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TECNICAS AVERSIVAS
Los profesionales en el campo de la salud mental han argumentado largamente contra el uso del
control aversivo. Freud, en su modelo psicodinámico de la enfermedad mental, expuso el punto de
vista de que los trastornos psicológicos son el resultado de la represión de los deseos sexuales y que
esta represión comienza en los primeros años de la vida. Las actitudes victorianas del tiempo que eran
esencialmente represivas hacia la expresión de la sexualidad infantil contribuyeron a las pautas de
conducta observadas por Freud.
La práctica de los profesionales de la salud mental estuvo dominada casi en solitario por la orientación
psicodinámica desde los años 20 a los 50, momento en que la terapia no directiva de Rogers fue
aceptada por muchos psicólogos. El modelo rogersiano de psicoterapia era más un modelo para el
cambio terapéutico y el desarrollo personal que un modelo centrado en la etiología de la enfermedad
mental y su tratamiento, pero el control aversivo, particularmente el castigo, se evitaba con toda
claridad.
Con ciertas excepciones los conductistas se opusieron también al control aversivo. Skinner se opuso
nítida y diamantinamente al castigo porque estimaba que tenía como efecto central suprimir
temporalmente la conducta. El punto de vista de Skinner sobre el castigo, que puede verse, por
ejemplo, en el capítulo 12 de Ciencia y conducta humana (Skinner, 1953) ha tenido gran influencia y
ha seguido argumentando contra el castigo durante cuatro décadas a pesar de la imagen que, a
veces, se divulga sobre Skinner.
Mucha gente, en consonancia con este planteamiento, se siente molesta si tiene que cambiar la
conducta por medio de amenazas, azotes, reprimendas, encarcelamientos y aislamientos a causa de
su propia experiencia directa o indirecta con estos métodos. Sin embargo, a pesar de su desagrado y
a pesar de la crítica de psicólogos y psiquiatras por el uso del castigo y de procedimientos aversivos,
los padres y los profesores, casi universalmente, usan el castigo de una u otra forma. Sears, Maccoby
y Levin (1957) encontraron que el 99% de 379 padres de niños de kinder azotaban a sus hijos.
Madsen y otros (1970) en un análisis de las interacciones en 32 clases (desde el kinder a sexto)
encontraron que solamente el 23% de las interacciones de los profesores con los niños eran positivas.
Nosotros, en un trabajo sin publicar, observamos que la atención de los profesores se dirige en un
84% de las ocasiones a penalizar las conductas de sus alumnos a pesar de estar en una situación en
que conocían que se estaba estudiando la conducta del profesor. En resumen, puede decirse que el
castigo o la amenaza de castigo nos rodea en nuestra vida, aunque nuestra sensibilidad lo rechace.
La actitud social respecto al castigo ha ido cambiando a lo largo del tiempo. La actitud social actual
puede venir reflejada en algunas sentencias recientes sobre la pena de muerte en EE.UU. y sobre el
castigo corporal en las escuelas como apropiado en ciertas condiciones tanto en EE.UU. como en el
Reino Unido. De forma similar, existen tendencias sociales muy recientes en el sentido de procurar
penas más severas para ciertos crímenes.
Por otro lado, los psicólogos, que durante largo tiempo se adhirieron al punto de vista de que el control
aversivo, particularmente el castigo, debía ser evitado recibieron el impacto de un artículo de Solomon
(1964) en que se argumentaba que los psicólogos habían ayudado a construir una leyenda a favor de
que el castigo era un medio carente de efectividad para controlar la conducta. Solomon hizo notar que
las bases científicas para esa conclusión eran poco honradas, y que incluso en 1938 había datos
experimentales que demostraban la efectividad del castigo para el control de la conducta (Warden y
Aylesworth, 1927). Los experimentos animales en los años 40 y década de los 50 que implicaban
enseñar a los animales a evitar ciertos estímulos añadieron datos impresionantes en el sentido de que
los estímulos aversivos pueden tener efectos conductuales de larga duración (Solomon y Brush,
1956). Más recientemente, ha quedado de manifiesto que el castigo puede ser efectivo con los
humanos bajo muchas circunstancias y que los efectos colaterales negativos pueden ser minimizados
cuando se siguen ciertas orientaciones ( O'Leary, 1976).
En resumen, hasta los años 60 aproximadamente el castigo en particular y las técnicas aversivas en
general son rechazadas por inoperantes y por la sensibilidad hacia la vida mientras que a partir de los
60 y, especialmente, en los últimos años está siendo mejor aceptado si se dan determinadas
circunstancias y se ponen ciertas limitaciones.
La utilización de estas técnicas concretas no sintoniza, sin embargo, con ciertas sensibilidades por una
serie de razones que podrían resumirse en los siguientes puntos:
aversivas.
1. La posible reacción adversa del público y de otros profesionales ante el uso de técnicas
2. La naturaleza de los estímulos aversivos empleados.
3. La preocupación por aspectos relacionados con cuestiones de tipo legal o ético.
4. Los problemas de seguridad de las personas que se someten a este tipo de tratamiento. 5. El
posible abuso que puede darse en este campo.
Por todas estas posibles razones es conveniente usar las técnicas aversivas en contadas ocasiones y
cuando no existen técnicas alternativas para conseguir unos objetivos determinados. En todo caso,
además de utilizarlas con un cuidado especial y precisión, hay que prestar una atención especial a las
cuestiones éticas.
2. LA TERAPIA AVERSIVA.
La terapia aversiva basada en los principios del condicionamiento clásico, a la que está dedicado este
capítulo, fue una parte significativa de la terapia de conducta en sus primeros años. Se aplicó a
problemas tales como la conducta de adicción y a las desviaciones sexuales. Los efectos que se
consiguen mediante este proceso de condicionamiento se explican y deben al hecho de que el
estímulo que provocaba una respuesta cambia de valencia al conseguir la terapia aversiva que se
emita ante ellos de forma repetida una respuesta diferente a la que inicialmente provocaban. Las
técnicas de condicionamiento aversivo que permiten conseguir estos efectos son de dos tipos: el
contracondicionamiento aversivo y el contracondicionamiento apetitivo.
Teoría de los cambios actitudinales. Algunos autores sugieren que, al igual que otras formas de
terapia, la terapia aversiva produciría cambios de actitud en el sujeto que mediatizarían sus cambios
conductuales. Marks, Gelder y Bancroft (1970) informan de la importancia de los cambios actitudinales
en el tratamiento y seguimiento de 17 personas con desviaciones sexuales.
Teoría de la disonancia cognitiva. Las teorías de la disonancia cognitiva conciben al individuo como
un procesador de información activo, que analiza y modifica una gran cantidad de elementos
cognitivos en un intento de conseguir una cierta coherencia cognitiva. Estas teorías posiblemente
ayuden a entender algunas características del paciente y la actitud que le predispone a aceptar o
rechazar la terapia aversiva, pero seguramente no predicen las consecuencias específicas que
resulten de un estado de disonancia cognitiva. Hay que resaltar, sin embargo, que estas explicaciones
no son incompatibles con el funcionamiento de los principios de condicionamiento. De hecho, es
generalmente aceptado, que las respuestas condicionadas son el producto conjunto de mecanismos
cognitivos y reflejos (Prokasy y Allen, 1969).
Teoría del estado. Hallam, Rachman y Salkowski (1972), tras revisar los diversos modelos teóricos
aducidos para explicar el funcionamiento de la terapia aversiva y en un intento de integrar los
resultados obtenidos en su propio laboratorio, proponen su teoría del estado como base del
funcionamiento de la terapia aversiva. Dicha teoría se basa fundamentalmente en el cambio producido
en el grado general de "responsividad" de un individuo a los estímulos presentados en las sesiones de
condicionamiento y no tanto en los cambios en cuanto a las conexiones específicas entre estímulos y
respuestas.
El arsenal de estímulos susceptibles de ser empleados como aversivos es muy amplio y puede
extenderse a todas las modalidades sensoriales (gustativos, olfativos, táctiles, etc...). Respecto a ellos
hay que tener una serie de precauciones antes de proceder a su uso. Debieran ser seguros y, desde
luego, no poner en peligro la integridad física del cliente. Deben ser eficaces. Tendrían que ser
realistas (que pertenezcan a la experiencia del paciente) y prácticos para poder ser usados. Debe,
también, ser relevantes dentro de la gama de problemas que presenta el paciente y facilitador de la
generalización del cambio que pueda producirse en el paciente tras su uso en la consulta.
El shock eléctrico como un estímulo aversivo ha sido usado con amplitud en el tratamiento de
diferentes formas de desviaciones sexuales. Un ejemplo de este método de tratamiento es facilitado
por Marks y Gelder (1967). A cinco travestidos y fetichistas se le administraron choques eléctricos, que
estuvieran justamente por encima del umbral del dolor, según un índice de razón variable en el que un
cuarto del total de ensayos estuviera libre de choques. En la fase inicial del tratamiento el choque se
asoció con una representación imaginaria de él mismo realizando actividades desviadas, mientras que
en la segunda fase los clientes sufrieron la descarga eléctrica por ejecutar esas conductas. El uso de
un diseño de línea base múltiple mostró que el procedimiento de condicionamiento aversivo era
responsable de eliminar la alerta ante los estímulos desviados sin interferir con las respuestas del
cliente a estímulos heterosexuales convencionales. Los clientes simplemente informaron de actitudes
neutras hacia los estímulos desviados y no presentaron respuestas condicionadas de ansiedad.
En un seguimiento de veinticuatro clientes tratados de la manera descrita más arriba, Marks, Gelder y
Bancroft (1970) informaron de que sus clientes travestíes, fetichistas y sadomasoquistas o mejoraron
sin más o mejoraron de forma considerable. También mantuvieron sus cambios de actitudes hacia los
estímulos desviados. Siete transexuales, sin embargo, fallaron en mostrar una mejora posterior como
resultado de la terapia y volvieron a sus modos previos de conducta después de dos o tres meses de
finalizado el tratamiento. La respuesta diferencial al tratamiento de los travestidos frente a los
homosexuales puede atribuirse probablemente al hecho de que los primeros presentan un conjunto de
conductas claramente definidas que pueden ser modificadas sin implicar o afectar necesariamente
otros aspectos del repertorio conductual del individuo. En el caso de los segundos, sin embargo, el
deseo sexual es secundario al cambio total del papel del género que requiere un tratamiento
polifacético orientado al cambio de las conductas sexuales y sociales (Barlow, Reynolds y Agras,
1973).
El uso de drogas que inducen nauseas como un estímulo aversivo ha sido reducido principalmente al
tratamiento de alcohólicos. El procedimiento típico es aquel en que al cliente se le da primero emetina,
una droga que con seguridad induce fuertes náuseas. Una vez que las reacciones de náuseas
aparecen, se instruye al cliente para que se concentre en la visión, olor y pensamiento del alcohol. El
cliente, entonces, degusta e ingiere alcohol con el resultado del vómito y el alcohol es regurgitado. Se
llevan a cabo, aproximadamente, cinco ensayos de condicionamiento como los descritos en días
alternos con diferentes bebidas alcohólicas usadas como estímulos condicionados en orden a lograr la
generalización de la reacción aversiva condicionada. La participación de los clientes en ulteriores
sesiones de condicionamiento aversivo durante el año que sigue al tratamiento (período de tiempo en
que se dan más recaídas en el alcohol) favorece significativamente el mantenimiento a largo plazo de
la abstinencia o sobriedad en el beber (Rachman y Teasdale, 1969).
El éxito de esta técnica evaluado por Lemere y Voegtlin (1950) sobre 4.096 alcohólicos, es del 51% de
todos los casos tratados en los que se observa abstinencia total del alcohol durante un periodo de
seguimiento que va de uno a diez años. Datos más recientes sobre el mismo tratamiento,
esencialmente, indican tasas de éxito comparables (Wiens, 1976). Estos resultados que tienen que
considerarse como notorios tienen la limitación de carecer de grupos de control y de que los clientes
recibieron otras formas de tratamiento además del tratamiento aversivo.
El hecho de que exista una aparente superioridad de la aversión química como opuesta a la aversión
eléctrica en el tratamiento de los alcohólicos merece algunas consideraciones teóricas. Wilson y
Davison (1969) han afirmado que el shock eléctrico puede no ser el mejor medio de condicionar una
aversión al gusto y olfato de la comida o los líquidos. La evidencia de los estudios de condicionamiento
animal sugiere que el condicionamiento aversivo exitoso a los gustos y olores es facilitado por el uso
de estímulos aversivos preparados o apropiados biológicamente como las náuseas o alguna dolencia.
Sin embargo, no es necesario atribuir la aparente superioridad de la náusea como un estímulo
aversivo a una preparación biológica selectiva. En términos de la teoría del aprendizaje social de
Bandura (1977a), un estímulo aversivo óptimo es aquel que puede ser fácilmente evocado en la
imaginación y repasado cognitivamente. La náusea o determinadas dolencias son sentimientos
naturales que todos hemos experimentado en una ocasión u otra. El choque eléctrico, sin embargo, es
un estímulo artificial que mucha gente no ha experimentado y, por lo tanto, es más difícil recrear
simbólicamente unas sensaciones semejantes al choque eléctrico. Así se explicaría el mayor éxito de
los procedimientos químicos de condicionamiento aversivo.
Hay que advertir que el condicionamiento aversivo no actúa, como se dio a entender en la película La
naranja mecánica, generando de forma automática y contra su voluntad una fuerte reacción aversiva
en una persona. La aversión química usando la emetina requiere el apareamiento repetido del alcohol
con una reacción física intensamente aversiva (náuseas, arcadas y vómitos). Incluso con estos
procedimientos aversivos intensos no todos los clientes desarrollan la aversión condicionada al
alcohol. Las respuestas condicionadas es más probable que se creen con la cooperación consciente y
deliberada del cliente. De hecho esta colaboración y predisposición es indispensable para poder
utilizar la terapia aversiva.
4.3. OTROS TIPOS DE ESTÍMULOS.
Además de la estimulación eléctrica y química se han utilizado otras vías de condicionamiento como
olores y sabores desagradables.
El uso de la aversión olfativa sería muy coherente en los casos de obesidad, sin embargo su uso no ha
sido muy frecuente. Frothwith y Foreyt (1978) utilizaron el condicionamiento aversivo olfativo en un
caso de obesidad y Maletsky (1980) en un caso de diversas parafilias como complemento de un
proceso de sensibilización encubierta.
La aversión gustativa se ha utilizado en programas diseñados para dejar de fumar. Los procedimientos
utilizados pueden calificarse más bien como procedimientos de saciación. Este procedimiento, que en
el modelo de Hall, Sachs y Hall (1979), reproduce la secuencia "fumar rápido-descanso-fumar rápido"
debe utilizarse tras descartar los riesgos que puede comportar en determinados clientes y, de ser
posible, con cierto control médico y monitorización continua del funcionamiento de algunas variables
fisiológicas como la tasa cardíaca, por ejemplo.
Otro procedimiento es el bloqueo facial. Este procedimiento implica colocar una cubierta de paño
sobre la cara del cliente, durante un breve periodo de tiempo, contingente con la ocurrencia del
comportamiento a eliminar. No es doloroso y puede ser administrado con facilidad por personas
allegadas al cliente. Se ha utilizado en casos de tricotilomanía y autopunitivos. A nuestro entender no
es fácil distinguir su uso del que pudiera resultar del uso de una contingencia aversiva.
Puesto que las reacciones aversivas condicionadas no se establecen automáticamente por el simple
apareamiento de dos estímulos externos y puesto que la implicación del cliente en los procesos de
aprendizaje es probablemente crucial, las reacciones aversivas generadas simbólicamente pueden ser
las formas de tratamiento preferidas. En este procedimiento, después de que el terapeuta describa al
cliente una situación o escena, le pide que la imagine resaltando especialmente las consecuencias
aversivas. Este método suele presentarse como sensibilización encubierta y se contempla con más
detalle en el capítulo 15 dedicado a los procedimientos encubiertos.
5. CONSIDERACIONES FINALES.
Hemos visto que la terapia de aversión en vez de ser considerada como una forma de
condicionamiento automático, es considerada más bien como un método de autocontrol para el cliente.
Esta distinción tiene no sólo importancia teórica, sino que tiene consecuencias notorias para la práctica
clínica de la terapia de aversión (Bandura, 1969). Si la terapia de aversión es mirada como una forma
de condicionamiento que automáticamente establece nexos E-R o, mejor, EC-EI, el énfasis de la
terapia estará en asegurar que los parámetros cruciales del condicionamiento clásico no sean
violados. Por ejemplo, los intervalos óptimos entre el estímulo condicionado e incondicionado y la
precisión en especificar la intensidad y duración de todos los estímulos. Todos estos parámetros del
condicionamiento clásico, sin embargo, se derivaron del trabajo experimental con animales y son de
relevancia cuestionable para los humanos. En términos de la teoría del aprendizaje, el mantenimiento
del cambio de conducta producido por el tratamiento dependerá más de lo que el cliente haga entre las
sesiones de terapia y después de las mismas que de parámetros temporales precisos entre estímulos
condicionados e
incondicionados durante las sesiones de terapia. Específicamente, el mantenimiento estará
fuertemente influido por el grado en que el cliente adquiera y utilice estrategias de control cognitivo que
persisten después de que el procedimiento de condicionamiento haya terminado. Cuando la terapia de
aversión es vista como un método de entrenamiento en autocontrol, una tarea importante de la terapia
es preparar las condiciones e incentivos que aseguren que el cliente cumplimente métodos de
autocontrol potencialmente efectivos. Vista en este contexto la terapia aversiva sería usada mejor
como un componente de un programa de tratamiento de amplio espectro. La terapia aversiva sola
tendría únicamente efectos temporales sobre la conducta (Linscheid, Hartel y Cooley, 1993).