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Resumo
A figura de M. E. Richmond é fundamental na história do Serviço Social, uma história que há que recu-
perar, e inclusive construir e conhecer, para avançar na consolidação da profissão. Não existe identidade
individual e colectiva ignorando a sua própria história. Todas as disciplinas reconhecem os seus pioneiros,
os seus clássicos mas no Serviço Social por uma razões ou outras se depreciou a sua obra e se a classificou
como inadequada. Neste artigo se debatem as principais acusações formuladas contra Mary Richmond
(assistencialismo, funcionalismo, darwinismo), com a intenção de situa-la de forma mais adequada, vin-
culada ao Pragmatismo filosófico e ao Interaccionismo e com a esperança de que as novas gerações
cheguem a sentir-se herdeiras orgulhosas de uma das mulheres admiráveis que criaram o Serviço Social.
Abstract
The figure of M. E. Richmond is fundamental in the history of Social Work, a history that must be recov-
ered, and even build and know, to move toward consolidation of the profession. There is no individual and
collective identity ignoring its own history.
All disciplines recognize its pioneers, its classics but in Social Work by some or other reasons, it is contempt
his work or herself was placed in an inappropriate way. This article discusses the major allegations made
against Mary Richmond (assistancism, functionalism, darwinism), in an attempt to put it best, linked to
the philosophical Pragmatism and Interactionism and with the hope that new generations to reach feel
proud heirs of one of those admirable women who invented the Social Work.
Resumen
La figura de M. E. Richmond es fundamental en la historia del Trabajo Social, una historia que hay que
recuperar, e incluso construir y conocer, para avanzar en la consolidación de la profesión. No hay identidad
individual y colectiva ignorando la propia historia. Todas las disciplinas reconocen a sus pioneros, a sus
clásicos pero en el Trabajo Social por unas u otras razones se despreció su obra o se le clasificó de manera
inadecuada. En este artículo se debate sobre las principales acusaciones formuladas contra Mary Richmond
Palavras Chave (asistencialismo, funcionalismo, darwinismo), en un intento de situarla mejor, vinculada al Pragmatismo
Mary Richmond, filosófico y al Interaccionismo y con la esperanza de que las nuevas generaciones lleguen a sentirse orgullosas
Pragmatismo herederas de una de aquellas mujeres admirables que inventaron el Trabajo Social.
filosófico, Interac-
cionismo
...
Key Words
Mary Richmond, Introducción
Philosophical
Pragmatism,
Interactionism Con motivo del 150 aniversario del nacimiento de Mary Richmond su figura y su obra
se han puesto de moda. Sea bienvenido este interés en recuperar una figura clave, im-
...
prescindible, para entender el nacimiento del Trabajo Social, para construir la historia
Palavras clave de la disciplina y de la profesión y en consecuencia para avanzar en la consolidación de
Mary Richmond, la propia identidad de los trabajadores sociales. No hay identidad personal y colectiva
Pragmatismo
filosófico, Interac- sin historia. Y a menudo en distintos ámbitos y por distintas razones hemos despreciado
cionismo –no hay mayor desprecio que el olvido- a aquellas mujeres innovadoras que en condicio-
Por una u otra razón, (me referiré al ámbito de la península ibérica y a Latinoamérica),
hemos crecido sin historia o al menos no hemos aprendido en los centros docentes la
historia de la profesión como sí se ha enseñado en el caso de otras disciplinas. Hace
muchos años estudié como alumno de la Complutense, la historia de la Sociología y
hace menos años cursé en la Rovira i Virgili de Tarragona, también como alumno, la
historia de la Antropología. Tengo pues elementos comparativos. Nada parecido en el
Trabajo Social. Ningún sociólogo reniega de Comte, de Spencer, de Weber, de Marx o
de Durkheim. Ningún antropólogo, independientemente de su orientación personal, le
niega el pan y la sal a Boas, a Kroeber, a Lowie, a Radcliffe-Brawn o a Malinowski. He
convivido durante once años en un Departamento de Psiquiatría en el que estaban pre-
sentes todas las tendencias que en el mundo de lo Psi, que diría Robert Castel, se puede
uno imaginar, desde los más organicistas, conductistas y biologicistas hasta los más
partidarios del Psicoanálisis, pasando por las posiciones más eclécticas o integradoras.
Pero nunca escuché una negación absoluta de las posiciones contrarias. Sin embargo,
en el Trabajo Social, sí. Se ignora, se reniega, se desprecia, se aborrece incluso, la obra
de aquellas mujeres que inventaron esta profesión que se llama Trabajo social o Servicio
Social en otros países.
Añadiré además que esta opción por la “no historia” que se ha propagado no siempre
ha sido construida por trabajadores sociales en ejercicio, es decir por titulados que
hayan ejercido la profesión. A menudo responde a la influencia desmesurada de gentes
ajenas al Trabajo Social que asumieron el papel de tutores o incluso salvadores de los
y las humildes trabajadores sociales, de gentes que nunca tuvieron el título y por tanto
nunca ejercieron la profesión y carecen por ello de las experiencias más elementales
de quien se gana la vida ejerciendo esta profesión. Otras veces esta misma opción se
alimenta de análisis hechos desde la comodidad de los ámbitos académicos ignorando
lo que es situarse en la posición de quien ejerce el Trabajo Social en cualquier Servicio
Social, en un Hospital, en un Centro de Salud, en el sistema educativo, en una institución
penitenciaria o en cualquier otro lugar. La cuestión no es baladí y es clave para entender
algunos programas de formación en los que se obliga a los alumnos de primer curso a
leer El Capital, pero se ignora el Social Diagnosis o el Maps and Papers o las aportaciones
posteriores de Gordon Hamilton, de Florence Hollis, de Virginia Robinson, de Julia Jesi
Taft o de Florence Kelley, por ejemplo. Residente de Hull House, también etiquetada en
el mismo saco común del funcionalismo, del liberalismo y de no sé qué más, salvando
el pequeño detalle de que era marxista y amiga de Friedrich Engels de quien por cierto
tradujo al inglés Die Lage der arbeitenden Klasse in England, escrita in 1844 y con quien al
parecer mantuvo una abundante correspondencia. La traducción que ella hizo se sigue
utilizando todavía hoy. Sorpresas que da la vida. Seguramente para algunos, son figuras
a olvidar sencillamente porque cometieron el pecado original de ser norteamericanas.
A alguno a quien le hice notar que Richmond cita a un anarquista como Kropotkin
(Richmond, M. 1982:86) en su obra de 1922, no salía de su asombro y es que los
prejuicios y estereotipos, como bien sabemos los que nos movemos en las ciencias
sociales, nublan la visión.
Pero vayamos a Mary Richmond y a su obra. Sobre esta trabajadora social, investigadora
(Social Diagnosis es el resultado de una importante investigación) reformadora social y
docente han caído no pocas acusaciones o reproches o descalificaciones. Percibo a
menudo que no se trata de la crítica que cualquier autor recibe y de la que nadie se salva
(Ni Marx, ni Freud ni Einstein, ni ninguna otra luminaria se ha salvado de críticas, como
por otro lado es normal en el terreno de la ciencia y no en el de la creencia religiosa),
sino que me parece que lo que se pretende es una descalificación global a partir de
hacerla portadora de una etiqueta, lo que la enviaría sin más a una prehistoria que es
mejor ignorar y en la que no conviene escarbar.
Vayamos por partes. Comencemos por esto último. Efectivamente Mary Richmond es
norteamericana o estadounidense, si concretamos más. Hay mucha gente que quiere
ser norteamericana y también hay mucha gente que siente casi una fobia clínicamente
definida hacia todo lo que viene de los EE.UU. Bueno, hacia todo lo que viene
no exactamente. Nadie rechaza el uso de la mejor técnica, del mejor aparataje, del
medicamento más adecuado cuando lo necesita, por mucho que tenga la etiqueta “made
in U.S.A.” En cuestiones de salud y en otras muchas no hay prejuicios ideológicos. Sin
embargo en el ámbito de las Ciencias Sociales todo lo que viene del norte de Rio Grande
o Rio Bravo del Norte, como se le conoce en México, es anatema. Me decían en Buenos
Pues en el Trabajo Social parece que sí, que a las pioneras no se les perdona su ori-
gen. Para entender esta fobia intelectual no se me ocurre otra explicación que el an-
tiamericanismo que floreció durante décadas, guerra de Vietnam incluida en Europa,
en Latinoamérica y en otros muchos lugares del mundo. En absoluto seré yo quien
defienda la política imperialista norteamericana y mucho menos su complicidad con
tantos regímenes dictatoriales y totalitarios que poblaron Latinoamérica. Sin olvidar-
nos del apoyo brindado a Franco, defraudando a los republicanos españoles que tras
su esforzada lucha contra el nazismo, tenían puestas sus esperanzas en volver a una
España democrática, al finalizar la II Guerra Mundial. Pues no, siguieron en el exilio o
en las cárceles o en las cunetas, mientras, el General Dwight D. Eisenhower, presidente
de los EE.UU. se paseaba en coche descapotable por Madrid, en 1959, con un Franco
exultante a su lado. Ese antiamericanismo es fácilmente comprensible para quienes en
los años setenta seguimos con tanto interés la experiencia chilena y desde la lejanía suf-
rimos el golpe pinochetista contra Allende, con la CIA detrás. Visité la tumba de Allende
en el Cementerio General de Santiago el primer domingo que tuve libre, emocionado
por estar cerca de los restos de aquel presidente que tantas esperanzas suscitó. La
misma emoción e indignación al acercarme a la Escuela de la Mecánica de la Armada,
en Buenos Aires, para rendir homenaje a las víctimas de las dictaduras militares o la
misma emoción con la que saludé a las Madres de Plaza de Mayo. O la misma emoción
con la que leíamos con fruición los avances en los diferentes frentes de los luchadores
sandinistas, años después. ¡Cómo no voy a comprender esas posiciones políticas si son
plenamente compartidas por toda una generación de españoles que crecimos abor-
reciendo cualquier dictadura y en una ciudad en la que los únicos negros que veíamos
entonces eran los militares de la Base Aérea norteamericana de Zaragoza!
Pero ¿qué tiene que ver este rechazo a la complicidad de los EE.UU en tanta barbarie
pasada o presente con Mary Ellen Richmond y sus compañeras? ¿Podremos diferenciar
una cosa de otra? ¿Será posible reconocer que los Estados Unidos es un país muy grande
y poblado con suficiente historia para que haya mucho de todo, incluido el desembarco
en Normandía y su participación en la derrota de la Alemania nazi? ¿Seremos capaces
de reconocer que todos los pueblos tienen sus momentos gloriosos y deleznables y
que los buenos-buenos o malos-malos sólo están en el cine o en las novelas de fic-
ción? ¿Podremos analizar las aportaciones de aquellas pioneras del Trabajo Social sin
Asistencialismo
No sé si la descalificación y el desprecio que durante décadas se ha proyectado sobre la
figura y la obra de M. Richmond es específica o se trata por el contrario de la descali-
ficación ideológica a toda una época y más en concreto a la organización en la que ella
desarrolló su trabajo, es decir en la Charity Organization Society. Habría que señalar
en primer lugar, que en cada época histórica se plantean unos problemas concretos y
se proponen soluciones determinadas. Analizar desde la lejanía de más de cien años,
con los ojos de hoy aquellas situaciones exige prudencia. Es obvio que las C.O.S. repre-
sentan un intento de coordinar las múltiples Asociaciones caritativas que con múltiples
vinculaciones religiosas existían en el Londres del XIX y que en su interior convivían
posiciones calvinistas, evolucionistas, o simplemente actitudes caritativas bien inten-
cionadas dirigidas por las élites económicas y políticas. Ese es su origen pero también
hay que atender a su evolución y al proceso de secularización que se produce cuando
la misma fórmula se traslada a los EE.UU. Hay que entender también que estamos
hablando de una trayectoria larga, de décadas en las que nada permanece inmóvil, en
las que todo cambia de manera acelerada en lo económico, en lo político y en lo ide-
ológico. El capitalismo liberal se asienta y se extiende con un discurso político basado
en la Democracia como música de fondo y unas promesas que se mostraron falsas, de
que el nuevo sistema productivo sería capaz de acabar con la pobreza y de crear riqueza
para todos. Pronto se hace manifiesta la existencia de que la Revolución Industrial y el
nuevo modo de producción ha generalizado la pobreza incluso la miseria afectando a
la totalidad de la clase trabajadora. Ser pueblo es ser pobre. Ser pueblo significa nacer
pobre y morir pobre.
A finales del XIX la “cuestión social” es algo evidente en los países industrializados.
Los problemas sociales se han multiplicado afectando a la inmensa mayoría de la po-
blación. Ese el contexto del nacimiento de las Ciencias Sociales. Se trata de entender lo
que está pasando y en el caso del Trabajo Social no sólo de entender sino de intervenir.
Las mujeres que pensaron esta profesión querían modificar la realidad, enfrentarse a
los efectos indeseados de la revolución industrial, modificar la legislación, influir en
el discurso político, desarrollar medidas concretas a nivel micro pero también a nivel
macro. Todas ellas, sin excepción, las de las C.O.S. y las de los Settlements, eran reform-
istas lo que significa que sus objetivos estaban centrados en cambiar la realidad con
la democracia, una democracia radical como instrumento. Aquellas mujeres hicieron
evolucionar los planteamientos de las organizaciones en las que trabajaban. ¡Qué duda
cabe que los planteamientos de las C.O.S. no son los mismos en la Inglaterra de mitad
Mary Richmond es consciente de que la realidad ha cambiado tanto que la mera filan-
tropía o las actitudes caritativas, las viejas fórmulas de las C.O.S, ya no son instrumen-
tos adecuados para enfrentarse a los problemas sociales. Hay que ir de mano de las
Ciencias Sociales que están naciendo, hay que estructurar una profesión, superando
la etapa de las visitadoras amistosas y el voluntariado, hay que investigar, hay que es-
tructurar los procedimientos a utilizar por los nuevos profesionales. Y todo ello debe
de constituir un conocimiento que se trasmita ya no en el interior de las organizaciones
sino en la Universidad. Mary Richmond va a Toronto en 1897 a defender una ponencia
titulada “The need of a Training School” proponiendo un plan de estudios que habrían de
cursar los que quisieran dedicarse a la intervención social. Conviene resaltar la fecha:
1897, sólo cinco años después de la creación del primer Departamento de Sociología /
Antropología en una universidad norteamericana, el de Chicago. Las C.O.S. se fueron
convirtiendo en un “laboratorio social”, en un “centro de prácticas” y de investigación
para los estudiantes de las ciencias sociales de las distintas universidades, la John Hop-
kins entre ellas. Amos Warner, profesor de Economía de la Universidad de Stanford
publicó su libro titulado American Charities en el que distinguió el trabajo profesional
en el ámbito de la acción social (aunque lo siguiera denominando trabajo de caridad)
de la benevolencia filantrópica, del voluntariado proporcionando una justificación in-
telectual al desarrollo de los métodos de Trabajo Social. Richmond se concentró en la
necesidad de especificar las bases del conocimiento y las técnicas que distinguían a los
trabajadores sociales entrenados de los voluntarios bienintencionados y en identificar
las habilidades comunes que los trabajadores sociales podían usar en todos los ámbitos
de intervención. Y para ello se fijó especialmente en dos profesiones que tenían bien
establecido un “saber hacer” común, unos procedimientos estandarizados: la Medicina
y el Derecho. Pero sobre todo inició una investigación en 1904 que se publicó en 1917:
Social Diagnosis. En esta investigación estudió nada menos que 2800 informes sociales
elaborados en 56 entidades sociales de tres ciudades diferentes dedicadas a diferentes
campos de Trabajo Social. Cada institución u organización aportó al estudio 50 casos.
(Richmond: 1995:174).
Sobre su manera de trabajar nos habla también en el libro de 1922 cuando se propone
como objetivo no discutir sobre las cuestiones de método sino buscar qué es el Trabajo
Social de casos individuales y por qué se recurre al mismo:
“…He procedido de la siguiente manera en mi elección: después de haber eliminado, en
el transcurso de mi examen, los legajos en los cuales la intervención practicada no había
sido descrita día a día en forma completa, he dado la preferencia a las observaciones
sociales individuales que relataban un tratamiento activo perseguido durante un periodo
(…) Habiendo aprendido gradualmente a prestar servicios más acertados y más efi-
caces, a individuos y a familiar, las asistentes sociales imitaron la práctica del Dr. Howe
y anotaron el desarrollo del tratamiento que aplicaban. Al comienzo, sus tentativas en
este sentido no eran más que una crónica bastante desordenada de su tarea diaria,
pero poco a poco aprendieron a reunir una documentación cronológica completa, dando
cuenta de los principales métodos empleados y de las observaciones sobre las cuales es-
taban basados estos métodos. Tal legajo no constituye solamente una guía indispensable
para las decisiones que deberán ser tomadas ulteriormente con respecto al interesado;
puede proporcionar también materiales valiosos para la formación de nuevos asistentes
sociales que se especializan en el tratamiento de casos individuales o que, preparándose
para otras formas del servicio social, tales como el trabajo de barrio, las encuestas so-
ciales o la preparación de reformas sociales buscan comprender mejor cuáles son las
múltiples condiciones sociales desfavorables que afectan a la vida individual. El valor de
la documentación no se detiene allí. Sometida a un análisis perfectamente cuidadoso y
competente, puede ser la base de estudios estadísticos o, más a menudo todavía, servir
de punto de partida a descubrimientos sociales realizados sin la ayuda de métodos es-
tadísticos” (Richmond, M. 1982:25).
El lector sabrá deducir de esta cita la concepción que Richmond tenía del Trabajo So-
cial que en todo caso era un proceso, y a menudo largo, muy largo diríamos ahora. Su
preocupación investigadora basada en el rigor de las fuentes, de la documentación y
de su ulterior utilización sometiéndola a técnicas cuantitativas y más a menudo, dice,
a las cualitativas en pos de “descubrimientos sociales”. Tampoco pasará desapercibida
su mención a otras formas de ejercer la profesión como el trabajo de barrio, la investig-
ación o la preparación de reformas sociales en una mención inequívoca a los colegas de
los Settlements. En fin, remito al lector a leer el relato de los casos que Richmond refiere
en las páginas siguientes y a señalar dónde está el asistencialismo.
“No es tal vez inútil agregar algunas palabras concernientes a la ayuda material, ya que
es un tema sobre el que la opinión oscila entre la aprobación y el rechazo. La ayuda,
como dádiva, es hasta tal punto antidemocrática que la reprobación le llega tanto al que
la da como al que la recibe y constituye una maldición para ambos. La ayuda, en sí y
por sí, no tiene ninguna calidad moral y menos que cualquier otra la de poder tornarse
democrática. Su verdadero papel es subsidiario. (…) Hace tiempo que tengo la idea de
que no existe en el servicio social una especialidad cuyo objeto sea la donación como
ayuda. La asistencia material puede ser practicada generosamente mientras aquellos
En el mismo libro dedica el capítulo 11 a establecer las relaciones entre el Trabajo social
de casos individuales y la democracia. Tras una discusión sobre la relación entre los
servicios públicos, administrados por el Estado, y los privados, afirma:
“El Trabajo Social de Casos se desarrolló bajo una concepción que creía a la sociedad
como definitivamente estructurada, que precisaba únicamente de ajuste y reformas. La
acción profesional responde, así a una filosofía fundamentalmente individualista, con
predominio de la autoayuda como criterio orientador. Esta visión guarda correspon-
dencia con los valores que comienzan a generarse en Estados Unidos en su proceso de
configuración como centro hegemónico del capitalismo, para lo cual el individualismo, la
competencia y la acumulación de capitales eran los pilares principales; quienes se aleja-
ban de estos criterios o no lograban introyectarlos o bien no respondía a los mismos (en
su gran mayoría no eran por causas a nivel del individuo, se trataba de que la sociedad
los rechazaba y les impedía incorporarse como fuerza de trabajo al sistema productivo)
sea cual fuese la causa, se les incluía dentro del grupo de individuos disfuncionales, in-
adaptados” (Lima, B. 1977:69).
“Otro aspecto del cambio en el ambiente tiene con las necesidades de ciertos clien-
tes, de nacionalidades y razas diversas, que han cambiado de ambiente a causa de su
inmigración a los Estados Unidos, mucho antes de haber entrado en contacto con la
asistencia social. Generalmente se ha admitido hasta ahora que en la americanización
todo esfuerzo de adaptación debe nacer del inmigrante, el cual debe aprender nuestro
idioma, estudiar nuestras instituciones, aceptar nuestras costumbres, sin que nosotros
modifiquemos para nada nuestro programa y nuestros designios. Pero la actitud de la
asistente social con respecto a este problema es otra, ya que reconoce la necesidad de
adaptaciones mutuas”. (Richmond, M. 1986:79).
“Como ejemplo de las relaciones íntimas que existen entre el servicio social de casos in-
dividuales y las reformas sociales, mencionaré de paso los estudios comprendidos por la
<Russell Sage Foundation>, primero a propósito de las leyes americanas sobre el matri-
monio y en seguida acerca de la aplicación de estas leyes, estudios tomados directamente
de mis informes sobre el servicio social familiar de casos individuales.” (Richmond, M.
1982:122).
Podía ilustrar esta misma posición de Lima con múltiples citas de otros muchos autores,
pero no lo voy a hacer. Simplemente afirmaré que la caricatura es falsa. Que no se puede
identificar tal concepción del mundo en las prácticas y en los escritos de Richmond.
Basta leerlos. Basta recordar aquella declaración de principios que hace Gordon
Hamilton, una de sus principales en la Escuela de Nueva York en la primera página de
su libro (1987) cuando explicando las premisas en las que se basa el Trabajo Social de
casos que no pueden ser probadas pero sin las cuales sus métodos y fines carecerían
de significado, realiza toda una declaración pragmatista que finaliza afirmando que <el
lazo social entre hombre y hombre debe conducir a la realización del viejo ideal de una
hermandad universal>. Todo ello después de hacer una declaración antievolucionista
señalando al hombre como meta de toda sociedad, llamando a una sociedad igualitaria
que comparte las mejoras en el estándar general de vida, o reivindicando el papel de
la educación que eleva el nivel físico y mental y el bienestar de las gentes y por tanto
ha de ser ampliamente promovida. Hamilton escribe en 1940, pero demuestra que las
semillas que Richmond sembró germinaron. No sólo es la obra de M. Richmond la que
no es funcionalista. Tampoco es la de sus sucesoras.
No solamente autores latinoamericanos mantienen esta presunta vinculación con el
funcionalismo. También españoles como por ejemplo Teresa Rossell en su libro sobre la
entrevista hace mención al funcionalismo y la necesidad de adaptar al individual al medio
como una característica del Trabajo Social norteamericano. (Rossell, T. 1989:18,22). A
todos ellos me atrevo a preguntar cuales son en concreto los autores funcionalistas
que influyen en M. Richmond y en las pioneras de la disciplina. ¿Pudo conocer la obra
de algún sociólogo como Comte (1798–1827) o Durkheim (1885-1917)? o de algunos
autores pertenecientes a la Antropología Social británica como Radcliffe-Brown (1881-
1955) o quizás Malinowski (1884-1942)? ¿Habría que buscar las influencias de Robert
Merton 1902- 1979 o quizás en Talcott Parsons 1902- 1979? Parece que no. ¿En alguna
de sus obras cita a algún antropólogo o sociólogo que podamos clasificar dentro
del Funcionalismo? Ritzer (1995:66) afirma que fueron los años cuarenta y cincuenta
del siglo pasado los que constituyeron los años de mayor apogeo del funcionalismo
estructural, después de que Sorokin fundara en 1931 el departamento de Sociología de
Harvard. Nada encuentro en Marvin Harris que contradiga la afirmación de Ritzer. En
“En la actualidad existen dos criterios para el trabajo de casos, dos filosofías, dos clases
de organismos y dos grupos de partidarios de acuerdo con el respectivo enfoque. Los
miembros de cualesquiera de estos grupos se jactan de no haber sufrido ningún tipo de
influencia del grupo contrario (…) El enfoque “diagnóstico” identificado con la New York
School of Social Work se puede diferenciar del enfoque “funcional” identificado con la
Philadelphia School, de la siguiente manera: a)La escuela diagnóstica fundamenta sus
principios y procedimientos operativos en las ideas de Mary Richmond. Procura obtener
una apreciable cantidad de información acerca del asistido y sus problemas antes de
iniciar un tratamiento intensivo. También sigue la ideología ortodoxa de Freud. B) La
escuela funcional fundamenta sus principios y procedimientos operativos en la filosofía
psicoanalítica de Rank: depende totalmente de la forma en que el asistido plantea su
problema; establece límites de tiempo para entrevistas y tratamiento; toma en cuenta
conceptos de Rank, tales como el trauma de nacimiento, la “voluntad” y contravol-
untad, autoaceptación y parcialización. Este enfoque también se llama “pasivo” o de
“pasividad”, ya que la iniciativa del proceso psicoterapéutico parte del asistido” (Kohs.
1966:26).
Más claro, agua. En definitiva, el Functional Model nada tiene que ver con el Funcionalismo,
salvo que se afirme que todo el Psicoanálisis es también merecedor de la misma etiqueta.
Darwinismo
La Richmond era Darwinista, afirma Mario Gabiria en el prólogo citado
anteriormente. Y no da muchas más explicaciones porque a continuación se extiende
en otras consideraciones. Confieso que cuando leí semejante afirmación me quedé
absolutamente sorprendido y confuso. Si el sociólogo se quería referir a que Richmond
se subió al carro de los que trataban de explicar la naturaleza o la sociedad desde la
Ciencia, nada que objetar por mi parte. En algún contexto ese puede ser el significado
de la obra de Darwin frente a quienes se aferraban o siguen aferrados a las explicaciones
míticas o religiosas. Pero es que el contexto de la afirmación nada tiene que ver con
esta explicación. Había que recurrir al otro significado del darwinismo que en nuestro
terreno no puede significar otra cosa que el darwinismo social, lo cual ya no sólo me
sorprendía sino que me indignaba. Escribí entonces un artículo (Miranda, M. 1997) en
el que, en resumen, planteo que la misma expresión es errónea si atendemos a lo que
defiende Marvin Harris:
De esta cita del antropólogo, principal valedor del materialismo cultural, podemos
subrayar dos aspectos que nos interesan para nuestro propósito. En primer lugar, que
fue en el ámbito de las Ciencias Sociales en donde se desarrollaron las principales tesis
evolucionistas. El mismo Harris lo aclara con mayor rotundidad:
Es cierto, no hay más que ver sus citas a pié de página, que estaba al tanto de las
aportaciones que desde muy distintas disciplinas podían ser aprovechadas para el
Trabajo Social y lo mismo que cita un pasaje de Psychology from Standpoint of Behaviorist
del psicólogo conductista Watson, en What is social Case Work (1982:110) podía haber
citado a Freud. Pero conviene tener en cuenta algunos datos. Freud visita los Estados
unidos en 1909, invitado por una Universidad que entonces podía ser considerada de
segundo nivel, la Clark University. Como es obvio, la obra del padre del psicoanálisis
no fue universalmente conocida nada más llegar ni mucho menos estaba claro, como
ya hemos señalado que, como en el caso de Marx, Freud fuera a ser el autor de una
propuesta sin la cual no se puede entender el siglo XX. Por lo demás algunas obras de
Freud estaban todavía por escribir. Que Richmond pudo conocer algunos escritos sobre
el psicoanálisis parece evidente. En un artículo de 1920 cita a Yung, pero sin embargo
nunca cita a Sigmund Freud. Quizás una clave a tener en cuenta nos la proporciona
Siporin en la introducción a la edición de 1969 de Friendly Visiting among the poor: <Then,
Conclusión
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