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Veritatis
Vol. 7 (2) - Nº 27 - Abril a Junho - 2014
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Sumário
Artigos
Los primeros filósofos cristianos y el origen de la heresiología
Francisco García Bazán ................................................................ 141
Ideas sobre la Tradición en los siglos II y III
José Rico Pavés ......................................................................... 158
A Sagrada Escritura como fonte de vida espiritual
para os Padres da Igreja
Júlio Cesar Rocha dos Santos ........................................................... 198
La Mariología como introducción a la Cristología
en Ireneo de Lyon
Francisco Berrizbeitia Hernández, EP ................................................... 214
Resenhas
D’ONOFRIO, Giulio. Storia del pensiero
medievale. (Felipe de Azevedo Ramos, EP) ................................................... 245
Abstract
With the objective of providing a synthesis of the first systematized ideas on Tra-
dition formulated during the first to the third centuries, the present study clarifies
this concept and its intimate relationship with Sacred Scripture, in accordance with
the teaching of the Church Fathers. The collaboration of the Apostolic Fathers is
considered through the work of their exponents: St. Clement of Rome, St. Ignatius
of Antioch, St. Polycarp of Smyrna and other testimonies of the first century. With
the emergence of the anti-agnostic combat, heretical doctrines on Tradition were
widespread among the faithful, but were refuted successfully by St. Irenaeus of
Lyon. Later, the explications of Tertullian, St. Cyril of Alexandria, and Origen con-
curred for a doctrinal maturation of this ecclesial reality, upon which the Magisteri-
um would lay solid bases which serve as its foundation until today.
Keywords: Tradition, Sacred Scripture, Apostolic Fathers, Gnostic heresy,
Patristics.
[El término] depósito, que san Pablo repite muchas veces, se refiere sin duda
a las verdades de la fe, enseñadas por el Apóstol, que forman un cuerpo
gió la teología por un doble impulso: exigencia propia de la fe que busca inte-
ligencia ( fides quaerens intellectum) y defensa del depósito de la fe recibido
de los apóstoles. 5
El primer camino queda caracterizado por Orígenes cuando afirma que los
apóstoles transmitieron de forma clarísima todo cuanto hemos de creer, de
modo que todos —incluso los menos dados a la investigación— puedan ejer-
citar la fe; sobre otras cosas, sin embargo, callaron, para que los amantes de la
sabiduría puedan aplicarse con empeño a buscar sus frutos:
5) Cf. Orbe, Antonio. Sobre los inicios de la Teología. Estudios Eclesiásticos, v. 56, 1981, p. 689-704.
6) Orígenes. De princ., praef. 3 (SCh 252, 78-80).
nes privadas que sólo han sido transmitidas a un grupo selecto de iluminados.
La teología valentiniana, aún de impronta bíblica, resulta sumamente compli-
cada porque se desarrolla con un lenguaje mítico. Con sus mitos esconden el
conocimiento sólo a los iniciados.
La primera teología de la Gran Iglesia surge a remolque de la herética y
en oposición a ella. 7 Frente a los sectarios, la tarea teológica de los eclesiásti-
cos consistía en: 1) descubrir y refutar los puntos fundamentales de la teolo-
gía sectaria; 2) señalar sus principios no cristianos; 3) perseguir los testimo-
nios de la Escritura a los que recurrían; 4) exponer los criterios de interpreta-
ción y la tradición homogénea de la propia exégesis; 5) restituir paralelamente
a la Regula veritatis la teología de la gran Iglesia. En trato con los propios, los
teólogos debían: 1) formular con nitidez las verdades de la fe; 2) señalar los
testimonios bíblicos en su apoyo; 3) analizarlos con los recursos propios de
toda investigación: vocabulario, analogías, verbales, paralelismos, etc. yendo
de lo más a lo menos claro.
A mitad del siglo II existían en el seno de la Gran Iglesia tres tradicio-
nes teológicas: la asiática, la africana y la alejandrina. Las dos primeras son
de inspiración joánica y se centran en la salus carnis (salvación de la carne).
Para los autores más representativos de estas tradiciones (san Ireneo de Lyon
y Tertuliano), hay un solo género humano, de origen terreno: la creación del
hombre, la plasis (Gn 2, 7) a imagen y semejanza de Dios (Gn 1, 26), fue una
sola; el alma se le sumó al hombre para servirle en su destino. En la interpre-
tación de la Escritura, se privilegió el sentido literal o histórico. La alegoría,
se conoce, pero se maneja con reservas, en forma de tipología.
La tradición alejandrina es tributaria de la filosofía platónica en dos puntos:
1) la existencia de dos mundos, inteligible y sensible, con desestima de este
último; 2) el dualismo exegético —alegoría (= sentido espiritual) y letra—
con desestima por el sentido literal y sobreestima del sentido espiritual.
A pesar de las diferencias, en las tres tradiciones de la Gran Iglesia —
denominación empleada en la antigüedad cristiana para distinguir la Iglesia
católica de los grupos sectarios— se distinguen netamente los cuatro elemen-
tos constitutivos de la Tradición eclesiástica: las Escrituras, la Regla de Fe, la
Sucesión apostólica y la Liturgia.
En relación a las Escrituras, dos serán las tareas: su recepción, contribu-
yendo a la fijación del canon frente a la aparición de escritos apócrifos; y su
7) Cf. Orbe, A. La Patrística y el progreso de la teología. Gregorianum, n. 50, 1969, p. 543-569; idem, So-
bre los inicios de la Teología. Estudios Eclesiásticos, n. 56, 1981, p. 689-704.
8) Cf. Rordorf, W. Tradizione. In: di Berardino, Angelo (dir.). Nuovo dizionario patristico e di antichi-
tà cristiane. Genova-Milano: Marietti, 2008, v. 3, p. 5439-5446.
9) Cf. Clemente Romano. Cor. XLII-XLIV (Fuentes Patrísticas [=FuP] 4, 125-127; Biblioteca de Patrís-
tica [=BPa] 50, 175-177); cf. infra.
10) Cf. Policarpo de Esmirna. Phil. III, 2 (FuP 1, 215-217; BPa 50, 302-303); cf. infra.
11) Cf. Papías de Hierápolis apud Eusebio de Cesarea. Hist. Eccl., III, 39, 3-4 (BAC 349, 190-191).
12) Cf. Arístides de Atenas. Apol., 15, 2 (BAC 116, 129-130).
13) Cf. Lampe, Geoffrey William Hugo. A Patristic Greek Lexicon. Oxford: Clarendon Press, 1961, p.
1014-1016.
14) Clemente Romano, Cor. I, 1 (FuP 4, 69; BPa 50, 145).
15) Cf. Clemente Romano. Cor., XLIV, 6 (FuP 4, 129; BPa 50, 177).
16) Clemente Romano. Cor., XLIV, 1-3 (FuP 4, 127; BPa 50, 176). Para las interpretaciones de este pa-
saje, cf. Ayán Calvo, Juan José. Introducción. In: Clemente de Roma. Carta a los Corintios. Homilía
anónima (Secunda Clementis). FuP 4, Madrid: Ciudad Nueva, 1994, p. 43-51.
17) Cf. Ayán Calvo, Juan José. Introducción. In: Clemente de Roma. Carta a los Corintios. Homilía
anónima (Secunda Clementis). FuP 4, Madrid: Ciudad Nueva, 1994, p. 51-56.
18) Clemente Romano. Cor., VII, 1-3 (FuP 4, 81; BPa 50, 151).
19) Cf. Ignacio de Antioquía. Smyrn. VII, 2 (FuP 1, 177; BPa 50, 278): “Huid de las divisiones como
principio de males”.
tizar ni celebrar la Eucaristía sin el obispo. Sin embargo, lo que éste aprue-
be, es agradable a Dios para que todo lo que hagáis sea sólido y válido. 20
Por tanto, haceos los sordos, cuando alguien os hable a no ser de Jesucris-
to, el de la descendencia de David, el hijo de María, que nació verdadera-
mente, que comió y bebió, que fue verdaderamente perseguido en tiempos
de Poncio Pilato, que fue crucificado y murió verdaderamente a la vista
de los seres celestes, terrestres e infernales. Él resucitó verdaderamente de
los muertos, habiendo sido resucitado por su mismo Padre, y, a semejanza
20) Ignacio de Antioquía. Smyrn. IX, 1-2 (FuP 1, 177; BPa 50, 278-279).
21) Cf. Ayán Calvo, Juan José. Ignacio de Antioquía. Cartas. Policarpo de Esmirna. Carta. Carta de la
Iglesia de Esmirna a la Iglesia de Filomelio. FuP 1. Madrid: Ciudad Nueva, 1991, p. 83-86.
22) Cf. Ignacio de Antioquía. Magn. VII, 1 (FuP 1, 133; BPa 50, 251): “Así como el Señor nada hizo —
ni por sí mismo ni por los apóstoles— sin el Padre pues estaba unido a Él, de la misma manera nosotros
nada hagamos sin el obispo y los presbíteros”; idem, Trall. VII, 2 (FuP 1, 143; BPa 50, 258): “El que
hace algo separadamente del obispo, del presbiterio y de los diáconos, ése no es puro en su conciencia”.
23) Cf. idem. Smyrn., IX, 1-2 (FuP 1, 177; BPa 50, 279). Para el significado, cf. Ayán Calvo, Juan José.
Ignacio de Antioquía. Cartas. Policarpo de Esmirna. Carta. Carta de la Iglesia de Esmirna a la Iglesia
de Filomelio. FuP 1. Madrid: Ciudad Nueva, 1991, p. 86.
24) Ignacio de Antioquía. Rom., intr. (FuP 1, 149; BPa 50, 261).
25) Cf. Kelly, J. N. D. Primitivos credos cristianos. Salamanca: Secretariado Trinitario, 1980, p. 90-92;
Ayán Calvo, Juan José. Padres apostólicos. BPa, n. 50. Madrid: Ciudad Nueva, 2000, p. 204.
suya, a los que hemos creído en Él también su Padre nos resucitará en Jesu-
cristo, fuera del cual no tenemos vida verdadera. 26
Las doctrinas distintas a las recibidas de los apóstoles forman un todo con
la vida. Enseñanza y obras constituyen el único depósito de la tradición, aun-
que esta terminología no esté explícitamente en san Ignacio.
Por último, respecto al tercer principio, cuando san Ignacio polemiza con
los judaizantes, presenta a Jesucristo como el único “archivo”, a cuya norma
hay que conformarse.
26) Ignacio de Antioquía. Trall., IX, 1-2 (FuP 1, 143-145; BPa 50, 258).
27) Idem. Smyrn., VI, 2 (FuP 1, 175; BPa 50, 278).
28) Idem. Philad., VIII, 2 (FuP 1, 165; BPa 50, 272-273).
29) Cf. Ayán Calvo, Juan José. Ignacio de Antioquía. Cartas. Policarpo de Esmirna. Carta. Carta de la
Iglesia de Esmirna a la Iglesia de Filomelio. FuP 1. Madrid: Ciudad Nueva, 1991, p. 165-167, n. 20.
Entre las cartas de san Ignacio se encuentra una dirigida a Policarpo, obis-
po de Esmirna, al cual pudo conocer personalmente cuando era llevado a
Roma. La Carta de Policarpo a los filipenses guarda estrecha relación con las
cartas ignacianas.
San Policarpo nació hacia el año 80 en una familia cristiana y, según Tertu-
liano, fue constituido obispo de Esmirna por el mismo apóstol san Juan. 30 San
Ireneo lo conoció en su juventud, atestigua que conoció a los apóstoles 31 y
afirma de él que “siempre enseñó lo que había aprendido de los apóstoles que
es también lo que la Iglesia enseña y lo único verdadero”. 32 Para el obispo de
Lyon, Policarpo es testigo privilegiado y transmisor fiel de la Tradición apos-
tólica por tres motivos: 1) aprendió el evangelio en contacto directo con los
apóstoles; 2) recordó y transmitió fielmente todo lo que ellos le habían ense-
ñado sobre el Señor; y, 3) lo relató todo en consonancia con las Escrituras. Así
aparece en la Carta a Florino de san Ireneo recogida parcialmente por Euse-
bio de Cesarea en su Historia eclesiástica:
30) Cf. Tertuliano. Praescr., XXXII, 2 (CCL 1, 212-213; FuP 14, 255): “En efecto, de esta manera dan
a conocer sus orígenes las iglesias apostólicas: como la iglesia de los esmirniotas cuenta que Policar-
po fue puesto por Juan”.
31) Ireneo de Lyon. Adv. Haer. III, 3, 4 (SCh 211, 38-40): “No solamente fue instruido por los apósto-
les y convivió con muchos que habían visto a nuestro Señor, sino que también fue instituido obispo en
la iglesia que está en Esmirna, en Asia. Nosotros lo hemos visto en nuestra juventud pues vivió mucho
tiempo y salió de esta vida muy viejo dando un glorioso y espléndido testimonio”.
32) Ibid. (SCh 211, 40).
33) Eusebio de Cesarea. Hist. Eccl., V, 20, 5-6 (BAC 349, 325-326).
El mismo Ireneo refiere que Policarpo, hacia el año 155, visitó Roma donde
se encontró con el Papa Aniceto para tratar el tema de la fecha de la celebra-
ción de la Pascua. En ese viaje debió desplegar una intensa actividad apostó-
lica, pues, según refiere el obispo de Lyon: “recondujo a muchos de los here-
jes a la Iglesia de Dios, predicándoles que única y exclusivamente había reci-
bido de los apóstoles esta verdad: lo que transmite la Iglesia”. 34 El Marti-
rio de Policarpo nos ha llegado con un epílogo en el que se afirma que san
Ireneo refutó las herejías “y transmitió la regla de fe eclesial y católica (τὸν
ἐκκλεσιαστικὸν κανόνα καὶ καθολικόν), tal como la recibió del santo [Poli-
carpo]”. 35
Hacia el año 118, Policarpo escribió una Carta a los filipenses con una
doble intención: salir al paso del problema provocado por un presbítero de
nombre Valente —robablemente un turbio asunto pecuniario— y enviar a la
Iglesia de Filipos una colección de las cartas de san Ignacio de Antioquía. 36
La carta, a pesar de su brevedad, permite confirmar el testimonio de san Ire-
neo sobre Policarpo como testigo de la Tradición. Tres son las referencias
fundamentales: en la primera, se refiere a san Pablo como maestro que ha
enseñado con exactitud lo referente a la palabra de la verdad; en la segunda,
invita a servir al Señor tal como Él mismo enseñó a través de los apóstoles; en
la tercera, exhorta a permanecer en la verdad sobre Cristo conforme a la pala-
bra transmitida desde el principio.
Policarpo, en efecto, recuerda el paso del apóstol san Pablo por Filipos y lo
presenta como maestro que ha enseñado lo referente a la “palabra de la ver-
dad”. El testimonio es importante, pues, señala con claridad cómo san Pablo
no ha predicado su verdad, sino la palabra de la verdad que él, a su vez, había
recibido.
37) Policarpo de Esmirna. Ep. III, 1-2 (FuP 1, 215-217; BPa 50, 302-303).
38) Idem. Ep. VI, 3 (FuP 1, 219; BPa 50, 305).
39) Idem. Ep. VII, 1-2 (FuP 1, 221; BPa 50, 305-306).
cípulo del evangelista san Juan y compañero de Policarpo, según san Ireneo,
fundamenta su predicación en la memoria de lo recibido desde los apóstoles a
través de los presbíteros. La fuerza de su testimonio está en el vínculo con los
apóstoles, verificado cuidadosamente por Papías.
El Verbo fue enviado por el Padre para ser manifestado al mundo, de modo
que los que creyesen en Él llegaran a conocer los misterios del Padre. Lo que
40) Eusebio de Cesarea. Hist. Eccl., III, 39, 3 (BAC 349, 190-191).
41) Diogn., XI, 1-2 (BPa 50, 568-569).
46) Ireneo de Lyon. Adv. Haer., II, 14, 4 (SCh 294, 136).
47) Cf. Carta a Flora de Ptolomeo 7, 1 [Epifanio de Salamina, Pan. 33, 7] (SCh 24, 64; traducción es-
pañola García Bazán, F. La gnosis eterna. Antología de textos gnósticos griegos, latinos y coptos. Ma-
drid: Trotta, 2003, v. 1, p. 190): “me parece haberte demostrado suficientemente no sólo que existe una
legislación que ha sido agregada por los hombres, sino también que la ley misma de Dios se divide en
tres partes”.
Por ahora no debes turbarte por esto, queriendo saber cómo de un solo prin-
cipio de todo que confesamos y creemos que es simple, inengendrado, inco-
rruptible y bueno, se hayan también constituido estas naturalezas, la de la
corrupción y la del Intermediario, las que no le son consustanciales, perte-
neciendo a la naturaleza del Bien engendrar y proferir lo semejante y con-
sustancial a sí mismo. Puesto que permitiéndolo Dios aprenderás con orden
también el principio y la génesis de éstos, cuando seas considerada digna
de la tradición apostólica (ἀζιοθμένη τῆς ἀποστολικῆς παραδόσεως), la que
también nosotros hemos recibido por sucesión (ἐκ διαδοχῆς) junto asimis-
mo con la confirmación de todas las doctrinas con la enseñanza de nuestro
Salvador. 50
48) Cf. Orbe, Antonio. Ideas sobre la Tradición en la lucha antignóstica. Augustinianum, v. 12, 1972, p.
23: “Los valentinianos se controlaban entre sí al milímetro. Dominaban un tecnicismo pretendidamen-
te equívoco. Seguían leyes fijas, y jamás confundían los estratos de su exégesis. Quererlos medir según
módulos eclesiásticos, era condenarse al naufragio. La mayoría de los ataques de Tertuliano, Orígenes y
aun Ireneo dan en vacío, porque se mueven a otro nivel, sin prevenir equívocos. Tertuliano recurre con
frecuencia al ridículo. Orígenes toma la cosa en serio y acaba desconcertado o nervioso. Ireneo intuye
el fallo, pero sin medios para llegar derechamente a descubrirlo”.
49) Cf. Orbe, Antonio. Ideas sobre la Tradición en la lucha antignóstica. Augustinianum, v. 12, 1972, p.
24: “Los gnósticos no recurrieron —que yo sepa— en forma explícita a regla de fe conocida”.
50) Carta a Flora de Ptolomeo, 7, 8-9 [Epifanio de Salamina. Pan., 33, 7] (SCh 24, 66-68; trad. esp.:
García Bazán, Francisco. La gnosis eterna. Antología de textos gnósticos griegos, latinos y coptos.
Madrid: Trotta, 2003, v. 1, p. 190-191).
mente desde san Pablo, considerado el gnóstico por excelencia) 51 y por la doc-
trina esotérica así transmitida; secreta, pues, por el contenido de la doctrina y
por el modo de transmisión.
Los gnósticos no negaban la existencia de una Tradición apostólica públi-
ca, y de su correlativa sucesión episcopal, también pública. Pero la conside-
raban válida sólo a nivel de cristianismo vulgar, mayoritario. Negaban que el
contenido de esa Tradición representase la esencia del cristianismo. Para los
valentinianos, las tradición pública recogía, sí, el mensaje público del Salva-
dor y lo presentaba como prolongación del mensaje veterotestamentario, pero
dejaba escapar la esencia del evangelio secreto del Salvador, característico del
Nuevo Testamento.
La segunda gran diferencia respecto a la comprensión eclesiástica de la
Tradición, estaba en el carácter escrito de la misma en el caso de los gnósti-
cos. Cuando los autores eclesiásticos invocaban la tradición de los apóstoles,
como regla de verdad y norma para comprender las Escrituras, no pensaban
en escritos, sino en una tradición oral. Sin negar esa tradición oral, 52 los gnós-
ticos apelaban a revelaciones no canónicas del Salvador. Esas revelaciones se
atribuyeron al Salvador glorioso en diálogo con los discípulos, previamen-
te capacitados mediante la gnosis para su inteligencia. Los discípulos benefi-
ciarios de esas revelaciones pusieron su doctrina por escrito, surgiendo así la
tradición secreta escrita, norma de interpretación de las Escrituras. Tal es el
origen en el siglo II de Evangelios, Hechos, Cartas, Apocalipsis que, imitan-
do los géneros de los escritos canónicos del NT, se presentan como deposita-
rios de la revelación secreta del Salvador y comienzo de una tradición autén-
tica, también secreta.
Tomando como lema las palabras de Jesús: buscad y encontraréis (Mt 7,
7), los gnósticos buscaban el misterio declarando insuficiente lo literal y sim-
ple. Se inspiraban en las parábolas y adoptaban el mito como forma de expre-
sión. 53 Así, la literatura del siglo II invocada por los gnósticos para acredi-
51) Clemente de Alejandría alude a la sucesión apostólica alegada por las familias de Basílides y Valen-
tín. Cf. Clemente de Alejandría. Strom., VII, 108, 1-2 (FuP 17, 547): “Ahora bien, entre las herejías
hay algunas que son mencionadas por un nombre, como la de Valentín, la de Marción y la de Basílides,
aunque se jacten de atraerse la fama de Matías; pues una ha sido la enseñanza de todos los apóstoles, lo
mismo que la tradición”.
52) Cf. Orbe, Antonio. Ideas sobre la Tradición en la lucha antignóstica. Augustinianum, v. 12, 1972, p.
27: “Ningún valentiniano discutió el origen apostólico de la Parádosis de la Magna Iglesia. Y menos los
cuatro evangelios, como base escrituraria del ‘verdadero evangelio’, o Evangelio de la verdad”.
53) Cf. ibid., p. 30: “Los eclesiásticos no tuvieron paciencia para analizar el mito. Algo intuyó san Ireneo.
Su fuerte sentido de Iglesia le impedía perseguir al adversario por un dédalo, del que –le desalojara o
56) Cf. Alcáin, José Antonio. La tradición. 2. ed. Bilbao: Universidad de Deusto, 2010, p. 31-36.
57) Cf. Ireneo de Lyon. Adv. haer., III, 2, 1 (SCh 211, 24-26): “Porque al usar las Escrituras para argumen-
tar, la convierten en fiscal de las Escrituras mismas, acusándolas o de no decir las cosas rectamente o
de no tener autoridad, y de narrar las cosas de diversos modos: no se puede en ellas descubrir la ver-
dad si no se conoce la Tradición. Porque, según dicen, no se trasmitiría (la verdad) por ellas sino de vi-
va voz, por lo cual Pablo habría dicho: Hablamos de la sabiduría entre los perfectos, sabiduría que no
es de este mundo (1 Cor 2, 6). Y cada uno de ellos pretende que esta sabiduría es la que él ha encontra-
do, es decir una ficción”.
58) Cf. ibid. (SCh 211, 26): “Y cada uno de ellos pretende que esta sabiduría es la que él ha encontrado, es
decir una ficción, de modo que la verdad se hallaría dignamente unas veces en Valentín, otras en Mar-
ción, otras en Cerinto, finalmente estaría en Basílides o en quien disputa contra él, que nada pudo decir
de salvífico. Pues cada uno de éstos está tan pervertido que no se avergüenza de predicarse a sí mismo
(2 Cor 4, 5) depravando la Regla de la Verdad”.
Para todos aquellos que quieran ver la verdad, la Tradición de los Apóstoles
ha sido manifestada al universo mundo en toda la Iglesia, y podemos enu-
merar a aquellos que en la Iglesia han sido constituidos obispos y sucesores
de los Apóstoles hasta nosotros, los cuales ni enseñaron ni conocieron las
cosas que aquéllos deliran. Pues, si los Apóstoles hubiesen conocido des-
de arriba “misterios recónditos” y en oculto se los hubiesen enseñado a los
Una mente sana y religiosa que ama la verdad, sin peligro alguno pone la
capacidad que Dios concedió a los seres humanos al servicio de la cien-
cia, y con un constante estudio podrá progresar en su conocimiento de las
cosas. Por éstas quiero decir aquellas que día tras día suceden ante nues-
tros ojos, y también aquellas que las palabras de la Escritura tratan en for-
ma abierta. Por eso se deben interpretar las parábolas sin métodos ambi-
guos: quien de esta manera las entiende, no correrá peligro, y todos deben
explicar las parábolas de modo semejante. Haciéndolo así, el cuerpo de la
verdad permanecerá íntegro, siempre adecuado a los miembros y libre de
distorsiones. En cambio, cuando se aplican cosas ocultas y que no están a
la vista, a la interpretación de las parábolas, como a cada uno se le antoja,
desaparece toda regla de la verdad; pues cuantos fueren los expositores de
las parábolas, otras tantas serán las verdades opuestas entre sí y provoca-
rán doctrinas contradictorias, como sucede con las cuestiones de los filó-
sofos paganos. 66
Por nuestra parte seguimos como Maestro al único Dios verdadero, mante-
nemos la regla de la verdad para entender sus palabras, y todos afirmamos
las mismas doctrinas. Pues sabemos que hay un solo Dios, Creador de todas
las cosas, que envió a los profetas, sacó a su pueblo de Egipto, manifestó a
su Hijo en los últimos tiempos, para confundir a los incrédulos y exigir el
fruto de la justicia. 70
68) Cf. Benoît, André. Écriture et Tradition chez Saint Irénée de Lyon. Revue d’histoire et de philosophie
religieuse, v. 40, 1960, p. 40: “La Tradición apostólica se resume, para Ireneo, en los tres artículos fun-
damentales de la fe, en las fórmulas simbólicas que se encuentran dispersas en su obra. Dicho de otro
modo, y sabiendo que en la época de Ireneo no existe símbolo fijo, el contenido de la Tradición sería el
Símbolo”.
69) Cf. p. ej. Ireneo de Lyon. Adv. Haer., III, 2, 1 (SCh 211, 26).
70) Ibid., IV, 35, 4 (SCh 100, 874-876).
71) Cf. ibid., I, 9, 4 (SCh 264, 34): “De manera semejante quien conserva inquebrantable la Regla de la
verdad que recibió en el bautismo, reconocerá los nombres, los dichos y las parábolas tomados de las
Escrituras, pero no sus teorías blasfemas”.
72) Cf. Romero Pose, Eugenio. San Ireneo de Lyon. Demostración de la predicación apostólica. FuP 2.
Madrid: Ciudad Nueva, 1992, p. 56, n. 1.
73) Cf. Lane, Anthony N. S. Scripture, Tradition and Church: An Historical Survey. Vox Evangelica, v. 9,
1975, p. 39, n. 24: “Hay, por supuesto, diferencias importantes de acento entre Ireneo y Tertuliano, pero
existe acuerdo en las líneas fundamentales de sus planteamientos”.
74) Cf. Rordorf, W. Tradizione. In: di Berardino, Angelo (dir.). Nuovo dizionario patristico e di antichi-
tà cristiane. Genova-Milano: Marietti, 2008, v. 3, p. 5441-5442.
75) Cf. Braun, René. Deus christianorum. Recherches sur le vocabulaire doctrinal de Tertullien. Paris:
Presses Universitaires de France, 1962, p. 426-429.
76) Cf. Traditio evangelica: Marc. V, 19, 1 (CCL 1, 720); traditio apostolorum, apostolica: Praes. XXI,
6 (CCL 1, 203; FuP 14, 214); Marc. I, 21, 4 (CCL 1, 463); IV, 5, 7 (CCL 1, 552); V, 19, 2 (CCL 1, 720-
721); traditio catholica: Mon. II, 1 (CCL 2, 1230).
77) Cf. Flesseman van Leer, Ellen. Tradition and Scripture in the Early Church. Assen: Van Gorcum,
1954, p. 148-149. Con ese significado aparecerá en la respuesta del Papa san Esteban a san Cipriano de
Cartago, saliendo al paso de la práctica de rebautizar llevada a cabo en el norte de África: Nihil innove-
tur nisi quod traditum est (DH 110; FIC 973).
78) Cf. Tertuliano. Praes. XXI, 3 (FuP 14, 213): “Ahora bien, qué hayan predicado [los apóstoles], esto
es, qué les haya revelado Cristo, también aquí deduciremos esta prescripción: eso no se debe probar de
otro modo sino por medio de las mismas iglesias que los apóstoles fundaron, predicándoles ellos mis-
mos ya sea de viva voz, como se dice, ya sea, después, por medio de cartas”.
Si las cosas están de forma que la verdad se nos adjudica a nosotros, a cuan-
tos caminamos por esa regla que las iglesias han transmitido de parte de los
side en la definición de la apostolicidad de las iglesias, de la traditio y de la regula fidei, conceptos fun-
damentales para precisar la autenticidad de la fe y de la doctrina cristiana”.
85) Cf. Stirnimann, Joseph Kaspar. Die Praescriptio Tertullians im Lichte des Römischen Rechts und der
Theologie, Freiburg: Paulusverlag, 1949; Refoulé, Raymond François. Tertullien. Traité de la pres-
cription contre les hérétiques. SCh 46. Paris: Cerf, 1956, p. 24ss.
86) Cf. Alcáin, José Antonio. La tradición. 2. ed. Bilbao: Universidad de Deusto, 2010, p. 39-40.
87) Tertuliano. Praes. XIX, 2 (FuP 14, 203).
88) Ibid., XIV, 4 (FuP 14, 191).
Si así están las cosas, es cierto, igualmente, que toda doctrina que concuer-
de con la doctrina de aquellas iglesias apostólicas, matrices y fuentes de la
fe, debe ser considerada verdadera, pues sin duda mantiene aquello que las
iglesias recibieron de los apóstoles, los apóstoles de Cristo, Cristo de Dios;
pero que toda doctrina que sepa a algo contrario a la verdad de las iglesias
y de los apóstoles de Cristo y de Dios ha de ser prejuzgada como provenien-
te de la mentira. 91
92) Cf. Vicastillo, Salvador. Tertuliano. “Prescripciones” contra todas las herejías. FuP 14. Madrid:
Ciudad Nueva, 2001, p. 86-94.
93) Cf. Tertuliano. Marc., IV, 25, 7 (CCL 1, 611).
94) Tertuliano. Praes. XXI, 1-3 (FuP 14, 211-213).
95) Cf. Vicastillo, Salvador. Tertuliano. “Prescripciones” contra todas las herejías. FuP 14. Madrid:
Ciudad Nueva, 2001, p. 90: “En suma, la apostolicidad de cualquier iglesia... está determinada, en su
esencia, no por la función episcopal transmitida, sino por la doctrina profesada, o sea, por la consangui-
nidad doctrinal con las primeras iglesias”.
96) Cf. Daniélou, Jean. La tradition selon Clément d’Alexandrie. Augustinianum, v. 12, 1972, p. 16: “Él
es por excelencia el hombre de la tradición”.
97) Clemente de Alejandría. Strom., V, 64, 5 (FuP 15, 431).
ca, como Él mismo enseñó a los santos apóstoles durante su venida, enton-
ces también la gnosis es sabiduría, ciencia y comprensión segura e inequí-
voca del presente, del futuro y del pasado, puesto que ha sido transmiti-
da (παραδοθεῖσα) y revelada por el Hijo de Dios... Mas esta misma gno-
sis, transmitida por sucesión desde los apóstoles, ha llegado a unos pocos
sin escritura. De ahí que sea necesario practicar la gnosis o sabiduría, hasta
[alcanzar] una disposición eterna e inalterable de contemplación. 98
Incluso los apóstoles dicen respecto del Señor que habló todo en parábo-
las y no decía nada sin parábolas (Mt 13, 34). Pero si todo fue hecho por
medio de Él y sin Él no se hizo nada (Jn 1, 3), entonces también la profecía y
la Ley fueron hechas por Él, y fueron dichas en parábolas por medio de Él.
Por lo demás, todas las cosas son claras para los entendidos (Pr 8, 9), dice
la Escritura; es decir, para los que reciben y conservan conforme al canon
eclesiástico la exégesis de las Escrituras declarada por Él. Y canon eclesiás-
tico es el acuerdo y armonía de la Ley y de los profetas con el Testamento
transmitido a raíz de la venida del Señor. 105
Tampoco ellos [los herejes] poseen la llave de entrada, sino una falsa y,
como se suele decir habitualmente, una llave falsa con la que no abren la
puerta principal, como nosotros entramos mediante la tradición del Señor;
en cambio, abriendo una puerta falsa, perforando a escondidas el muro de
la Iglesia y franqueando la verdad, se establecen como mistagogos del alma
de los impíos. 118
Muchos de los que profesan creer en Cristo disienten no sólo sobre cuestio-
nes pequeñas y mínimas, sino también sobre las grandes y más importan-
tes, como sobre Dios, o sobre el mismo Señor Jesucristo, o sobre el Espíritu
Santo. Y no sólo sobre éstas, sino también sobre las dominaciones y poten-
cias santas: parece por ello necesario establecer primero sobre estos argu-
mentos particulares una línea cierta y una regla clara, y luego investigar
sobre las otras cuestiones. Son muchos los que entre los griegos y los bárba-
ros prometen la verdad, sin embargo, nosotros hemos desistido de buscar-
la entre quienes la afirman con falsas opiniones, después que hemos creí-
do que Cristo es el Hijo de Dios y estamos persuadidos de que la debemos
aprender de Él. También son muchos los que piensan que comprenden los
misterios de Cristo y, entre éstos, hay quienes los comprenden de forma
diferente a otros, por eso se debe preservar la predicación eclesiástica trans-
mitida por los apóstoles mediante el orden de la sucesión, que permane-
ce hasta el momento presente en las iglesias, y la única verdad que se ha de
creer es la que en nada se aparta de la tradición eclesiástica y apostólica. 125
123) Cf. Daniélou, Jean. La tradition selon Clément d’Alexandrie. Augustinianum, v. 12, 1972, p. 16-18.
124) A finales del siglo II, la expresión “regla de fe” designa la norma de la ortodoxia y la praxis custodia-
da por tradición en las iglesias. El término “canon” se refiere tanto a las costumbres como a la enseñan-
za, aunque poco a poco irá prevaleciendo el segundo significado. Cuando se utiliza para designar la en-
señanza, no hay que pensar tanto en un “credo” de fórmulas ya fijas como en un compendio catequético
(cf. Williams, R. Regla de fe. In: Monaci Castagno, Adele (dir.). Diccionario de Orígenes. Burgos:
Monte Carmelo, 2003, p. 791-796; Guerra, Manuel. Significado y notas específicas de kanon y regu-
la en los documentos no cristianos y en los cristianos de los tres primeros siglos de la Iglesia. In: Teolo-
gía del sacerdocio, n. 21, 1990, p. 239).
125) Orígenes. Princ., praef. 2 (SCh 252, 78).
126) Idem. Cels., I, 7 (SCh 132, 143; BAC 271, 44):“Luego, como Celso califica tan a menudo de ‘oculta’
nuestra doctrina, también en este punto hay que refutarlo, como casi el mundo entero conoce la predica-
ción de los cristianos mejor que las sentencias de los filósofos”.
127) Cf. idem. In Io., V, 8 (SCh 120, 389-391): “Por eso considero necesario que si uno puede defender la
doctrina de la Iglesia sin falsearla y refutar a los partidarios de la supuesta gnosis, debe empeñarse en
oponer a las invenciones de los herejes la sublimidad de la predicación evangélica, toda repleta de la ar-
monía de las doctrinas comunes tanto del Testamento que llamamos Antiguo como del que denomina-
mos Nuevo”.
128) Cf. ibid., XIII, 98 (SCh 222, 83).
129) Orígenes. Princ., IV, 2, 2 (SCh 269, 187).
130) Cf. Daniélou, Jean. La tradition selon Clément d’Alexandrie. Augustinianum, n. 12, 1972, p. 17: “La
diferencia con Clemente es clara. Para este último, la gnosis, el conocimiento profundo, viene de los
apóstoles y se transmite por medio de sus sucesores; para Orígenes, ese conocimiento pertenece a la
búsqueda de cada uno, pues los apóstoles no han transmitido más que la tradición común. Para Oríge-
nes no hay tradición gnóstica”.
Conclusión
El 5 de mayo de 1971, en la sede del Instituto Patrístico Augustinianum de
Roma, el padre jesuita Antonio Orbe iniciaba una conferencia titulada “Ideas
sobre la Tradición en la lucha antignóstica”, pronunciada en el marco de un
Congreso organizado por ese Instituto en torno a nuestro tema, indicando que
su intervención se añadía “al acervo infinito de estudios sobre la Tradición”. 132
Efectivamente, los años previos al Concilio Vaticano II, así como los que vie-
ron su desarrollo y primera recepción, conocieron la aparición de una exten-
sa literatura sobre el tema de la Tradición, principalmente en ámbitos acadé-
micos católicos y protestantes. Las aportaciones de la Constitución dogmáti-
ca sobre la divina Revelación Dei Verbum (18.11.1965) supusieron una clari-
ficación de extraordinario valor, orientando los estudios posteriores sobre el
tema.
Las décadas posteriores al Concilio han visto, sin embargo, una disminu-
ción creciente del interés por la doctrina católica de la Tradición en la literatu-
ra teológica, quizás porque ya se consideró suficiente tratada en los años del
Concilio. El diálogo ecuménico y la dolorosa experiencia del cisma lefebvria-
no han demostrado la necesidad de no abandonar la reflexión sobre la com-
prensión católica de la Sagrada Tradición. Los estudios patrísticos sobre el
tema siguen siendo necesarios. En las líneas precedentes se ha querido ofre-
cer una síntesis de las primeras ideas ordenadas sobre la Tradición en los tres
primeros siglos de la Iglesia. El lector atento habrá observado que esta pre-
sentación se ha omitido una exposición detallada del tema en los llamados