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Locus SOCI@L 5: 6 - 30 | 2010

Reivindicando a Mary Richmond


y su obra
Miguel Miranda Aranda
Facultad de Ciencias Sociales y del Trabajo.
Universidad de Zaragoza. España
mmiranda@unizar.es

Resumo
A figura de M. E. Richmond é fundamental na história do Serviço Social, uma história que há que recu-
perar, e inclusive construir e conhecer, para avançar na consolidação da profissão. Não existe identidade
individual e colectiva ignorando a sua própria história. Todas as disciplinas reconhecem os seus pioneiros,
os seus clássicos mas no Serviço Social por uma razões ou outras se depreciou a sua obra e se a classificou
como inadequada. Neste artigo se debatem as principais acusações formuladas contra Mary Richmond
(assistencialismo, funcionalismo, darwinismo), com a intenção de situa-la de forma mais adequada, vin-
culada ao Pragmatismo filosófico e ao Interaccionismo e com a esperança de que as novas gerações
cheguem a sentir-se herdeiras orgulhosas de uma das mulheres admiráveis que criaram o Serviço Social.

Abstract
The figure of M. E. Richmond is fundamental in the history of Social Work, a history that must be recov-
ered, and even build and know, to move toward consolidation of the profession. There is no individual and
collective identity ignoring its own history.
All disciplines recognize its pioneers, its classics but in Social Work by some or other reasons, it is contempt
his work or herself was placed in an inappropriate way. This article discusses the major allegations made
against Mary Richmond (assistancism, functionalism, darwinism), in an attempt to put it best, linked to
the philosophical Pragmatism and Interactionism and with the hope that new generations to reach feel
proud heirs of one of those admirable women who invented the Social Work.

Resumen
La figura de M. E. Richmond es fundamental en la historia del Trabajo Social, una historia que hay que
recuperar, e incluso construir y conocer, para avanzar en la consolidación de la profesión. No hay identidad
individual y colectiva ignorando la propia historia. Todas las disciplinas reconocen a sus pioneros, a sus
clásicos pero en el Trabajo Social por unas u otras razones se despreció su obra o se le clasificó de manera
inadecuada. En este artículo se debate sobre las principales acusaciones formuladas contra Mary Richmond
Palavras Chave (asistencialismo, funcionalismo, darwinismo), en un intento de situarla mejor, vinculada al Pragmatismo
Mary Richmond, filosófico y al Interaccionismo y con la esperanza de que las nuevas generaciones lleguen a sentirse orgullosas
Pragmatismo herederas de una de aquellas mujeres admirables que inventaron el Trabajo Social.
filosófico, Interac-
cionismo

...

Key Words
Mary Richmond, Introducción
Philosophical
Pragmatism,
Interactionism Con motivo del 150 aniversario del nacimiento de Mary Richmond su figura y su obra
se han puesto de moda. Sea bienvenido este interés en recuperar una figura clave, im-
...
prescindible, para entender el nacimiento del Trabajo Social, para construir la historia
Palavras clave de la disciplina y de la profesión y en consecuencia para avanzar en la consolidación de
Mary Richmond, la propia identidad de los trabajadores sociales. No hay identidad personal y colectiva
Pragmatismo
filosófico, Interac- sin historia. Y a menudo en distintos ámbitos y por distintas razones hemos despreciado
cionismo –no hay mayor desprecio que el olvido- a aquellas mujeres innovadoras que en condicio-

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nes difíciles soñaron y se comprometieron por un mundo mejor inventándose una nueva
profesión de la mano del conocimiento científico. Digo olvido, pero para olvidar hay
que conocer primero y con frecuencia siguen siendo las grandes desconocidas y a pesar
de ello atacadas, en mi opinión de manera injusta y poco rigurosa.

Por una u otra razón, (me referiré al ámbito de la península ibérica y a Latinoamérica),
hemos crecido sin historia o al menos no hemos aprendido en los centros docentes la
historia de la profesión como sí se ha enseñado en el caso de otras disciplinas. Hace
muchos años estudié como alumno de la Complutense, la historia de la Sociología y
hace menos años cursé en la Rovira i Virgili de Tarragona, también como alumno, la
historia de la Antropología. Tengo pues elementos comparativos. Nada parecido en el
Trabajo Social. Ningún sociólogo reniega de Comte, de Spencer, de Weber, de Marx o
de Durkheim. Ningún antropólogo, independientemente de su orientación personal, le
niega el pan y la sal a Boas, a Kroeber, a Lowie, a Radcliffe-Brawn o a Malinowski. He
convivido durante once años en un Departamento de Psiquiatría en el que estaban pre-
sentes todas las tendencias que en el mundo de lo Psi, que diría Robert Castel, se puede
uno imaginar, desde los más organicistas, conductistas y biologicistas hasta los más
partidarios del Psicoanálisis, pasando por las posiciones más eclécticas o integradoras.
Pero nunca escuché una negación absoluta de las posiciones contrarias. Sin embargo,
en el Trabajo Social, sí. Se ignora, se reniega, se desprecia, se aborrece incluso, la obra
de aquellas mujeres que inventaron esta profesión que se llama Trabajo social o Servicio
Social en otros países.

En algún momento se les etiquetó, desde la ignorancia, como políticamente incorrectas


y se les intentó tapar con el velo de la indiferencia. El paso siguiente y puesto que no
podíamos compartir una historia común, como hablar de las pioneras norteamericanas
era y es todavía inadecuado, al menos en muchas universidades latinoamericanas, se
acudió a la construcción de la historia en términos nacionales despreciando la tradición
internacional e ignorando deliberadamente que el Trabajo Social no nació en España
ni en Portugal, ni en ninguna de las queridas repúblicas latinoamericanas. Nació como
profesión en Inglaterra y se extendió de la mano de las C.O.S. y de los Settlements por
los Estados Unidos de América, donde se consolidó como profesión y como disciplina.
Y a partir de aquella experiencia se fue extendiendo por América y por Europa y más tar-
de por todo el mundo. Eso es un hecho incontestable y cuanto antes se reconozca mejor
para el rigor que se nos debe de exigir a los académicos. Es obvio, pero lo diremos una
vez más. Las historias “nacionales” tienen en el ámbito científico un interés relativo. No
es desde una perspectiva localista la mejor manera de entender el nacimiento y el de-
sarrollo de cualquier profesión o disciplina científica. Entiéndaseme bien. Por supuesto
que como afirmaba Foucault, cada época crea los saberes que necesita y por tanto el
conocimiento del contexto social, económico y político es clave para entender cuándo,
cómo y por qué nacen la Medicina científica, o cualquiera de las Ciencias Sociales.
Por supuesto que a cada autor hay que situarlo en la época concreta en la que le tocó
vivir porque ninguna obra es absolutamente individual y siempre se puede considerar
colectiva de alguna manera, por más innovador o genio que sea quien en un momento
dado hace avanzar de manera sustancial alguna parcela del conocimiento técnico o
científico. Spencer, o Marx o Freud o Boas forman parte de la historia de sus disciplinas

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independientemente del lugar en el que vinieron al mundo. Lo mismo debería pasar
en el interior del Trabajo Social con Richmond, con Addams, con Alice Salomon y con
tantas otras figuras de las que tan apenas conocemos nada y que en consecuencia,
están pendientes de recuperar.

Añadiré además que esta opción por la “no historia” que se ha propagado no siempre
ha sido construida por trabajadores sociales en ejercicio, es decir por titulados que
hayan ejercido la profesión. A menudo responde a la influencia desmesurada de gentes
ajenas al Trabajo Social que asumieron el papel de tutores o incluso salvadores de los
y las humildes trabajadores sociales, de gentes que nunca tuvieron el título y por tanto
nunca ejercieron la profesión y carecen por ello de las experiencias más elementales
de quien se gana la vida ejerciendo esta profesión. Otras veces esta misma opción se
alimenta de análisis hechos desde la comodidad de los ámbitos académicos ignorando
lo que es situarse en la posición de quien ejerce el Trabajo Social en cualquier Servicio
Social, en un Hospital, en un Centro de Salud, en el sistema educativo, en una institución
penitenciaria o en cualquier otro lugar. La cuestión no es baladí y es clave para entender
algunos programas de formación en los que se obliga a los alumnos de primer curso a
leer El Capital, pero se ignora el Social Diagnosis o el Maps and Papers o las aportaciones
posteriores de Gordon Hamilton, de Florence Hollis, de Virginia Robinson, de Julia Jesi
Taft o de Florence Kelley, por ejemplo. Residente de Hull House, también etiquetada en
el mismo saco común del funcionalismo, del liberalismo y de no sé qué más, salvando
el pequeño detalle de que era marxista y amiga de Friedrich Engels de quien por cierto
tradujo al inglés Die Lage der arbeitenden Klasse in England, escrita in 1844 y con quien al
parecer mantuvo una abundante correspondencia. La traducción que ella hizo se sigue
utilizando todavía hoy. Sorpresas que da la vida. Seguramente para algunos, son figuras
a olvidar sencillamente porque cometieron el pecado original de ser norteamericanas.
A alguno a quien le hice notar que Richmond cita a un anarquista como Kropotkin
(Richmond, M. 1982:86) en su obra de 1922, no salía de su asombro y es que los
prejuicios y estereotipos, como bien sabemos los que nos movemos en las ciencias
sociales, nublan la visión.

Afortunadamente también en no pocas universidades, a los dos lados del Atlántico,


en los últimos años está renaciendo el interés por construir una historia que todavía
está pendiente. Una historia que a la imagen y manera de cualquier disciplina científica
que se precie, supere fronteras físicas y mentales y sitúe a cada cual en el lugar que
siempre debió ocupar. Nos enteraremos entonces que entre aquellas mujeres ilustres
tenemos una Premio Nobel de la Paz, como Jane Addams o que Alice Salomon salvó
su vida huyendo de los nazis, acusada de internacionalista y de otras muchas cosas,
para acabar sus días en los Estados Unidos. O Acabaremos por reconocer que aquellas
mujeres de las que algunos reniegan, estuvieron profesional, personal y políticamente
comprometidas en todas las batallas sociales importantes del momento: en el sufragismo,
en el pacifismo, en la acogida de los inmigrantes, en la mejora de las condiciones de
vida de la clase obrera, en la lucha contra el racismo y por tanto en el progreso de
las gentes de color (negro), en el nacimiento del movimiento de consumidores, en la
creación de dispensarios antituberculosos, en la creación de los tribunales de menores
y en la erradicación del trabajo infantil, en la mejora de las condiciones laborales de las

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mujeres, en la reivindicación de viviendas dignas para los trabajadores y en el diseño de
un urbanismo más humano, en la elevación del nivel cultural de la población mediante
la enseñanza, en la defensa de las mujeres madres de familia solas o abandonadas… y
seguro que me dejo alguna de aquellas batallas. Desde el trabajo con individuos y sus
familias o utilizando el grupo o la colectividad como instrumentos de acción social,
desde la creencia en una democracia radical como instrumento de cambio diseñaron
una disciplina aplicada, una disciplina que desde el conocimiento científico produjera
cambios sociales “al por menor y al por mayor” como diría Richmond. Atención
individualizada y reforma social, como también dirá la líder de las C.O.S. Y todo ello a
finales del XIX y principios del XX. No se olvide. Por ello mantengo que sus aportaciones
merecen ser estudiadas, por ello defiendo que nos podemos sentir orgullosos herederos
de aquella generación de mujeres. Por ello, su obra merece ser defendida. (Agnew, E.
2004., Miranda, M. 2004).

Algunas acusaciones a Richmond

Pero vayamos a Mary Richmond y a su obra. Sobre esta trabajadora social, investigadora
(Social Diagnosis es el resultado de una importante investigación) reformadora social y
docente han caído no pocas acusaciones o reproches o descalificaciones. Percibo a
menudo que no se trata de la crítica que cualquier autor recibe y de la que nadie se salva
(Ni Marx, ni Freud ni Einstein, ni ninguna otra luminaria se ha salvado de críticas, como
por otro lado es normal en el terreno de la ciencia y no en el de la creencia religiosa),
sino que me parece que lo que se pretende es una descalificación global a partir de
hacerla portadora de una etiqueta, lo que la enviaría sin más a una prehistoria que es
mejor ignorar y en la que no conviene escarbar.

A Mary Richmond se le ha acusado de ser la representante del más rancio asistencialismo,


se le ha etiquetado como funcionalista, cuando no relacionado con el Functional model,
con el Darwinismo, con el Psicoanálisis, ¡con la Escuela de Frankfurt!, y últimamente
con el inductivismo. Otras veces, sin tomarse más molestia sencillamente se le tira al
cubo de lo prescindible por haber nacido en Illinois, EE.UU., la tierra del capitalismo,
del imperio, lo cual es rigurosamente cierto.

Representante del Social Work norteamericano

Vayamos por partes. Comencemos por esto último. Efectivamente Mary Richmond es
norteamericana o estadounidense, si concretamos más. Hay mucha gente que quiere
ser norteamericana y también hay mucha gente que siente casi una fobia clínicamente
definida hacia todo lo que viene de los EE.UU. Bueno, hacia todo lo que viene
no exactamente. Nadie rechaza el uso de la mejor técnica, del mejor aparataje, del
medicamento más adecuado cuando lo necesita, por mucho que tenga la etiqueta “made
in U.S.A.” En cuestiones de salud y en otras muchas no hay prejuicios ideológicos. Sin
embargo en el ámbito de las Ciencias Sociales todo lo que viene del norte de Rio Grande
o Rio Bravo del Norte, como se le conoce en México, es anatema. Me decían en Buenos

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Aires que los pedagogos argentinos ignoraban quien era Dewey y no me lo pude creer.
Supongo que los sociólogos argentinos, por muy marxistas que sean no desconocen la
obra de C. Wright Mills porque también era sociólogo y norteamericano y por cierto,
ayudó no poco a comprender la evolución histórica del llamado socialismo científico.
En México lo conocen desde luego porque fue un sociólogo de aquel país, mi amigo
Alberto, de la UNAM, el que me regaló un libro que considero una joya bibliográfica
y que tiene el expresivo título de “Los marxistas”. (Wright Mills C.1976) Sin más. La
primera edición en inglés es de 1962, fecha temprana y significativa por cierto. Dewey y
Wright Mills también fueron norteamericanos y Bateson y G. H. Mead y Margaret Mead
y mi admirado Goffman también era norteamericano y tantos otros y otras, figuras
señeras en las ciencias sociales del siglo XX, sin las cuales seríamos mucho más pobres.
¿Renunciamos a ellos por ser norteamericanos?

Pues en el Trabajo Social parece que sí, que a las pioneras no se les perdona su ori-
gen. Para entender esta fobia intelectual no se me ocurre otra explicación que el an-
tiamericanismo que floreció durante décadas, guerra de Vietnam incluida en Europa,
en Latinoamérica y en otros muchos lugares del mundo. En absoluto seré yo quien
defienda la política imperialista norteamericana y mucho menos su complicidad con
tantos regímenes dictatoriales y totalitarios que poblaron Latinoamérica. Sin olvidar-
nos del apoyo brindado a Franco, defraudando a los republicanos españoles que tras
su esforzada lucha contra el nazismo, tenían puestas sus esperanzas en volver a una
España democrática, al finalizar la II Guerra Mundial. Pues no, siguieron en el exilio o
en las cárceles o en las cunetas, mientras, el General Dwight D. Eisenhower, presidente
de los EE.UU. se paseaba en coche descapotable por Madrid, en 1959, con un Franco
exultante a su lado. Ese antiamericanismo es fácilmente comprensible para quienes en
los años setenta seguimos con tanto interés la experiencia chilena y desde la lejanía suf-
rimos el golpe pinochetista contra Allende, con la CIA detrás. Visité la tumba de Allende
en el Cementerio General de Santiago el primer domingo que tuve libre, emocionado
por estar cerca de los restos de aquel presidente que tantas esperanzas suscitó. La
misma emoción e indignación al acercarme a la Escuela de la Mecánica de la Armada,
en Buenos Aires, para rendir homenaje a las víctimas de las dictaduras militares o la
misma emoción con la que saludé a las Madres de Plaza de Mayo. O la misma emoción
con la que leíamos con fruición los avances en los diferentes frentes de los luchadores
sandinistas, años después. ¡Cómo no voy a comprender esas posiciones políticas si son
plenamente compartidas por toda una generación de españoles que crecimos abor-
reciendo cualquier dictadura y en una ciudad en la que los únicos negros que veíamos
entonces eran los militares de la Base Aérea norteamericana de Zaragoza!

Pero ¿qué tiene que ver este rechazo a la complicidad de los EE.UU en tanta barbarie
pasada o presente con Mary Ellen Richmond y sus compañeras? ¿Podremos diferenciar
una cosa de otra? ¿Será posible reconocer que los Estados Unidos es un país muy grande
y poblado con suficiente historia para que haya mucho de todo, incluido el desembarco
en Normandía y su participación en la derrota de la Alemania nazi? ¿Seremos capaces
de reconocer que todos los pueblos tienen sus momentos gloriosos y deleznables y
que los buenos-buenos o malos-malos sólo están en el cine o en las novelas de fic-
ción? ¿Podremos analizar las aportaciones de aquellas pioneras del Trabajo Social sin

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hacerlas responsables de todos los males del capitalismo o de los daños causados por
las ansias imperialistas norteamericanas? ¿Podremos hacer algo tan normal como con-
struir la historia disciplinar de la misma manera que lo hace la totalidad de las Ciencias,
sin excepción alguna? Si aceptáramos este reto estoy convencido de que acabaríamos
descubriendo una generación de mujeres de las que muchos que ahora reniegan de el-
las se sentirían colegas y todavía más se convertirían en propagadores no sólo de sus
aportaciones técnicas sino incluso de sus opciones ideológicas o vitales.

Asistencialismo
No sé si la descalificación y el desprecio que durante décadas se ha proyectado sobre la
figura y la obra de M. Richmond es específica o se trata por el contrario de la descali-
ficación ideológica a toda una época y más en concreto a la organización en la que ella
desarrolló su trabajo, es decir en la Charity Organization Society. Habría que señalar
en primer lugar, que en cada época histórica se plantean unos problemas concretos y
se proponen soluciones determinadas. Analizar desde la lejanía de más de cien años,
con los ojos de hoy aquellas situaciones exige prudencia. Es obvio que las C.O.S. repre-
sentan un intento de coordinar las múltiples Asociaciones caritativas que con múltiples
vinculaciones religiosas existían en el Londres del XIX y que en su interior convivían
posiciones calvinistas, evolucionistas, o simplemente actitudes caritativas bien inten-
cionadas dirigidas por las élites económicas y políticas. Ese es su origen pero también
hay que atender a su evolución y al proceso de secularización que se produce cuando
la misma fórmula se traslada a los EE.UU. Hay que entender también que estamos
hablando de una trayectoria larga, de décadas en las que nada permanece inmóvil, en
las que todo cambia de manera acelerada en lo económico, en lo político y en lo ide-
ológico. El capitalismo liberal se asienta y se extiende con un discurso político basado
en la Democracia como música de fondo y unas promesas que se mostraron falsas, de
que el nuevo sistema productivo sería capaz de acabar con la pobreza y de crear riqueza
para todos. Pronto se hace manifiesta la existencia de que la Revolución Industrial y el
nuevo modo de producción ha generalizado la pobreza incluso la miseria afectando a
la totalidad de la clase trabajadora. Ser pueblo es ser pobre. Ser pueblo significa nacer
pobre y morir pobre.

A finales del XIX la “cuestión social” es algo evidente en los países industrializados.
Los problemas sociales se han multiplicado afectando a la inmensa mayoría de la po-
blación. Ese el contexto del nacimiento de las Ciencias Sociales. Se trata de entender lo
que está pasando y en el caso del Trabajo Social no sólo de entender sino de intervenir.
Las mujeres que pensaron esta profesión querían modificar la realidad, enfrentarse a
los efectos indeseados de la revolución industrial, modificar la legislación, influir en
el discurso político, desarrollar medidas concretas a nivel micro pero también a nivel
macro. Todas ellas, sin excepción, las de las C.O.S. y las de los Settlements, eran reform-
istas lo que significa que sus objetivos estaban centrados en cambiar la realidad con
la democracia, una democracia radical como instrumento. Aquellas mujeres hicieron
evolucionar los planteamientos de las organizaciones en las que trabajaban. ¡Qué duda
cabe que los planteamientos de las C.O.S. no son los mismos en la Inglaterra de mitad

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del XIX que en los EE.UU. de los años veinte, cuando Richmond escribe What is Social
Case Work! Han pasado muchas cosas desde la fundación de las C.O.S. hasta los años
veinte. Una fundamental: la aparición en escena de las incipientes Ciencias Sociales, de
la Sociología, de la Antropología, de la Psicología Social, de la Psicología, de la Medic-
ina científica, de la Psiquiatría… A principios de siglo XX están ya disponibles algunas
teorías sociales que van más allá de las de Comte o Spencer. La Escuela de Chicago,
la principal escuela de pensamiento social del momento comienza su influencia, una
influencia que sin duda inunda el incipiente Trabajo Social.

Mary Richmond es consciente de que la realidad ha cambiado tanto que la mera filan-
tropía o las actitudes caritativas, las viejas fórmulas de las C.O.S, ya no son instrumen-
tos adecuados para enfrentarse a los problemas sociales. Hay que ir de mano de las
Ciencias Sociales que están naciendo, hay que estructurar una profesión, superando
la etapa de las visitadoras amistosas y el voluntariado, hay que investigar, hay que es-
tructurar los procedimientos a utilizar por los nuevos profesionales. Y todo ello debe
de constituir un conocimiento que se trasmita ya no en el interior de las organizaciones
sino en la Universidad. Mary Richmond va a Toronto en 1897 a defender una ponencia
titulada “The need of a Training School” proponiendo un plan de estudios que habrían de
cursar los que quisieran dedicarse a la intervención social. Conviene resaltar la fecha:
1897, sólo cinco años después de la creación del primer Departamento de Sociología /
Antropología en una universidad norteamericana, el de Chicago. Las C.O.S. se fueron
convirtiendo en un “laboratorio social”, en un “centro de prácticas” y de investigación
para los estudiantes de las ciencias sociales de las distintas universidades, la John Hop-
kins entre ellas. Amos Warner, profesor de Economía de la Universidad de Stanford
publicó su libro titulado American Charities en el que distinguió el trabajo profesional
en el ámbito de la acción social (aunque lo siguiera denominando trabajo de caridad)
de la benevolencia filantrópica, del voluntariado proporcionando una justificación in-
telectual al desarrollo de los métodos de Trabajo Social. Richmond se concentró en la
necesidad de especificar las bases del conocimiento y las técnicas que distinguían a los
trabajadores sociales entrenados de los voluntarios bienintencionados y en identificar
las habilidades comunes que los trabajadores sociales podían usar en todos los ámbitos
de intervención. Y para ello se fijó especialmente en dos profesiones que tenían bien
establecido un “saber hacer” común, unos procedimientos estandarizados: la Medicina
y el Derecho. Pero sobre todo inició una investigación en 1904 que se publicó en 1917:
Social Diagnosis. En esta investigación estudió nada menos que 2800 informes sociales
elaborados en 56 entidades sociales de tres ciudades diferentes dedicadas a diferentes
campos de Trabajo Social. Cada institución u organización aportó al estudio 50 casos.
(Richmond: 1995:174).

Sobre su manera de trabajar nos habla también en el libro de 1922 cuando se propone
como objetivo no discutir sobre las cuestiones de método sino buscar qué es el Trabajo
Social de casos individuales y por qué se recurre al mismo:
“…He procedido de la siguiente manera en mi elección: después de haber eliminado, en
el transcurso de mi examen, los legajos en los cuales la intervención practicada no había
sido descrita día a día en forma completa, he dado la preferencia a las observaciones
sociales individuales que relataban un tratamiento activo perseguido durante un periodo

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de dos a seis años. De este grupo he elegido clientes de diferentes nacionalidades. Mis in-
vestigaciones han tenido por objeto estudiar las observaciones reunidas en ciudades muy
alejadas unas de otras, en obras de diverso carácter. (…)A todas estas restricciones, he
agregado otra que determina como sigue en forma arbitraria, las situaciones-tipo que yo
quería ilustrar. Una jovencita de carácter difícil, mal adaptada a su medio pero no anor-
mal. Un niño sin hogar verdadero. Un matrimonio desavenido. Una familia cuyos hijos,
privados del padre, están descuidados. Una viuda incapaz de dirigir su hogar y de educar
a sus hijos. Una anciana que se encuentra en apuros que sus allegados no comprenden.

(…) Habiendo aprendido gradualmente a prestar servicios más acertados y más efi-
caces, a individuos y a familiar, las asistentes sociales imitaron la práctica del Dr. Howe
y anotaron el desarrollo del tratamiento que aplicaban. Al comienzo, sus tentativas en
este sentido no eran más que una crónica bastante desordenada de su tarea diaria,
pero poco a poco aprendieron a reunir una documentación cronológica completa, dando
cuenta de los principales métodos empleados y de las observaciones sobre las cuales es-
taban basados estos métodos. Tal legajo no constituye solamente una guía indispensable
para las decisiones que deberán ser tomadas ulteriormente con respecto al interesado;
puede proporcionar también materiales valiosos para la formación de nuevos asistentes
sociales que se especializan en el tratamiento de casos individuales o que, preparándose
para otras formas del servicio social, tales como el trabajo de barrio, las encuestas so-
ciales o la preparación de reformas sociales buscan comprender mejor cuáles son las
múltiples condiciones sociales desfavorables que afectan a la vida individual. El valor de
la documentación no se detiene allí. Sometida a un análisis perfectamente cuidadoso y
competente, puede ser la base de estudios estadísticos o, más a menudo todavía, servir
de punto de partida a descubrimientos sociales realizados sin la ayuda de métodos es-
tadísticos” (Richmond, M. 1982:25).

El lector sabrá deducir de esta cita la concepción que Richmond tenía del Trabajo So-
cial que en todo caso era un proceso, y a menudo largo, muy largo diríamos ahora. Su
preocupación investigadora basada en el rigor de las fuentes, de la documentación y
de su ulterior utilización sometiéndola a técnicas cuantitativas y más a menudo, dice,
a las cualitativas en pos de “descubrimientos sociales”. Tampoco pasará desapercibida
su mención a otras formas de ejercer la profesión como el trabajo de barrio, la investig-
ación o la preparación de reformas sociales en una mención inequívoca a los colegas de
los Settlements. En fin, remito al lector a leer el relato de los casos que Richmond refiere
en las páginas siguientes y a señalar dónde está el asistencialismo.

Como el lenguaje siempre es significativo en este reproche basado en el asistencialismo


pongámonos de acuerdo en el significado de la palabra. Sobre esta cuestión Norberto
Alayón reflexionaba ya hace bastantes años, en 1980, situando la cuestión en sus jus-
tos términos. El Diccionario de la Academia de la lengua española define el término
“asistencia” como la acción de prestar socorro, favor o ayuda en su la acepción que
nos compete a nosotros. El término “asistencialismo” no está en el diccionario, pero se
suele entender como la acción de dar una respuesta inmediata a las necesidades bási-
cas. En el artículo mencionado Alayón afirma que:
“El asistencialismo es una de las actividades sociales que históricamente han implemen-

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tado las clases dominantes para paliar mínimamente la miseria que generan y para
perpetuar el sistema de explotación. Tal actividad ha sido y es realizada, con matices y
particularidades, en consonancia con los respectivos periodos históricos, a nivel oficial y
privado, por laicos y religiosos. Y la esencia siempre fue la misma (al margen de la vol-
untad de los <agentes> intervinientes: dar algo de alivio para relativizar y frenar el con-
flicto, para garantizar la preservación de privilegios en manos de unos pocos” (Alayón,
N. 1980).
Alayón hace ya más de treinta años precisaba el concepto de asistencialismo en los
siguientes términos:
“En principio entenderemos que es la orientación ideológica-política de la práctica asis-
tencial, lo que determina si es asistencialista o no. Por ejemplo, si creemos que la mera
implementación de algunas actividades de bienestar social, sin apuntar a la erradicación
de las causas profundas del atraso y la dependencia, es la “fórmula” y la panacea para
solucionar los problemas sociales, estaremos sin duda inmersos en el cretinismo del asis-
tencialismo. Y esta es la típica política social de los grupos oligárquicos dominantes. Si
a la inversa, la actividad asistencial es asumida como derecho inalienable del pueblo
explotado, interpretada en la perspectiva de la igualdad y la justicia social y a la par
se obra en contra de las grandes causas generadoras de explotación y miseria obvia-
mente no puede hablarse de asistencialismo. (…) A la vez, que la práctica asistencial
no resuelva por sí misma (tal como sabemos) los problemas estructurales y de fondo de
nuestros pueblos, n o debe impedir que la misma se concretice en respuesta a necesi-
dades tangibles, articulándose con reivindicaciones mayores. Por miedo a lo asistencial
muchas veces caemos en la abstracción estéril y en el discurso ideológico, alejándose
suicidamente de los intereses concretos de los grupos marginados. De ahí que tendremos
que tener mucho en separar la paja del trigo, para evitar la impugnación fácil y errónea,
para no caer en el inmovilismo o en la oposición ultra y para no desacoplarnos de los
estadios objetivos por los que atraviesan los sectores populares. (…) Tal vez el desacierto
mayor de la Reconceptualización fue el haber negado radicalmente el asistencialismo, sin
recuperar la perspectiva de <lo asistencial>, aspecto imprescindible del Trabajo Social.
El rechazo juvenil y mecánico del asistencialismo, nos llevó a la abstracción al alejarnos
de los problemas y necesidades concretas del pueblo. Y aparecieron tendencias, que aún
hoy subsisten, de asistencialismo ideológico, pretendiendo con vocinglería pseudo agita-
tiva avanzar en los niveles de organización y de lucha, sin partir de las reivindicaciones
concretas y materiales de los grupos explotados. No era sólo cuestión de querer, subje-
tiva y hasta neuróticamente, que el Trabajo Social fuera <revolucionario>. La realidad
es tal cual es y no como nosotros quisiéramos que fuera. Se intentó pasar del cuestion-
amiento total de los aspectos paliativos y asistenciales de la profesión, a la pretendida
elucubración de un rol revolucionario para el trabajador social. En cierto modo se estig-
matizó la opción <reparto de leche> o <acción revolucionaria>; dicha opción, a pesar de
las buenas intenciones, era falsa y el tiempo se encargó de demostrarlo”.

Pido disculpas por la larga cita, pero estoy seguro de que el colega, al que tuve la oca-
sión de conocer y saludar recientemente en Buenos Aires, me perdonará también el
haberme apropiado de su exposición. Pero lo hago porque es tremendamente ilustra-
tiva del debate de aquellos años en el que en los años setenta nos vimos involucrados.
En España, a partir de las Jornadas de Levante en las que aterrizan todas las perspec-

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tivas de la Reconceptualización latinoamericana. Confesaré al lector mi entusiasmo
compartido con otros muchos alumnos cuando accedimos a las Actas de aquellas Jor-
nadas, en las que, todavía en plena dictadura y con algún estado de excepción por medio,
se nos ofrecía la visión de otro Trabajo Social. En los primeros años setenta, a la vez
que estudiábamos los documentos de la Reconceptualización, estudiábamos con un
Profesor de Economía, el marxismo. Lo hacíamos de manera clandestina. Con todas las
precauciones del mundo y con una Biblia en el centro de la mesa por si nos sorprendía
la policía. Siempre podíamos convertirnos en un grupo que estudiaba la Biblia. Otra
cosa sería si la policía franquista estaría dispuesta a creerse nuestra coartada. Más re-
cientemente volvía a Marx, de la mano del Prof. Zubimendi, un filósofo experto, capaz
de disertar hora y media con una frase de Marx. Una frase: sujeto, verbo y predicado.
Pues bien, nunca pude encontrar un texto de Marx en el que se adjudicase a un colectivo
profesional (perdón por la ironía,) y muy menos a los trabajadores sociales el papel de
ser el sujeto revolucionario. Varias décadas después sigo sin encontrarlo. Y sin entender
quien fue el que nos adjudicó ese papel, esa responsabilidad y de paso, nos suscitó
tantas inseguridades, frustraciones y sentimientos de culpa. Y por qué no se adjudicó el
mismo rol a la Sociología (disciplina a la que pertenecen algunos de los proponentes) o
a la Antropología o a las Ciencias Sociales en su conjunto. Pero mira por donde, había
de ser el Trabajo Social el responsable de hacer la revolución. Mundial, supongo.

Lo grave, a mi humilde entender, es que todavía existen este tipo de colonizadores que
incapaces de predicar en su propia disciplina acuden a la nuestra con el mismo mensaje
que hace treinta años. Y lo grave es que se hace desde la comodidad de los despachos
académicos, bien instalados y perfectamente adaptados, (sí, sí, digo adaptados) a la
vida académica o funcionarial, lanzan a los alumnos a la práctica real con unos objeti-
vos y un bagaje intelectual absolutamente inapropiados, improcedentes, más ideológi-
cos que técnicos, aislados de la evolución del Trabajo Social y de las Ciencias Sociales en
los últimos treinta años y del debate y las experiencias acumuladas internacionalmente y
que, por cierto, cada vez son más fáciles de compartir gracias a las nuevas tecnologías.

Entiéndaseme bien. Lo que estoy afirmando es que la acusación de asistencialistas no es
aplicable a las pioneras del Trabajo Social que como ya he señalado estuvieron compro-
metidas en las principales batallas sociales del momento que les tocó vivir, que fueron
capaces de diseñar una profesión dedicada a aplicar los conocimientos científicos na-
cientes en el interior de las Ciencias Sociales a la realidad social. Diseñaron el Trabajo
Social como una disciplina aplicada, que persigue cambiar la realidad, que se enfrenta
a los problemas sociales, que clama por cambiar la legislación, por la reforma social,
como se ve si se leen su textos y se analiza su biografía. El problema es que muchas veces
se les critica, se critica a M. Richmond sin haberla leído.

Haluk Soydan, un profesor de Trabajo Social sueco cuenta que Richmond fue miem-
bro, y después presidenta del Myrtle Club. Se trataba de una organización para chicas
jóvenes y mujeres trabajadoras y su objetivo consistía en trabajar para resolver los
problemas sociales y profesionales de sus miembros.

“Nada más comenzar a trabajar en el club, Richmond escribió un artículo con el título

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de <Don´t be an Insulator> (1899) en el que animaba a los miembros a implicarse acti-
vamente en los problemas sociales y luchar contra ellos. Creía que merecía la pena hac-
erlo, y narraba como un año antes la organización había evitado que uno de los empre-
sarios de más importantes de Baltimore importase nuevos trabajadores lo que hubiese
tenido un efecto negativo en los salarios. Las mujeres de las organizaciones de caridad y
de los clubs sociales organizaron un mitin en el que las operarias de máquinas, miembros
del Myrte Club, presentaron el problema. En una semana, se formó un comité de acción
que representaba a 5.000 mujeres. Como resultado del trabajo de este comité fueron
abandonados los planes para importar nuevos trabajadores. Richmond consideró que el
éxito de esta acción no lo consiguió un pequeño grupo de trabajadoras de fábricas que
casualmente pertenecían a una organización de jóvenes, sino que difícilmente habría
sido posible sin su participación” (Soydan, H. 2003:124)

No comparto con Soydan alguna de sus conclusiones, en concreto su insistencia en
que para M. Richmond las causas de los problemas sociales había que buscarlas
principalmente en el individuo. El mismo autor se remite al comienzo del Social Diagnosis
en el que su autora deja bien sentado que <la mejora de la masa y la mejora del individuo son
interdependientes, porque es necesario que la reforma social y el trabajo social con casos progresen
juntos>. Pero es que, como concluiremos al final de este artículo, el pensamiento de
Richmond hay que entenderlo en clave interaccionista, y por tanto conceptos como
individuo o personalidad tienen significados muy concretos. El individuo, la mente
individual, es el resultado de las interacciones con los demás, con su medio ambiente,
con su grupo social. No es posible adjudicar culpabilidades como si el ser humano
fuera algo completamente autónomo e independiente de la sociedad. El todo y la parte.
La parte y el todo. Por eso Richmond sitúa como una de las piedras angulares del
Trabajo Social individualizado las teorías del “yo ampliado” de George H. Mead. Sin
esta referencia me temo que es imposible entender las posiciones de Richmond. Por
lo demás, coherentemente con la especialización de su organización en los enfoques
individualizados, ella se especializó en ese nivel de intervención del Trabajo Social, pero
reiteradamente, desde muy temprano, insiste en que éste sólo es una parte del Trabajo
Social. Hay otros niveles de intervención que sin duda son también Trabajo Social. Y
todos son complementarios. Se refiere explícitamente a la reforma social, el principal
empeño de los Settlements, al trabajo desde los barrios… Ninguna pretensión pues de
acotar el campo de intervención profesional al nivel individualizado.

Hagamos una mención que considero importante. Si la esencia del asistencialismo es la
limosna, preocupémonos de saber qué pensaba ella sobre la limosna:

“No es tal vez inútil agregar algunas palabras concernientes a la ayuda material, ya que
es un tema sobre el que la opinión oscila entre la aprobación y el rechazo. La ayuda,
como dádiva, es hasta tal punto antidemocrática que la reprobación le llega tanto al que
la da como al que la recibe y constituye una maldición para ambos. La ayuda, en sí y
por sí, no tiene ninguna calidad moral y menos que cualquier otra la de poder tornarse
democrática. Su verdadero papel es subsidiario. (…) Hace tiempo que tengo la idea de
que no existe en el servicio social una especialidad cuyo objeto sea la donación como
ayuda. La asistencia material puede ser practicada generosamente mientras aquellos

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que la ejercen comprenden claramente los principios que son la base del tratamiento
social de casos individuales y que los apliquen en su trabajo cotidiano. Si de este modo
emplean sus energías en el camino que los llevará al desarrollo de la personalidad de sus
clientes, si estos clientes, con una acción reflexiva, consiguen crearse necesidades más
elevadas, si no están obligados a formarse en el mismo molde, sino que logran esa diver-
sidad que es la consecuencia natural de una actividad personal y si, por encima de todo,
contraen relaciones con agrupaciones sociales diversas a aquellas a las que pertenecen
naturalmente, entonces no tenemos de qué inquietarnos, ni de la parte que desempeña
el socorro material en nuestro programa, ni de ninguna otra consideración simplemente
secundaria”. (Richmond, M. 1982: 115)

Es antidemocrática, la reprobación le llega tanto al que la da como al que la recibe,


constituye una maldición para ambos, no tiene ninguna calidad moral… ¿Se puede
imaginar una condena en términos más radicales? ¿No podemos leer aquí una condena
contundente del asistencialismo? ¿No queda claro que para nuestra pionera la
intervención no es nunca un acto sino un proceso laborioso que puede llevar años?

Siempre me sorprendió, a mí, que ejercí más de una década como trabajador social
sanitario, el prestigio y la aceptación de la asistencia, si ésta era sanitaria. Hablar de
asistencia sanitaria estaba y está plenamente aceptado. Pero sobre la misma palabra,
asistencia, si se le añade el adjetivo de social, caen todos los estigmas y anatemas
imaginables. En España, cuando nos empezaban a conocer como asistentes sociales,
decidimos cambiarnos el nombre para denominarnos trabajadores sociales y abominamos
de la asistencia social para afirmar que lo que hacemos es Trabajo Social. De la
asistencia al asistencialismo se ve que había sólo un paso y era preciso marcar distancias
y diferencias. De acuerdo. Siempre que convengamos que por cambiarnos el nombre no
necesariamente cambian las prácticas. A muchos antiguos manicomios se les rebautizó
como residencias psicogeriátricas, que queda más bonito. Pero lo importante es el tipo
de prácticas que se hacen en el interior de sus pabellones. A los colegas de otros países
les cuesta entender por qué en España renegamos de la expresión Servicio Social. Tampoco
las generaciones más recientes lo entienden. Hay que tener unos años para recordar
que el Servicio Social era una cosa muy concreta que nos recordaba inevitablemente
una obligación establecida por el franquismo y su Sección Femenina para las mujeres
españolas. Y a finales de los setenta había que marcar distancias. Había que romper
amarras y construir desde otras bases que ayudaran a hacer visible una profesión que
ya no queríamos vinculada al antiguo régimen, el de Franco me refiero, del que las
falangistas y desde luego la Iglesia Católica y su asistencialismo caritativo, formaba
parte. Estoy seguro de que el olvido e incluso cierto desprecio que se generalizó por el
Trabajo Social individualizado y desde luego por M. Richmond, formó parte en España
de ese afán por superar una etapa e iniciar otra época en la que nuestra profesión
se relacionara más con la construcción de una sociedad más justa e igualitaria, más
democrática y en la que realmente existieran unos derechos sociales y un sistema de
Bienestar Social digno de tal nombre. Yo sin duda, compartí las dos cosas: el precipitado
abandono y rechazo de las aportaciones de las pioneras y el afán de borrón y cuenta
nueva. Sólo que los años, la distancia y el trabajo profesional primero y académico
luego, me hicieron reconciliarme con unos orígenes que desde hace años considero

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míos. Más todavía cuando, profundizando, se descubre que no hay nada de lo que sus
herederos nos tengamos que avergonzar. Como en toda obra humana puede haber
claro oscuros, hay que entender el contexto intelectual, político, social, el grado de
desarrollo de las Ciencias Sociales. Pero que aquellas mujeres pioneras, Richmond entre
ellas merecen nuestro reconocimiento y todo nuestro aprecio… de eso estoy seguro
desde hace muchos años.

A estas alturas de la exposición podemos preguntarnos ¿qué tiene que ver lo que hacía
M.Richmond con el asistencialismo? ¿Dónde está el asistencialismo en Social Diagnosis?
¿Dónde está en What is social Case Work? ¿Se puede etiquetar de asistencialista la
intervención de la que Richmond nos habla en el caso de María Bielowski, en el de
George Foster, en el caso del Sr. y la Sra. Rupert Young, en el de Clara Vansca y sus hijos,
en el de Winifred Jones y los suyos o en el de Lucia Allegri y su familia? Quien mantenga la
acusación debería justificarla. Yo más bien sospecho que en no pocas ocasiones, como
compruebo una y otra vez, se critica y se desprecia lo que no se conoce. Se proclama
el dogma políticamente correcto, se manifiesta la adhesión a la moda incontestable
y se etiqueta de neoliberal al que mantenga otra posición y asunto solucionado. Pero
me temo que semejante actitud toca a su fin y que los discursos cambiarán y la moda,
como todas las modas, se quedará obsoleta.

Sospecho que para algunos, lo único que hubiera salvado a Richmond del cubo de
la basura es que se hubiera declarado reiteradamente marxista. Pero no lo hizo. Ni
ninguno de los chicaguenses, ni Dewey, ni Park, ni Thomas, ni George H. Mead, ni
tampoco lo hizo Freud, ni sus seguidores de primera generación, ni ninguno de los
psicólogos conductistas ni los antropólogos sociales lo hicieron. Sospecho también que
no es Richmond, sino el Trabajo Social individualizado, ese nivel de intervención, lo que
se trata de estigmatizar y de erradicar porque lo que importa exclusivamente ir a las
causas y en consecuencia establecer estrategias para eliminar un sistema esencialmente
injusto como es el capitalismo. Y en consecuencia formemos profesionales, agentes
del cambio y constructores de la revolución. Pues vale. Convirtámonos en el sujeto
revolucionario con Marx o por encima de Marx. Y cuarenta o cincuenta años después
seguimos con la misma cantinela y con muy pocos resultados por cierto. Eso sí, con
mucha frustración y desorientación profesional.

Hay que entender que aquel contexto ni la obra de Marx, ni tampoco la de Freud,
habían adquirido la centralidad que luego sí se les reconoció a lo largo del siglo XX.
Por tanto no puede sorprender que no encontremos pronunciamientos respecto a
los enfoques marxistas o, como veremos luego, al Psicoanálisis. Dewey, Thomas,
Park, Mead, y Richmond y Addams eran demócratas radicales, estaban convencidos
de que la democracia y las relaciones adecuadas entre los humanos, el avance del
conocimiento científico, eran los principales instrumentos para el cambio social, como
los pragmatistas, porque eso es lo que eran: pragmatistas.

Pero devolvamos la palabra a nuestra pionera. En el libro de 1922, que es sin duda su
libro de madurez, dice lo siguiente refiriéndose a una antigua alumna suya:

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“Pienso que el servicio social de casos individuales vive y crece del mismo modo que la
democracia, y posee en sí el poder de efectuar una revolución. En efecto, no puede existir
una verdadera democracia sin este servicio” (Richmond, M. 1982:105)

En el mismo libro dedica el capítulo 11 a establecer las relaciones entre el Trabajo social
de casos individuales y la democracia. Tras una discusión sobre la relación entre los
servicios públicos, administrados por el Estado, y los privados, afirma:

“La democracia, sin embargo, no es una forma de organización: es un hábito cotidiano.


No basta que los trabajadores sociales hablen el idioma de la democracia; antes de que
puedan ser aptos para una forma cualquiera de servicio social, es necesario que lleven
en su corazón la convicción espiritual del valor infinito que representa nuestro carácter
común de seres humanos” (Richmond, M. 1982:166).

En el citado capítulo hace un reproche a sus colegas:

“que dedicados a favorecer a sus clientes X, Y, Z, su único objetivo era asegurar un


tratamiento equitativo a estos individuos socialmente en desventaja. Marchando consci-
entemente hacia este fin legítimo y necesario, no sabían que ayudaban al mismo tiempo
a colocar algunas de las bases de la justicia esencial y de la democracia del futuro”.
(1982:161)

Para Richmond el fin último del Trabajo Social es mejorar las condiciones de vida y
contribuir al desarrollo y un progreso social <verdaderamente democrático> que tiende a
igualar las oportunidades de todos, con su plena participación.

Acabaré este apartado preguntando que tienen que ver las políticas sociales por las que
luchamos y que a veces conseguimos poner en marcha, la defensa del Estado de Bienestar
y su desarrollo y la creación de un auténtico sistema de servicios sociales digno de tal
nombre, o la aplicación de políticas de igualdad, o la Ley de la Dependencia en España,
con el asistencialismo. Durante once años ejercí la profesión en un Departamento
universitario de Psiquiatría, haciendo fundamentalmente Trabajo Social individualizado
y familiar. En ningún momento aceptaría entonces ni ahora, ser culpable de prácticas
asistencialistas.

Sobre la cuestión del Funcionalismo

Después de los comentarios precedentes es fácil deducir mi convencimiento de que el


anatema del que las pioneras norteamericanas fueron y son todavía objeto se debe
más a su falta de adscripción marxista y en el caso de las C.O.S, a su especialización en
el nivel individualizado de la intervención. Una absoluta simplificación, ya no sólo del
pensamiento y de las prácticas de Richmond, sino ya no digamos, del conjunto de las
prácticas profesionales norteamericanas en las que hay que incluir muchas más autoras,
prácticas y enfoques como obviamente son los desarrollados en los Settlements, en las
que sí había socialistas y ya no sé si marxistas específicamente.

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Y si no eran marxistas habrían de ser funcionalistas necesariamente. Esa obsesión en
los enfoques individualizados no dejaban de ser sospechosos. De ahí a la acusación de
complicidad con el sistema capitalista sólo hay un paso. Se le acusó a Richmond de
tener una visión de la sociedad como algo ya definitivamente cerrado, algo incapaz de
evolucionar instalada en el mejor de los mundos en el que lo único que quedaba por
hacer era tapar los agujeros, poner parches y en complicidad con el poder, domesticar
a las clases populares engañándolas con las migajas de la políticas sociales diseñadas
desde el poder. No es una caricatura. Para muestra un botón:

“El Trabajo Social de Casos se desarrolló bajo una concepción que creía a la sociedad
como definitivamente estructurada, que precisaba únicamente de ajuste y reformas. La
acción profesional responde, así a una filosofía fundamentalmente individualista, con
predominio de la autoayuda como criterio orientador. Esta visión guarda correspon-
dencia con los valores que comienzan a generarse en Estados Unidos en su proceso de
configuración como centro hegemónico del capitalismo, para lo cual el individualismo, la
competencia y la acumulación de capitales eran los pilares principales; quienes se aleja-
ban de estos criterios o no lograban introyectarlos o bien no respondía a los mismos (en
su gran mayoría no eran por causas a nivel del individuo, se trataba de que la sociedad
los rechazaba y les impedía incorporarse como fuerza de trabajo al sistema productivo)
sea cual fuese la causa, se les incluía dentro del grupo de individuos disfuncionales, in-
adaptados” (Lima, B. 1977:69).

En mi opinión, el juicio de Boris Lima no se sostiene a partir de los textos y lo que


conocemos de la vida y de los empeños prácticos en los que ella se comprometió. Tratar
de interpretar el uso que Richmond hace de palabras como personalidad o adaptación
sin ponerlos en relación con el interaccionismo es apostar por no entender nada. Ella
colaboró de manera sustancial a impulsar una profesión que desde la ciencia interviniese
en la realidad social para cambiarla, la concibió como un todo que tenía distintas
partes, pero con los mismos objetivos (Richmond 1982:148). En absoluto entiende que
la sociedad es algo inmutable. Se refiere (1982:78) a la necesidad de cambios en el
medio social, incluso a veces dice son necesarios cambios radicales. Naturalmente su
perspectiva es micro, no está hablando de hacer la revolución, pero es significativa su
posición cuando se refiere a los inmigrantes. No sólo es el emigrante el que adaptarse
sino que recomienda adaptaciones mutuas.

“Otro aspecto del cambio en el ambiente tiene con las necesidades de ciertos clien-
tes, de nacionalidades y razas diversas, que han cambiado de ambiente a causa de su
inmigración a los Estados Unidos, mucho antes de haber entrado en contacto con la
asistencia social. Generalmente se ha admitido hasta ahora que en la americanización
todo esfuerzo de adaptación debe nacer del inmigrante, el cual debe aprender nuestro
idioma, estudiar nuestras instituciones, aceptar nuestras costumbres, sin que nosotros
modifiquemos para nada nuestro programa y nuestros designios. Pero la actitud de la
asistente social con respecto a este problema es otra, ya que reconoce la necesidad de
adaptaciones mutuas”. (Richmond, M. 1986:79).

Locus SOCI@L 5/2010: 20


A la luz de algunos debates entre trabajadores sociales a los que yo he asistido en
una ciudad española receptora de población inmigrante, afirmo que la posición de
Richmond sería progresista en el siglo XXI. Ya no digo cómo podía ser interpretada
desde la sociedad blanca, protestante y anglosajona de los años veinte en los Estados
Unidos. Por otro lado, concibe la investigación social como imprescindible para plantear
cambios legislativos. La siguiente nota a pie de página es significativa:

“Como ejemplo de las relaciones íntimas que existen entre el servicio social de casos in-
dividuales y las reformas sociales, mencionaré de paso los estudios comprendidos por la
<Russell Sage Foundation>, primero a propósito de las leyes americanas sobre el matri-
monio y en seguida acerca de la aplicación de estas leyes, estudios tomados directamente
de mis informes sobre el servicio social familiar de casos individuales.” (Richmond, M.
1982:122).

Podía ilustrar esta misma posición de Lima con múltiples citas de otros muchos autores,
pero no lo voy a hacer. Simplemente afirmaré que la caricatura es falsa. Que no se puede
identificar tal concepción del mundo en las prácticas y en los escritos de Richmond.
Basta leerlos. Basta recordar aquella declaración de principios que hace Gordon
Hamilton, una de sus principales en la Escuela de Nueva York en la primera página de
su libro (1987) cuando explicando las premisas en las que se basa el Trabajo Social de
casos que no pueden ser probadas pero sin las cuales sus métodos y fines carecerían
de significado, realiza toda una declaración pragmatista que finaliza afirmando que <el
lazo social entre hombre y hombre debe conducir a la realización del viejo ideal de una
hermandad universal>. Todo ello después de hacer una declaración antievolucionista
señalando al hombre como meta de toda sociedad, llamando a una sociedad igualitaria
que comparte las mejoras en el estándar general de vida, o reivindicando el papel de
la educación que eleva el nivel físico y mental y el bienestar de las gentes y por tanto
ha de ser ampliamente promovida. Hamilton escribe en 1940, pero demuestra que las
semillas que Richmond sembró germinaron. No sólo es la obra de M. Richmond la que
no es funcionalista. Tampoco es la de sus sucesoras.

No solamente autores latinoamericanos mantienen esta presunta vinculación con el
funcionalismo. También españoles como por ejemplo Teresa Rossell en su libro sobre la
entrevista hace mención al funcionalismo y la necesidad de adaptar al individual al medio
como una característica del Trabajo Social norteamericano. (Rossell, T. 1989:18,22). A
todos ellos me atrevo a preguntar cuales son en concreto los autores funcionalistas
que influyen en M. Richmond y en las pioneras de la disciplina. ¿Pudo conocer la obra
de algún sociólogo como Comte (1798–1827) o Durkheim (1885-1917)? o de algunos
autores pertenecientes a la Antropología Social británica como Radcliffe-Brown (1881-
1955) o quizás Malinowski (1884-1942)? ¿Habría que buscar las influencias de Robert
Merton 1902- 1979 o quizás en Talcott Parsons 1902- 1979? Parece que no. ¿En alguna
de sus obras cita a algún antropólogo o sociólogo que podamos clasificar dentro
del Funcionalismo? Ritzer (1995:66) afirma que fueron los años cuarenta y cincuenta
del siglo pasado los que constituyeron los años de mayor apogeo del funcionalismo
estructural, después de que Sorokin fundara en 1931 el departamento de Sociología de
Harvard. Nada encuentro en Marvin Harris que contradiga la afirmación de Ritzer. En

Locus SOCI@L 5/2010: 21


esa época de esplendor funcionalista M. Richmond ya había fallecido.

Si se puede identificar alguna idea procedente de la Sociología, salvo el positivismo,
entendido como la necesidad de partir del conocimiento científico, habría que leer entre
líneas algunas de las aportaciones del sociólogo alemán Georg Simmel (1958- 1918) y
sus preocupaciones por la interacción social que fueron transportadas a los EE.UU,
por alguno de los chicaguenses. Pero yo no veo influencias funcionalistas en la obra
de Richmond, salvo que su especialización en el nivel individualizado y su concepto de
adaptación no se entiendan en clave interaccionista que, salvo opinión más fundada, es
la única clave que nos posibilita entender a Mary Richmond.

Todavía veo textos (Molina, Mª Lorena y Romero, Mª Cristina 2004) en los que habla de
tendencias estructural-funcionalistas y funcionalista-estructurales mencionando desde
la Antropología de Malinowski, la teoría de sistemas, la de la comunicación humana
(Buckley, Watzlawick) la terapia de familia desde Ackerman a Minuchin pasando por
Virginia Satir, el constructivismo y no sé si me dejo algo. En honor a la verdad estas
autoras no sitúan a Richmond en esta tendencia sino en lo que denominan “práctica
terapéutica del Trabajo Social”. Afirman a pie de página que <al morir Richmond la
Escuela toma una orientación psicologista con Gordon Hamilton y también recibe la influencia
del funcionalismo basado en la autodeterminación del cliente y la neutralidad valorativa>.
Ignoro que tiene que ver la autodeterminación del cliente y la neutralidad valorativa con
el Estructural Funcionalismo o simplemente con el Funcionalismo. Y lo mismo respecto
a Ackerman, Minuchin oVirginia Satir ni con la teoría de los sistemas de L.V. Bertanlanfy.

Tampoco es fácilmente comprensible la confusión en la que cae Mario Gabiria (1995:28)
cuando en su crítica, absolutamente superficial y precipitada, a la obra de Mathilde
du Ranquet sobre los modelos de Trabajo Social, confunde el modelo funcional
con el modelo funcionalista. Du Ranquet en ningún momento sitúa a Richmond
dentro de este modelo ni dice de ella que fuera funcionalista. No será el único error
grave en el que incurrirá el sociólogo navarro en su prólogo a la edición de El Caso
Social Individual de Talasa, como veremos más adelante. Un prólogo por lo demás
completamente laudatorio hacia M Richmond y que comparto y agradezco en algunos
otros extremos. El “modelo funcional”, que no funcionalista, surgió en los EE.UU. en los
años treinta, por tanto después del fallecimiento de M. Richmond. Es desarrollado en
la Escuela de Pensilvania cuyas figuras más importantes son Virginia Robinson y Julia.
J. Taft. Ambas seguidoras de las teorías de Otto Rank que a la sazón no era ningún
sociólogo funcionalista sino un psicoanalista, alumno preferido del mismísimo Freud.
La denominación de funcional viene dada por <la utilización de la función del servicio que
determina lo que pasa entre el trabajador social y el cliente (finalidad del servicio y rol del trabajador
social en el interior de este servicio> (Du Ranquet, M. 1991:119). Se le ha dado el calificativo
de <funcional> dice M. Payne <porque sostiene que la función de los organismos del trabajo social
modelan y dirigen la práctica de cada esfera de actividad>. (Payne, M. 1995:124)

Sabemos que la aparición del Functional Model, supuso una cierta ruptura con la Escuela
de Nueva York, la de Gordon Hamilton y Florence Hollis, de la misma manera que
la trayectoria de Otto Rank fue vivida como una cierta traición respecto al fundador

Locus SOCI@L 5/2010: 22


del Psicoanálisis. En el caso del Trabajo Social también se trata de un debate en el
interior del Psicoanálisis como aclara Perlman años después. Desde las dos Escuelas se
hicieron aportaciones importantes y nunca debió vivirse la diferencia como si hubiera sido
un cisma. En Inglaterra, los trabajadores sociales contemplaron el debate a distancia y con
cierto desinterés precisamente porque era una discusión relativa a las aplicaciones para el
Trabajo Social del Psicoanálisis ortodoxo o de las derivaciones, desviaciones para algunos,
de Otto Rank. La cuestión la aclara muy bien Herbert H. Aptekar en The Dynamics of
Casework and Counseling, un libro de 1955 citado por Kohs.

“En la actualidad existen dos criterios para el trabajo de casos, dos filosofías, dos clases
de organismos y dos grupos de partidarios de acuerdo con el respectivo enfoque. Los
miembros de cualesquiera de estos grupos se jactan de no haber sufrido ningún tipo de
influencia del grupo contrario (…) El enfoque “diagnóstico” identificado con la New York
School of Social Work se puede diferenciar del enfoque “funcional” identificado con la
Philadelphia School, de la siguiente manera: a)La escuela diagnóstica fundamenta sus
principios y procedimientos operativos en las ideas de Mary Richmond. Procura obtener
una apreciable cantidad de información acerca del asistido y sus problemas antes de
iniciar un tratamiento intensivo. También sigue la ideología ortodoxa de Freud. B) La
escuela funcional fundamenta sus principios y procedimientos operativos en la filosofía
psicoanalítica de Rank: depende totalmente de la forma en que el asistido plantea su
problema; establece límites de tiempo para entrevistas y tratamiento; toma en cuenta
conceptos de Rank, tales como el trauma de nacimiento, la “voluntad” y contravol-
untad, autoaceptación y parcialización. Este enfoque también se llama “pasivo” o de
“pasividad”, ya que la iniciativa del proceso psicoterapéutico parte del asistido” (Kohs.
1966:26).

Más claro, agua. En definitiva, el Functional Model nada tiene que ver con el Funcionalismo,
salvo que se afirme que todo el Psicoanálisis es también merecedor de la misma etiqueta.

Darwinismo

La Richmond era Darwinista, afirma Mario Gabiria en el prólogo citado
anteriormente. Y no da muchas más explicaciones porque a continuación se extiende
en otras consideraciones. Confieso que cuando leí semejante afirmación me quedé
absolutamente sorprendido y confuso. Si el sociólogo se quería referir a que Richmond
se subió al carro de los que trataban de explicar la naturaleza o la sociedad desde la
Ciencia, nada que objetar por mi parte. En algún contexto ese puede ser el significado
de la obra de Darwin frente a quienes se aferraban o siguen aferrados a las explicaciones
míticas o religiosas. Pero es que el contexto de la afirmación nada tiene que ver con
esta explicación. Había que recurrir al otro significado del darwinismo que en nuestro
terreno no puede significar otra cosa que el darwinismo social, lo cual ya no sólo me
sorprendía sino que me indignaba. Escribí entonces un artículo (Miranda, M. 1997) en
el que, en resumen, planteo que la misma expresión es errónea si atendemos a lo que
defiende Marvin Harris:

Locus SOCI@L 5/2010: 23


“Uno de los obstáculos que se oponen a la exacta comprensión de la relación existente
entre Darwin y las ciencias sociales es que la doctrina del progreso a través de la lucha
lleva el nombre de Darwinismo social. Esa frase expresa y refuerza la idea errónea de
que después de 1859 los científicos sociales, encabezados por Herbert Spencer <apli-
caron los conceptos desarrollados por Darwin a la interpretación de la naturaleza y el
funcionamiento de la sociedad” (Montagu, 1952:22). Lo que aquí hay que dejar claro
es el hecho de que los principios de Darwin eran una aplicación a la biología de los
conceptos de las ciencias sociales (…). Basándonos en la autoridad del propio Darwin
podemos aceptar que la idea de la selección natural le fue inspirada por el análisis de
Malthus de la lucha por la supervivencia. Con palabras de Darwin: <Esta es la doctrina
de Malthus aplicada a todo el reino animal y vegetal>(Darwin,1958,p.29)” (Harris,
M. 1993:105).

De esta cita del antropólogo, principal valedor del materialismo cultural, podemos
subrayar dos aspectos que nos interesan para nuestro propósito. En primer lugar, que
fue en el ámbito de las Ciencias Sociales en donde se desarrollaron las principales tesis
evolucionistas. El mismo Harris lo aclara con mayor rotundidad:

“La denominación de <darwinismo social> no sólo es un obstáculo para nuestra comp-


rensión del marco funcional en el que hay que buscar la inspiración de Darwin, sino que
además distorsiona el orden real de procedencia entre las contribuciones específicas de
Spencer y de Darwin a la teoría de la evolución” (Harris, M. 1993:106).

También Spencer hizo notar que su obra “Social Statics” fue publicada casi una década
antes de que Darwin publicara en 1859 “Sobre el origen de las especies” aunque
posteriormente reconociera que esta obra de Darwin le hizo modificar alguna de sus
teorías. Conviene saber además, que fue Spencer el primero que utilizó el término
“evolución”, en un artículo titulado “The ultímate law of physiology” en 1857, y también fue
el primero en utilizar la expresión “supervivencia de los más aptos” en su obra “Principles
of biology”, tal y como el propio Darwin reconoció en su día. Y en segundo lugar, el
principio de la selección natural como un principio clave de dichas tesis. Es decir, no se
trata de mantener una teoría de la evolución de la humanidad y de la sociedad hacia
la perfección en la que cada estadio se fundamente en los logros y las conquistas del
anterior, superándolos. Se trata de una evolución que se construye sobre el principio de
la selección natural. Dicho de otra manera, el fuerte permanece, el débil desaparece.
La cuestión, como el lector comprenderá, no es baladí cuando se trata de “etiquetar” a
una figura como M. Richmond.

Si aceptamos pues la línea argumental de M. Harris, no es Darwin quien tiene que
acaparar nuestra atención. La cuestión no es si M. Richmond fue o no Darwinista. La
cuestión es, en mi opinión si era, y en qué medida y en qué sentido, evolucionista, y en
concreto si estaba influida o no por la obra de Spencer. En consecuencia habría que
ir a conocer las posiciones de Spencer que por otro lado elaboró una obra inmensa y
por ello ocupa un lugar de honor en la historia de las Ciencias Sociales. Aun a riesgo
de simplificar demasiado su pensamiento, diremos que para él el Estado no tenía otra
función que garantizar y proteger el ejercicio de la libertad del individuo. Afirma Ritzer

Locus SOCI@L 5/2010: 24


(1995,16) que <el ideal de Spencer era una sociedad en la el Gobierno se redujera al mínimo posible
y en la que se permitiera la máxima libertad>. El Estado no debe intervenir en la marcha de la
evolución, permitiendo que se cumplan las leyes que ordenan el proceso. Esto significa
que el Estado debe permanecer impasible ante los fenómenos como la enfermedad o
el hambre o la pobreza, por más que afecten a un sinfín de personas. Para Spencer el
hambre o la enfermedad son producto de la más alta benevolencia: el mismo tipo de
benevolencia que lleva pronto a la tumba a los hijos de padres enfermos y escoge como
víctimas a los viles, a los inmoderados y los débiles, como lo hace una epidemia. De esta
manera. <la sociedad está constantemente excretando sus miembros enfermos, imbéciles, vacilantes
y carentes de fe>. La interpretación de Ritzer no deja lugar a dudas: <Para decirlo de manera
más terminante, los que no disfrutan de salud, no son listos, no son decididos, y no creen en lo divino
deben morir, y morirán, en beneficio del conjunto de la sociedad a medida que el proceso natural de la
evolución entre en juego de acuerdo con sus leyes más básicas> (Ritzer, G. 1995.160)

En consecuencia, el Estado no debe interrumpir las leyes inexorables de la evolución
intentando paliar las situaciones de pobreza. Tampoco las entidades privadas deben
hacerlo, porque se estarían oponiendo a la marcha inevitable de la sociedad hacia la
perfección. Aun más, con su pretensión de ayudar a los desfavorecidos estarían creando
más problemas sociales puesto que fomentan su reproducción provocando más
problemas para el futuro. Hay que dejar que actúe el inexorable efecto purificador de
la evolución Intervenir es absurdo y está contraindicado. Spencer se muestra contrario
a cualquier tipo de ejercicio de la caridad o de la solidaridad, pública o privada y a que
el Estado intervenga en cuestiones como la sanidad, la enseñanza o incluso en temas
tan elementales como la recogida de basuras. Si el Estado interviene no se produce
otra cosa que efectos perversos contra el proceso evolutivo. Ritzer (1995:161) lo resume
muy bien: <Spencer tenía mala opinión de los que vivían a expensas del Estado y pensaba que los que
trabajaban duramente no debían cargar con los pobres; la probable consecuencia de todo ello era que
se debían permitir el sufrimiento a los pobres y, en última instancia, su muerte>.

Para terminar podemos acudir a los comentarios que M. Harris realiza a propósito de las
ideas políticas de Spencer. Para él se debe ver en Spencer <el portavoz científico más efectivo
del primitivo capitalismo industrial, exactamente igual que para apreciar debidamente la contribución
de Marx debemos ver en él al portavoz científico más efectivo del socialismo revolucionario>. Su obra
Social Statics, continúa Harris,

“… está consagrada abiertamente a la defensa de la propiedad privada y de la libre em-


presa, con advertencias de los desastres bioculturales que caerán sobre la humanidad si
se permite que el gobierno intervenga en favor de los pobres. Son extremadamente pocas
las áreas de la vida en las que Spencer estaba dispuesto a conceder al Estado legítima
autoridad. Así, se oponía a que las escuelas, las bibliotecas y los hospitales fueran pú-
blicos y gratuitos, rechazaba las medidas de sanidad pública, la dispensa estatal de los
títulos de médicos y enfermeras, la vacuna antivariólica obligatoria, las Leyes de pobres
y cualquier clase de sistema de beneficencia pública. Condenaba todas esas manifesta-
ciones de intervención estatal por estar en contra de las leyes de la naturaleza y predecía
que servirían para aumentar los sufrimientos de los débiles y más necesitados”. (Harris,
M. 1993:107).

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A la luz de esta síntesis la pregunta es fácil: ¿qué tienen que ver las posiciones de Spencer
con la autora de “The Friendly visiting Among the poor”? ¿Qué tienen que ver con una mujer
que se dedicó toda su vida a contribuir a consolidar una profesión que interviniera
en la realidad social desde el conocimiento científico. Mantengo pues que Richmond
está en las antípodas de Spencer, de lo contrario había que dudar de su salud mental.
Friedlander (1985:173) lo expresaba muy bien en 1961, cuando afirmaba que en contra
del darwinismo social, los trabajadores sociales <aceptaron la “idea humanista” como su
concepto de responsabilidad de la sociedad por el bienestar de los individuos en la comunidad> como
solución al serio conflicto de valores que se planteó. Y lo hicieron en contra de una
posición mayoritaria de la sociedad industrial moderna que se mostraba partidaria de
esa tesis según la cual los miembros inadecuados serían eliminados como un proceso
natural.

En la misma tesis coincide Kohs (1966:195) cuando investiga las raíces del Trabajo Social:
<Las dos filosofías que evidentemente han inspirado la base axiológica del trabajo social profesional
contemporáneo son el humanismo y el pragmatismo>.

Otras influencias o críticas

En lo que respecta a la influencia del Psicoanálisis en el Trabajo Social, nadie lo duda. Es


sin duda uno de los paradigmas más utilizados, constituyendo casi la columna vertebral
del desarrollo teórico en el siglo XX en muchos países. No hay más que reconocer la base
conceptual del Modelo Psicosocial de la Escuela de Nueva York, del Modelo Funcional,
de la declaración de principios que hace Perlman en su libro Social Work de 1960 en el
que desarrolla su Modelo de Resolución de Problemas, o el modelo más ecléctico de W.
Reid y L. Epstein propuesto en 1973, en Task Centered Casework, o el de la Intervención
en crisis sistematizado por Naomí Golan en Treatment in Crisis Situations en 1978. Pero la
cuestión que aquí nos planteamos es si la obra de Freud influyó o no en Mary Richmond
y yo me inclino por pensar que no.

Es cierto, no hay más que ver sus citas a pié de página, que estaba al tanto de las
aportaciones que desde muy distintas disciplinas podían ser aprovechadas para el
Trabajo Social y lo mismo que cita un pasaje de Psychology from Standpoint of Behaviorist
del psicólogo conductista Watson, en What is social Case Work (1982:110) podía haber
citado a Freud. Pero conviene tener en cuenta algunos datos. Freud visita los Estados
unidos en 1909, invitado por una Universidad que entonces podía ser considerada de
segundo nivel, la Clark University. Como es obvio, la obra del padre del psicoanálisis
no fue universalmente conocida nada más llegar ni mucho menos estaba claro, como
ya hemos señalado que, como en el caso de Marx, Freud fuera a ser el autor de una
propuesta sin la cual no se puede entender el siglo XX. Por lo demás algunas obras de
Freud estaban todavía por escribir. Que Richmond pudo conocer algunos escritos sobre
el psicoanálisis parece evidente. En un artículo de 1920 cita a Yung, pero sin embargo
nunca cita a Sigmund Freud. Quizás una clave a tener en cuenta nos la proporciona
Siporin en la introducción a la edición de 1969 de Friendly Visiting among the poor: <Then,

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too, sexual aspects of family and marital relationships are avoided by Miss Richmond, who disliked
Freud and distrusted the psychoanalytic theories> (Siporin en Richmond, M. 1969:XXI). Así
pues según este trabajador social psiquiátrico y profesor de la School of Social Work de
la Universidad de Maryland, a Miss Richmond el psicoanálisis le producía desconfianza
y lo evitó. No así sus más inmediatas seguidoras como Gordon Hamilton o Florence
Hollis, que supieron aunar las propuestas de Richmond, la filosofía pragmatista, y el
interaccionismo simbólico con el seguimiento más ortodoxo de las teorías freudianas.
Y todo ello no en un tótum revolútum sino con plena coherencia.

En alguna bibliografía podíamos ver intentos de insinuar esta influencia a propósito de
la posición central que en el pensamiento de Richmond tiene la palabra <personalidad>.
Por el contrario, sostengo que en manera alguna tiene reminiscencias psicoanalíticas,
sino que hay que entenderla a la luz de las propuestas de George H. Mead y los interac-
cionistas porque ésta sí que es una influencia determinante, decisiva, omnipresente en
la obra, en la manera de actuar y en las propuestas para el Trabajo social de Mary Rich-
mond hasta tal punto que si no es en ese universo conceptual resulta difícil entender
alguna de las convicciones que plantea en Social Diagnosis y que sobre todo desarrolla
en What is social case Work.

Unas palabras en relación con la presunta influencia de la Escuela de Fránkfurt, sobre
la que también se ha escrito. Digo presunta por razones evidentes. Max Horkheimer,
de la primera generación de los teóricos que forman parte de esta Escuela publicó su
Teoría tradicional y teoría crítica en 1937. Adorno, Marcuse, Pollock, Fromm, Kirche-
heimer o Löwnthatal son posteriores y mucho más Habermas y su Teoría de la acción
comunicativa que es de 1981. En fin, mantener esa influencia supondría adjudicar a
nuestra pionera poderes anticipatorios que yo, sincero admirador de su obra, no estoy
dispuesto a concederle.

En otro orden de críticas, Richmond ha sido criticada de una cosa y de la contraria.
Virginia Robinson le criticaba sus enfoques situacionistas que presumía muy cercanos a
la Sociología y que se concretaban en la necesidad de un análisis detallado a través de
lo que entonces llamaban encuestas y que hoy llamamos historias sociales, de las condi-
ciones sociales del usuario: su familia, su trabajo, su vivienda, su situación económica…
en detrimento de la vivencia individual. Por el contrario Richmond distingue muy bien
entre la situación y la persona. <Para ella un caso en el terreno de la asistencia social es una situ-
ación particular en un problema determinado, y no la o las personas en cuestión. Para distinguir a éstas
del problema que ellas suscitan, se les designa en general ahora con el término de “clientes…>. (Rich-
mond, M. 1925:25) No puedo evitar ver aquí la influencia de W.I. Thomas y su concepto
de “el hombre en situación”. Afirmar por otro lado que en Trabajo Social no contem-
plamos el contexto ni el sufrimiento específico del usuario como consecuencia de una
falta de actitud crítica a la que tiende a arrastrarnos el inductivismo richmondiano, es,
con todos mis respetos, no haber entendido nada. Afirmar que en la metodología pro-
puesta por Richmond no hay espacio para la evaluación o la crítica es no haberla leído
una vez más. Y mantener que en ese error siguen cayendo los actuales profesionales del
Trabajo Social, hasta donde yo conozco y me atrevo a decir que es bastante, desde mi
actividad en la asistencia directa y luego como docente, con muchos alumnos haciendo

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prácticas en los campos más diversos y durante más de treinta años, es simplemente
desconocer en que se ocupan y cómo lo hacen los y las trabajadores sociales o tener
poco contacto con ellos.

No se puede decir con rigor que Richmond planteó teorías abstractas a partir de
algunos casos concretos utilizando la inferencia inductiva. En primer lugar porque sus
aportaciones se plantean en el terreno de la metodología, no en el de las teorías. ¿Cuáles
son las teorías que plantea? Identifíquenlas por favor. Ella hace referencia a diversos
autores que en el ámbito de unas incipientes ciencias sociales, proponían teorías que
podían ser útiles para el Trabajo Social, pero yo soy incapaz, ni conozco referencia
alguna en la bibliografía internacional, de identificar una sola teoría abstracta de la
que sea autora Mary Richmond. En segundo lugar, decir que 2.800 casos estudiados
con la profundidad y la metodología con que ella los estudió, son “algunos casos” es
decir una tontería, con perdón. Por lo demás, la Medicina científica empezó a serlo
precisamente cuando, gracias a la observación caso a caso y a la comunicación entre
profesionales, se empezaron a obtener conocimientos teóricos generales. Sin esa
inferencia inductiva sencillamente el desarrollo científico de la Medicina Occidental no
se hubiera producido. ¿Cuál es el problema para que M. Richmond siguiera el mismo
procedimiento en su propósito de establecer una metodología común a los integrantes
de una nueva profesión? Yo no veo ninguno. Diré más. Si hoy volviéramos a ser capaces
de documentar bien las intervenciones en cualquiera de los niveles, individuo/familia,
grupo o comunidad, de extraer conclusiones, de llegar a formular conceptos teóricos
generales… es decir de continuar con el camino iniciado por Richmond en la Russell
Sage Foundation, qué duda cabe de que el desarrollo de nuestra disciplina sería muy
superior al que es. Es en este terreno donde se localiza uno de los grandes hándicaps de
nuestra profesión que quiere ser científica.


Conclusión

Humanismo como oposición al evolucionismo reinante, Pragmatismo como Filosofía


dominante en el momento e Interaccionismo Simbólico como influencia de su profesor
y amigo George Herbert Mead, son los ejes teóricos en los que se mueve la obra y la
vida, incluyendo su actividad práctica y sus compromisos políticos, podíamos decir.

Bien significativos son los tres autores que Richmond cita antes del prólogo de Social
Diagnosis: el Dr. James Jackson Putnam, Charles Horton Cooley y Hans Groos. Veamos.
Putnam es un médico neurólogo del Masachuset General Hospital. Fundador de la
primera clínica neurológica que acabaría siendo el Departamento de Neurología de
la Harvard Medical School. Interesado en la Psiquiatría e introductor de Freud en los
EE.UU. Impulsor de las Sociedades de Higiene Mental, colaborador de las C.O.S. e
introductor junto con Cabot, del Trabajo Social en los hospitales. Amigo de W. James
y … pragmatista. Cooley ha pasado a la historia por ser el primero en proponer el
concepto de <grupo primario>. Trabajó en el terreno de la socialización del individuo,
en la dimensión social del <yo>. Su obra tuvo influencia en la que luego desarrolló
George H. Mead. Según Ritzer, Cooley es uno de los primeros interaccionistas. Respecto

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Hans Gross, se trata de un Juez austriaco, padre de la criminalística que revolucionó las
prácticas habituales mediante la introducción del estudio y la investigación científica,
creando la “Escuela de Criminología de Graz”. Remito al lector a que lea los párrafos
de estos tres autores que M. Richmond situó en el comienzo de su libro de 1917 y saque
sus propias conclusiones. Le invito también a que caiga en la cuenta de que Richmond
dedica su libro a Zilpha Drew Smith. Pero esa es otra historia de la que nos habla
Elizabeth Agnew (2004) a quien me remito.

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Recepção artigo | 03/01/2012
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Double blind peer review

Aceitação artigo para publicação | 03/12/2012


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