosotras.
—Vale. —Hailey me confirmó rápidamente la dirección
mientras un taxi se detenía frente a mí. No estaban lejos, lo
cual era un alivio. El tráfico en Los Ángeles podía ser una
locura. Intenté olvidarme de la pésima cita mientras el
taxista atravesaba la ciudad a toda velocidad.
Media hora más tarde, entré en uno de los muchos
chiringuitos de Santa Mónica, mientras recogía mi larga
melena oscura en un moño bajo.
Mis hermanas estaban sentadas en una mesa alta en una
esquina de la terraza. Hailey me saludó con entusiasmo. Al
acercarme a ellas, noté que había tres cócteles.
—¿Y esto? —señalé la tercera copa.
—Parecía que lo necesitabas —dijo Hailey.
—Así que decidimos tomar precauciones —añadió Lori.
Me senté y le dí un trago al cóctel. Mmm; estaba
delicioso.
—Suéltalo todo —dijo Hailey—. El truco para superar una
mala cita es que la describas hasta el mínimo detalle para
que te podamos comprender.
—Chad parecía un buen chico —empecé—. Ya sabes, a
primera vista. Tiene un trabajo decente, es guapetón. No
tiene sentido del humor, pero oye, no se puede tener todo,
¿verdad?
—Sí que se puede —dijo Lori sonriendo de forma
soñadora. Estaba casada con un hombre maravilloso.
—¿Y qué pasó? —preguntó Hailey.
—Pues resulta que es un gilipollas. Se estaba fijando en
la camarera que estaba justo delante de mí.
Hailey arrugó la nariz.
—Vaya. Sí que tienes mala suerte, hermana.
Durante los últimos dos meses había estado quedando
con un chico llamado Ethan. Hacía dos semanas había
descubierto que no era la única mujer con la que se veía.
Aún me dolía la humillación que sentí al enterarme. Una de
las razones por las que había salido con Chad esa noche era
para superarlo. Me salió el tiro por la culata.
—¿Y si es algo más que mala suerte? Quizá soy yo la que
esté dando señales equivocadas.
Normalmente era una persona confiada y optimista, pero
mis experiencias recientes me habían hecho mella.
—Valentina Connor —dijo Hailey de forma cautelosa—.
Eres una de las mujeres más inteligentes y buenas que
conozco, y tienes un estilazo. No dudes de ti misma.
Señaló mi conjunto: un vestido veraniego verde oscuro
que me llegaba a las rodillas y resaltaba el verde de mis
ojos. Lo había combinado con unas bailarinas negras. Ya era
bastante alta incluso sin tacones. Hailey casi siempre
llevaba tacones altísimos.
Bebí un poco más.
—¿Y qué otra cosa vas a decir? Somos hermanas. No
puedes ser mala conmigo.
Lori se rió entre dientes.
—No, pero no te mentiríamos.
Bueno, eso era cierto. Mi familia rara vez tenía pelos en
la lengua. Podía contar con que fueran sinceras. Las miré de
forma afectuosa, contenta de poder pasar el final de la
tarde con ellas. Algunos necesitaban comer chocolate
después de una mala cita; yo necesitaba a Hailey y a Lori.
No solo eran mis hermanas, sino también mis mejores
amigas. Éramos un equipo, tanto si estábamos de compras
como si vacilábamos sin piedad a mis hermanos durante
nuestras cenas de los viernes. Sí, teníamos el tipo de
dinámica familiar que a menudo hacía que la gente se
preguntara si realmente éramos adultos, pero a nosotros
nos funcionaba.
—Val, ¿qué pasa? —preguntó Lori, pasándose una mano
por su melena rubia—. Sueles ser optimista. ¿Es por el tema
de Beauty SkinEssence?
Se me revolvió el estómago. La segunda razón por la que
había aceptado una cita con Chad era porque estaba
desesperada por olvidarme de aquello.
Asentí.
—Tengo una reunión con un intermediario mañana.
—Val, no tienes nada de qué preocuparte. —Hailey puso
una mano en mi hombro para reconfortarme.
Yo tenía un negocio de cosméticos y fragancias,
Valentina’s Laboratories. Mi equipo había desarrollado una
fórmula para una crema antiedad y en ese momento un
grupo multinacional estaba alegando haberla creado
primero. No había patente y no la habían anunciado en
ninguna parte. La única mención había sido en una revista
comercial francesa tres meses antes, pero nosotros ya
llevábamos nueve trabajando en la fórmula. Estaba
bastante segura de que lo que Beauty SkinEssence quería
era que renunciara a la línea, porque si lanzábamos
productos similares al mismo tiempo, los beneficios se
reducirían para ambas partes.
La empresa era como mi bebé. Me había llevado doce
años convertirla en el exitoso negocio que era entonces. No
iba a permitir que nadie pusiera en peligro lo que había
construido ni que desprestigiaran el gran esfuerzo de mi
equipo llamándonos imitadores. Levanté la vista de mi
cóctel y noté que mis hermanas intercambiaban una
mirada. Reprimí una sonrisa, intuyendo lo que vendría
después.
—Así que parece que tenemos que planear una
intervención —le dijo Hailey a Lori, confirmando mis
sospechas.
Me reí, echando la cabeza hacia atrás. Dios, en serio
amaba a esas chicas. Las intervenciones eran algo común
en la casa de los Connor. Cada vez que pensábamos que
uno de nosotros necesitaba que le levantaran los ánimos,
planeábamos una. Eran necesarias cuando las cosas se
ponían feas.
Yo había introducido el concepto de las intervenciones a
los veintiún años. Tras el fallecimiento de nuestros padres
en un accidente de coche, mi mellizo Landon y yo nos
hicimos cargo de nuestras hermanas y de mis dos
hermanos. En aquella época tan difícil, necesitábamos esa
dosis de tonterías y bromas que nos daban las
intervenciones. Pero la tradición perduró. A los treinta y seis
años, me gustaban tanto como cuando tenía veintitantos.
—¿Qué tal si os propongo un trato? Esperáis hasta
después de mi reunión con el mediador. Si no, es probable
que tengáis que trabajar en otra intervención mañana.
—No nos importa —me aseguró Lori. Hailey la respaldó
asintiendo vigorosamente.
—Nah, no tenemos tiempo. Debería irme. Mañana tengo
que madrugar. La reunión es a las ocho.
Había insistido en que el mediador viniera a verme para
que pudiéramos tener una primera conversación en mi
territorio.
A pesar de haberme marchado después de haber tomado
apenas una copa, era casi medianoche cuando llegué a
casa. Al encontrarme sola, empecé a preocuparme de nuevo
por la reunión. Mi empresa no era solo una forma de ganar
dinero. Lo era todo para mí.
Como de costumbre, dejé preparada la ropa para el día
siguiente para ganar tiempo por la mañana, cuando podría
considerar vender mi alma por unos minutos más de sueño.
Había escogido una falda lápiz de color rojo pasión y una
blusa negra de una única manga. No era exactamente el
típico atuendo de oficina, pero me encantaba y era
apropiado para mediados de septiembre. Además, era mi
conjunto de la suerte, y estaba decidida a cambiarla.
Capítulo Tres
Val
A la mañana siguiente, vestida con mi conjunto de la suerte,
me pasé por Walter’s, la cafetería situada enfrente de mi
oficina. Era la más cercana y me gustaba empezar la
mañana con un café antes de dirigirme al trabajo.
Normalmente me cruzaba con algunos clientes que
conocía, gente que trabajaba en alguna de las otras oficinas
cercanas. Saludé al jefe del Departamento de Recursos
Humanos de una empresa de bebidas, con quien había
almorzado varias veces.
Luego eché un vistazo a mi alrededor en busca de
alguien más a quien pudiera conocer. Mi mirada se posó en
el desconocido que estaba en la cola junto a mí y me
enderecé un poco, poniendo especial atención en él. Era
más alto que yo (y eso que mi traje me obligaba a llevar
tacones). Su camisa se extendía sobre un ancho pecho y se
ceñía a una estrecha cintura. Sus robustas manos
terminaban en largos dedos que me hicieron preguntarme si
tocaba el piano. Pude incluso ver fugazmente su cara
cuando se giró para estudiar la carta. Su pelo era muy
oscuro y estaba segura de que sus ojos eran color avellana,
lo que ofrecía un precioso contraste.
No me percaté de que le estaba mirando fijamente hasta
que apartó la vista de la pizarra que mostraba el menú y se
giró para mirarme. Era guapísimo. Me había equivocado;
además de ser de color avellana, sus ojos también tenían
reflejos dorados. Rompí el contacto visual cuando llegó mi
turno. Pedí lo de siempre: un capuchino con nata montada y
sirope de caramelo.
Mientras esperaba mi bebida, me empeñé en observar al
desconocido por el rabillo del ojo, estudiando cada detalle.
Se unió a mí en la cola de espera. En ese momento estaba
tan cerca que no podía mirarle sin que fuera demasiado
evidente, pero podía oler su aroma. Reconocí la colonia al
instante. No era una de las mías, pero era de mis favoritas.
Me centré en el expositor de dulces y casi se me hizo la
boca agua al ver las tortitas de arándanos. Nop. Hoy seré
fuerte. Nada de tortitas.
Colocaron nuestras bebidas en el mostrador al mismo
tiempo. El desconocido fue a coger la suya primero, pero el
camarero debió de colocarlas demasiado cerca del borde,
porque se cayó... volcando también mi café. Di un salto
hacia atrás mientras el líquido caliente se derramaba por
todas partes.
—Lo siento —dijo el desconocido. Vaya, su voz. Otro
elemento más para hacerlo más irresistible a las pobres
almas como yo.
—Te compraré otro.
—No es necesario.
—Insisto. Lo he tirado yo.
Un hombre con modales. ¿Os lo podéis creer?
—Bueno, si insistes, no te voy a decir que no.
Volvimos a la caja.
—Un capuchino con nata montada y sirope de caramelo
para la señorita. Y una tortita de arándanos —dijo.
Le miré de manera inquisitiva.
—¿Por qué has pedido eso?
Me dedicó una media sonrisa y un guiño.
—He visto cómo las mirabas antes.
Sonreí, sorprendida. No había tenido ganas de sonreír en
toda la mañana. Me había despertado como un torbellino,
con el corazón en la garganta. Esperaba que seguir mi
rutina habitual mantuviera a raya los nervios por la posible
demanda. Pero hasta que aquel guapísimo desconocido me
hizo reír, mi estómago se había hecho un nudo.
—Bueno, ahí me has pillado. Y ya que lo has comprado,
no puedo dejar que se desperdicie, ¿verdad?
El desconocido me dedicó una media sonrisa. Señaló con
la cabeza una de las mesas vacías.
—¿Nos sentamos?
Miré la hora en mi smartphone.
—Solo tengo veinte minutos.
—Tiempo de sobra para tomarnos el café y para que
disfrutes de la tortita. De todas formas, por la manera en
que la mirabas, no durará más de cinco minutos.
¿Se estaba burlando de mí? Sí, sí, lo había hecho. Pero
como había dado en el clavo, no podía decir nada. Walter’s
era acogedor, con mesas y sillas estilo vintage y cómodos
sofás. Nos sentamos junto a la ventana. Cuando colocó la
chaqueta de su traje azul marino sobre el respaldo de la
silla, tuve una vista privilegiada de su trasero. Vaya. Ese sí
que era un detalle que no iba a olvidar.
—¿Trabajas en alguna de las empresas de la zona? ¿O
has venido a una reunión? —pregunté.
—Acabo de trasladar mi negocio aquí. ¿Y tú?
—Mi oficina está cerca. —No me apetecía darle detalles,
porque mencionar a mi empresa me haría pensar de nuevo
en la maldita reunión. —Paro aquí todas las mañanas a
tomar café.
Apoyó un codo en la mesa, inclinándose ligeramente.
—¿Con una tortita?
—De vez en cuando.
—Vamos, puedes ser sincera conmigo.
Me guiñó un ojo y no pude evitar reírme. ¿Cómo podía
saber que ‘‘con de vez en cuando’’ me refería a día sí, día
también?
—Bueno, puede que me de el gusto más que de vez en
cuando. Puede ser.
—Ya veo. ¿Demasiado temprano para confesiones?
Me estaba tomando el pelo y yo lo estaba disfrutando
inmensamente.
—Demasiado —confirmé, entonces él se rió. No hablamos
de nada en particular mientras tomábamos el café. No me
dio ningún detalle sobre sí mismo. Ni siquiera habíamos
intercambiado nuestros nombres.
Me pregunté si, como yo, no quería pensar en el día que
le esperaba. A la gente normalmente le gustaba alardear de
su trabajo y, a juzgar por su caro traje y su reloj, tenía uno
digno de presumir. Me gustó que habláramos desde el
anonimato. Era liberador. Ese enigmático desconocido era
sin duda lo mejor que me podía haber pasado aquella
mañana.
Cuando llegó la hora de irme, se levantó de la silla al
mismo tiempo que yo. Me gustaban mucho sus modales.
Nuestros brazos se tocaron mientras nos movíamos. Solo
duró un segundo, pero todo mi cuerpo reaccionó. ¿Qué me
pasaba? ¿Estaba tan necesitada de afecto que el más
mínimo roce podía causar semejante efecto en mí? Vale, era
el contacto con un hombre alto y guapo, pero aun así...
—¿Tienes alguna recomendación de lugares para
almorzar?
—En Mrs. Seguin se come de maravilla —respondí con el
primer nombre que se me vino a la cabeza, porque pensaba
ir a comer allí. —También es genial para reuniones de
negocios. Tienen un amplio menú.
—Gracias.
—Tengo que darme prisa —dije con pesar. Sin darme
cuenta, había hecho un gesto con la cabeza hacia la calle en
dirección a mi oficina.
—¿Trabajas en Valentina’s Laboratories?
—Sí. Soy la dueña, Valentina. ¿Conoces la empresa?
El nombre estaba escrito junto a la entrada, pero el cartel
no era lo bastante grande para que se viera desde el otro
lado de la calle.
—Tenemos la misma administradora. Me habló de ti.
Kate era un encanto. Presumía de mí a todo el mundo.
—Soy Carter.
Mmm, un nombre sexy para un hombre sexy.
—Me encantaría quedarme y charlar un poco más, pero
tengo que prepararme para la reunión.
—Que tengas un buen día, Valentina.
La mañana se puso fea cuando mi abogado me llamó
desesperado para hacerme saber que había tenido un
pequeño accidente de tráfico en la autopista y no iba a
poder llegar a tiempo a la reunión.
—Deberíamos reprogramar —dijo enseguida.
—El mediador llegará en unos minutos. Yo me ocuparé.
Después de todo lo que costó que ambas partes se
pusieran de acuerdo sobre el bufete de abogados que
elegiríamos para la mediación, quería acabar con el asunto
cuanto antes.
Pasé los diez minutos siguientes detrás de mi escritorio,
repasando las notas que había tomado durante la
conversación con mi abogado. Mientras repasaba, lo
memorizaba todo. No iba a llevarlas a la reunión. Me sentía
más segura cuando hablaba con libertad y estaba decidida
a parecer fuerte e imperturbable, no como si la otra parte
pudiera doblegarme con sus exigencias.
A las ocho menos cinco, mi asistenta llamó a la puerta.
—Ha llegado, Val. Ya le he conducido a la sala de
reuniones.
Las palmas de las manos se me humedecieron al
instante, pero respondí de forma calmada.
—Vale. Ofrécele agua, o café o...
—¿Veneno? —sugirió Anne con humor.
—Si lo haces, no me involucres. Es cosa tuya. —Sonreí—.
Solo dile que estaré allí en unos minutos.
Me levanté de la silla cuando Anne desapareció de mi
vista y me puse en marcha con pasos firmes y seguros. No
iba a permitir que nadie me derribara o mancillara mi
nombre, no después de haber trabajado por mi sueño
durante más de una década.
La sala de reuniones estaba a pocos metros de mi propio
despacho y, cuando entré, el mediador se presentó como
Emerson Smith.
—Mi abogado no ha podido acudir esta mañana —dije
después de invitarle a sentarse frente a mí.
—¿Desea reprogramar la cita?
—No, no hace falta. Sigamos adelante. ¿Qué es lo que
demandan?
—Srta. Connor, lo expondré todo en términos sencillos.
Ellos tampoco desean presentar una demanda. Todo lo que
le piden es que no saque esa línea al mercado.
Di un respingo, acercándome al borde de mi silla.
—¿Todo lo que piden? Eso significaría admitir que me
equivoqué. —Me crucé de brazos, mirando fijamente la
mesa de madera que nos separaba—. No tienen ninguna
patente ni base creíble por la que señalarme. Desarrollamos
el mismo producto al mismo tiempo. De todos modos, miles
de imitadores nos alcanzarán dos meses después. No es
patentable.
—Si insiste en sacarlo al mercado, la demandarán. Sabe
que solo se trata de beneficios, no es nada personal. Para
cuando los imitadores saquen su producto, la empresa ya
habrá obtenido un buen beneficio. Pero si usted lo saca al
mismo tiempo, los reducirá.
—No puedo decirle a mi equipo que eche por tierra todo
su trabajo. Como he dicho, aceptar sus condiciones
equivaldría a reconocer que me equivoqué. —Me mordí los
labios, buscando una forma de hacerle entender que no se
trataba solo de dinero—. Esto... sé que para ellos esto es
solo una línea más. Una rentable, pero solo un punto en su
cartera de productos. Para mí, lo es todo. Yo construí esta
empresa.
—Entiendo perfectamente su punto de vista. ¿Cómo lo
resolvería? ¿Qué le gustaría que les dijera?
—Dígales que no veo ninguna razón por la que no
podamos sacar ambos productos al mercado. Claro que
significará menos beneficios para ambos, pero así son los
negocios. A veces se gana y a veces se pierde.
Emerson dio algunos detalles más, pero la reunión fue
sorprendentemente corta y no pude evitar sentirme
frustrada porque no se había resuelto nada. Esperaba haber
dejado atrás el problema, pero estaba siendo demasiado
optimista.
No era la primera vez que me enfrentaba a un pez gordo
del mercado que hacía todo lo posible por intimidarme.
Desde que saqué la primera línea en Sephora, los tiburones
empezaron a enseñar los dientes. Una vez que fui lo
bastante grande como para ser tenida en cuenta, intentaron
quitarme del medio. Lo comprendía, el espacio en las
tiendas ya era limitado y la industria de la perfumería y la
cosmética era despiadada, con miles de fragancias lanzadas
al año solo por las grandes casas. Hasta entonces, ninguno
de esos intentos de intimidación se había traducido en
demandas judiciales. Yo apostaba porque ese caso siguiera
el mismo camino.
El resto de la mañana fue muy ajetreada. Tenía una
política de puertas abiertas, lo que significaba que
cualquiera podía pasarse en cualquier momento para
plantear dudas o problemas. A eso de las diez me empezó a
rugir el estómago, pero aguanté hasta las doce, cuando salí
pitando hacia Mrs. Seguin.
El local ya estaba medio lleno cuando llegué, pero
encontré una mesa y me puse a ojear el menú por encima,
aunque ya sabía lo que quería pedir. Estaba a punto de
llamar a un camarero cuando vi a alguien alto y
espectacularmente guapo entrar en el restaurante. Carter.
Me vio inmediatamente y empezó a caminar hacia mí,
sonriendo. Yo le devolví la sonrisa. Tenía la sensación de que
mi día estaba a punto de mejorar.
Capítulo Cuatro
Val
—Valentina, nos encontramos de nuevo.
—Llámame Val. Como todo el mundo.
—¿Estás esperando a alguien?
Negué con la cabeza.
—¿Entonces puedo invitarte a comer?
Me reí.
—Podemos almorzar juntos, pero no tienes que
invitarme.
—Insisto.
Había dicho lo mismo esa mañana. Entrecerré los ojos.
—Eres muy insistente, ¿verdad?
No se molestó en negarlo. Me enderecé en la silla.
—Bueno, yo también insisto. No invitas.
Me observó con una mirada burlona pero decidida.
Levanté una ceja, disfrutando de nuestro silencioso
enfrentamiento. Al final, se dio cuenta de que no iba a
echarme atrás y cedió con un movimiento de cabeza antes
de apartar la silla y sentarse.
—¿Qué es lo mejor de aquí?
—Las patatas fritas, el guacamole, el cangrejo...
Sinceramente, todo está riquísimo. Yo suelo pedir el plato
especial del día.
—Me fiaré de ti.
Pasó un camarero y pedimos el plato especial y agua con
gas.
—¿Qué tal la mañana? —me preguntó una vez que
estuvimos solos.
Hice una mueca.
—No quiero pensar en ello. Háblame de la tuya. ¿Por qué
has decidido mudarte a esta zona?
—La oficina de mi bufete se nos estaba quedando
pequeña y esta zona está cogiendo bastante popularidad.
Mis hombros se desplomaron. ¿Era abogado? Me sentí
muy desanimada al saber que el sexy desconocido no
estaba tan alejado de mis problemas como había pensado.
¿Era un abogado despiadado? ¿Potencialmente cruel? ¿Qué
tipo de casos aceptaba? ¿Era del tipo que representaría a
una gran multinacional que intentaba aplastar a una
empresa pequeña para aumentar sus beneficios?
Me reprendí a mí misma. Después de la mañana que
había tenido, no estaba de humor para tratar con abogados.
Pero eso no era justo para Carter, así que esbocé una
sonrisa cortés.
—Se está haciendo muy popular. Trasladé mi negocio
aquí hace años, cuando no era tan conocida. Me encanta.
Hay un sentimiento de comunidad.
—Hablando de comunidad, Kate me invitó al evento de
caridad. Lo he estado investigando. Es una gran causa.
—Pues sí. ¿Vendrás?
—Sí. He despejado mi agenda.
Sonreí. Un hombre sin corazón no perdería el tiempo
investigando los detalles de una obra benéfica, ¿verdad?
¿No es así?

***
Carter
Llegó nuestro pedido y comimos en silencio. Aproveché la
oportunidad para observar a Val como había hecho en la
cafetería. Había captado mi atención cuando se puso en la
cola delante de mí, desde donde tenía una vista
privilegiada. Era despampanante y divertidísima. Los quince
minutos que había pasado con Valentina esa mañana
habían sido lo mejor de mi semana.
Cuando entré en el restaurante, lo primero en que me fijé
fue en su pelo, una larga y densa melena que le caía en
cascada por la espalda. Imaginé lo que sentiría al hundir mis
manos en ella, tirando mientras la acercaba hacia mí.
Incluso en ese momento, no podía apartar la mirada de
ella. Estaba preciosa, con aquel top negro con el hombro
descubierto. Yo era más alto que ella, así que había tenido
una excelente vista de su escote cuando estábamos en la
cola. Se me hizo la boca agua solo de recordarlo.
A mitad de nuestro almuerzo, mi teléfono vibró con una
notificación.
—Perdona, tengo que comprobar si es algo urgente.
April: Voy a ir al cine con algunos compañeros de
mi clase de inglés. Llegaré tarde a casa.
Gruñí, pero luego recordé que no estaba solo. Val me
observaba con curiosidad.
—¿Problemas en el trabajo?
—No... es mi sobrina —admití a regañadientes—. Me
acaba de mandar un mensaje para decirme que llegará
tarde a casa. Me ha informado sin preguntarme. Esto va a
sentar un mal precedente. Tiene catorce años.
No tenía ni idea de por qué le estaba contando eso.
Val apoyó los codos en la mesa, observándome
atentamente.
—Déjame adivinar... ¿Quieres ser firme con ella, pero
tampoco quieres que te odie?
—Sí. Exacto. ¿Cómo lo sabes?
Me dedicó una pequeña sonrisa. No, un momento. No era
una pequeña sonrisa. Más bien parecía que estaba luchando
contra las ganas de reír.
—¿Quieres un consejo?
—Sí, por favor.
Ya tenía el consejo de mis padres al respecto, pero quería
conocer la opinión de un tercero. Desde que las niñas
habían venido a vivir conmigo, mamá dividía su tiempo
entre Los Ángeles y Montana. Mi padre aún poseía el vivero
de abetos que había tenido mientras yo crecía. Después de
la muerte de Hannah, mi madre quería estar más cerca de
sus nietas. Acababa de jubilarse de su trabajo como
profesora y se había dedicado a la edición por cuenta
propia, así que tenía flexibilidad. Yo le había alquilado un
apartamento y me había ofrecido a trasladarlos
permanentemente a Los Ángeles, asegurándoles que podría
cubrir sus necesidades económicas, pero mi padre era
demasiado orgulloso para aceptar. El vivero era su vida,
aunque en ese momento tenía que tomarse las cosas con
más calma. Estaba a punto de operarse de la cadera. Mamá
había volado a Montana la semana antes de que las niñas
empezaran el colegio y esa vez se quedaría allí unos meses.
—Tienes que ser firme. Te odiará durante un tiempo, pero
luego se le pasará. Es necesario hacerle entender que no
quieres controlarla. Es importante que sepas elegir tus
luchas.
—La teoría parece fácil. Ahora solo tengo que encontrar
la forma correcta de formularlo.
Esa vez sí que se rió. Y como aquella mañana me había
reído con ella, me di cuenta de la diferencia: ahora se
estaba riendo de mí.
—Eres abogado. Seguro que sabes cómo transmitir tu
opinión —señaló.
—Me temo que son habilidades muy diferentes.
—Ya veo.
—¿Y tú?
Normalmente no hablaba de mis sobrinas. A la gente no
le importaba, pero Val parecía interesada. Eso me gustaba
mucho.
Pasó un camarero preguntando si queríamos la cuenta.
Asentí, aunque quería alargar nuestra cita porque no había
pasado suficiente tiempo con ella, pero tenía una reunión al
otro lado de la ciudad.
Cuando el camarero trajo la cuenta, la cogí
automáticamente, pero Val puso la mano en una esquina.
—No, señor. Compartiremos la cuenta. Es lo que hemos
acordado.
—No he dicho que estuviera de acuerdo.
Se quedó boquiabierta y sus ojos verdes estaban tan
llenos de fervor que quise besarla hasta que me rodease
con sus largas piernas y me suplicara más placer.
—No es así como lo recuerdo. Asentiste en señal de
aprobación.
Levanté ambas manos en señal de rendición.
—Es verdad, es verdad. Soy un hombre de palabra.
—Mmm. No sé si creerte.
Me miró con suspicacia hasta que cada uno pagó lo suyo
y luego añadió:
—Antes de que se me olvide, ¿has confirmado con Kate
que acudirás al evento?
—Aún no, pero le enviaré un email.
—Tengo acceso a la lista de invitados ya que conozco a
algunos de ellos. Te incluiré en ella. Va a ser genial, aunque
para mí va a ser agotador. Tendré que relacionarme con
todos.
Pero la tertulia no duraría toda la noche. Después de que
todos se tomaran un par de cócteles, ya no tendría sentido.
Al día siguiente ni siquiera recordarían sus conversaciones.
El recinto donde se celebraba la gala estaba rodeado por un
gran jardín. Podría llevar a Val a dar un paseo después de
que terminara de conversar, tal vez compartir una copa de
vino en privado, llegar a conocerla mejor. Y catar esos
exuberantes labios.
Llevaba fantaseando con probarlos desde esa mañana.
Apenas había podido mantener mis pensamientos a raya, lo
cual era nuevo para mí. Siempre había sido capaz de
mantener la cabeza despejada en el trabajo. Pero volvía una
y otra vez a su escote. Si le lamía un pezón, ¿se contonearía
contra mí? ¿Cómo respondería a mis caricias?
Sacó su enorme teléfono del bolso y lo dejó sobre la
mesa.
—Veamos, aquí está la lista de invitados.
Abrió una hoja de cálculo. Tenía cuatro columnas.
Nombre, Acompañante, Correo electrónico, Número de
teléfono.
Mi imaginación se había disparado, pero se detuvo en
seco cuando vi que había un nombre en la columna
“Acompañante” junto al nombre de Val. Iba al evento con
alguien. ¿Era solo una cita o tenía novio?
Luchaba por aclarar mis ideas cuando Val preguntó:
¿Vas a traer acompañante?
—No.
—¿Me puedes dar tu apellido, correo electrónico y
número de teléfono?
—Sloane.
Dí el resto de la información, tratando de digerir mi
decepción.
—Listo.
Me levanté primero de la silla y retiré la suya. Ella
levantó la vista, sorprendida.
—Los modales son muy importantes para mí.
—Ya veo.
—Gracias por hacerme compañía, Val.
No pude contenerme y me incliné más de lo debido
cuando se levantó. El pequeño suspiro de sorpresa que soltó
fue encantador.
Capítulo Cinco
Val
Las cenas de los viernes eran una religión en la familia
Connor. A mí me gustaba llamarlo hora de la reagrupación.
Por muy mierda o agotadora que fuera la semana, esas
pocas horas que pasaba rodeada de mis hermanos me
llenaban de energía. Me gustaba saber en qué andaba cada
uno.
Mientras cocinaba, me llamó Ethan. Lo había borrado de
mi lista de contactos y, al ver que llamaba un número
desconocido, contesté pensando que podría estar
relacionado con el acto benéfico.
—Hola, Val.
Me enderecé como si alguien me hubiera electrocutado.
—Ethan. ¿Por qué me llamas?
—Escucha, sé que hemos tenido nuestras diferencias...
—Me ponías los cuernos —dije apretando los dientes,
apoyándome en el mostrador.
—Nunca dijimos que tuviéramos exclusividad.
Parpadeé varias veces mientras se me retorcían las
entrañas. Era cierto, nunca había dicho específicamente que
fuéramos exclusivos, pero yo siempre había pensado que
estaba implícito. ¿Cómo pude ser tan crédula? Dios, era una
idiota... siempre soñando, siempre esperando. Que me
engañara me había dolido mucho.
—¿Qué quieres?
—Empecemos de cero.
—No me interesa.
—No seas así. Podríamos hablar de ello. Hagamos una
cosa. Podemos salir a cenar antes de la gala benéfica.
—No vas a venir.
Es verdad que en principio le había añadido como mi
acompañante, ¿pero, acaso pensaba que seguía invitado?
—Val, vamos. Prometiste que me presentarías a ese
productor.
¿Por eso había llamado? ¿Porque aún esperaba esa
presentación? Me sentí tan insignificante. Tan insignificante.
No iba a permitir que nadie me hiciera sentir así.
—Ethan, por si no te ha quedado claro, te estoy retirando
la invitación. No me vuelvas a llamar.
Pulsé el botón de fin de llamada, inspirando por la nariz.
Me sentía perdida, pero tenía que serenarme. Mis hermanos
no tardarían en llegar para cenar. Se darían cuenta al
instante si tenía la cara larga y no quería que nuestra cena
se convirtiera en algo lúgubre.
Landon y yo hablamos brevemente de mi problema con
Beauty SkinEssence cuando llegó. No tenía ninguna
novedad, ya que no sabía nada de ellos desde la reunión de
mediación de hacía tres días. Mi mellizo había fundado la
empresa conmigo antes de independizarse y convertirse en
un exitoso hombre de negocios.
Cuando Hailey llegó, me esforcé por poner mi mejor cara
de póquer. Fue en vano.
Tardó exactamente siete minutos en señalarme con el
dedo y decirme:
—Espera un minuto. ¿Por qué parece que necesitas una
botella entera de Pinot Noir para ti? No te estás riendo con
los ojos.
—¿Qué? —pregunté.
—Cuando te ríes, o sonríes, tus ojos parecen algo tristes.
Mierda, bueno, me había pillado. No tenía sentido
negarlo. Cedí y le conté lo de la llamada con Ethan.
—Maldito sea ese gilipollas —soltó Hailey—. Sabes qué,
voy a cantarle las cuarenta.
—No, no lo hagas. No merece la pena.
—Ya, pero ¿de qué otra forma aprenderá la lección?
—Cambiemos de tema, o los chicos se darán cuenta.
Hailey y yo llevábamos la comida mientras mis hermanos
ponían la mesa, junto con sus parejas. Bueno, excepto Jace.
Mi hermano, la estrella del fútbol, era el raro, seguía soltero.
Mi mellizo, Landon, estaba felizmente casado con Maddie, el
cerebro que había diseñado el jardín exterior de mi casa, así
como el de la oficina. También tenían una hija, Willow. Will
estaba prometido con Paige.
Lori, su marido y su hijo eran los únicos que faltaban esa
noche. Una pena, porque tenía muchas ganas de abrazar a
mi sobrino Milo.
Lori había sido madre soltera durante siete años antes de
enamorarse de Graham y yo estaba acostumbrada a que
ella y Milo pasaran mucho tiempo en mi casa. Echaba de
menos pasar tiempo con ese pequeño.
Hailey sonrió.
—No sería mala idea. Porque a ellos no habría forma de
detenerlos.
También abrí una botella de Pinot, por si las moscas. El
alcohol amargo combinaba perfectamente con mi estado de
ánimo y mi corazón. Un poco después, también me percaté
de que estaba enviando una clara señal. Nuestro sistema de
vinos no era un secreto: Pinot para la tristeza, Chardonnay
para las celebraciones.
Jace se hizo presente a nuestro lado.
—¿Qué pasa con el Pinot? —cuando Hailey no respondió,
dirigió sus ojos hacia mí.
—Nada serio.
—Si es lo suficientemente grave para Pinot, entonces es
algo que debería saber.
Mi mente trabajaba a toda velocidad, mientras alternaba
la mirada entre Jace y Hailey. Sabía que si insistía en
guardarme las cosas para mí, Jace se lo sonsacaría todo a
Hailey, que nunca había aprendido a guardar secretos
familiares. Lo mejor que podía hacer era contárselo yo
misma. Así podría omitir algunos detalles para que mis
hermanos no hicieran uso de sus músculos.
—He cortado con el chico que estaba viendo. Ethan.
—¿Qué ha hecho? —preguntó Jace de inmediato.
—Resultó que también estaba viendo a otras personas —
le informó Hailey—. Y ahora ha llamado para preguntar si
todavía podía ir con ella al acto benéfico para poder hacerle
la pelota a algún productor.
Gruñí. Hasta ahí pude guardarme los detalles.
—¿Qué? —preguntó Hailey a la defensiva.
Jace entrecerró los ojos.
—¿Dónde vive el tío?
¿Cómo pude haber pensado que había alguna forma de
evitar que fueran sobreprotectores? Estaba muy
equivocada.
—En la luna, Jace. Olvídate de él. Eso es lo que yo haré.
Pero Jace mantuvo los ojos entrecerrados.
—Puedo averiguarlo aunque no me lo digas.
Miró brevemente a Hailey, pero eso no me preocupaba.
Hailey no sabía dónde vivía Ethan.
Pero entonces Jace hizo un gesto a Will, que se unió a
nosotros en un instante.
—Ese tal Ethan ha jugado con nuestra hermana y ella no
nos quiere decir dónde vive.
Jace no tenía pelos en la lengua. La mirada de Will se
volvió asesina. Mierda. En ese momento sí que estaba
preocupada.
—Puedo averiguar dónde vive —le aseguró Will.
Antes era inspector. Seguro que aún tenía suficientes
contactos en la policía como para averiguarlo. Estaba
perdiendo la batalla. Siendo honesta, ni siquiera sabía cómo
actuar en estas situaciones. Además, a decir verdad, una
pequeña parte de mí esperaba que mis hermanos se
toparan accidentalmente con Ethan. Ni siquiera sabían
cómo era, porque nunca lo había presentado a la familia,
pero podía imaginármelo.
¿Acaso eso me convertía en una mala persona?
Jace se volvió hacia mí y me preguntó con voz suave:
—Hermanita, ¿estás bien?
Asentí con convicción.
—No estuvimos saliendo mucho tiempo.
—Sí, pero te conozco. Pones mucho de ti en todo.
—Creo que poco a poco estoy aprendiendo la lección.
La preocupación de mi hermano me reconfortó. Aunque
les diera mucho el coñazo, estaba más que feliz y
agradecida de que mi familia me respaldara
incondicionalmente: desde tener que lidiar con una
demanda hasta apoyarme por haber tenido una mala cita.
Y realmente no podía culparlos.
Siempre estaba metiendo las narices en sus asuntos y
ofreciéndoles mi ayuda, la necesitaran o no. Poco a poco
intentaba refrenar mis instintos, pero ¿a quién quería
engañar? Formaban parte de mí.
Esos instintos se formaron en cierta manera después de
que mis padres fallecieran y Landon y yo nos viéramos
obligados a hacernos cargo. Pero esa indiscreción siempre
había estado arraigada en mi personalidad. Mi naturaleza
también me había costado algunas relaciones, con novios
que me decían que era demasiado entrometida.
—¿Necesitas un acompañante para la gala benéfica?
Puedo ir yo —ofreció Will.
Jace sonrió.
—Yo también me ofrezco como posible acompañante,
hermana. Puedes elegir.
—No necesito escolta. Puedo ir sola.
Fue una pena que Hailey no pudiera venir: trabajaba en
una agencia de relaciones públicas en Hollywood y fue ella
quien me puso en contacto con los famosos a los que había
invitado.
De repente recordé que Carter estaría allí y mi humor
mejoró notablemente. Me había caído bien desde el
principio cuando me habló de su sobrina. Evidentemente,
también estaba muy unido a su familia. Por lo general,
tendía a ver lo mejor de cada persona, pero no creía estar
tan equivocada con Carter.
De todas formas, mi juicio podría estar nublado por esos
penetrantes ojos color avellana y por él en su totalidad.
Sonreí mientras nos sentábamos a la mesa, listos para
almorzar. Mi casa de estilo ranchero siempre me parecía
demasiado grande, excepto los viernes.
Quizá fui demasiado optimista sobre mi vida amorosa
cuando compré el terreno y construí la casa. Y ese
optimismo me había jugado unas cuantas malas pasadas.
No renunciaba al amor, pero pensaba tomarme las cosas
con más calma. Con mucha más calma.
Capítulo Seis
Carter
—Vamos, tío. Es viernes por la noche —dijo Anthony—.
Quédate para una ronda más de bebidas.
—Sí, la próxima ronda la pago yo —añadió Zachary.
Eran mis socios en Sloane & Partners. Habíamos invitado
a todo el equipo, compuesto de doce personas, a tomar
unas copas para celebrar el traslado a la nueva oficina.
—Que os divirtáis. Necesito llegar a casa con las niñas.
Hubo varios abucheos, pero negué con la cabeza,
sonriendo.
—Deberías traerlas también —dijo alguien.
—¿A un bar?
—Podríamos ir a un restaurante.
—Prometí que vería una película con ellas.
—Oooh... qué mono. —Era Ashley, una de nuestras
becarias.
Zachary se estremeció.
—¡Ashley! No digas eso en público. Imagínate que se
corriera la voz de que los empleados del gran Carter Sloane
le llaman mono. Su reputación quedaría arruinada. Todo
nuestro negocio se vendría abajo.
Los clientes acudían a nosotros porque teníamos un buen
historial. Confiaban en mi capacidad y mi ética de trabajo, y
apreciaban mi actitud sensata.
—Oye, ¿quién sabe? Podría ser una estrategia de
marketing única. La mayoría de la gente cree que los
abogados son robots sin alma —replicó Ashley.
—Puede que sea verdad —dije.
—Nah, jefe. No engañas a nadie —dijo Ashley.
Me gustaba pensar que era el tipo de jefe que agradaba
a todo el mundo. Era implacable cuando tenía que serlo,
pero me gustaba el ambiente informal. El negocio de la
abogacía ya era agotador de por sí. Podíamos prescindir de
la presión extra que supone un entorno de oficina
estresante.
Mientras me despedía de todos, pillé a Zachary mirando
de forma sugerente a Ashley. Levanté una ceja, indicándole
que me siguiera. Una vez que estuvimos lo bastante lejos
del grupo, fui directamente al grano.
—Nada de tonterías en la oficina.
Zachary apretó la mandíbula.
—Conozco las reglas.
—No mirabas a Ashley como si pensaras seguirlas. Nada
de rollos entre empleados.
Mi tono era firme, pero quería dejar claro mi punto de
vista. Aunque éramos amigos desde la facultad de Derecho,
las reglas estaban para cumplirse.
—Entendido.
—Bien. Diviértete.
No parecía muy contento conmigo cuando me fui, pero
no podía hacer nada al respecto. Los líos entre compañeros
de oficina no eran raros en las grandes empresas.
Comprendía que era una idea tentadora, las horas se hacían
largas y la presión siempre era alta. Era una forma de aliviar
tensiones, pero en un bufete pequeño como el nuestro, era
demasiado arriesgado, demasiado complicado.
A decir verdad, el número de solteros o divorciados en la
industria era alarmante. Las largas horas de trabajo no
favorecían precisamente a la familia o las relaciones.
Zachary no tenía nada de qué quejarse. Iba de flor en flor y
ni siquiera intentaba ser discreto al respecto.
Yo había salido con muchas mujeres, pero hacía tiempo
que no tenía una relación de verdad. No era reacio a ellas,
pero después de que las niñas se mudaran conmigo, las
cosas cambiaron. Algunas se echaron atrás cuando
descubrieron que tenía sobrinas a mi cargo o se alejaron
después de que las presentara. Después de probar y
fracasar varias veces, dejé de intentarlo. Era lo mejor para
las pequeñas y para mí.
Las chicas y yo acabamos viendo películas hasta bien
entrada la noche y durmiendo la mayor parte del sábado. El
domingo las llevé a tomar un helado y les pregunté por su
semana, intentando averiguar si les gustaba el nuevo
colegio y si se estaban adaptando bien. Como siempre, el
fin de semana pasó demasiado rápido.
El lunes por la mañana salí antes de lo habitual porque
quería pasarme por la cafetería antes. El café estaba
buenísimo y los bocadillos también. ¿Y, quién sabía? Hasta
podría encontrar a Valentina. No está soltera, me recordé a
mí mismo, pero entonces otra voz en el fondo de mi mente
aplacó mi sentimiento de culpa. Podríamos simplemente
disfrutar de la compañía del otro o ser amigos.
Sí... excepto porque cada vez que pensaba en ella, las
imágenes que pasaban por mi cabeza no eran precisamente
amistosas. Quería saborearla. No solo sus labios. A ella
entera.
Al entrar, recorrí la cafetería con la mirada y encontré a
Val en una de las mesas de la esquina. Después de recibir
mi pedido, me dirigí hacia ella. No me vio hasta que estuve
justo delante.
—Veo que vas camino de convertirte en fan de Walter’s
—dijo.
—Es un buen lugar para empezar la mañana.
—¿Verdad que sí?
—¿Te importa si te hago compañía? —señalé la silla junto
a ella.
—Adelante.
Estar tan cerca de ella me impedía mantener la
compostura. No solo quería besarla, sino enredar la mano
en su espesa y cautivadora melena, recorrer su cuello con la
punta de la nariz y luego seguir el mismo rastro con la boca.
—Tienes algo en el pelo. Creo que es una... ¿flor de
plástico? —preguntó Val, en tono divertido.
—¿Qué?
Me pasé la mano por el cabello. Efectivamente, tenía
puesta una pequeña flor. Muy masculino de mi parte.
—Supongo que se soltó del vestido de Peyton cuando la
abracé esta mañana
Abrazar era un término suave. Se había subido a mis
brazos y se había negado a soltarme hasta que le
prometiera que las llevaría a tomar otro helado esa noche.
Cedí, por supuesto.
—¿Tu sobrina de catorce años?
—No, esa es April. Peyton tiene cinco años.
Ante su mirada interrogante, añadí:
—Viven conmigo. Mi hermana y su marido fallecieron
hace unos años y yo soy su tutor legal.
—Siento mucho tu pérdida.
Algo parpadeó en esos hermosos ojos verdes cuando
añadió:
—Te mantienen ocupado, ¿verdad?
—Se puede decir que sí. Mis padres ayudan todo lo que
pueden, pero viven en Montana. Tienen un vivero de abetos
allí.
—¿Cómo acabaste siendo abogado en Los Ángeles?
—Estudié la licenciatura en la UCLA y me gustó la ciudad.
Y en cuanto a por qué me hice abogado, digamos que
siempre me ha gustado debatir. Podía librarme de cualquier
cosa con mi labia.
—Ya, me lo imagino.
Como mi padre trabajaba mucho al aire libre, se burlaba
de mí por hacer exactamente lo contrario e ir a diario al
gimnasio.
‘‘Ahora tienes que oler el sudor de los demás para
compensar el hecho de estar todo el día con el culo pegado
a la silla’’, se reía con regocijo. Yo me partía de risa cada vez
que lo decía. Era cierto, aunque entrenar me ayudaba a
despejar la mente. El subidón de endorfinas mejoraba mi
concentración. Me gustaba mi carrera y era muy lucrativa.
Podía asegurarme de que Peyton y April asistieran a los
mejores colegios y no tuvieran que tener trabajos
temporales para pagarse la universidad, como había hecho
yo.
—¿Cómo acabaste creando una empresa de cosméticos y
fragancias desde cero? Tu historia es fascinante.
—Me has buscado en internet.
Se quedó boquiabierta, como si no pudiera imaginar por
qué yo haría algo así.
—Pues sí.
—Bueno, hay mucho más de lo que aparece en la web.
—Cuéntamelo todo.
—Lo siento, pero ahora no puedo. Hoy voy con el tiempo
justo y debería irme. Tengo miles de cosas que hacer.
—¿Te hace ilusión ir al evento benéfico?
—Claro que sí.
—¿Tu acompañante también trabaja en la industria
cosmética? ¿O del cine?
Bajó los ojos hacia su taza de café.
—En la industria del cine. Pero iré sola.
—¿Tiene que trabajar?
—No, simplemente ya no estamos saliendo.
No debería alegrarme por su evidente desilusión, pero no
pude evitar que me invadieran las ganas de apretar el puño.
Quería conocer mejor a esa mujer.
—¿Qué ha pasado?
Se encogió de hombros como si no importara, pero me di
cuenta de que sí le importaba. Sin embargo, no insistí.
Estaba claro que le incomodaba y, después de todo, ¿por
qué iba a compartir algo tan personal conmigo? Apenas nos
conocíamos. En lugar de eso, me propuse distraerla,
mientras intentaba ignorar la idea de que a fin de cuentas sí
estaba soltera.
—¿No desayunas tortitas hoy? —pregunté.
—Nop.
Me incliné un poco más y le toqué el antebrazo, ansiaba
el contacto. Su mirada se desvió hacia mi mano y se relamió
los labios.
—¿Y si te las compro yo? ¿Eso cuenta?
—Por supuesto que sí.
—Pero no te sentirías culpable.
—Eres incluso mejor que yo encontrando excusas. —Me
sonrió.
—¿Y si compro dos para mí y luego decido que ya estoy
lleno después de la primera? Sería una pena desperdiciar la
otra.
—Nunca te quedas sin argumentos, ¿verdad?
—No cuando pretendo conseguir algo —admití.
—¿Y lo que pretendes ahora es que me coma una tortita?
Se me pasó por la cabeza poner mis cartas sobre la mesa
y decirle exactamente lo que pretendía, pero no podía ser
tan directo. Todavía.
—Quiero alegrarte la mañana. No dejes que ese imbécil
te haga perder más tiempo de lo que ya ha hecho.
Le mantuve la mirada un largo instante. Me di cuenta de
que al principio no quería apartar la vista, pero al final lo
hizo, meneando la cabeza y riendo entre dientes.
—¿Siempre empleas tácticas tan peligrosas para levantar
el ánimo de alguien?
—Yo lo catalogaría de valiente, pero también estoy
encantado de mostrarte mi lado peligroso.
Val tragó saliva.
—Bueno, me encantaría saber exactamente cómo
distingues valiente de peligroso. Tengo la corazonada de
que nuestras definiciones difieren, pero el deber me llama.
También tengo que hacer algunas cosas para el acto
benéfico. Tal como voy, parece más trabajo que diversión.
—También lo vamos a disfrutar.
—Define disfrutar. —Desafió con una sonrisa mientras se
recogía el pelo en una coleta. El movimiento de sus manos
hizo que su pecho se elevara y empujara hacia delante.
Dejó el cuello al descubierto. Su piel era tan besable, tan
susceptible al contacto, que a duras penas conseguía
contener el impulso de encontrar cualquier excusa para
tocarla. La miré a la boca el tiempo suficiente para que se
diera cuenta. Sus ojos se abrieron de par en par. Ella
también sintió la química entre nosotros.
—Nah, eso solo estropearía toda la incertidumbre. Te lo
enseñaré cuando estemos allí.
Me levanté de la silla al mismo tiempo que ella.
—He estado en suficientes eventos para saber que no me
resultan para nada entretenidos.
—Pero no me tenías a mí para hacerte compañía.
Sus labios se abrieron ligeramente. Luego entrecerró los
ojos.
—Bueno, entonces... me vendría bien algo de diversión.
No veo la hora de verte en acción. Espero que estés a la
altura.
—Hecho.
Capítulo Siete
Val
Estaba un poco aturdida cuando me senté en mi escritorio.
Lo primero que hice al abrir el portátil fue buscar a Carter
en Internet. Me sentí entusiasmada, como si estuviera
haciendo algo que no debía. Su bufete llevaba solo tres
años funcionando, pero no dejaba de ser impresionante,
teniendo en cuenta que tenía treinta y cinco años. Los
abogados que conocía que habían montado su propio bufete
lo habían hecho más tarde en su carrera.
Busqué algo de información en Google y vi que era un
abogado procesalista de mucho éxito.
Me moría de ganas de saber más sobre él, pero volví de
mala gana a la lista de tareas pendientes que había escrito
la tarde anterior, cotejándola con algunos de los correos
electrónicos más urgentes de mi bandeja de entrada. Por lo
general, no me costaba concentrarme por las mañanas,
pero más de una vez me sorprendí divagando y tuve que
hacer un esfuerzo consciente para volver a centrarme.
Normalmente evitaba contestar mensajes durante el día
porque me distraía de mi trabajo, sin embargo, cuando la
pantalla de mi teléfono se iluminó con una notificación, lo
cogí.
Carter: ¿Estás libre para comer juntos?
Le había dado mi número de teléfono durante nuestro
primer almuerzo, justo antes de partir.
Val: Nop. Tenemos que cumplir unos plazos de
entrega y comeré en mi despacho.
Carter: ¿Alguna recomendación de restaurantes?
Sonreí mientras tecleaba los nombres de algunos sitios.
Intenté apartarlo de mis pensamientos durante el resto
del día, pero fue todo un reto. Aquella tentadora sonrisa y
sus hipnotizadores ojos seguían apareciendo en mi mente.
Por la tarde, volvió a enviar un mensaje.
Carter: ¿Quieres tomar un café?
Val: ¿Trabajas alguna vez?
Carter: ;-) entre descanso y descanso.
Carter: ¿Puedo tentarte con un café?
Mi ritmo cardíaco aumentó. Intenté ignorarlo.
Val: No puedo. Además, no puedes seguir
robándome mi tiempo de trabajo. Mi política es no
enviar mensajes y solo suelo mirar el móvil durante
los descansos breves (que me tomo aquí).
Carter: ¿Cuándo son tus descansos exactamente?
Val: A las 11 y a las 16.
Eran las 3:09 de la tarde. No esperaba que Carter fuera a
dejar de enviar mensajes, pero tampoco esperaba su
respuesta.
Carter: Perfecto. Me muero de ganas por robarte
tu tiempo durante el descanso.
Me reí. En ese momento me costaba aún más
concentrarme, estaba contando los minutos que faltaban
para las cuatro, preguntándome si empezaría su plan de
robo ese día o el siguiente.
Sacudiendo la cabeza, puse mi atención en el correo
electrónico que estaba redactando. Quería organizar tres
grupos de debate para la próxima campaña Goddess de una
de nuestras líneas de fragancias. Ya habíamos organizado
uno, pero yo no lo había supervisado. Resultó ser un error
delegar. El moderador no había explorado todas las
dimensiones, no había hecho las preguntas adecuadas. Yo
podía hacerlo mejor y además quería hacerlo. No era fácil
organizar grupos de debate sobre fragancias. Eran un lujo,
una aspiración, pero como no tenían una finalidad específica
como las cremas antiedad, era difícil crear una estrategia de
venta que marcara la diferencia. Por eso la mayoría de la
industria apostaba por anuncios sexys y sensuales para
venderlas. Pero para mí las fragancias significaban algo más
que hacerme sentir sexy. Eran recuerdos en un frasco y
también sueños, y de algún modo solo podía transmitirlo a
los grupos si estaba allí en persona.
Después de enviar las instrucciones a mi director de
marketing, encontré un email de Hailey. Mi hermana
respetaba mi política de no enviar mensajes... pero solo
porque había encontrado el resquicio del correo electrónico.
Puse una sonrisita. Hailey era muy parecida a Carter en
este sentido.
Asunto: URGENTE
He descubierto que el hermano de un compañero
de trabajo es un GRAN CANDIDATO. Puede que
incluso tenga potencial para ser ‘‘el elegido’’.
¿Quieres que te lo presente?
Suspiré, negando con la cabeza. ¿Y eso era urgente?
Podría castigar a Hailey con mi silencio, pero conociendo a
mi hermana, se vendría arriba y pondría las cosas en
marcha sin esperar mi respuesta.
Val: Nop. Para el carro.
El elegido. Me estaba soltando una de mis frases
favoritas. A veces me sentía tonta por usar esa expresión. A
lo largo de los años, había tenido muchas citas y algunas
relaciones. Unas habían sido más largas, otras solo por
diversión, sobre todo justo después de que Jace y Hailey se
marcharan de casa. Pero tenía tendencia a idealizar las
relaciones. No podía negarlo. Era uno de mis defectos.
Negué con la cabeza mientras releía su email. Estaba
decidida a cumplir mi nuevo propósito de tomármelo con
calma.
Apagué la pantalla del ordenador y tomé notas en un
papel.
Recuerdos alegres y favoritos de la infancia.
Lo mismo para las vacaciones. Pedir detalles específicos
(sobre todo de lugares) e inferir notas de fragancias
asociadas.
Pedir aromas específicos rara vez funcionaba porque la
gente no podía identificar los toques individuales. Para
cualquiera que mirara desde fuera, mis notas no tendrían
mucho sentido, pero el proceso funcionó para mí. Empecé
con palabras clave y medias frases y, con el tiempo,
desarrollé preguntas.
Casi me había olvidado de Carter, pero a las cuatro en
punto, vibró mi teléfono. Me sobresalté en mi asiento. Todos
y cada uno de los pensamientos sobre el grupo volaron.
Carter: Cuéntame algo sobre ti.
Parpadeé ante la pantalla. Aunque no entendía el
propósito de la pregunta, tamborileé con los dedos en la
parte trasera del teléfono entusiasmada, y luego respondí.
Val: ¿Como qué?
Carter: Lo que quieras. Algo que no sea obvio.
Val: Me gusta cantar cuando estoy sola.
Apenas después de enviarlo me pregunté si era algo
extraño de admitir.
Carter: ¿También cantas en la ducha?
Sí, claro. No iba a responder a eso ni de coña.
Val: Tu turno.
Carter: ¿De dónde sacas eso?
Val: ¿Una pregunta por una pregunta?
Carter: Nop, yo hago todas las preguntas.
Me quité los zapatos y acomodé las piernas en el enorme
sillón de cuero.
Val: ¿Y qué gano yo?
Carter: Tus descansos serán mucho más
agradables.
Me reí, tomándome unos segundos para ordenar mis
pensamientos.
Val: No asumas que antes no lo eran. Ya sabes lo
que dicen de los que asumen. Una respuesta por una
respuesta. Mi primera y última oferta.
Su respuesta no llegó de inmediato, pero cuando lo hizo,
el calor se irradió justo entre mis muslos.
Carter: Si eso te place.
Aparecieron los puntitos que indicaban que estaba
redactando un mensaje y esperé las siguientes palabras con
la respiración contenida.
Carter: En ese caso, necesitaremos más de diez
minutos por descanso.
Incliné la cabeza hacia atrás, sonriendo al techo. ¿Estaba
negociando? Pues se iba a llevar una sorpresa, porque ese
era uno de mis puntos fuertes.
Val: Eso no va a poder ser. Diez minutos es todo lo
que puedo darte.
No me contestó y miré la hora en la pantalla. Las 16:11.
Maldita sea. ¿Me iba a dejar colgada? Dos minutos más
tarde, cuando aún no tenía respuesta, sacudí la cabeza y
volví a mi lista de tareas pendientes, aunque de vez en
cuando echaba un vistazo al teléfono.
Durante las dos semanas siguientes, Carter me envió
mensajes a las once de la mañana y a las cuatro de la tarde,
puntualmente. Me había salido con la mía, insistiendo con
mis propias preguntas cuando él intentaba engañarme (cosa
que hacía siempre). Incluso le pedí su opinión profesional
sobre mi problema con Beauty SkinEssence. Su respuesta
me dejó rascándome la cabeza. Como abogado, me
aconsejó evitar una demanda. A título personal, me dijo que
él también lucharía por lo que creía justo.
Aun así, esperaba sus mensajes con más ganas de las
que hubiera querido tener. Me decía a mí misma que solo
era una forma divertida de pasar el rato. Éramos dos
adultos atrapados en carreras vertiginosas y necesitábamos
desahogarnos. Algunas personas apostaban o hacían cosas
peores con ese fin. En comparación, intercambiar mensajes
divertidos y juguetones parecía inocente. Pero cuando me
encontré con él en la cafetería una mañana y me saludó con
su voz profunda, me di cuenta de que no era para nada
inocente.
—Buenos días.
—¡Eh!
—Sabía que te encontraría aquí.
—¿En serio? ¿Por qué?
Estábamos en la cola uno al lado del otro y no pude
evitar acercarme un poco más. Olía increíble. Él en su
totalidad era increíble, la verdad sea dicha. Carter era un
hombre clásico, con unos ojos y unos labios impresionantes
y un cuerpo de portada de revista. Cuando quise darme
cuenta nuestras mejillas estaban casi tocándose. Él también
se había inclinado hacia mí.
—¿A qué hora empiezas a trabajar? ¿Y a qué hora
terminas? —preguntó.
—De ocho a seis.
No tenía ni idea de por qué lo había preguntado, pero
entonces las comisuras de sus labios se inclinaron hacia
arriba en una sonrisa cómplice.
—¿Por qué?
—Ya te he dicho que necesitaba más de diez minutos.
Como no cedes con tus tiempos de descanso, he encontrado
una alternativa.
Estar a escasos centímetros de él estaba dejando en
ridículo mi capacidad de negociación. El tío era demasiado
convincente.
—Estás asumiendo cosas otra vez.
—¿Ah, sí? —Se había inclinado aún más hacia mí y a
duras penas contuve el impulso de tocar aquella mandíbula
recién afeitada. Asentí, pero agradecí que llegara mi turno.
Hice mi pedido rápidamente, pidiendo a la cajera que me lo
pusiera todo para llevar.
—Todavía son las siete y media, Val —me susurró al oído
—. Tienes tiempo de desayunar conmigo.
—Tengo que revisar unas notas para una reunión.
No presionó en absoluto, lo cual me sorprendió.
Lo que le había dicho era cierto, pero no era la única
razón por la que no me quedaba. Tal vez era hora de dejar
los mensajes juguetones. Acababa de trasladar su oficina
enfrente de la mía. Si el flirteo se iba al traste, las cosas
podrían volverse incómodas.
La verdad es que me estaba divirtiendo demasiado como
para parar.
Así que cuando Carter me mandó un mensaje a las once
en punto, le contesté.
Capítulo Ocho
Val
—Vaya, estos son preciosos.
Estaba de compras buscando un conjunto para el acto
benéfico y, al más puro estilo Valentina Connor, tenía
demasiados favoritos como para decidirme. Di vueltas,
admirando un vestido azul claro desde todos los ángulos.
Puse otros tres más en la pila de los ‘‘quizás’’. Estaba a
punto de pedirle a la dependienta que me trajera también
unos zapatos cuando sonó mi teléfono. Carter. Después del
encuentro del día anterior en la cafetería, el corazón me
daba un vuelco cada vez que veía su nombre.
Carter: Gracias por el consejo que me diste con
respecto a April. Al final hablé con ella y aceptó mis
condiciones (algunas) y me sigue considerando su
tío.
Val: Por ahora. No la subestimes.
Carter: Déjame saborear la victoria un poco más.
Val: No querría que te confiaras demasiado.
Oh, Carter. Era un hombre cautivador, eso estaba claro. Y
de todas las cosas, era su voz la que no podía sacarme de la
cabeza. Cada vez que hablaba con su vibrante voz, la sentía
como una caricia en mis partes íntimas. El mero hecho de
recordarlo me provocaba el mismo efecto. No poder ignorar
esa atracción magnética hacia él me hacía sentir
vulnerable.
Examiné de nuevo el vestido azul. Asistir a ese tipo de
eventos requería vestirse de gala y era una buena excusa
para darme un gusto con un precioso vestido de diseño. Mi
teléfono seguía distrayéndome. Tenía un nuevo mensaje.
Carter: ¿Lista para mañana?
Se me revolvió el estómago.
Val: Estoy de compras ahora mismo. Comprando
un conjunto. Hay que ir de punta en blanco para
impresionar.
Carter: Te esperaré en la entrada. Voy a ser el del
esmoquin ;)
Sonreí. Todos los hombres llevarían esmoquin. Me probé
todos los vestidos y me decidí por uno amarillo claro, con un
fino cinturón de terciopelo negro alrededor de la cintura. El
vestido apenas me llegaba a las rodillas y tenía tirantes
anchos sobre los hombros. El corpiño era más bien un corsé
que me oprimía los pechos. Sexy, pero no exagerado. Justo
lo que necesitaba. Miré la etiqueta e intenté no sentirme
culpable. Era un veinte por ciento más caro de lo que había
pensado gastarme, pero ¿qué más daba? Había trabajado
mucho, me merecía esa preciosidad. Siempre que
derrochaba dinero, libraba esa batalla interior. Supongo que
los sentimientos de culpa eran la mochila que arrastraba de
la época en la que andábamos escasos de dinero, después
de hacernos cargo del bar de papá.
Me hice una foto con el vestido amarillo y se la envié a
Hailey. Normalmente íbamos juntas de compras, porque
compartir la experiencia y comentar los modelitos de la otra
suponía gran parte de la diversión, pero esa vez no pudo
venir.
Carter: Estoy impresionado.
DIOS. NO. ¿POR QUÉ?
¿Cómo había podido confundir los remitentes? Me puse
roja. La pose era un poco tonta pero muy sexy. El vestido
tenía una abertura en un lado, que no era visible a menos
que enseñara una pierna. Y la enseñé. También me
levantaba una teta con la mano y guiñaba un ojo de forma
exagerada. Era el tipo de foto que nunca enviaría a nadie
más que a mis hermanas.
Val: Eso era para mi hermana. Para que pudiera
votar a su favorito.
Carter: No he visto las otras opciones, pero...
¡JODER, SÍ!
Madre mía, qué vergüenza. Me planteé si debía
responder, pero decidí fingir que no había pasado nada.
La noche siguiente, me sudaban un poco las palmas de
las manos al bajar del taxi frente al local donde se
celebraba la gala. Me sentía cómoda con un amplio abanico
de personas, desde vendedores hasta científicos. Estos
últimos eran mis favoritos, ya que me había especializado
en química. Pero gracias a Hailey, había aparecido un buen
grupo de estrellas y el público de Hollywood era otra
historia. Me sentí aliviada cuando vi a Carter al pie de la
escalera que conducía a la entrada principal de la villa. Se
me revolvió el estómago como si estuviera intentando ganar
una medalla de oro en los Juegos Olímpicos. Me estaba
esperando, como me había prometido, y llevaba esmoquin.
Sus ojos se arrugaron en las esquinas cuando me sonrió.
No sabía dónde fijarme primero. Si en esos hipnotizantes
ojos oscuros o la exquisita manera en la que el esmoquin se
le ceñía al cuerpo.
—Tan espectacular como te recordaba. —Me miró de los
pies a la cabeza antes de subir la escalera—. El amarillo te
sienta bien.
Me sonrojé. Bueno, ahí era donde mi plan fallaba. No
podía fingir que el incidente de la foto no había ocurrido a
menos que él me siguiera el juego.
—¿Podemos olvidarnos de la foto?
Las comisuras de sus labios se contrajeron. Vaya. No iba
a dejarlo pasar.
—Solo si prometes mostrarme las otras también.
Tardé un segundo en darme cuenta de que se refería a
las fotos de los otros vestidos que me había probado.
—Ni de coña —dije acaloradamente mientras
entrábamos.
—¿Por qué? ¿Eran aún más sugerentes? Cuéntame.
Inclinó la cabeza, como haciéndome señas para que le
susurrara al oído. Le aparté con firmeza por el hombro y le
señalé con el índice.
—No tenía intención de enviártela.
Ladeó la cabeza, sonriendo aún más.
—Bueno, el efecto que tuvo en mí fue duradero aunque
haya sido... involuntario.
No tenía respuesta para eso, así que fingí echar un
vistazo a nuestros alrededores. Giré la cabeza en la
dirección opuesta cuando sentí que Carter se acercaba.
—Eres la mujer más guapa aquí esta noche, Valentina.
Hice un gesto con la mano tratando de quitarle
importancia. Ya no me tragaba esas frases, sobre todo
después de que mi último fiasco amoroso me recordara que
Los Ángeles era la ciudad donde se reunían las mujeres más
guapas para probar suerte como actrices, cantantes o
modelos. Pero cuando me volví para mirar directamente a
Carter, algo en su expresión me dijo que no eran solo
palabras.
O tal vez yo era demasiado ingenua.
Una de las organizadoras notó mi presencia y me indicó
que quería hablar conmigo. Carter también la vio.
—Iré a ver qué necesita —le dije—. Luego voy a hacer la
ronda. Tengo una lista de unas veinte personas con las que
tengo que hablar.
—Adelante. Tendremos mucho tiempo para hablar más
tarde.
El evento fue tal como lo esperaba. A las tres horas ya
casi me había acostumbrado a la charla constante como
ruido de fondo. Ya había hablado con muchos de los
famosos a los que quería acercarme para una campaña que
estaba preparando para los lanzamientos de primavera.
Tras una conversación especialmente productiva con una
joven estrella emergente del pop a la que quería presentar
en nuestra campaña de primavera, miré a mi alrededor en
busca de un banco o una silla. Necesitaba sentarme cinco
minutos para que las plantas de los pies dejaran de estar en
carne viva. Si bien no tenía la resistencia de Hailey, caminar
en tacones no suponía un problema. Pero estar de pie sin
moverme de un sitio estaba siendo problemático.
No vi ninguna silla vacía y, justo cuando estaba a punto
de dirigirme a una de las salas más pequeñas para
comprobar si los sofás de allí estaban ocupados, un hombre
enorme me acorraló.
—Oye, tú —dijo.
—¡Hola, Gus!
Habíamos hablado antes esa noche. Era uno de los
modelos que estaba fichando para una campaña de
marketing. Había ganado popularidad en el último año y
podría llegar lejos. Quería hacerme con él antes de que
estuviera fuera de mi alcance.
—¿Quieres tomar algo? —preguntó.
—Te lo agradezco, pero aún tengo que terminar mis
rondas.
—Venga ya. No seas aguafiestas.
Parecía haber bebido ya unas cuantas copas, su paso no
era muy firme. Me miraba como si fuera a devorarme y a mí
no me hacía ninguna gracia. Normalmente salía de ese tipo
de situaciones complicadas mostrando lo que a Hailey le
gustaba llamar mi mirada intimidante, pero éste no cedía.
—No quiero ser aguafiestas, pero el deber me llama.
El tío levantó una ceja y, en lugar de retroceder, se
acercó aún más. Joder, no. No quería montar una escena,
pero si el chaval no captaba la indirecta, no tendría
elección.
Fue entonces cuando un movimiento detrás del hombro
del tío llamó mi atención. Carter estaba de pie a unos
metros, observándonos. Cuando hice contacto visual,
balbuceó ‘‘¿Te está molestando?’’. Asentí
imperceptiblemente y Carter se dirigió hacia nosotros.
Pensé que simplemente diría que necesitaba hablar
conmigo, pero antes de que abriera la boca, me rodeó la
cintura con un brazo. Me acercó tanto que un lado de mi
pecho se aplastó contra el suyo.
—Aquí estás. Pensé que te había perdido. —Le tendió la
otra mano a Gus—. Carter Sloane.
Gus la estrechó de mala gana. Carter me apretó aún más
contra él. Mi nariz casi tocaba su mandíbula. La piel suave
de su mejilla y el ligero olor a aftershave indicaban que se
había afeitado justo antes de venir.
Gus alternó su mirada entre nosotros y se fue sin decir
nada más. Aun así, Carter no me soltó. Mi cuerpo se
estremecía por el contacto —sentir su extenso brazo contra
mi espalda, el dorso de mi seno contra su pecho— como si
fuera piel con piel. La forma en que me sujetaba la cintura
era casi posesiva. Y me encantaba.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Sí. Me estaba planteando cómo deshacerme de él
antes de que aparecieras. Suerte que me viste.
—No he podido quitarte los ojos de encima en toda la
noche.
Como si acabara de darse cuenta de que ya no había
razón para abrazarme, me soltó. Deseé que no lo hubiera
hecho.
—¿Todavía tienes que hacer la ronda? —preguntó.
—Sí. Aún tengo que hablar con algunas personas. ¿Te lo
estás pasando bien?
—Ya he hecho algunos contactos. Es un gran evento. —
Mantuvo su mirada firmemente en mi cara. De hecho, con
tanta firmeza que me hizo preguntarme si estaba haciendo
un esfuerzo extra para no mirar hacia abajo. O tal vez eso
era solo idea mía—. ¿Nos vemos luego?
Asentí y, después de separarnos, volví a mezclarme con
la gente. Pasé rápidamente por el resto de personas de mi
lista. Dos de las conversaciones fueron una pérdida de
tiempo y las otras dos fueron más o menos productivas.
Estaba deseando que llegara la parte divertida de la
velada. ¿Qué tenía Carter en mente exactamente?
Una vez que terminé, me dirigí al bar, lista para mi
primera bebida alcohólica de la noche. Una copa de
Chardonnay me sentaría bien. Hasta entonces solo había
bebido agua, para mantener la concentración.
El bar se había instalado en una de las estancias que
daban directamente a la terraza trasera. Estaba abarrotado
y me abrí paso entre dos hombres, esperando mi turno. La
parte trasera de la barra tenía espejos y observé el
movimiento de la sala. Mi cuerpo empezaba a relajarse, ya
que había hablado con todos los que necesitaba.
Pero entonces noté una cara familiar entre la multitud y
cada centímetro de mi cuerpo volvió a ponerse en alerta.
Carter se dirigía hacia mí. Nuestras miradas se encontraron
en el espejo.
Se detuvo justo detrás de mí y me susurró al oído:
—¿Lista para salir de aquí?
Nuestras miradas seguían clavadas en el espejo. Me
había llevado una mano a la parte baja de la espalda,
apoyándola allí, como si el hecho de haberme tocado una
vez hubiera roto alguna barrera entre nosotros.
—Tengo que estar presente para la rifa final.
Todos habían pujado por objetos donados, desde arte
hasta viajes alrededor del mundo, y los ganadores se
anunciarían al terminar la velada.
En ese momento me frotaba la mano por la espalda.
Mantuve la compostura porque solo me tocaba el vestido,
pero cuando sentí tres de sus ásperos dedos sobre mis
omóplatos descubiertos, no pude evitar estremecerme.
—¿No confías en que te traiga de vuelta al final de la
noche?
Su voz era juguetona y conspiradora, pero sus ojos
tenían un brillo deliciosamente oscuro y tenso.
Tragué saliva y me lamí los labios. Sin que me diera
cuenta, se había acercado tanto que mi brazo estaba
presionado contra su pecho. Al menos esta vez no eran mis
tetas. La gente nos aplastaba por todas partes. ¿Estaba tan
cerca porque quería o porque no tenía otra opción?
—Desapareceremos por unas horas y tomaremos un muy
necesario respiro.
—Prometiste que nos divertiríamos, ¿recuerdas? Tomarse
un respiro suena... aburrido.
Su expresión cambió a una sonrisa francamente... feroz.
—No he dicho que eso vaya a ser lo único que hagamos.
¿Bueno, confías en mí?
Asentí y finalmente me giré para mirarle directamente a
él y no a través del espejo.
—¿Qué quieres beber?
—Chardonnay.
—Una botella de chardonnay y dos copas, por favor —
ordenó Carter.
—No necesitamos una botella entera —susurré.
—Lo sé, pero es más fácil que llevar dos copas llenas.
Mientras esperábamos, más gente se agolpaba alrededor
de la barra, apretándonos unos contra otros. Carter estaba
justo detrás de mí y tuve que hacer un gran esfuerzo para
evitar que mi culo presionara contra su entrepierna.
—Me encanta como hueles —murmuró contra mi piel.
Cuando sentí la punta de su nariz en un lado de mi
cuello, me recorrió un chisporroteo, haciendo que todos los
músculos de mi cuerpo se agitaran. Dios mío... ¿Cómo podía
ese pequeño contacto ponerme así de nerviosa?
Cuando el camarero por fin colocó los artículos sobre la
barra, agarré las copas por el tallo mientras Carter cogía la
cubitera con la botella de vino. Luego entrelazó nuestras
manos libres y me condujo a través de la multitud. Me
sujetaba como si le perteneciera. El pulso me latía en los
oídos mientras nos abríamos paso por la abarrotada sala y
luego por la terraza. Bajamos los escalones de mármol y
entramos en el jardín. La multitud disminuía a medida que
nos alejábamos del local.
—Este jardín es enorme —comenté.
—¿Nunca habías estado aquí?
—No. ¿Tú?
—Varias veces.
Redujimos el paso en cuanto escapamos de la multitud.
Carter me soltó la mano y señaló un estrecho callejón
bordeado de árboles de hoja perenne a ambos lados.
—Por aquí.
Caminé a su lado, disfrutando de la repentina
tranquilidad. También parecía que había bajado la
temperatura. Caminamos hasta que encontramos una
abertura a la derecha del seto.
—Guau. —Entramos en un jardín privado más pequeño
con una fuente en el centro. Tenía un borde circular de
piedra lo suficientemente ancho para sentarse—. ¿Podemos
sentarnos ahí?
—Claro.
—Uf. Me he estado muriendo de ganas por sentarme toda
la noche.
—Después de ti.
Se rió entre dientes, manteniendo una mano en la parte
baja de mi espalda mientras nos dirigíamos hacia ella. En
ese momento, al estar los dos solos, el contacto era
diferente. Íntimo.
Cuando nos sentamos, descorchó la botella y sirvió vino
en cada una de las copas, que luego chocamos.
—¿Cómo sabes siquiera de este lugar?
—Está abierto a los visitantes durante el día. El año
pasado traje aquí a April y Peyton, y nos hicieron un
recorrido por los jardines. Siempre que estoy aquí para un
evento, doy un paseo cuando necesito despejar la mente.
¿Solo? quería preguntarle. ¿O se ligaba a alguien en cada
evento? Alejé ese pensamiento de mi mente. ¿Cómo podía
ser tan guapo? Llevaba su oscuro pelo despeinado, como si
esa noche se hubiera pasado la mano varias veces por él. El
desorden de su cabello le sentaba bien, sobre todo porque
contrastaba con el esmoquin. En algún momento se había
quitado la chaqueta, por lo que solo llevaba una camisa
blanca que le cubría los abdominales y el pecho, mostrando
sus esculpidos músculos.
—¿Dónde están las chicas esta noche?
—En casa. Tienen una niñera que las cuida por la tarde y
cuando tengo compromisos por la noche. April casi me
suplicó que la trajera. El hecho de que fuera a codearme
con famosos me hizo ganar puntos en la escala de los
“guays”. Aunque luego los perdí todos cuando le dije que no
podía venir. Pero he estado en bastantes como para saber
que no es lugar para una niña de catorce años, sobre todo
porque no podría vigilarla.
Qué mono.
—Gracias por intervenir antes cuando me acorraló ese
tío. No te había tomado por un caballero blanco.
—¿Por qué no?
—Simplemente no me dio esa sensación.
En realidad era porque él daba la impresión de ser el
típico tío alto, guapo y peligroso, pero no podía admitirlo.
Me miró como si supiera exactamente lo que estaba
pensando.
Capítulo Nueve
Carter
Tenía un constante debate interno entre querer hablar con
aquella mujer, averiguar más cosas sobre ella y besarla
como si no hubiera un mañana. Le dio un sorbo a su bebida,
emitiendo un pequeño sonido de placer en el fondo de su
garganta. Val me consumía demasiado como para querer
beber. Cuando levantó la mirada y se dio cuenta de que la
estaba observando, se lamió los labios y apartó la vista. Con
el movimiento de su cabeza, sentí el aroma de su perfume.
—Háblame de tu perfume. Huele increíblemente bien.
Se iluminó.
—Fresia y lavanda. Una de las combinaciones favoritas
de mi madre. Por ella fue que me entró el gusanillo por las
fragancias. Solíamos hacer jabones y perfumes cuando era
pequeña.
Eso no aparecía en ninguna parte de la página web de su
empresa ni en los artículos de prensa que había encontrado
cuando la busqué en Internet. Me estaba confiando algo
íntimo. Había una expresión de nostalgia en sus ojos.
—Debe de estar muy orgullosa de ti.
—Creo que lo estaría. Ellos... perdimos a mis padres hace
más de quince años.
La voz le tembló un segundo y le apreté la mano.
Saqué algunas conclusiones en mi mente. De repente,
me di cuenta de por qué era tan buena dándome consejos
sobre April. Me había sentido inexplicablemente atraído por
Val desde que compartimos aquel primer café y me
pregunté si eso era parte del porqué. Me sentí conectado a
ella de una forma que me pilló completamente por sorpresa.
—¿Y tú criaste a tus hermanos?
—Sí. Junto con mi hermano mellizo, Landon.
—Tienes otros cuatro hermanos, ¿verdad?
Recordaba haberlo leído en alguna parte.
—Así es. Y no fue fácil, pero todos crecieron y se
convirtieron en adultos responsables de éxito. Jace juega al
fútbol en los LA Lords. Will era inspector, pero ahora dirige
una fundación con su prometida. Hailey trabaja en una
agencia de relaciones públicas. Lori es organizadora de
bodas. Estoy muy orgullosa de todos ellos.
—Tienes toda la razón para estarlo.
—Gracias.
Me gustaba la mezcla de fuerza y sensualidad de
Valentina, y también me encantaba ese lado encantador
que había mostrado en aquel mensaje que me había
enviado por error. Una imagen valía más que mil palabras y
esa iba a ser mi perdición. De hecho, ya lo había sido.
Después de intercambiar mensajes, me metí en la ducha.
Bajo el cálido chorro de agua, solo podía pensar en lo que
sentiría al quitarle el vestido y descubrir cada centímetro de
su exquisito cuerpo. Acabé masturbándome con esa
fantasía, gritando su nombre. Mi polla se estremeció al
recordarlo.
—Parece que, después de todo, hemos necesitado toda
la botella —comenté cuando rellené nuestras copas por
tercera vez.
Val soltó una risita.
—Bueno, era pequeña.
Me preguntaba por qué una mujer como ella estaba
soltera. Cuando la vi con ese tío, se me apretaron las tripas.
Estaban tan cerca que primero pensé que eran pareja o que
estaban a punto de serlo. Luego, cuando vi su expresión
incómoda, me puse furioso. Me sentí orgulloso de no haber
apartado al tío a la fuerza.
—Me duele la espalda de estar tanto tiempo de pie.
—Presiona con los pulgares el músculo cuadrado lumbar.
Alivia parte de la presión.
—¿El qué?
Sin pensarlo, me acerqué a su espalda y presioné con
tres dedos el músculo en cuestión. Val se enderezó y se
inclinó hacia mí.
—Justo aquí.
Cuando retiré la mano, presionó con los pulgares a
ambos lados de la columna vertebral.
—Uf, qué bueno es esto... ¿Dónde lo has aprendido?
—De mi entrenador de fitness.
—Tiene sentido —murmuró, más para sí misma.
—¿Qué tiene sentido?
—Que te guste hacer ejercicio.
Me señaló el pecho y bajó la mano, como si se hubiera
dado cuenta de lo que había hecho.
Puse una sonrisita.
—¿Ah, sí? ¿Te gusta... lo que ves, Val?
—Estoy intentando decidir si mi sinceridad se te subirá a
la cabeza o no.
Me reí y Val me dio una palmada juguetona en el
hombro.
—Bueno, probablemente tengas un espejo y veas lo
mismo que yo, así que no hay razón para que yo no diga la
verdad.
A pesar de saber que no era lo más inteligente, me
incliné más cerca.
—Quiero oírte decirlo, Valentina.
Entrecerró los ojos, como si sopesara los pros y los
contras.
—No, no creo que lo haga. Tener demasiada estima en
uno mismo es tan malo como no tener estima en absoluto.
Es lo que solía decir mi padre. Era irlandés e intentaba
hacer pasar todo tipo de dichos raros por viejos proverbios
irlandeses, pero mi amigo Google no está de acuerdo. Creo
que papá se los inventó, pero me gustan.
Se relajó, hasta que me acerqué aún más.
—No creas que te vas a librar de lo otro.
Val se relamió los labios y se encogió de hombros.
—Como quieras. No puedes obligarme.
Moví las cejas.
—No, pero apuesto a que se te puede... persuadir.
—¿Vas a intentarlo?
—Obviamente.
—Mmmm... No lo creo, Sr. Sloane. Usted carece de las
herramientas de persuasión adecuadas.
Eso era un dulce desafío.
—¿Y cuáles son?
—¿Crees que te lo voy a poner fácil?
—Dame una pista.
Val pronunció las siguientes palabras con suma seriedad.
—Bueno, siendo sincera, el soborno funciona mejor que
la persuasión. Si he de creerle a mis hermanas, se me
puede convencer de hacer locuras siempre que haya helado
de por medio. Yo, en cambio, puedo convencerlas de
cualquier cosa con mi famosa tarta de queso.
Tomé nota.
—Tengo otras herramientas de persuasión.
—¿Como cuáles?
Bajé la mirada a su boca y la mantuve allí hasta que ella
sacó la punta de la lengua y se humedeció los labios.
Flexionó la espalda y se tambaleó un poco hacia atrás.
Llevé una mano a su brazo para estabilizarla, temiendo que
cayera en la fuente. Me miró desde debajo de sus largas
pestañas y ni siquiera me di cuenta de que había movido la
mano desde su brazo hasta su cara, apoyando el pulgar
justo debajo de su boca. Separó los labios y exhaló
temblorosamente, y yo ya no pude mantenerme alejado.
Acorté la distancia que nos separaba y murmuré contra sus
labios.
—Voy a besarte, Valentina.
Cuando me dio un leve gemido como respuesta, me
lancé a sus labios. Deslicé la mano hasta detrás de su
cabeza. Cuando lamí un poco su lengua, gimió dentro de mi
boca.
Con la mano libre, la acerqué más. Necesitaba algo más
que sus labios. Quería sentir el calor de su cuerpo, sus
dulces curvas. No, eso había sido un error... porque
entonces al estar apretada contra mí, me volví aún más
codicioso, deseando sentir su piel. Perdí la noción del
espacio y del tiempo, hasta que me di cuenta de que estaba
susurrando mi nombre. Entonces la atraje a mi regazo,
subiendo mis manos por sus piernas.
Se le puso la piel de gallina. Cuando pasé por sus
rodillas, sus caderas se deslizaron unos centímetros hacia
delante. Luego, cuando le toqué el culo, mis dedos no
encontraron tela y, por un instante, pensé que no llevaba
bragas. Al pensar en ella desnuda, casi me vuelvo loco.
Me puse duro como una piedra y Val lo notó porque la
había apretado contra mí. Mi mano pasó de la piel desnuda
al encaje mientras recorría con el dedo el trozo de tela entre
sus nalgas. Quería probarla y arrodillarme para quitarle
aquellas diminutas bragas, abrirla de par en par y
acariciarla con la boca hasta que explotara.
Bajé mis labios por su mandíbula, hasta el lóbulo de su
oreja.
—No puedo dejar de besarte —confesé—. O de tocarte.
—Carter —susurró, dando la impresión de que quisiera
ser besada de nuevo pero insegura de si era una buena
idea.
La estreché contra mí, apoyando la nariz en el pliegue de
su cuello, hasta que sonó un fuerte gong en la villa.
—Ah, ya nos están llamando.
Val parecía tan abatida como yo. No me importaba la
gala, ni los premios. Solo quería pasar más tiempo con ella.
Algo había cambiado entre nosotros durante la hora que
habíamos pasado allí y quería consolidarlo antes de que
terminara la noche.
La cogí de la mano y la ayudé a levantarse del borde de
la fuente.
—Siempre tan caballero.
—Nunca olvido mis modales.
De camino a la villa, nos encontramos con uno de los
organizadores.
—Val, siento mucho no haber tenido tiempo de saludarte.
Y tú eres Ethan, supongo —dijo.
Apreté la mandíbula, estirando la mano hacia delante.
—Carter Sloane. Encantado de conocerle.
—¡Ah!
Nos miró a los dos, confusa.
—¿Podríamos repasar rápidamente los premios que
habéis donado antes de entrar? —preguntó a Val.
—Claro.
—Estaré en la villa —dije. Val asintió sin mirarme a los
ojos.
Se me apretaron las tripas al entrar. Había olvidado que
se suponía que debía estar allí con otro hombre. ¿Seguía
sintiendo algo por él? ¿Estaba buscando un segundo plato?
No sabía qué había entre nosotros ni en qué podría
convertirse, pero estaba seguro de que no quería ser el
segundo plato de Valentina.
Fui a devolver la botella vacía y las copas al bar, sin
perder de vista la puerta de entrada. Cuando Val entró, me
puse a su paso mientras todos se dirigían al salón principal.
Me dedicó una pequeña sonrisa, pero seguía sin mirarme
a los ojos.
Tragué saliva, tratando de descifrar lo que se le pasaba
por la cabeza. Iba a anunciar a los ganadores junto con uno
de los presentadores, así que no me quedaba mucho tiempo
con ella.
Una vez que estuvimos dentro del vestíbulo, la aparte
hasta un lugar semisoleado.
—Val, si quieres, podemos olvidar lo que ha pasado esta
noche. Es tu elección.
—¿La mía? ¿Y tú qué?
—Yo ya lo he decidido. No quiero olvidarlo. Haría un
esfuerzo si quisieras, pero no creo que lo hagas. A juzgar
por la forma en que te has abierto a mí... Joder, se me pone
dura solo de recordarlo.
—Carter —susurró en tono de reprimenda, bajando la
mirada.
—No tienes que responder ahora. Solo disfruta de la
noche.
No volvimos a estar solos durante el resto de la velada,
pero me mantuve cerca. Cada vez que nuestras miradas se
cruzaban, sonreía antes de apartar la vista rápidamente.
Cuando le ponía la mano en la espalda o en el brazo, se
inclinaba unos segundos hacia mí antes de enderezarse y
respirar hondo. Observar su batalla interior era exquisito.
Al final de la noche, sabía que no descansaría hasta que
Val fuera mía.
Capítulo Diez
Val
Cuando llegué el lunes por la mañana a Walter’s, apenas
encontré sitio para sentarme. Me senté en una de las sillas
de una pequeña mesa redonda en una esquina de la sala,
sorbiendo mi capuchino y observando a la gente. Mi cuello
estaba rígido, porque había renunciado a mi sesión de yoga
matutina para dormir un poco más, aunque engañarse a
uno mismo de vez en cuando era bueno para el alma. Sin
embargo, no había pedido ni una tortita. La naturaleza
castigaba el exceso de autoengaños con kilos de más.
Estaba a mitad de mi café cuando sentí el ya familiar
aroma de la menta y el océano. Al principio pensé que lo
estaba imaginando, porque Carter había estado en mi
mente casi constantemente desde el sábado. Pero entonces
también me llegó su voz.
Esa voz sexy que combinaba tan bien con el resto del
paquete, de la misma forma que el sirope de caramelo
complementaba mi capuchino.
—Veo que has encontrado asiento. —Llevaba una taza
para llevar.
—Al que madruga Dios le ayuda —dije guiñando un ojo—.
O en este caso, le da una mesa. Los lunes es una locura
aquí, así que siempre vengo antes.
Llevaba la chaqueta de su traje sobre el brazo, y la
camisa se ceñía sobre su tersa piel y sus exquisitos
músculos, casi como si desafiara a todas las mujeres de
alrededor a mirarle... y así lo hicieron.
—No te has pedido tortitas.
—No. Esta mañana no.
—Ya veo. ¿Así que los lunes son para negarte las cosas
que te gustan?
Su tono era juguetón, y me pregunté si se incluía a sí
mismo entre esas cosas.
—Es sano tener autocontrol de vez en cuando.
—Puede que sea saludable, pero no es divertido.
Miró a su alrededor en busca de una silla libre, pero no
había ninguna a la vista.
—Parece que hoy no tienes suerte —dije.
Volvió a centrar su atención en mí, posando su mirada en
mis hombros y mi cuello un poco más de lo apropiado. Me
iluminé allá donde miró.
—Parece que te divierte mi mala suerte.
—En absoluto.
Entonces, ¿por qué me estaba burlando de él? Eeeh...
bueno, porque parecía fácil hacerlo con su impecable traje y
el pelo alborotado. Además, no sabía qué más hacer.
Todavía podía sentir sus labios en los míos. Incluso su sabor
estaba fresco en mi mente. Pero mi último fiasco amoroso
seguía rondando mi cabeza y no estaba preparada para dar
el siguiente paso.
Su móvil me salvó de la necesidad de seguir
conversando. Sonó y miró la pantalla con el ceño fruncido.
—Tengo que contestar. Que tengas un buen día.
Para ser un lunes, resultó excelente. Había descubierto
una nueva fórmula de perfume con la jefa de laboratorio
químico, lo que siempre me llenaba de satisfacción.
Confiaba mucho en mis compañeros, porque aunque yo era
muy buena con las fórmulas y las mezclas, no era una
‘‘nariz’’, como se suele llamar a los perfumistas. Mi olfato no
era lo bastante fino como para hacer un perfume por mi
cuenta, aunque una vez que decidíamos las notas de fondo,
me encantaba jugar con las notas medias y altas. También
me alegré de no haber tenido noticias de Beauty
SkinEssence. Es cierto que solo habían pasado unas
semanas, pero por experiencia sabía que cuanto más
tiempo pasara, más posibilidades había de que
abandonaran el asunto.
—¿Ya has terminado, jefa? —me preguntó Anne cuando
pasé por delante de su mesa a última hora de la tarde.
—Sí. Nos vemos mañana.
Me estaba volviendo muy buena en eso de equilibrar la
vida laboral y personal. Incluso tenía tiempo de hacer la
rutina de yoga que me había saltado por la mañana... pero
sin embargo, decidí ir de compras.
A la mañana siguiente, mientras tomaba un café en
Walter’s, me encontraba absorta en mi Kindle. Me senté en
la misma mesa que el día anterior, que tenía tres asientos
vacíos a su alrededor. Sostenía mi Kindle para que todos lo
vieran, lo que esperaba que diera la impresión de que
estaba ocupada. Pronto me perdí en las páginas y deseé
estar bebiendo agua helada en lugar de un café caliente.
Vale, puede que leer una novela erótica a primera hora de la
mañana no fuera la mejor idea, pero para cuando me di
cuenta ya estaba cachonda. Pero la noche anterior había
llegado a una parte muy buena y estaba deseando
retomarla aquella mañana.
—¿Esta silla está libre?
Miré hacia mi izquierda. Carter estaba a mi lado, con la
mano en el respaldo de la silla en cuestión.
—Claro.
—Solo tengo unos minutos. Mi socio, Zachary y yo nos
vamos a reunir con un nuevo cliente esta mañana.
Hizo un gesto a un hombre en traje que estaba haciendo
cola. Cometí el error de dejar mi Kindle sobre la mesa. El
movimiento llamó la atención de Carter y su mirada se
clavó en la pequeña pantalla. Ya tarde, recordé que había
puesto una fuente extragrande y que no había apagado el
dispositivo. Rectifiqué mi error al segundo siguiente. Carter
seguía inmóvil, como si hubiera olvidado lo que estaba a
punto de hacer.
—¿Qué estás leyendo?
—Un libro.
—He alcanzado a ver la palabra ‘‘clítoris’’. Es lo que me
ha llamado la atención.
—Cómo no —murmuré, sintiendo cómo se me calentaban
las mejillas. Uf. Una cosa que me encantaba de un Kindle
era que nadie podía saber lo que estaba leyendo. No es que
estuviera avergonzada, pero nunca me habían importado
las miradas prejuiciosas que recibían las cubiertas de los
libros que leía. Me gustaban mucho las que tenían tíos
buenos en ellas. Cuanta menos ropa llevaran, mejor.
Carter finalmente se sentó, mirándome como si fuera la
primera vez que me veía.
—Bueno, ¿de qué trata el libro?
—Es una novela romántica. Un romance erótico.
Su labio se curvó en una media sonrisa.
—He podido comprobar lo de la parte erótica. ¿Así es
como pasas las mañanas?
—No, suelo leer antes de dormir, pero había llegado a
una parte buena y no pude evitarlo.
—Ya veo. ¿Qué otros géneros lees?
—¿De verdad quieres hablar de mis hábitos de lectura?
—Sí. Me gusta hablar contigo. Me pareces una mujer
fascinante. Es un dato inesperado, eso es todo.
Dato inesperado. Ajá. Apuesto a que pensó que yo era
una especie de ninfómana.
—Leo casi de todo, desde thrillers hasta novelas de
misterio. Incluso de terror de vez en cuando. Pero el
romance es mi favorito. No hay nada como la dulzura y la
sensualidad para hacerme animarme. Soñar con un príncipe
azul es una forma estupenda de pasar el tiempo.
—Eso sube el listón de las citas en la vida real, ¿no?
—La verdad es que no. Sé que es una fantasía.
Carter apoyó un antebrazo en la mesa, observándome
con un ceño indescifrable.
—¿Todavía sientes algo por ese tal Ethan?
Parpadeé, completamente sorprendida.
—¿Ethan? La verdad es que no. Solo llevábamos saliendo
dos meses. Es solo que... bueno, todavía estoy un poco
recelosa. No he tenido la mejor suerte en el mundo de las
citas, así que me lo estoy tomando con calma. —Me encogí
de hombros, esperando que lo dejara pasar. Pero
evidentemente tenía otras intenciones.
—Resulta que tengo la misma mala suerte.
Entrecerré los ojos, porque, bueno... eso parecía poco
probable.
—¿No me crees?
Parecía que se estaba divirtiendo.
—No me lo imagino, no.
—Bueno, esa es la pura verdad.
Acercó su silla a la mía, susurrando de nuevo.
—Busco a alguien inteligente y con sentido del humor.
Justo en ese momento nos interrumpió Zachary, que
volvió para informarle a Carter de que tenían que irse y
presentándose a mí.
Carter se levantó mientras yo estrechaba la mano a
Zachary. Seguía mirándome.
—¿Conoces a alguien que pueda estar interesado?
El calor de su mirada había alcanzado niveles letales. Me
guiñó un ojo cuando Zachary lo alejó y respiré
entrecortadamente.
Intuía que nuestras reuniones matinales iban a
convertirse en algo habitual y Carter me dio la razón a la
mañana siguiente.
Cuando llegué a la cafetería, él ya estaba allí, sentado en
la mesa de siempre. Había dos tazas de café sobre la mesa
y una tortita. Cuando me indicó que me uniera a él, mis pies
me llevaron en esa dirección casi por voluntad propia.
—Llegué pronto y conseguí nuestros dos favoritos —dijo.
Me senté a su lado. Una esquina de mi Kindle asomó por
mi bolso.
—¿Otra vez interrumpiendo tu tiempo de lectura? —
preguntó con un brillo en los ojos.
—Bueno, ahora que lo mencionas... iba a leer.
Le di un mordisco a la tortita y un sorbo a mi capuchino.
La taza de Carter estaba medio llena, pero no parecía
interesarle en ese momento. Su atención estaba puesta en
mí.
—Déjame adivinar, ¿anoche llegaste otra vez a una parte
muy buena y no podías esperar a leerla esta mañana?
—Culpable.
—¿Qué decía la parte buena? Por favor, no omitas ningún
detalle.
Apreté los muslos.
—¿Quieres que... qué? ¿Que te hable de los personajes?
Carter estaba aún más cerca en ese momento. Si se
acercaba más, prácticamente podría besarme.
—Está claro que tienen más acción que nosotros, así
que... ¿por qué no oírlo todo? Vivir a través de ellos. Soy
todo oídos. Lo que vi fue bastante caliente. ¿Eso fue todo o
se vuelve más ardiente?
Mierda, la que estaba ardiendo era yo. ¿Iba en serio?
¿Cómo se me había ido la conversación de las manos tan
pronto?
—Te estás sonrojando, así que supongo que la respuesta
es mucho más ardiente.
Me aclaré la garganta.
—Te daré el título. Así podrás leerlo tú mismo. ¿Qué te
parece?
Se lo pensó un momento y me dedicó una sonrisa de
gato de Cheshire. Vaya. Eso no puede ser bueno.
—Solo si podemos intercambiar notas e impresiones.
Criticar detalles, cosas así.
En ese momento los dos nos reímos, pero había algo de
desafío en su tono. Me estaba provocando. Yo quería
seguirle el juego porque era muy divertido.
—Con mucho gusto.
Estaba coqueteando. Lo sabía. Aún así, no podía parar.
Me sentía bien. Cuando le dije cómo se llamaba el libro,
abrió tanto los ojos que parecía que se iban a salir de las
órbitas.
—¿Se ha quedado perplejo verdad, Sr. Lector? Si te
cuesta digerir el título, espera a leer el libro.
—¿Me arrepentiré de esto?
—Probablemente. ¿Cómo están las chicas? —pregunté,
ansiosa por cambiar de tema.
—Se acerca el cumpleaños de April. He alquilado un yate.
No estoy seguro de que haya sido la idea más inteligente.
Se me ocurren una o dos cosas que pueden salir mal. Pero
April acaba de empezar en un nuevo colegio y sé que está
ansiosa por hacer amigos. Las fiestas siempre ayudan.
—Quieres hacerla feliz —afirmé.
—¿Por qué te sorprende?
—No me sorprende, solo que... supongo que no esperaba
que fueras tan comprensivo.
—Me mudé cuando tenía catorce años para ir al instituto.
Sé lo difícil que puede ser. Los chicos de ciudad también
suelen ser malos con los que vienen de pueblos pequeños,
los acosan. Si puedo facilitarle las cosas, lo haré.
No podía imaginar a nadie intimidando a Carter. Su
imponente presencia exigía respeto, pero quizá las cosas no
siempre habían sido así. En cualquier caso, el hombre era
entrañable. Me compadecía de él. Una fiesta de
adolescentes no era para los débiles de corazón.
—¿Cuántos de tus amigos van a estar allí?
—Cero.
—Estás de broma.
—Pensé en aprovechar la oportunidad para conocer a los
compañeros de April, mezclarme con ellos...
Pobrecillo. No tenía ni idea de dónde se metía. Sentí que
era mi deber facilitarle las cosas.
—Aviso: puede que no quieran mezclarse contigo.
También puede que oigas la palabra viejo. No te lo tomes
como algo personal.
—Empiezo a pensar que tienes razón. April ya dejó caer
que espera que no me quede mucho tiempo.
Me sentí completamente expuesta porque estaba
bastante segura de que no muchos llegaban a ver esta
faceta suya: un poco inseguro, fuera de su zona de confort.
Como si supiera que era el momento adecuado para atacar
(probablemente lo sabía; después de todo, era un gran
abogado), dijo:
—Únete a mí.
—¿Qué?
—Ven conmigo.
—¿A una fiesta llena de quinceañeros? Suena aterrador.
—Lo será, por eso espero que no seas tan despiadada
como para rechazarme.
¿Un día en el mar? ¿Por qué iba a negarme? Vale, se me
ocurrían una o dos razones, pero prefería ignorarlas.
—¿Qué dirían los demás si supieran que le tienes tanto
miedo a un grupo de adolescentes? —bromeé.
—Probablemente lo mismo que dirían de ti si conocieran
tus preferencias de lectura.
El aire entre nosotros pareció espesarse. Estábamos tan
cerca que podía sentir el calor de su cuerpo. No quería
apartarme, aunque su proximidad me ponía aún más
cachonda que cualquier escena caliente de los últimos días.
Al diablo con todo. Quería divertirme, tener una
aventura. Y enfrente tenía un hombre que parecía un dios
griego ofreciéndome exactamente eso.
—Vale.
—¿Eso es un sí?
—Sí. Nunca está de más tener compañía.
—No haremos de vigilantes, Val. El barco tiene una
bonita cubierta separada donde podemos tumbarnos al sol.
Su mensaje era claro: estaríamos solos. Le brillaban los
ojos.
—¿Debo llevar algo?
—Un bikini y una toalla. Todo lo demás está bajo control.
Cuidaré muy bien de ti, Val.
Capítulo Once
Carter
El sábado me vino un recuerdo del primer día de colegio de
April. Ya había crecido, pero seguía mostrando los mismos
signos de nerviosismo: se mordía las uñas, jugaba con su
pelo.
—April, es tu fiesta. Tienes que disfrutar —le dije
mientras esperábamos a que todos llegaran al barco.
—Y hacer amigos.
—No puedes forzar eso. Con el tiempo tendrás tu propia
pandilla.
La mitad de la fiesta estaría formada por amigos de su
antiguo colegio y la otra mitad por compañeros del nuevo.
Puso los ojos en blanco.
—Estás hablando como un adulto.
Intenté recordar cómo era tener quince años, cuando los
amigos eran lo más importante en la vida.
—No, hablo como tu tío. Tú eres guay. No cambies quién
eres solo para encajar con gente nueva.
—Ayy, ya basta —dijo con buen humor.
Le revolví el pelo. Se apartó de un salto.
—Oye, para. No tengo cinco años.
—Ojalá los tuvieras.
—Carter, por favor, sé amable con ellos. La mitad ya te
tiene miedo.
—¿Por qué?
—Te han buscado en Google. Eres un hombre respetado y
pareces intimidante. —Me dio un golpecito en el brazo—.
¿Para qué necesitas todos estos músculos? Eres abogado.
Las palabras son tus armas. Gracias a Dios que no pasarás
mucho tiempo con nosotros.
April se había mostrado sospechosamente entusiasmada
cuando le hablé de Val. Sus amigos empezaron a llegar poco
después y los escruté con ojos de tío y abogado. Nadie tenía
tatuajes, ni piercings, ni aspecto de pertenecer a una banda.
Me esforcé por mirar a todos a los ojos al estrecharles la
mano. Comprobaba si sus pupilas estaban dilatadas, lo que
normalmente era señal de que consumían drogas. Todos
pasaron la prueba.
Empecé a relajarme, lo que resultó ser un gran error.
Quince minutos más tarde, ya estaba de los nervios. Había
pillado a dos chavales intentando subir vodka a bordo y se
lo había confiscado. Uno de ellos quería ser algo más que
amigo de April. Estaba a punto de abalanzarme sobre el
muchacho cuando vi a Val en el muelle, haciéndome señas
con la mano.
Tenía una gran sonrisa en la cara cuando me acerqué.
Detrás de mis gafas de sol, me tomé un tiempo para
admirarla. Llevaba un vestido de playa hasta la rodilla con
un escote pronunciado. También se le veía el bikini y la
parte de arriba le levantaba los pechos.
—¿No ha ido muy bien hasta ahora, ¿no? —preguntó en
lugar de saludar.
—¿Qué me ha delatado?
—Antes de que me vieras, parecía que ibas a tirar a ese
chico por la borda.
—Ha intentado meter alcohol a hurtadillas y estaba
mirando a mi sobrina de forma lasciva.
Sonrió.
—¿Qué esperabas?
—Otra vez te burlas de mi suerte de mierda —señalé
mientras me inclinaba para besar su mejilla, llevando
también mi mano a su cintura. No me limité a darle un beso
rápido. Me entretuve acercando una comisura de mis labios
a los suyos. Hoy iba a conquistar su hermosa boca. Pero
sabía que no me conformaría con un simple beso. Quería
más de Val, y por la forma dulce en que se apretó a mi
contacto, su aguda inhalación de aire cuando me devolvió el
beso en la mejilla, supe que se rendiría a mí.
Me moría de ganas de estar a solas con ella, de besarla
hasta que estuviera húmeda para mí. La excitaría hasta que
jadeara por mi nombre, suplicando más.
—¿Lista para pasártelo bien? —murmuré en su oído.
Olía de maravilla, a alguna flor que no podía nombrar,
pero también a especias. El temblor que la recorrió me dijo
todo lo que necesitaba saber.
—Sí. ¿Está Peyton aquí también?
—No, se quedará jugando con amigos todo el día.
Todavía no sabe nadar muy bien y estar en el barco todo el
día habría sido demasiado peligroso para ella.
Me miró con ojos cálidos mientras nos dirigíamos juntos a
bordo.
April estaba ensimismada cuando le presenté a Val.
—He oído hablar mucho de ti, April.
—¿En serio? Bueno, mi tío te mantuvo en secreto hasta
hace unos días.
—No te preocupes. Lo mantendré alejado para que no te
avergüence.
Espera un momento, ¿qué había dicho?
—¿De verdad?
April parecía que iba a abrazar a Val.
—Resulta que soy una experta domando los genes
sobreprotectores.
Mi sobrina sonreía como si fuera la mejor noticia que
hubiera oído en todo el día. Cuando volvió con su grupo,
que estaba apiñado en el otro extremo de la cubierta, miré
a Val con una ceja levantada. Se sonrojó y apartó la mirada,
luego me miró de reojo. Me acerqué. Ella se volvió hacia mí.
—Así que te estás aliando con April y estáis contra mí.
—Bueno, es mejor si piensa que alguien está de su lado.
—¿Estás jugando a ser el policía bueno?
—No del todo. Vayámonos antes de que arruines la fiesta
de la pobre chica.
—¿Estás insinuando que soy un ogro?
Ladeó la cabeza de forma juguetona.
—Todavía no estoy muy segura.
—Creo que solo quieres estar a solas conmigo. Para...
¿cuál era la palabra? Domarme. ¿Cómo piensas hacerlo
exactamente, Valentina? —Sus mejillas se sonrojaron y me
acerqué aún más. Se lamió el labio inferior. Por poco me
abalanzo sobre su boca—. Si me voy a someter a tí, al
menos me gustaría saber cómo.
—¿No deberías ir poniendo en marcha este barco?
—Sí. ¿Quieres un tour antes?
Dudó.
—No tendrás tiempo para domarme durante el tour. Pero
no te preocupes. Te daré muchas oportunidades más tarde.
Vamos.
Ella asintió, aunque sus ojos brillaron de sorpresa.
—Esta es la cubierta principal, obviamente. Un poco
pequeña para quince personas, pero servirá.
Entonces le mostré el nivel inferior, que era una especie
de sala de estar y comedor.
—¿Así que nos esconderemos aquí abajo durante todo el
día?
—Qué va. La parte delantera es toda nuestra.
Delante del camarote del capitán había una cubierta más
pequeña que nos daría intimidad. Había dispuesto que
llevaran allí dos tumbonas y sombrillas, que abriría después
de echar anclas.
—Estaré en la cabina del capitán hasta que lleguemos a
aguas más profundas.
—Yo me dedicaré a mi bronceado.
Resultó ser una mala idea.
Ver a Val quitarse el vestido fue como tener un
espectaculo erótico privado. Su cuerpo era aún más
increíble de lo que había imaginado. Esa figura alta y
esbelta iba a ser mi perdición. No sabía dónde mirar
primero. Si a su culo redondo y respingón o sus pechos
increíblemente sexys, que casi se salían de su bikini. Sus
largas piernas eran musculosas pero delgadas. Quería
envolverme en esos muslos, chupar sus pezones y adorar
cada centímetro de ella.
Recorrería con mi boca su delicada piel, separaría sus
piernas y me daría un festín hasta que se estremeciera de
placer.
Se acomodó en una de las dos tumbonas. Gracias a Dios
que no se estaba poniendo crema solar, porque no creo que
hubiera podido evitar mirarla y seguir prestando atención a
lo que estaba haciendo. Se puso los cascos y se tumbó boca
arriba.
Cuando el barco llegó a aguas claras y profundas, eché el
ancla y salí a avisar al grupo de que íbamos a pasar el día
allí. Teníamos algunos trajes de neopreno, pero no creía que
nadie quisiera nadar. Era mediados de octubre y, aunque el
tiempo era soleado, el agua no estaba como para
zambullirse.
Luego fui al frente con Val. Seguía tumbada boca arriba.
Me senté en la otra tumbona y le pasé los dedos por el
muslo izquierdo. Abrió los ojos y se apoyó en un codo para
quitarse los auriculares.
—¿Qué estás escuchando?
—Uno de los libros de Richard Branson.
—¿Cuál? Mi favorito es Los negocios al desnudo.
—Ah, ese también me gusta. Este es el más reciente. Me
encanta su enfoque de los negocios y de la vida en general.
Cómo a pesar de tener tanto éxito siempre se ha mantenido
con los pies en la tierra.
—Exacto. Y por sus consejos se nota que tiene los pies en
la tierra. Sus estrategias son inteligentes.
—Y poco convencionales.
También me atraía a nivel intelectual. Nunca había dado
tanta importancia al credo de que ser inteligente es sexy
como en ese momento. Me gustaba que fuera inteligente,
avispada y que siguiera dispuesta a aprender a pesar de
haber conseguido tanto. Había conocido a muchos que
pensaban que una vez alcanzado cierto nivel de éxito, no
tenían nada más que aprender.
—¿Quieres algo de beber? —pregunté.
—Sí.
—¿Algo en particular?
—Sorpréndeme.
Apenas pude disimular mi sonrisa mientras bajaba a la
cubierta inferior para coger la botella de champán que
había comprado especialmente para nosotros, así como
helado en tarrinas.
Se rió encantada cuando lo llevé.
—Bueno, has sacado la artillería pesada.
Me senté a su lado.
—Tú pretendes domarme, lo menos que puedo hacer es
algo para persuadirte.
Ahora se reía aún más, y me daba un inmenso placer que
yo lo hubiera provocado, que se divirtiera tanto conmigo.
Hacía poco que conocía a esa mujer y, sin embargo, quería
pasar más tiempo con ella que haciendo cualquier otra
cosa. Estaba decidido a que ese día se divirtiera. Por
supuesto, hacerla reír no era lo único que tenía en mis
planes.
—Entonces, ¿te importaría compartir tus técnicas de
domesticación? —bromeé.
—No estaba insinuando nada... inapropiado.
¿Inapropiado? ¿Quién usaba esa palabra en nuestros
tiempos? No pude evitarlo. Me acerqué más, de modo que
cuando hablé, mi boca estaba casi sobre su hombro.
—Bueno, pues eso es lo que parecía. Muy inapropiado.
Tragó saliva, pero no dijo nada. Continué.
—Tengo algunas ideas. ¿Quieres oírlas?
Val ladeó la cabeza, mirándome directamente.
—Hoy estás más descarado que nunca.
—He guardado todo mi descaro solo para ti.
Apartó la mirada, pero no me perdí la reacción de su
cuerpo. Sus pezones se habían erizado y empujaban contra
la tela del sujetador, suplicando que los liberara. Abrí la
botella y serví el champán. Después de chocar las copas,
disfrutamos del sol. Nunca la había visto tan relajada.
—Qué día tan perfecto —murmuró—. ¿Puedes mostrarme
la cabina del capitán?
—Claro.
La conduje hacia la cabina y, en cuanto estuvimos
dentro, algo cambió entre nosotros. Era aún más consciente
que antes de su cuerpo casi desnudo. Fuera, al sol, el bikini
era solo eso, un bikini, pero ahí dentro, era como si se
hubiera desnudado solo para mí. Le enseñé las funciones
más importantes y algunos artilugios chulos.
—Siempre he querido un barco —confesó, poniendo las
manos en el volante.
—Estaré encantado de traerte al mar cuando quieras.
Estaba justo detrás de ella y le había dicho las palabras
en el pelo. Val dejó escapar un largo suspiro.
—¿En serio? —susurró.
—Sí. Me gusta pasar tiempo contigo.
Pasé las manos por la parte exterior de sus muslos, hasta
donde la tela le cubría las caderas. Luego seguí subiendo
hasta su cintura y los laterales de sus pechos. Soltó un
pequeño gemido y apretó el volante con más fuerza.
Todo a nuestro alrededor se desvaneció. Olvidé dónde
estábamos y hasta cómo me llamaba mientras le apartaba
el pelo hacia un lado y le besaba el cuello. Cuando me
respondió con un leve gemido, le di la vuelta y pegué mi
boca a la suya. Pasé el pulgar por el nudo que mantenía
unido su sujetador. Val se quedó completamente inmóvil.
—Te voy a quitar esto —dije. Val no respondió con
palabras. En lugar de eso, arqueó las caderas. Casi pierdo el
control cuando presionó su pelvis contra mi erección—. Date
la vuelta.
Hizo lo que le pedí y el lazo se deshizo de un simple
tirón. Besé su piel desnuda y luego abrí el nudo de su
espalda. La parte superior del bikini cayó al suelo. El
ambiente estaba en silencio, cargado de expectación.
Quería darme un festín, pero estaba tan ávido de ella que
no sabía por dónde empezar.
Llevé mis manos a la parte delantera, envolviendo sus
pechos.
—Aaaaaah. —Su voz tembló con la exclamación.
Bajé los dedos hasta su ombligo y luego descendí aún
más, hasta el borde del bikini, trazando la línea. Me moría
por tocarle el coño, pero todo a su debido tiempo. Iba a
dejarlo para el final. Luego besé su espalda hasta llegar a la
parte inferior del bikini. Le cubría demasiado las nalgas, por
lo que moví un poco la tela a cada lado, besando la piel que
dejaba al descubierto e incluso dándole un pequeño
mordisco.
—Carter, yo... uf.
La di la vuelta y verla mirarme con los ojos entrecerrados
y las mejillas sonrosadas fue casi suficiente para que me
corriese en el bañador. Separó las piernas y la colmé de
besos en cada muslo. A medida que me acercaba al vértice,
sentí cómo contraía los músculos de su vientre con
anticipación. Temblaba de deseo por ella y se me tensaron
las pelotas cuando pasé la punta de la nariz por la parte del
bikini que le cubría el coño, aparté la tela y probé por
primera vez.
Val casi se desploma sobre mí, pero yo la sujetaba por el
culo. Le di un lametón en el clítoris, continué chupando y
ella intentó reprimir un gemido. Quería comérmela, pero
también quería ver su preciosa cara cuando se corriera, así
que le besé el vientre, tomándome mi tiempo para adorarla.
Llevé mi mano a su clítoris, rodeándolo suavemente,
provocándole temblores.
Cuando llegué a la boca de Val, mordí ligeramente su
labio inferior antes de besarla.
Me dediqué a estimularla frenéticamente con mis dedos.
Se agarraba fuerte a mi hombro con una mano. Metió la otra
mano en mi bañador.
—Val —gemí—. Cariño. Tócame. Así.
Me rodeó la polla con la palma de la mano, moviéndola a
ritmo. ¿Cómo podía sentirme tan increíblemente bien? Le
acaricié el clítoris más deprisa y acerqué mi boca a uno de
sus pezones. Lo recorrí con la lengua y luego me lo metí en
la boca. Estaba casi al límite, a punto de explotar. Respiraba
de manera rápida y entrecortada. Le metí dos dedos. Estaba
tan excitada que lo único que deseaba era hundirme en
todo aquel húmedo calor, reclamarla como si fuera mía.
Cuando se corrió, cabalgó maravillosamente sobre mi mano,
con mi nombre en sus labios y su mano enroscada alrededor
de mi erección. No iba a durar mucho más. Iba a...
—Carter, tenemos una emergencia. ¿Estás en la cabina o
abajo? —La voz de April venía de lejos, pero sentí como si
alguien me hubiera tirado un cubo de hielo. Dios, ¿en qué
había estado pensando? ¿Cómo pude olvidar que no
estábamos solos en el barco? Nadie podía ver lo que pasaba
en el camarote a menos que entraran, pero aun así... se
suponía que yo debía dar ejemplo.
Val se quedó paralizada. Echó la cabeza hacia atrás con
los ojos muy abiertos, y luego sonrió cuando me incliné para
cogerle el top para ayudarla a ponérselo.
—Enseguida salgo —dije en voz alta. A Val le susurré: “Lo
siento”.
Sacudió la cabeza.
—Vete, vete. Antes de que venga y... ya sabes, no hay
que ser un genio para darse cuenta.
Capítulo Doce
Val
Tardé unos minutos en calmarme. Estaba tan excitada que
el simple roce de mis bragas con la piel desnuda era una
tortura. Después de recuperarme, me dirigí a la parte
trasera del barco para ayudar. Alguien se estaba bañando y
le había picado una medusa. Carter lo tenía todo bajo
control. La crisis ya había terminado, pero podía ver otra
avecinándose en el horizonte. El muchacho al que Carter
había estado mirando de forma intimidante cuando yo había
llegado esa mañana, estaba en ese momento sonriéndole a
April de forma coqueta. Carter le miraba de reojo.
—Venga, volvamos a la parte delantera del barco. El
mundo está lleno de hermanos y tíos sobreprotectores —
murmuré, tirando del brazo de Carter.
—Y sobrinas y hermanas que creen que no nos necesitan
—contraatacó, pero se contuvo.
Cuando volvimos a la parte frontal, me puse nerviosa de
repente. Para intentar distraerme, me senté en la tumbona,
saqué la crema solar del bolso y empecé a esparcirla en los
muslos. Siempre me gustaba pasar veinte minutos al sol sin
protección para empaparme de vitamina D, pero en ese
momento el sol era demasiado fuerte.
Carter se sentó en el borde de mi tumbona.
—Siento la interrupción.
—No pasa nada.
—Val, mírame —dijo suavemente—. ¿Te arrepientes de lo
que ha pasado ahí dentro?
—No, pero no puedo creer que olvidara por completo que
no estábamos solos. Qué avergonzada estoy.
—No lo estés. Ha sido mi culpa. La verdad es que me
olvidé totalmente de... todos los demás. Nunca me dejo
llevar de esta manera.
En ese momento me estaba esparciendo crema solar en
los brazos y los hombros.
—Te la aplicaré en la espalda —me ofreció, pero dudé—.
No voy a intentar nada, Val. Hoy no. No estamos solos.
Hemos aprendido la lección.
Entrecerré los ojos.
—Bueno, yo desde luego que sí. Pero no estoy tan segura
de ti.
—¿Estás dudando de mí?
—Sí. —Con descaro, añadí—: Mucho.
Se rió, incrédulo.
—Ponme a prueba.
Me tendió la palma de la mano para que le echara crema
y, después de analizarlo un rato, vertí una cantidad
generosa y le di la espalda. Hizo trampa, por supuesto, y no
se limitó a esparcirla por la espalda. En lugar de eso, deslizó
los dedos por debajo del lazo de mi cuello y luego por los
laterales de mis tetas.
—¿Crees que pondré esta parte al sol? —Bromeé. Mi voz
estaba tensa y yo me excitaba cada vez más. Sobre todo
porque, al tener sus manos sobre mí, me resultaba
imposible no pensar en todo lo que había sentido mientras
tenía sus dedos entre mis piernas. Me había hecho arder
con su boca, pero aquellos dedos... habían sido mi
perdición.
—Toda precaución es poca. —Después de unos segundos,
confesó—: No puedo dejar de tocarte. Pero eso es
exactamente lo que nos metió en problemas antes.
Me volví hacia él, temiendo que se sintiera demasiado
tentado de seducirme de otro modo. Volvía a estar
excitadísima. Lo sabía, y por la respiración agitada que hizo
cuando miró mis pezones erectos, él también lo sabía.
—Tenías razón. —Su voz era un poco ronca, como si
luchara contra dejar escapar sonidos más sensuales, como
un gruñido o un gemido.
—¿Sobre qué?
—Cuando estoy cerca de ti, parece que se me olvida que
no estamos solos. Pero haré lo que pueda. ¿Quieres beber
algo más? Puedo prepararte un cóctel.
—Estaría bien.
—¿Alguna petición en particular?
—No, beberé cualquier cosa.
Volvió unos minutos después con un Mai Tai. Nos
tumbamos uno al lado del otro, tomando el sol.
—Mmm... estaba buenísimo. Y eso que no es fácil de
hacer.
—Trabajé de camarero durante la universidad.
—No lo sabía.
—También trabajé como monitor de fitness. Hacía
cualquier cosa para pagar las facturas. Tenía una beca, pero
solo cubría una parte de los gastos.
—Guau. Qué bueno está. Era uno de esos cócteles que
siempre le pedía a Landon que preparara. —Ante su mirada
interrogante, añadí—: Mis padres tenían un pub. Landon y
yo lo regentamos después de su accidente de coche.
—Debe haber sido muy duro.
—Pues sí. Pero ya lo sabes.
—Para mí fue un poco más fácil. Cuando las niñas
vinieron a vivir conmigo, yo era mayor que tú y ya tenía una
carrera de éxito, así que al menos ese aspecto era estable.
Y mi madre pasaba la mitad del tiempo en Los Ángeles.
—Bueno, Landon y yo íbamos de un lado para otro como
locos, intentando mantener el pub y a los niños a flote. A
veces parecía que un paso en falso provocaría el desastre.
—Pero seguías soñando con tu negocio de fragancias,
¿no?
—Sí. ¿Cómo lo has adivinado?
—Dijiste que tu madre te transmitió esa pasión, así que
supuse que habías tenido este sueño desde pequeña.
—Bueno, sí que es verdad. Solía tomar notas por la
noche: ideas para fragancias, formas de promocionarlas.
Me incliné hacia él, observándolo con curiosidad. Tenía
una vista directa de su bíceps y de aquel torso que me hacía
la boca agua. El cóctel me puso cachonda. Me imaginaba
lamiendo esos abdominales, apreciando cada uno de sus
músculos. Mierda, y yo que le acusaba a él de olvidar que
no estábamos solos.
—¿Qué fue lo que finalmente te hizo empezar?
Volví a poner en orden mis pensamientos.
—Después de que Landon y yo nos graduáramos en un
instituto comunitario local en el que estudiamos nuestra
formación profesional, vendimos el pub y conseguimos
trabajo. Estábamos mejor económicamente. Seguí
trabajando en mi plan de negocio y una noche le dije a
Landon que me gustaría intentarlo, que empezaría poco a
poco, con una página web barata y la producción en nuestro
garaje. Me apoyó en todo.
—Parece un gran hombre.
—Lo es. No podría haber hecho nada de esto sin él. Al
principio trabajamos juntos y luego él montó su propio
negocio en el sector del software. Al final vendió la empresa
y abrió un fondo de inversión. Estuvo en San José unos
años, pero ahora ha vuelto.
—Y eso te hace feliz.
—Mucho. —Sonreí, inclinando la cabeza torpemente para
beber un sorbo de mi vaso—. La vida siempre es mejor
cuando tu mellizo está cerca para burlarse de ti y
chincharte.
No estaba segura de por qué le estaba contando todas
esas cosas. Probablemente porque me escuchaba de
verdad. Con Carter, podía ser yo misma y eso me
encantaba. Lo había sentido aquella primera mañana,
cuando ni siquiera sabía su nombre. Además, no me
juzgaba, lo cual era una ventaja. Algunos de nuestros
amigos de entonces habían insistido en que era una egoísta
por pensar en abrir un negocio con todo lo que estaba
pasando.
—Tu turno —dije.
—¿Qué quieres saber?
—Información confidencial, por supuesto.
Lo había dicho en broma, pero Carter se inclinó tal y
como yo había hecho antes, fijando su ardiente mirada en
mí.
—Eso no sería justo, ¿no? Tú no has compartido ningún
secreto.
—Sí —le aseguré—. No suelo hablar tanto, al menos no
con gente con la que no tengo relación familiar. Así que
puedes considerarlo todo información confidencial.
Sin dejar de clavarme la mirada, se acercó al borde de su
tumbona. Yo estaba en el borde de la mía, así que nuestros
pechos casi se tocaban, y también nuestras caderas. Podía
sentir el calor que irradiaba su cuerpo.
—Quiero saber algo que no has compartido con nadie,
nunca —susurró.
Me aparté, porque estar tan cerca de él era arriesgado.
Su aroma era exquisito y el Mai Tai había causado estragos.
Una combinación peligrosa. ¿Quién sabía lo que podría
acabar diciéndole?
—Usted, señor, es muy exigente. Y aún no se ha ganado
el derecho a conocer información confidencial real.
—Vaya, pero me lo ganaré. Sabes que lo haré.
Sus ojos brillaban de forma juguetona. No me había
apartado lo suficiente como para estar fuera de su alcance y
mi lengua se pegó al paladar mientras él tamborileaba con
los dedos sobre mi muslo como si fuera lo más natural del
mundo. Sentí como si me prometiera que algún día
terminaríamos lo que habíamos empezado en el camarote
del capitán. No necesitaba palabras. El calor de sus ojos y la
contención apenas perceptible de sus caricias eran más que
suficientes.
—Lo dudo —bromeé. Sus ojos se desorbitaron y se
levantó apoyándose sobre un codo. Sus pectorales estaban
casi a la altura de mi boca. No pasaría nada por darle un
lametón, ¿verdad? Madre mía... mi mente estaba fuera de
control. No iba a volver a tocar mi cóctel.
Me aclaré la garganta, intentando parecer seria.
—Sip. Bueno, háblame de ti.
—Tú también eres exigente.
—Es culpa del cóctel así que, por tanto, culpa tuya, ya
que tú lo has hecho. Pero para demostrar que no soy tan
mala, he cambiado mi petición de información altamente
confidencial a sencillamente... cualquier cosa sobre ti.
Me dedicó una sonrisa encantadora que no hizo nada por
templar mi imaginación. Empezaba a pensar que no era
culpa del cóctel. El hombre era irresistible.
Siguió hablándome de su infancia, de su hermana
Hannah y de sus sobrinas. Cuanto más hablaba, más me
daba cuenta de que teníamos mucho en común. Estaba
conociendo al verdadero Carter, pero no podía evitar dudar
de mí misma. ¿Y si lo estaba viendo todo de color de rosa?
Tendía a hacer eso, a confiar demasiado fácilmente, a
idealizarlo todo. Estaba pendiente de cada una de sus
palabras. Le había acompañado allí ese día para pasar unas
horas de relax y diversión (y tal vez algo de flirteo), pero
estaba recibiendo más de lo que esperaba.
A última hora de la tarde, había llegado el momento de
sacar la tarta de April. Se había negado a que le pusieran
velas, argumentando que eso era para niños, pero al
parecer, nadie era demasiado mayor para una pelea de
comida. Yo la provoqué, por supuesto, aunque debo decir en
mi defensa, que fue por accidente. O algo por el estilo.
Carter se había burlado de mí y yo le manché la mejilla de
nata. Las cosas se desmadraron rápidamente. La niña de
siete años que llevaba en mi interior había salido a jugar un
rato.
—No puedo creer que me hayas metido en esto —
exclamó.
—El alma nunca envejece. Solamente nos olvidamos de
ser niños. Otro dicho de mi padre.
Me sorprendió lo bien que se lo estaba pasando Carter,
como si hubiera estado esperando una oportunidad para dar
rienda suelta a su niño interior. Regresamos al muelle por la
tarde y yo no estaba en absoluto preparada para que
terminara el día.
—Os acompaño al coche —se ofreció Carter una vez en
tierra. El grupo de April estaba a unos metros, esperando a
que sus padres los recogieran.
—No, no te preocupes. He aparcado cerca.
Carter me observó detenidamente y, cuando di el primer
paso atrás, me dijo:
—Val, cena conmigo.
—¡Vaya!
—Pareces sorprendida. Por si no es obvio, me siento
increíblemente atraído por ti.
Sonreí.
—Bueno, esa parte es obvia. —Mi ritmo cardíaco
aumentó, y los latidos frenéticos no me permitían pensar
con claridad.
—¿Cuándo estás libre la semana que viene?
—Ni idea, pero miraré mi agenda y te avisaré.
—¿Desayunamos el lunes? —insistió, con la mirada firme
y decidida. Asentí. Se acercó un poco más y me pasó un
mechón de pelo por detrás de la oreja. Sentir el roce de sus
dedos en el lóbulo me pareció íntimo. Todo mi cuerpo se
estremeció. Carter no pasó por alto mi reacción y sus labios
se curvaron en una sonrisa seductora.
—Que tengas una buena noche, Valentina.
Capítulo Trece
Val
El lunes por la mañana me levanté tan tarde que no tuve
más remedio que renunciar al yoga y a la cafetería. Le envié
un mensaje rápido a Carter para informarle de que no
podría ir antes de meterme directamente en mi despacho.
Tenía que responder a unos cuantos correos electrónicos
previo a dirigirme a la sala de muestreo.
Me rugía el estómago y necesitaba desayunar. Si no,
acabaría vetando todas las muestras.
Estaba a punto de pedirle a mi ayudante que me
comprara un bocadillo y un café cuando alguien llamó a mi
puerta entreabierta. Era una de las chicas que trabajaban
en Walter’s. Marcy a veces hacía las entregas. Yo había
pedido algunas veces, por eso conocía bien la oficina.
Llevaba una bolsa de comida.
—Marcy, ¿qué estás haciendo aquí?
¿Acaso había hecho un pedido y me había olvidado?
—Cierto caballero con el que has estado saliendo te ha
enviado esto.
—Vaya. Gracias.
Intenté no sonreír demasiado mientras Marcy colocaba la
bolsa sobre mi escritorio.
—Estaba sentado en tu mesa de siempre, luego se
acercó al mostrador, siempre tan sexy y guapo,
preguntando si podíamos entregarte tus favoritos.
—¿Sexy y guapo? —Repetí.
—Sí. Nos ha estado alegrando las mañanas. No hay
muchos hombres como él por aquí. Todos están al otro lado
de la ciudad.
Me reí entre dientes, dándole la razón al cien por cien.
Carter se parecía a las estrellas que embellecían la zona de
Beverly Hills. Le di propina y, en cuanto se fue, abrí la bolsa.
Mi estómago rugió con más fuerza cuando el olor a tortitas
recién hechas salió de la bolsa. Le di un mordisco y luego un
sorbo al café. Era mi favorito.
Le envié un mensaje.
Val: Gracias por el desayuno. Ha llegado en el
momento justo.
No sabía qué más escribir, así que lo envié así sin más,
sin esperar respuesta. Pero recibí una en cuestión de
segundos.
Carter: Te vi ir a toda velocidad por la calle y
directamente a tu oficina. Imaginé que podrías
necesitar algo de comida antes de que te llevaras a
alguien por delante.
El chico tenía buenos instintos. Casi me había llevado por
delante a una anciana esa mañana. Mi percepción sensorial
no era muy buena a esas horas del día.
Carter: Me perdí nuestra habitual charla matutina.
Val: Lo siento. Me quedé dormida y no tuve
tiempo.
Carter: ¿Estás segura de que esa es la única
razón?
Le di un bocado a la tortita y miré el móvil con el ceño
fruncido.
Val: Claro. ¿Qué otra cosa podría ser?
Carter: Yo.
Entonces apareció un segundo mensaje.
Carter: Evitándome.
Val: ¿Tengo alguna razón para evitarte?
Carter: Dímelo tú :-)
Val: No, para nada.
La verdad es que me había perdido el desayuno por su
culpa, pero no como él pensaba. Me había quedado dormida
hasta muy tarde. Había dado vueltas en la cama, primero
pensando en él y luego soñando con él. Y fueron unos
sueños muy calientes. Nuestro encuentro en el barco había
servido de catalizador y mi imaginación había hecho el
resto.
Carter: ¿Cuándo tendrás tiempo para ir a cenar?
Val: He comprobado mi calendario y está movidito.
Estaré encerrada aquí con mi equipo la mayoría de
las tardes. Solo tengo tiempo el miércoles.
Carter: April tiene un concierto esa noche.
Val: ¿Almorzamos?
Carter: Zachary y yo estaremos atendiendo
clientes todos los mediodías de esta semana.
Val: Entonces pasémoslo a la semana que viene.
Carter: No es lo que tenía en mente, pero está
bien. ¿Te veré mañana por la mañana?
Val: No estoy segura. Esta semana estamos
eligiendo las muestras finales, así que empezamos a
las siete. No soy buena compañía a esas horas de la
mañana, créeme. Probablemente pediré algo para
llevar.
Sentí una punzada de arrepentimiento al enviar el
mensaje. Era como si el universo conspirara contra
nosotros... bueno, al menos contra nuestros horarios.
Carter: No tienes por qué hacerlo. Yo me ocuparé
de eso :-) Es otra promesa.
Bueno, joder. Desde luego sabía cómo dejarme perpleja.
No tenía ni idea de qué contestar, así que le envié un simple
gracias y terminé de desayunar, decidida a apartar todos los
pensamientos sobre Carter de mi mente. Aunque, a decir
verdad, lo único que quería en ese momento era llamar a
mis hermanas, abrir una botella de vino y contarles todo
con detalle, diseccionar cada cosa.
Cogí mi bloc de notas y bajé a la sala de pruebas,
dispuesta a centrarme en la tarea que tenía entre manos.
Me salió el tiro por la culata. Las más mínimas conexiones
bastaban para que mis pensamientos volaran de vuelta a
Carter: un olorcillo a menta, una mención a la masculinidad.
—¿Val? —preguntó Nicole, la jefa de laboratorio químico.
—Lo siento, no lo he pillado bien.
Me reprendí mentalmente. No iba a defraudar a mi
equipo. Todos nos habíamos esforzado mucho en esa línea
de fragancias. Se iba a lanzar en tres continentes al mismo
tiempo, una línea exclusiva para Sephora, uno de nuestros
mayores clientes.
Era una de mis favoritas: el concepto de aromas alegres
para recordarnos el verano durante todo el año. Hemos
tenido una buena serie de fragancias seductoras y
atractivas, pero las nuevas estaban pensadas para la niña
que se esconde en cada mujer. La princesita que llevamos
dentro.
Sephora me propuso una línea exclusiva después de que
yo colaborara con una cadena de grandes almacenes
similar. Cuando les presenté mi idea, se mostraron
intrigados, pero me advirtieron de que lo sexy funcionaba
mejor que lo alegre. Les dije que ambas cosas no eran
mutuamente excluyentes y aceptaron la idea.
La semana resultó ser una de las más intensas que había
tenido en meses. Beauty SkinEssence no había vuelto a
ponerse en contacto con mi abogado. Deseaba cerrar el
caso. No tener noticias era una buena noticia, pero no tener
conocimiento alguno me agobiaba.
Los desayunos diarios de Walter’s fueron justo el impulso
que necesitaba para seguir adelante.
Cuando recibí café y otras tortitas la segunda mañana,
reprendí a Carter.
Val: No puedes enviarme tortitas todas las
mañanas.
Carter: ¿Por qué no? Te gustan.
Val: Sí, pero es bueno variar.
Sí, era bueno para mis caderas. Si por mí fuera, habría
comido tortitas todo el día y dos veces los domingos, pero
también quería mantenerme en forma. A la mañana
siguiente, recibí un yogur con muesli y miel con mi café. Me
lo zampé, saboreando cada cucharada.
Val: Que bueno está esto. Nunca antes lo había
pedido.
Carter: Yo he pedido lo mismo.
A pesar de que no estábamos en el mismo lugar, sentí
como si estuviéramos compartiendo el desayuno. Apareció
otro mensaje.
Carter: Mi plan para descubrir tus secretos más
profundos y oscuros no está resultando nada fácil.
Val: Vaya, ¿pensabas que te lo iba a poner fácil?
Su respuesta llegó enseguida.
Carter: No. Pero no te preocupes, estoy
progresando por mi cuenta.
Val: ¿A qué te refieres?
El siguiente mensaje contenía una foto. Tardé un segundo
en darme cuenta de que era una captura de pantalla de la
aplicación Kindle de su teléfono. Estaba leyendo un libro.
Dios... estaba leyendo mi libro. El que me había puesto
cachonda en medio de la cafetería la semana anterior.
Y, joder, el pasaje que me había enviado... Lo había
subrayado, porque era de lo más picante que había leído
nunca. Mi cara estaba ardiendo y también mi pecho. Maldita
sea, tampoco me avergonzaba admitir (ante mí misma) que
incluso la zona entre mis muslos estaba en llamas.
¿Qué se suponía que debía responder? ¿Esperaba
siquiera una respuesta? Quiero decir... seguramente la
estuviera esperando. ¿Por qué entonces me habría enviado
la foto?
Val: Veo que lo estás disfrutando.
Carter: Puedo entender por qué te gusta. Es
diferente de mi lectura habitual antes de dormir.
No me cabía duda. No sabía cómo continuar la
conversación, pero al parecer él tenía muchas ideas.
Carter: Solo por curiosidad. ¿Es que simplemente
te gusta leer o te va todo este rollo?
Joder, si antes pensaba que estaba en llamas... pues
ahora el hombre había desatado el mismísimo infierno
dentro de mí. Hasta las yemas de mis dedos ardían
mientras escribía.
Val: No puedo creer que preguntes esto.
Carter: Prometiste que intercambiaríamos
información.
Carter: Pensándolo mejor, prefiero oír la respuesta
en persona. Me muero de ganas.
Me quedé mirando su mensaje un buen rato antes de
que se me escapara una carcajada. Me iba a matar. No
sabía si debía tener miedo o ansiarlo.
El jueves por la tarde me fui a casa un poco antes, ya
que se canceló mi compromiso de esa noche. Fue lo mejor,
porque estaba agotada. Pude ponerme al día con las tareas
domésticas y relajarme un poco. Llené la bañera con agua y
una loción de burbujas sin perfume. Después de estar toda
la semana metida hasta las narices en muestras, necesitaba
un descanso de cualquier tipo de fragancia.
Apoyé una bandeja de madera sobre la bañera y coloqué
mi Kindle, el móvil y un vaso de agua. Después encendí tres
velas y apagué la luz. Suspiré mientras me deslizaba en el
agua caliente, con cuidado de no mover la tabla de madera.
Estaba simplemente en mi bañera, pero me sentía como si
estuviera en el paraíso. Si había una forma mejor de
relajarse, aún no la había encontrado. Sinceramente, ni
siquiera quería leer. Lo único que quería era cerrar los ojos y
que el cansancio abandonara mi cuerpo. Ni siquiera quería
pensar en el día siguiente. Iba a ser uno muy largo, pero
esperaba con impaciencia la cena con mi familia... y el
envío del desayuno.
Como si intuyera que estaba pensando en él, Carter me
envió un mensaje.
Carter: ¿Sigues en la oficina?
Val: Ya en casa.
Eran casi las ocho y me sorprendió que aún estuviera en
el trabajo. Normalmente me mandaba mensajes cuando se
iba y siempre salía antes que yo.
Carter: Jo. Quería hacerte una visita sorpresa.
Sabes, todavía no hemos fijado una fecha. ¿Cuándo
estás libre para ir a cenar?
Tragué saliva. Ah... eso. Antes de que pudiera responder,
aparecieron unos puntos en la pantalla. Carter estaba
escribiendo. Quería esperar a ver qué más tenía que decir
primero.
Carter: Me muero por probarte otra vez. Me siento
atraído por ti, Val. No solo a nivel físico. Me gusta
cómo piensas. Quería sorprenderte llevándote a
cenar esta noche, sin expectativas. Pero ya que estás
en casa... ¿qué tal mañana?
Val: Mañana tengo una cena con mi familia. Pero
estoy libre todas las tardes de la semana que viene
excepto miércoles y viernes.
Esperé su respuesta con la respiración contenida.
Carter: ¿Tienes planes para esta noche?
Val: Máxima relajación. No existe soborno capaz de
sacarme de mi casa.
Ni cinco segundos después, sonó mi teléfono. No lo cogí
de la bandeja, solo activé el altavoz.
—No pensaste que me iba a rendir tan fácilmente,
¿verdad?
Era la primera vez que oía su voz esa semana y era aún
más sexy de lo que recordaba.
—Estás en tu derecho de intentarlo, pero te lo advierto.
Me estoy dando un baño caliente. Nada puede superar eso.
—¿Estás en una bañera?
—Sí.
Después de una pausa dijo:
—¿Por qué llevas el teléfono contigo?
—Tengo una elegante bandeja de madera que uso como
soporte para las cosas. Móvil, Kindle, bebida. Suelo
escuchar música y todo está en mi teléfono.
—¿Estás desnuda ahora mismo?
—No tengo por costumbre bañarme con ropa, así que sí.
Ahora que lo había mencionado, me parecía un poco...
erótico. Escuchar su voz mientras estaba completamente
desnuda, rodeada de la romántica luz de las velas. Estaba
en mi propio paraíso. Normalmente ponía el móvil en modo
avión y solo lo usaba para escuchar música. Pero me
alegraba de no haberlo cambiado esta noche.
—Val...
Dios, la forma en que dijo mi nombre. Casi había gemido,
como si fuera una reacción primaria al imaginarme
desnuda. El sonido de su voz envió una fuente de calor en
espiral hasta mi clítoris.
—Si no te conociera, diría que quieres castigarme por
algo. —Su voz era más grave.
—No quiero hacer tal cosa. Solo me estoy relajando. —
Mierda, mi voz también estaba entrecortada.
—Te mereces descansar.
—Gracias. Me encanta esto. Es como mi spa privado.
—¿No te gustaría ir a un spa de verdad? ¿Con tus
hermanas o con tus amigas?
—Sí, pero soy más de hacer las cosas por mi cuenta,
incluso para las manicuras y demás. No me gusta sentir las
manos de extraños sobre mí. Una vez fui a que me dieran
un masaje. Fue raro. No lo disfruté en absoluto.
Soltó una carcajada que, sospeché, intentaba disimular
un gemido.
—Te daría un masaje si estuviera contigo. Créeme,
disfrutarías con el mío. Te tocaría tan bien. Justo donde lo
necesitas.
Mi cuerpo ya estaba al límite, la expectación iba
creciendo como si él estuviera justo detrás de la puerta.
—Quizá no quiera uno —respondí juguetonamente.
—Te convencería. Te agotaría hasta que aceptaras.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo lo harías?
—Guardaré mis secretos por ahora. Pero creo que tu
imaginación puede llenar los espacios en blanco. Que pases
buena noche, Val.
—Tú también.
Madre mía, cómo se me disparó la imaginación cuando
se cortó la línea. Puse música y luego me hundí en la bañera
hasta la barbilla, sonriendo para mis adentros, aunque la
preocupación me asediaba. Me gustó que dijera que no
tenía expectativas. Me quitaba presión.
Pero ya sentía una conexión con Carter y me daba un
poco de miedo.
Movía ligeramente las caderas al ritmo de la música
lenta, pero quería un sonido más enérgico. No había
seleccionado una lista de reproducción, simplemente la
había dejado en modo aleatorio y algunas canciones lentas
se habían apoderado de mi velada. Rectifiqué
inmediatamente. Después de secarme las manos con una
toalla que tenía cerca, cambié a mi lista de reproducción
favorita y mi estado de ánimo cambió de inmediato. Así, sí.
De un sobresalto, me di cuenta de que Carter me había
enviado otro mensaje.
Carter: ¿Qué tal el próximo martes? No me rendiré
hasta que fijemos una fecha esta noche.
Acababa de enfriarme de nuestro intercambio anterior,
pero en ese momento me sentía como si alguien hubiera
echado agua caliente en la bañera.
Val: El martes que viene me viene bien.
Aparecieron puntos en mi pantalla y todo mi cuerpo
palpitaba mientras esperaba su respuesta.
Carter: Perfecto. Te llamaré mañana para
confirmar los detalles. No te robaré más tiempo de
desnudez... al menos esta noche.
Capítulo Catorce
Val
La noche siguiente, el caos reinó durante la cena del
viernes.
Había cocinado fajitas de pollo con ensalada de lechuga
iceberg como guarnición y había monopolizado a mi sobrina
Willow, manteniéndola en mi regazo durante toda la cena.
Me encantaba su olor a bebé y la forma en que agarraba la
tela de mi vestido con sus pequeños puños.
—Usted, querida, tiene un gusto excelente para la moda
—dije, y luego pregunté en voz alta:
—¿Es demasiado pronto para comprarle pañuelos?
Mis hermanas eran amantes de los zapatos, pero los
pañuelos eran mi kryptonita.
—Landon, vigila a tu hija —le advirtió Jace— o Val la
convertirá en una adicta a las compras.
—¿Qué tiene de malo? —preguntó Maddie, mirando feliz
a su hija.
Mi mellizo era viudo cuando la conoció. No había
imaginado que volvería a enamorarse. Estaba muy
agradecida de que Landon hubiera encontrado a Maddie.
—Es una chica Connor —dijo Landon con indolencia—.
Apuesto a que nació con el gusanillo de las compras.
—Ese es mi mellizo.
Tenía el objetivo de descubrir si Jace estaba en
problemas. Él y Hailey volvían a estar hablando en voz baja,
apartados del resto del grupo. ¿Qué estaba pasando? Jace
incluso tenía el ceño fruncido.
Como eran los más jóvenes, siempre estaban juntos. Si
se suponía que era un secreto, la llevaba clara, porque
Hailey tenía el peor historial como guardiana de secretos de
la familia.
Después de cenar, nos relajamos en el jardín,
aprovechando los últimos rayos de sol. La velada fue
espléndida. Con la excusa de traer vasos de limonada para
todos, convencí a mis hermanas para que me ayudaran.
—¿Qué pasa con Jace? —Le pregunté a Hailey
directamente—. Habéis estado cuchicheando toda la noche.
El viernes pasado también.
Hailey negó con la cabeza, haciendo un gesto como para
indicar que sus labios estaban sellados.
—No tengo nada que decir.
Intercambié una mirada con Lori y me di cuenta de que
estaba pensando lo mismo. ¿Desde cuándo Hailey guardaba
secretos familiares? Parecía que iba a tener que esforzarme
un poco. Eso era algo nuevo.
—Pero hablando de secretos, nos has estado ocultando
cosas, hermana. —Hailey habló mientras exprimía limones.
—¿Yo? —pregunté inocentemente.
Lori sonrió.
—Te hemos estado observando. Te hemos pillado dos
veces soñando despierta, lo que solo haces cuando has
tenido una cita magnífica o cuando estás planeando tenerla.
Como organizadora de bodas, Lori se daba cuenta de
estas cosas rápidamente.
Cambié la mirada de Lori a Hailey, y entonces las
palabras brotaron de mí mientras me afanaba en preparar
una mezcla de miel y jengibre. Y como no hacía nada a
medias, me explayé en los detalles sobre el momento
picante en el yate, lo que hizo que las mejillas de Lori se
enrojecieran. Hailey lo estaba disfrutando en grande.
—Joder, así se hace, hermanita. Te mereces un hombre
que sepa lo que quiere —dijo Hailey.
—¿Verdad que sí? —dije con suficiencia—. Cenaremos
juntos la semana que viene.
—¿Por qué no el fin de semana? —preguntó Hailey.
—Está ocupado con sus sobrinas.
Cuando regresamos al exterior, pasé a la segunda parte
del plan: acorralar a Jace.
Solo esperaba que no me hubiera pillado soñando
despierta como Lori. Después del fiasco con Ethan, Jace era
aún más protector.
Aquellos instintos protectores habían asomado la cabeza
por primera vez cuando tenía trece años. Había interrogado
sin tregua a un chico que había ido a recoger a Lori para
una cita. Cuando le había preguntado al respecto, se había
limitado a decir: ‘‘Cuando un chico de mi colegio va a
recoger chicas para una cita, el padre de la chica siempre
les echa la bronca. Papá no está aquí, así que lo haré yo’’.
Me había quedado tan atónita que hasta me había
olvidado de regañarle por decir gilipolleces. Mi hermano de
trece años estaba creciendo demasiado rápido y yo no
había sabido cómo lidiar con ello. Ahora era un hombre
adulto del que me sentía orgullosa. Pero si tenía problemas,
quería saberlo. No quería ser entrometida, pero sí ayudarle
Había dispuesto tumbonas por todo el patio. Graham, el
marido de Lori, estaba sentado con su hijo Milo, a la
izquierda de Jace. Era el dueño del club de fútbol donde
jugaba Jace y, aunque los chicos procuraban no hablar de
negocios durante las cenas familiares, a veces se
enzarzaban en acaloradas discusiones sobre los partidos.
Tomé asiento a la derecha de Jace.
—Hermano querido, ha llegado a mi conocimiento que
estás guardando secretos con Hailey.
Jace miró alarmado a Hailey, pero nuestra hermana negó
con la cabeza. Jace me sonrió.
—Si Hailey se las ha arreglado para no decir nada, ¿en
serio crees que me voy a ir de la lengua?
—¿Y si prometo cocinar tu plato favorito la semana que
viene? Como prueba de afecto. Y tú podrías mostrar algo de
gratitud por adelantado.
Batí las pestañas, intentando poner la mirada de
cachorrito que Lori conseguía tan bien y que funcionaba a
las mil maravillas con Jace. Por desgracia, lo hice fatal. Lo
único que conseguí fue hacer reír a Jace.
—Buen intento, Val. Buen intento.

***

Un capuchino, una tortita y yogur con muesli. Sonreí


mientras hacía el inventario de mi desayuno del lunes y
envié un mensaje a Carter.
Val: ¿Alguna razón en particular por la que hayas
sido extrageneroso hoy?
Carter: Preparando el ambiente para mañana.
Mi ritmo cardíaco se aceleró mientras comía. Sabía que
ese día no iba a ser muy productiva, pero podía soñar
despierta de vez en cuando, ¿no?
Estuve eufórica hasta poco antes de la hora de comer,
cuando me entregaron unos documentos. Me quedé
paralizada cuando vi que el remitente era Beauty
SkinEssence.
Me propuse no ponerme nerviosa mientras firmaba los
papeles, pero me empezaron a temblar las piernas. No
llegué a mi mesa. Me apoyé en la pared junto a la puerta y
saqué los documentos.
Me habían puesto una demanda.
Se me encogió el corazón. Leí los detalles, asimilándolos.
Entonces hice algo que no había hecho en mucho
tiempo. Cerré la puerta de mi despacho antes de sentarme
en la silla en mi escritorio, completamente agotada. Me
había preparado mentalmente para esa situación, por
supuesto. Solo esperaba que no ocurriera. Requeriría mucho
tiempo y dinero que podría emplear en otra cosa. Me asalta
un atisbo de duda. ¿Había actuado de forma estúpida al no
llegar a un acuerdo durante la mediación? Por otro lado,
acabar con el litigio habría significado admitir mi
culpabilidad y eso era algo con lo que no podía vivir. Pero en
ese momento, con el hecho consumado, me preguntaba si
tragarme el orgullo hubiera sido lo mejor. Me había dejado
la piel durante tanto tiempo para llegar a donde estaba,
para llevar a la empresa a un punto en el que era sólida y
rentable, y entonces me pasaba eso.
Me obligué a ignorar el nudo en el estómago, pero no
pude. ¿Y si la demanda acababa en juicio? ¿Y si el juez
fallaba en mi contra? ¿Y si perdía algo más que mi línea?
Dios, ya estaba otra vez dándole vueltas a todo.
Pero no podía evitarlo. La empresa estaba tan ligada a lo
que yo era... Aún recordaba la euforia que sentí cuando
Landon y yo firmamos los papeles de la escritura de
constitución de la empresa. Quería construir algo de lo que
todos estuviéramos orgullosos: yo, mis padres y Landon.
También quería demostrarme a mí misma que podía hacer
realidad mi sueño. No dejaría que nadie me lo arrebatara.
No estaba segura de cuánto tiempo llevaba encerrada yo
sola, dándole vueltas a todo y deseando que acabara el día
para poder irme a casa y hundirme en la bañera. De
repente, oí que llamaban a mi puerta.
—Val, ¿va todo bien? —preguntó Anne—. Tienes una
reunión en diez minutos.
—Allí estaré.
Comprobé mi teléfono. Llevaba veinte minutos dándole
vueltas a la cabeza. Y tenía un nuevo mensaje de Carter.
Carter: ¿Tienes tiempo para comer?
Escribí un mensaje, lo borré y escribí otro.
Val: No. Mi día acaba de irse a la mierda :(( Tengo
que ir a una reunión ahora mismo.
Carter: ¿Ha pasado algo?
Le envié una foto de los documentos. Carter no contestó
enseguida y no tuve tiempo de esperar. Me apresuré a
entrar en la reunión, dejando mi teléfono en el despacho,
para no distraerme.
Me obligué a centrarme porque los señores habían
volado desde Italia. Producían algunas de las esencias más
raras, y quería llegar a un acuerdo con ellos.
La reunión duró más de lo que esperaba y, para cuando
ultimamos los detalles, estaba mareada. No había comido
desde el desayuno y eran casi las cuatro. Acompañé a los
caballeros hasta el ascensor y, en cuanto la puerta se cerró,
me volví hacia Anne.
—¿Puedes traerme algo de comer? Cualquier cosa.
—Claro, jefa. Pero tienes a alguien esperándote en tu
despacho.
—¿Y eso? No tenía ninguna otra reunión en mi agenda.
—Un tal Carter Sloane se presentó sin previo aviso. Dijo
que tenía que hablar contigo. Lleva una hora esperando. No
pude deshacerme de él.
—Por supuesto que no. Gracias por avisarme. Hablaré
con él. Pero por favor, date prisa o me desmayaré. Trae un
bocadillo, o lo que sea.
Anne corrió hacia el ascensor mientras yo giraba sobre
mis talones, dirigiéndome a mi despacho. Se me revolvió el
estómago de nuevo. Cuando llegué a la puerta, Carter se
puso en pie. Intenté leer su lenguaje corporal, pero estaba
demasiado cansada y hambrienta para sacar algo en claro.
—Anne me ha dicho que has estado esperando durante
una hora.
Levantó su teléfono.
—No respondiste a mi mensaje ni a mi llamada.
—Estaba en una reunión.
—Lo sé, Anne me lo dijo. Llamé a la oficina cuando no
contestaste.
Entré y volví a cerrar la puerta.
Capítulo Quince
Val
—Salgamos de aquí —dijo Carter—. He escuchado lo que le
has dicho a Anne sobre el bocadillo. Te llevaré a comer, y tú
mientras relájate y no pienses en nada de esto.
Coloqué las manos en mis caderas.
—No puedes irrumpir aquí y tomar el mando.
Le brillaron los ojos. Las comisuras de sus labios se
contrajeron.
—Sí, puedo, especialmente si lo necesitas.
Bueno, ¿cómo podía rebatir eso? Me moría de ganas por
tomar un respiro.
—Es temprano aún.
—Son las cuatro y le has dicho a Anne que hoy no tienes
más reuniones.
—No significa que no tenga nada más que hacer.
—Eres la dueña de este negocio. ¿No puedes darte unas
horas libres?
—¿Y tú? ¿No tienes que registrar cada hora?
—He despejado mi agenda.
Me quedé sin argumentos, porque recordé claramente
que ese día tenía reuniones hasta bien entrada la tarde. Era
la razón por la que habíamos quedado para el día siguiente.
Cogió mi bolso de la mesa y mi chaqueta de la percha y
me tendió ambas cosas. El hombre era increíble, pero el
hecho de que se hubiera tomado la tarde libre y estuviera
ahí por mí me deshizo más rápido de lo que hubiera creído
posible. Dejé que me pusiera la chaqueta a la espalda.
Permaneció con sus dedos a los lados de mi cuello,
presionando suavemente. Solté un suspiro audible.
—Vamos, Val. Te distraeré.
Bajó su mano a la parte baja de mi espalda y la mantuvo
allí de camino al ascensor. Nos encontramos con Anne al
salir del edificio.
—¿Te vas? —preguntó mientras me entregaba el
bocadillo.
—Sí, pero llámame si surge algo urgente.
—Vale. Te veré mañana.
Cuando se fue, Carter señaló el bocadillo.
—¿Se supone que este es tu almuerzo?
Asentí, demasiado ocupada devorando el pequeño
bocadillo de pavo como para contestar. Sin embargo, tenía
razón. Era tan pequeño que me lo acabé justo cuando
salíamos del edificio. Me sentía aún más hambrienta que
antes.
—¿Qué quieres hacer? —preguntó.
Parpadeé.
—Me has echado de mi propio despacho, ¿y ahora me
preguntas qué quiero hacer?
—Lo importante era sacarte de ahí. Estabas tan tensa
que tenías los hombros hasta las orejas. Puedo hacer alguna
reserva para cenar, pero intuyo que no te apetece.
De repente, se detuvo en la acera, y yo también me
detuve. Dios, nadie me había mirado como él lo hacía. ¿Qué
se sentiría tener a ese hombre dentro de mí? ¿Tenerlo en mi
vida? ¿Me haría sentir cosas que nadie más me había hecho
sentir?
—Sinceramente, solo quiero irme a casa.
—Pues allí iremos.
—¿Los dos?
—¿De verdad crees que te dejaría ir sola? —Sostuvo mi
cara con suavidad, acariciando mis mejillas con sus
pulgares—. Déjame estar contigo hoy, ¿vale?
Suspiré y asentí, entusiasmada por poder pasar tiempo
con él. No me soltó la cara de inmediato y todos aquellos
puntos donde me tocaba empezaron a calentarse. Mis ojos
estaban a la altura de sus labios. Recordé cómo los había
sentido en mi piel. Una corriente de conciencia pasó a
través de mí. La mirada de Carter me indicó que sabía
exactamente lo que pasaba por mi mente. La tensión sexual
llenaba cada centímetro de distancia entre nosotros. Estaba
perdida en aquel hombre: su contacto, el tono seductor de
su voz. Cuando me soltó, le eché de menos al instante.
Condujimos en coches separados y cada vez que miraba
por el retrovisor para comprobar si me seguía, mi corazón
suspiraba.
No había grandes atascos, así que llegamos a mi casa en
un santiamén. Nos miramos mientras bajábamos de
nuestros respectivos coches.
—Bienvenido a mi casa.
Empujé la puerta y subí los escalones de piedra de mi
patio.
—Qué jardín tan bonito —comentó.
—Lo sé. Me encanta.
Carter me llevó una mano a la espalda y sentí como si el
contacto fuera piel con piel. Todos los mensajes que nos
enviamos la semana anterior habían sido como juegos
preliminares y en ese momento todo mi cuerpo era tan
sensible al contacto que me avergonzaba.
—¿Quieres que te enseñe la casa? —pregunté nerviosa
una vez que estuvimos dentro.
—Claro.
Le mostré rápidamente la planta baja y luego la superior.
Podía sentir mis nervios a flor de piel.
—No tengo comida en la nevera, pero podríamos pedir
algo, aunque en esta parte de la ciudad tardan siglos en
entregarlo.
—Ahora lo vemos.
Mientras le enseñaba el baño principal con mi adorada
bañera, Carter me llevó una mano a la barbilla, inclinándola
hacia arriba.
—¿Qué haces cuando llegas a casa para relajarte?
—Me ducho y me pongo ropa cómoda. O... me paseo
desnuda. A mi padre le gustaba decir ‘‘si no te pones
pantalones, nunca te apretarán’’, y es uno de mis dichos
favoritos.
—Hagamos un trato. Yo iré a esa pequeña tienda que
está a una manzana y compraré algo de comida. Tú dúchate
y relájate.
Mi pulso pasó de cero a cien en dos segundos. Opté por
centrarme en la parte neutra de la frase.
—No hay mucho para elegir.
—Me las arreglaré. Tú no te preocupes. Quédate aquí y
relájate. Pero ponte ropa después de la ducha. Podemos
intentar lo de no llevar pantalones en otro momento.
No podía asegurar si se estaba invitando a sí mismo a la
ducha o no, pero en ese momento mi pulso se volvió
errático. Me pasó el pulgar por los labios y luego su boca
capturó la mía. La primera caricia de su lengua me hizo
flaquear.
Mi clítoris palpitaba y mis pezones se endurecían como si
también estuvieran ansiosos por su lengua.
—Llevo toda la semana deseando besarte —murmuró
antes de lanzarse a un segundo beso.
Ese fue más ardiente, más urgente. Me puse de puntillas
y me agarré a sus hombros para hacer palanca mientras le
devolvía el beso febrilmente. Me di cuenta de que había
puesto sus manos en mi cintura y me estaba haciendo
retroceder hasta ponerme de espaldas contra la pared.
Sentía las baldosas frías incluso a través de la tela de mi
vestido y mis caderas se arquearon hacia delante. Estaba
tan cerca que estrellé la parte inferior de mi cuerpo contra
el suyo y, madre mía, su erección era impresionante.
Lanzó un gemido y retrocedió un paso.
—Bueno, venga. Sé una buena chica y relájate.
Me guiñó un ojo y salió del baño. Estaba tan excitada que
estuve a punto de volver a llamarle para pedirle más besos
llenos de pasión.
Pero entonces decidí centrarme en la ducha. Fui
quitándome la ropa y, a cada capa que quitaba, me ponía
más nerviosa. Tras ducharme rápidamente, unté mi piel con
mi crema corporal favorita, envolví una toalla a mi alrededor
y me dirigí al dormitorio. Sentándome en el sillón de cuero
frente a la cama, subí las piernas a la otomana y dejé que
mi cuerpo se relajara y que la crema hiciera efecto.
Había dejado la puerta entreabierta, pensando que era la
única manera de saber si Carter necesitaba algo cuando
volviera de la tienda, y sonreí cuando le oí cantar un rato
después. Madre mía. Ese hombre tan sexy estaba cantando
en mi cocina, ¿y yo me estaba perdiendo el espectáculo?
Eso sería más relajante que un baño de burbujas.
Mirarle... y posiblemente subir directamente a sus brazos.
No, no. Tenía instrucciones que seguir. No podía negarlo.
Era divertido no saber lo que estaba a punto de suceder.
Un rato después, oí pasos subiendo las escaleras y los
músculos de mi vientre se tensaron.
—Estoy en el dormitorio —dije.
¿Iba a entrar?
Sí, sí, lo iba a hacer.
Se me cortó la respiración cuando apareció en la puerta,
con un aspecto muy tentador y con un bocadillo en el plato.
Lo colocó en la mesita junto al sillón.
No pasé por alto la forma en que sus ojos recorrían mi
cuerpo. Me cubría una toalla, pero debajo seguía
completamente desnuda y se me tensaron los pezones
cuando su mirada se centró en ellos.
Salivé al ver el bocadillo con rodajas de aguacate y
jamón y me apresuré a darle un bocado, luego dejé escapar
un largo suspiro.
—Está riquísimo.
Se encaramó al borde del sillón, observándome con
atención. Yo fingía no apartar la vista de la comida, pero no
lo estaba haciendo muy bien. La tensión sexual que se
respiraba en el ambiente aumentaba con cada minuto que
pasábamos juntos en aquella intimidad, y no estaba segura
de poder soportarlo por más tiempo.
—Este es mi sillón de lectura —le dije.
—Ya veo. Así que aquí es donde lees todos esos libros
eróticos.
—Sip.
Mientras tragaba el último bocado, Carter me agarró un
tobillo. Sentí su contacto hasta el interior de mis muslos.
Nuestras miradas se cruzaron. Tragué saliva, consciente de
que estaba respirando más rápido.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté.
—Ya verás.
Felicidad. Puro y absoluto gozo. Me masajeó el pie,
aplicando presión en el arco y en las almohadillas, y luego
en cada dedo.
Me subió la mano un poco más por el tobillo antes de
volver a acariciarme el talón. Luego pasó a la otra planta.
Sus dedos eran pura magia... y me estaba excitando. ¿Un
masaje en los pies contaba como preliminares? Con él, todo
eran juegos preliminares.
—Dime lo que estás pensando.
Me lamí los labios, insegura de si la sinceridad era la
mejor carta que podía jugar en ese momento, porque mi
imaginación sobrepasaba la clasificación X, merecían su
propia calificación.
—Conque esas tenemos, ¿eh? Muy bien. Sé exactamente
lo que estás pensando.
—¿Y cómo lo sabes? —bromeé.
—Sé leer muy bien el lenguaje corporal. Nuestros
cuerpos suelen traicionarnos. —Movió las cejas y me
ruboricé aún más.
—Pero no puedes ver nada.
Volvió a apoyar mi pie en la otomana, luego se deslizó
más cerca de mí, colocando mi plato sobre la mesita.
Ya no había nada que se interpusiera entre nosotros y,
cuando Carter se inclinó para besarme, me impulsé hacia
arriba, plenamente consciente de que mi toalla se deslizaba
hacia abajo y mis pechos estaban expuestos.
Dios, ese hombre besaba como ningún otro. Me enterró
una mano en el pelo y me inclinó la cabeza mientras me
devoraba con los labios y la lengua.
Necesitaba su contacto desesperadamente. Mi cuerpo lo
reclamaba.
Capítulo Dieciséis
Carter
Deslicé la mano desde su pelo hasta su cuello y luego hasta
sus pechos. Se arqueó ante mis caricias, gimiendo en mi
boca. Estaba tan preciosa, tan excitada. Bajé aún más la
mano y le froté el coño con dos dedos, desde el clítoris
hasta la entrada.
Gimió más fuerte, agarrando mi camisa con ambas
manos mientras le quitaba la toalla por completo. Iba a
hacer que esa mujer se corriera. Quería darle tanto placer
que haría temblar su mundo. Abrió más los muslos,
permitiéndome el acceso. Moví los dedos una y otra vez,
alternando entre tocar su clítoris y acariciar el interior de
sus muslos, sin dejar de besarla en ningún momento. Quería
contemplar su precioso rostro, pero necesitaba saborearla.
Cuando introduje un dedo en su interior, todo su cuerpo se
estremeció.
Luego despegó su boca de la mía tan solo unos
segundos, lo suficiente para decir:
—Otra vez. Por favoooor.
Creí que iba a estallar en mis pantalones. Volví a besarla,
introduje un segundo dedo y los dos nos descontrolamos.
Deslicé los dedos dentro y fuera, curvándolos para alcanzar
el clítoris y acariciarlo con el pulgar. No era suficiente. No
podía tocarla como quería en esa posición, tampoco podía
saborearla. Así que retiré la mano y me reí cuando ella cerró
los muslos para intentar atraparme.
—Acércate, cariño. Quiero probarte.
Dejó escapar un pequeño gemido cuando tiré de ella
hacia el borde del sillón. Me puse de rodillas y apoyé sus
muslos en mis hombros. Cuando apreté la lengua contra su
punto sensible, gritó mi nombre.
—¡Carter! Ah, joder.
Yo temblaba de necesidad mientras empujaba mi lengua
dentro, girándola, volviéndola loca. La había excitado tanto
que no duraría mucho. Cuando sentí que estaba cerca del
clímax, acerqué mi boca a su clítoris y volví a deslizar dos
dedos dentro de ella, curvándolos. Explotó de una manera
sublime, y me incorporé para acercarme a ella y abrazarla
mientras cabalgaba sobre las olas del placer. La mecí entre
mis brazos, aspirando el aroma afrutado de su pelo y
acariciando la suave piel de sus hombros.
Luego trazó una línea recta con el dedo a lo largo de los
botones de mi camisa, deteniéndose en el cinturón. Me lo
desabrochó y me bajó la cremallera, liberando mi polla.
—Cariño —susurré mientras ella acariciaba mi erección,
para luego llevarla a su boca. Tampoco duré mucho. Hacía
tanto tiempo que la deseaba que en pocos minutos llegué al
límite
—Eres preciosa —susurré cuando cogió la toalla que
había dejado caer al suelo—. Permíteme.
Le quité la toalla y le di unas palmaditas sobre la piel,
empezando por los tobillos y ascendiendo.
—¿Mi piel no está lo suficientemente seca? —preguntó
con una sonrisa burlona. No tenía ni una gota de agua.
—Nop.
Me desvié cuando llegué al interior de sus muslos,
lamiendo una vez su centro. Luego volví a desviarme
cuando le estaba secando los pechos, metiéndome cada
pezón en la boca. Se me estaba poniendo dura otra vez.
Lo único que quería hacer era darle la vuelta e inclinarla.
Pero no sabía si ella estaba lista para todo eso todavía.
—Vamos abajo —sugerí mientras le besaba el cuello.
—No me convence esa idea.
Un segundo después, me di cuenta de que me estaba
desabrochando la camisa.
—Val, cariño...
Me enderecé para mirarla, y aquellos preciosos ojos
verdes estaban llenos de deseo. Deslicé las manos para
acariciar su trasero y la levanté en brazos. Ella gimió por la
expectación mientras me rodeaba con sus largas piernas. La
llevé hasta la cama, tumbándola sobre ella. Lo único que
podía oír eran los latidos de mi corazón. Deseaba a aquella
mujer más de lo que jamás había deseado a nadie.
Cuando la bajé sobre la cama, intentó cerrar las rodillas.
—No, quédate así. Ábrete para mí. Quiero mirarte
mientras me quito la ropa.
Sus ojos se iluminaron, pero mantuvo las piernas donde
estaban. Nunca me había desnudado tan rápido. Entonces
recordé un pequeño detalle...
—Mi cartera está abajo. Tengo un condón ahí.
Val se lamió los labios.
—Tomo la píldora y estoy sana.
Me incliné en la cama sobre ella, rozando su mandíbula
con mis labios.
—Yo también estoy sano, pero... cariño, ¿quieres
sentirme dentro de ti?
Asintió con la cabeza, la abracé y la besé. Nuestro
orgasmo anterior había sido satisfactorio pero rápido.
Quería que esto durara. La besé por la clavícula y luego la
coloqué boca abajo, rozando su columna vertebral con mi
boca hasta llegar a la rabadilla. Gimió cuando le besé la
nalga derecha y cubrí la izquierda con la palma de la mano,
para luego introducir un dedo. Estaba mojada y preparada,
pero primero quería volverla loca de ganas, así que volví a
darle la vuelta y rocé su coño con mis labios. Luego le pasé
la lengua.
Sujeté su pelvis en el ángulo que necesitaba, haciendo
que clavase los talones en el colchón, mientras buscaba las
sábanas a tientas. Yo estaba tumbado boca abajo y mi polla
estaba colocada entre mi cuerpo y el colchón. Era hasta casi
doloroso. Cuando su respiración se hizo demasiado agitada,
me volví para explorar el resto de su cuerpo, el interior de
sus muslos, sus pechos, hasta que nuestros rostros
quedaron a la altura.
Me miró como si lo fuera todo para ella. La besé
profundamente mientras colocaba mi erección entre sus
muslos. Val gimió cuando le metí la punta.
Ah, joder, joder, joder.
No había sensación en el mundo comparable a estar
dentro de esa mujer, a sentirla rodearme sin ningún
impedimento. Introduje centímetro a centímetro,
observando cómo su precioso rostro se contraía de placer.
Abrió más los muslos, levantando las rodillas. Entonces la
penetré, mi pelvis empujaba contra la suya. No nos
dábamos tregua, estábamos buscando nuestra liberación.
Pero cuando sentí que estaba demasiado cerca del clímax,
me retiré y acerqué mis labios a su oreja.
—Ponte a cuatro patas.
Val obedeció y, en medio de una bruma de lujuria, se
giró. Le manoseé las nalgas, besándole la espalda mientras
me deslizaba dentro de ella, rápido y con fuerza. Tenía fácil
acceso a su clítoris en esa posición, por lo que hice círculos
a su alrededor, provocándole temblores. Entonces apartó las
manos de la cama para agarrarse al cabecero. En esa
posición tenía aún más fuerza, y se abalanzó sobre mí con
las mismas ganas con la que yo la penetraba. Sus brazos
temblaban ligeramente, como si su cuerpo no pudiera
soportar más placer.
Cuando empezó a apretarse a mi alrededor, gritando mi
nombre, estaba completamente al límite. Me corrí con
fuerza, aferrándome a ella. Sus piernas quedaron
temblorosas incluso después de alcanzar el clímax, y le
rodeé el cuerpo, apoyando los muslos sobre los suyos, con
un brazo alrededor de su cintura y el pecho pegado a su
espalda. Besé lo que pude de su cuello, necesitaba todo el
contacto posible.
—¿Estás bien, preciosa?
Respiraba entrecortadamente, pero se rió.
—Todavía me estoy recuperando.
Después de ducharnos, se envolvió en una toalla.
—Joder, no. Ponte algo de ropa.
—¿O si no, qué?
—Que te comeré a tí en lugar de la cena.
Sonrió.
—No creo que me importe.
—Venga, traviesilla. Vístete.
Hizo un mohín y se dirigió a su dormitorio.
—No tengo una camiseta lo suficientemente grande para
ti —dijo—. Pero si quieres pasearte sin camiseta, por mí
bien.
—¿Así que, debería quedarme sin ropa?
—No me voy a quejar.
Al final no me puse la camiseta, porque necesitaba
dejarla secar. Ver a Val mirarme mientras nos afanábamos
en la cocina me produjo una gran satisfacción. Por una vez,
era ella la que estaba en desventaja.
—Antes estabas cantando —comentó.
—¿En serio? No me había dado cuenta.
No solía cantar, Val tenía ese efecto en mí: me sentía
extremadamente relajado y a la vez increíblemente excitado
a su lado. Colocó los bocadillos que había hecho en dos
platos en la encimera.
Le masajeé los omóplatos, en parte porque aún estaban
un poco encogidos, pero también porque no podía apartar
las manos de ella.
—Todavía estás un poco tensa.
—Sí.
—¿Quieres hablar de ello?
—La verdad es que no. Mi abogado se encargará de ello.
He discutido todas las posibles opciones con él; lo único que
esperaba era no llegar a eso.
—¿Cómo de bueno es?
—¿Mi abogado?
—Sí.
—Es uno de los mejores. —Dijo cómo se llamaba y no me
hizo mucha gracia. Era bueno, pero yo era mejor.
—¿Y si yo aceptara tu caso?
Se dio la vuelta y abrió los ojos de par en par antes de
negar con la cabeza.
—No, no es una buena idea.
—¿Por qué no? Soy muy buen abogado...
—No lo dudo, pero creo que es mejor separar nuestra
vida profesional de la personal.
Ella bajó la mirada y yo capté la indirecta. En caso de
que las cosas entre nosotros no funcionaran, era más fácil si
manteníamos las dos esferas apartadas. Entendí el
mensaje. Una vena palpitó en mi sien. No me gustó nada,
pero lo entendí.
—Val, quiero ser sincero contigo. Cada vez que estoy a tu
lado, me siento como en otro mundo. Esta última semana,
he pensado más en ti que en cualquier otra cosa. Sé que mi
vida no es fácil, pero me gustaría que disfrutáramos de esto
entre nosotros. Como ya te dije, sin expectativas. Dijiste que
querías tomarte las cosas con calma y lo respeto.
Sus ojos buscaron los míos durante unos segundos. Podía
darle lo que quería. Lo sencillo encajaba bien en el torbellino
de obligaciones que era mi vida. Estar en casa de esa
mujer, junto a ella, me permitió deducir cómo era. Su calor
llegó hasta mi interior y me sentí vivo como nunca antes.
Cuando se puso de puntillas y apretó sus labios contra
los míos, pude jurar que algo se había derretido dentro de
mí.
—Claro que sí. Venga, vamos señor. Muéstreme su
talento para el masaje.
Se rió mientras llevaba los platos a la mesa.
—¿Dudas de mí?
—No, en absoluto. Ya conozco algunos de tus otros
talentos y estoy deseando descubrirlos todos.
Para demostrarle que se equivocaba, me coloqué detrás
de ella mientras se comía el segundo bocadillo, trabajando
los puntos de presión de su cuello y hombros.
—Uf, esto es increíble. La cena y tus manos. ¿No tienes
hambre?
Acerqué mi boca a su oído.
—Sí, pero no de comida precisamente.
Respiró hondo y apretó los muslos.
—Bueno, creo que deberías comer algo de todos modos.
—¿Por qué? ¿Acaso mis manos te distraen?
—Puede ser.
—¿Impresionada con mis habilidades de masaje?
Suspiró.
—Sí, sí. ¿Qué otras habilidades tienes? Es solo para estar
preparada.
—Las mantendré en secreto por ahora.
—Espera un momento, ¿has estado literalmente dentro
de mí y ahora vas a guardar secretos?
Me senté a su lado, jugando con algunos mechones de su
pelo.
—Antes de darte más información, necesito estar dentro
de ti un par de veces más. Quiero ver tu preciosa cara
cuando haga que te corras.
Tragó saliva y por poco la subo a la mesa. Mi apetito por
esa mujer era insaciable. Besé sus hombros descubiertos,
alternando entre ellos, disfrutando de cómo la hacía
retorcerse. Charlamos tranquilamente durante la cena y,
cuando terminamos, nos fuimos a su sofá. Subí sus pies a
mi regazo y masajeé sus arcos.
—Voy a preparar el postre —dijo al cabo de un rato,
medio levantándose del sofá antes de que yo tirara de ella y
se dejara caer de nuevo en mi regazo.
—Val, ven aquí.
—¿Por qué?
—Quiero abrazarte un rato. —Inhalé su dulce aroma,
tocando su cuello con la punta de mi nariz—. Me alegro de
que hayas accedido a traerme aquí contigo esta noche.
—Si no recuerdo mal, no me has dejado elección.
—Había olvidado ese pequeño detalle.
Sonreí, besé su mandíbula y luego el lóbulo de su oreja.
Cuando la solté, se dirigió a la cocina y preparó un delicioso
batido. No podía dejar de tocarla hiciera lo que hiciera. Así
que, cuando volvimos al sofá, la coloqué de nuevo en mi
regazo. Tenía los muslos a los lados y le mordisqueé el
cuello.
—¿Qué haces? —preguntó.
—Pensando en cómo darte las gracias por el postre.
Besé su clavícula, luego empujé su vestido sin tirantes
hacia abajo, para tener acceso a sus pechos. Cuando chupé
un pezón con la boca, ella me recompensó con un gemido
encantador.
—¿Y cómo vas a hacerlo?
—Tengo algunas ideas.
Capítulo Diecisiete
Val
—Srta. Connor, me gusta lo que escucho. Llevo unos años
con un ojo puesto en su empresa y creo que sus productos
encajan perfectamente con nuestros clientes —dijo Davis en
voz baja y uniforme.
—Me alegra oír eso.
Sonreí de forma educada, aunque por dentro estaba
bailando. Había trabajado durante años para llamar su
atención. Era el fundador de una de las mayores cadenas de
perfumerías de California que vendía fragancias de alta
gama. No podía creer la suerte que había tenido cuando me
llamó para concertar una cita. Había quedado con él para
almorzar cerca de mi oficina, en uno de mis restaurantes
favoritos, y no pude evitar recorrer con la mirada la terraza,
con la esperanza de vislumbrar a Carter. Me había dicho que
comería allí con un grupo. Me había reunido con mi abogado
la semana anterior, el martes por la tarde, así que, en
definitiva, aún no habíamos tenido una cita... pero teníamos
algo pensado para esa noche. También habíamos almorzado
juntos todos los días durante la anterior semana y media.
—Ya estamos a mediados de noviembre, así que no
llegaremos a tiempo para la campaña de Navidad, pero para
año nuevo podríamos empezar promoviendo una de sus
líneas como la Dreamsetter, y después de observar cómo
funciona, podríamos evaluar la posibilidad de crear una
línea exclusiva como la que tiene para Sephora.
—¿La conoce?
—Un hombre como yo no acude a una reunión sin haber
hecho sus deberes. Tiene una perspectiva fresca. Ni
corporativa, ni artesana, está en un punto intermedio y eso
es justo lo que buscamos.
—Sin embargo, sí que ha publicitado líneas artesanales.
—Es verdad que hemos probado esa vía, aunque yo me
opuse desde el principio. Los artesanos piensan ante todo
en la artesanía, no en el consumidor, y eso se refleja en las
ventas. Pero usted, señorita Connor, ha encontrado su nicho
y lo ha hecho muy bien.
Davis sonrió con perspicacia bajo su poblado bigote que
era blanco como la nieve. Recibir un cumplido de una
leyenda de los negocios como él era un gran elogio.
—¿Le gustaría pasar por mi despacho después? Podría
enseñarle algunos de nuestros actuales proyectos
confidenciales.
—Gracias por la oferta, pero tengo que ir directamente al
aeropuerto de Los Ángeles. De todas formas, voy a ponerla
en contacto con mi nieto. Él se encarga del meollo, por así
decirlo. Estoy seguro de que harán buenas migas.
—Por supuesto.
Charlamos sobre las últimas tendencias en fragancias,
cuáles iban a durar y cuáles estarían de moda en verano.
Estábamos a mitad del almuerzo cuando vi entrar a Carter
con un grupo numeroso. Me guiñó un ojo antes de sentarse
en una silla desde la que tenía vista directa hacia mí.
Le devolví el guiño lo más discretamente posible y luego
me centré en Davis, continuando nuestra conversación. Sin
embargo, noté que Carter me estaba observando. Por el
rabillo del ojo, le espiaba de vez en cuando, y cada vez que
lo hacía, me devolvía la mirada. ¿Acaso no le importaba que
los demás pudieran darse cuenta? Evidentemente, no. Me
sentí muy halagada por ello... pero todas las miradas
ardientes que me enviaba me estaban desconcentrando.
Centré mi atención en mi futuro socio, que entonces me
hablaba de su nieto y de cómo lo había preparado para que
se hiciera cargo de la empresa cuando él se jubilara, ya que
su hijo no tenía ningún interés.
Lo estaba haciendo muy bien, concentrada en nuestra
charla, ignorando las miradas intensas que me lanzaba
cierta persona. Pero entonces sonó una notificación en mi
móvil. Como de costumbre, lo tenía sobre la mesa y vi el
mensaje.
Carter: Te he echado de menos.
Era de mala educación contestar, así que intenté
ignorarlo, pero algo revoloteó en mi vientre. Unos minutos
después llegó un segundo mensaje.
Carter: Estás impresionante con esa ropa. Estoy
deseando quitártela.
El revoloteo se desplazó hacia el sur. Apreté los muslos
por reflejo. Ay, Carter. ¿Dónde estaban sus modales ahora?
Seduciéndome cuando estaba en medio de un almuerzo de
negocios.
Aparté discretamente el teléfono y, aún con más
discreción, le lancé una mirada fulminante desde el otro
lado del restaurante. Me salió el tiro por la culata, ya que,
unos minutos más tarde, la pantalla de mi teléfono se
iluminó con otro mensaje. No podía verlo y me moría por
saber qué decía.
Mantuve las manos juntas para no coger el teléfono.
Cuando terminó el almuerzo, Davis pidió la cuenta.
—Yo invito —le dije.
—Oh, no, no, no. Cuando un viejo como yo sale con una
jovencita, nunca la deja pagar.
—Insisto. Fui yo quien quiso quedar en un restaurante.
Se rió entre dientes.
—Qué carácter. Estoy deseando que mi nieto la conozca.
Él también tiene una personalidad fuerte.
Entrecerré los ojos. ¿Intentaba emparejarnos?
—Harían una gran pareja.
Dios mío, sí que lo estaba intentando. Me reí ante su
actitud descarada, pero no me sorprendió. Davis era
conocido por hacer las cosas a su manera y por no
importarle lo más mínimo el protocolo empresarial.
Nos dimos la mano al levantarnos y yo le eché un vistazo
a la pantalla de mi smartphone antes de meterlo en el
bolso.
Carter: Nos vemos dentro del restaurante cuando
termines.
Levanté la mirada lo suficiente para ver a Carter
levantarse de su silla y abandonar la terraza, dirigiéndose al
interior del edificio.
Tras despedirme de Davis, seguí a Carter. El corazón me
retumbaba en el pecho, como si estuviera a punto de hacer
algo indebido.
Aunque hacía un fresco agradable dentro, el restaurante
estaba vacío, ya que todos los clientes habían elegido
almorzar en la terraza. Sentí la presencia de Carter antes
incluso de ubicar dónde estaba. Supe que me estaba
observando antes de girar sobre mis talones y verle en la
esquina más alejada, en una especie de rincón. Esbozó una
sonrisa, y juraría que sentí un zumbido por toda la piel. Me
dirigí hacia él, intentando parecer firme.
—No puedes hacerme esto.
—¿Qué?
—Distraerme así en horario de trabajo.
Levantó una comisura de los labios.
—Estabas almorzando.
—Un almuerzo de negocios.
—Ven aquí.
Antes de que pudiera replicar, me agarró de la cintura y
me acercó. Su boca se posó en la mía al segundo siguiente.
Me lamió el labio inferior antes de morderlo ligeramente.
Sentí el contacto directamente en mis pezones y me apreté
contra él mientras profundizaba el beso.
—Estamos en un restaurante —susurré después—. ¿Has
olvidado tus modales?
—Haces que me olvide hasta de mi nombre, Val. —dijo
contra mis labios, revolviendo mechones de pelo entre sus
dedos—. Iba en serio cuando te dije que te echaba de
menos.
—¿Así que por eso me enviabas mensajes subidos de
tono durante mi almuerzo de negocios? ¿Porque me
echabas de menos?
—No era la única razón. Quería recordarte que no estaba
lejos, por si el viejo Davis resultaba demasiado encantador.
—No te preocupes. Solo elogiaba mis habilidades
comerciales.
—¿Váis a trabajar juntos?
—Eso parece. Incluso ha mencionado la posibilidad de
crear una línea exclusiva.
—Eso es estupendo, cariño. Me alegro por ti. ¿Vas a
trabajar directamente con él?
—No, me ha contado que está preparando a su nieto
para tomar el relevo. —Entre risas, añadí—:Creo que espera
que congeniemos. Dijo que haríamos buena pareja.
La sonrisa de Carter se desvaneció. Su mandíbula se
tensó, me miró de forma extraña y luego apartó la mirada.
—¿Y tú qué crees? —preguntó finalmente.
Estaba confusa.
—¿Qué creo de qué?
—¿Crees que váis a congeniar?
—Bueno, la verdad es que espero que quede tan
impresionado como su abuelo.
—No me refería a la sala de reuniones.
Arrugué la frente.
—No te entiendo.
—¿Te gustaría salir con él?
Nunca le había oído tan tenso.
—¿Qué? No, claro que no.
Se me hizo un nudo en el estómago, me preguntaba
adónde estaba yendo exactamente esa conversación. No
habíamos establecido límites concretos, pero tenía que
saber en qué punto estábamos... No podía volver a cometer
el error de suponer las cosas.
Me cogió un lado de la cara, me echó la cabeza hacia
atrás y me pasó el pulgar por el labio inferior.
—No quiero que salgas con nadie más.
Dejé escapar un suspiro de alivio.
—Claro que no. Dejé al chico que se suponía que iba a
ser mi cita para la gala benéfica porque descubrí que no
había querido que fuéramos exclusivos, pero ni siquiera se
molestó en decírmelo.
—Lo siento.
Carter se apartó un poco y tomó mis manos entre las
suyas y, antes de volver a mirarme, me dio un beso en cada
una de las mejillas.
Esbozó una pequeña sonrisa, posando sus labios sobre
los míos.
—Quiero dejarte una cosa clara, Val. Eres la única mujer
en la que pienso.
No creía que supiera lo mucho que significaban esas
palabras para mí. Me hacían sentir valorada e importante,
no como si estuviera en segundo plano. Sonrió y llevó
nuestras manos entrelazadas a los lados de mi cara. Lo
siguiente que recuerdo es que me besó tan
apasionadamente que estuve a punto de trepar sobre él allí
mismo.
—Carter, ¿y si viene alguien? —le advertí.
—Mirarán para otro lado.
—¿No está tu grupo esperándote fuera?
—La verdad es que me importa una mierda —dijo con
voz cruda—. Despeja el resto del día.
—No puedo. No puedes.
—Ponme a prueba. —Me besó en la mejilla y se acercó a
mi oreja—. Quiero demostrarte lo mucho que has estado en
mi mente. Enseñarte exactamente lo que quiero hacerte.
Dios mío. Estuve a punto de decir que sí y olvidarme de
todo lo que tenía que hacer. Pero de alguna manera me las
arreglé para pensar con claridad.
—Nop. Usted, señor, ya me ha distraído bastante por hoy.
Vuelva al trabajo y deje de corromperme.
—Entonces te veré a las seis.
No habíamos hecho ningún plan más allá de ponernos al
día, así que ladeé la cabeza, decidida a jugar con él.
—Tengo una reunión que empieza a última hora de la
tarde, así que tendremos que dejarlo para otro día.
—¿Me estás tomando el pelo? —Las palabras salieron de
él como un gruñido, lo que me hizo soltar una risita—. Estás
de coña.
—Sí, sí que lo estoy. Sobre lo de dejarlo para otro día... la
verdad es que tengo una reunión a última hora de la tarde.
Me dirigió una mirada abrasadora.
—No dejes que se prolongue demasiado o voy a irrumpir
y echarte encima del hombro antes de que termine.
Capítulo Dieciocho
Val
Llegué de nuevo al despacho y fruncí el ceño en cuanto
eché un vistazo a mi agenda. Mi abogado estaba de camino
para hablar de la demanda.
—Lo tengo todo preparado —resumió después de que
repasáramos los detalles durante una hora.
—Vale. Gracias por todo.
Después de que se marchara, cogí el cuaderno rosa que
utilizaba para hacer lluvia de ideas sobre eslóganes para el
contenido de marketing, pero no podía concentrarme. En
vez de hacer eso, me puse a dibujar una lila, el ingrediente
clave de la línea de cuidado de la piel que Beauty
SkinEssence quería que abandonara.
Me alegré de tener planeada una cita con Carter porque,
de lo contrario, volvería a entrar en un bucle de
preocupación. Sin embargo, a medida que pasaba la tarde,
volví a ponerme nerviosa.
No iba vestida apropiadamente para una cita. Llevaba
una blusa campesina y una maxifalda. Normalmente, me
pondría algo más conservador para una reunión de
negocios, pero Davis era conocido por ser informal. Ese día
había llevado puesta una camisa hawaiana. No pude
cambiarme, ya que Carter y yo habíamos hecho planes para
esa noche justo después de que yo hubiera salido de mi
casa.
Aquella tarde, a pesar de estar inmersa en las muestras,
mi actividad favorita, no paré de mirar al reloj, deseando
que el tiempo pasara más deprisa. A las cinco y media,
entré en el servicio para refrescarme, aplicarme
desodorante y un poco más de máscara de pestañas.
Luego silbé sin motivo alguno.
—¿Quién tiene una cita con un hombre guapísimo? —
Canté—. Exacto. Yo.
Me sentí un poco tonta, pero estaba oficialmente fuera
de servicio, así que podía dejar salir mi lado juguetón.
—¿Quién se lo va a pasar en grande? Yo.
Estaba a punto de empezar a mover las caderas para
bailar, cuando oí la cisterna de uno de los retretes y gruñí
para mis adentros.
Samantha, una de mis empleadas del departamento de
contabilidad, salió. Se esforzaba por no reírse. La saludé con
cara de póquer, aunque sentía que se me calentaban las
puntas de las orejas. Qué mala suerte. Pero bueno, iba a
recogerme un hombre muy guapo. No se podía tener suerte
en todo.
Mientras esperaba a Carter en el vestíbulo, comprobé
cómo estaba Jace, que había vuelto de un partido fuera de
Los Ángeles hacía unas horas.
Val: ¿Tienes algo para comer? ¿Te has lesionado?
Jace: Ninguna de las dos cosas, pero antes de que
me pidas que vaya a cenar, te recuerdo que estamos
en la era del reparto a domicilio. Me voy a la cama
ahora mismo a dormir doce horas seguidas, pero
mañana te llamo, ¿vale?
Val: Claro. Cuídate.
Bueno, algunos hábitos eran difíciles de cambiar.
Obviamente sabía que Jace no necesitaba que le mimaran,
pero no podía evitarlo. Solo esperaba no atosigarlo.
Cuando Will era inspector en el cuerpo de policía, me
preocupaba constantemente por él. Intenté que no se
notara demasiado, pero creo que no lo conseguí.
Mis hermanos no se quejaban, pero a veces me sentía
como una de esas madres que hacen que sus hijos mayores
pongan los ojos en blanco cada vez que su nombre aparece
en la pantalla de su teléfono.
Justo en ese momento llegó Carter y me relamí los labios
mientras cruzaba la habitación dirigiéndose hacia mí. Ese
hombre era una obra de arte. Llevaba un peinado impecable
y me moría de ganas de despeinárselo un poco. Me recorrió
con la mirada y sentí cómo mi cuerpo reaccionaba ante él.
Mi piel anhelaba fervientemente su contacto.
—¿Lista para irnos?
Asentí. Era aún más cautivador de cerca, con el botón
superior de la camisa abierto y su exquisito aroma
rodeándome. Me ajusté la correa del bolso al hombro,
consciente de que seguía observándome con atención,
como si me estuviera desnudando con la mente.
—Estás preciosa.
—No voy vestida de forma apropiada para una cita, pero
no he tenido tiempo de ir a casa y cambiarme. Sé que mi
estilo hoy es un poco... diferente.
—Me gusta. Me gusta que seas diferente y que no tengas
miedo a demostrarlo.
—Papá solía decir ‘‘si no puedes ocultar la locura,
acéptala’’.
Se acercó y me puso una mano en la cintura. Sus dedos
presionaban como si apenas pudiera esperar a tocarme.
Acercó su boca a la mía, besándome con tanta fogosidad
que sentí que se humedecía la entrepierna. Me apreté
contra él, porque necesitaba tenerlo más cerca. Me alegré
de que estuviéramos en un pequeño rincón del vestíbulo,
ocultos a la vista.
Dios mío, el efecto que ese hombre causaba en mí
debería ser ilegal. Apoyó la cabeza en el pliegue de mi
cuello.
—Me vuelves loco —sus palabras salieron casi como un
gemido—. Vámonos antes de que me olvide de los planes de
esta noche.
Sonreí mientras salíamos del edificio, orgullosa de haber
causado ese impacto en él.
—Cena en la oscuridad —exclamé cuarenta minutos
después, cuando llegamos a nuestro destino. Leí esas
palabras en el cartel expuesto junto a la entrada del
restaurante—. ¡Qué emocionante!
Había leído sobre ello. La comida se servía
completamente a oscuras. La falta de luz agudizaba los
demás sentidos.
En cuanto estuvimos dentro, una amable camarera nos
condujo a una pequeña sala apartada que seguía bañada
por la luz. Me encantó que las sillas estuvieran en lados
adyacentes de la mesa y no enfrentadas. La camarera nos
explicó que el menú contenía cinco platos y que teníamos
que elegir entre tres opciones para el plato principal.
Alguien apagó las luces justo antes de que nos sirvieran
los aperitivos. Me sorprendió lo diferente que era la
experiencia, como si no estuviera simplemente cenando,
sino disfrutando de un festín de sensaciones. Tomé nota
mentalmente para realizar el proceso de la cata de
muestras con las luces apagadas la próxima vez. A veces,
cuando me centraba en una muestra, cerraba los ojos, pero
me preguntaba si la experiencia sería diferente. Me moría
de ganas de saber cómo era.
—Siempre he querido probar algo así —dije.
—Sabía que te iba a gustar.
—¿De verdad? ¿Por qué?
—Porque es algo inusual.
Me retorcí en el asiento.
—Sé que soy un poco rara, por la forma en que me visto
y cómo saco los dichos de papá de vez en cuando.
Sentí que su mano cubría la mía.
—Valentina, lo he dicho como un cumplido. Y no me
parece nada raro que utilices tan a menudo los dichos de tu
padre. Eres una persona muy cercana y cariñosa. Es tu
forma de mantener vivo su recuerdo.
Nunca lo había pensado así, pero cuando lo dijo, supe
que era cierto. Cada vez era más sensible a su presencia,
mientras él seguía tocándome la mano. Me costó centrarme
en el plato principal porque el hombre que estaba a mi lado
captaba toda mi atención.
—¿Bueno, qué? ¿Me he ganado el derecho a conocer tus
más profundos y oscuros secretos? —preguntó Carter.
—Mmm... Yo diría que te estás acercando.
—Te estás aprovechando de mí.
Por su tono de voz, era obvio que estaba sonriendo. Me
gustaba la experiencia de cenar en la oscuridad. Era
divertido tener que adivinar cuáles eran sus reacciones.
—¿Tú crees? Te confesaré una cosa: No me lo pasaba tan
bien desde que estuvimos en el barco.
—Bueno, eso confirma que yo soy el denominador
común.
Me reí, notando que me estaba tocando la pierna por
debajo de la mesa. La oscuridad lo hacía todo más
excitante.
—Me alegro de que lo estés pasando bien.
—Es divertido. Y me siento tan... libre cuando estoy
contigo. Como si pudiera ser yo misma.
Me besó la mano y luego entrelazó nuestros dedos.
—Nunca sientas la necesidad de fingir que eres otra
persona. Eres una mujer extraordinaria, Valentina Connor.
—Vaya, gracias.
Suspiré, preguntándome cómo demonios iba a evitar que
mis expectativas aumentaran cuando decía cosas como
esas que, bueno... me hacían desear que se quedara mucho
tiempo a mi lado para poder seguir escuchándolas.
—Por cierto, a April le encanta tu estilo.
—¿De qué hablas? Pero si me puse un vestido de verano
en el yate.
—Ha estado cotilleando tu Facebook e Instagram. Ha
hecho una lista con todo lo que quiere comprar. Vamos a ir
de tiendas este fin de semana. Ya me da miedo.
—Puedo acompañaros para ayudar —ofrecí.
—Gracias, pero no te preocupes. Nos las apañaremos.
Me encogí y cerré los ojos, aliviada de que no pudiera
verme. ¿Por qué tenía que meter las narices en todo? Sabía
que podía llegar a ser demasiado cariñosa y controladora. Si
no me invitaba, no debía insistir. Las cosas tenían que
progresar de forma natural. No se podía obligar a nadie a
que te quisiera en su vida, por mucho que lo intentaras. No
se podía amar por dos; lo había aprendido por las malas a lo
largo de los años.
Carter me puso una mano en el muslo, moviendo el
pulgar en un suave movimiento circular. Contuve la
respiración.
—Me muero de ganas por tenerte toda para mí esta
noche.
Su voz era grave y seductora. Si pensaba que mis
sentidos se habían agudizado antes, no era nada
comparado con eso. Bajo mi falda, se me había puesto la
piel de gallina y una especie de cosquilleo se asentaba
entre mis muslos.
—Ahora mismo me tienes toda para ti —bromeé,
sabiendo muy bien a qué se refería.
—Quiero quitarte toda la ropa y tocarte justo aquí. —
Movió su mano más arriba, cerca del comienzo de mi muslo
—. Besarte ahí también. Pellizcarte y lamerte.
Un estremecimiento recorrió mi cuerpo al oír la palabra
lamerte. Sentí que Carter se inclinaba hacia mí, me besó el
brazo y luego el hombro. El momento fue interrumpido por
la llegada del postre, que detuvo la tensión que había.
Entablamos conversación mientras nos deleitábamos con
los macarons con nata montada. La chispa que había
saltado entre nosotros se cocía entonces a fuego lento,
aunque tenía la impresión de que era solo porque Carter
mantenía las manos quietas.
—Voy a intentar oler muestras con las luces apagadas.
Creo que va a ser un experimento interesante.
—¿Siempre buscas formas de mejorar los procesos?
—Por supuesto. ¿De qué otra forma puedo estar a la
vanguardia? Si bien no sé si mejorará el proceso, creo que
puede aportar una perspectiva diferente. Me gusta probar
cosas nuevas.
Cuando terminamos de cenar, Carter preguntó:
—¿Quieres tomar algo más?
Me puso la mano en la parte baja de la espalda,
deslizando el pulgar bajo la blusa, y mi piel chisporroteaba
al contacto. Las chispas pasaron de hervirse a fuego lento a
ser explosivas.
—Vámonos —susurré.
¿Cómo podía excitarme tanto con un simple roce? O tal
vez era el efecto acumulativo de todas las veces que me
había tocado antes. Apenas había abierto la boca cuando
pidió la cuenta. Alguien estaba impaciente.

***
Carter
Hice un gran esfuerzo para no tocar a Val de camino a casa.
Una vez allí, me miró y preguntó:
—¿Te tengo toda la noche para mí?
—Sí. La niñera pasará la noche con las chicas.
—¿Cuánto tiempo lleva con las chicas?
—Dos años. Pero empieza el máster el próximo otoño, así
que voy a tener que buscar a otra persona. Es la prima de
Zachary.
—¿El socio de Sloane & Partners?
—Uno de ellos, sí. Anthony es el otro. Fuimos a la
facultad de derecho juntos.
—¿Eran unos cerebritos como tú?
—Alguien me ha estado buscando por internet.
Me dedicó una bonita sonrisa mientras caminábamos por
el salón en penumbra. No avanzamos mucho porque la
mantenía pegada a mí, besándole el cuello y los hombros, y
de vez en cuando también los labios.
—Lo hice después de que tú me buscaras. Finalizaste tus
estudios antes que los demás, mientras currabas en
trabajos temporales, ¿verdad?
—¿Qué puedo decir? Cinco horas de sueño eran más que
suficientes.
—Yo me pongo de mal humor si no duermo al menos
ocho.
—Tomo nota de eso.
—También me pongo de mal humor si haces ruido por la
mañana.
—También anotado. Volvía locos a mis compañeros de
piso en Harvard con mis horarios.
Se rió entre dientes.
—Me lo imagino. Estudiaste derecho allí, ¿no?
—Sí. Me licencié en la UCLA y estudié Derecho en
Harvard.
—Podríamos habernos conocido en Harvard. Landon y yo
teníamos becas, pero renunciamos a ellas cuando tuvimos
que volver a Los Ángeles para cuidar de los pequeños.
—No lo sabía.
—Al final todo salió bien, pero tuvimos que ser... flexibles,
¿sabes?
—Sí, lo entiendo. Por eso decidí abrir mi propio bufete.
Quería llevar la voz cantante.
—Triunfa quien está al mando. ¿Qué te hizo volver a Los
Ángeles después de terminar la carrera?
—Tuve la mejor oferta de trabajo aquí, y me gusta la
ciudad.
Sentí su sonrisa contra mi mejilla cuando llegamos a la
escalera y la besé contra la barandilla. Tenía tantas ganas
de devorar a esa mujer que sabía que no llegaríamos al
dormitorio. Val separó sus labios para mí, lo que me volvió
loco. Mis manos estaban posadas en su cintura y presionó
ligeramente sus codos sobre mis dedos, como diciéndome
que no la soltara. Como si fuera a hacerlo. Empezaba a
pensar que nunca sería capaz de dejarla ir.
Había pasado tanto tiempo sin recibir afecto, aparte del
cariño que me daba mi familia que, siendo honesto, se me
había dado bien ignorar esa profunda soledad. Pero al estar
Val en mi vida, tenía la sensación de esa ausencia como un
vacío físico que me causaba dolor. Y sabía que solo Val
podía llenarlo.
Pero ella había pasado por unos años difíciles. Se
merecía una relación sin complicaciones, en la que la otra
persona no cargara una mochila a sus hombros ni
responsabilidades como yo.
Jadeó cuando le mordí ligeramente el hombro.
—Llevo días imaginando tocarte así —murmuré.
Encontré la cremallera de su falda y la bajé. Luego
empujé la tela hacia abajo y la falda cayó a sus pies.
Llevaba un tanga que solo cubría las partes fundamentales,
y contuve el aliento.
—Joder, eres demasiado guapa.
Le acaricié cada nalga, manoseándolas, y luego me
agaché, bajándole las bragas lentamente. A continuación
pasé la lengua aún más despacio por las partes que habían
estado cubiertas. El placer me invadió. Ella jadeó,
inclinándose hacia delante.
—Siéntate en la escalera —dije—. No vamos a llegar
arriba. Quiero comerte ahora.
Se movió hacia atrás como si sintiera la intensidad de mi
deseo como una fuerza física. Le temblaban las piernas. Se
sentó en un escalón, apoyando los codos en el de arriba. Le
separé los muslos y le besé la cara interna del muslo
derecho, luego pasé las manos por debajo de su culo,
levantándolo ligeramente. Quería facilitar el acceso. Debió
de darse cuenta porque se estremeció por completo. Estaba
tan excitado que ya no aguantaba más. Llevé los pulgares
hasta su entrada y la abrí de par en par.
—Carter. —Su respiración se aceleró cuando bajé mi
boca. Tenía planeado hacerla estallar de placer,
estimulándola, lamiendo y acariciando donde más lo
necesitaba.
Su orgasmo fue tan rápido y potente que gritó y cerró los
muslos, casi atrapándome entre ellos. Con la respiración
entrecortada, bajé su culo para apoyarlo en el escalón y le
besé la parte superior de los muslos.
Se lamió los labios mientras la ayudaba a levantarse. Se
dio la vuelta y me llevó escaleras arriba.
—¡Oye! Hasta que lleguemos al dormitorio nada. —Me
apartó la mano cuando le toqué el culo.
—¿Por qué?¿Temes que no lleguemos al final de la
escalera?
—Tú me entiendes.
Capítulo Diecinueve
Val
Para mí, catar muestras era uno de los mayores placeres de
la vida. Había rociado tres fragancias en mi antebrazo
izquierdo y tres en el derecho.
Mis colegas químicos ponían el grito en el cielo, en
primer lugar porque la química de la piel alteraba el olor y,
en segundo lugar, porque después de oler tres fragancias, el
olfato estaba demasiado abrumado para distinguir las
diferencias más sutiles.
Esa era la teoría. En la práctica, sabía que la mayoría de
la gente se dirigía a una tienda y probaba todas las
fragancias posibles, incluso sobre la piel. Nadie tenía tiempo
para probar solo tres y luego volver a por más en otra
ocasión.
En cualquier caso, había detectado la mayoría de
nuestras fragancias más famosas rompiendo las reglas, así
que pensaba seguir haciéndolo.
Me encontraba sola en la pequeña sala porque pedí que
no me molestaran mientras tomaba las muestras.
Necesitaba centrarme, detectar las notas más sutiles, tratar
de imaginar qué tipo de emoción o reacción podían
provocar en un cliente. A veces incluso redactaba informes
de estrategias de venta mientras lo hacía. La conversación
que había tenido con Davis hacía entonces dos semanas me
rondaba por la cabeza. Me preguntaba subconscientemente
qué tipo de fragancias podríamos crear para la posible línea
exclusiva. Sacudiendo la cabeza, decidí mentalizarme en la
tarea que tenía entre manos antes de volver a mi despacho
para redactar un correo electrónico dirigido a nuestros
agentes de ventas. Estábamos a finales de noviembre y se
acercaba la Navidad.
A mitad del proceso, oí alboroto en el pasillo, a pesar de
que la puerta estaba cerrada.
Escuché con atención y fruncí el ceño cuando dos de mis
nuevos empleados gritaron con tono de asombro. Entonces
escuché una voz familiar.
—Claro que podemos hacernos una foto, señoritas.
Jace estaba de visita, algo inusual en él. Me preocupé
aún más cuando oí la voz de Hailey. ¿Había pasado algo?
Siempre que nos reuníamos entre semana, lo hacíamos en
otro sitio porque mi oficina pillaba lejos de todo.
Cuando entraron en el despacho, los analicé con la
mirada. Parecían estar contentos y tranquilos, así que me
relajé.
—¡Vaya sorpresa!
Una sorpresa muy bienvenida. Puede que no me gustase
que me interrumpieran mientras testeaba muestras, pero
hacía excepciones con mis hermanos.
—Queríamos hacerte una visita —dijo Hailey—. También
te hemos traído el almuerzo.
Levantó una bolsa de comida para llevar y mi estómago
rugió.
—Subamos. No quiero que el olor de la comida se quede
impregnado aquí, hará que las pruebas sean más difíciles de
hacer.
Subimos las escaleras y entramos en la sala de descanso
más pequeña de las dos que había. Estaba vacía. La
mayoría de los empleados salían a almorzar fuera, y los que
no, preferían la otra porque daba a un balcón.
Mis hermanos me habían traído una ensalada de quinoa
y aguacate y, mientras comíamos, los analicé. No era una
visita al azar. Hailey tenía los hombros ligeramente
levantados, lo que significaba que estaba en modo trabajo,
no de relax, y Jace la miraba de vez en cuando.
—Bueno, siendo sinceros, no estamos aquí solo para
almorzar contigo —dijo Hailey finalmente—. He tenido una
idea.
—Te escucho.
—Sabes que nuestro hermano es bastante famoso.
Fingí tener que pensármelo.
—¿En serio? No me lo hubiera imaginado. Creo que dos
de mis chicas casi se matan por hacerse una foto contigo.
Su fama era atípica, porque el fútbol no solía recibir tanta
atención en los Estados Unidos en comparación con el
baloncesto o el hockey.
Pero mi hermano era más famoso por ser atractivo que
por jugar al fútbol. Todo había empezado unos años antes,
cuando hizo una aparición en un anuncio de gran
repercusión. Internet explotó.
Después, GQ publicó una lista de los futbolistas más
sexys, y su fama pasó de Internet al mundo real. En una
ciudad llena de celebridades, que Jace fuera tan popular ya
era mucho decir.
—Tres, en realidad. —Jace esbozó una sonrisa tímida.
—Y sé que necesitas un modelo para tu línea de
fragancias masculinas —continuó Hailey.
—Sí —dije paulatinamente.
—Quiere ofrecerme como cebo —dijo Jace guiñando un
ojo—. Ahora que soy famoso y todo eso. Antes ni siquiera
me daba la hora.
—No me provoques antes de que haya terminado de
comer. Es una práctica peligrosa —advirtió Hailey.
—Guau —Miré a Jace directamente—. ¿Estarías
interesado? Nunca me lo habías dicho.
—Nunca me lo habías preguntado. Pensé que quizá
buscabas otra cosa.
Levanté una ceja.
—¿Alto, guapo y elegido la estrella de fútbol más sexy
por segundo año consecutivo? Estás que te sales, hermano.
Me encantaría, si estás dispuesto.
—Lo estoy.
Hailey aplaudió.
—Sabía que sería buena idea.
Alterné la mirada entre ellos, intentando atar cabos.
—¿Cómo habéis acabado hablando de esto? ¿Os habéis
reunido en la oficina de Hailey para hablar de oportunidades
de publicidad? ¿No te especializas en escándalos de
relaciones públicas, hermana?
—Siempre nos pilla —murmuró Jace en tono de derrota.
Hailey suspiró.
—Necesitaba mi consejo para otro asunto, pero
acabamos hablando de esto también.
Las alarmas sonaron en mi mente. Si necesitaba del
asesoramiento de Hailey, es que algo fuerte había pasado.
—Jace... ¿qué ha pasado?
Mi hermano vaciló y luego dijo:
—Una mujer escribió al club afirmando que está
embarazada de mi hijo y que si no le daban mis datos de
contacto, se comunicaría con la prensa.
Me quedé inmóvil como una estatua.
—¿Es verdad lo que dice? —pregunté finalmente.
Jace se llevó la barbilla al pecho.
—Eso ha sido un golpe bajo, hermana. Pensé que te
pondrías de mi lado al instante.
—Siempre estoy de tu lado —aclaré—. Solo quiero saber
la verdad.
—No, claro que no es cierto. Ni siquiera conozco a esa
mujer. El Departamento de Relaciones Públicas del club
suele ocuparse de estos temas sin decirnos nada.
Aparentemente la gente inventa todo tipo de cosas para
conseguir nuestra información personal.
—No lo entiendo. ¿Entonces, por qué es un problema?
—Hizo un relato muy detallado de lo que hice mientras
estaba en un bar celebrando una victoria. La historia
parecía real, y dio que pensar a nuestro equipo de
relaciones públicas. Fue entonces cuando pedí consejo a
nuestra querida hermana.
—Los empleados del Departamento de Relaciones
Públicas de los Lords y yo revisamos las grabaciones de
todas las cámaras de seguridad del bar. Hemos podido
averiguar qué aspecto tiene buscando su nombre en
Facebook —explicó Hailey—. Había estado en el bar esa
noche, observándole, y por eso podía dar todos esos
detalles. Pero ni siquiera hablaron, y ella se fue antes que
él.
Recordé cómo estuvieron cuchicheando juntos durante
las dos últimas cenas de los viernes. Quería preguntarles
por qué no lo habían compartido con todos nosotros tal
como yo les había contado mis problemas con Beauty
SkinEssence, pero conocía el modus operandi de Hailey:
solo compartía un problema después de haberlo resuelto. Lo
que no sabía es que Jace también operaba de la misma
manera.
—Nos costó un tiempo conseguir la grabación y revisarla,
pero cuando se la confrontó con las pruebas, abandonó el
tema —explicó Hailey—. Entonces Jace y yo pasamos a
cuestiones más alegres, que incluían que él se desnudara
para tus anuncios.
Jace gruñó.
—Solo accedí a plantearme hacer anuncios sin camiseta.
—Ganaremos por cansancio —me susurró falsamente mi
hermana.
—Haremos lo que te parezca bien —le aseguré a Jace.
—Pero me intentarás convencer para que me sienta
cómodo quitándome la ropa... —supuso.
Sonreí.
—Prometo no hacerlo.
—Qué aburrida estás hoy. —Hailey hizo pucheros y luego
comprobó la hora en su teléfono—. Tengo que irme ya.
Se levantó y nos besó a los dos en las mejillas. Jace no
hizo ademán de irse.
—Hemos venido por separado —dijo Jace ante mi mirada
interrogante.
—¿Estás bien?—pregunté después de que Hailey se
fuera.
—Sí. Es solo que no merecía pasar por este follón, pero
supongo que nadie lo merece.
Jace era el tipo de persona despreocupada. Siempre
había sido así, como si nada pudiera perturbarle o
molestarle. Pero en las últimas ocasiones había notado que
le pasaba algo. No le había dicho lo que pensaba porque
estaba intentando ser menos ‘‘madre osa’’ con todos ellos,
pero no quería seguir callada.
—Hay algo más que te preocupa —dije de forma suave.
—Cuando decidí jugar al fútbol profesional, quería
hacerlo porque me encantaba. Pero últimamente tengo la
sensación de que jugar está en segundo plano. Las cosas
se fueron de madre desde que GQ me otorgó el título. No
me puedo quejar, la fama también me ha traído muchas
ventajas, y las he disfrutado, es solo que...
—¿Qué?
—Estoy un poco saturado. La presión, las expectativas.
Toda esa gente que sale de la nada y quiere hacerse amiga
mía. Te envidio. Tú has construido todo esto, pero mantienes
tu privacidad.
—¿Estás seguro de que quieres seguir con lo de la
publicidad? No ayudará a la causa.
—Creo que es hora de que me acostumbre a todo esto,
de que lo aproveche. Fíjate de lo que me quejo... divagando
sobre problemas del primer mundo. —Negó con la cabeza.
—Oye, todos los problemas son importantes, y creo que
lidiar con el cambio es natural. Es un proceso, como todo.
—¿Y si simplemente no sirvo para esto? —dijo bajando la
voz. Me di cuenta de que le pesaba la idea.
Por regla general, cuando daba consejos o tranquilizaba
a alguien, intentaba ponerme en el lugar de la otra persona,
pero en ese caso, estaba fuera de mi alcance. Mi marca se
había construido en torno a los productos, no a mí, así que
siempre había estado en el anonimato.
—Jace, eres el jugador más valioso de los Lords. Tu juego
es excelente. Eso es lo importante. El resto es secundario,
pero te estás agobiando, estoy segura de que puedes tomar
medidas para evitar ser el protagonista.
—Lo sé, pero también me parece estúpido no aprovechar
mi suerte. Sé que esta carrera no es para siempre. Si tengo
mala suerte, una lesión puede acabar conmigo en cualquier
momento. Estos contratos para anuncios suponen un buen
ingreso que seguramente necesitaré más adelante. Como
decía papá, solo necesito ser fuerte. De cualquier manera,
no durará para siempre. Quizás me queden diez años de
carrera, y luego la gente olvidará quién soy. Perdón por
echarte todo esto encima. Evidentemente necesitaba
desahogarme.
—No tienes que disculparte. Siempre puedes hablar
conmigo.
—Gracias, hermanita. ¿Cómo te va con el tema de
Beauty SkinEssence?
—Parece como si estuviéramos jugando al ajedrez. Su
abogado hace un movimiento, luego el mío, luego el suyo
otra vez. Mientras tanto, los honorarios de los abogados se
acumulan, no quiero ni pensar en ello. Así que, ya que estás
aquí...
—Vaya. Sé lo que vas a preguntar.
—¿Cómo lo sabes?
—Estabas en la sala de catas. Y quieres arrastrarme allí
contigo.
—La perspectiva de un hombre siempre ayuda.
Jace sonrió. Yo le devolví la sonrisa.
—Vale, te acompañaré. Pero solo porque me siento
culpable por echarte todo esto encima.
—Oooh. Yo también te quiero.
Capítulo Veinte
Val
Torturé a mi hermano durante una hora antes de acabar la
jornada. No pretendía darle la lata, pero requería mucho
esfuerzo sacarle a Jace algo más que ‘‘Me gusta’’ y ‘‘Esta
también está bien’’. Necesitaba ir al grano. Si formara parte
de un grupo de debate, sería un hueso duro de roer.
—¿Tienes tiempo para tomar un té? —pregunté mientras
nos dirigíamos a la sala de descanso—. Leta me acaba de
mandar un mensaje diciendo que está por la zona y que se
pasará.
Leta era una buena amiga mía. La había conocido hace
unos años en una conferencia y congeniamos de inmediato.
—Claro.
Entrecerré los ojos y miré a Jace. Parecía demasiado
entusiasmado. Le pellizqué el brazo.
—Leta es mi amiga. No intentes ligar con ella y me
pongas en una situación incómoda.
—¿Estás insinuando que le rompería el corazón? Qué
poca fe tienes en mí.
—Tienes razón. Cuando se trata de esos temas, tengo
cero fe. —Entrecerré los ojos—. A menos que me estés
diciendo que quieres sentar cabeza...
Jace parecía sorprendido.
—Hermanas. Siempre dispuestas a apuñalarte por la
espalda.
—Nunca. —Le acaricié la mejilla.
Hubo un tiempo en que disfrutaba con toda la atención
mediática y los interminables amoríos. Pero ahora parecía
que estaba listo para hacer algunos cambios.
—No has respondido a mi pregunta, así que lo tomaré
como un sí.
—Val —dijo en tono de advertencia.
—Vamos, dame algunos detalles. Descríbeme a la mujer
de tus sueños.
Entrecerró los ojos.
—Por favor, dime que no vas a intentar emparejarme.
—¿Estás de broma? Para eso tenemos a Pippa. Ella es la
experta en la materia. Es solo pura curiosidad fraternal.
Y quizás estaba sonsacando información para pasársela a
Pippa. Tal vez.
Nuestra prima Pippa Bennett-Callahan era una excelente
casamentera y, aunque vivía en San Francisco, no dudaba
de que utilizaría sus artimañas con Jace cada vez que
viniera de visita.
Leta nos esperaba en el pasillo de la sala de descanso.
Me saludó y le regaló a Jace una brillante sonrisa. Vaya.
Como de costumbre, el encanto de mi hermano estaba
haciendo de las suyas. La cuestión era que ni siquiera tenía
que esforzarse. Su sonrisa había sido cautivadora desde que
tenía trece años. El resto de su atractivo aspecto no era de
mucha ayuda, tampoco la fama que le precedía.
Como la sala de descanso estaba abarrotada, cogimos
tres tazas y nos dirigimos hacia mi despacho, donde
también tenía una tetera y una selección de tés.
Hablamos durante media hora antes de que Jace
recibiera una llamada de su entrenador y tuviera que irse a
una reunión de última hora del equipo.
—Chica, tu hermano cada año está más bueno —
comentó Leta cuando Jace se fue—. Y yo he tenido un año
de sequía... Está soltero, ¿verdad?
—Humm... sí.
Leta sonrió de forma pícara y me di cuenta de que
estaba a punto de bombardearme con más preguntas, pero
Carter nos interrumpió.
—Anne no me dijo que tuvieras compañía. —Alternó la
mirada entre Leta y yo.
—Probablemente pensó que Leta se había ido con Jace.
Carter, esta es mi amiga Leta. Leta, Carter se mudó aquí
hace ya algún tiempo. Somos prácticamente vecinos. Es un
excelente abogado.
Carter me miró expectante, y apartó la mirada cuando
Leta le tendió la mano. Me fijé en su mirada descarada, en
la pícara sonrisa que le dedicaba. Bajé la mirada hacia mi
taza, mientras inspiraba y espiraba varias veces. Se me hizo
un nudo en el estómago. Leta era una ligona, además de
muy guapa. Decidí levantar la vista para analizar la
expresión de Carter mientras le estrechaba la mano.
Detecté cortesía, y volví a mirar a mi taza. Temía mirar
demasiado y descubrir que había algo más.
—Me vendría bien un buen abogado —comentó Leta—.
¿Tienes una tarjeta de contacto?
—No la llevo encima, pero Val puede pasarte mi
información.
—Genial. Me gustaría conocer tu experiencia.
Deberíamos ir a cenar algún día. Yo invito, por supuesto.
En ese momento tenía el corazón en la garganta. A mi
pesar, levanté la vista. Leta no miraba a Carter como si
apreciara su intelecto. Le miraba como si quisiera quitarle la
ropa. ¿Pero, qué demonios? ¿Había estado ligando con Jace
y ahora se le insinuaba a Carter?
Y hablando de Carter... su mirada estaba puesta en mí.
Su expresión era firme e intensa.
El momento era muy incómodo, Leta miraba a Carter,
esperando claramente una respuesta, pero él mantenía sus
ojos fijos en mí.
Finalmente, Leta dijo:
—Necesito retocar mi maquillaje antes de irme. El baño
está en la tercera puerta al final del pasillo, ¿verdad?
—Sí.
Después de que Leta saliera de la habitación, me dirigí a
la pequeña mesa contra la pared donde guardaba el té.
—¿Quieres? Acabo de comprar una deliciosa mezcla de
hierbas.
—No, no puedo quedarme mucho tiempo. Solo quería
pasar a verte.
—¡Vaya! —Me sentí confundida por dentro.
—Sí.
Percibí una ligera rigidez en su voz que no me gustó.
—Carter, ¿pasa algo? Pareces desconcertado.
Serví más agua caliente en mi taza. Ni siquiera había
oído a Carter moverse por la habitación, pero en ese
momento parecía que estaba justo detrás de mí. Apoyó sus
manos a ambos lados de mis caderas. Me di cuenta de que
no me había contestado, lo que significaba que algo iba
mal. Mi corazón se aceleró y nos quedamos completamente
quietos. Sentí su cálida respiración haciéndome cosquillas
en la piel.
—Me has presentado a Leta como abogado y vecino. Solo
como un mero vecino.
—Vaya. No me he dado cuenta...
Cuando pronunció las siguientes palabras, sus labios
estaban en mi nuca. Susurrando con su grave y seductora
voz que hacía que mis piernas flaquearan.
—He besado cada centímetro de ti. Puedo hacer que te
corras de mil maneras. Quizás debería recordarte todas las
formas en las que no soy simplemente un vecino.
Deslizó su mano desde mi cadera hasta mi vientre.
Solo tocaba mi barriga en pequeños círculos, pero ese
movimiento era el que utilizaba para acariciarme
íntimamente cuando estaba al límite. Respiré hondo. No
podía creer que estuviera tan excitada.
—¿Le has hablado a tu familia de mí, Valentina?
—Se lo dije a mis hermanas y a Landon. Todavía no se lo
he mencionado a Will y Jace porque tienden a ser un poco
sobreprotectores.
—¿Pero se lo dirás?
—Sí.
Me dio la vuelta hasta que quedamos frente a frente y
luego sostuvo mi cara. Quedé sorprendida por su intensa
mirada, las facciones marcadas de su rostro y la tensión de
su mandíbula.
—¿Estás segura?
—Estoy segura.
Sus ojos me examinaban como si intentaran leer cada
pensamiento y emoción que pudiera tener. Aparté la mirada
de él y me centré en su hombro. Esperaba que no percibiera
mi confusión. Todo aquello era abrumador incluso para mí:
la esperanza de que lo nuestro pudiera convertirse en algo
más que una aventura, luchaba contra mi miedo a que me
volvieran a destrozar el corazón.
Quería que mi familia supiera de él, pero ni siquiera me
había pedido que pasara tiempo con él y las chicas. Hacía
un mes que habíamos empezado a acostarnos. Había dicho
que era un vecino porque no sabía cómo presentarlo. No
quería ponerle una etiqueta con la que él no se sintiera
cómodo.
No podía explicar con palabras cuál era mi situación y,
cuando aproximó su boca a mi cuello, besándome desde el
mentón hasta el punto más sensible debajo de la oreja, ni
siquiera era capaz de pensar.
—¡Dios mío, Carter!
—Me encanta oírte decir mi nombre.
Apartándose, pasó su pulgar por mis labios y yo los
separé, sacando la punta de la lengua. Tragó saliva, fijando
su mirada en mi boca. No se lo esperaba. Entonces me
cogió por sorpresa y empujó mis caderas contra el borde de
la mesa. Tomó una de mis manos entre las suyas y, a
continuación, deslizó la suya hacia abajo alrededor de mi
muñeca, con dos dedos presionando sobre mi pulso, antes
de aproximarse y plantarme un beso donde previamente me
había tocado. Dios, estaba tan excitada...
Acercó su boca, hablando contra mis labios.
—¿Estás excitada?
Era consciente de que mi respiración era cada vez más
acelerada. Todo mi cuerpo estaba en tensión, pero aun así,
negué con la cabeza de manera despreocupada. Carter
frunció una ceja. Eché un vistazo entre nosotros cuando
sentí que su mano ascendía por debajo de mi blusa,
mientras estrujaba uno de mis pechos. Luego la quitó y
puso ambas manos en mi cintura. Una sonrisa arrogante se
dibujó en sus labios.
—¿Qué estás haciendo? —susurré.
—Dándote una idea de lo que vendrá esta noche.
—¿Ah, sí? ¿Y qué será?
—Lo dejaré a tu imaginación.
—Se me ocurren algunas ideas.
—No me cabe duda. Bajo tus faldas de tubo y tus blusas
se esconde una chica traviesa.
Hice pucheros.
—¿Me estás llamando fácil?
—No, cariño. Solo estoy diciendo lo sexy que eres.
—¿Estás tratando de convencerme de hacer cosas
sensuales contigo en mi oficina?
—Tal vez. ¿Estás cediendo?
—Jamás. —Intenté apartarle antes de que se le ocurriera
alguna otra idea descabellada, pero no cedió—. ¿Y si alguien
nos hubiera visto? —señalé la puerta que se encontraba
abierta. Carter se rió, pero sus ojos eran oscuros y
brillantes. Le di un manotazo en el hombro—. Lo digo en
serio.
—Sigue así y cerraré la puerta haciendo que te corras
contra ella.
Joder. Me di cuenta de que hablaba en serio. Una parte
de mí quería seguir incitándolo para que cumpliera su
promesa, pero... maldita sea. Estaba en mi despacho, y Leta
volvería en cualquier momento.
Hablando del rey de Roma... Carter finalmente se hizo
hacia un lado al oír pasos que se acercaban.
No fui consciente de lo posesiva que era la forma en la
que me agarraba hasta que noté cómo a Leta se le estaban
por salir los ojos de las órbitas. Estábamos apoyados en la
mesa de las golosinas, uno al lado del otro. Carter me había
rodeado la parte baja de la espalda con un brazo y tenía su
mano en el hueso de mi cadera.
—Val —dijo tímidamente—. No me has dicho que erais
pareja.
De reojo, vi a Carter sonreír. No movió la mano ni un
centímetro mientras respondía:
—Lo somos.
Capítulo Veintiuno
Carter
—Ya casi está listo el zumo de naranja —les dije a Peyton y
April. Ambas estaban resfriadas desde hacía dos días. Se
encontraban mejor, pero aún no estaban sanas al cien por
cien, así que dije en la oficina que ese día también
trabajaría desde casa. Mientras esperaba a que el
exprimidor llenara el vaso, tomé mi segunda taza de café.
Aquel día me sentía más zombie que abogado. Había estado
despierto con Peyton toda la noche. Apenas podía conciliar
el sueño cuando estaba enferma y yo me había
acostumbrado a dormir en el pequeño sofá de su habitación
esas noches. A veces se tendía a mi lado, acurrucando su
cuerpecito contra mí, pidiéndome que le contara cuentos
porque evitaban que los monstruos salieran de debajo de la
cama.
Las había instalado en el salón, porque April había dicho
que no quería quedarse encerrada en su habitación también
durante el día, y Peyton estaba en la edad en la que hacía
todo lo que decía su hermana. Las dos seguían dormidas
cuando les llevé el zumo de naranja. El programa favorito
de Netflix de April seguía reproduciéndose en su portátil,
posicionado de forma inestable en su regazo. Se lo quité,
con cuidado de no despertarlas. Necesitaban dormir. Yo
también, pero un millón de correos electrónicos de trabajo
se interponían entre el sueño y yo.
Mi apartamento era una mezcla de estilo ultramoderno y
clásico, pero la esencia de las chicas era visiblemente
notable. Eran desordenadas, pero no me molestaba. Mi
despacho era la única zona que estaba en orden. Sentado
en mi escritorio, comencé simultáneamente a redactar la
documentación para tres casos diferentes. Hacia el
mediodía, las chicas se despertaron y pedimos comida a
domicilio. Cuando terminamos, supe que tenía que llamar a
Val. Lo había intentado alargar todo lo posible, pero no
podía dejar a las niñas con la niñera esa noche. No me
gustaba salir cuando no se encontraban bien.
Había quedado con Val y tenía muchas ganas de verla.
Me fui a otra habitación para hacer la llamada.
—Hola —saludé cuando descolgó.
—¡Buenas!
—Escucha, sé que teníamos planes para esta noche y
siento mucho tener que cancelarlos. Hoy tengo que
quedarme en casa.
—¿Qué ha pasado?
—Las niñas están resfriadas y estoy trabajando desde
casa.
—Vaya, lo siento mucho.
—Ahora están mejor, pero no quiero dejarlas aquí así.
—Claro, lo entiendo. —Tras una pausa, añadió—: Puedo
pasarme, si quieres.
No me lo esperaba.
—Me encantaría.
—¿Necesitas algo?
—No, estamos bien. Pediré la cena.
—Puedo cocinar algo.
—No tienes por qué.
—Pero soy una gran chef.
—Muy humilde también.
—No cuando se trata de mi cocina.
—No te preocupes, no necesitamos nada.
—¿Te parece bien si me paso a las siete y media?
—Sí, claro.
Tras colgar me pregunté si había sido una buena idea.
Hasta entonces, nuestros encuentros siempre habían sido
despreocupados y juguetones, y había mantenido lo que
tenía con Val separado de todo lo demás. Pasábamos esos
momentos aislados en nuestra propia burbuja. ¿Y si la
realidad de nuestras vidas hiciera que la burbuja explotara?
La verdad era que tenía demasiadas ganas de ver a Val
como para preocuparme por cualquier otra cosa. No
habíamos pasado juntos la cena de Acción de Gracias la
semana anterior, porque había cogido un vuelo con las
niñas para visitar a mis padres.
Llegó puntual. Peyton la esperaba en la puerta. Cada vez
que estaba a punto de conocer a alguien nuevo, se
emocionaba muchísimo, pero cuando se encontraba cara a
cara con esa persona, se escondía.
Como era de esperar, en cuanto abrí la puerta, Peyton se
puso detrás de mis piernas.
Val me sonrió antes de agacharse a su altura.
—Hola, Peyton. Soy Valentina. Puedes llamarme Val.
Como todos mis amigos.
Peyton inclinó tímidamente la cabeza hacia un lado, pero
cuando Val le tendió los brazos, dio un paso hacia adelante.
—¿Soy tu amiga? —preguntó con suspicacia.
—Si tú quieres sí, a mí me encantaría.
Peyton se acercó y se arrojó a los brazos abiertos de Val,
besándole la mejilla. Le llenó la cara de baba, pero a Val no
pareció importarle. Sentí calidez en el pecho al observarlas.
Val había hecho trampa. Les había traído caramelos a las
chicas, y tanto April como Peyton los devoraron encantadas.
—Val, eres mi heroína —exclamó April—. Carter, toma
nota.
Fruncí el ceño, mirando a mi sobrina. Cuando April estuvo
fuera del alcance de mi voz, me volví hacia Val.
—¿Dulces, en serio?
—Comida reconfortante. —Se encogió de hombros como
si fuera lo más natural del mundo.
—Suelo prepararles algo sano cuando están resfriadas.
Val parecía estar esforzándose por mantenerse seria, a
continuación susurró:
—Te contaré un secreto. En realidad, a nadie le apetece
comer sano cuando está enfermo. Solo te recuerda lo mal
que te encuentras. En mi opinión, no es la mejor forma de
levantar el ánimo.
—Buen razonamiento.
Sonrió.
—Puede que sea un poco... diferente, pero oye, peor que
estar enfermo es estar enfermo y malhumorado. Y te puedo
asegurar que el mal humor era tan contagioso en la casa de
los Connor como un resfriado. Por lo que tuve que inventar
mis propias reglas para evitar que eso sucediera. Pero
bueno, al final todos crecieron y se convirtieron en adultos
sanos y responsables, así que no me siento tan culpable.
Era adorable. Me aproximé para besarla, con la única
intención de darle un pico, pero al sentir el sabor de su boca
me quedé con ganas de más. Quería perderme en esa
mujer, explorarla durante días. Me volví aún más codicioso
cuando ella me recompensó con un pequeño gemido. Pero
no podía tocarla en ese momento, así que di un paso atrás.
—Mujer, haces que pierda la cabeza.
—Mmm... Me pregunto por qué será.
—Podría ser por lo suave que es tu piel. —Besé su
hombro—. O este precioso culo. —Lo apreté una vez antes
de mover mi mano lentamente por la zona frontal—. O tu
apretado, apetecible...
—Carter —dijo, casi como un susurro. Sonreí—. No
puedes decir cosas así cuando están las niñas alrededor.
—No pueden oírnos. Me cuesta controlarme cuando estoy
contigo.
—Lo dices como si fuera una diosa del sexo o algo así.
—Lo eres.
Entrecerró los ojos, tamborileando los dedos en su
mejilla.
—No sé si lo dices en serio o es que intentas hacerme la
pelota para conseguir lo que quieres.
—Siempre digo lo que pienso. Pero eso no significa que
no te esté haciendo un poco la pelota. —Mi voz parecía
seria, pero nos reímos juntos de camino a reunirnos con las
chicas en el salón. Sugerí una película, pero April no estaba
de humor para ver nada.
—Llevo todo el día sentada viendo cosas. Estoy aburrida
—dijo April.
Val se mordió el labio inferior.
—¿Qué te gustaría hacer?
—No sé. Oye, ¿dónde te has comprado este cinturón?
Está muy chulo.
—En una de mis tiendas online favoritas. Ya te la
enseñaré. —Tras un momento, añadió—: ¿Te gustan las
fiestas de armario?
—No sé lo que es, pero tiene dos de mis palabras
favoritas, así que me apunto —dijo April.
—Básicamente consiste en echar un vistazo a tu ropa y
ver cómo podemos mezclarla y combinarla para conseguir
conjuntos diferentes a los que sueles llevar.
Por primera vez en todo el día, April parecía estar
animada. Peyton estaba colgada de mi cuello como un
monito, entusiasmada, alternando la mirada entre su
hermana y Val.
—Me encanta el plan.
—Y a mí me asusta —añadí, solo por hacer de abogado
del diablo.
Val se acercó más a April, susurrando lo suficientemente
alto como para que yo lo oyera:
—¿Deberíamos castigarlo y pedirle que se una a
nosotras?
—Nah, va a darnos la lata. Además, me muero de ganas
por un rato solo de chicas.
Se me encogió un poco el corazón. Entonces decidí
pillarlas por sorpresa.
—¿Sabéis qué? Me uniré a vosotras.
Val guiñó un ojo. April hizo una mueca.
—Vale, pero promete que no vas a ponerte a dar tu
opinión... a menos que sea positiva —dijo April.
—Me encanta tu idea de la democracia. Me llevaré el
portátil. Necesito ultimar unas cosas.
April la condujo hasta su habitación. Peyton, que nunca
se perdía nada, salió corriendo a su lado. Val caminaba unos
metros detrás de ellas. Tenía una vista perfecta de su
precioso trasero. Madre mía, la forma en que se movía y el
sensual contoneo de sus caderas me estaba haciendo la
boca agua. ¿Lo estaba haciendo a propósito para excitarme?
Obtuve mi respuesta cuando echó la vista hacia atrás,
esbozando una pícara sonrisa. Como venganza, me acerqué
a ella y le di un pellizco en el culo.
Val no consiguió disimular su expresión de sorpresa, lo
que llamó la atención de April. Cuando se dio la vuelta,
retiré la mano de inmediato. Sentí como si nuestros papeles
se hubieran invertido y yo fuera el adolescente que
intentaba salirse con la suya metiéndole mano a la chica
que le gustaba.
Mientras Val y April sacaban prácticamente todo el
armario fuera y extendían la ropa sobre la cama, yo me
senté en su escritorio, intentando trabajar un poco, pero me
costaba concentrarme. Las chicas se lo estaban tomando en
serio. Incluso Peyton estaba pendiente de cada palabra que
Val decía.
—¿Cómo se te ocurren estas ideas? Yo no las hubiera
puesto juntas, pero queda genial —exclamó April.
—Asistí a un curso privado con una asesora de moda una
vez.
—Eres oficialmente la persona más guay que conozco.
Val se rió.
—No creo. Pero cuando abrí mi propio negocio no tenía
un código de vestimenta como en mi antiguo trabajo, y
sabía que se me podía ir la pinza. Mi sentido de la moda
siempre ha sido un poco raro, pero hay una delgada línea
entre marcar la diferencia y hacer el ridículo.
—Pues yo creo que eres la caña.
En algún momento de esa conversación, los latidos de mi
corazón se habían vuelto erráticos. Me di cuenta de que se
estaban divirtiendo de verdad. Val no era condescendiente
con las chicas ni las consideraba un inconveniente. Se
alejaba tanto de mis experiencias pasadas que ya ni
siquiera me lo esperaba. En parte era por eso que me
gustaba separar esa faceta de mi vida personal.
Cuando April se recogió el pelo en una coleta,
probándose un conjunto que se le había ocurrido a Val, tuve
un déjà vu.
—Te pareces mucho a Hannah —dije. Echaba tanto de
menos a mi hermana que a veces el dolor era insoportable.
—¿A que sí? —sonrió April antes de explicarle a Val—: En
todas sus fotos, mamá parece una modelo. Era una
fashionista.
—¿Y yo también soy una fashionista? —preguntó Peyton,
frunciendo el ceño ante el espejo como si buscara
aprobación.
Me reí, pero Val replicó con suavidad:
—Vas en camino a serlo.
Cuando April salió de la habitación para traer su pañuelo
favorito del vestíbulo, con Peyton siguiéndola, mantuve la
vista fija en Val. Se dio cuenta y se sonrojó, pero no le quité
los ojos de encima. Aunque estaba sentada en la esquina
opuesta de la habitación, la tensión sexual que llenaba el
ambiente era palpable. Posteriormente, Val se centró en
colocar algunos conjuntos sobre la cama. Me encantaba
cuando intentaba no mirarme porque temía que no pudiera
resistirse a mí.
Salí de la habitación poco después de que las chicas
regresaran, en parte porque no soportaba estar tan cerca de
Val sin poder tocarla o imaginando cómo sería nuestra vida
si formara parte de ella y, por otro lado, porque la actividad
era demasiado femenina para mí. Cuando terminé de
redactar el último documento, eran las diez de la noche.
Apreté la base de las palmas de las manos contra mis ojos,
que habían empezado a dolerme. Me encontraba en el
despacho que tenía en mi casa y, cuando acababa de abrir
un documento con unos decretos que quería repasar, Val se
unió a mí.
Se acercó y se apoyó en el escritorio.
—¿Cómo están las chicas?
—Se han quedado fritas en la cama de April. Nos lo
hemos pasado muy bien. April tiene muy buen gusto para la
moda, y nos hemos dado cuenta de que tenemos la misma
talla de zapatos, así que podría prestárselos alguna vez.
La fulminé con la mirada.
—¿Qué pasa?
—No creo que tus zapatos sean muy apropiados.
—¿Cómo? Pero si a ti te encantan.
—Puestos en ti. No en mi sobrina adolescente.
—Vaya doble moral...
Solté un leve gruñido. Val sonrió.
—¿Sabes qué? Me habías convencido de que eras el tío
guay... pero parece que no. Voy a cambiar de bando. El otro
equipo me necesita más.
—Ya veo.
—Me encanta que mantengas viva la memoria de sus
padres —dijo de forma inesperada.
—No quiero que las niñas se olviden de ellos, sobre todo
Peyton. Era un bebé cuando fallecieron, y creo que traer el
recuerdo de pequeños detalles de vez en cuando hace que
las niñas sientan que conocían a su madre y a su padre sin
que resulte triste. Los echan de menos.
—Y tú echas de menos a tu hermana.
—Pues sí. Sinceramente, al principio era un poco
doloroso mirar a April, porque se parece mucho a Hannah.
Espero que mi hermana esté contenta con la manera en la
que estoy criando a sus hijas.
—No me cabe duda de que lo está. —Me regaló una
cálida mirada—. ¿Cómo sucedió?
—Fueron a esquiar y los sorprendió una avalancha. Fue
insoportable, sobre todo mientras duró la búsqueda. Todos
esperábamos que estuvieran vivos, y entonces... Fue muy
duro.
—Me lo imagino.
—No tengo ni idea de cómo conseguí salir adelante.
—Eres un hombre fuerte, Carter.
—Mis padres estaban devastados. Especialmente papá.
—¿Cómo está? Creo que mencionaste que lo operaron de
la cadera.
—Hoy he hablado con mi madre. Su recuperación está
siendo lenta. Menos mal que está con él, aunque las niñas la
echan de menos.
Val miró de reojo a mi portátil.
—¿Has terminado por hoy?
En respuesta, lo apagué, e inmediatamente puse a Val
sobre mi regazo.
—Gracias por haber venido hoy.
—Ha sido un placer. Aunque creo que algunas de las
ideas que le he dado a April pueden resultar un poco
peligrosas para tu tarjeta de crédito. Quizá debería haberte
advertido de que tengo fama de influir en las elecciones de
compras de los demás. Mis hermanas no paran de
decírmelo.
—¿Ah, sí?
—Totalmente. Les contagié el gusanillo de las compras
cuando éramos niñas. Sobre todo en tiendas de segunda
mano, la gente las subestima. Puedes encontrar joyas allí.
Tenía incluso una máquina de coser para arreglos y
retoques. Pasaba muchas tardes cosiendo cuando volvía del
pub.
—Me da la impresión de que tus días eran bastante
largos.
—Pues sí.
—¿Alguna vez sentiste que estabas fracasando?
—Muy a menudo.
Eso me sorprendió.
—Yo me siento así casi todas las semanas.
Val me dio un beso en la mandíbula y luego pasó al
cuello, lo que me distrajo.
—Desde un punto de vista externo puedo confirmarte
que no lo estás.
—O puede que seas parcial porque te gusto mucho.
Se enderezó, mirándome directamente a los ojos.
—Nop, soy objetiva al cien por cien.
—¿Así que cosías después de volver del pub? ¿A la vez
que planeabas cómo abrir tu negocio?
—Bueno, no lo hice al mismo tiempo. Empecé a planearlo
una vez que todos tuvieron edad suficiente para coser su
propia ropa sin perder ningún dedo.
—Lo de tener tiempo libre era inimaginable, supongo.
Se rió.
—Se podría decir que sí. Pero cuando abrí el negocio,
todos eran mayores ya. No me necesitaban tanto y yo no
sabía qué hacer con tanto tiempo libre. Así que básicamente
hice el trabajo de tres personas durante años.
—Sé a lo que te refieres. Te centras y te condicionas en la
misma rutina durante tanto tiempo que al final es lo único
que conoces. Se convierte en tu normalidad.
—Exactamente. Todo el mundo me decía que tenía que
bajar el ritmo, pero yo pensaba ‘‘¿de qué estáis hablando?
Esto ya es bajar el ritmo’’. Pero ahora estoy mejor. Tengo un
equilibrio saludable, disfruto de momentos de relax y de mi
tiempo libre.
Me quedé callado, esperando que mi rutina poco
‘‘relajada’’ no la ahuyentara, porque necesitaba a esa mujer
en mi vida. Val y yo habíamos recibido golpes similares a lo
largo de los años, solo que estábamos en etapas diferentes.
Ella había dejado atrás aquellos años de ajetreo y disfrutaba
de su libertad, mientras que yo seguiría en plena faena
durante los próximos diez años.
Besé el contorno de su mandíbula y luego descendí por
su garganta. Se estremeció y pasé los labios por la clavícula
hasta llegar a su hombro, apartando un tirante.
—¿Qué debería hacer con este vestido? Te cubre
demasiado.
—¿Quitármelo?
Sonreí contra su piel, busqué el dobladillo y lo desplacé
hasta sus rodillas, que estaban apoyadas a mis lados. Luego
lo subí por sus muslos hasta que sus piernas quedaron
completamente a la vista.
Pero entonces la voz de Peyton se escuchó por todo el
apartamento, llamándome.
Respiré hondo, tratando de recobrar la compostura.
—Voy a llevar a Peyton a su habitación. Puede que tarde
un poco en dormirse. ¿Quieres pasar la noche aquí?
Los músculos que rodeaban mi estómago se tensaron. No
había planeado pedírselo aún. Quería ir poco a poco, pero
en ese momento cada fibra de mi ser estaba tensa
esperando su respuesta.
—¿Estás seguro?
—Si no quieres...
—Sí que quiero.
La miré directamente a los ojos, tratando de interpretar
lo que significaba para ella. ¿Se quedaba porque podía
hacerle pasar un buen rato en la cama, o también sentía
que la conexión entre nosotros se estaba haciendo más
profunda? ¿Acaso ella quería que la relación creciera y se
profundizara? ¿O estaba contenta con las cosas tal y como
estaban?
Peyton volvió a llamarme, interrumpiendo el momento.
Besé la frente de Val.
—Ven. Te enseñaré dónde puedes ducharte.
Capítulo Veintidós
Val
Me tomé mi tiempo para ducharme y, cuando salí, oí a
Carter hablando por teléfono en su despacho. Después de
todo, no había tardado tanto tiempo en acostar a Peyton.
Aquella niña me recordaba tanto a Hailey. Tan dulce y
curiosa, aunque Hailey nunca había sido así de tímida.
Moví las caderas al ritmo de una canción imaginaria en el
dormitorio de Carter, con la oreja puesta en su voz para
comprobar si seguía hablando y así saber cuándo irrumpir
para acaparar todo el protagonismo. Cuando pasé por su
despacho, oí las palabras declaración y testigo, así que
deduje que se trataba de una conversación de trabajo. No
quería tentarle mientras estaba ocupado, por mucho que lo
deseara.
Cuando dejé de oírle hablar, me ajusté el albornoz y
empecé a recorrer el pasillo de puntillas antes de recordar
que las habitaciones de las chicas estaban al otro lado del
apartamento.
Cuando entré en su despacho, su silla de cuero estaba
girada hacia la ventana, pero yo sabía que estaba allí
sentado. Su presencia invadía toda la habitación. Quise
sorprenderle, pero debió de oírme, porque giró la silla.
Incluso en la penumbra, vislumbré su sonrisa.
—Siento haber tardado tanto. Pensé que te habrías
quedado dormida.
—Nop.
—Cierra la puerta, Val. Cierra con llave.
Tragué saliva, y el exquisito tono barítono de su voz me
hizo sentir un hormigueo a lo largo de mi espalda. En cuanto
oyó girar la llave, añadió otra orden.
—Ven aquí.
Cuando me detuve frente a él, se enderezó en su silla y
llevó una mano al dorso de mi rodilla, rozándola por la parte
exterior de mi muslo.
—Dime qué llevas puesto debajo del albornoz.
—Nada.
—Justo lo que quería oír.
Tiró del cinturón del albornoz hasta que se abrió. Besó la
parte inferior de uno de mis pechos. Cuando introdujo mi
pezón en su boca, apreté los muslos por reflejo. Carter se
levantó de la silla, capturó mis labios y me besó
profundamente. Me sostuvo la nuca, inclinándola en el
ángulo que él quería, tomando el control. Me besaba con
pasión. Mis piernas flaqueaban con cada pasada de su
lengua.
—¿Has venido para tentarme? —dijo contra mis labios.
—Sin duda. Pienso desplegar todas mis habilidades de
seducción para llevarte a la cama.
—Quiero follarte aquí mismo en esta oficina, Valentina.
Quiero crear recuerdos contigo aquí dentro, para que
cuando esté solo pueda recordar cómo era tenerte abierta
de piernas sobre mi escritorio y cómo era hundirme dentro
de ti.
Me humedecí solo con oír sus palabras. Como si lo
sospechara, pasó el dedo corazón por mi orificio,
haciéndome gemir.
—Estás tan mojada.
Me quitó el albornoz, apartó la silla y me llevó de la mano
hasta que estuve de pie frente a su escritorio. Estaba
colocado detrás de mí, besándome la nuca y los omóplatos,
antes de lanzarme una lluvia de besos por la espalda.
—Inclínate hacia delante y abre bien las piernas para mí.
Me apoyé sobre los codos, separando las piernas. Carter
dejó de tocarme durante unos segundos, pero antes de que
tuviera tiempo de echar de menos su calor, puso su boca en
mi resbaladizo centro, y su lengua salía y entraba en mi
interior. Apenas podía soportar el repentino asalto a mis
sentidos y, cuando presionó mi clítoris con dos dedos, mis
muslos temblaron.
Ya no podía sostenerme sobre los codos, así que me
incliné completamente hasta que mis pechos quedaron
presionados contra la fría mesa. Mis manos no aguantaban
las ganas de agarrar o aferrarse a algo, así que estiré los
brazos hasta alcanzar el borde del escritorio. Lo agarré con
fuerza, empujándome contra su boca.
Un orgasmo se apoderó de mí, provocado por sus labios
y sus dedos. Tardé un rato en superar la oleada de placer y,
al incorporarme, me tambaleé un poco.
Carter me abrazó y apoyó la nariz en el pliegue de mi
cuello. Respiraba entrecortadamente. Su erección
presionaba contra mi culo. La noche acababa de empezar.
Moví un poco el culo, arrancándole un gemido, antes de
darme la vuelta.
Sonrió antes de besarme y, tras oír cómo se
desabrochaba el cinturón, supe que no podía soportar no
estar dentro de mí ni un minuto más. Tiré de la cremallera y
le bajé los pantalones por las piernas. Se quitó también los
bóxers antes de apartar ambas prendas de una patada.
Después de quitarse la camisa, se dejó caer en la silla de
cuero.
—Ponte encima de mí.
Con el corazón palpitante, me acerqué a él, pero no me
subí encima. Tenía planeado algo antes, así que me coloqué
en cuclillas entre sus muslos.
—¿Qué estás haciendo?
—Darte algo que recordar.
Quería que pensara en ello cada vez que se sentara en
esa silla. Pasé la palma de mi mano desde la suave punta
hasta los huevos, apretando un poco mientras me la metía
en la boca.
—¡Val!
Moví la cabeza arriba y abajo, apoyando un brazo en su
muslo para sostenerme. Gimió mi nombre una y otra vez,
pero no me dejó permanecer allí todo el tiempo que yo
hubiera querido.
—Quiero estar dentro de ti.
Me levantó y me ayudó a montarme encima de él. La
silla era lo bastante ancha para que pudiera apoyar
cómodamente las pantorrillas junto a sus muslos. Descendí
sobre él centímetro a centímetro. Inclinó la cabeza hacia
atrás, cerrando los ojos. Moví el tren inferior de mi cuerpo a
ritmo lento. Me encantaba estar encima de él. Podía tocarle
y besarle donde quisiera: sus bíceps, sus hombros, su
cuello. Me encantaba besarle el cuello. La piel de sus brazos
se puso de gallina cuando le mordí ligeramente la nuez.
—Dame tu boca —me ordenó. Seguí atormentando la
sensible piel de su garganta, pero entonces tomó el control,
agarrando mi culo con ambas manos y tirando de mí hacia
arriba y hacia abajo, sobre él—. Val, bésame.
Me enderecé y él atrapó mi boca, enredando nuestras
lenguas. Los dos nos movíamos sin parar. Él empujaba
desde abajo y yo deslizaba las caderas a un ritmo frenético.
Cuando introdujo una mano entre nosotros, rodeando mi
clítoris, mi vientre se tensó tanto que sentí que iba a
partirme en dos.
—Más fuerte, por favor —susurré.
Me penetraba con más ferocidad que antes, pero yo
deseaba hasta la última gota de pasión. No sabía cómo
expresarlo con palabras, pero mi cuerpo hablaba por mí. Le
arañé los hombros, la espalda, moviéndome tan rápido
como podía. Como si hubiera percibido que necesitaba más,
me levantó, y mi culo quedó apoyado sobre la superficie de
madera.
Carter enganchó un brazo bajo cada rodilla, tirando de mí
hasta el borde del escritorio. Cuando me penetró, el placer
me inundó como anillos de fuego, acercándose cada vez
más y más a mi centro. Tenía acceso ilimitado a mi clítoris y
estaba sacando provecho de esa ventaja. Joder, sí que la
estaba aprovechando.
Su pulgar apenas lo acariciaba, pero me estaba
volviendo loca.
—Esto es... ah, joder.
—Así, Val. Quiero sentir cómo te corres. Quiero
escucharte.
No supe si fue la presión sobre mi clítoris o sus obscenas
palabras lo que me hizo llegar al límite, pero me apreté con
fuerza, aferrándome a sus hombros. Carter continuó
penetrándome durante mi orgasmo, hasta que gritó al llegar
a su propia liberación, inclinándose sobre mí y apoyando las
manos en el escritorio a ambos lados de mis brazos. Gimió
mi nombre, penetrándome hasta quedar exhausto. Apoyó la
cabeza en mi pecho, respiró de forma larga y profunda y se
retiró unos minutos después, ayudándome a levantarme. Me
temblaban un poco las piernas. A juzgar por su sonrisa
burlona, se había dado cuenta.
Apoyó una mano de forma posesiva en mi espalda.
—No voy a poder volver a trabajar aquí.
Me encogí de hombros de manera juguetona y él me
pellizcó el culo.
—Ese ha sido mi plan todo el tiempo.
Capítulo Veintitrés
Val
—Venga, a cortar. Vamos, no aflojéis. Los demás llegarán en
cualquier momento —les ordené una semana más tarde
mientras preparaba la cena del viernes. Jace y Hailey habían
llegado temprano y los había convencido para que me
ayudaran a cocinar. Normalmente no me gustaba tener más
de un chef en la cocina (a no ser que fuera Carter cantando
y con el torso desnudo; me comería una tostada quemada
con tal de tener esas vistas), pero aquel día estaba
probando una nueva receta y resultó ser más compleja de lo
que había imaginado.
—Oye, me estoy esforzando —se quejó Jace—. Solo que
no es lo mío.
A Hailey no le iba mucho mejor. En realidad había llegado
antes porque quería hablar de la última cita que había
tenido, pero con Jace cerca, eso iba a tener que esperar.
Aunque por la alegría en los movimientos de mi hermana,
deduje que había ido mejor que bien.
Había sido una semana ajetreada, en la que por fin había
conseguido probar la técnica de la ‘‘cata en la oscuridad’’, y
me había gustado tanto que iba a incorporarla a mi rutina a
partir de entonces. Cada vez que tenía un rato libre, echaba
un vistazo a mis tiendas online favoritas y le había enviado
tantos enlaces a April que podría renovar todo su armario.
Le había dicho además que me echara la culpa a mí por
cualquier conjunto que Carter pudiera considerar...
inapropiado. Esperaba que no le diera un ataque de pánico
cuando le enseñara la selección.
—Teniendo en cuenta que tenías a dos casos perdidos
como ayudantes de cocina, yo diría que esto ha salido
bastante bien —dijo Jace un rato después mientras probaba
el plato final.
—Oye, no te subestimes —respondí después de probar
una cucharada—. Está delicioso. Cuando te quieras dar
cuenta, serás ya todo un cocinero. Una cualidad muy
atractiva en un chico, debo decir.
—Ya ves, ¿qué está pasando contigo, Jace? Val me ha
dicho que vas camino de sentar la cabeza —bromeó Hailey.
—¿Ya se lo has contado a toda la familia?
—Pues claro.
Jace entrecerró los ojos.
—Pensé que habías dicho que no te entrometerías.
Abrí los ojos de forma burlona.
—¿Yo? Nunca. Pero se lo conté a Hailey y, si ella quiere
inmiscuirse, no puedo hacerme responsable, ¿a que no?
—No tienes que preocuparte por mí, hermanito. No
pienso hacer nada. —Se había puesto a preparar el aliño
para la ensalada.
—Aaaaay, hermanita. Estoy hundido en la mierda. Estás
usando tu tono de “relaciones públicas”. El que significa que
solo voy a decirle a este pobre tonto lo que quiere escuchar
pero haré lo que yo quiera de todos modos.
Hailey dejó de echar sal en la ensalada.
—¿Desde cuándo te has vuelto tan perspicaz?
Jace guiñó un ojo y dijo:—Desde hace ya bastante. Así
que confiesa.
—Bueno... tienes un gran club de fans entre mis amigas.
—¿Y tú no vas a advertirme de que me aleje de nadie,
como nuestra hermana mayor?
—Confío mucho más en ti —dijo Hailey seriamente.
—Esa es mi Hailey.
Cuando ya habían llegado todos y se sentaron a la mesa,
me di cuenta de que no tenía hierbas aromáticas para la
ensalada, así que salí al jardín a coger tomillo y cilantro
frescos. Estaba agachada, arrancando las hierbas, cuando oí
una voz.
—Joder, vaya regalo para la vista.
Me enderecé y casi pierdo el equilibrio al girar para mirar
a Carter.
Una sonrisa se dibujó en mi rostro.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Me dijiste que estabas en casa y pensé en darte una
sorpresa.
Echó un vistazo a las hierbas y luego a la casa, mientras
las risas se filtraban por las ventanas abiertas.
—¿Tienes compañía?
—Sí. Toda mi familia está aquí. La cena de los viernes por
la noche, ¿recuerdas?
Le había invitado dos veces anteriormente, pero siempre
tenía planes con las chicas los viernes por la noche, así que
no había insistido más. Después de que me pidiera que
durmiera en su casa la semana anterior, había querido
volver a sacar el tema, pero no había sido posible. Esa era
la oportunidad perfecta.
—No sabía que era una tradición.
—Las convertí en rutina desde que Will cumplió dieciocho
años y se mudó. Creo que es más posible que un meteorito
choque contra la Tierra a que yo cancele una cena de los
viernes.
Carter se rió mientras su mirada me recorría lentamente,
encendiendo todo mi cuerpo. Estaba segura de que podría
hacerlo un millón de veces y aún así me seguiría afectando.
—¿Quieres unirte a nosotros? —pregunté, aunque
intentaba imaginar qué pasaría cuando le presentara a mis
hermanos. Debió de confundir mi preocupación con
reticencia, porque frunció el ceño.
—Si prefieres que sea solo familiar, lo entiendo.
—Qué va. Me encantaría tenerte a ti y a las niñas aquí,
pero sé que siempre tienes planes los viernes. ¿Dónde están
ahora?
—Con sus amigos.
—Venga, entremos. Pero te advierto que cuando estamos
todos juntos puede llegar a ser una locura, y mis hermanos
pueden ser un poco sobreprotectores.
Carter me dedicó una pícara sonrisa.
—Para eso están los hermanos. Todavía tengo que hablar
contigo sobre todos esos enlaces de tiendas online que le
has enviado a April.
Analicé el brillo de sus ojos. Era tan peligroso como
seductor. Me contoneé un poco mientras subíamos las
escaleras de la casa. Carter me rodeó la parte baja de la
espalda con un brazo y me presionó la cintura con la palma
de la mano. Una chispa de expectación viajó desde la punta
de sus dedos hasta mi ombligo, e incluso más abajo.
Vaya... Le debería haber robado un par de besos cuando
tuve la oportunidad.
En cuanto entramos al comedor, todo el mundo se quedó
callado.
—Chicos, este es Carter. —Señalé con una mano,
sosteniendo las hierbas en la otra.
Carter estrechó la mano a todos y pude ver los motores
encenderse en las mentes de mis hermanos. Sabían que
habíamos estado quedando. Se lo conté después de que él y
yo habláramos en mi oficina, pero no me habían preguntado
por los detalles. Sin embargo, al ver las expresiones de Will
y Jace, sabía que estaban a punto de hacerlo. Landon
parecía estar tranquilo, como siempre.
—Yo me encargo de las hierbas —ofreció Hailey. Le dirigí
una mirada de agradecimiento mientras le entregaba el
tomillo y el cilantro. No estaba segura de que dejar a Carter
solo para defenderse de Jace y Will cuando estaban en
modo protector fuera una buena idea.
Will comenzó con el interrogatorio, cómo no. Puede que
ya no llevara la placa, pero seguía poniendo en práctica sus
habilidades de inspector. Miré a Paige, su prometida, que le
observaba atentamente. Sabía que me cubriría las espaldas
si Will se ponía demasiado duro.
Para mi sorpresa, el ambiente fue agradable. No tendría
que estrangular ni a Jace ni a Will. Íbamos progresando.
A mitad de la cena, mientras charlábamos sobre un
momento especialmente divertido de la boda de Lori y
Graham, ya me había relajado por completo.
En ese momento Milo intervino para decirle a Carter:
—Papá me pidió permiso antes de casarse con mamá. Si
quieres, tú también puedes pedirme permiso.
Sentí como si me ardiera la cara. Mi sobrino tenía buenas
intenciones y simplemente era tan adorable como de
costumbre, pero no pude evitar mirar a Carter de reojo. A
los niños les gustaba repetir lo que escuchaban de los
adultos, y no quería que Carter pensara que le había dicho a
mi familia que tenía expectativas sobre lo nuestro. No
quería espantarlo.
—Lo tendré en cuenta —respondió Carter jovialmente.
Después de cenar, nos habíamos dispuesto a jugar al
bádminton.
—¿Te apetece quedarte a jugar? —pregunté a Carter.
—Claro. Las chicas pasarán la noche en casa de sus
amigos.
—Tenías grandes planes, ¿eh?
—Ya ves.
Sonreí, tratando de ignorar sin éxito la forma en la que
mi cuerpo reaccionaba ante sus palabras. Ese hombre era
un peligro andante para mí. Tenía planeado servir helado de
postre, pero a mi pesar, me di cuenta de que no había
suficiente.
—Cambio de planes —dije en voz alta—. Voy a ir a
comprar una tarta rápidamente.
Había una panadería cerca de casa, y sus tartas estaban
para morirse. Antes de salir, aparté a Carter a un lado,
susurrando:
—Siento lo del interrogatorio.
—No te preocupes. No han dicho nada que yo no vaya a
preguntar a las futuras citas de April y Peyton—. Me guiñó
un ojo.
—Bueno, tú ignora cualquier frase en la que incluyan
palabras como serio o futuro, ¿vale?
Carter no contestó. Se limitó a asentir, pero su mandíbula
parecía estar tensa.

***
Carter
Una vez que estuvimos en el jardín de Val, me dirigí
directamente a la funda que contenía las raquetas de
bádminton. No le di mucha importancia cuando vi que Will
se unió a mí, sin embargo, cuando Jace apareció al otro
lado, sospeché que estaba a punto de verme acorralado.
—Val nos ha contado que tienes dos sobrinas —dijo Jace.
—April y Peyton. Son unas niñas fantásticas. Ambas van
en camino de convertirse en unas alborotadoras.
—Ah, pues nosotros hemos tenido unos cuantos de esos
en nuestra familia.
—No es así, ¿Hailey?
—No, yo era el alborotador por excelencia —corrigió Jace
—. Aunque Hailey siempre tratará de atribuirse ese título.
No le hagas caso.
Will levantó una ceja.
—Yo os pillaba en todo lo que hacíais y os cubría a los
dos por igual.
Jace sonrió satisfecho.
—Ya, pero nunca supiste quién era la mala influencia, ¿a
que no?
Me reí, imaginando a Val teniendo que aguantar a todos
los Connor bajo el mismo techo.
Jace se giró hacia Will y le señaló con el pulgar.
—No dejes que te engañe con su pasado de inspector. Él
también era bastante alborotador.
—Val me ha dicho lo mismo.
—¿Eso te ha dicho? —Will parecía cabizbajo—. ¿Qué más
ha soltado?
Levanté las manos en señal de rendición.
—Pregúntale a ella. Me da la impresión de que os vais a
poner en mi contra solo porque estoy transmitiendo la
información. No matéis al mensajero.
—No hombre, no haríamos eso —dijo Jace con humor,
aunque luego añadió como ocurrencia tardía—: A menos
que le rompas el corazón a nuestra hermana.
—No entra en mis planes.
Se me tensaron los músculos del cuello al recordar lo que
Val había dicho antes de salir a comprar. Ignora cualquier
frase en la que incluyan palabras como serio o futuro, ¿vale?
¿Era solo una inocente advertencia porque sabía que existía
la posibilidad de que me acorralaran? ¿O lo único que quería
conmigo era pasar un buen rato?
Se me desencajó la mandíbula. Desde luego, no pensaba
dejarla ir.
De repente, Hailey apareció a mi lado.
—Te están atosigando, ¿verdad?
—Estaban empezando a hacerlo.
Cuando miró a sus hermanos, Jace levantó las manos en
señal de rendición.
—Somos tus hermanos. Es nuestro deber.
—Ahí lleva razón —añadió Will.
Hailey apoyó las manos en las caderas.
—Will, esperaba algo mejor de ti. Pensé que habías
dejado de ser tan amenazante ahora que tienes una
relación feliz. En vez de eso, se lo estás pegando a Jace.
—Hermana, solo hacemos nuestra parte —replicó Jace
con suavidad.
Hailey hizo un gesto con la mano y se volvió hacia mí.
—No le hagas caso a Jace estos días. Creo que está
susceptible porque sigue soltero.
Jace le dio un codazo juguetón a Hailey.
—Tú también.
—O tal vez no. Tal vez no haga que todos mis amantes
secretos se pongan a desfilar delante de ti.
Tanto Will como Jace parecían demasiado aturdidos como
para contestar. Hailey aprovechó la oportunidad y enlazó su
brazo con el mío. Mientras nos alejábamos, echó la vista
hacia atrás.
—Vaya hombre, solo intentaba quitarle peso a Val, pero
creo que acabo de entregarme en bandeja para futuros
meses de interrogatorios mientras ellos vacilan de músculos
fraternales.
Me reí entre dientes.
—Eres una gran hermana.
—Bueno, sí, lo soy, muchas gracias. Aunque la verdad es
que Val y Lori me allanaron el camino en casi todos los
aspectos. Lori sobre todo. Val era más como una madre para
mí mientras crecía. Siempre me he sentido un poco
culpable.
—¿Por qué?
—Por el hecho de que Val y Landon tuvieran que
posponer su vida por nosotros. En vez de disfrutar de la
libertad como cualquier otro universitario, estaban
estancados con... bueno, nosotros.
—Hailey, Val nunca te vio como una carga. Siempre habla
con cariño de todos vosotros.
—Lo sé. Ella es así. Pero sé que se ha perdido muchas
cosas. Tiende a olvidarse de sí misma, aunque últimamente
lo está haciendo mucho mejor. En caso de que no puedas
deducir qué le pasa... solo asegúrate de mimarla, ¿vale?
—Sí, señora.
Hailey sonrió.
—Me caes genial, pero me siento obligada a decirte que,
si le rompes el corazón, no serán mis hermanos de los que
tendrás que preocuparte. Sé que no parezco muy
intimidante comparado con ellos, pero puedo llegar a hacer
mucho daño.
—Tomo nota.
—Oh, Val ha vuelto con la tarta. Justo a tiempo.
Val estaba colocando la tarta en la pequeña mesa de
madera cerca de la puerta trasera, pero sus ojos se clavaron
en Hailey y en mí, y luego se desviaron hacia Jace y Will,
que cuchicheaban.
Todos queríamos un trozo de tarta antes del partido de
bádminton y, mientras los demás comían, Val me pidió que
la ayudara a coger unos vasos.
—¿Te han dado la chapa? —preguntó con la respiración
entrecortada en cuanto nos quedamos solos dentro de la
casa.
—Sip.
Parecía fuera de sí, y estaba jodidamente guapa.
—Mierda, me los voy a cargar a todos.
—No hace falta.
—¿Jace ha sido parte de eso?
—Sí.
—¿Y Will?
—Obviamente.
—Pero Hailey no, ¿verdad?
Me di cuenta de que esperaba que dijera que no, pero no
le iba a mentir.
—Me dio algunos datos interesantes sobre ti, pero me
advirtió que si jugaba contigo entonces no tendría que
preocuparme por tus hermanos. Que ella puede hacer
suficiente daño por sí sola.
Agachó la cabeza, con los ojos cerrados, como un
cachorro triste.
—No tienes ni idea de cuántos puntos te llevas solo por
seguir aquí.
—No sabía que llevabas la cuenta.
—Tengo mis listas de pros y contras.
—Ya veo. ¿Los pros superan a los contras?
Cuando asintió, añadí:
—Quizá deberías compartir esa lista con ellos.
—Sí, bueno... Mejor no.
Sus mejillas se sonrojaron.
—¿Por qué, qué hay en esa lista?
—Humm... ¿cosas que no deberían saber?
—Quiero detalles.
Me dio un golpecito en el brazo.
—No te los voy a dar.
—Yo creo que sí.
Abrió la boca, sin duda para seguir discutiendo, pero la
besé antes de que tuviera tiempo de emitir sonido alguno.
Me fulminó con la mirada cuando me aparté, lo que me dio
más ganas de empujarla contra la pared y hundirme dentro
de ella.
—¿Y?
—¿Vas a besarme así cada vez que no estemos de
acuerdo en algo?
—Si es necesario...
—En ese caso quizá deberíamos discrepar más a
menudo.
Me quedé sin palabras durante un momento, pero
recobré la compostura y la aparté hasta la esquina, luego la
apreté contra mí.
—Meterme mano en público no te hará ganar puntos con
ellos.
Acerqué mi boca a su oído.
—No pueden vernos. Y de todos modos, contigo sí que
me hará ganar puntos, ¿verdad?
A juzgar por la forma en que intentó esconder la cara en
mi hombro, había dado en el clavo.
—Apuesto a que tu lista de pros incluye...
—Actividades del tipo X, sí. Gracias por obligarme a
decirlo en voz alta.
—¿Qué dirían si lo supieran?
Ella gruñó.
—No tienen porqué saberlo todo.
—No te preocupes. Tu secreto está a salvo conmigo.
Recorrí su cuello con la punta de la nariz, aspirando su
dulce aroma.
—¿Perfume nuevo?
—Sí. ¿Te gusta?
—Me encanta. Me dan ganas de comerte.
Apreté mis caderas contra las suyas y un gemido
sustituyó su risa. Se aferró a mis costados con ambas
manos.
—Joder, mujer. Me dan ganas de cogerte en brazos y
llevarte a la habitación. Distráeme con lo que sea.
—El perfume forma parte de una nueva colección.
Estamos probando un concepto nuevo en el que
entregamos la esencia básica en las tiendas, y luego el
cliente elige las notas finales a su gusto para rematarlo.
Estaba pensando que a April y Peyton les encantaría jugar
con eso en nuestro laboratorio de mezclas.
Me enderecé, con el pulso retumbando de repente en mis
oídos.
—Solo si a ti te parece bien —añadió rápidamente.
—Sin problema. Creo que les encantará.
—Estoy segura que sí. Incluso he imaginado la selección
de cada una. —Levantó la mirada y se dio cuenta de la
expresión en mi rostro—. ¿Qué?
—Nada.
No sabía cómo expresar en palabras todo lo que estaba
pasando por mi mente, cómo decirle lo mucho que
significaba para mí que hubiera tenido tan en cuenta a April
y a Peyton. Yo no podía ser el único que estaba metido en lo
nuestro más de lo que habíamos previsto. Mis sentimientos
no podían ser unilaterales. De ninguna manera.
—Deberíamos salir —dije—. O empezarán a sospechar
que estamos haciendo alguna travesura.
—Bueno, han estado sospechando desde que has
entrado a la casa. Pero no les demos la oportunidad de
pillarnos in fraganti.
Me reí entre dientes, acercándola una vez más hacia mí,
antes de reunirnos de nuevo con los demás.
Iba a ir a por todas con esa mujer.
Capítulo Veinticuatro
Carter
—April, dime que estoy viendo un cero de más.
Estaba atónito mirando el precio total de su carrito.
Había cincuenta y seis artículos.
—Nop. De hecho, al principio eran ciento ocho.
Miré a mi sobrina con resignación. Hacía ya tiempo que
me había enseñado la lista de compra, pero desde entonces
había crecido considerablemente.
—¿Cómo has encontrado todas estas cosas?
—Val me las recomendó. Me dijo también que podías
hablar con ella si tenías alguna queja —dijo con aire de
suficiencia, como si eso fuera una excusa irrefutable. Fue lo
mismo que me dijo la última vez que me había puesto la
lista delante de las narices.
—¿En serio te ha dicho eso? —pregunté.
—Sip. Y por cierto, vas a llegar tarde a tu cita.
—¿Y no se te ocurre un mejor momento para enseñarme
esto que justo antes de que me vaya?
Me dedicó una sonrisa tímida.
—¿Esa es otra de las tácticas de Val?
—Sip.
—Hablaremos del tema otro día.
—¿Pero puedo al menos pedir algo?
—No. Sé lo que estás tramando y no va a funcionar
conmigo.
April hizo pucheros. Madre mía. Ya se me hacía difícil no
ceder ante las peticiones de April, pero si encima ella y Val
se aliaban, sería hombre muerto. Angela, la niñera, estaba
jugando con Peyton en el salón. La pequeña corrió
directamente hacia mí en cuanto me vio, dándome un tierno
beso en la mejilla. La abracé con fuerza, le di un beso en la
frente y le recordé que hiciera caso a Angela mientras yo
estuviera fuera. A continuación, salí de la casa para
dirigirme hacia mi cita con Val.
Tenía un buen plan para esa noche e incluso tuve el valor
de admitir que había necesitado ayuda para organizarlo.
Hailey me había ayudado, se había quedado de piedra
cuando la llamé la mañana siguiente de la cena.
—Voy a llevarla a una cita, pero quiero que sea especial.
¿Algún consejo?
—Joder, ¿por dónde empiezo?
Aunque estaba desayunando con Jace cuando la llamé,
enseguida me empezó a dar ideas. Me dio suficiente
munición para diez años de citas. Había tardado dos
semanas en prepararlo todo para esa noche. Su entusiasmo
me hizo sonreír, sobre todo cuando murmuró en voz baja:
—Jace, tú también podrías tomar notas. A las mujeres les
gustan estas cosas.
Escuché cómo Jace había gruñido antes de decir:
—Carter, acabas de echarme a los perros.
Val había trabajado desde casa ese día, así que la
recogería allí. La puerta principal estaba abierta y, cuando
la llamé, respondió desde la planta superior.
—Ya bajo.
Cuando bajó las escaleras, me quedé boquiabierto.
Llevaba un vestido rojo sin tirantes. Era ajustado y bastante
corto. Lo había combinado con unos tacónes negros de
aguja. No les podría quitar el ojo en toda la noche.
Se acercó para darme un beso y la agarré por la cintura
con las dos manos.
—Val, no puedes salir de casa tan guapa.
—¿Por qué no? Dijiste que íbamos a dar un paseo en
helicóptero y luego a cenar. ¿Acaso ha cambiado el plan?
—No, no es eso. Solo que... —Respiré hondo—. Cualquier
hombre que te vea se le caerá la baba.
Puso los ojos en blanco. La agarré con más fuerza por la
cintura.
—Quiero ser el único que vea lo sexy que son estas
piernas. —Llevé una mano hacia el interior de sus muslos.
Se le cortó la respiración y añadí:
—Y lo bonito que son tus pechos. —Bajé la cabeza para
besar la curva superior de cada uno de sus senos. Al
enderezarme, noté que sus pezones se habían endurecido.
—Dios, ni siquiera llevas sujetador.
—No puedes decirme cómo tengo que vestirme, Carter.
Echaba fuego con la mirada y me lancé a sus labios
antes de que dijera una palabra más. Froté mi miembro
contra ella, conteniéndome a duras penas para no
llevármela a la cama cuando escuché su gemido.
—¡Carter! —Me apartó de un empujón y rodeó su cuello
con un pañuelo. Era lo suficientemente largo como para que
los bordes cayeran sobre su pecho, cubriendo sus pezones.
Gruñí. Tenía la ligera sospecha de que Val no se consideraba
tan atractiva como era.
—No me puedo creer que por fin vaya a dar un paseo en
helicóptero. —La voz de Val estaba llena de emoción al salir
hacia la zona de aterrizaje, mientras esperábamos a que
llegase.
—Pensé que sería una gran oportunidad para ver Los
Ángeles desde el cielo.
—Siempre he querido hacerlo.
—Lo sé.
—Has estado hablando con Hailey.
—Culpable.
—¿Señor, es que acaso está tratando de impresionarme?
Ni se imaginaba cuánto...
—¿Iremos solo nosotros dos?
—Claro, quería estar solamente contigo en esta
experiencia.
Había una pequeña tripulación, y uno de los chicos no
paraba de mirar a Val. La arrimé hacia mí y la besé para que
todos lo vieran. No me importaba quiénes estuvieran
mirando. Quería dejarles claro que estaba conmigo.
—Carter... —Parecía haberse quedado sin aliento cuando
le cogí de la mano y la conduje hasta el helicóptero. El piloto
nos explicó cómo procederíamos y a continuación
despegamos.
Ambos recibimos cascos para que el piloto pudiera
comunicarse con nosotros fácilmente y para bloquear parte
del ensordecedor sonido que nos envolvía. Los Ángeles era
una ciudad impresionante desde arriba. Era la semana
anterior a Navidad y la ciudad estaba más iluminada de lo
habitual.
—Ha sido increíble —exclamó Val cuando bajamos del
helicóptero—. ¿Te ha gustado?
—Sí. Aunque me lo había imaginado algo diferente.
—¿En qué sentido?
—Bueno, pensé que podríamos hablar durante el viaje.
Sonrió.
—Yo también lo pensé. No había caído en la cuenta de
que sería tan ruidoso. Pero al menos hemos podido
centrarnos en las vistas.
—¿Estás insinuando que te habría distraído de otra
manera? —Moví mis cejas arriba y abajo.
—Exactamente. Es usted un gran factor de distracción,
señor.
—Vamos, cariño. La noche es joven.
Nuestra siguiente parada fue el restaurante donde
íbamos a cenar. Había pedido una mesa lo más privada
posible.
—Te has lucido esta noche —murmuró mientras nos
sentábamos.
—Solo quiero lo mejor para mi chica.
Val se sonrojó.
—Por cierto, sé lo que habéis estado tramando April y tú.
Me acorraló antes de irme.
Sonrió tímidamente, encogiéndose de hombros.
—Hay cosas que una debe hacer. Creo que April y yo
somos almas gemelas. Como mínimo, somos compañeras
de zapatos. Tiene muy buen gusto.
—Me vais a volver loco entre las dos.
—Sin duda lo vamos a intentar.
Mientras cenábamos, charlamos sobre el viaje en
helicóptero y sobre la excursión de las chicas al laboratorio
de Val la semana anterior. No sabía quién se lo había
pasado mejor: Val, o April y Peyton.
—¿Quieres bailar? —pregunté una vez que ambos
habíamos terminado nuestros platos.
—Nunca consigo decirte que no.
—Contaba con ello.
La llevé hasta la pista de baile y deslicé mi mano sobre
su cintura mientras sonaba una canción lenta. Entonces, le
acaricié la zona baja de la espalda con el pulgar.
—Carter, esa mano está un poco baja. No me gusta.
Podía oír la sonrisa en su voz.
—Yo diría que sí.
—Yo diría que eres un engreído.
—Pero te gusta.
Suspiró.
—Sí. ¿Qué puedo decir? Me gustan los hombres altos,
guapos, inteligentes y engreídos.
El corazón me latía a mil por hora mientras apretaba mi
mejilla contra la suya en un gesto íntimo. Podía sentir las
palpitaciones en mis oídos. ¿En qué punto de la relación
consideraba que estábamos? Habíamos acordado que
éramos exclusivos y todo el mundo sabía que éramos
pareja, pero yo quería saber si ella veía un futuro para
nosotros, si sentía... lo mismo que yo.
Era consciente de que mi vida era complicada, pero
también sabía que podía hacerla feliz. No solo en la cama,
sino también en otros aspectos. No podía creer que
estuviera tan inseguro de mí mismo, yo nunca había sido
así, ni siquiera en los momentos más complicados de mi
vida, pero tampoco había estado nunca delante de una
mujer a punto de exponer mis sentimientos. Sinceramente,
nunca pensé que lo haría.
—Lo que tenemos me hace muy feliz, Val —susurré
contra su mejilla—. Me importas mucho, y no quiero que
veamos esto como un simple rato de diversión. Te tengo en
mente haga lo que haga o esté donde esté. Quiero
compartir cada momento importante contigo. Normalmente
no me gustan las etiquetas, pero me gustaría que
consideremos dar el siguiente paso en nuestra relación.
¿Qué me dices?
Sentí su respiración agitada y todo en mi interior se
paralizó. Nuestras mejillas seguían tocándose. Solo podía
pensar «Di que sí. Por Dios, di que sí».
La espera se me hizo eterna, cuando en realidad no
pudieron pasar más que unos segundos.
—Me encantaría.
Nunca había sentido tanta tensión abandonar mi cuerpo
de golpe.
—¿Sí?
Asintió, se apartó y me miró con los ojos abiertos e
inseguros.
—Todo lo que acabas de decir era de verdad, ¿no?
—¿Por qué lo diría si no lo dijera en serio?
—Porque quizá crees que eso es lo que me gustaría oír.
Se tensó al decirlo en mis brazos.
—¿De qué tienes miedo, Val?
—De tener esperanzas —contestó en voz baja—. Siempre
he sido una persona muy optimista y con esperanza. Lo que
pasa es que las cosas que más espero o con las que más
sueño no suelen ocurrir... a menos que yo haga que ocurran.
Pero obviamente hay cosas que no puedo controlar... —Bajó
la mirada—. Digamos que he intentado abrir mi corazón
unas cuantas veces, pero nadie lo ha querido.
Lo había dicho muy deprisa, como si quisiera
desahogarse. Nunca la había escuchado hablar con tanta
sinceridad. Le acaricié la mejilla y le pasé el pulgar por el
labio inferior. Valentina Connor lo era todo para mí, pero
sabía que teníamos que ir despacio. Eso era nuevo para los
dos y estábamos sobre arenas movedizas. Si avanzábamos
demasiado rápido, nos hundiríamos.
—No tienes que tener miedo conmigo. De verdad.
La besé y me recibió como nunca lo había hecho antes.
Joder, quería hacerla mía allí mismo, en la pista de baile. La
abracé hasta que terminó la canción y luego le susurré:
—Vámonos a casa, Val. Quiero estar dentro de ti.
Sus ojos se abrieron de par en par y su mirada se posó
en mis labios. Luego se lamió los suyos y asintió. En solo un
par de minutos estuvimos fuera.
En cuanto llegamos a su dormitorio, rocé su hombro al
desnudo con el pulgar y le di un beso en el mismo lugar.
Quería recorrer cada parte de su cuerpo con mi boca y mis
manos, descubrir lo que la hacía enloquecer de placer, y
entonces yo sería el único que tendría la llave de su goce.
Me lancé a sus labios al mismo tiempo que recogía la tela
de su vestido con la mano, agarrando más y más hasta que
sentí la suave piel de sus piernas con mis dedos. Subí una
mano entre sus muslos hasta que mi pulgar alcanzó sus
bragas. Gimió mientras apartaba el trozo de tela, tocando la
piel desnuda. Estaba tan excitada que perdí el control al
instante. Casi la llevo contra la puerta. Dejé de besarla solo
para quitarle el vestido por encima de su cabeza. Luego me
ocupé de mi camisa mientras me desabrochaba
frenéticamente el cinturón. El resto de mi ropa desapareció
en cuestión de segundos.
—¡Carter!
—Te deseo tanto.
Di un paso atrás para admirarla, recorriendo lentamente
su cuerpo con la mirada, apreciando cada curva, lo exquisito
que resultaba aquel encaje negro sobre su piel de
porcelana.
Quería tocarla, besarla y acariciarla, pero... ¿por dónde
empezar? Cogiéndola de la mano, la dirigí hacia la cama.
—Acuéstate en la cama, Val.
Sus ojos se abrieron de par en par, y entonces se sentó
en el centro de la cama, apoyándose sobre los codos. Tenía
las rodillas juntas, pero cuando subí a la cama, le rodeé
cada tobillo con las mano y las separé. Toqué y besé sus
piernas, mordisqueando el interior de sus muslos hasta que
ahogó un grito.
—Carter, por favor.
Sonreí contra su piel, acercándome lentamente a su
centro.
Cuando llegué a la cúspide, me dirigí hacia su vientre,
continuando mi exploración hacia sus pechos. Dibujé
círculos con la lengua alrededor de sus pezones,
succionándolos de forma intermitente. Ella se estremecía
cada vez que lo hacía.
Sus manos no paraban de tocarme: en el pecho, en los
brazos, en la espalda. Y entonces, Val rodeó mi erección con
la palma de la mano y presionó el glande con el pulgar.
—¡Val, cariño!
Observé cómo nos acariciábamos mutuamente. Deslicé
una mano entre sus muslos, en sus bragas, introduciendo
un dedo dentro de ella, y luego otro.
Gritó mi nombre y, cuando presioné su clítoris con el
pulgar, sus músculos internos se tensaron alrededor de mis
dedos. La miré fijamente a los ojos, no quería perderme
ningún cambio en su expresión.
—Eso es. Estás tan sexy. Tan receptiva.
—Carter, vas a...
—Sí, voy a hacer que te corras.
Ella apretó con más fuerza y sus caderas se sacudieron
contra la cama. Utilicé la otra mano para presionar de
nuevo su pelvis contra el colchón, aumentando la presión.
Cerró los ojos con fuerza.
—Ah, joder, joder, joder.
Dejó de mover la mano sobre mi erección, como si el
placer que le estaba proporcionando fuera tan intenso que
no pudiera hacer otra cosa que rendirse ante él.
—Carter, no puedo...
—Sí, puedes. Déjate llevar.
Mi control estaba al límite y se quebró cuando Val
alcanzó el clímax con un sonido primitivo, mientras una de
sus piernas se estremecía y cerraba los ojos con fuerza.
Necesitaba estar dentro de ella en ese preciso momento.

***
Val
Tenía la respiración agitada y aún no había abierto los ojos,
pero cuando oí a Carter susurrar mi nombre, me recorrió un
escalofrío que hizo que se me pusiera la piel de gallina en
todo el cuerpo.
La expectación volvió a crecer en mi interior. Pero si
apenas acababa de llegar al clímax, por el amor de Dios. La
tela de mis bragas era una tortura contra mi sensible piel.
Abrí los ojos mientras el colchón se hundía entre mis
piernas. Carter se acercó y enganchó los pulgares a los
lados de mis bragas. Levanté el culo lo suficiente para que
pudiera bajarlas.
Separó aún más mis muslos y se acomodó entre ellos.
Levantó un tobillo y se lo puso sobre el hombro. Hizo lo
mismo con el otro. Sentí su erección presionando la nalga
derecha antes de que se agarrara a la base. Pensé que se
deslizaría dentro, pero se limitó a frotar su erección a lo
largo de mi entrada, enloqueciéndome con su suave
movimiento. Mi centro latía desesperadamente, y ese pulso
reverberaba en mi piel, encendiéndome. Nuestras miradas
se cruzaron y se me cortó la respiración. Sentí que
desnudaba algo más que mi cuerpo, que entregaba algo
más que mi placer. Él me miraba como si sintiera esa
increíble conexión tan intensamente como yo.
Jadeé cuando se deslizó dentro de mí, llenándome tanto
que mis entrañas se tensaron. Se movía deprisa y parecía
penetrar más profundamente con cada embestida,
ensanchándose todavía más. Cada movimiento me
acercaba más a otro orgasmo... o tal vez aún estaba sobre
la ola de placer del primero.
Los músculos de mi vientre se contrajeron y, cuando rozó
mi clítoris con el pulgar, arañé las sábanas con las uñas.
Necesitaba desesperadamente mi liberación, pero Carter
tenía otros planes.
Retirándose, me puso a cuatro patas. Me quejé, echando
de menos el contacto, la sensación de estar llena de él. Sin
embargo, no me penetró y me moví hacia atrás.
Se rió suavemente, y entonces sentí sus labios en mi
espalda.
—¿Ya echas de menos mi polla dentro de ti?
Volví a quejarme.
—Sí.
No estaba segura de que me hubiera oído, porque la
confirmación había sido tan leve como un susurro.
Descendió con sus labios a la base de mi columna, y más
abajo aún, al cachete de mi culo. Alternó besos y mordiscos.
Pasó a la otra nalga y aplicó la misma dulce tortura. Carter
frotó dos dedos en amplios círculos alrededor de mi clítoris
sin llegar a tocar el punto más sensible. Encendía mis
terminaciones nerviosas, sin llegar a hacerlas arder. Su
lengua lamía la parte más sensible de mí. Fue suficiente
para dejarme con ganas de más.
Cuando por fin volvió a penetrarme, sentí cada
centímetro de él con más intensidad.
—Joder, estás preciosa.
Había apoyado una mejilla en el colchón y él podía ver la
mitad de mi rostro. Me ardía la cara. Cuando llevé una mano
a mi clítoris, me encontré con los dedos de Carter.
Retiré la mano y la utilicé como palanca, apretando las
palmas contra el colchón mientras me movía en contra de
su erección, necesitando hasta la última gota de placer.
Carter se dedicaba a mi clítoris sin descanso mientras
bombeaba dentro y fuera de mí. Nunca había
experimentado un placer tan puro y desbordante. Mis
músculos ardían mientras me movía a un ritmo febril. Los
espasmos recorrían mi interior a medida que la tensión se
acercaba a mi centro y el orgasmo aumentaba sin piedad.
Me eché hacia atrás con ambas manos para tocar los
muslos de Carter, incitándole a ir aún más rápido.
Exploté, y mi visión se desvaneció. Cuando sentí cómo
crecía dentro de mí unos segundos después, pensé por un
momento que no podría soportar tanto placer.
Después de asearnos, nos tumbamos uno junto al otro
mientras Carter me acunaba entre sus brazos. Sonreí contra
la piel de su torso.
—¿A qué viene esa sonrisa? —Su voz era un mero
susurro, como si aún estuviera recuperando fuerzas.
—Me gusta que estés sudado y que me abraces.
Y que me hubiera seducido con aquella espectacular cita
antes de hablar tan abiertamente de sus sentimientos. Una
parte de mí seguía pensando que todo había sido un sueño.
Estaba un poco avergonzada de haber expuesto mis
inseguridades, pero cuando me preguntó qué era lo que me
daba miedo, no pude fingir.
Le pellizqué el hombro de manera juguetona, y lo
siguiente que pude recordar fue que Carter se había vuelto
a tumbar encima de mí, inmovilizándome las manos por
encima de la cabeza.
Después de todo, aún le quedaban fuerzas.
—¿Cómo eres capaz de hacerme todo esto? —dijo contra
mi pezón. Estaba a punto de preguntarle a qué se refería,
pero entonces sentí su erección presionando uno de mis
muslos. Respiré hondo.
—Eres de lo que no hay.
Levantó la cabeza y me miró fijamente. Se lo había
tomado como un desafío.
Supliqué a Dios que me ayudara.
Capítulo Veinticinco
Val
La temporada navideña siempre era un caos en la familia
Connor. Carter y las niñas pasaron las Navidades con
nosotros, y presentar a April y Peyton a mi familia fue
sencillamente precioso. Peyton había permanecido tímida y
callada al principio, pero se abrió cuando se dio cuenta de
que todos le habían comprado un regalo. April estaba
fascinada por Jace. No era aficionada al fútbol, pero había
empezado a seguirlo en las redes sociales después de su
última portada en GQ. Más tarde, por la noche, la escuché
decirle a Carter que era oficialmente un ‘‘tío guay’’ porque
conocía a Jace.
En la cena del viernes siguiente, April le pidió un
autógrafo a mi hermano. Tuvo que pasar otra semana para
que se armara de valor y le pidiera que se hiciera una foto
con ella, pero ya podía decir con confianza que las niñas
estaban cómodas en el clan Connor... y por eso estaba
segura de que no se sentirían abrumadas cuando les
presentara a dos de mis primos Bennett.
Mis primos Pippa y Sebastian estaban en Los Ángeles.
Como volaban de vuelta a San Francisco al día siguiente, no
podían acudir a nuestra tradicional cena de los viernes, así
que los invité ese mismo jueves.
Iba a recoger a Peyton y April del colegio y luego me
reuniría con ellos.
Por desgracia, ninguno de mis hermanos podía pasarse,
pero eso me dio la oportunidad de presumir de mi chico y
de las niñas.
Después de recogerlas de la escuela, me dirigí
directamente a casa. Carter nos esperaba allí.
Por el camino, las chicas no pararon de hablar.
—Así qué, no sé qué hacer —dijo April pensativa—.
¿Debería responder su mensaje? ¿O no?
—Anímate.
April me sonrió.
—Vale.
Peyton tenía otros asuntos en mente.
—Val... necesito un disfraz para el festival. ¿Puedes venir
de compras con nosotras? Por favoooor.
—El festival es el próximo martes, ¿verdad?
Como Carter y yo estábamos intentando ajustar nuestros
horarios para tener tiempo para los dos, yo también tenía
una copia del itinerario de las chicas.
—Sip.
—Iremos de compras el sábado, ¿vale?
Peyton dio palmadas y asintió entusiasmada. Carter ya
estaba en mi casa cuando llegamos. Yo me había ofrecido a
recoger a las niñas porque su colegio me quedaba de paso
tras terminar una reunión. Me encantaba pasar tiempo con
ellas y hacer tonterías. Nos habíamos acercado más desde
aquella maravillosa noche que pasamos todos juntos.
Las chicas y yo también conspirábamos a espaldas de
Carter con bastante frecuencia, y probablemente por eso
nos examinaba como si estuviéramos en el banquillo de los
testigos cuando nos veía juntas.
—¿Qué secretos me ocultas esta vez? —preguntó.
—Ninguno. El sábado iremos de compras para comprarle
un disfraz a Peyton —respondí con suavidad.
Hizo una mueca.
—Entendido. Me esperan unas horas de tortura.
April puso los ojos en blanco y se dirigió al interior de la
casa con Peyton. Aproveché que estábamos solos y le
susurré:
—Prometo recompensarte muy generosamente después
del día de compras.
Vaya, ese brillo en sus ojos era encantador.
Mis primos Bennett llegaron poco después y pedimos la
cena.
Estaban en la ciudad en viaje de negocios para su
compañía, Bennett Enterprises. Las joyas que hacían eran
espléndidas y estaban teniendo conversaciones de
negociación con Blair, una de las actrices más atractivas de
Hollywood, para que fuera la imagen de la empresa.
Sebastian era el director general y Pippa la jefa de
diseño. De los nueve hermanos, cinco trabajaban en
Bennett Enterprises. Me encantaba ponerme al día con
ellos. En los últimos años, la mayoría de las reuniones
habían sido en bodas (los nueve estaban casados), o
cuando tenían viajes de negocios en Los Ángeles.
—Es una pena que nadie más haya podido venir —
comenté.
Pippa agitó la mano.
—Ha surgido todo con muy poca antelación, pero
queríamos conocer a Blair en persona antes de contratarla.
—Nunca habíamos tenido a alguien que representara a la
empresa de esta manera. Supone un gran riesgo, pero tiene
reconocimiento internacional, sobre todo en Europa —
prosiguió Sebastian.
—Conquistando el mundo, ¿eh? Siempre admiraré lo
inteligente que eres —le dije a Sebastian de forma sincera.
—No podría hacerlo solo. Todos se esfuerzan mucho.
—De vez en cuando es modesto —se burló Pippa.
—Mi mujer no estaría de acuerdo contigo.
—No puedo creer que Ava aceptara a compartir oficina
contigo.
Sebastian sonrió de forma feroz.
—¿Qué? Soy el director general. Si quiero compartir
despacho con mi directora de marketing, que además es mi
mujer, ¿por qué no puedo hacerlo? Tiene mucho sentido. Se
unen las sinergias en nuestro trabajo.
—Ajá. Por eso tardaste años en convencer a Ava. Porque
esas sinergias serían muy productivas.
Pippa se rió entre dientes, pero sus ojos volaron hacia
April y Peyton, y supe que si no hubiera habido niñas en la
mesa, hubiera sido más específica. Imaginé que esas
sinergias incluían algunas sesiones de morreos... como
mínimo.
—Por cierto, he visto que Jace está en una de vuestras
campañas en redes sociales —dijo Pippa.
Sonreí.
—Así es. Y lo está petando.
—Una pena que no esté aquí. —Pippa esbozó una de sus
características sonrisas que decían ‘‘estoy tramando algo’’.
Le encantaba molestar a Jace.
Seguí acribillando a preguntas sobre sus proyectos
internacionales a Sebastian y Pippa. Tenía curiosidad, pero
hablar de negocios me ponía nerviosa. Esperaba que la
demanda interpuesta por Beauty SkinEssence se resolviera
antes de ir a juicio, pero no hubo caso. La fecha del juicio
sería dentro de seis semanas. Cuanto más se acercaba la
fecha, más me carcomían los nervios.
Sin embargo, decidí apartar el tema de mi mente por esa
noche y disfrutar de mis primos y mi chico.

***

Dos semanas después, un soleado martes por la mañana,


encontré a Anne al borde de las lágrimas en su escritorio.
—¿Qué pasa? —pregunté.
—¿No lo has leído?
—¿Leer qué?
Giró su monitor hacia mí y se me encogió el corazón. Una
revista de negocios había escrito un artículo sobre el pleito
que se avecinaba, y no me dejaba bien parada. Utilizaban
términos como fraude y juego sucio. Una fuente interna de
Beauty SkinEssence les había dado su versión de los
hechos, pero como la revista no había pedido la mía, era
evidente que no se trataba de periodismo imparcial. Era una
campaña de desprestigio dirigida por Beauty SkinEssence.
A pesar de haber sido atravesada por un escalofrío de
pánico, puse mi mano sobre el hombro de Anne para
tranquilizarla.
—Esto no significa nada, Anne. El juez será quien decida,
no la prensa.
Quería ser un ejemplo para mis empleados, y necesitaba
que supieran que podían confiar en mí para guiarlos incluso
en los momentos más difíciles.
Pero durante la semana siguiente, mis habilidades de
liderazgo se pusieron a prueba como nunca antes. Otras
tres revistas empresariales se hicieron eco de la historia y,
como solo estaba disponible la versión de Beauty
SkinEssence, esa fue la que destacaron.
Como experta en relaciones públicas, Hailey fue mi
consejera.
—Llama a los periodistas y dales tu versión.
—Pienso hacerlo, pero quiero hacer más que eso.
Al final, me puse en contacto con cada uno de los
periodistas y publiqué una carta abierta en el sitio web de
mi empresa, que redacté yo misma bajo la supervisión de
Hailey. Algunos periodistas dijeron que harían referencia a
mi declaración, otros se mostraron escépticos.
Lo que me atormentaba era que esas publicaciones eran
respetadas en los círculos empresariales y un juez podría
creer que lo que informaban eran hechos y no suposiciones.
Al parecer, mi abogado pensó lo mismo.
—No puedes hablar en serio. El juicio es dentro de tres
semanas —exclamé al teléfono.
—Srta. Connor, lo siento, pero... mi estado de salud
actual no me permite continuar con mi carga de trabajo.
—¿Por qué no me dices la verdad de lo que está
ocurriendo?
—El caso está recibiendo demasiada atención pública, y
si el juez no falla a su favor... Nuestro bufete no quiere verse
afectado por toda esa prensa negativa.
—Ya te daré a ti prensa negativa... —dije apretando los
dientes—. ¿En qué posición crees que quedas tú,
abandonando a tus clientes cuando piensas que no puedes
ganar un caso?
—Es preferible retirarse a perder.
—Es una política empresarial de mierda.
La ira se apoderó de mí e intenté aliviarla apretando la
pelotita antiestrés que Hailey me había traído hacía unos
días. No me sirvió de nada.
Apenas había terminado la llamada cuando el nombre de
Landon apareció en la pantalla de mi teléfono. A veces me
preguntaba si él podía percibir cuando estaba enfadada,
porque siempre tenía una sincronización asombrosa con mis
emociones.
—¿Cómo va todo? —preguntó.
—Bueno, me gustaría decirte que tengo buenas noticias,
pero la verdad es que mi abogado acaba de renunciar al
caso.
Cuando le conté lo sucedido, comenzó a llamar a mi
exabogado de todas las maneras posibles.
—Echaré mano de mis contactos. Trabajamos con
muchos abogados en nuestros negocios.
—Gracias. Encárgate tú de ello. Tengo una reunión que
empieza en diez minutos y durará toda la tarde, pero antes
hablaré con Carter. Él trabaja en el sector y podría tener
algunas recomendaciones.
Capítulo Veintiséis
Carter
—Venga ya, Carter. No aceptes el caso Connor —dijo
Anthony.
Invité a mis dos socios a nuestra sala de reuniones para
comunicarles lo que pensaba hacer.
—No os estoy pidiendo permiso.
Me decidí en cuanto Val me envió un mensaje
pidiéndome recomendaciones de abogados, ya que el suyo
había abandonado su caso. No había podido atender su
llamada porque estaba ocupado con un cliente, y en ese
momento Val estaba en una reunión, pero hablaría con ella
más tarde.
—El caso se ha hecho demasiado público —continuó
Anthony—. Y la fecha del juicio es dentro de tres semanas.
Si pierdes, nos costará muchos clientes.
—No pienso perderlo. Y te repito que no te estoy
pidiendo permiso.
—Todos somos socios en este negocio —me recordó
Zachary—. No puedes arriesgar nuestra reputación por
cualquier mujer con la que salgas.
Se hizo un silencio durante unos segundos. Podía sentir
una vena palpitándome en la sien.
—Zachary, si yo fuera tú cerraría el pico ahora mismo —
dije de forma amenazante. Val no era una mujer cualquiera.
—Mira, Carter, yo no tocaría el caso ni con un palo —
añadió Anthony—. No podemos detenerte si quieres llevarlo
adelante, pero ¿vale ella realmente la pena como para
arriesgarse?
—Sí. Sin duda.
Quería llevar el caso de Val. Quería luchar en su nombre.
Yo era un abogado jodidamente bueno. No podía quedarme
de brazos cruzados mientras ella pasaba por ese lío. Pasé
por su oficina sobre la hora en la que me dijo que finalizaría
su reunión.
Era evidente que todos, excepto Val, se habían ido. La
encontré sentada en su escritorio. Solo logré verle la
espalda, pero pude notar que estaba tensa. Mantenía una
postura firme y los hombros rígidos. Había estado hablando
por teléfono, pero debió de oírme entrar porque murmuró
un rápido ‘‘luego te llamo’’ antes de colocar el teléfono
sobre la mesa y mirarme de reojo.
Fui directo hacia ella, le rodeé la cintura con un brazo y la
acerqué al borde del escritorio. Entonces la besé, de manera
lenta y profunda. Ella me devolvió el beso, al principio a
regañadientes, pero cuando le exigí más, Val cedió, soltando
un pequeño gemido contra mi boca, enterrando una mano
en mi pelo y apretando los talones contra la parte posterior
de mis muslos, acercándome a ella. Quería que liberara
toda su tensión, que se olvidara de todas sus
preocupaciones.
Me aparté un poco, inclinando su cabeza hacia arriba con
mi mano.
—Hola —saludé.
—Buenas.
—¿Qué has estado haciendo?
—Reorganizando todo, básicamente. Landon ha
encontrado algunos bufetes de abogados, pero con los que
he contactado se han mostrado reacios a involucrarse a
estas alturas. ¿Tienes alguna recomendación?
Cierto. Me había mandado un mensaje para pedirme
recomendaciones. Me había olvidado por completo.
—Val, quiero representarte. Quiero ser tu abogado.
Parpadeó y me miró.
—¿Qué?
Vaya, esperaba una reacción más entusiasta.
—Sé que dijiste que debíamos mantener separado lo
profesional de lo personal, pero la situación ha cambiado.
—Lo sé, pero ¿y tu empresa? ¿Has hablado con tus
socios?
—Sí, les he informado. No les ha entusiasmado la idea,
por las mismas razones que te dio tu anterior abogado. La
verdad es que me importa una mierda. ¿Por qué dudas
tanto? ¿Por qué ni siquiera me has pedido que fuera tu
abogado? —Mi tono de voz era duro, pero me cabreaba un
poco que ni siquiera lo hubiera tenido en cuenta.
Mi corazón se aceleraba al considerar todas las
posibilidades. El abogado que había en mí se preguntaba si
no confiaba en mis capacidades. Sin embargo, el hombre
que había en mí temía que quisiera mantener intactos los
límites entre lo profesional y lo personal porque sus
sentimientos no eran tan profundos como los míos.
—Es una jugada arriesgada para ti, Carter. No creí que
fuera justo pedirte algo así.
De manera ansiosa, comenzó a jugar con los pulgares en
círculos sobre su regazo.
—Te estoy haciendo una propuesta.
—Es solo que... —Dejó la frase sin terminar y respiró
hondo antes de continuar—. Ninguna persona fuera de mi
familia se la ha jugado de esta manera por mí.
—Val, quiero luchar por ti. Quiero ganar esto por ti. Solo
di que sí.
Asintió y solté un suspiro, aproximándome hacia ella,
prácticamente rozando mis labios con los suyos.
—¿Deberíamos empezar ya? —preguntó.
—No. Mañana me levantaré temprano y revisaré los
documentos. Pero esta noche solo quiero que te olvides de
todo, ¿vale?
—Vale. Gracias por aceptar el caso. Y por estar aquí por
mí.
—Es donde debo estar. Junto a ti. Tanto en lo bueno como
en lo malo. No todo irá siempre sobre ruedas, pero estaré
para ti cuando lo necesites. Puedes contar conmigo para lo
que sea.
—Gracias.
Su voz era un poco entrecortada, como si temiera la idea
tanto como la deseaba. La comprendía perfectamente. Los
dos habíamos pasado por lo mismo antes, y todo había
acabado en desengaño o decepción, o ambas cosas.
—Bueno, y... ¿cómo vas a hacer que me olvide de todo
exactamente?
—¿Insinúas que mi encanto natural no es suficiente? —
Moví las cejas arriba y abajo.
Sonrió.
—No sé. Creo que deberías mejorar tus tácticas.
—Ya veo. ¿Estás segura de que puedes lidiar con ello?
Deslicé una mano bajo su falda, colocándola en la parte
media del muslo. Sus pupilas se dilataron mientras se lamía
los labios.
—Mmm... tal vez no debería confiar en un hombre tan
perverso después de todo. Siempre estás fantaseando con
lo que no deberías.
Asentí.
—Esta vez no.
—¿En serio? ¿Y qué se supone que está haciendo tu
mano bajo mi falda?
—Es el primer paso para ayudar a que te relajes. Ese es
el plan de esta noche.
—No, no. Soy yo la que te debo un rato de relax. —
Entrecerró los ojos de forma pícara—. De hecho, sé lo que
nos haría relajarnos a los dos.
—¿Me lo vas a contar?
—No, creo que te atormentaré un rato más.
De repente me lancé al ataque, retiré la mano de debajo
de su falda y me aproximé hacia ella. Se apartó ante mi
brusco acercamiento, utilizando sus manos para
equilibrarse. Entonces vi mi oportunidad y comencé a
hacerle cosquillas en las axilas.
Val se rió a carcajadas. Estaba muy orgulloso de haberla
hecho reír esa noche.
—Para, para, para.
—¿Estás segura de que no me lo quieres contar?
Negó con la cabeza. Cambié de táctica y coloqué mis
manos en su cintura.
Le pasé la punta de la nariz por el cuello. Se estremeció y
sentí un inmenso placer al ver cómo reaccionaba su cuerpo
ante mí. Sus caderas se deslizaron unos centímetros hacia
delante, como buscándome. Arqueó la parte baja de la
espalda y gimió mientras le acariciaba el sujetador por
encima de la camisa, dibujando círculos alrededor del
pezón.
—Haré que me lo digas —prometí.
—Ya, sé que lo harás.
Capítulo Veintisiete
Carter
Me sumergí en la documentación proporcionada, repasando
cada detalle y volviendo a revisar mi propio trabajo. Además
de la faena que ya tenía, trabajaba hasta altas horas de la
noche y me levantaba temprano por la mañana.
Ni siquiera cuando era un estudiante arruinado que
aceptaba cualquier trabajo, había tenido tanto que hacer. Lo
último que necesitaba era la noticia que me dio mamá.
Estaba comiendo en un food truck cerca del juzgado
cuando me llamó. Ver su nombre en la pantalla me pilló por
sorpresa porque normalmente llamaba por la tarde.
—Mamá, ¿va todo bien? —pregunté en cuanto descolgué
el teléfono.
—Más o menos. Tenemos que hablar.
—¿Te ha pasado algo? ¿O a papá?
—No, no es eso.
—Vale.
Estaba de pie en una de las pequeñas mesas que
rodeaban el camión de comida y me puse la palma de la
mano sobre la oreja libre para tapar el ruido del tráfico.
—Te escucho.
—He estado pensándolo mucho, y... no puedo volver a
Los Ángeles, Carter.
—¿Qué?
—Tengo que quedarme con tu padre. Su recuperación es
lenta, y me necesitará después también. No puedo dejarlo
solo durante tanto tiempo.
—¿Quieres que contrate a alguien para que te ayude?
—No hace falta. Pero ya no puedo viajar entre Los
Ángeles y Montana como lo hacía antes.
—Podéis mudaros los dos aquí —sugerí—. Papá ni
siquiera tendría que vender el vivero. Os puedo mantener.
—Ya sabes lo cabezota que es. Quiere quedarse aquí con
el vivero. Siempre existe la posibilidad de traernos a las
niñas con nosotros.
—Las niñas se quedarán conmigo, mamá. Es lo que
Hannah quería. Lo que ellas quieren, y lo que yo quiero
también.
—Siento soltarte esto así, pero he estado dándole vueltas
durante un tiempo, y bueno... cuanto antes lo sepas, antes
podrás cuadrarlo todo con la niñera. Sé que Angela se
marchará en otoño.
La verdad era que Angela me había informado
recientemente de que se marcharía mucho antes de lo
previsto, porque había conseguido unas prácticas en un
centro de investigación de psicología infantil y empezaba en
una semana. Me puso en un aprieto, pero la había liberado
del contrato, porque siendo justos, no era una oportunidad
que pudiera desaprovechar. Sinceramente, había pensado
en pedirle a mamá que volviera más pronto. Entendía su
decisión, pero no me apetecía añadir “buscar una canguro”
a mi lista de tareas pendientes cuando ya estaba tan
agobiado.
Tuve que apretar los dientes y salir adelante por todos.
Les di la noticia a todas esa misma tarde. Primero hablé
con Val.
—Las cosas no van a cambiar tanto, Carter. Ya eres una
gran parte de la vida de las chicas.
—Lo sé. —Quería a las chicas con todo mi corazón.
—Y estoy aquí para cualquier cosa que necesites. Por si
no lo has comprobado ya, tengo mucha experiencia. Te será
útil, estoy segura. Voy a preparar algo de cena mientras se
lo cuentas a las chicas.
Me reí, sorprendido de ver con la tranquilidad con la que
se estaba tomando las cosas. Aunque, en definitiva, así era
Val. Nunca se quejaba de los obstáculos que la vida le
pusiera por delante.
Hablé con las niñas en la habitación de April. Los tres nos
sentamos en su cama... hasta el momento en que les dije
que su abuela se quedaba en el vivero. Entonces Peyton se
levantó sobre sus piernecitas y me rodeó el cuello con los
brazos.
—¿Ya no nos quiere? —El sonido de su pequeña y
temblorosa voz me deshizo.
—Claro que sí, bichito. Pero allí tiene su casa y el abuelito
la necesita. No se puede quedar solo durante mucho
tiempo.
April se mordía las uñas. Peyton no dijo nada, pero su
cuerpecito empezó a temblar y luego rompió a llorar. El
pánico se apoderó de mí mientras intentaba calmarla.
—Vamos a estar bien, os lo prometo.
—¿Pero... y si necesitamos a la abuela? —preguntó
Peyton cuando se calmó—. ¿Y si tenemos preguntas de
chicas?
—Puedes llamarla siempre que quieras.
—Pero puede que no conteste —dijo April de forma
razonable—. ¿Podríamos preguntarle a Val?
En realidad debería haberlo aclarado con Val antes de
contestar, pero las chicas me miraban con expresiones tan
esperanzadas que no había forma de que dijera otra cosa
que ‘‘Sí’’.
—¿Y si Val también se va? —presionó Peyton.
Qué manera de apuñalarme en el corazón, chiquilla. Me
di cuenta de lo mucho que temían que eso sucediera. Joder,
yo también tenía miedo. Me sentía como si estuviera
caminando sobre arenas movedizas y pudiera hundirme en
cualquier momento.
—Chicas, pase lo que pase, os prometo que nos las
apañaremos.
La cena transcurrió con tranquilidad y las niñas se fueron a
la cama inmediatamente después.
—¿Estás bien? —preguntó Val suavemente una vez que
estuvimos solos en el salón, acurrucados juntos en el sofá.
—A decir verdad, todavía estoy tratando de asimilarlo.
Tendré que buscar una nueva niñera.
—Yo te ayudaré con eso, de todas formas, ya conozco el
horario de las chicas. Podemos dividirnos algunas tareas
hasta que encuentres a alguien.
Mi corazón dio un vuelco.
—¿Estás segura? Estoy muy involucrado en sus vidas, y
sin mi madre... te verán como una figura maternal.
—Es lógico. Te aseguro que se me da bien ser una figura
materna. Puedes pedir a mis hermanos que te lo confirmen.
La atraje hacia mi regazo hasta que quedó a horcajadas
sobre mí.
—Tengo plena confianza en tí.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
Decidí poner todas las cartas sobre la mesa.
—Creo que es pedir demasiado.
Val bajó los hombros y se desplazó hacia atrás, como si
quisiera alejarse de mí. Podría jurar que se hacía más
pequeña.
—¿Tú... quieres tomarte las cosas con más calma?
—No, Val. No me refiero a eso. No quiero tomarme las
cosas con más calma. A veces siento que no puedo ni
respirar si no estás conmigo. Pero soy muy consciente de
que esto no es lo que esperabas.
—Quiero formar parte de vuestras vidas. ¿Por qué crees
que es pedir demasiado?
—Cuando April y Peyton se mudaron conmigo por
primera vez, tuve algunas malas experiencias en cuanto a
las citas.
—Carter, en todo caso, la manera en que quieres a tus
sobrinas y la forma en que te responsabilizas de ellas solo
hace que me importes más.
Acaricié sus mejillas, le besé la frente y luego los labios.
Empecé suavemente, pero luego los movimientos de mi
lengua se hicieron más urgentes a medida que asimilaba
sus palabras. Yo le importaba. Me quería a mí, a Peyton y a
April.
Toqué ligeramente el dorso de sus pechos y luego le
acaricié los pezones hasta que se le pusieron duros. Llevé
una mano a su culo y la atraje hacia mí hasta que su centro
chocó con mi erección. Solté un gemido y le acaricié la nuca
con la otra mano.
—Rodea mi cintura con tus piernas.
Lo hizo inmediatamente y nos levanté del sofá.
De camino, empezó a quitarme la camisa. Una vez
estuvimos en el dormitorio, cerré la puerta y la presioné
contra ella con mis caderas, sacándole el vestido por
encima de la cabeza. Jadeó cuando mi erección oprimió la
seda húmeda de sus bragas. Noté cómo los espasmos
recorrieron sus dedos, luego se enroscaron y sus uñas se
clavaron en mis bíceps.
Gemí, frotándome contra ella de nuevo, volviéndola loca.
Le mordí el labio inferior mientras bajaba sus pies al
suelo, y entonces el resto de nuestra ropa salió volando por
todas partes. La deseaba con fervor y me encantaba ver
cómo eso se reflejaba en la forma pasional en la que
respondía a mis besos y mis caricias. Cuando estuvo
completamente desnuda, me coloqué delante de ella,
trazando una línea de besos desde sus clavículas hasta su
ombligo, y luego descendí. Pasé mi lengua por su clítoris
una vez antes de volver a subir para besar sus pechos
previo a llevarme los pezones a la boca y dibujar círculos
con mi lengua. Sus rodillas flaqueaban con cada pasada de
mi lengua. Introdujo su mano entre nosotros y me tocó la
erección. Mi miembro palpitaba en su mano.
Agarrándola por las caderas, le di la vuelta. Podía vernos
a los dos reflejados en el espejo de la pared opuesta.
Apoyó los brazos en la cómoda mientras yo le besaba el
cuello y los hombros. Le toqué los pechos, girando sus
pezones entre mis dedos pulgar e índice. La tensión que
recorría mi cuerpo se hacía cada vez más intensa.
—Carter, te necesito.
—Lo sé, mi amor. Pero primero tienes que prometerme
algo.
Deslicé mi erección entre sus piernas.
—¿Qué? —jadeó.
—No volverás a dudar de mis sentimientos por ti.
¿Prometido?
Nuestras miradas se clavaron en el espejo. Pude ver el
miedo en su mirada y quise que se desvaneciera. Se lamió
los labios, tratando de recobrar la cordura, pero yo no se lo
estaba poniendo nada fácil. Empecé a mover ligeramente
las caderas hacia delante y hacia atrás, y la sensación de su
culo apretado contra mi pubis me volvía loco.
—Val —insistí, continuando con la lenta tortura.
—Lo prometo.
Me retiré un poco, dándole la vuelta de inmediato,
deslizando mis manos bajo su culo, y levantándola. Mi polla
estaba frotando su clítoris. Gimió mientras la llevaba a la
cama. Apenas la había bajado sobre el colchón cuando me
hundí dentro de ella, introduciendo cada centímetro. Le
temblaban los muslos y tenía la respiración entrecortada.
—Ah, joder —gemí.
Mi ritmo era duro e implacable, y ella se estaba
deshaciendo rápidamente. Cuando sus músculos internos
empezaron a palpitar, ralenticé el compás, haciendo que
bajara de la ola de placer.
Gritó de frustración, moviendo sus propias caderas más
deprisa... hasta que posé una mano en su pelvis, y la
presioné contra el colchón.
—Haré que te corras, mi amor. Te lo prometo.
El mensaje fue muy claro. Iba a hacerlo a mi manera, y
ella no tenía más remedio que entregarme su placer. Me
quedé completamente quieto dentro de ella mientras le
acariciaba el clítoris con los dedos y me inclinaba para
lamer su pezón.
—Ah, Carter. Joder, joder, joder.
La tensión empezó a extenderse desde el punto donde
estábamos conectados, invadiendo todo mi cuerpo. Nunca
había sentido un orgasmo formarse tan lentamente. Todos
mis músculos se tensaron y, cuando la besé para tapar su
grito de placer, cedí a mi propio clímax.
Capítulo Veintiocho
Carter
Las semanas previas al juicio fueron muy duras. Me sentía
como si estuviera en piloto automático la mayor parte del
tiempo, excepto cuando se trataba de preparar el caso de
Val.
La noche anterior al juicio, me levanté de la silla a las
tres de la madrugada.
Val no estaba en la cama, así que fui a comprobar si
estaba en el salón, pensando que se había quedado
dormida allí. La encontré en la cama de Peyton. Mi sobrina
estaba acurrucada contra Val, mientras ella la abrazaba con
afecto. Se me enterneció el corazón al verlas así, tan dulces
y tiernas juntas. Quería tener la oportunidad de verlas así
todas las noches. Nunca había querido tanto algo.
La cogí en brazos y ella se giró, apoyando la cabeza
sobre mi hombro.
—Me he quedado dormida en la cama de Peyton —dijo al
despertarse.
—Lo sé. Te estoy llevando a la nuestra. Hueles a nuez
moscada. ¿Lo sabes?
—Mmm... las chicas y yo encontramos una receta para
hacer una tarta y decidimos probarla. ¿Qué hora es?
—Las tres.
—Así que en teoría ya es mañana. —Parpadeó con los
ojos muy abiertos y sentí que su pulso se intensificaba
mientras la posaba en mi cama y me acurrucaba a su lado
—. Carter, tengo miedo.
—No te preocupes. Vamos a ganar. Te lo prometo. —Besé
su mejilla, descendiendo hasta su cuello—. Duérmete,
cariño. Siento habértelo recordado.
De repente, agarró mi camisa entre sus manos, soltando
la tensión que la invadía e inspirando profundamente. La
mantuve a mi lado toda la noche, mientras le daba vueltas
al caso en mi mente. No la iba a decepcionar.

***
Val
La mañana del juicio me pareció surrealista. Me vestí,
desayuné y, antes de darme cuenta, Carter ya estaba
aparcando el coche a unas manzanas del juzgado. Yo estaba
sudando a mares. Tenía las palmas de las manos húmedas,
al igual que los pelos de la nuca. Hice todo lo posible por
escuchar todo lo que Carter decía, pero el pánico me
invadía de forma tan frenética que causaba que mi pulso
martilleara mis oídos, bloqueando gran parte de sus
palabras. De todas maneras, ya me sabía de memoria todo
lo que estaba diciendo. Habíamos repasado todo el plan
infinitas veces.
—Val —dijo Carter suavemente una vez que estuvimos
fuera del coche—. Escúchame. Todo va a salir bien.
—¿Cómo puedes estar tan tranquilo? Tú también te
juegas mucho con esto. Tus socios están descontentos
contigo.
—Ahora mismo me importa una mierda lo que piensen.
—¿Por qué? ¿Cómo puede no importarte?
—Porque me centro en lo que es importante y, ahora
mismo, lo único importante es ganar el caso por ti. Tú eres
importante para mí, Val... El resto es secundario. Soy un
excelente abogado. Buscaré la manera de ganar. Tú solo
trata de centrarte en el lado positivo. Tienes a tu familia
apoyándote. Y me tienes a mí, Val.
Mi corazón se derritió. Lo pensaba todo de forma lógica.
Intenté hacer lo mismo, pero sinceramente, siempre había
sido bastante emocional en ese tipo de situaciones. Solo
podía pensar en que si las cosas se complicaban, la
reputación de la compañía se vería afectada. Podría perder
contratos y pedidos, y defraudaría a mis empleados.
Por no hablar de que recibiría un enorme golpe financiero
si tuviera que abandonar la línea de cuidado de la piel y el
juez decidiera que tendría que pagar daños y perjuicios a
Beauty SkinEssence como resultado de ello.
Carter también perdería mucho. No podía creer que
pudiera estar poniendo la mano en el fuego por mí de esa
manera.
—No está funcionando, ¿verdad? —preguntó.
Negué con la cabeza. Sin apenas darme cuenta, Carter
se lanzó a mis labios, presionando mi espalda contra uno de
los muros de hormigón del parking. Madre mía, no era el
típico beso que te dan para comenzar el día. Era tan sensual
y ardiente que me costó no subirme encima de él.
—¿Qué estás haciendo? —pregunté cuando hicimos una
pausa para respirar.
—Intentando que te olvides de todo mientras aún
tengamos tiempo.
Me reí.
—Me temo que ni siquiera tus excelentes habilidades
para besar pueden lograrlo.
Entrecerró los ojos y deslizó una mano bajo mi camisa,
sosteniéndola por encima de mi sujetador de seda.
—¿Acabas de meterme mano?
—Pues sí, y si sigues en el mismo plan, haré cosas
peores.
Dios mío... A juzgar por ese brillo juguetón en sus ojos,
me pude hacer una idea clara de lo que quería decir con
‘‘peores’’.
—Eres perverso, ¿lo sabías? —le aparté la mano a
medias, aunque inmediatamente me arrepentí de haberlo
hecho, porque todas mis preocupaciones volvieron a
asaltarme. Pero era hora de coger el toro por los cuernos y
afrontar la situación tal cual era.
Carter mantuvo una mano de forma protectora en mi
espalda durante todo el trayecto hasta la sala del tribunal.
Mi familia me esperaba fuera y les dediqué una sonrisa.
—No puedo creer que estéis todos aquí —murmuré,
abriendo mis brazos para ellos. Landon me achuchó
especialmente fuerte.
—Todo saldrá bien, pitufa —susurró. Le pellizque con
picardía. Ese era el apodo que me había puesto papá.
—Seguro que sí —dije con toda la fuerza que pude reunir.
No quería decepcionar a mi mellizo.
Una vez más, repasé el plan durante la siguiente media
hora. Dentro de la sala, apenas miré al representante de
Beauty SkinEssence y a su abogado.
Me sentí lo más firme posible, con la barbilla alta. Había
pasado por cosas mucho peores. No iba a dejar que
percibieran mi miedo. No me dejaría intimidar.
El abogado de la contraparte habló primero. Como era de
esperar, fue despiadado en la presentación de las
‘‘pruebas’’ y en la descripción de mis intenciones. De
repente, Carter se levantó de su asiento. Estaba bien
afeitado y con aquellos ojos penetrantes que observaban al
jurado y al juez, dominaba la sala sin esfuerzo.
Mientras el abogado demandante me interrogaba, me
esforcé por mirarle directamente a los ojos y mantener mi
tono de voz lo más neutro posible.
—Como ya se ha dicho en innumerables ocasiones, todos
seguimos las tendencias y demandas del mercado y nos
esforzamos por satisfacerlas. El desarrollo simultáneo de
productos no es inusual. Esto ha sido una campaña para
intimidarme de principio a fin —concluí. Carter me miró
desde el otro lado de la sala.
Nunca me había sentido tan querida como en aquel
momento. Sentí que su mirada me envolvía como un abrazo
tranquilizador y, por primera vez en el día, mi ansiedad
pareció estar bajo control.
Carter pasó a presentar una prueba tras otra para
demostrar la integridad de mi empresa, así como la
cronología de los hechos. Esa fue la culminación de
semanas de trabajo por su parte, además de lo que mi
anterior abogado había dejado preparado. Tras
innumerables audiencias, ese fue el acto final.
Nuestras pruebas eran circunstanciales, igual que las de
la oposición. El producto no era patentable. En definitiva, la
decisión final estaba en manos del juez.
Capítulo Veintinueve
Val
Pasaron diez días hasta que tomaron una decisión. Estaba
en mi despacho cuando Carter irrumpió con los documentos
en la mano.
—El juez ha fallado a tu favor. Tienen que pagar todos tus
gastos de representación, además de una multa enorme por
difamarte con ese artículo.
Leí cada palabra por lo menos cinco veces hasta que lo
asimilé, y entonces salté a los brazos de Carter. Se rió,
abrazándome con fuerza.
—Gracias, gracias, gracias —murmuré, y me sorprendió
que siguiera abrazándome al retroceder.
—¿Qué estás haciendo? —susurré. Cuando me miró con
su típica mirada ardiente, obtuve mi respuesta. Un
estremecimiento recorrió todo mi cuerpo. Continuó con un
chisporroteo cuando Carter cerró la puerta y acercó su boca
a la mía. Dios, ese beso.
Tras retirarse un poco, me pasó el pulgar por los labios.
Sus ojos tenían la misma calidez y emoción que habían
tenido en la sala del tribunal diez días antes.
—Has sido toda una campeona por pasar por todo esto —
dijo.
—¿Yo? Tú fuiste el que lo hizo todo. —No habíamos vuelto
a hablar del juicio una vez terminado, porque no quería
volver a perder la cabeza intentando deducir qué decidiría
el juez finalmente. Carter me acercó más a él, puso la mano
en mi espalda y la deslizó hasta casi llegar a mi trasero—.
Parecías dispuesto a cargarte al abogado de la contraparte.
Pero... como yo cuento con información privilegiada, sé que
hay algo más que un despiadado abogado en ti.
—¿Cómo quieres que celebremos la victoria?
—Bueno... voy a invitar a toda la plantilla a un almuerzo
mañana. Quizá también pueda reunir hoy a los Connor para
cenar temprano.
—Me parece genial.
Sabía que todo el mundo esperaba con impaciencia
noticias mías, así que empecé a hacer llamadas de
inmediato.
Veinte minutos después ya teníamos plan. Carter fue a
recoger a las niñas al colegio y se reunió conmigo en el
restaurante, que estaba medio vacío cuando llegué. Dos
camareros juntaron varias mesas para formar una más
larga. Mis hermanas llegaron primero y me abrazaron con el
típico ‘‘sándwich Connor’’ en cuanto me vieron. Mis
hermanos llegaron poco después.
Mis hermanos acudieron con sus parejas y niños, así que
éramos un grupo enorme, pero a mí me gustaba celebrar
por todo lo alto. Carter llegó el último con Peyton y April.
April me sonrió, haciéndome un gesto con el pulgar hacia
arriba, y Peyton corrió directamente a mis brazos.
—Carter me ha contado que los malos no han ganado.
¿Así que ya vas a dejar de estar preocupada? —preguntó.
—Así es, bichito.
Me plantó un beso baboso en la mejilla y le despeiné los
rizos con la mano.
—La Srta. Dodger nos ha dicho que haremos una venta
de pasteles la semana que viene. ¿Puedes ayudarme a
hacer galletas? —En voz más baja, añadió—: Carter siempre
las compra en el súper.
Me reí, bajándola a un asiento.
—Cocinaremos galletas, no te preocupes.
Mientras todos estaban ocupados eligiendo asientos y
echándole un vistazo al menú, aparté a Carter a un pequeño
pasillo en la parte trasera del restaurante.
—¿Qué pasa Val?
—Tenía que advertirte de que, aunque te hayas jugado el
pellejo por mí, puede que mis hermanos te hagan un par de
preguntas incómodas. Ellos son así, no te lo tomes como
algo personal.
—Ya te he dicho que no hay ningún problema. Y si me
acribillan a preguntas, creo que les gustarán mis
respuestas. —Se rió suavemente, sosteniendo mi cabeza
con ambas manos—. Eres una mujer increíble, Val, y te
quiero.
Había esperado ese te quiero, por supuesto, aunque no
me había atrevido a tener expectativas sobre ello, por si
acaso me estaba montando películas en mi cabeza.
—No hace falta que me lo digas también, pero quería que
lo supieras.
Enterré la cara en su cuello, sonriendo contra su piel.
—Yo también te quiero. Muchísimo.
Me envolvió en sus brazos, abrazándome con fuerza.
—Me quedaré contigo siempre, Val. Soy completamente
tuyo.
Respiré su aroma masculino, derritiéndome entre sus
brazos. A continuación, Carter llevó una mano a mi nuca,
inclinándola para tener acceso a mi boca, y me besó hasta
que mi centro palpitó. Apreté los muslos, pero era imposible
ignorar el placer que se estaba formando.
—No puedo esperar a tenerte solo para mí.
Me estremecí ante la seductora promesa.
—La fiesta durará unas tres horas.
Su mirada echó fuego.
—Tres horas. Y entonces serás toda mía.

***
Carter
Nos unimos de nuevo al grupo. No podía dejar de mirarla.
Me gustaba verla así: despreocupada y feliz. Sabía que
había llevado un gran peso sobre los hombros durante
semanas, y me alegré de que eso hubiera terminado.
Val era una mujer de éxito. Muchos querrían acabar con
ella. Yo me interpondría entre ella y cualquiera que lo
intentara: verían lo despiadado que podría llegar ser. No
podrían superarme.
Ella me quería. No tenía ni idea de lo que había hecho
para merecerlo... para merecerla.
Todos estaban charlando animadamente cuando Val y yo
nos sentamos. Ella miró con disimulo alrededor de la mesa,
como si intentara averiguar si alguien se había dado cuenta
de nuestra ausencia.
Jace sonrió, dándose cuenta enseguida.
—No te preocupes, hermanita. Todos te hemos visto
desaparecer por aquella esquina del fondo. Will y yo hemos
apostado cuánto tardarías en volver. Te digo más, él
pensaba que no volverías.
Will gruñó y Jace le guiñó un ojo a su hermana.
—Pero yo tenía un poco más de fe en ti. Sabía que no nos
abandonarías.
—Pues claro que no. —Las mejillas de Val se sonrojaron.
Era adorable.
Hailey levantó una ceja, alternando la mirada entre Will y
Jace.
—Vosotros dos estáis llevando las bromitas
completamente a otro nivel.
—Aprendimos de los maestros —replicó Jace.
Landon, que estaba a unos asientos de distancia, se
aclaró la garganta.
—Jace, estoy cambiando de opinión sobre lo de dejarte
dar el discurso.
—Qué poco confías en mí.
Val parpadeó.
—¿Un discurso?
Jace se levantó de la silla, sosteniendo una copa de
champán en la mano. El bullicio que se podía escuchar
segundos antes alrededor de la mesa se calmó.
—Sé que Landon es el maestro de los discursos de la
familia, pero quiero decir unas palabras. Todos estamos
orgullosos de ti, Val, y siempre te apoyaremos, pase lo que
pase. Ya lo sabes, pero no me cansaré de repetirlo. Nos
alegramos muchísimo de que las cosas salieran bien al final.
Muchas gracias a Carter por coger las riendas del asunto y
cuidar de Val. Por Val y Carter.
Mientras los demás brindábamos, la sonrisa de Val
temblaba ligeramente. Le apreté la mano por debajo de la
mesa.
En el transcurso de la cena, Hailey captó la atención de
Val.
—Vamos a hacer planes para una noche de chicas. Hace
mucho que no salimos —dijo Hailey.
—Lo sé. Últimamente todo ha sido una locura.
—Bueno, pero no voy a aceptar un no por respuesta.
Val asintió y dijo:
—Vale. Carter, ¿puedes abrir la aplicación del calendario
en mi teléfono, por favor? Tengo las manos pegajosas de por
las alitas de pollo.
Cogí su móvil de la mesa y abrí el calendario. Algo no me
cuadraba. La mayoría de los planes por la tarde estaban
tachados. Retrocedí a las semanas anteriores y vi que la
mayoría de sus actividades por la tarde tenían una línea roja
sobre ellas. ¿Los planes pasados se tachaban
automáticamente? No, no era eso, porque todas las
actividades que estaban escritas por las mañanas aparecían
correctamente.
Aún no habíamos encontrado a nadie que se quedara por
las tardes con Peyton y April, lo que significaba que Val y yo
nos alternábamos las tardes trabajando desde casa. Yo
había insistido en que podía trabajar desde casa todas las
tardes o April podía cuidar sola de Peyton hasta que
encontráramos a alguien, pero Val no quería ni oír hablar de
ello.
Había estado tan perdido en mi ajetreada agenda que no
me había dado cuenta de que había cancelado todos sus
planes.
—Esta noche de aquí la tengo libre —comentó Val.
Hailey aplaudió, preguntó al resto de las chicas de la
mesa si se unían y dio por zanjado el asunto. Al mismo
tiempo, April me miraba mal porque quería pedirle a Val que
la dejara salir con las chicas, pero yo le dije que eso solo
podía hacerlo cuando cumpliera los dieciocho.
No había querido sacar el tema de sus planes cancelados
mientras estábamos de celebración, pero de camino al
coche, mencioné el asunto.
—Val, he echado un vistazo a tu agenda. No me has
dicho nada de que has cancelado muchas de tus reuniones
y planes por la tarde durante semanas.
—Pues claro. Ya te dije que sacaría tiempo de donde
fuese.
—Ya, pero no tienes por qué dejar de hacer las cosas que
te gustan.
—Las reprogramaré para otro momento.
Se desentendió del asunto, pero yo sentí que todavía no
estaba resuelto.
Capítulo Treinta
Carter
Durante la semana siguiente, puse más atención a todo.
Hice lo posible para asegurarme de que Val no se relegara a
un segundo plano. Había acudido a su noche de chicas, pero
seguía cancelando no solo eventos sociales, sino también
reuniones.
—Ya iré el año que viene —me dijo una noche mientras
nos metíamos en la cama, cuando le pregunté si había
comprado entradas para un festival de cata de vinos en
Florida del que me había estado hablado. Mantuvo la
sonrisa al decirlo, pero yo seguía preocupado.
—Ve este año. Quiero que te diviertas.
—Pero contigo me lo paso bien también —respondió ella
—. Parece que sabes cómo entretenerme. —Bajando la voz
hasta un susurro, añadió—: Y confieso que se te da muy
bien.
Me reí, tirando de ella para acercarla a mí.
—¿Qué haría yo sin ti, eh?
—Me echarías mucho de menos.
—¿Tú crees?
—Estoy convencida al cien por cien.
—Tienes razón.
La mantuve cerca de mí mientras su respiración se
aplacaba, aunque yo no conseguía conciliar el sueño.
Unos días después, regresé a casa especialmente tarde.
Estaba convencido de que encontraría a Val dormida, pero
en su lugar, estaba en el sofá, inclinada sobre una pila de
papeles, escribiendo frenéticamente.
—¿Por qué estás levantada tan tarde, guapa? —Le besé
la coronilla, pero me levantó un dedo en señal de que
estaba ocupada.
—Dame media hora. Estoy inspirada tomando notas para
otra potencial línea con Sephora. Me han dicho que podrían
convertir nuestra colaboración en algo anual, y tengo
muchísimas ideas. Quiero ponerlas por escrito antes de que
se me olviden. Esta tarde no he podido ponerme a ello.
Me senté en el sillón frente al sofá, observándola. Estaba
magnífica, seria y concentrada. Tenía una energía
desbordante. Sonreí, pero sentí una punzada en el
estómago al recordar algo que Hailey había dicho en la
primera cena de los viernes a la que había asistido: que Val
solo solía tener tiempo para trabajar en sus ideas por la
noche.
Tragué saliva, sintiendo un nudo en la garganta.
Sabía que no debía sacar el tema. No había hecho más
que transmitirme calma cada vez que yo lo hacía. Me
propuse cambiar de táctica.
Fue por eso que, la noche siguiente, la sorprendí en la
cocina después de acostar a Peyton. Me detuve en la
puerta, observándola. Llevaba pantalones de chándal, un
top ajustado y el pelo recogido en una trenza. Estaba
bailando, sujetando la espátula como si fuera un micrófono.
Me eché a reír. Se giró hacia mí en un sobresalto.
—No te he oído subir. ¿Por qué te ríes? —Colocó ambas
manos en sus caderas—. Espero que no sea de mi bailecito.
Y si resulta que sí, más te vale que sepas mentir. Que sepas
que yo estoy muy orgullosa de cómo me muevo.
—Tranquila, mujer. No me estoy riendo de nada en
particular. Solo disfruto de la vista.
Me sonrió y volvió a centrarse en la tarta que se estaba
cocinando en el horno. Me acerqué por detrás, le puse las
manos en las caderas y la giré hacia mí.
—Quiero hablar contigo.
—Vaya, eso me suena mal.
—No es nada malo.
Saqué el vale del bolsillo y lo agité frente a ella.
—¿Y eso qué es?
—Una sorpresa.
Sus ojos brillaron de emoción. Se lamió los labios,
moviendo las cejas.
—A ver, dámelo. Me encantan las sorpresas.
Saqué el vale del sobre, meneándolo un poco más.
Estaba muy mona intentando leer lo que ponía. A
continuación me lo quitó de las manos.
—Entradas para el festival de la cata de vinos. Y un vale
para una estancia de tres noches en un hotel —dije.
—Guau, estoy flipando. ¿Cuándo nos vamos? ¿Después
de que dejes a las niñas en casa de tus padres?
Peyton y April tenían una semana de vacaciones y mis
padres habían insistido en que las llevara con ellos.
—No, esto es solo para ti y quien quieras llevar.
—¿Tú no vienes?
—No.
—No entiendo por qué.
—Me quedaré con Peyton y April en casa de mis padres
mientras estés fuera. Luego tendremos unos días para
nosotros cuando vuelvas, antes de que recoja a las niñas. Ve
al festival y llévate a quien quieras. Ve con Hailey y Lori, o
con tus amigas. Organiza un fin de semana de chicas.
Echó un vistazo al vale y luego volvió a posar su mirada
en mí.
—¿Por qué te empeñas en que vaya sin ti?
—Quiero que te vayas y te relajes. Seguro que tienes que
ponerte al corriente con las chicas y creo que tomarte unos
días para ti te vendrá bien.
Su sonrisa se desvaneció.
—¿Qué quieres decir?
—Sé que te gusta tener tu propio espacio y hacer tus
cosas con tus hermanas.
Bajó la mirada hacia el vale y se quedó examinándolo
durante tanto tiempo que me hizo preguntarme si
realmente estaba leyendo los detalles o si solo evitaba
mirarme.
—¿Por qué haces esto, Carter?
—Has estado haciendo de todo por mí y por las niñas
durante semanas. No es justo para ti. Necesitas tomarte un
tiempo para relajarte.
Se zafó de mi agarre, se dirigió hacia la ventana de la
cocina y se apoyó en el alféizar.
—Ya veo. Entonces, ¿te pareció bien aceptar mi caso
aunque fuera una jugada arriesgada para tu negocio, y
también te pareció bien trabajar dieciséis horas al día
porque se sumaba a tus otros casos, pero lo que estoy
haciendo yo no te parece bien?
—Lo del caso fue algo temporal —señalé.
Se cruzó de brazos.
—Quieres decir que de haberse alargado el asunto,
¿hubieras abandonado el barco?
—No, claro que no. A ver, no es lo mismo.
—Sí que lo es. Me has apoyado cuando te he necesitado
y yo estoy haciendo lo mismo.
Me pasé una mano por el pelo, frustrado por no poder
hacerle entender mi punto de vista.
—Me dijiste que mientras tus hermanos crecían no tenías
tiempo para ti, y que apenas hace unos años empezaste a
disfrutar de la conciliación de tu vida laboral y familiar. No
quiero que sientas que tienes que renunciar a ello.
Respiré profundamente, sabiendo que mis palabras la
disgustarían... pero necesitaba decirlo, solo por esa vez, de
lo contrario, ese miedo me carcomería poco a poco. En
aquel momento estaba atrapada en la rutina diaria, pero ¿y
si un día se levantara y pensara que ya no era capaz
hacerlo?
Algunas relaciones que había tenido se habían torcido
porque mis sobrinas eran parte de mi vida, pero ninguna de
ellas me habían importado tanto como me importaba Val.
Ella era la mujer de mi vida.
Tal vez no fuera justo echárselo en cara, pero necesitaba
saber con absoluta certeza que no iba a renunciar a
nosotros.
—Utiliza el tiempo en el viñedo para pensar en lo
nuestro, considera si es lo que de verdad quieres. ¿Eres
feliz?
Echó la cabeza hacia atrás, parpadeando rápidamente.
—Claro que es lo que quiero. ¿Por qué dices eso?
—Porque te está pasando factura...
—Tengo que reorganizar un par de cosas, no es para
tanto. Siempre he sabido que algún día tendré que tomarme
las cosas con más calma si quiero tener hijos, que es lo que
realmente quiero. —Se detuvo de forma brusca, dejando
caer su mirada al suelo—. ¿Tú no?
—Pues claro que sí.
—Entonces deja de decir tonterías. No necesito
reconsiderar nada. Te quiero, y también quiero a Peyton y a
April.
—Val...
—Nada de Val.
Avancé hacia ella con la intención de acercarme, pero se
apartó a un lado. Captaba el mensaje.
—Gracias por las entradas y el vale. Los aprovecharé solo
porque no quiero que se desperdicien. Pero no vuelvas a
hacer esto. No decidas por mí, no me gusta nada de nada
que lo hagas. Ahora mismo, tengo que esperar unos quince
minutos a que la tarta esté lista, y me gustaría estar sola,
por favor.
Capítulo Treinta y Uno
Val
Durante los siguientes días, Carter y yo nos tratamos con
cortesía, como se hace después de una pelea cuando aún
quedan asuntos sin resolver y sabes que la otra persona
sigue insistiendo en su punto de vista, pero no quieres
volver a discutir. Nuestras interacciones rozaban la frialdad
y supuse que las chicas se estaban dando cuenta, lo que me
llenaba de una inmensa culpa.
Había llamado a Hailey y Lori a la mañana siguiente.
Estaban entusiasmadas con el viaje. El festival duraba dos
semanas y las entradas eran flexibles.
Como Lori tenía que acudir a las bodas por su trabajo
todos los fines de semana, tuvimos que ir entre semana.
Hailey tuvo que pedirle a su jefe unos días libres. Dos horas
más tarde, confirmó que se unía al plan. Sin embargo,
ninguna de las dos podía faltar al trabajo más de dos días,
así que yo iba a volar antes para aprovechar la estancia de
tres noches.
Mi vuelo a Florida estaba programado por la tarde, el
mismo día en que Carter viajaba con las niñas a Montana.
—Pasadlo genial con vuestros abuelos —les deseé a las
niñas mientras los dejaba a los tres en el aeropuerto.
—Gracias, Val.
Las estreché a las dos en un fuerte abrazo hasta que
April soltó una risita y Peyton chilló de forma adorable.
—Diviértete tú también, ¿vale? —murmuró Carter,
besando mi frente.
—Claro.
Parecía querer decir algo más, pero se limitó a negar con
la cabeza y se marcharon. Sentí una creciente presión en el
pecho mientras me despedía agitando la mano. A
continuación, me apresuré para ir al apartamento de Carter
a hacer las maletas para mi viaje. También tenía que pasar
por mi casa, pero como había llevado algunas cosas
esenciales a la suya, las recogería primero.
Odiaba tener que hacer la maleta. Así que lo primero que
hice al entrar en el apartamento fue poner música en mi
móvil. Mis canciones favoritas siempre hacían que todo
fuera mejor. Sin embargo, en ese momento no podían
calmar el dolor que sentía por debajo de mi clavícula. Me
masajeé el pecho para intentar calmarme. Estaba deseando
que las cosas entre Carter y yo volvieran a la normalidad.
Incluso la despedida en el aeropuerto había sido un poco
fría.
Sabía que, aunque lamentaba haberme hecho daño,
seguía pensando que él tenía razón. Al menos no había
repetido la tontería que dijo. Me estaba empezando a
cabrear solo de recordar nuestra pelea y sacudí la cabeza
para intentar apartar ese pensamiento. No podía volver a
enfadarme o empezaría a discutir yo sola en mi mente.
Como la música no ayudaba, decidí probar una nueva
táctica y, mientras barría un poco la casa llamé a mi
asistente.
—Anne, recuérdame la lista de tareas pendientes para
los próximos tres días.
—¿Otra vez estás haciendo varias cosas al mismo
tiempo?
—Ya sabes como soy.
Enumeró una lista kilométrica de tareas y concluyó con:
—Acabamos de recibir el contrato. Sería estupendo que
pudieras firmarlo antes de marcharte.
—Claro, me pasaré. No sé por qué no podemos aceptar
que estamos en la era de las firmas electrónicas de una
buena vez —murmuré—. Ahorraría tiempo, espacio y
árboles.
No hice ningún progreso haciendo las maletas mientras
estuve al teléfono, así que terminé la llamada.
Sinceramente, esperaba que hablar con ella interrumpiera
la incesante corriente de pensamientos negativos que me
invadía.
Era evidente que había traído mucho más que unos
pocos artículos de primera necesidad a la casa de Carter.
Madre mía, mis cosas estaban por todas partes. Tenía
ropa en casi todas las superficies del dormitorio, e incluso el
sillón del salón. Mis productos de maquillaje y de cuidado de
la piel ocupaban dos estantes de los tres que había detrás
del espejo del cuarto de baño. Los exfoliantes y mascarillas
para el pelo estaban esparcidos por la ducha. El gel de
ducha y el champú de Carter estaban apiñados en una
esquina. Incluso encontré algo de ropa en la habitación de
Peyton.
¿En qué momento había ocupado su apartamento?
¿Me había tomado demasiadas confianzas? ¿Había sido
demasiado invasiva?
Joder, parecía ser que sí. Haciéndome cargo del horario
de las niñas, incluso involucrándome en la elección de una
nueva niñera. Él me había dicho repetidamente que no tenía
que asumir tantas tareas... En mi mente parecía que estaba
haciendo algo bueno, que estaba siendo de utilidad. Si a
alguien le diera por buscar la palabra invasivo en el
diccionario, mi foto estaría justo al lado de ella. De niña ya
era así y, tras la muerte de mis padres, ese rasgo se había
intensificado. Por un lado, porque había necesitado hacerme
cargo de la vida de todos, y por otro, porque simplemente
formaba parte de mi naturaleza.
Era la única forma de amar que conocía. Involucrándome
en los aspectos de la vida de todos.
Me entraron sudores fríos cuando, por primera vez desde
nuestra pelea, me planteé las cosas desde otra perspectiva.
El vale ardía en mi bolsillo. Intenté calmarme. Había sido un
regalo muy considerado. Me prohibí diseccionar el detalle y
convertirlo en algo que no era. Pero también me había dicho
que aprovechara el tiempo para pensar si realmente me
parecía bien, si era lo que quería. ¿Y si me había pedido que
reconsiderara si estaba feliz porque él también estaba
reconsiderando las cosas?
¿Era una forma gentil de indicarme que se estaba
replanteando nuestra relación? Casi se me paró el corazón.
No podía ser. Carter no tenía un carácter precisamente
tranquilo. Era decidido y apasionado. Cuando tenía algo que
decir, no se andaba con rodeos. Pero quizá había hecho una
excepción por esa vez...
No dudaba de que Carter me quisiera, pero quizás no
había contado con mi naturaleza invasiva. Puede que una
vez que ese lado de mí se hizo demasiado obvio, se diese
cuenta de que eclipsaba la felicidad que yo le
proporcionaba. ¿Había sido demasiado sofocante?
Me hundí en la cama de Peyton, abrazando su osito de
peluche. Olía a cerezas, igual que Peyton, y me hizo sonreír.
Por otro lado, tenía el corazón en un puño y la mente llena
de preguntas e inseguridades.
Todo lo que alcanzaba a ver era mi montón de cosas
esparcidas por todas partes. Me pesaban incluso a mí.
Cuando me levanté de la cama, me tambaleé un poco,
sintiéndome de repente aturdida.
Ni siquiera sabía por dónde empezar a empacar. Empecé
por nuestro dormitorio, antes de recordar algunas de las
cosas que había dejado tiradas en el salón. Y todos esos
zapatos en el recibidor... me había olvidado de ellos. Hice un
inventario mental de lo que tendría que meter en la maleta
para el viaje.
Cuando volví a echar un vistazo al dormitorio, el corazón
me latía tan deprisa que temí que se me fuera a salir del
pecho.
En ese momento decidí que iba a recoger todas mis
cosas, por si acaso Carter hubiera querido recuperar su
espacio y simplemente no había querido herir mis
sentimientos haciéndomelo saber.
Mis extremidades me pesaban mientras daba vueltas por
la casa, recogiendo mi ropa y pertenencias. Me ardían los
ojos y sentía como un apretado corsé me estuviera
oprimiendo.
Pasé por la oficina para firmar los papeles y, antes de
salir, bajé al laboratorio. La jefa de laboratorio químico
seguía allí.
—Nicole, si necesitas ayuda, no dudes en llamarme.
Nicole negó con la cabeza.
—Me las apañaré sola por tres días. Pero, antes de que te
vayas, tengo unos regalitos para ti.
Me mostró dos pequeños viales y roció un poco del
líquido en un par de papeles de muestras.
—Elaboraciones nuevas de hoy.
Me los llevé a la nariz e inmediatamente quise abrazarla.
—Te mereces un aumento. Me encantan.
—¿Ves? Puedo ocuparme del trabajo por aquí sin ti.
Ahora vete y diviértete.
Nicole me entregó los viales y los guardé en el bolsillo
antes de marcharme. Probar muestras era una de las cosas
que más me gustaba hacer en el mundo, pero ni siquiera
eso fue suficiente para evitar que mi preocupación se
convirtiera de nuevo en pánico mientras me dirigía a casa.
Tenía que dejar allí las cosas que había metido en la maleta
y que no me iba a llevar al viaje.
Tomé un taxi hasta el aeropuerto de Los Ángeles,
deseando que mis hermanas pudieran acompañarme esa
noche, aunque por el momento no era lo bastante valiente
para compartir mis miedos con ellas.
Me avergonzaba dejar que mis inseguridades me
dominaran.
Dirigía un negocio de éxito y había superado muchas
adversidades en mi vida. Se podía decir que mi autoestima
se mantenía a niveles saludables la mayor parte del tiempo.
Sin embargo, ¿qué me pasaba en ese momento? Mi mente
operaba de manera peligrosa. Lo sabía, pero no podía evitar
que funcionara de esa manera.
Me preocupé mucho, preguntándome si mi naturaleza
entrometida había alejado al hombre que amaba; si había
sofocado lo que sentía por mí.
Capítulo Treinta y Dos
Carter
Aterricé en el aeropuerto de Los Ángeles a las tres de la
madrugada. Las niñas se quedarían con mis padres hasta
que finalizara la semana, lo que significaba que Val y yo
tendríamos cuatro días enteros para nosotros solos una vez
que estuviera de vuelta. La había echado mucho de menos.
Quería compartirlo todo con ella: los chistes de Peyton, una
tarta que pensé que le gustaría.
Me contuve a duras penas de mandarle mensajes para
que pudiera relajarse como era debido. Me había enviado
algunas fotos del viñedo y del hotel, y me alegré de que lo
estuviera disfrutando. Se lo merecía.
Y una vez que volviera, la tendría toda para mí.
Una vez en mi apartamento, me dirigí directamente al
dormitorio, con la intención de echarme a dormir de
inmediato. Pero me detuve en la puerta, observando la
habitación. Algo no encajaba. Eché un vistazo a mi
alrededor. El piso estaba demasiado ordenado. A Val le
gustaba dejar sus cosas por todas partes, lo cual no me
molestaba. Las chicas hacían lo mismo. Le daba vida al
lugar. ¿Había ordenado antes de irse? ¿O la empresa de
limpieza se había pasado por casa?
Pero nunca movían la ropa de donde estaba, a menos
que estuviera en el suelo, y de ser así, lo colocaban todo
sobre la cama. No, eso debía haber sido obra de Val.
Revisé dentro de la cómoda. Su ropa no estaba. ¿Había
necesitado llevarse todas sus cosas para el viaje? Era poco
probable. Val había traído ropa suficiente para tres
personas. Se me aceleró el pulso cuando miré en el baño.
Antes tenía lo que parecía un millón de botellas de todas las
formas y tamaños posibles esparcidas por todas partes, y ya
no estaban. Me desabroché el botón superior de la camisa,
sintiendo de repente como si me faltara el aire.
¿Por qué se lo había llevado todo? Era imposible que lo
necesitara todo en su viaje.
Un pensamiento improbable se abrió paso en mi mente
mientras el miedo invadía mi cuerpo. ¿Me había
abandonado?
Agarré el lavabo con las dos manos hasta que los nudillos
se me pusieron blancos.
No podía ser verdad. Habíamos hablado todos los días.
Nuestras conversaciones habían sido breves, y Val había
tratado más con las chicas que conmigo, pero no le había
dado mucha importancia. ¿Debería haberlo hecho?
Desde nuestra pelea, ella había estado un poco más fría,
pero para ser sincero, me lo había ganado a pulso. Había
planeado mimarla como a una princesa en cuanto volviera
del viñedo y pudiéramos estar a solas, para demostrarle lo
importante que era para mí.
No había cambiado de opinión, ¿verdad? Me dirigí al
salón y me serví una copa de bourbon. Es verdad que le
había dicho que se tomara su tiempo y pensara si le parecía
bien que mis sobrinas fueran gran parte de mi vida, si eso
era lo que ella quería.
¿Se había dado cuenta de que no era feliz después de
todo? ¿Había decidido que realmente no nos quería ni a las
niñas ni a mí?
Me costaba creerlo. Recordé cómo se enfadó la noche
que se lo sugerí, la indignación en su voz cuando me dijo
que quería mucho a las chicas. Pero podría ser que sus
ideas se hubieran aclarado después de alejarse de la rutina
diaria y de haber reflexionado sobre ello.
Seguía de pie en el pequeño bar, de espaldas al salón,
sin querer aceptar lo vacío que estaba el apartamento. No
quería ni pensar lo que podía significar, porque no podría
soportarlo.
Si Val quería poner fin a lo nuestro, había mejores formas
de hacerlo que simplemente coger sus cosas e irse. ¿Qué
les iba a decir a las chicas? ¿O iba a tener la cortesía de
sentarse con nosotros y darnos una explicación? No sabía
qué era peor. Si oír salir de su boca que quería dejarme, o
vivir con la incertidumbre.
Las chicas querían a Val. Contaban con ella. Joder, yo
amaba a Val.
Después de haber renunciado al amor, la encontré. Y se
había convertido en una parte tan esencial de mi vida, de
mí, que ya ni siquiera estaba seguro de quién era yo sin
ella.
—Carter Sloane ha vuelto al ataque —exclamó Zachary a
la mañana siguiente. No estaba de humor para mantener
ningún tipo de conversación con él. Había estado despierto
toda la noche y había sido incapaz de apaciguar mis
temores.
Estábamos en una teleconferencia porque les había dicho
que trabajaría desde casa.
—Debería haber confiado en tu instinto. El caso Connor
nos ha beneficiado.
Zachary estaba leyendo las últimas noticias que la
prensa había publicado sobre la empresa. Ni siquiera me
molesté en fingir interés. Quería finalizar la llamada lo antes
posible. Mi cabeza no estaba puesta en el trabajo ese día.
—Por cierto, hemos recibido una solicitud para
representar a... ¿adivina quién? —Con orgullo en la voz,
nombró una empresa de Fortune 500.
En ese momento me importaba un comino, lo cual era
mucho decir, ya que había querido tener ese tipo de
reconocimiento desde que abrimos el bufete.
—Me alegro —dije finalmente.
—¿Qué te pasa?
—Nada, simplemente no tengo un buen día.
Sentía un malestar general, como si estuviera cogiendo
la gripe. Oír el nombre de Val no había hecho más que
intensificarlo. Al terminar la conferencia, hice un intento de
abrir el portátil y luego lo volví a cerrar. No tenía ganas de
trabajar, maldita sea.
Me quedé observando mi vacío apartamento,
volviéndome loco intentando encontrar una explicación. Me
invadía un sentimiento de desesperación que no podía
quitarme de encima. No saber qué pasaba era insoportable.
Al final, me derrumbé y le envié un mensaje a Val.
Carter: Llegué a casa anoche y vi que todas tus
cosas habían desaparecido. ¿Día de hacer la colada?
Agarré el teléfono con fuerza cuando en la pantalla
aparecieron las palabras ‘‘Val está escribiendo’’.
Val: No exactamente.
Un dolor abrasador se apoderó de mí, como si alguien
me hubiera clavado una aguja ardiente en el pecho,
empujándola hasta llegar a la espalda.
Carter: ¿Qué quieres decir?
Val: Mis cosas estaban por todas partes...
Prácticamente me había mudado a tu apartamento, y
nunca habíamos hablado de eso. También he estado
metiendo mucho las narices en los asuntos de las
chicas... Imaginé que quizá no te parecía bien que
fuera tan invasiva.
Me quedé atónito mirando la pantalla. ¿Qué había
pensado qué?
‘‘Invasiva’’, y una mierda.
Apreté y abrí la mano antes de pasarme los dedos por el
pelo. Parecía que había acertado al suponer que no se había
llevado toda la ropa sin motivo aparente. ¿Era solo una
excusa para ignorarme en vez de decírmelo directamente?
Cerré los ojos e incliné la cabeza hacia atrás, inspirando
profundamente. ¿Cabía la posibilidad de que ya la hubiera
perdido?
No, era imposible...
Me obligué a pensar con la mente en frío, aunque el
pánico me oprimía todo el cuerpo. Conocía a Val desde
hacía ya meses y podía asegurar que no era de las que se
andaban con jueguecitos. Si hubiera querido poner fin a las
cosas, no se habría marchado sin más.
A menos que pensara que sería más fácil no hacerlo cara
a cara.
Dios mío, ¿por qué estaba sacando las peores
conclusiones? Quizás porque ya había pasado por reiteradas
decepciones. Pero Val también, ¿no? Revisé el mensaje.
Parecía que se lo había pensado mucho antes de enviarlo.
Conocía a Val lo suficiente como para entender lo que
pasaba por su cabeza.
Carter: Hablaremos seriamente cuando vuelvas. Te
recogeré en el aeropuerto.
Val: No es necesario.
Carter: No era una pregunta.
Ya me había ofrecido a recogerla previamente, pero ella
había insistido en que no era necesario que tuviera que
lidiar con el tráfico. No quería estar separado de ella ni un
minuto más.
Conté las horas que faltaban para su aterrizaje y llegué
temprano al aeropuerto.
Cuando Val por fin salió, dejé escapar un largo suspiro.
Estaba sola, porque sus hermanas volvían en un vuelo
posterior.
Joder, estaba preciosa con ese vestido amarillo claro. No
podía esperar a llevarla conmigo a casa. Quería saborear su
boca y su piel. Quería hundirme dentro de ella hasta que
gritara mi nombre y comprendiera que era mía. Le
demostraría lo perfectos que éramos el uno para el otro.

***
Val
Sin mediar palabra, Carter agarró mi equipaje y mi mano,
entrelazando nuestros dedos.
—Yo también me alegro de verte —dije—. ¿A dónde
vamos?
—Al coche, y luego a mi apartamento. Tenemos que
hablar.
Tenía el corazón en un puño desde nuestro intercambio
de mensajes. Ni siquiera había hecho el amago de besarme,
pero me había cogido la mano. Eso tenía que ser una buena
señal, ¿verdad?
Contemplé lo alto y apuesto que era, y cómo caminaba
con paso decidido. Dios, cómo amaba a ese hombre.
El trayecto en coche fue angustioso e incómodo. Había
dicho que quería hablar, pero no dijo ni una sola palabra.
Estaba tan cerca y a la vez tan lejos. Para disimular mi
creciente inquietud, comencé a hablar de mi viaje. Cuando
entramos al apartamento, estaba con el alma en vilo.
Cuando cerró la puerta, dije:
—Carter, ¿estás enfadado conmigo?
Colocó el equipaje junto a la puerta antes de girarse
hacia mí. Su mandíbula estaba tensa.
—¿Tú qué crees?
Tragué saliva y me apoyé en la pared, echando la vista
hacia mis manos. Parpadeé al oír que se acercaba. Apoyó
ambas palmas en la pared, junto a mis hombros. Estaba tan
cerca que nuestros labios casi se tocaban.
—Pensé que me ibas a dejar, Val. ¿Sabes cómo me he
sentido?
Mis ojos se abrieron de par en par.
—Vaya, no había pensado en eso. Lo siento, Carter.
Nunca fue mi intención. Solo creí...
—¿Qué?
En voz baja, admití:
—Temía que me hubieras pedido que pensara bien las
cosas porque tú también las estabas reconsiderando. Sé
que puedo ser controladora y meter las narices en todo, y...
quiero decir, prácticamente me mudé aquí. Nunca lo
habíamos hablado, pero mis trastos estaban tirados por
todas partes.
Retiró las manos de la pared y me sostuvo la cara. Atrapó
mi boca con la suya y el contacto me electrizó. El beso fue
apasionado y exigente, su lengua acariciaba la mía mientras
mis manos tanteaban el dobladillo de su camiseta, en un
desesperado intento por sentir su piel. Antes de darme
cuenta, Carter me había levantado y me había echado por
encima de su hombro.
—Carter, ¿estás loco? —dije, mitad riendo y mitad
chillando.
—Tú me estás volviendo loco.
Se dirigió hasta el dormitorio, me tendió directamente
sobre la cama y luego se subió encima de mí,
inmovilizándome contra el colchón. Sus rodillas estaban a
los lados de mis muslos, sus antebrazos acorralaban mi
torso.
—Confía en que amaré absolutamente todo de ti, Val,
porque te juro que lo haré. Para siempre.
Me fundí con él, rodeándole el cuello con los brazos,
estrechándolo contra mí.
—Prometo confiar en ti, pero quiero que a cambio, tú me
prometas lo mismo.
—Lo prometo.
—¿De verdad pensabas que me había largado?
Cerró los ojos.
—Fue un momento de debilidad. No volverá a ocurrir.
Me besó de nuevo, con la misma urgencia que antes, y
luego deslizó sus labios por mi garganta, descendiendo
hasta mi pecho. Se las había arreglado para subirme el
vestido hasta la cintura y lo sacó por encima de mi cabeza.
Me miró y luego me besó la clavícula, se detuvo en lazo que
anudaba las copas de mi sujetador y lo desenlazó. Me
acarició un pezón con su lengua y el otro con los dedos.
Moví las caderas, pero Carter las empujó contra el colchón
con una mano, tomando el control.
—En cuanto a lo que habías dicho, tienes razón. Nunca
hemos hablado realmente de que vivas aquí. Pongámosle
solución ahora mismo.
—¿Ahora mismo? —chillé.
—Tengo la sartén por el mango en este momento, así
que, sí.
—Eso no es verdad —desafié, a pesar de que todo mi
cuerpo echaba fuego.
Me miró con una pícara sonrisa y se acercó para besarme
entre los pechos. Mantuve la compostura y levanté una ceja
para demostrar que yo llevaba razón. En respuesta, Carter
me separó los muslos y se acomodó entre ellos.
—Volviendo al asunto, hagamos oficial lo de irnos a vivir
juntos. No me importa si vivimos aquí, en tu casa, o si
compramos algo nuevo.
—A mí tampoco me importa. Solo quiero que estemos
juntos.
—Pondría un pie ahora mismo en el Registro Civil sin
pensarlo y me casaría contigo.
—¿De verdad?
—Sí.
Tranquilo corazón, tranquilo.
—Me encantaría —susurré—. Pero creo que Lori nos
mataría a los dos. Ha estado imaginando mi boda y la de
Hailey durante años.
Se rió contra mi piel y bajó la boca a lo largo de mi
cuerpo hasta que su mandíbula presionó mi pubis, y luego
más abajo aún, quitándome las bragas. En el momento en el
que ayudé a Carter a quitarse la ropa nos convertimos en
una maraña de extremidades. Me dediqué a recorrer su
cuerpo. Conseguí dibujar una línea de besos desde su torso
hasta su ombligo antes de que me empujara sobre mi
espalda, alineando nuestros cuerpos.
La punta de su erección empujaba mi entrada, y lo
necesitaba tanto dentro de mí que estaba a punto de
suplicar. Moví las caderas, pero Carter se apartó, sonriendo
como buen diablillo que era.
—Eres demasiado impaciente. Quiero explorarte primero.
Te he echado de menos.
Antes de que pudiera objetar, llevó su boca a mi seno, y
puso sus dedos entre mis piernas. Me agarré con ambas
manos al cabecero de la cama al sentir las primeras caricias
de su lengua contra mi pezón. Cuando presionó su pulgar
sobre mi clítoris, un espasmo de placer me sacudió. Mis
músculos internos palpitaron sin parar.
Cuando por fin, por fin, se deslizó dentro de mí, lo hizo
tan despacio que mis muslos temblaron por la expectación,
por la intensidad de todo el acto.
No iba a dejarlo ir. Era mío. Él quería ser mío, amarme y
recibir mi amor correspondido.
Grité cuando introdujo los últimos centímetros. Me iba
deshaciendo más y más a medida que me embestía. Cada
sensación se magnificaba. Lo sentía todo tan intensamente
que apenas podía respirar de lo placentero que era. Mis
músculos internos se tensaron cuando sentí que empezaba
a crecer dentro de mí. Llegué al clímax con tanta fuerza que
mis sentidos perdieron el equilibrio y le besé, moviéndome
en sincronía con él hasta que le llevé conmigo al límite.
Pasaron unos minutos antes de que pronunciáramos
palabra alguna. Los dos estábamos acurrucados. Carter me
rodeaba con un brazo.
—He echado de menos abrazarte así. Verte dormir,
despertarte y espiar cómo te vistes en la oscuridad —dijo.
—¿Me espías?
—Sí.
—¿Todas las mañanas? —pregunté.
—Y todas las noches. Y si te cambias entre medias,
también te espío.
—¿Eso no es ilegal?
—Eres tan jodidamente atractiva y encantadora que sería
ilegal no espiarte.
Me acomodé contra él, sobresaltándome al sentir su dura
erección contra mi espalda.
—¿Otra vez?
—Te dije que te había echado mucho de menos. Voy a
pasarme los próximos días demostrándote cuánto.
—Eres tan zalamero. Todo sea por mantenerme en la
cama.
—¿Me lo vas a echar en cara?
Me di la vuelta para mirarle, abrazando mi almohada.
—Mmm, no. ¿Acaso que esté aquí desnuda no es prueba
suficiente de que me has conquistado con tus perversos
planes?
Me giró hasta que estuve posicionada debajo de él,
apretando cada centímetro de su exquisito torso contra mi
pecho.
—Nah, te voy a exigir más pruebas.
—Estaré más que encantada de proporcionártelas.
Epílogo
Val
—¡Oye, deja de espiarme! —dije un viernes por la tarde
unas semanas más tarde, sonriendo mientras le miraba de
reojo. Sip, Carter estaba en la entrada de mi dormitorio. Yo
estaba sentada en la cama, con el iPad en el regazo,
escribiendo un correo electrónico.
—No te estoy espiando, mi amor. Solo estaba...
observándote.
—¿Así que no has venido para convencerme de que nos
encerremos en la habitación y nos olvidemos de todo?
—Lo haría si los de la mudanza no llegaran en diez
minutos.
Todavía no podía creer que todo aquello estuviera
pasando. Carter y las niñas se mudarían a mi casa. Ese
mismo día. Mi casa tenía tres dormitorios, y el terreno
circundante era lo suficientemente grande como para que
pudiéramos ampliarla si era necesario. Habíamos elegido el
viernes como día para la mudanza porque la casa estaría
llena de Connors que se habían ofrecido a ayudarnos.
Volví a centrarme en redactar el email, notando la mirada
de Carter sobre mí. Cuando oí cerrarse la puerta, me giré
hacia él.
—¿Qué estás tramando?
—Ahora que lo pienso, hay muchas cosas que puedo
hacerte en diez minutos.
Sonreí.
—Lo veía venir.
—¿De verdad?
—Ajá. A un kilómetro de distancia. ¿Por qué crees que me
he escondido aquí para enviar el email?
—¿A quién le escribes?
—Al sobrino de Davis. Ha estado fuera del país, pero
ahora que ha vuelto quiere que nos reunamos en persona.
Davis había quedado tan impresionado por las muestras
que le habíamos presentado que nos pidió que
aceleráramos la línea que estábamos desarrollando para él,
de modo que pudiera tenerla en las tiendas medio año
antes de lo que habíamos planeado en un principio.
Carter se sentó a mi lado en la cama rápido como una
liebre.
—Ya veo. Más vale que ese viejo deje de intentar
emparejaros.
—Ya lo ha hecho. Le conté que estoy saliendo con un
hombre increíble que no está muy entusiasmado con su
plan.
—Bien.
Lo había dicho con un tono de advertencia, como si
hubiera planeado añadir ‘‘porque sino’’... Me reí entre
dientes.
—¿Qué?
—Nada.
Carter entrecerró los ojos y, sin apenas darme cuenta,
había conseguido apartar el iPad y me había estrechado
entre sus brazos.
—Te quiero, Val. Soy muy afortunado por haberte
conocido. Será un honor y una alegría poder amarte durante
el resto de mi vida. Mi corazón es tuyo. Todo de mí lo es.
—Y yo soy toda para ti —susurré, con la voz llena de
emoción, mientras le rodeaba el cuello con los brazos.
Diez minutos después, tuvimos que bajar las escaleras a
toda prisa. Intenté disimular mientras me alisaba el pelo.
Will y Paige llegaron al mismo tiempo que los de la
mudanza, y Jace unos minutos después.
Era primera hora de la tarde, así que tuvimos el tiempo
justo para ordenar las cajas y algunos muebles antes de
cenar, para que la casa no pareciera un trastero.
April y Peyton llegarían en una hora. Por fin habíamos
contratado a una nueva niñera. Las recogía del colegio y
pasaba tiempo con ellas cuando Carter y yo estábamos
ocupados con reuniones. Aunque, a decir verdad, me
gustaba bajar el ritmo por las tardes para disfrutar de mi
tiempo con las niñas. A mi equipo no le importaba que
trabajara a distancia de vez en cuando, y los socios de
Carter le apoyaban también. Las cosas entre los
compañeros de Carter y yo habían sido un poco incómodas,
ya que sabía que no les había gustado demasiado que
tomara mi caso, pero les aseguré que no les guardaba
rencor. A todo el mundo le gusta ganar. Así funciona la vida.
A mí me gustaba especialmente estar en el bando ganador
en ese preciso momento, ya que la revista que había
publicado la campaña de desprestigio de Beauty
SkinEssence había publicado un artículo cantando mis
alabanzas. La línea se había lanzado al mercado la semana
anterior y había obtenido críticas muy favorables. Como la
línea de la competencia había salido al mismo tiempo, mis
beneficios iban a ser escasos, pero no me quitaba el sueño.
Así eran las reglas del juego en el mundo de los negocios.
Después de unas horas, conseguimos que la casa tuviera
un aspecto casi decente. Ya había llegado el resto de la
familia, por lo que me escabullí a la cocina para preparar la
cena. Estaba preparando pollo frito, el plato favorito de Jace.
Por lo general, era muy estricto en cuanto a respetar su plan
de comidas, pero le apetecía el típico plato casero porque su
equipo había perdido un partido y necesitaba reconfortarse.
April y Peyton estaban ‘‘ayudando’’. La realidad era que,
mientras le echábamos un vistazo a Peyton, April y yo
maquinábamos cómo podría comprar unos botines que
luego Carter seguramente consideraría ‘‘inapropiados’’ para
su edad. No lo eran. Aún estaba tratando de mejorar mis
habilidades de persuasión, así que pensé en jugármela por
el bien del equipo esa vez y simplemente contarle que las
había pedido para darle una sorpresa a April.
Carter iba a notar que le estábamos tendiendo una
emboscada, pero ya era hora de que les enseñase a April y
Peyton las estrategias de emboscadas e intervenciones de
los Connor. Peyton era pequeña todavía, pero tenía plena
confianza en que April pudiera lograrlo. Las chicas tenían
que permanecer unidas. Como yo siempre había estado
rodeada de hermanos sobreprotectores, sabía que
necesitaban a alguien que defendiera sus causas. Me ofrecí
voluntaria para esa tarea.
April apretó los labios cuando Carter vino a ver cómo
estábamos. Primero me miró a mí y luego desplazó la
mirada hacia April.
—¿Qué estáis tramando?
¿Qué? ¿Cómo podía saberlo? ¿Sería capaz de leer el
sentimiento de culpa en nuestras caras? Mierda, me había
olvidado de que era abogado. Estaría probablemente más
que entrenado para captar nuestras intenciones a un
kilómetro de distancia. Por lo que me vi obligada a recurrir a
una de mis mejores técnicas para distraerle: hablar hasta
por los codos.
—¿Quieres probar un poco de pollo? Está buenisimo.
—Vale.
—Es el favorito de Jace. Acaban de perder un partido y he
cocinado lo que más le gusta para que se le quite el mal
humor. Eso es contagioso en esta familia.
—Ahora que vivimos aquí, ¿también somos tu familia? —
preguntó Peyton.
Me detuve en el acto de pinchar un trozo de pollo con el
tenedor, girándome para mirar a Peyton. Tenía los ojos muy
abiertos y alternaba su expectante mirada entre Carter y yo.
April permanecía inmóvil. Carter apretó mi cuerpo contra el
suyo.
—¿Se lo dices tú?
Asentí y me puse de cuclillas. Peyton corrió a mis brazos.
—Claro que sois mi familia.
—¿Y los abuelos también?
—Sí.
Los había conocido el fin de semana anterior, cuando
volaron para ver a las niñas y conocerme de manera oficial.
Ambos eran encantadores. La Sra. Sloane parecía querer
mudarse a Los Ángeles de forma permanente. Por el
contrario, el Sr. Sloane insistía en que tenía que estar
presente en el vivero, pero pude comprobar cómo se
ablandaba cada vez que sus nietas le decían que querían
pasar más tiempo con él.
Se me conocía como la reina de las emboscadas e
intervenciones, así que tenía en mente planear alguna en
un futuro próximo en lo que a los Sloane se refería.
Peyton se acurrucó más cerca de mí, rodeándome el
cuello con sus bracitos. La semana pasada le había contado
a Hailey que Carter y yo estábamos planeando casarnos, así
que, obviamente, todo el clan Connor supo la noticia al día
siguiente. Pero aún no se lo habíamos dicho a las niñas.
—Carter y yo nos vamos a casar.
Peyton chilló de alegría. April alternó la mirada entre
Carter y yo, y esbozó una sonrisa de suficiencia antes de
decir:
—Ya lo sabía. Me lo ha contado Hailey.
—Has cocinado mi comida favorita —exclamó Jace una
vez que todos estuvimos sentados a la mesa—. Siempre
sabes cómo ponerme de buen humor.
—Puede que solo esté intentando sobornarte. —Levanté
una ceja, me aproximé hacia él y le di un codazo en el
hombro.
—Ooh, Val. Sabes que siempre estoy a tu servicio, como
el obediente hermano que soy. —Simuló un saludo militar—.
Aunque nunca diré que no al pollo frito.
La verdad es que mi intención era únicamente levantarle
el ánimo, pero como acababa de ofrecerme su apoyo
incondicional, no podía desaprovechar la oportunidad.
—¿Estarías dispuesto a hacer otra campaña con
nosotros? La campaña actual está arrasando.
Jace sonrió como el gato de Cheshire.
—Lo sé. La persona encargada del Departamento de
Relaciones Públicas dice que me llaman el rostro del éxito.
—Madre mía. —Hailey negó con la cabeza de forma
burlona—. Hay un riesgo real de que esto se te suba a la
cabeza. Como tu hermana, creo que es mi deber
mantenerte con los pies en la tierra.
—No antes de que acepte esta campaña —la amonesté.
—Val, cuenta conmigo. ¿Es verdad que también me
llaman el robacorazones?
—Sip. Que es una forma más bonita de decir
rompecorazones —bromeé.
Jace agitó el dedo índice y dijo:
—No, no. Hay una gran diferencia. Me gusta mucho más
robacorazones, no es tan prejuicioso.
Después de que Jace y yo concretáramos algunos
detalles, Lori se aclaró la garganta.
—Oye... no es por ser una entrometida, pero, ¿tenéis algo
nuevo que contar?
Dejó de mirarnos a Carter y a mí, para desplazar la
mirada hacia Will y Paige.
—No, Lori, todavía no hemos fijado la fecha —dije,
luchando contra una sonrisa.
—Deberíamos darnos a la fuga los cuatro —dijo Will de
manera conversacional. Lori se quedó boquiabierta.
Toda la mesa se echó a reír.
—Hermano, ni siquiera yo me atrevería a darme a la fuga
—dijo Jace—. Por el bien de la familia, tienes que dejar que
Lori te organice una boda enorme.
Vaya... no tenía ni idea de dónde se había metido. Lori
una vez me confesó que creía que Jace se iba a quedar
soltero de por vida. Y en ese momento prácticamente pude
oír lo que estaba pensando. Me ví en la obligación de
advertirle a mi hermanito.
—Jace, yo que tú tendría cuidado con lo que digo, o Lori
empezará a planear tu boda incluso antes de que tengas
novia.
Jace echó una mirada a Lori y soltó un gruñido. Milo,
presumiblemente cansado de tanta charla adulta, dijo en
ese momento:
—Tío Jace, ¿podemos jugar un rato al fútbol?
—Claro que sí, amigo. Vámonos, porque presiento que se
avecina una emboscada. Prefiero pasar tiempo con la
generación más joven en estos días, y así nadie me llamará
rompecorazones ni planeará mi boda.
—Todavía no, pero yo aprendo rápido —contestó April de
forma pícara, sentándose más recta. Estaba tan orgullosa
de esa chica. Ya estaba siguiendo mis pasos. Suspiré,
echando un vistazo a lo largo de la mesa con el corazón
lleno. Mis personas favoritas del mundo estaban reunidas a
mi alrededor. ¿Qué más podía pedir?
—Carter, por lo que parece, vas a tener mucho trabajo —
comentó Landon.
Carter me guiñó un ojo.
—Me las apañaré.

Horas más tarde, después de que todos se fueran, la casa


se quedó en completo silencio. Las niñas ya se habían ido a
la cama. Carter fue a ver cómo estaba Peyton y yo me
quedé en el salón, así que aproveché el momento para
coger el móvil y encargar los botines que le había prometido
a April. La página web era un coñazo, tardé una eternidad
en hacer el pedido. Acababa de pasar del carrito de la
compra a la página de pago cuando un musculoso brazo me
rodeó la cintura. Tiré el teléfono al sofá, pero estaba segura
de que Carter lo había visto.
Me giré hacia él y le rodeé el cuello con los brazos. Me
acarició la mandíbula con los labios, manteniéndome tan
cerca que nuestras caderas se tocaban.
—Señor, espere usted a que estemos arriba para mostrar
sus seductores encantos.
—¿Para qué? ¿Para que puedas hacer de las tuyas a mis
espaldas?
Mierda.
—No estaba haciendo nada de eso.
—Val. —Su voz contenía un toque de advertencia, pero
sentí que en realidad sonreía contra mi mejilla—. Fingiré que
no he visto nada.
—Cada día me gustas más.
—¿Por eso te pones del lado de April?
—No, pero las chicas necesitan a alguien que esté de su
lado.
Me aparté un poco, mirándole directamente a los ojos
para que supiera que lo decía en serio.
—Tú sí que sabes cómo mantenerme ocupado. Y tienes
razón, necesitan a alguien de su lado. Gracias por
preocuparte tanto por ellas. Significa mucho para mí.
Puso mis manos sobre sus pectorales. Podía sentir su
corazón latiendo rápidamente bajo mis palmas.
—Te quiero tanto, no puedo creer que tenga tanta suerte
—murmuré.
Me mordió suavemente el labio inferior antes de acercar
su boca a la mía, capturando mis labios. Su mano agarró mi
cadera de forma posesiva, apretándome contra su pelvis.
Retrocedimos unos pasos hasta que nuestras rodillas
tocaron una superficie blanda y caímos sobre el sofá,
echándonos a reír.
—Vamos a ser muy felices juntos, Val.
Me estremecí, abrumada por la emoción que emitía su
voz.
—Estoy segura. Te lo prometo.
Sonrió antes de bajar la cabeza y rozar la punta de su
nariz sobre mi cuello.
—¿Tu promesa incluye también mantenerme ocupado
todos los días?
—Hum... la respuesta a eso siempre será afirmativa.
—Y ni siquiera te genera culpa, ¿verdad?
—Ni un poco.
—Si te entregas a mí con pasión cada noche, no me
quejaré.
Sonreí, desplazándome del sitio y mordiéndole
ligeramente el lóbulo de la oreja.
—Trato hecho.
Este es el final de la historia. La serie continúa.
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